Consideraciones en torno al poder y la violencia
en Margarita, está linda la mar de Sergio Ramírez
Universidad de Costa Rica
1. Observaciones preliminares
Con fundamento en la trama de la novela, seleccionaremos algunos fragmentos que expresan con mayor énfasis el fenómeno del poder y la violencia. Es decir, ilustraremos algunas partes del texto que abordan desde una situación retórica, los ejes poder- violencia. Este estudio está matizado por algunas consideraciones históricas que concuerdan con el argumento de fondo: un segmento del pasado en la historia de Nicaragua y transcurrido bajo la sombra de una dictadura militar encabezada por Anastasio Somoza García (1896-1956). Aquí está presente la figura del poeta Rubén Darío (1867-1916) que constituye otro eje articulador del texto en concordancia con un tercer personaje: Rigoberto López Pérez –el poeta– quien dará muerte al tirano.No omitimos indicar que en las primeras líneas de este trabajo, se esbozará un acercamiento general a la literatura de América Latina y el Caribe, particularmente en Centroamérica y sus antecedentes e intercalados por situaciones históricas. Tomaremos como referencia las corrientes que antecedieron al «Boom» de la literatura latinoamericana y al mismo «Boom» para desembocar en los denominados novísimos narradores. Asimismo, se tendrán en consideración tres elementos paratextuales que constituyen parte integral de la obra publicado por la Editorial Alfaguara, ello en virtud de convertirse en un componente revelador para la comprensión de la propuesta que nos ofrece Sergio Ramírez.La novela citada recibió junto con Caracol Beach del cubano Eliseo Alberto, el Premio Internacional Alfaguara en 1998; ambas fueron las ganadoras entre 602 novelas participantes, además de la publicación simultánea en España e Hispanoamérica.
2. Aproximaciones histórico-literarias sobre América Latina y el Caribe
La segunda mitad del siglo XX fue sin duda un periodo de la historia latinoamericana y caribeña con profundas transformaciones, tanto económicas como políticas y socioculturales. En cuanto a los cambios macroeconómicos, operados en los países industrializados después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), éstos llegaron a la región con sus respectivas variantes. La denominada Edad de Oro tuvo repercusiones de diversa naturaleza en el emergente Tercer Mundo de posguerra y no fuimos la excepción por los múltiples contrastes sociales (Hobsbawm, 1996).
Los procesos de urbanización y la explosión demográfica del momento aceleraron su marcha en diversas ciudades del continente americano: Buenos Aires, Sao Paulo, Santiago o Ciudad de México habían perdido desde hacía décadas su carácter de ciudades pequeñas; con ello se agudizó el quehacer propio del sujeto urbano contemporáneo del continente.
De una u otra forma, aunque en menor medida, Centroamérica no fue ajena a estos cambios complejos que sufrió Nuestra América: Managua, Tegucigalpa, Ciudad de Guatemala, San Salvador o San José recibieron «los productos» político-militares, tecnológicos y culturales provenientes del mundo desarrollado, en particular, de los Estados Unidos de Norteamérica que reafirmó su impronta sobre el Istmo (Carmagnani et.al., 1999).
En cuanto a los mass media, sobre todo la televisión, se convirtió en pocos años en un vehículo transmisor de estilos de vida; las costumbres anglosajonas llegaron hasta nuestros hogares con prontitud. El cine que por décadas había contribuido a modelar el comportamiento de las algunas colectividades, encontró un relevo contundente con la televisión estadounidense. No debemos subestimar a los periódicos, las revistas, la radio y al mismo cine. Los cambios que se venían operando, aceleraron más el paso ante este escenario.
Amén de lo anterior, se produjo una notoria transculturación en América con una fuerte dosis de la cultura de masas estadounidense: rock, liberación sexual, drogas, impregnaron con hondura a los sectores populares urbanos latinoamericanos (Rama, 1981: 23, 24). Las zonas rurales recibirían esta embestida tiempo después; mucho había cambiado el medio natural, urbano y social de nuestros padres y abuelos.
