Claudia García

A propósito de «Breves palabras impúdicas» de Horacio Castellanos Moya Istmo, no. 9
Foro Debate: La función del escritor

 

University of Florida, Estados Unidos

claudunchelina@hotmail.com

 

Notas


Quiero iniciar esta reflexión trayendo a un primer plano dos definiciones que se deslizan en las «Breves palabras impúdicas» de Castellanos Moya. La primera es una definición operativa de la literatura en tanto «espejo de conflictos». La denomino operativa porque sus supuestos realistas no aparecen cuestionados sino en funcionamiento. Esto indica que, pese a las rupturas de la posmodernidad, subsiste la persuasión de que realidad y literatura están conectadas productivamente, y de que lo real es accesible a través de la creación literaria. En la segunda, Castellanos Moya define su conflicto de identidad como constitutivo de su escritura, y contrapone una tradición familiar de ingerencia política efectiva –sin duda favorecida por condiciones históricas y de clase– con su ruptura de esta tradición: «[S]oy un escritor de ficciones, no un político metido a redentor.»

A continuación, el escritor articula sus soluciones personales a este conflicto. Por un lado, piensa la lengua como patria. Concebir el castellano como el marco más amplio de enraizamiento de la identidad se vuelve inquietante por el mencionado ejemplo de Elías Canetti, quien, acogido por la lengua alemana, funda su patria en un exilio lingüístico. ¿Implica esto que la inscripción de las «particularidades geográficas, históricas y privadas», o sea la afirmación de la heterogeneidad constitutiva de esa abstracción denominada lengua castellana, sería también una suerte de mudanza o exilio? Por otro lado, Castellanos Moya entiende el «ficcionar» como un ejercicio de esa libertad «que en la realidad cotidiana apenas tenemos» y supone asumir «todos los riesgos». Ahora bien: ¿a qué riesgos se refiere exactamente, sobre todo cuando ha explicitado que no es un político redentor?

En mi opinión, este texto discute de forma solapada la especificidad del intelectual y del escritor, y sus funciones en el contexto social. Lo impúdico del texto reside en su capacidad de exhibir una serie de contradicciones, que probablemente constituyen el aspecto más crítico de los procesos de democratización de fin de siglo desde la perspectiva de los productores culturales: ¿qué se hizo del compromiso del escritor? Cabe señalar que Castellanos Moya se autodenomina «centroamericano» y alude, no sin ironía, al contexto social específico del «centro de América». De este modo, otra capa de conflictividad ingresa al texto, la de la dinámica centro/periferia, y la ubicación de la región como periferia de la periferia.

El texto de Castellanos Moya muestra claramente que su conflicto como escritor es una consecuencia de procesos de globalización, transnacionalismo y desterritorialización, fenómenos históricos que preceden en décadas y hasta siglos a la enorme difusión de los términos que los designan. Y también muestra con claridad su efecto en la actual coyuntura: la pérdida de un sentido político, la afirmación de la «autonomía relativa» del escritor quien ejercita su libertad sustrayéndose al imperativo político (Vázquez, 2005)1, pero sin conquistar plenamente ni su libertad ni su autonomía. Es como una sed que se aplaca pero no se extingue. Castellanos Moya emplea otra imagen: ficcionar como venganza, lo que produce un alivio en la esfera privada. Esta catarsis, tanto del escritor como, vicariamente, del público lector, no alcanza a ser una inserción transformadora en la esfera pública. El escritor, el intelectual, no intersectan productivamente con la esfera del poder.

En este punto se evidencian dos necesidades. En primer lugar, es preciso explorar en el contexto centroamericano regional y local cómo se conciben la función social del escritor y la del intelectual, y de qué modo son ejercidas. Más ampliamente, habría que clarificar las diferencias entre escritor, intelectual, e incluso académico o funcionario. En segundo lugar, hay que considerar el papel que cumple la consolidación del campo intelectual centroamericano en su relación con los campos intelectuales particulares de la región.

