Christina Schramm

 

Yadira Calvo: Éxtasis y ortigas – las mujeres, entre el goce y la censura

Universidad Nacional, Costa Rica

christina_schramm@yahoo.de

Notas*Bibliografía


1. El origen del pensamiento dicotómico y jerárquico

En su ensayo feminista más reciente, Éxtasis y ortigas. Las mujeres, entre el goce y la censura (2004)1, la escritora costarricense Yadira Calvo persigue su interés principal, que es averiguar y conjeturar acerca de cuánto y de qué modo las mujeres han experimentado placenteramente el sexo, los afectos, la autonomía, el estudio, la creatividad, el amor y el respeto a su propio cuerpo. En su respuesta, la autora toma en cuenta las múltiples censuras y restricciones a las cuales han estado sometidas las mujeres a lo largo de los siglos.

En catorce capítulos, Yadira Calvo discute los temas en forma de un ensayo feminista, porque ella ve necesario una mayor especificación y resignificación tanto de la palabra feminismo, como de la de ensayo. Mientras que feminismo se ha convertido en un término muy elástico, que ya no necesariamente significa únicamente cuestionar, por ejemplo, «el lenguaje de la agresión patriarcal»; en cuanto al término ensayo, la autora destaca que hasta hoy en día este género literario se vincula con las corrientes androcéntricas. Por eso hace falta enfatizar y darle más importancia al ensayo de corte feminista, algo que en la opinión de la periodista Aurelia Dobles, la autora logra con mucha ironía e «increíbles pruebas escritas de la estrategia patriarcal» (Dobles 2005: 4-5). El libro de Calvo, que ha sido premiado, enfoca la historia de la sexualidad femenina desde esta perspectiva de ensayística feminista. Si bien este tema ha sido investigado ampliamente en otros países, Calvo no obstante logra abrir camino en un terreno todavía poco investigado en Costa Rica.

En Éxtasis y ortigas Yadira Calvo inicia la discusión con un análisis de los más antiguos documentos escritos de Babilonia como fuente de las principales mitologías y religiones de Occidente. En concreto, se refiere a un poema épico de los babilonios, el Enuma Elis, escrito en el transcurso del segundo milenio a. C.. Este poema contribuyó en gran escala a la transformación de las viejas cosmologías y mitologías alrededor de la Gran Diosa, Tiamat, y otras diosas femeninas en nuevas creencias que dieron lugar a los dioses masculinos. Por su gran popularidad, el poema fue conocido en todo el mundo antiguo y creó el fondo para las mitologías del Judaísmo, Cristianismo y el Islam, entre otras religiones. Es a partir de allí que Calvo plantea el posible punto de origen del modelo de pensamiento dicotómico y jerárquico:

«[L]a supremacía del dios padre sobre la diosa madre, el paradigma de oposición implícita en la lucha mortal entre dios y diosa; la asociación de luz, orden y bien con el dios; y de oscuridad, caos y maldad con la diosa; la polarización de espíritu y naturaleza, mente y cuerpo, el uno divino y bueno, el otro ‘caído’ y ‘malo’, extendida a la categorización de género en todos los aspectos de la vida, los cuales entonces se polarizaron en opuestos en conflicto. Cuando estas oposiciones se volvieron crudamente sobre simplificadas, el aspecto ‘macho’ de la vida se identificó con el espíritu, la luz, el orden y la mente; y el aspecto ‘hembra’ con el caos y el cuerpo. Las consecuencias de entender el mundo de manera dualista y polarizada han sido de proporciones gigantescas.» (Calvo, 2004: 7)

El problema consiste para Calvo en que de acuerdo con las definiciones que se hacen, se estructuran los pensamientos, de tal forma que la percepción se ve limitada. Otra dimensión, que quiero destacar, es el hecho de tender a naturalizar a menudo el contenido de las definiciones, con el efecto de que se niega su construcción sociocultural en un determinado espacio y tiempo.

