Werner Mackenbach

 

¿El ensayo en Centroamérica: ¿(sub)género literario y/o contribución al estudio de las culturas y literaturas centroamericanas?

Universidad de Costa Rica/Universidad de Potsdam, Alemania

wmackenbach@amnet.co.cr

Notas*Bibliografía


Tal vez el juicio parcial y arbitrario que falló el estudioso nicaragüense Jorge Eduardo Arellano en su Literatura centroamericana. Diccionario de autores contemporáneos (2003) acerca de la literatura y cultura costarricenses puede ser tomado como muy representativo del rol que hasta el momento el ensayo ha jugado en la crítica literaria en el istmo:

«Sin un sentido heroico y poético de la existencia como el nicaragüense –leemos en la obra citada– el ‘tico’ ha desarrollado una literatura de ideas, concretada en el ensayo: el género que más se adapta, con la literatura para niños, a su personalidad colectiva.» (Arellano, 2003: 19) 

A esta, Arellano la ve caracterizada por una «fuerte mediocracia a nivel nacional» (ibid.: 23). Dejamos aparte un comentario acerca del criterio estereotipado sobre «el tico» que no nos interesa en el contexto del presente ensayo,1 y retomamos la afirmación de Arellano en tanto también es muy reveladora en otro sentido. Resalta en esta argumentación la equiparación de la supuesta «mediocridad» del costarricense con la afirmación de que no había desarrollado grandes obras poético-heroicas, sino solamente el ensayo.

En este sentido, subyacen a este criterio dos suposiciones generales acerca del ensayo: 1) su caracterización como un género menor; 2) su contraposición a la poesía, es decir, a las formas «nobles» de la literatura. Esta subvaloración del ensayo como género se inscribe muy bien en los criterios fundamentales de la crítica literaria tradicional en la región, la cual ha argumentado similarmente en el caso de otras formas de escritura como el testimonio y la crónica. En el caso de estos dos (sub)géneros, su subestimación tiene que ver con un aferramiento al sistema clásico europeo de la «Santísima Trinidad» literaria: poesía, épica y drama, y su trasposición esquemática a las condiciones de América Central y Latina, otorgándole un valor especial a la poesía por varias razones del desarrollo histórico de las letras centro y latinoamericanas (como lo son el analfabetismo, el desarrollo tardío de la imprenta y de un espacio literario propio, la escasez de las clases medias como lectores de novelas, etc.).

Con el ensayo esta relación parece inversa. En general, en los estudios de la literatura y de la historia literaria en Europa hace mucho es un lugar común que las formas «limítrofes» de la literatura sean parte intrínseca de la misma y por esto de su estudio. Sin embargo, en el caso de las literaturas centroamericanas y su estudio, el ensayo –al igual que otras de estas formas fronterizas– ha permanecido en una posición marginada, si no ignorada. El mismo Arellano, por ejemplo, en su estudio Literatura nicaragüense (1997) dedica en su capítulo introductorio («Perfil histórico literario») solamente unas efímeras líneas al ensayo y sus formas colindantes (como el periodismo literario, cartas, gacetillas, relatos, artículos breves, etc.), que sirve más bien para ubicar el campo literario propiamente dicho en un contexto intelectual y cultural más amplio (ver Arellano, 1997:  30s., 36-39, 46). Los capítulos que se ocupan de las formas literarias en sentido estricto se limitan al estudio de la narración breve, la novela, el teatro y la poesía. Esta falta del ensayo es aún más curiosa si tomamos en cuenta que en su edición de 1997, es decir su sexta edición, el libro de Arellano contiene por primera vez un breve apéndice sobre literatura para niños (recordemos la cita al inicio de este ensayo, que equipara las dos prácticas escriturales a formas menores de la literatura), además de mencionar explícitamente que ya para los años ochenta del siglo XIX se registra la publicación de dos revistas que llevaron el nombre El Ensayo,en León y en Granada (ver ibid.: 31). El juicio del autor sobre la creación literaria de los coetáneos de Rubén Darío puede ser generalizado para el campo literario nicaragüense en la primera mitad del siglo XX: «Por lo demás» –resume el autor– «la última se refugiaba en el verso, legitimado por Darío y sus coetáneos y –pocas veces– en intentos de novelas, narraciones costumbristas e incipientes obras teatrales.» (ibid.: 41)