La literatura latinoamericana y del Caribe fue receptora pasiva y activa de esta gama de movimientos que brotaron en el contexto de la llamada Guerra Fría. Las décadas de los cincuenta y sesenta conformaron un periodo de importantes transformaciones sociales. Claro está que allí se reimplantaron las bases de un renovado sujeto social latinoamericano y caribeño. En cuanto a nuestros narradores, éstos se nutrieron de los escritores estadounidenses y la poesía de los vanguardistas, correspondiendo con los intereses y demandas de la juventud que despertaba en los sesenta –París del 68, Tlatelolco en México o la guerra de Vietnam– en una sociedad que se alfabetizaba y exigía cambios cualitativos en sus formas de vida y en la percepción del entorno social, por eso: «Desde 1964, los lectores vivieron el regocijo de una suerte de inagotable cuerno de la fortuna [...] Hubo una jubilosa borrachera inicial.» (Rama, 1981: 12)
Los años del llamado «Boom» de la literatura latinoamericana son el tamiz literario por el que habían pasado los narradores americanos y encontró acogida en el escenario mundial. En ciudades europeas o norteamericanas se leían a nuestros escritores; hubo una efervescencia escritural que el marketingcapitalista aprovechó de manera jugosa convirtiéndolo en una verdadera industria editorial sin precedentes.Desde luego, las experiencias escriturales con sus respectivos avances en la primera mitad del siglo XX, fueron ensanchadas por las propuestas de los jóvenes del «Boom». Hubo una permanencia de los aportes de quienes en la primera mitad del siglo dejaron su huella ante los que vendrían. Debe anotarse que no se operó una sustitución tajante de sus propuestas, pese a lo argumentado por algunos críticos sobre: «la superación del regionalismo y el realismo social prevalecientes en las décadas anteriores.» (Acevedo, 1994: 115)Por consiguiente, emergió una nueva novela que contuvo en su interior un conjunto de elementos que le asignan con propiedad su carácter; entre éstos tenemos: la experimentación técnica que se vale de recursos como el fluir de la conciencia, la fragmentación y dislocación del tiempo, multiplicidad de voces narrativas, participación del lector, humor, ambigüedad, mito, fantasía, etc. (Acevedo, 1994).
Lo anterior no resta meritos ni vigencia a lo que se hizo en la primera mitad del siglo XX como habíamos mencionado ya que hubo una rica amalgama de tópicos. Se puede asumir que con estas transformaciones que sufrió la narrativa, se redescubrió su carácter íntimo, un retorno a su esencia misma, para visualizarla como lo que es la novela: ficción. Esa es su médula, así como lo argumentó Mijaíl Bajtín: «La realidad novelesca misma es una de las realidades posibles; no es indispensable, es accidental y contiene además, en sí misma, otras posibilidades [...] En su base está la experiencia personal y la libre ficción creadora» (1975: 482, 483). Reconocemos a un connotado círculo de escritores que produjeron una particular tradición novelística americana; figuras de la talla de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos, Guimaraes Rosa, Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, Lezama Lima, Carlos Fuentes, entre otros (Acevedo, 1994: 115, 116) que representan esa época de reconocido sello.
Sin embargo, con el paso del tiempo y disfrutando de las mieles de la fama, ellos monopolizaron su quehacer, provocando una resistencia que se hará manifiesta en jóvenes posteriores en el tiempo y conocidos como los novísimos, exponentes de una remozada generación de pensamiento con sus respectivas propuestas literarias.
En Centroamérica se produjo una transición en la narrativa a partir de la década de los setenta; a ésta, Arturo Arias la denominó como «mini-boom» (Arias, 1998:1). No obstante, uno de los más eruditos escritores del área fue sin lugar a dudas el Premio Nobel de Literatura de 1967, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias. Sin embargo, fueron los años setenta, el punto de referencia de esa narrativa fértil que venimos valorando.
2.1 Literatura y guerras en la región centroamericana
Desafortunadamente en el decenio de los sesenta, Centroamérica, gestó en su interior una profunda crisis político-militar y social; ello degeneró en crecientes guerras civiles que desangraron la región (Pérez Brignoli, 1993). Esto no era una experiencia nueva para los habitantes del área (Acuña, 1995). En el momento histórico, tributario de lo que algunos denominaron como parte de la guerra de baja intensidad en las relaciones Este-Oeste del rompecabezas de Guerra Fría, afloró un grupo de escritores que luego fueron reconocidos por la crítica internacional. Algunos de ellos fueron: Marco Antonio Flores y Arturo Arias de Guatemala, Julio Escoto y Marcos Carías de Honduras, Manlio Argueta de El Salvador, Sergio Ramírez y Lizandro Chávez Alfaro en Nicaragua, Carmen Naranjo y Alfonso Chase para el caso de Costa Rica. (Acevedo, 1994: 118). Obviamente esta lista es más amplia e incluye a otros exponentes que no cita Acevedo.