 

2. Del modelo de un sexo al modelo de dos sexos – discursos misóginos

Yadira Calvo analiza en los dos capítulos siguientes en qué forma esta construcción binaria de los hombres equivalente a lo perfecto y lo divino por un lado, y las mujeres equivalentes al útero, la tierra y el cuerpo por otro lado, es representada por mujeres y hombres, así como también el patriarcado –como construcción cultural– agudiza la mirada jerarquizante, celebrando lo masculino y rechazando lo femenino. Como la autora hace ver, en la historia de la sexualidad prevaleció durante más de mil años de estudios de anatomía, el modelo jerárquico de un sexo. Desde Galeno, en el siglo II, que retomaba las ideas de Aristóteles, a Vesalio en el siglo XVI, se veía a las mujeres como representaciones inferiores a los hombres. Existía todo un conjunto de teorías acerca de los fluidos corporales y las temperaturas del cuerpo, a través de los cuales fueron construidos los cuerpos sexuados:

«Correspondiente al pensamiento en analogías, el útero femenino era un penis puesto hacia adentro; esperma, sangre menstrual y leche materna crearon diversas expresiones de un solo líquido corporal, si bien con «menos calor» para la creación también el orgasmo de la mujer fue necesario.» (Laqueur 1996: 1; mi traducción al español)

A partir del siglo XVIII, empezando con la Ilustración, los discursos medicinales con argumentaciones basadas en las ciencias supuestamente exactas, y por ende no cuestionables, contribuyeron a crear el modelo de los dos sexos. La diferenciación biológica entre quiénes son mujeres y quiénes hombres sirvió para fortalecer la construcción de dos géneros y con esto las expectativas hacia cómo deben ser interpretados por las mujeres y los hombres. Por ejemplo, los órganos femeninos vistos como inferiores se vinculaban con una supuesta caracterización del ser femenino, en el cual el útero adquirió una singular y trascendente función simbólica: se convierte en «el delirio histérico» según Baltasar de Viguera en 1827, o en el «centro de todas las sinergias», como lo caracteriza Giné y Partagás en 1871. Este discurso médico predominante generó que durante el siglo XIX la expresión «toda mujer es un útero» (tota mulier in utero) se convirtiera en verdad de la ciencia y en dogma de la fe.» (Calvo, 2004: 22). La estructura patriarcal de la sociedad aseguró su existencia.

Como pone en evidencia Calvo al referirse a María Jesús Izquierdo, la construcción de las diferencias sexuales forma parte de un dispositivo histórico de control, que construye la sexualidad como medio para el ejercicio del poder (ver al respecto Izquierdo citada en Calvo, 2004: 23). La construcción de la sexualidad femenina se basaba desde entonces en la negación del orgasmo como requerimiento legítimo para la fecundación. La sexualidad femenina debía estar únicamente en función de la reproducción, en la cual el placer ya no debía tener ninguna importancia.

Al preguntar por el placer femenino y sus formas al anular la autonomía de las mujeres y patologizar su cuerpo, Calvo sospecha que un profundo miedo a la sexualidad y a las mujeres predominaba discursiva y materialmente en las sociedades patriarcales. Demuestra que las mitologías populares occidentales abundan en demonesas o monstruos femeninos. Algunas figuras destacadas son Empusa, Jahi o Lilith que en el caso de la primera tomaron forma de animales, en el caso de la segunda significaron la menstruación y por ende simbolizaron muchos males, o como en el caso de la última donde se mostraba una mezcla entre animal y mujer. Su referencia se utilizó para demonizar el discurso femenino y aplacar cualquier revuelta contra la dominación masculina.
Pero también el caso de la misma Eva, como ejemplo de las mujeres desobedientes que en consecuencia simbolizan todas las imperfecciones y maldades posibles, Calvo problematiza que en el Cristianismo, Eva dejó de ser un mito para convertirse literalmente en sinónimo de «la mujer». Así, «la mujer» en singular pasó a ser la representación de la totalidad de las mujeres (Calvo, 2004: 27). En otras palabras, es pecado ser mujer, sin que importe la diversidad de identificaciones y posicionamientos existentes entre las mujeres.

