Luis Pulido Ritter

 

Ensayo, nación y la Guerra Fría en Panamá

 

Universidad Europea de Viadriana, Frankfurt/Oder, Alemania

luispulidoritter@gmx.net

Notas*Bibliografía


1. Rodrigo Miró y El Ensayo en Panamá

No hace mucho Margarita Vásquez presentó su ponencia «Dicotomías en los ensayos literarios panameños del siglo XX» durante la XXVI Semana de la Literatura Panameña «Rodrigo Miró Grimaldo». En esta ponencia, ella da una clasificación del ensayo en Panamá, bajo lo que denomina «los principales nudos conceptuales de discusión dentro de la literatura panameña» (2004: 96). Estos nudos conceptuales se definen de acuerdo a las discusiones que han determinado a los intelectuales y escritores panameños a lo largo del siglo XX.1 Efectivamente, lo que hace evidente este texto de Vásquez es la historia y el trabajo por hacer, para un estudio del ensayo en el país. El primer estudio sobre el ensayo en Panamá salió firmado por Rodrigo Miró, en 1981, que a primera vista parece una recopilación bastante arbitraria de ensayos, aunque no de temas y autores, pues no sigue una concepción clara sobre la producción del género. Si bien muchos de los autores allí incluidos son reconocidos ensayistas en el país, no encontramos los textos que han sido decisivos en las polémicas que han determinado la vida intelectual de generaciones de panameños. Además, aparte de que algunos ensayos no fueron registrados por año de publicación ni por la fuente de acceso, esta antología no llega a cumplir las expectativas de su propósito, aunque Rodrigo Miró anotara al final de su prefacio que la misma «dejaría a muchas personas insatisfechas» (XXXII). Sin duda alguna, como Miró anota, el ensayismo en Panamá ha seguido muchos temas, diversidad que él trata de expresar en su selección, pero mismo en esa diversidad no hay una coherencia de selección.

El Ensayo en Panamá de Rodrigo Miró revela una deficiencia característica de la intelectualidad panameña: su dificultad de trabajar en equipo. Miró, que era y (es) el  demiurgo de la literatura panameña, concibió esta antología en el marco de la Biblioteca de la Cultura Panameña, lista de publicaciones realizadas con el patrocinio de la administración de Aristides Royo. Seguramente el resultado hubiese sido otro si también hubiesen intervenido en esta publicación autores-investigadores como Elsie Alvarado de Ricord, Aristides Martínez Ortega, Gloria Guardia y García de Paredes, pero, posiblemente, no habría salido ninguna antología de ensayos. Sin embargo, a pesar de las deficiencias arriba anotadas, lo que también evidencia la selección de ensayos de Rodrigo Miró es el edificio fundacional, una especie de cronología generacional de la patria, que comienza con un preludio de Mariano Arosemena titulado «Reflexiones sobre la partida del bergantín «Amos Palmer», fechado 1833, doce años después de la independencia de España, y que es publicado en el diario de los liberales istmeños que propugnaban el libre comercio y el sueño de un canal interoceánico.2 En esta voluntad fundacional de Miró, que precisamente comienza con un ensayo de un patricio del Intramuros, hay una serie de discutibles tesis que se vienen repitiendo sobre la historia panameña. En la introducción de la antología, que es en sí mismo un ensayo, por su argumentación interpretativa y su estructura formal, el autor quiere presentarnos –ya en la recta final de la de la muy bien conocida Guerra Fría– el siguiente Panamá:

«Inmersos en un mundo erizado de conflictos, donde violencia y anarquía constituyen el rayo que no cesa, entre nosotros perdura, si bien a punto de perderse, un clima de pacífica convivencia. Es el resultado de la historia. La despoblación de nuestro territorio a partir de la conquista hispana, la peculiar naturaleza de nuestra economía –predominio de la economía terciaria, como hoy se dice– impidieron el arraigo de instituciones proclives a eternizar violentos contrastes en la estructura de nuestra sociedad. Ni la encomienda, ni la esclavitud desempeñaron aquí el papel que les caracterizó en otras regiones. Por ello, afortunadamente, nunca padecimos las agudas confrontaciones que son su consecuencia.» (XXXI)

Si hay un punto que Rodrigo Miró minimiza y «desconoce», entre otras cosas, como lo puntualizado en la cita ya leída, es la segregación que se ejerció, por parte de los panameños, y sus intelectuales, con respecto a la inmigración antillana.3 Y Miró ha sido uno de sus mejores exponentes, aunque fue uno de los primeros que recuperó a Federico Escobar, poeta negro del arrabal santanero. Pero éste no era de origen antillano, era «católico», y, además, escribía en español. No era cierto, como afirma Miró, que el problema del Canal –y todas sus consecuencias que de allí se derivaban– era una realidad ínfima de la realidad panameña (cfr. Miró, 1972). Pero este «desconocimiento» es más sorprendente si se considera que la inmigración antillana no estaba en los márgenes de la sociedad panameña, sino se concentraba en Panamá y Colón. Del mismo modo, este «desconocimiento» pasa por la ausencia de los intelectuales panameños-antillanos en la antología –Miró los menciona de pasada en el prólogo–  que no eran pocos y que habían intervenido en el espacio público a través de los periódicos y sus ensayos. Entre ellos habría que mencionar solo a George Westermann que con su ensayo Hacia una mejor comprensión (1946), prologado por Gil Blas Tejeira, dio muestras de uno de los fenómenos y conflictos que ha marcado más a la sociedad panameña desde que ha querido modernizarse: la inmigración. No es ocioso tampoco mencionar la ausencia de un intelectual panameño negro, de mucho renombre en Panamá, Armando Fortune. Y es que los intelectuales negros panameños, marcaban con sus ensayos, desde la década del cuarenta, el contrapunto de la pretendida «tolerancia» del pueblo panameño, ideología que adquirió un nuevo impulso en la ensayística filosófica de los jóvenes que se agruparon en torno a la Historia de las Ideas y el ecencialismo cultural.4