Al mismo tiempo, en lo que se refiere a la ignorancia del ensayo, el criterio puede ser entendido como característico de la mayoría de los estudios sobre las literaturas centroamericanas y las historias (nacionales) de la literatura en los países del istmo, que, con muy pocas pero notables excepciones, no se han dedicado al estudio de este (sub)género (ver al respecto Zavala/Araya, 1995).2 Entre estas excepciones cabe resaltar el tomo 7 de la Biblioteca de la Cultura Panameña (1981-1984) que bajo el título El ensayo en Panamá fue editado por el crítico Rodrigo Miró; los esfuerzos del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (CONCULTURA) de El Salvador que en su Biblioteca Básica de Literatura Salvadoreña publicó los Ensayos de Alberto Masferrer (1996) y las Crónicas de Arturo Ambrogi (1996); los estudios del científico alemán Günther Schmigalle sobre la prosa de Rubén Darío, en especial las crónicas (ver Darío, 2000; Schmigalle, 2004), así como algunas obras dispersas, por ejemplo, El imposible país de los filósofos del costarricense Alexander Jiménez (2002). No obstante, la casi inexistencia de estudios serios sobre estas formas «fronterizas» de la creación literaria en la región es algo sorprendente dada la importancia que tenían, por ejemplo, en el Modernismo.

Pero, ¿qué quiere decir formas «fronterizas»? De hecho, durante siglos el ensayo ha sido objeto de clasificación, sin que se haya llegado a una definición satisfactoria –un destino que, sea dicho de paso, comparte con algunos de los géneros considerados los más clásicos de la literatura, como lo es la novela. En los estudios e historias de las literaturas europeas hace mucho ha sido aceptado que la historia del (sub)género ensayo tiene sus orígenes en el siglo XVII, principalmente en la obra de dos intelectuales, el francés Michel de Montaigne (Essais, 1580) y el inglés Francis Bacon (Essays, 1597). Es el mismo Montaigne quien en su obra de título tan significativo y fundacional, específicamente en el ensayo número cincuenta titulado «De Democritus et Heraclitus», da la pauta:

«Es el juicio un instrumento necesario en el examen de toda clase de asuntos, por eso yo lo ejercito en toda ocasión en estos ensayos. Si se trata de una materia que no entiendo, con mayor razón me sirvo de él, sondeando el vado desde lejos; y luego, si lo encuentro demasiado profundo para mi estatura, me detengo en la orilla. [...] A veces imagino dar cuerpo a un asunto baladí e insignificante, buscando en qué apoyarlo y consolidarlo, otras, mis reflexiones pasan a un asunto noble y discutido en el que nada nuevo puede hallarse, puesto que el camino está tan trillado que no hay más recursos que seguir la pista que otros recorrieron. [...] De cien miembros y rostros que tiene cada cosa, escojo uno, ya para acariciarlo, ya para desarrollarlo y a veces para penetrar hasta el hueso. Reflexiono sobre las cosas, no con amplitud sino con toda la profundidad de que soy capaz, y la más de las veces me gusta examinarla por su aspecto más inusitado.» (289-290, citado en: Gómez-Martínez, 1992: versión digital)

A partir de estos autores fundadores se desarrolló en Francia e Inglaterra toda una tradición del ensayo como (sub)género respetado por las instancias del campo literario, mientras que en otros países europeos –como España y Alemania– sus inicios son mucho más tardíos. En ambos países es recién en el siglo XIX que el ensayo es entendido poco a poco y practicado como una escritura de composición literaria. Pero aunque en España la palabra «ensayo» fuera aceptada en ese siglo en dicha acepción, se mantienen las reservas despectivas hacia esta práctica escritural en la academia y las instancias literarias hasta bien entrado el siglo XX, al igual que sucede en Alemania (ver Gómez-Martínez, 1992; Adorno, 1962: 11; Miró, 1981: XII). Parece que esto tiene que ver con un rechazo de todo lo fragmentario y accidental y un aferramiento a los totalizantes y «holísticos» géneros clásicos por parte de la crítica y teoría literarias –un legado persistente del Idealismo.3