Partiré de una observación surgida de una serie de entrevistas a propósito del campo intelectual guatemalteco en agosto del 2004.2 Los entrevistados (periodistas, escritores, profesores de literatura, investigadores) insistentemente se referían a un «campo inexistente», en donde los intelectuales no son tomados en cuenta como interlocutores en el debate ideológico o el diseño de políticas culturales. Mi hipótesis, que formulo aquí en relación con el caso guatemalteco y que tal vez pueda ampliarse a otros campos intelectuales de la región, es que la fragilidad constitutiva de este campo intelectual parece encontrar una adecuada estrategia de fortalecimiento a través de la consolidación del campo intelectual centroamericano. Aquello de «la unión hace la fuerza» se presenta como una indudable ventaja. Sin embargo, esta consolidación parece tener su contraparte débil, que consignaré a modo de interrogantes: ¿Es posible que el campo intelectual «centroamericano» atenúe el impacto político localizado, a nivel de cada campo particular, diluyendo las especificades concretas de cada uno en una abstracción neutralizada? ¿O, por el contrario, éste crea las condiciones para que los intelectuales ejerzan mayores cuotas de poder local, aunque éste sea de todas formas poco significativo? Otra posibilidad: ¿el campo intelectual centroamericano constituye un espacio de prestigio que funciona como sustituto del poder que los intelectuales no tienen en el interior de sus campos culturales particulares? ¿Este prestigio contaría como una forma de neutralizar la inserción del intelectual en su contexto social específico?

El poder del intelectual está supeditado a su reconocimiento social, a que su discurso se escuche. Así, un conflicto básico de la literatura centroamericana, quizás más elemental que el apuntado por Castellanos Moya, se centra en la constitución de un público lector. Considerada como producción regional, periférica en su relación con los centros del Primer Mundo, la literatura centroamericana está signada u obsesionada por la necesidad de atraer la atención de la crítica académica de América del Norte y de Europa. Considerada en su flanco interno, la tarea que se le impone pasa, en primer término, por alfabetizar –capacitar a los potenciales lectores–, y, en segundo término, por difundir el derecho a la literatura (Cândido, 1995)3. Parece indispensable la intromisión de los intelectuales y escritores en el diseño y puesta en práctica de acciones educativas. Facilitar el acceso a la lectoescritura y hacer evidente, a través de la práctica, el poder de la palabra para nombrar y organizar el mundo no son objetivos que puedan considerarse como fuera de la competencia de escritores, intelectuales, e investigadores de la literatura. Tradicionalmente, ésta ha sido una responsabilidad del estado que, como otras en la actualidad, éste cumple mal o a medias. Tomamos a la literatura centroamericana en serio implica encaminar una parte de nuestros esfuerzos como productores culturales a sentar las bases de la recepción de esta literatura. Ficcionar es tal vez un ejercicio de libertad condicionada, como dice Castellanos Moya; pero sin dejar de ser eso –un alivio– podría ampliarse e incluir dialogalmente a los potenciales lectores que aún no se han descubierto en cuanto tales. Es un modo de pensar el compromiso del escritor y del intelectual desde abajo. Enseñar a leer, a disfrutar de la literatura, a lanzarse a la aventura de la creación es lo que nosotros, quienes participamos en este foro, estaríamos mejor capacitados que nadie para hacer y que muchos ya estamos haciendo. Estoy proponiendo una tarea extra, humilde y colectiva. Algo más para considerar mientras seguimos adelante con nuestros otros proyectos que, sin la base de un público lector, se quedan vacantes y dando traspiés, desconcertados.

© Claudia García


Notas

arriba

vuelve 1.Vázquez, Karina, 2005: «Pensando la productividad desde la crítica». Inédito.

vuelve 2.Esta investigación estaba enmarcada en la preparación de mi tesis de maestría «Literatura testimonial indígena en Guatemala (1987-2001): Víctor Montejo y Humberto Ak’abal», University of Florida.

vuelve 3.Cândido, Antonio, 1995: «El derecho a la literatura», en: Ensayos y comentario, San Pablo: Unicamp/ Fondo de Cultura Económica, 175-188.


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