En este sentido, con respecto a la antología de Miró, es menos ocioso constatar la ausencia de mujeres ensayistas que no han sido pocas desde la década del sesenta, como las mismas Elsie Alvarado de Ricord, Gloria Guardia y Gloria Luz Mosquera de Martínez.5

 

2. Ensayo y modernidad en la ciudad letrada panameña: Roque Javier Laurenza

El Ensayo en Panamá de Miró sienta un precedente, tanto por sus deficiencias, como por sus aciertos. Entre uno de sus aciertos fue haber reconocido, efectivamente, el lugar del ensayo como lugar de producción privilegiado. De aquí que los intelectuales panameños, ya fuesen profesores universitarios, poetas o políticos, hayan encontrado siempre en el ensayo la forma explícita y concreta de escritura, que les permitiera intervenir en la vida pública. No importa qué requisitos debe tener un texto, para ser considerado como ensayo, ya sea «breve» (Miró: XXVII) o «muchos de los libros de crítica literaria» (Vásquez: 93), lo cierto es que el ensayo ha mostrado el peso del espacio público con respecto al desarrollo institucional del experto como científico.6 Ha sido el género democrático del espacio público que todavía no ha sido «desvalorizado» o «usurpado» por el especialista que, con sus rituales de legitimación escritural, puede ocupar un lugar distante y jerárquico en la producción intelectual, cuya preocupación central no sea el «goce estético» (Jaimes 2001: 16). Pero, de hecho, en muchos intelectuales panameños el «goce estético», que debe producir el ensayo, como pretendida obra de arte, es lo que menos les ha preocupado. Lo que más les ha preocupado es cómo intervenir en la vida pública y el ensayo, como género, por su flexibilidad y libertad, es lo que más se ha prestado a estos propósitos.7

En Panamá, uno de los ensayistas y poetas que modernizó a la ciudad letrada, es decir, la metió en el «nuevo orden» de ideas, inquietudes y preocupaciones de su época ha sido Roque Javier Laurenza quien, según Mendonça Telles y Müller-Bergh, fue el mejor teórico de vanguardia de Centroamérica (2000). Con su ensayo Los poetas de la generación republicana (1933), que desgraciadamente –o quizás afortunadamente– no está incluido en la Colección de la Nacionalidad de la Biblioteca Nacional, Laurenza sienta un hito en la historia de las letras panameñas, por haber realizado la crítica de la generación fundacional de la República, una crítica dirigida a la convencionalidad de la poesía fundacional, a la recuperación de la poesía –y, sobre todo, al ejercicio de la literatura– que no debe estar subordinada a los intereses del poder político y los caudillos de sable y la apertura a la poesía vanguardista de su momento. Quizás no esté fuera de lugar afirmar que, en Panamá, puede hablarse de antes o después de Los poetas de la generación republicana, un texto que Rodrigo Miró escuetamente comenta, así: «desde su memorable texto (…), Laurenza no ha vuelto a publicar en forma autónoma…»(1972: 297). Efectivamente, reconoce la existencia de la vanguardia en el país, pero la denota como los llamados vanguardistas (266, cursivas mías), queriendo decir mucho entre las líneas.8 Por años fue un debate en Panamá si hubo vanguardia o no.9  Hoy día es un debate que ha quedado en stand by, como enfriado bajo cero, sin embargo, ha sido uno de los capítulos más interesantes de la literatura panameña, porque es aquí donde frecuentemente se ha olvidado y se olvida que no solo la poesía, como género, debe ser considerada como género de vanguardia. La misma pregunta debe aplicársele al ensayo. ¿Podría hablarse de un ensayo de vanguardia? Y, si es así, ¿cuáles podrían ser sus características? Lo cierto es que el ensayo de Laurenza, por su lenguaje y forma, cumple, además, el goce estético que debe cumplir, punto que no ha sido lo suficientemente estudiado. En cuanto al ensayo de Roque Javier Laurenza ha sobresalido la posición ya planteada en 1964 por Ismael García en su Historia de la Literatura Panameña:

«Su única obra publicada, de la cual hemos hecho referencia antes, Los poetas de la generación republicana (1933), inició la revaloración de los poetas de la primera promoción republicana y provocó una honda conmoción en los círculos intelectuales panameños. A partir de este gesto de rebeldía, su producción literaria ha seguido su curso con largos períodos de silencio absoluto…» (1986:118; negritas mías).

Esta posición, con respecto a la «rebeldía» del texto, también la ha planteado Martínez Ortega (1961) y Carlos Wong Broce ha mencionado que el texto fue más devastador que crítico, más apologético de la nueva tendencia que un examen crítico (1971). Y su propio amigo Diógenes de la Rosa afirmó, de manera schelleriana, que el texto es resultado del «resentimiento generacional» (1986:193). Esta posición, con respecto al texto de Laurenza, lo ha confinado a ser el producto de un espíritu joven que, por cierto, y aquí todos coinciden, removió la  tranquilidad y la estrechez de los letrados de aquella época. Cuando Laurenza leyó este ensayo –valga la pena resaltar que fue una conferencia– en el plantel educativo-fundacional de la república el Instituto Nacional, un instituto, cuya arquitectura es neoclasisista, contaba apenas con veintiséis años de edad. Era un joven autodidacta, cuya madre había sido profesora de escuela, y vivía desde niño en la intimidad de familias políticas panameñas como la de Aizpurú y del mulato liberal, presidente de Panamá, Carlos A. Mendoza. No había nacido en la Ciudad de Panamá, sino en provincias, en Chitré, en 1910. De los jóvenes vanguardistas –que eran amigos, no solo literariamente, sino también personalmente– era el más joven.10 El único, en fin, que había nacido en la Ciudad de Panamá era Diógenes de la Rosa. Ninguno de los tres era romántico-rodoniano, aunque de manera diversa les preocupa sentar el «ser» panameño, y más bien eran advertidos curiosos de lo que pasaba fuera de las fronteras de Panamá. Especialmente, Diógenes de la Rosa y Roque Javier Laurenza se habían formado leyendo Revista de  Occidente de Ortega, y admiraban al maestro español.11