No obstante, es de los contextos intelectuales y literarios de estos dos países de donde han surgido unas de las disertaciones más lúcidas sobre el ensayo. Así, José Ortega y Gasset a inicios del siglo XX en sus Meditaciones del Quijote (12, 1914) escribe:

«Se trata, pues, lector, de unos ensayos de amor intelectual. Carecen por completo de valor informativo, no son tampoco epítomes [...] Se busca en ellos lo siguiente: dado un hecho –un hombre, un libro, un cuadro, un paisaje, un error, un dolor–, llevarlo por el camino más corto a la plenitud de su significado.» (citado en: Gómez-Martínez, 1992: versión digital)

Medio siglo más tarde, Theodor W. Adorno sostiene que el ensayo se acerca «a cierta independencia estética» y admite «que es fácil reprocharle tomándola por mero préstamo del arte». Sin embargo, insiste que de éste «el ensayo se diferencia por su medio, los conceptos, y por su aspiración a la verdad, horra de apariencia estética» (Adorno, 1962: 13). Esta posición se basa en una crítica que va en dos sentidos: en contra de una identificación total del ensayo con la creación artística y en contra de una equiparación del ensayo con formas escriturales no artísticas:

«Esto es lo que pasa por alto Lukács cuando en su carta a Leo Popper, introducción a El alma y las formas, llama al ensayo forma artística. Pero no es superior a esa concepción la máxima positivista según la cual lo que se escribe sobre arte no debe aspirar en absoluto a tener rasgos de exposición artística, esto es: no debe aspirar a autonomía formal. [...] ¿Cómo podría ser posible hablar estéticamente de lo estético, sin la menor semejanza con la cosa, a menos de caer en banausía y deslizarse a priori fuera de la cosa misma?» (ibid.: 13s.)

En el mismo ensayo (sic), el filósofo alemán profundiza un poco más adelante esta relación específica entre arte y ciencia, así como entre retórica y ciencia, que considera típica del ensayo como (sub)género:

« [...] trabaja enfáticamente en la forma de la exposición. [...] Esto y sólo esto es lo que en el ensayo resulta parecido al arte; aparte de ello, el ensayo está necesariamente emparentado con la teoría, a causa de los conceptos que aparecen en él, los cuales traen de afuera no sólo sus significaciones, sino también sus referencias teoréticas. [...] Históricamente el ensayo está emparentado con la retórica, a la que la mentalidad científica, desde Descartes y Bacon, quiso hacer frente, hasta que, con mucha consecuencia, acabó de rebajarse, en la era científica, a la categoría de una ciencia sui generis, la ciencia de la comunicación.» (ibid.: 29, 32s.)4

Es obvio que mi intención en el presente ensayo tampoco es tratar de llegar a una definición satisfactoria del ensayo como (sub)género literario, que además de esta manera general y ahistórica me parece completamente imposible. Un análisis profundo de esta práctica escritural, sus rasgos característicos y sus funciones sólo sería posible a través de un estudio histórico-crítico que revelaría sin lugar a dudas su carácter cambiante según el contexto histórico, como acertadamente constata el crítico gallego Arturo Casas:

«Tal metodología sería el mejor seguro para no perderse en la caduca polémica sobre una literariedad esencial del archigénero ensayístico, o en otras palabras sobre el carácter literario, extraliterario o híbrido del ensayo. Esto es algo que sólo tiene sentido razonar a la luz de los desarrollos histórico-sistémicos y de las disciplinas dominantes en cada una de las etapas.» (Casas, 1999: versión digital)

Me limito a señalar un aspecto esencial para el papel que debe o no debe jugar el ensayo en los estudios de las literaturas centroamericanas y su historiografía. En todas las disertaciones citadas sobre el ensayo resalta que su problemática definición y clasificación resultan de una interrelación muy específica de elocuciones denotativas y connotativas, es decir, en una mezcla de los dos tipos de narración que el teórico francés Gérard Genette clasifica como dicción y ficción (ver Genette, 1991). Es decir, el ensayo es un (sub)género que en contraposición al tratado científico, al artículo periodístico, al panfleto didáctico o político, no habla solamente un lenguaje «diccional», y a diferencia del relato, del cuento o de la novela no es sola o principalmente una creación «ficcional». Más bien combina los dos discursos en diferentes grados y matices.5 Es decir, aunque siendo una práctica escritural que mantiene sus vínculos estrechos con la teoría (Adorno), no abandona su carácter polisémico. He aquí otro ejemplo de una literatura «friccional» que ya se ha detectado en otras formas de escritura, como la literatura de viajes y el testimonio (ver Ette, 2001: 48; Mackenbach, 2004: 148).