 

3. Éxtasis y ortigas – la sexualidad femenina entre el goce y la censura

En los capítulos cuatro, cinco y seis, Calvo pone énfasis en la construcción de la sexualidad femenina. Como indica el título del libro, la sexualidad de las mujeres se encuentra en una ambigua posición: entre el goce y la censura se expresa entre éxtasis y ortigas. Calvo narra esta ambigua y engañosa pero al mismo tiempo poderosa historia, al cuestionar el mundo de las vírgenes enclaustradas y examinar cómo el erotismo de las místicas visionarias pudo existir a pesar de determinadas circunstancias.

Según la autora, uno de los problemas fundamentales en esta historia sexual llena de ambigüedades consiste en el matrimonio como institución de poder masculino. Si bien era el único medio para las mujeres de ejercer su sexualidad sin censura, al mismo tiempo significaba la sumisión frente a sus esposos. En consecuencia, esta institucionalización de las relaciones íntimas, que llevaba –como más arriba ya analizado– el fin de asegurar la reproducción a través de la línea hereditaria masculina, significaba para las mujeres mantenerse vírgenes siendo solteras y castas una vez casadas. Calvo destaca que las mujeres que buscaban realizarse fuera del matrimonio y la maternidad, a menudo encontraban en los conventos un espacio apropiado alternativo para el crecimiento personal. Especialmente para las jóvenes de clases altas trajo mayores libertades económicas, espirituales y culturales.

El concepto de la virginidad, entonces, se debe entender no tanto en la abstinencia de las relaciones o auto-sacrificio esforzado, sino más bien en cuanto a la liberación sexual y verlo como un valor absoluto (Calvo, 2004: 45). Sin embargo, las libertades fueron restringidas, ya que muy a menudo las mujeres no iban voluntariamente a los claustros, sino que eran mandadas a veces desde la temprana niñez por decisiones financieras de parte de sus padres. Calvo narra las experiencias de algunas mujeres de diferentes épocas que han dejado testimonios de la privación que les supuso la vida conventual, como ha sido el caso de Arcanuela Tarabotti, Eloísa y Marianna Acofarado. La virginidad consagrada abarca por ende también este otro lado de la realidad conventual y muchas monjas la experimentaban frecuentemente por medio de autoflagelaciones. El éxtasis se vivía a través de ortigas, cilicios, lamentaciones u otras formas de auto-castigo. Calvo concluye que de este modo: «la aversión al sexo (...) empezó a adquirir rasgos de fanatismo desde los anacoretas y monjes del siglo III, y siguió su marcha triunfal mano a mano con la misoginia eclesiástica por los siglos de los siglos.» (Calvo, 2004: 49)

Un espacio de práctica religiosa más allá de los dualismos y la jerarquía entre sexos, fuera de la necesidad de adquirir al clero como intermediario y de pertenecer a una orden religiosa, es la mística. Calvo constata que no hay otro sector de la cultura espiritual de Occidente en el cual las mujeres desempeñaron un papel tan indiscutible. Al reconocer el erotismo y el placer corporal femenino y verlo parte integral del modelo nupcial de la unión mística entre un dios como masculino y un alma femenina, muchas mujeres se identificaban con esta concepción espiritual.

En toda Europa surgen beguinas, monjas, alumbradas y beatas. Las beguinas por ejemplo eran mujeres sumamente libres y célibes, que en comunas experimentaban su vida espiritual. Su alegría, su «éxtasis y visiones», en fin, su gran independencia emocional de estructuras patriarcales les causó sospecha de parte del clero, a veces resultando en privación de libertad. La visión era una fuente de goces, que muchas veces compensaba una realidad cruel y traidora. Los sentidos jugaron un papel importante; el cuerpo ya no era plataforma de pecado, sino de placer, que en cada una entra en una unión espiritual con lo divino. Como expresa Calvo propiamente:

«Suaves requiebros, éxtasis, transficciones con dardos o espadas de puntas flamígeras, ángeles con venablos, heridas de amor divino, deleites de alma y cuerpo, placeres aprobados y santificados por Dios y con Dios, suministraban a las místicas, en la fantasía los goces del erotismo que a las mujeres les negaba la realidad.» (Calvo, 2004: 59)