Todos estos datos son necesarios, porque, sin duda alguna, a pesar de la conmoción que logró el ensayo de Laurenza, nunca ha sido integrado en los programas oficiales de educación. Si bien el autor perteneció al establishment literario –y al político por su carrera diplomática– su texto ha sido tratado como un ensayo marginal y fue solo editado oficialmente a su muerte en 1985 por la revista Lotería y, además, está ahora digitalizado por la Biblioteca Nacional.12 Sin embargo, la marginación del texto, y su marginalidad habla por este texto, que no termina de estar presente en la «memoria» de la ciudad letrada panameña. La paternidad, de la moderna literatura panameña, que nace de la crítica de la poesía fundacional de la República –por su método una crítica inductiva-analítica cartesiana– es negada y, frecuentemente, reducida al impulso de un muchacho, porque, efectivamente, toda la crítica literaria que se inicia con Rodrigo Miró en 1947 es una crítica preocupada, sobre todo, por fundamentar las bases de la nación romántica en el contexto de la Guerra Fría.13

Los poetas de la generación republicana era una nota discordante en la melodía patriótica. De hecho, en este ensayo de Laurenza, los lectores panameños han leído con respecto al progenitor de Rodrigo Miró, el poeta Ricardo Miró, uno de los  padres fundacionales de la poesía republicana, con su poema Patria (1904), que era un poeta sin cultura, y de Gaspar Octavio Hernández, otro padre fundador de la poesía republicana, con su poema Canto a la Bandera (1915), que también carecía de la misma. Pero el concepto de cultura, que manejaba Laurenza, era de origen ortegueano. Lo había tomado de Meditaciones del Quijote, publicado en 1914, y se refería a la seguridad y la estabilidad de la forma y del gusto estético. Le criticaba a los padres fundacionales el hecho de ser «hombres sin cultura, impresionables…» (37), y que no tenían criterio estético seguro que dirigiera sus trabajos.

Naturalmente, en este ensayo, Laurenza no podía tener la «distancia» que, por ejemplo, poseyera Elsie Alvarado de Ricord, al caracterizar por la «nostalgia» a los poetas fundacionales Miró, Hernández y Olimpia de Obaldía (1961: 39). Llama la atención que en su ensayo la poetisa y lingüista escribe sobre estos poetas fundacionales, después de haber existido un texto que, hacía quince años, había creado, más que destruido, a una generación de poetas: la republicana. Por supuesto, el elemento «nostálgico» –que es fractura y resultado de la modernidad– no pasó desapercibido para este joven iconoclasta, pero lo que a él le interesaba destruir era el sentimentalismo patriotero. En Ricardo Miró recupera el tono nostálgico-simbólico de su poesía. Y en Hernández, por su prematura muerte, ve interrumpido el desarrollo de un autodidacta, cuya poesía pudo haber ganado en esencia.14 A María Olimpia de Obaldía no la incluye en su selección. Hasta 1930, la generación republicana, había existido en una serie de publicaciones y revistas. Y, además, en antologías, que, según Laurenza,  citando en tercera persona a un escritor francés, parecían más bien un «directorio telefónico»: «Si repasamos las antologías que andan por ahí, encontraremos, enseguida, que no ha sido una estricta pulcritud literaria la que ha decidido la escogencia de los trozos seleccionados sino la simpatía personal o política, unas veces, y el deseo de lucro, las más» (12).

Si hay un texto en Panamá, que es terriblemente sincero por su crítica, y profundamente «nacional», por su voluntad de darle fundamento a la generación republicana, es precisamente Los poetas de la generación republicana, coherente con una época en que las vanguardias latinoamericanas se preocupaban por crear y fundamentar sus culturas nacionales. Lo que le interesa al joven ensayista es darle fundamento a lo nacional, a la cultura nacional, a lo popular, que no puede encontrarse en el «patriotismo» de un pueblo en gestación, por estar siempre «apresurado» en crear sus propios valores (13). Pero, en Laurenza, el pueblo, más que una entidad abstracta, era la búsqueda «individual», «vertical», cuya poesía sería expresión más sincera y cabal de lo que era la patria (86, 87).