Las guerras arreciaron de forma sistemática contra Anastasio Somoza Debayle en la época del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en la segunda mitad de los setenta en Nicaragua. El Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador mantuvo en vilo al país en la década del ochenta y negoció la paz hasta 1992 con una factura de 75.000 muertos. La Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) acordó con el oficialismo de su país un cese de hostilidades en 1996, después de cuatro décadas de guerra que contabilizó cerca de 200.000 víctimas.
Además de la violencia de Estado enlazada con la Doctrina de Seguridad Nacional, dictadores o escuadrones de la muerte, Alianza para el Progreso contra la injerencia del comunismo soviético, paramilitares y la guerra de guerrillas, medios por los cuales la pobreza, el desplazamiento de poblaciones y la destrucción de la infraestructura, dejaron desactivada la producción agrícola e industrial de la región por periodos prolongados. En el área se experimentaron los desafueros de un mundo bipolar o las intrigas de la Casa Blanca versus el Kremlin, Washington contra Moscú (Hobsbawm, 1996).
Dentro de esta coyuntura bélica de la segunda mitad del siglo XX, existió un instrumento que contribuyó a oxigenar de una u otra manera las calamidades materiales de los centroamericanos. La literatura testimonialse convirtió en una carta de presentación para grupos de individuos deseosos de denunciar las injusticias sociales de sus países. Es decir, se crearon espacios para llevar a la novela dentro de una función ideológica y ello condujo a una cuestión extraliteraria que topó con su techo. La literatura se empleó como arma ideológica para el combate político. Este ciclo encontró su agotamiento con el paso de los años. Al existir otros conflictos armados en regiones tales como: Medio Oriente, Ulster, Cachemira, los Balcanes, Colombia o el País Vasco que hicieron menguar su importancia política y desde luego periodística.
El final de la década de los años ochentas, mostraron una disminución en la importancia y aceptación de tal género, además, Centroamérica estaba en franca transición política. El Plan de pazpropuesto por Oscar Arias Sánchez presidente de turno de Costa Rica (1986-1990), colaboró con los anhelos de los habitantes de la región en cesar las hostilidades y reactivar la estructura productiva (Torres Rivas, 1993: 25, 26); la cooperación europea aportó su cuota, no así el Departamento de Estado estadounidense.
Si a las pruebas nos remitimos, parece que en los años noventas, los narradores centroamericanos repensaron su quehacer encontrando en las fuentes mismas de la escritura su sentido, tal como lo corroboramos con una afirmación de Arturo Arias:
«ya no se trata de traducir la experiencia a través del lenguaje, sino de vivir el lenguaje, a través de las representaciones convencionales de la realidad. No se trata de encontrarle un sentido único a la realidad como antes, sino de explorar las múltiple posibilidades desde donde el sentido es posible.» (1990: 10, 11)
Con fundamento en esta última referencia vamos a ubicarnos, precisamente porque representa el periodo en el cual se ubica la novela Margarita, está linda la mar, objeto de nuestro estudio. La novela centroamericana del presente inmediato es receptora de un legado proveniente de la década de los setenta; más de tres décadas enmarcan dicha contemporaneidad narrativa. En su interior caracterizamos varios elementos, entre los que destacan: aspectos sociológicos, históricos, políticos, ideológicos, económicos, étnicos y culturales. Lo anterior le confiere una riqueza particular y muestra una serie de ejes temáticos que sustentan su estructura y por ende, la articulan con propiedad, por tanto, el podery la violencia nos darán las pautas para su estudio en este artículo.