El ya citado crítico Arturo Casas resume justificadamente, refiriéndose a la posición de Theodor W. Adorno, que el ensayo es esencialmente lenguaje y que «su cometido se dirige a localizar otra relación del lenguaje con los conceptos», una relación calificada por Adorno de «espiritual, crítica y radicalmente heterodoxa» (Casas, 1999: versión digital). El crítico gallego continua:

«Los aspectos elocutivos del ensayo son acaso el mejor campo de comprobación de la variabilidad de hibridación entre un lenguaje denotativo y conceptualizador y un lenguaje connotativo marcado por ciertas especificidades en la dicción: [...] el carácter imperfectivo del discurso ensayístico, equidistante entre dos formas descriptivas, las correspondientes a la ciencia y a la literatura.» (ibid.)

Volvamos al ensayo en América Central. El estudio sobre el ensayo en Panamá de Rodrigo Miró, que más bien es una introducción a una antología del ensayo en Panamá desde inicios del siglo XIX hasta los años setenta del siglo XX, es muy instructivo y puede ser tomado como punto de partida para el estudio del ensayo en toda la región, especialmente respecto a dos puntos: por un lado, se dedica a un breve análisis de los orígenes del ensayo, su desarrollo histórico y sus funciones cambiantes en los diferentes períodos; por el otro, presenta un inventario temático del ensayo en Panamá a lo largo de su devenir histórico. Miró subraya la estrecha vinculación de la introducción de la imprenta en la primera mitad del siglo XIX en (lo que hoy llamamos) Panamá y la formación de la ideología del Liberalismo con los primeros ejemplos de una naciente y muy rudimentaria ensayística. Ya para la mitad del siglo XIX destaca su función en servicio de la definición y formación de una identidad nacional, es decir, está muy emparentado con el panfleto político.6 Aunque ya en ese tiempo con el Romanticismo se dieran los primeros pasos hacia una cierta literarización del ensayo (en especial, con la aparición de una serie de revistas), es hasta con el Modernismo que se comenzará a formar un campo literario propiamente dicho, en el que el ensayo juega un papel importante (también a inicios del siglo XX hay cierta proliferación de revistas literarias en el país). Sin embargo, –por la dominancia del tema de la construcción de la nación y del canal– el ensayo en Panamá queda siempre muy ligado a todo el discurso nacionalista. Es hasta en los años veinte que se verá influenciado por otros discursos, en particular por el pensamiento anarquista y marxista, es decir, por los movimientos sociales y políticos del período y los discursos universitarios. Estos últimos mantendrán su impacto en el ensayo en los años cincuenta, sesenta, setenta y ochenta del siglo XX (ver Miró, 1981: XV-XXVI).

Como históricamente el ensayo en Panamá -según el criterio de Miró- oscila constantemente entre el discurso político-pedagógico y el discurso literario, entre lo político-nacional y lo estético (con clara predominancia de lo primero) –y con escasa incidencia del discurso científico– así, sus temas predominantes confirman este diagnóstico. En su inventario temático –que al mismo tiempo sirve como índice comentado a los ensayos antologados– Miró presenta los siguientes ítemes: «preocupación por autodefinirnos», «tarea pedagógica», «vocación democrática y civilista», «aspectos continentales», «los conflictos con los Estados Unidos por los Tratados del Canal», «puro especular filosófico acerca de lo que somos», «desde otras perspectivas: [...] aspectos del paisaje ístmico» y «comprensión de la joven pintura panameña» (Miró, 1981: XXVIII-XXX). El autor resume:

«Como es fácil observar, la faena docente, nuestra vocación democrática y civilista, el esclarecimiento de nuestra significación continental suministran los temas preferidos. En franca minoría se encuentra el libre discurrir de orientación estrictamente filosófica.» (ibid.: XXX)

¿Por qué incluir entonces el ensayo en los objetos de estudio de las investigaciones acerca de las literaturas centroamericanas y en especial de la historiografía literaria del istmo? Es pertinente insistir en el carácter friccional del (sub)género ensayo, como también lo señala Arturo Casas:

«Hablaríamos así de una razón analítica, de una razón dialéctica, de una razón histórica, de una razón práctica, de una razón dramática, de una razón hermenéutica y aun de una razón poética como sustratos de diferentes opciones discursivas conocidas por el ensayo.» (Casas, 1999: versión digital)

Es decir, el ensayo como texto mismo ofrece un campo fructífero de análisis literario, al igual que otras formas «fronterizas» de literatura, como el testimonio, la crónica, la carta, la biografía, etc. 