 

3. Para una historia del ensayo y la Guerra Fría en Panamá

Esta concepción de Laurenza, en sus ensayos y poesías, es un hilo que nos permitiría guiarnos en una historia del ensayo en Panamá, a partir de Los poetas de la generación republicana, porque es aquí que se hace conciente la crítica y la crisis de la modernidad en Panamá, pues se plantea el debate entre la cerrazón en el ideal romántico de nación y la apertura a la diversidad –y la ocupación neocolonial– que planteaba el hecho mismo de la existencia del Canal. La inmigración, en efecto, fue asociado a la ocupación neocolonial, a esa franja estrecha de territorio que cruzaba el istmo, bajo la administración norteamericana. Aquella idea de Laurenza, con respecto a la nación, es decir, que parte del individuo, daba la oportunidad a todos de participar en la misma, no importara su color, su lenguaje y procedencia. Pero, efectivamente, esta no era la posición predominante, desde los años veinte, que es relativamente dominada por la cerrazón romántica, especialmente, a partir de la «desilusión» con respecto a las expectativas económicas del Canal15. Y uno de los intelectuales panameños, novelista y ensayista, que mejor representó esta cerrazón cultural romántica, a pesar de haber tenido éxito como abogado, precisamente en un país como Panamá, que se caracteriza por su plataforma de negocios, fue José Isaac Fábrega16. Éste, desde los años treinta, con su mini-ensayo que introduce su novela Crisol, que Miró desestima por no lograr infundirle «vida real a sus personajes» (1971: 275), persigue que el «antiguo tipo criollo se continúe perpetuando», pero sin caer en «el manido diálogo campesino de carácter estrechamente localista…»(2002:17). Con José Isaac Fábrega no se pretende salir de la modernidad, es decir, la apertura que significó la construcción del canal, recreándose mundos románticos campesinos, sino que se sigue con el mito decimonónico del crisol de razas, pero sin negros antillanos, y se convierte en el signo que debería incrustarse en la realidad para reemplazar justamente la disolución de la pretendida comunidad imaginaria del criollo nacional.17

El ensayo de Laurenza de 1933 no responde al Zeitgeist de los años treinta, a pesar de acentuar la búsqueda de lo nacional, pero, por el individuo. Y menos responderá a la cerrazón romántica que sigue a la Segunda Guerra Mundial: la Guerra Fría. ¿A partir de aquí no será posible comprender el largo silencio de Laurenza a la cual se refería Ismael García? Es como si los intelectuales panameños hubieran cerrado fila bajo la bandera romántica, donde no podrían caber opiniones u otras posiciones ensayísticas, como lo planteara el filósofo y educador Rafael E. Moscote en su ensayo de 1961.18 Cuando Moscote escribe este ensayo a principios de aquella década y momento clave de la Guerra Fría por haberse levantado el muro de Berlín, por la declaración de Fidel Castro de que la revolución será socialista,  por las independencias de las antiguas colonias europeas, los intelectuales panameños ya venían desde la década del cuarenta, especialmente, desde sus ensayos filosóficos19, y literarios, trabajando en la nación romántica, donde la ciudad de Panamá y Colón –con sus «batallones escandalosos de negros jamaicanos» (Jurado 78: 44) y con su «carácter virtualmente  extranjero» (Sinán 57: 104)– eran el origen de todos los males del país. Era la época en que algunos ensayistas no publicaban en Lotería un texto que no tuviera la afirmación explícita de ser «panameño» como en el paradójico caso del novelista y periodista Gil Blas Tejeira y otros más radicales que además le agregaban «de origen», como Baltasar Isaza Calderón, pues, efectivamente, habían panameños de origen antillano o nacionalizados. Mismo el geógrafo español nacionalizado, Ángel Rubio, no firmaba sus ensayos en Lotería sin esta referencia como  «panameño». Valga la pena resaltar, entre los  intelectuales de la década del cincuenta, fue éste quien justamente afirmó en su estudio sobre La Ciudad de Panamá (1950), que es un conjunto de ensayos, lo que prácticamente nadie quería escuchar, a pesar que no logró comprender la posición de Panamá, dentro de la exigencia de modernidad en el siglo XIX: 

«No son sólo avatares de la ruta los que trajinan la vida de la urbe panameña durante el siglo XIX haciéndola danzar a la deriva y al compás del ritmo que imponen cielos históricos fugaces y extraños como la California y la época del Canal Francés. Hay al lado de ello, y por debajo y por encima, otra función de trascendencia, más propia y peculiar y que hace de la ciudad el nervio-motor de la nacionalidad panameña en su albor y en su proceso de desarrollo. Nos referimos al despertar a una vida política vivaz e inquieta que tiene como meta, cada día más perfilada, la independencia del Istmo. El aliento espiritual de la urbe, que se manifiesta en múltiples formas de actividad, le hace ir cobrando conciencia de capital, de cabeza y corazón del Estado que se entrevé y que, desde pronto, se siente y presiente con intensidad que aumenta cuando los años corren. La ciudad se va tornando en el meollo de esa conciencia política y juega en este juego hacia la libertad su papel y elemento de director. Nunca mejor que en ese proceso se la ve caminar hacia el fin exacto de síntesis de la patria, aunque la Patria al nacer aparezca casi como una Ciudad-Estado. De todos modos, la ciudad irá adelante, cualesquiera que sean la escala y las dimensiones de los hechos, como el protofenómeno de la cultura panameña.» (1999:71)

Rogelio Sinán hace referencia, en su ensayo Rutas de la novela panameña –que es firmado, valga otra vez la observación, como «panameño»– a esta cita de Ángel Rubio para contraponerla al ruralismo de Ramón H. Jurado y concluye que no importa si la novela sea rural o urbana, porque lo importante es lograr «su anhelo de comunión universal»(110). Lo cierto es que la novela Plenilunio (1947) de Sinán fue, «desde la ciudad» y, «dentro de la ciudad», la novela que quiso mostrar la corrupción y la descomposición de esa misma ciudad que se proponía, como señala Ángel Rubio, ser el motor de la nacionalidad. El cosmopolitismo de Sinán no era recuperar a la ciudad como proyecto de modernidad, sino, por un proceso de crítica alegórica, salir de ese proyecto que, según el economista alemán muy conocido y residente en el país Richard F. Behrandt –que Sinán cita en su ensayo– había sido distorsionado por  el monocultivo de Panamá: el canal. Lo que precisamente olvidó toda esta crítica ensayística de la modernidad neocolonial panameña, una crítica que encuentra su formulación esencialista en Octavio Méndez Pereira en su ensayo de 1940,20 era que este monocultivo –que es la economía de tránsito en Pereira– no era más que la punta de lanza de una economía diversificada de servicios, ya en gestación desde la época colonial.