3. El poder y la violencia: enfoques y controversias
Sobre ambos fenómenos se ha teorizado con abundancia, por tanto, encontramos heterogeneidad en los puntos de vista entre coincidencias y desavenencias irreconciliables. Ambos conceptos son profundamente polémicos, de ahí, la necesidad de situarlos en una vertiente específica, evitando la divagación teórica de la misma academia universitaria. Al no propiciar el consenso, tomaremos partido desde un ángulo específico aunque dejando espacio para la discusión subsiguiente.Por tanto, el poder permite a quien lo posee imponer la voluntad ante los otros como subraya la definición clásica de Max Weber. Éste no siempre es violento aunque en ocasiones lo sea y en demasía (Cortina, 1998: 56). Las actividades humanas responden a un orden jerarquizado que tiene sus propios fines en relación con el poder que puede ser lícito o ilícito (Torres Rivas, 1998: 13-15) y se da en todos los planos de las relaciones humanas. Desde el punto de vista de la sicología social, puede resultar más importante analizar su papel en la configuración de la vida cotidiana, en los mecanismos de las rutinas que en los acontecimientos excepcionales según Martín-Baró (1999: 92).
Sobre la base de lo anterior se convierte en un imperativo vigilary castigar a los individuos como lo planteó Michael Foucault (1995). Las situaciones estudiadas por este autor, desembocan en la necesidad de la sentencia penal y por ende, la prisión. Son las formas en que el poder político organiza la sociedad para controlarla desde las instancias y estructura misma del Estado. Este último representa una autoridad que hace uso del poder y la violencia institucionalizada (Sexe, 2001).
Es así como algunos mecanismos empleados por el Estado, están al servicio de los sectores dominantes por medio de instancias creadas para castigar a los infractores, por lo general, a individuos de los sectorespopulares que transgreden las normas establecidas (Abarca Vásquez, 2001); podríamos parafrasear, la consigna de que la cárcel aguarda a los pobres. Las políticas liberales aplicadas en nuestros países desde el siglo XIX (Mahoney, 2001) entre sus propósitos, estuvo el resguardar la propiedad privada. Estas leyes vieron la luz en la segunda mitad del siglo y tuvieron un carácter anticlerical; el poder histórico de la Iglesia Católica quedó al margen de la ley (Briceño Díaz, et.al., 1998). Así se dio un desplazamiento en la posesión formal del poder; la herencia colonial quedó opacada y los nuevos grupos hegemonizan al Estado en proceso de consolidación nacional.
El poder ha tomado forma por medio del andamiaje que le es propio al Estado; éste se convierte en un administrador y dispensador del mismo que es el articulador de un tipo de violencia normada por medio de la legislación que se configura paulatinamente en el tiempo y el espacio (Aróstegui, 1998). Los tribunales, la policía, el ejército, la recaudación fiscal, entre otros, son instrumentos expeditos para lograrlo dentro del marco de la legalidad, si así se quiere ver. A su vez, el Estado es el encargado de dirimir, contrarrestar y apaciguar los conflictos de la sociedad (Cevallos Garibay, 1997) y funciona al nivel de una válvula de escape que organiza —o agudiza— «las diferencias» entre los individuos de diversos sectores sociales (Cortina, 1998). Se afirma que es «un mal necesario e inevitable». El Estado es el que organiza la vida económica y política, tal como lo sostiene Jorge Graciarena quien lo visualiza como el órgano político supremo y un agente económico que:
«estructura, interviene, regula, condiciona y participa de múltiples maneras en la vida económica [además] como una instancia imparcial que administra los principales órganos de poder [...] el Estado será entendido como la relación fundamental de dominación de la sociedad capitalista» (1999: s.p).
En cuanto a la violencia, creemos de forma sucinta que parte de un ciclo que paulatinamente transgrede ciertos estados naturales de libertad del ser humano. Está representada por relaciones de exclusión de cualquier índole y se estructura como un discurso del no-reconocimiento del otro o la alteridad (Sexe, 2001). Sergio Ramírez afirma que «hay violencia porque hay contradicción de intereses».
El vocablo en mención proviene del latín vis que significa fuerza. De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, violento es aquél o aquello que está fuera de su natural estado, situación o moda; que obra con ímpetu y fuerza. Según una vieja definición, es lo que uno hace contra su gusto, por ciertos respetos y consideraciones, que ejecuta contra el modo regular o fuerza de razón y justicia (DRAE, 1970: 1345). También refuerza la idea García-Pelayo y Gross (2001).