Al mismo tiempo –y de ahí resultante– el ensayo está estrechamente interrelacionado con otras formas, otros géneros y subgéneros literarios.7 Se debe destacar la fecundación mutua entre la poesía y las formas ensayísticas en el siglo XX, así como entre la novela y el ensayo. ¿Será pensable la novelística moderna y –si se quiere– posmoderna sin no solamente la fuerte influencia, sino en particular la presencia intertextual de elementos ensayísticos en la novela, también para el caso de Centroamérica? (ver Casas, 1999; versión digital; Nickisch, 1996: 361). Es obvio que, por ejemplo, el estudio de la poesía de Rubén Darío no puede ni debe prescindir del análisis de sus crónicas y sus mutuas influencias. Algo similar vale para la poesía política y la obra narrativa-novelística-testimonial y los ensayos-artículos políticos de Roque Dalton, la novelística de Miguel Ángel Asturias y sus textos periodísticos, la obra narrativa, poética y dramática de Carmen Naranjo y sus ensayos político-culturales, la novela bananera de Carlos Luis Fallas y sus reportajes sociales, la obra narrativa (cuento y novela) de Sergio Ramírez y sus ensayos político-culturales, así como para las novelas de Roberto Castillo y sus ensayos filosóficos. Por supuesto, estos son sólo unos pocos ejemplos de una posible lista muy extensa.

El ensayo –así lo demuestra el estudio de Miró sobre Panamá también para Centroamérica– ha sido decisivo y constitutivo para la formación de un campo literario, su separación de otros campos y su relativa autonomía. Estudios literarios que no tomasen en cuenta este hecho correrían el peligro de dejar de lado una forma específica de expresión literario-cultural y su función para el quehacer de la literatura como institución y espacio público. En especial, el estudio de las relaciones de poder dentro del campo literario y los vínculos con el campo político tiene que ocuparse del ensayo y su función en esta red de relaciones y tensiones. ¿Es pensable un análisis, por ejemplo, de las prácticas poéticas en la Nicaragua sandinista (exteriorismo, Talleres de Poesía, etc.) sin el conocimiento de los debates político-culturales sobre el papel de la literatura en el proceso revolucionario, documentados en incontables ensayos y textos publicados en revistas y periódicos?

Hay que estudiar el «archigénero ensayístico» (Casas, 1999: versión digital)8 como texto, como un sistema de signos de segundo grado, no así como un mero portador de informaciones y –lo que es especialmente importante para una historia de las literaturas– es necesario ubicar este análisis semiótico en el contexto de sus lazos estrechos como género con la historia social, cultural y de las ideas (imprenta, editoriales, periodismo, clubes, asociaciones, partidos, etc.)

En este sentido, se abre para los estudiosos de las literaturas centroamericanas y su historia un vasto campo de investigación transgenérico y transnacional. Entre la variedad de los temas y aspectos a investigar se encuentran:

–el periodismo, la fundación de las literaturas nacionales, la formación del espacio literario en Centroamérica y los orígenes del ensayo (segunda mitad y finales del siglo XIX) / las representaciones ensayísticas de lo nacional;

–el periodismo literario, las revistas culturales-literarias y el ensayismo, del siglo XIX a la actualidad;

–los modernistas como ensayistas / la «autonomización» del campo literario y la función del ensayo;

–el ensayo en las vanguardias centroamericanas, la construcción de una identidad nacional-mestiza;

–el realismo social y el ensayo / construcciones ensayísticas del subalterno mestizo como sujeto nacional;

–el ensayo como práctica literaria exclusiva de la «ciudad letrada» y las representaciones ensayísticas de la América Central agraria/indígena.