El hecho es que, dentro del contexto de la Guerra Fría, la tarea era cómo salir de la modernidad panameña o romantizarla  a través de toda una producción ensayística que encuentra a uno de sus mejores exponentes literarios en Baltasar Izasa Calderón, cuando designa el «cosmopolitismo» como la característica extranjera a lo nacional (1957). Con este ensayista hay una búsqueda de lo hispánico, una necesidad de identidad romántica, que ya viene desarrollándose desde los años veinte al fundarse La Academia Panameña de la Lengua por iniciativa de Ricardo J. Alfaro, político-intelectual, negociador de los tratados del Canal en 1924 y 1936 y Presidente de la República en 1932. Se  exilió en los Estados Unidos en 1940 para retornar al país cuatro años después.21

En la década del cincuenta se escribieron ensayos decisivos que puntualizarían qué es la nación por parte de filósofos, historiadores, abogados, escritores, geógrafos. Entre uno de los debates que conmovió a la opinión pública fue precisamente protagonizado otra vez por Roque Javier Laurenza al dar la conferencia «El Panameño y la nación» (1957), como respuesta a la conferencia de José Isaac Fábrega «¿Panamá es una nación?» (1957). Ambas conferencias fueron dictadas en la Universidad de Panamá y la de Fábrega comenzó, así: «Al comunismo no le interesa la nación como entidad permanente, pues la nación se explica sobre todo como base y esencia del Estado. Y, como dijo José Stalin en su discurso ante el congreso comunista de Julio del año treinta: «el máximo desgaste del Estado con el objeto de preparar la desaparición del estado: tal es la fórmula marxista» (12). Efectivamente, muchos de los nacionalistas culturales panameños, ya fuesen abogados, geógrafos, historiadores, folkloristas, escritores, no eran comunistas, más bien veían en el comunismo una verdadera amenaza a las tradiciones culturales del país que, según ellos, era  predominantemente católico, criollo-hispano y, al mismo tiempo, por esta misma razón, rechazaban la influencia americana, y, sobre todo, la lengua inglesa, que era portadora la población negra-antillana22. Para sostener esta tesis, entonces, Fábrega cita el ensayo de George Westermann Para una mejor comprensión en la cual éste escribe que los antillanos mismos habían levantado sus propios espacios.23 Pero a lo que no hicieron referencia Fábrega, y los nacionalistas culturales, tanto de derecha como de izquierdas, es que los hijos de los antillanos, desde las primeras inmigraciones a Panamá, muchas veces no eran aceptados en las escuelas primarias y se rechazaba el inglés como lengua que también se podría enseñar en las mismas.24 Los antillanos, para Fábrega, como los indios y los analfabetos, eran, además, los «resentidos de la nación» –la aplicación de Scheller en la Guerra Fría en el contexto neocolonial–  y, por tal motivo, no participaban de la nación, aunque, eso sí, por intermedio del fortalecimiento del Estado, deberían ser aculturados e integrados a la misma.

Lo que resalta a la vista, en los ensayos, entre 1940 y 1960, es que pocos son los ensayistas panameños que no subordinen el ciudadano a la cultura nacional, a la criollo, al pueblo romantizado. Prácticamente, uno de los pocos ensayistas de renombre –aparte de Roque Javier Laurenza– que creía en el ideal ilustrado del ciudadano, de la democracia como un sistema de oportunidades para todos, era, precisamente, George Westermann, que sostenía una posición crítica frente a la política de segregación racial y cultural tanto de los Estados Unidos en la antigua Zona del Canal y de las sucesivas administraciones panameñas.25

El ensayo de Roque Javier Laurenza, que es escrito en el contexto del debate que plantea José Isaac Fábrega, apunta no solo a refutar las tesis planteada de que los intelectuales, políticos, escritores, periodistas –sobreentiéndase criollos– son lo que sienten y llevan a la nación, es decir, la llamada clase dirigente del país. También aquél desarrolla un cierto esencialismo que era parte de su crítica de la situación panameña neocolonial, pues ve el problema en que esta llamada clase  dirigente está conformada por el «hombre típico», precisamente impulsado por sus intereses materiales:

«En su conocida tesis, Fábrega coloca a la muchedumbre pasiva de los indígenas y a los hombres de almas extranjeras; y en la cúspide a unos panameños capaces de sentir, captar y recibir a la nación, según él dice. Ahora bien, en Panamá no existe una clase dirigente absoluta, totalitaria y excluyente. La verdad, en cambio, es que existen clases dirigentes, apenas separadas por leves y abordables muros, y dentro de ellas algunos hombres y contados grupos que sí sienten, comprenden y sostienen la idea de nación. El hecho real y evidente es que el hombre típico de estas clases dirigentes posee una maquinaria gnoseológica defectuosa y es un Ser incompleto, cuya inauténtica vida transcurre en el plano elemental de las urgencias vitales. De aquí, por ejemplo, la ocurrencia de que nuestro Estado –creación amorosa de esos hombres y grupos nacionales escasos– sea, a veces, un Estado anti-nacional, como observó agudamente Lasso de la Vega, por la simple razón de que es un instrumento del hombre típico. Aunque en una conferencia de esta índole no son necesarias las alusiones concretas, conviene, sin embargo, señalar, al paso, que la presencia en Panamá de una masa de forma y contenido extranjeros se debe a que ella fue mantenida entre nosotros porque servía a las urgencias vitales del panameño que por ellas se caracteriza y define.» (14)