 

4. Perversión y frigidez, santidad y sumisión: las mujeres en los siglos XVIII-XX

Los capítulos siete, ocho y nueve tratan nuevamente del cambio paradigmático que sucede desde el siglo XVIII en los intereses ideológicos y la práctica patriarcal de señalamiento a las mujeres como seres sexuales, primero perversas y satánicas, después decentes, y luego como seres asexuales. En cuanto a los discursos medicinales de aquella época, existían varias interpretaciones acerca de la virginidad. Por esa razón, se establecía un conjunto de valores que tenía la función de crear vergüenza como instrumento de control sobre las mujeres. La Virgen, como modelo de maternidad, era un aspecto fundamental en este entorno. Es decir, la legitimidad de los hijos pasaba por las restricciones sexuales de las mujeres, en el sentido de que se debe vivir la sexualidad de forma supuestamente decente y correcta. Ahora bien, a partir del siglo XVIII ni tenía vigencia esta pasividad o decencia esforzada, ya que se generalizó la idea de las mujeres como seres plenamente asexuales. Este modelo de la mujer casta sigue ejerciendo su eficiencia a lo largo del siglo XIX por medio de la moral victoriana, con el resultado de caracterizar la sexualidad femenina con el término «frigidez». Calvo vincula de manera interesante este proceso con otro, que sucede a mediados del siglo XIX: el despertar del «instinto maternal» en las mujeres a través de darles a las niñas muñecas en forma de bebés como juguetes con fines educativos.

Tomando en cuenta las raíces cristianas, basadas en el mito de la costilla –como se indica en otra parte del libro–, a menudo se ha conducido a la creencia de que la inferioridad de las mujeres frente los hombres es de orden natural. Precisamente en los siglos XIX y XX, en el transcurso de los crecientes movimientos feministas, surgen nuevos mitos para mantener la supremacía masculina sobre las mujeres. Así que la construcción del hombre-cabeza y la mujer-cuerpo se encuentra constantemente en los documentos eclesiásticos de esa época. La autora concretiza cómo y a través de quiénes de parte de la Iglesia Católica en Costa Rica se difundía este pensamiento, en el cual una y otra vez el punto de referencia es la construcción de la mujer como madre y esposa en función de ama de casa. La mitificación –y se podría decir hasta la santificación– alrededor de la madre se institucionaliza entre otras a través del Día de la Madre, que en Costa Rica se celebra a partir de 1932. El 15 de agosto no coincide por casualidad con el día de la ascensión de la Virgen. La madre-esposa se convierte de este modo en un «genio del bien», al servicio de la familia dirigida por el hombre patriarca.

 

5. Amistades y amores deliberados

Después de haber puesto énfasis ante todo en los discursos patriarcales acerca de los diferentes conceptos de la sexualidad femenina y la construcción del género femenino a lo largo de la historia, la autora ofrece una mirada alternativa. En los capítulos diez y once, Yadira Calvo intenta un acercamiento a las amistades y a los amores entre mujeres, o como expresa ella, al afecto entre las mujeres como iguales y libres de la sumisión, de la pérdida de la propia identidad, característica de las relaciones heterosexuales.

La amistad como «afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato», como lo define la Real Academia de la Lengua en su diccionario resulta ser una fuente de placer (cfr. Calvo, 2004: 91). Famosos ejemplos de amistades entre mujeres a lo largo de la historia, encuentra Calvo en Edith Wharton y Vernon Lee, Anna Freud y Dorothy Burlingham y Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Santon. En Costa Rica destaca la amistad entre Adela Esquivel Carazo, una monja de Sión y Cristina Castro Fernández, casada con el empresario Minor Keith. Otras relaciones famosas entre mujeres han sido las de Flora Tristán y Eléonore Blanc, Eleanor Butler y Sarah Ponsonby, Vera Brittain y Winifred Holtby y Emily Dickinson y Susan Gilbert.