Es obvio que estos temas son apenas unos pocos de una larga lista de posibles y necesarias tareas de investigación.

 

© Werner Mackenbach


Bibliografía

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Adorno, Theodor W., 1962: «El ensayo como forma», en: Notas de literatura. Barcelona: Ediciones Ariel, 11-36.

Ambrogi, Arturo, 1996: Crónicas. San Salvador: CONCULTURA.

Arellano, Jorge Eduardo, 1997: Literatura nicaragüense. Managua: Ediciones Distribuidora Cultural.

Arellano, Jorge Eduardo, 2003: Literatura Centroamericana. Diccionario de autores contemporáneos. Fuentes para su estudio. Managua: Fundación Vida.

Casas, Arturo, 1999: «Breve propedéutica para el análisis del ensayo», en: Repertorio Ibero e Iberoamericano de Ensayistas y Filósofos <http://www.ensayista.org/critica/ensayo/casas.htm>; edición original en lengua gallega: «Breve propedéutica para a análise do ensaio», en: Álvarez, Rosario y Dolores Vilavedra [edas.], 1999: Cinguidos por unha arela común. Homenaxe ó Profesor Xesús Alonso Montero, Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Compostela, t. II, 315-327).

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Gómez-Martínez, José Luis, 21992: Teoría del ensayo, México, D.F.: UNAM. Versión digital con modificaciones menores  <http://www.ensayista.org/critica/ensayo/gomez/>.

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Mackenbach, Werner, 2004: Die unbewohnte Utopie. Der nicaraguanische Roman der achtziger und neunziger Jahre. Frankfurt am Main: Vervuert Verlag.

Mackenbach, Werner, 2005: «Mary goes to Costa Rica», en: Revista Página Literal. no. 3-4, 168-174.

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Schmigalle, Günther, 2004: «Darío, cronista de la modernidad. Presentación de sus crónicas desconocidas», en: Istmo. Revista virtual de estudios literarios y culturales centroamericanos, no. 8, enero-junio <http://collaborations.denison.edu/istmo/n08/articulos/dario.html>.

Von Wilpert, Gero, 1979: Sachwörterbuch der Literatur. Stuttgart: Kröner Verlag.

Zavala, Magda y Seidy Araya, 1995: La historiografía literaria en América Central (1957-1987). Heredia: EFUNA

Sitios web consultados:

Repertorio Ibero e Iberoamericano de Ensayistas y Filósofos <http://www.ensayistas.org/repertorio.htm>.

El ensayo en Panamá <http://bdigital.binal.ac.pa//bdp/ensayo1.pdf >.

Notas

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vuelve 1. Ver para un comentario crítico más general mí artículo sobre la reedición de la novela María la noche (2003, San José: Editorial Costa Rica) de la escritora costarricense Anacristina Rossi: «Mary goes to Costa Rica o el regreso de la hija pródiga» (Mackenbach, 2005).

vuelve 2. El sitio web Repertorio Ibero e Iberoamericano de Ensayistas y Filósofos repite lo que es muy típico de las historias de la literatura iberoamericana en general: la escasa presencia de las literaturas centroamericanas. De hecho, es parte de un proyecto ambicioso «Proyecto Ensayo Hispánico» comenzado en 1997 por José Luis Gómez-Martínez, Departamento de Lenguas Románicas en la Universidad de Georgia, Estados Unidos, que tiene tres secciones: el Repertorio, las sección de Antología y la de Crítica y Teoría. La sección del Reportorio tiene como objetivo integrar estudios introductorios y críticos sobre ensayistas y filósofos del mundo hispánico. Por el momento, incluye 68 autores y autoras de 21 estados. De los seis estados centroamericanos que incluye (falta Belice) sólo presenta a dos autores (Luis Cardoza y Aragón, Guatemala, e Ignacio Ellacuría, España/El Salvador).

vuelve 3. Es notable que hasta en unas obras de referencia de teoría literaria de la segunda mitad del siglo XX el ensayo es ignorado o tratado efímeramente, como por ejemplo en los estudios de Wolfgang Kayser, Rene Wellek y Austin Warren, así como en Víctor Manuel de Aguiar e Silva. (ver Gómez-Martínez, 1992).