En este esencialismo laurenzeano, cuya nación no puede ser alcanzada mientras no se termina con la urgencias vitales, hay una legitimación de la modernidad –simbolizada por los hombres de alma extranjera– por el camino de un fatalismo inevitable. Y a partir de aquí el camino de alcanzar a la nación es dado a cada individuo que logre levantarse de sus urgencias vitales. Esta elevación, según Laurenza, solo puede alcanzarse a través de la cultura, cuando se venza al especialista que es producido justamente en las universidades, cuya enseñanza está sometida a las urgencias vitales del momento. Y es aquí el punto de la crítica de Laurenza a esa llamada clase dirigente y, al mismo tiempo, la puerta de entrada para darle a todos la oportunidad de sentir y participar en la nación. Laurenza, en su giro humanista –que en verdad es un giro de las tesis de Ortega y Gasset ya planteado en la Rebelión de las Masas de entender la modernidad por su crítica– se coloca en la antípodas del Zeitgeist de los años cincuenta que está dividido entre el hispanismo de la Academia de Lengua y los filósofos profesionales ya fuesen esencialistas o de la Historia de las Ideas. Sin embargo, la posición de Laurenza era marginal, como también lo era la posición de Rafael E. Moscote, filósofo que representaba en Panamá el equilibrio entre el pragmatismo americano, corriente que ya en Panamá se había establecido con los liberales educadores en la década del veinte, y el ideal humanista-universal del espíritu. Efectivamente, la cerrazón intelectual y espiritual, que domina en el contexto de la Guerra Fría en Panamá, fue la camisa de fuerza romántica que terminó imponiéndose en sus diversas matizaciones, fue la búsqueda de la introspección nacional, y que está muy bien representada en la novela-ensayo el Desván (1969) de Ramón H. Jurado, una novela que en su tiempo fue recibida por la crítica panameña como la mejor del autor, por ser «universalista», al contrario del ya agotado y estereotipado ruralismo de los años cuarenta, y que vista desde hoy representa precisamente la depresión y la cerrazón de un intelectual frente al mundo que, tumbado en su desván tropical, confiesa: «yo nací en el miedo (…) Es curioso: la gente tiene miedo de pensar y está viva, viva como yo» (59).

© Luis Pulido Ritter


Bibliografía

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Wilson, Carlos Guillermo, 1975: «Aspectos de la prosa narrativa panameña», tesis de doctorado inédita. University of California, Los Ángeles.

Notas

arriba

vuelve 1. «Lo estético como valor evolutivo fundamental de la poesía (Laurenza); la afirmación o la negación de una poesía vanguardista panameña (Martínez Ortega y Guardia); ruralismo y cosmopolitismo (Jurado y Sinán); rasgos identitarios nacionales y rasgos identitarios culturales (Menton y Rodríguez Coronel); irrealismo y realismo (García de Paredes y Pedro Rivera); literatura popular y literatura artística (Premios Miró); en la práctica, ensayo literario poético en oposición al ensayo literario-temático; género y cultura (Ferrer Valdés y Badano en oposición a la literatura «masculina»); introducción a las teorías generacionales a través del siglo (Miró, Martínez Ortega)» (96).

vuelve 2. Lo curioso de este primer ensayo es que muestra qué tan concientes eran los patricios del intramuros de sus intereses comerciales, a pesar que el propio Miró –en medio de las ideologías de la Guerra Fría– dijera lo siguiente: «La conciencia de clase, tal como la entiende el marxismo, es fenómeno inexistente en la literatura política del siglo pasado y primeras décadas de la República. Es que no se da todavía la realidad condicionante» (XXXI).

vuelve 3. Para tales efectos, ver: Wilson, Carlos Guillermo, 1975: Aspectos de la prosa narrativa panameña contemporánea.

vuelve 4. En Panamá, el representante de esta corriente de la Historia de las Ideas fue Ricaurte Soler que, con su ensayo de graduación, para adquirir el título de filosofía, participó de esta mitificación: «En Panamá, el fuerte sentido de lo relativo, y una psicología de amplia tolerancia, características de nuestro pueblo, como de todos los pueblos que en la historia desempeñaron una función transitista…» (1954:.43). 

vuelve 5. A esta lista podrían agregarse, entre otras más recientes, a las poetisas Stella Sierra, a Isis Tejeira y a Moravia Ochoa, a la filósofa Edilia Camargo, a Vilma Ritter, cientísta política y ex–miembro del consejo editorial de la revista Lotería, que han publicado en revistas y periódicos diversos.

vuelve 6. Norbert Elias da unas sugerentes reflexiones sobre las diferencias de Alemania y Francia con respecto al lugar de los intelectuales, el espacio público, y el experto (1976).

vuelve 7. Efectivamente, esta libertad que ha permitido el ensayo, donde incluso libros –que son un conjunto de ensayos– han sido leídos y escritos como tales, es lo que también ha tenido consecuencias para la investigación en Panamá, como la primera biografía de Justo Arosemena, realizada por Octavio Méndez Pereira en 1919. Como ensayista que era, pero también como investigador, presentó una biografía del jurisconsulto y político panameño del decimonono, en la cual faltan los datos de dónde fueron adquiridas las citas y así se dificulta seguir las pistas de investigación. Muchos ensayistas panameños, ya fuesen filósofos, políticos o poetas, no se han sentido obligados a cumplir esta formalidad.