La violencia es unidimensional y tiene entre sus consecuencias el crear un imaginario de la violencia; dicho de otra forma, las sociedades construyen su propio discurso sobre la violencia a partir de sus experiencias cotidianas. Un ejemplo actual de lo anterior en el concierto internacional, está representado por el conflicto árabe-israelí y sus disputas territoriales en Palestina. Para el Estado hebreo creado en 1948, las constantes incursiones a la Franja de Gaza y Cisjordania son parte de la defensa del hábitat: el fin justifica los medios. Desde la óptica palestina, la supervivencia en sus estrechos y áridos territorios depende de la resistencia y lucha violenta frente al invasor, evitando por diversos medios y con toda suerte de recursos, los asentimientos o colonos en sus espacios vitales usurpados en la Guerra de los Seis Días de 1967 (Marín Guzmán, 2002). Con esta incertidumbre de situaciones conflictivas y sus resultados, nos topamos con la macabra «espiral de violencia» (Martín-Baró, 1999: 371). La invasión por parte de los Estados Unidos contra Irak, evidencia los niveles de «fundamentalismo» del que echa mano Washington, sin una base política contundente para intervenir a una nación islámica, violando la Resolución 1441 de las Naciones Unidas.
3.1 La novela de la dictadura: vínculo entre el poder y la violencia
En la literatura contemporánea, uno de los cambios aceptados en la posmodernidad, ha sido la deconstrucción de las estructuras fijas y los conceptos absolutos que durante décadas habían permanecido inmovibles. Por tanto, los textos tienden a destruir o a cuestionar conceptos tradicionales, en otras palabras: todo está bajo sospecha y redefinición como lo había sugerido Ángel Rama desde la década del ochenta. El poder y la violencia no escapan a este filtro que propicia una nueva conceptualización al calor de los cambios y transformaciones del mundo globalizado y la economía de mercado (Bourdieu, 1999; Stiglitz, 2002). El neoliberalismo ha transformado con profundidad las estructuras tradicionales de la sociedad para dar paso a nuevas formas de producción, organización y consumo (García Canclini, 2001). La literatura no escapa a esta telaraña totalizadora. Décadas atrás, Mijaíl Bajtín había planteado que la novela es un género en proceso de formación: «todavía no cristalizado», ello le confiere un carácter abierto, transformador y con capacidad de autocrítica; y continúa diciendo: «La novela es un género con problemática» (1975: 454).
Si nos centramos en el vértice del poder, se observa que en este campo específico de la novela, aparecen personajes con perfiles definidos que encarnan y caracterizan de diversa manera, al dictador, símbolo del poder, un control político que deviene en económico, con capacidad de agredir y condenar a las gentes; refiere a un poder desmedido. El desparpajo del poder humano está presente en la novela de la dictadura1como lo sintetizan las novelas que citamos a continuación.En los años setentas hubo una producción en torno a dicho tópico, entre ellos: El derecho de asilo (1972) y El recurso del método (1974) de Alejo Carpentier; Yo el Supremo (1974) de Augusto Roa Bastos y El otoño del patriarca (1975) de Gabriel García Márquez. Cabe subrayar que en décadas anteriores algunos autores contribuyeron a esbozar rasgos de la personalidad del dictador en textos tales como: Tirano Banderas (1926) del español Ramón del Valle Inclán, El Señor Presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias; El reino de este mundo (1949) de Alejo Carpentier y, El gran burudum burundá ha muerto (1952) de Jorge Zalamea (Pacheco, 1987: 9).
A partir de algunas técnicas discursivas empleadas por los narradores supracitados, resaltan la figura de personajes que ostentaban un poder desproporcionado en detrimento de colectividades. Como lo afirmó Severo Sarduy «no es una realidad directa sino simulada» que muestran en sus novelas. Aunque no solo evocan a dictadores latinoamericanos, podemos incluir el África subsahariana, Europa mediterránea o Asia, en esencia representan un discurso de exclusión social que simboliza situaciones que rayan en lo exótico del lenguaje y aunque van más allá de lo verificable, es verosímil en su narración.