vuelve 4. Adorno ve como decisivo para el rechazo del ensayo en Alemania «los ideales de limpieza y pureza, comunes a una filosofía orientada a valores de eternidad» y critica estos como «ideales que llevan visible la huella de un orden represivo» (Adorno, 1962: 17). Insiste en el carácter fragmentario del ensayo posicionándose contra una tradición totalizadora en la doctrina filosófica desde Platón, «según la cual lo cambiante, lo efímero, es indigno de la filosofía» (ibid.: 19). El filósofo alemán sostiene: «El ensayo retrocede espantado ante la violencia del dogma de que el resultado de la abstracción, el concepto atemporal e invariable, reclama dignidad ontológica en vez del individuo subyacente y aferrado por él.» (ibid.: 20) Subraya que «del mismo modo que un algo meramente fáctico no puede ser pensado sin concepto, porque pensarlo significa siempre conceptuarlo, así tampoco es pensable el más puro concepto sin referencia a la facticidad» (ibid.), para concluir afirma: «Un nivel de abstracción más alto no otorga al pensamiento dignidad mayor ni contenido metafísico; más bien se volatiliza éste con el proceso de la abstracción, y el ensayo se propone precisamente corregir algo de esa pérdida. La corriente objección contra el ensayo, a saber, que es fragmentario y accidental, postula sin más el carácter dado de la totalidad, y con ello la identidad de sujeto y objeto, por lo que se comporta como si realmente se estuviera en poder del todo.» (ibid.: 20s.). 

vuelve 5. Gómez-Martínez cita a varios estudiosos que en el siglo XX se han ocupado de esta mezcla de los diferentes discursos, en especial, la didáctica y la poesía en el ensayo. Incluso presenta varios diagramas en los que ubica los ensayos de algunos autores hispanos e hispanoamericanos en diferentes puntos de sus coordenadas, según su cercanía con el criterio «subjetivo» (literatura/ficción) y «objetivo» (ciencia/información) (ver Gómez-Martínez, 1992: versión digital). Similarmente argumenta Casas: «Así, los ensayos que incorporan alguna forma de ficcionalidad es claro que ampliarán la narratio, mientras que aquellos otros que exigen una gradación en la atención de lectura por sus específicos problemas conceptuales o metalingüísticos optarán por un desarrollo de exordium y argumentatio; y aun los habrá que por su tendencia fragmentaria (glosas, misceláneas, organización aforística ...) se acerquen a la praxis de lo que pudieramos ver como un orden fortuito.» (Casas, 1999: versión digital).

vuelve 6. Es pertinente recordar que en la tradición ensayística de América Latina el ensayo estuvo muy vinculado con las reflexiones en torno a una identidad iberoamericana, desde los días de los movimientos independentistas (Bolívar, Bello, Alberdi, Mora, Montalvo, Hostos, Martí, etc.). (ver Gómez-Martínez, 1992: versión digital; Miró, 1981: XII).

vuelve 7. Nickisch presenta estas formas en las literaturas europeas: el tratado, el diálogo, el discurso, el sermón, el folleto, el panfleto, la polémica, la crítica, la biografía, las memorias, el informe, el reportaje, el acta y la glosa, así como la carta, el ensayo, el folletín, la autobiografía y el diario. Les adscribe diferentes funciones: informativa (biografía, tratado, diálogo, informe, reportaje, acta), valorativa (ensayo, crítica, folletín, glosa), apelativa (discurso, sermón, folleto, panfleto, polémica) y autobiográfica (autobiografía, diario, memorias) (ver Nickisch, 1996: especialmente 357) Es obvio que para América Latina y América Central esta lista y clasificación tendría que ser variada y completada con, por ejemplo, el testimonio, las cartas-relaciones, la crónica, etc.

vuelve 8. Casas reclama que «la tradicional tríada de géneros teóricos o modos literarios (narrativa, lírica, drama), contemplada y adoptada como método de ordenación por tantos manuales teóricos e Historias literarias a partir de la notoriedad restrictiva promocionada por los románticos, debe complementarse con la atención a lo que en rigor podemos denominar archigénero ensayístico, dando al prefijo el mismo sentido en que lo emplea Gérard Genette en Introduction à l’architexte (1979).» (Casas, 1999: versión digital). Similarmente argumenta Nickisch (1996: 361).


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