vuelve 8. En su ensayo Teoría de la patria (1947), Miró había afirmado: «Próximo en el término de este panorama, penetramos la frontera de lo que se ha llamado entre nosotros, con harta impropiedad, poesía de vanguardia. Y digo impropiamente porque, en rigor de verdad, en Panamá no hemos vivido la experiencia. Lo que, generalizando, se llamó vanguardismo tuvo una existencia efímera» (120).

vuelve 9. Entre los que afirmaron que no hubo Vanguardia estaba Gloria Guardia (1992) y en cuanto a su tardanza Jaramillo Levi (1980). Pero sí la hubo en Aristides Martínez (2001) y en Elsie Alvarado de Ricord (1992).

vuelve 10. El tabogano Rogelio Sinán (poeta, ensayista, novelista) y Diógenes de la Rosa (ensayista) nacieron en 1904. Guillermo Andreve, por su parte, escritor y político liberal-republicano, dibuja muy bien -según su prisma- la irrupción de la modernidad de la literatura panameña y recuerda un poco a Octavio Paz al caracterizar a la vanguardia como la tradición de la ruptura (1990): «Roque Javier Laurenza, con su predominio del ancestro italiano meridional, es atrevido, verboso, pero no ha roto por completo los viejos moldes retóricos, aunque los ataque por deporte y por alardes de iconoclasta. Posee una fibra poética vigorosa, es rico en imágenes; y el estudio, la disciplina, y sobre todo Nuestra Señora la Voluntad, lo llevarían a gran altura si fuera más constante en su trato con las musas. Más que él, Sinán y Bermúdez, en que la juventud, influida por el desequilibrio de los valores espirituales, a confusión de ideas y la bancarrota de la cultura, es presa de inquietudes inexplicables y de anhelos confusos; ansiosa de cortar el hilo de la tradición marcha al encuentro del porvenir con nuevas ideas, nuevas formas y nuevos métodos y hasta ahora solo ha conseguido perderse en un bosque intrincado en que cada árbol es un enigma y cada piedra un jeroglífico» (1940: 95).

vuelve 11. A Diógenes de la Rosa nunca se le menciona como vanguardista, porque no fue poeta o narrador. Pero su ensayo El tres de Noviembre (1930), que es dialógico, y que también fue leído como conferencia en el Municipio de Panamá, está marcado por este espíritu vanguardista, que quiere terminar la manera de «relato» de la historia hecha por los historiadores republicanos, para acercar la historia a la vida: «Pero quedaría incompleto el examen de este retazo de historia si no ensayásemos una explicación del mismo. La historia viva no puede ser sólo relato. Ha de importar también la crítica» (1954:14). 

vuelve 12. La revista Lotería –seguida por la revista Tareas editada desde los sesentas– es la fuente principal para estudiar la trayectoria intelectual del ensayo en Panamá. Aquélla fue fundada en 1941 bajo la administración de Arnulfo A. Madrid: «Esta publicación será gratuita de manera que pueda llegar hasta los hogares más humildes» (citado por Escarreola 2005: 6).   

vuelve 13. Esta dificultad, con respecto a la vanguardia, también se manifestó alrededor del modernismo «la literatura, es entonces, condición de extranjería (101). Esta posición, con respecto al modernismo y, especialmente, con Darío Herrera, Miró la termina corrigiendo, sin dejar de acentuar el corsé romántico, y, al mismo tiempo, el mito del pueblo cosmopolita y universal, para  legitimarla frente a sí mismo y los letrados nacionales, así: «Por último, quiero aclarar y completar una afirmación mía poco feliz inserta en los «Apuntes sobre Darío Herrera», por muchos aceptada y repetida sin crítica. Le califiqué entonces como «el escritor menos panameño que se puede dar». Quise decir, en rigor que en su obra no se percibe interés en subrayar, como digno de especial atención, el tema o ambiente panameños. Pero muchos de sus poemas, en especial sus sonetos, son claras descripciones de nuestro paisaje, y cuentos y crónicas suyos están ambientados en Panamá. Si eso no fuera suficiente, el espíritu cosmopolita que penetra toda su obra es característico de nuestra ciudad. Herrera representa, muy cumplidamente, lo que hay de universal en el carácter del panameño. Quede claro» (1970: 22). 

vuelve 14. Con respecto a Hernández, Laurenza escribe: «Hernández era negro y le dolía la piel. A pesar de su inteligencia y cultura, tuvo siempre como una desgracia su color. Nutrido de historias griega y latina, de lecturas francesas con abates rubios y princesas pálidas, viviendo en Panamá, donde a pesar del poco África que se lleva en el alma y en el cuerpo se tienen esta baja clase de conflictos, no tuvo la suficiente rebeldía como para echar por tierra todos los prejuicios, y sucumbió ante ellos. Tuvo siempre como obsesión la blancura» (101).

vuelve 15. En este sentido, Peter Zock muestra esta cerrazón romántica que se presenta, incluso, en los políticos- intelectuales social-liberales como Octavio M. Pereira (1997). No obstante, éste más que representar la cerrazón romántica con respecto a la modernidad, caracterizóse por la ambivalencia de sus posiciones que terminó resolviéndose de manera romántica en 1940 con su ensayo Panamá, país y nación de tránsito.

vuelve 16. «Aficionado al párrafo largo y la adjetivación larga, es castizo escritor, de inconfundible acento personal» (Miró 1971: 289, negritas mías).