Viendo estas relaciones, surge la pregunta acerca de cómo diferenciar amistades que parecen amores de amores que parecen amistades, si es que en verdad hace falta diferenciarlos (Calvo, 2004: 99). Con esta pregunta Calvo abre la discusión en cuanto a una determinación conceptual del lesbianismo y la homosexualidad, contrastándola con la posición de la Iglesia Católica. La percepción al respecto se caracteriza por muchos prejuicios y rechazos, en el sentido de que la relación entre el mismo sexo se consideraba perversa, enfermiza y vergonzosa. Basándose en autores como Lawrence Osborne y Thomas Laqueur, Calvo explica que el afeminamiento constituye una profunda neurosis en muchísimas sociedades y por eso la homosexualidad masculina es más perseguida y castigada. En cambio, las relaciones lésbicas a menudo quedaban fuera de restricciones legales o del interés público, considerando a las mujeres de menos importancia social y política que a los hombres. En cuanto a los diferentes posicionamientos entre las mujeres lesbianas, Calvo hace un breve recorrido histórico. A partir de los años setenta aparecen en Costa Rica, por ejemplo, los «caballeros» o «papis» a la par de las «mamis» o «sus señoras», una equivalente a los «butches» y «femmes» en otras partes del mundo. Con estos y otros ejemplos la autora vislumbra la dificultad existente en desconstruir el pensamiento dicotómico jerarquizante, que además es heterosexista.

 

6. Sobre la creatividad intelectual y las políticas de cuerpo

Las formas de restricciones de la sexualidad, el goce, el placer y el crecimiento personal de las mujeres han sido múltiples, como se muestra en los diferentes capítulos del ensayo de Calvo. Los más poderosos y persistentes argumentos –según la autora– para someter a las mujeres se centraron en el menosprecio de su inteligencia, en ridiculizar sus conocimientos y censurar su palabra. Por eso, los estudios y la creatividad son otro campo de análisis imprescindible para Calvo. En los capítulos doce y trece, ella discute la ambigüedad del posicionamiento de las mujeres entre el goce y la censura.

Uno de los ejemplos que menciona es la burla y la sátira que se hizo en Costa Rica por medio de la prensa en los años de la lucha sufragista (durante las primeras décadas del siglo XX). Si bien en el imaginario colectivo en muchas de las sociedades occidentales u occidentalizadas se ha partido de un concepto de las mujeres como deficientes, siempre había y hay mujeres sumamente destacadas y cultas, con excelente formación, amplio conocimiento y profunda sabiduría. Calvo presenta mujeres que se han destacado como escritoras entre los siglos VIII y XX en diversos ámbitos literarios, para luego concluir que el énfasis en la supuesta inferioridad de las mujeres es un método fácil de mantener u obtener confianza en sí mismo y el poder. El problema para Calvo consiste en el «mundo al revés», es decir, el pensamiento dicotómico, en el cual una mujer inteligente significa a la vez un hombre descalificado.

Cuerpo femeninoEn el último capítulo Calvo enfatiza la construcción y articulación del cuerpo femenino. Persigue una política del cuerpo, en la cual se redefine el cuerpo femenino de una manera auto-decisiva, ya que como un palimpsesto fungía a lo largo de los siglos una y otra vez para las inscripciones masculinas:

«El hecho es que para las mujeres la belleza es un deber, y como todo deber, hay que cumplirlo. Sus exigencias suponen medidas, colores, formas y proporciones que varían con las épocas, pero a las que es necesario sujetarse según las exigencias del momento.» (Calvo, 2005: 2A; ilustración tomada de la misma fuente)