vuelve 17. En este sentido, el mismo Roque Javier Laurenza escribió un ensayo sobre la novela Crisol. Y después de afirmar lo que algunos no querían escuchar, es decir, que el panameño era un cocktail étnico, escribió: «Esta novela es la novela del criollo. Es el drama que culmina con el amor de los dos personajes de la obra, sólo se unen el vino de Málaga y el jugo dulce de la caña india al fuerte y rubio licor de los sajones. Fábrega es el novelista que le faltaba desde los días de la Emancipación, a los criollos, a los nietos de los españoles» (citado por Jurado 78:49).

vuelve 18. «Está tomando cuerpo entre nosotros  la idea de que el conocimiento de la realidad nacional, así como los entusiasmos inherentes a la vida espiritual del panameño, son contrario a los quehaceres y a las inquietudes de otros pueblos de mayor tradición cultural que el nuestro. Los que así piensan se imaginan que los afanes del intelecto y el juego de las ideas del panameño deben circunscribirse a los límites que le trazan su conformación geográfica, su tradición histórica y los imperativos de la vida política, social y económica que le circunda. Que los afanes y las inquietudes intelectuales deben orientarse excluidamente hacia la búsqueda de lo que ellos denominan, con cierta vaguedad, la esencia de lo panameño, como si ello fuera una cuestión antinómica o excluyente con respecto a las tareas del espíritu» (1961: 7).

vuelve 19. Entre los ensayos filosóficos más representativos de este nacionalismo cultural están el de Ricaurte Soler Pensamiento panameño y concepción de la nacionalidad durante el siglo XIX (1954); Diego Domínguez Caballero Esencia y aptitud de lo panameño (1946); Isaías García Naturaleza y forma de lo panameño (1956). Diógenes de la Rosa, que sigue una concepto ortegueano de nación desarrollado en España Invertebrada  (1927), como proyecto y voluntad, ya expuesto en su famoso ensayo de 1930 Tamiz de Noviembre, escribe el prólogo de la obra de Isaías García y toma distancia de esta corriente al afirmar, lo siguiente: «buscar lo invariable en el espíritu o las manifestaciones de un pueblo como entidad nacional o la universalidad en sus particularidades expresivas temporales, lleva siempre a resultados conocidos» (XV). Y para un estudio muy interesante de la formación de estas corrientes filosóficas ver a Patrick Romanell La formación de la mentalidad mexicana (1954).

vuelve 20. Ya en Los poetas de la generación republicana, Laurenza también señala la decepción de los criollos con respecto a las expectativas del canal y, sobre todo, el carácter material del espíritu nacional. 

vuelve 21. Ricardo J. Alfaro escribió un diccionario de Anglicismos que tiene el siguiente subtítulo: «Enumeración, análisis y equivalencias castizas de los barbarismos, extranjerismos, neologismos y solecismos que se han introducido en el castellano contemporáneo» (1950).  Lo interesante de este diccionario, entre otras cosas, es que Ricardo J. Alfaro  «desconoce», en su prólogo, que es un ensayo, la presencia de la cultura y el pensamiento inglés en los políticos e intelectuales panameños del siglo XIX, especialmente, en Justo A. Arosemena, para citar un caso relevante. A él le preocupa afrancesar al siglo XIX panameño, como también le preocupó a los filósofos de la historia como Ricaurte Soler.

vuelve 22. José Isaac Fábrega, escribe, por ejemplo: «Panameños que no captan, y no reciben a la nación porque no pueden entenderla. Son una parte apreciable de los 57.634 panameños radicados en jurisdicción de la República y especialmente en Panamá, Colón y Bocas del Toro, más los miles de panameños radicados en la Zona del Canal, que se expresan en inglés, y transmiten a sus hijos el inglés que recibieron, y absorben la cultura en el idioma inglés, y sólo saben la tradición, de historia, de arte, y de manera de vivir aquello que se halla impreso en los volúmenes ingleses. Porque no sólo hay la circunstancia de que tales panameños, no aportan, en lo objetivo, su cuota de aglutinante o argamasa para una misma lengua nacional, sino que ellos, además, –y esto es aquí lo importante– no tienen el instrumento interno primordial para captar a la nación en sus líneas y esencias» (21).

vuelve 23. Ya lo dijo el talentoso Jorge Westermann al referirse al problema panameño de asimilación de ese grupo: «Enviaron los que vinieron al Istmo sus hijos a pequeñas escuelas particulares, usualmente conectadas con una iglesia, y en donde aprendieron historia inglesa, geografía y cívica, contaron en libras, chelines y peniques e ignoraron completamente el hecho de que vivieron en Panamá» (22).

vuelve 24. A este respecto ver el olvidado estudio – y casi nunca citado texto– de Alfredo Cantón El desenvolvimiento de las ideas pedagógicas de Panamá (1955).

vuelve 25. Para un estudio interesante sobre la población antillana en Panamá hace casi siete lustros atrás, que pone en entredicho la llamada «ausencia» de integración de esta población, ver el ensayo de Carlos Castro Notas para una sociología del negro antillano (1972), en el cual el autor afirma: «Si analizamos los datos del censo de 1950, con la cautela que imponen estos datos, advertiremos que  «el problema antillano», hace casi un cuarto de siglo, se concentraba en toda su magnitud, solo en la provincia de Bocas del Toro; ya que mientras en la zona de tránsito el porcentaje de descendientes de antillanos (que constituyen la mayoría de esa población) que hablaba en inglés en forma casi habitual era de solo 17.5%, en Bocas del Toro era de 47%. Sin embargo, no parece existir, en la actualidad, dato alguno que ilustre un alto grado de integración en la ciudades terminales, ni siquiera en el aspecto idiomático. Este hecho, solo puede, teóricamente, por la existencia de una «cultura antillana» capaz de desarrollar su propia dinámica y de adaptarse a diversas situaciones, incluyendo los estados formales de integración a la nacionalidad panameña» (23).


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