Aún más, se reducía el ser entero de la mujer al imaginario colectivo acerca de la apariencia corporal femenina. Es decir, los estándares de belleza, que son sólo símbolos que prescriben conductas más que apariencias, convirtiendo a las mujeres en simples estatuas manipulables y moldeables, como se cuenta en el mito griego de Pigmalión. Embellecerse, decorarse o simplemente cuidarse fuera de las corrientes principales de moda, les fue negado a las mujeres y fue visto como acto asqueroso. Ni en los gestos existía libertad de expresión para las mujeres, ya que el cerrar un ojo o una mirada era cometer un pecado. En este sentido existía también la obligación de afearse y cubrirse, para no ser culpabilizada por «intento de seducción». Debido a que esta tendencia se repite hasta hoy en día, Calvo termina su ensayo, reclamando el pleno ejercicio del derecho de las mujeres a decidir sobre sí mismas:

«Ella, sin detenerse, cruza siglos y edades con paso breve y firme, símbolo eterno de su femenina autonomía. Y viendo en el camino a millares de mujeres veladas, obedientes e inmóviles, piensa en lo bueno de no ser buena; en el gozo de saberse dueña de su propio cuerpo y no reconocerle a nadie el derecho de ordenarle qué debe o qué no debe hacer con él.» (Calvo, 2004: 145)

A través de esta cita, Calvo hace un llamado de romper con la historia misógina, y a apropiarse del propio cuerpo, en vista de un pleno reconocimiento de los derechos de las mujeres como seres humanos.

 

7. Conclusión

Tomando en cuenta el espacio sociocultural y político en el cual nació este ensayo feminista, se puede concluir que Yadira Calvo rompe una serie de tabúes. La autora logra poner en relieve los silencios y limitaciones todavía existentes alrededor de la diversa sexualidad femenina, tanto en la actualidad como en el pasado. Como se revela, las mujeres se enfrentan con asignaciones ajenas, pero también con su interiorización, lo cual dificulta su liberación sexual y emocional. Calvo ve la sexualidad femenina en una constante ambigüedad entre el goce y la censura, entre el éxtasis y las ortigas. Precisamente esta perspectiva dirigida hacia las ambigüedades y contradicciones permite entender que la cultura es una construcción social e histórica con límites borrosos. En sus espacios fronterizos se articulan y se levantan las voces marginadas, rompiendo con los mandatos de las políticas androcéntricas y misóginas establecidos.

Aparte de algunas deficiencias que lleva este ensayo en cuanto a un estilo repetitivo de escribir y la falta de una bibliografía sistematizada, Yadira Calvo ofrece con su ensayo feminista tanto para el ámbito nacional como internacional una importante contribución literaria. Por un lado, ofrece en el ámbito costarricense una primera entrada al tema de la historia de la sexualidad femenina. Dada esta posibilidad, hubiera sido ventajoso enfatizar más un carácter investigativo y profundizar de manera más sistemática los ejes temáticos tratados. El ensayo, por otro lado, permite una mayor comprensión de las condiciones socioculturales, religiosas y políticas costarricenses. Al formar parte de la producción literaria costarricense, fortalece también la producción ensayística centroamericana, algo que en vista de su poca presencia en el ámbito internacional es de mucha importancia.

© Christina Schramm


Bibliografía

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Calvo, Yadira, 2004: Éxtasis y ortigas. Las mujeres, entre el goce y la censura, Heredia: Grupo Editorial Farben Norma.

Calvo, Yadira, 2005: «Torturas. Costo de la belleza: Pigmalión moderno al que se someten las mujeres como materia de escultor», en: Suplemento cultural Áncora, La Nación, 06 de marzo, 2a.

Dobles, Aurelia, 2005: «Yadira Calvo – La alegre insumisa», en: Suplemento cultural Ancora, La Nación, 23 de enero, 4-5.

Laqueur, Thomas, 1996: Auf den Leib geschrieben. Die Inszenierung der Geschlechter von der Antike bis Freud, traducción H. Jochen Bussmann, München: Deutscher Taschenbuch Verlag.


Notas

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vuelve 1. Este trabajo sobre el ensayo de Calvo fue escrito en agosto de 2005, para el curso «El pensamiento latinoamericano desde las mujeres» de la Dra. Grace Prada Ortíz, en el Doctorado en Estudios Latinoamericanos con énfasis en Pensamiento Latinoamericano de la Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Filosofía, Universidad Nacional, Costa Rica.


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