3.2 Aportes de los novísimos en el continente
Se evidencia en sus producciones, como en los diversos estratos de la sociedad sigue presente esa exacerbación del poder, una locura desmedida en la obtención de la autoridad total. Incluyendo a escritores brasileños quienes en su conjunto han sabido delinear –en sus producciones–el poder, Rama arguye que han logrado un objetivo importante: «aún operando en distintas circunstancias, concurren a construir un discurso apocalíptico sobre el poder» (1981: 37). Los novísimos han ido más allá de la figura del dictador tradicional y presentan la irracionalidad de la explotación de un mundo regido por la División Internacional del Trabajo, el sometimiento cultural de las metrópolis sobre regiones periféricas, la subyugación religiosa, familiar, de género, entre otras situaciones. Con ello se distanciaron del discurso entronizado y jerarquizado por los escritores del «Boom» ya citado. Asumiendo vías plurales han explotado aspectos como lo popular, lo urbano, el erotismo, la intimidad, el conflicto psicológico, dando cabida a una renovada manera de hacer uso del realismo por medio de la palabra.
Consecuentemente, un sector de novelistas centroamericanos han buscado desde diversos ángulos retóricos plasmar las calamidades de la guerra, la neurosis colectiva, el odio, la desesperanza ante el futuro, el poder político y la violencia. La escritura funcionó y funciona como un vehículo que muestra la conflictividad social y sus diversas manifestaciones, tanto en el plano personal como colectivo. Ellos fueron y son protagonistas de lo que Miguel Ángel Asturias denominó metafóricamente como Gran Lengua.
Debemos reconocer que los novelistas son exploradores de la condición humana, no teóricos sobre fenómenos de la historia ni redentores de masas como los han querido valorar algunos intelectuales. Aunque remitan a cuestiones concretas del diario vivir, no debe confundírseles con científicos sociales. Sin embargo, debemos reconocerlos como sujetos que coadyuvan en la profundización de una conciencia colectiva y en beneficio de la sociedad actual (Ortiz, 2002).
4. Margarita está linda la mar: análisis sobre el poder y la violencia
4.1. El cronotopo manifiesto en la novela
La novela está desarrollada sobre dos macrosecuencias temporales: la primera corresponde a principios del siglo XX, propiamente al año 1907, fecha del glorioso arribo de Rubén Darío a su natal Nicaragua proveniente de Europa. Allí fue recibido por las autoridades locales, entre ellos, obispos, damas distinguidas, poderes civiles y la muchedumbre. Él murió en la ciudad de León, producto de una fulminante cirrosis fruto de su agobiante alcoholismo.
La segunda secuencia se sitúa en 1956, año en que Anastasio Somoza García y la Primera Dama, Salvadorita Debayle llegaron a León con motivo de un acto público de proclamación como candidato del Partido Liberal. No obstante, en esta localidad será acribillado en manos del poeta Rigoberto López Pérez, el día 21 de septiembre, en un baile de celebración.
Como se observa, el texto está construido con base en dos figuras reconocidas de la historia nicaragüense y un tercero, Rigoberto López, quien constituye el nexo que une ambas secuencias narrativas. En el texto, este individuo registra en un cuaderno e investiga detalles sobre la muerte del gran poeta –padre del Modernismo– acaecida en 1916, además de anotar detalles capciosos de Somoza García (1998). Rigoberto es un miembro activo de la Mesa Maldita, grupo de sediciosos quienes organizan la forma para darle muerte al dictador. La agrupación mencionada se congrega en la Casa Prío, lugar desde donde el Capitán Prío, comenta e informa «algunos acontecimientos» a lo largo del texto. Su vida transita como un asiduo observador de situaciones diversas que acaecen en los alrededores de la Plaza Jerez, ombligo de la colonial y aristocrática ciudad de León.
Considerando lo que sostiene el Dr. José Ángel Vargas (2001) esta novela recrea un segmento de la historia nicaragüense sobre la base de esos personajes de reconocida trayectoria, sus vidas personales –tanto en el plano público como privado– llenos de vicisitudes, triunfos y tropiezos descabellados pero: «con el fin de edificar un icono de la realidad de un país que aparece por una parte pletórico de gloria, y por otra, castigado terriblemente por el poder político» (2001:327).
4.2. Darío y Somoza: entre la figura pública y el sujeto privado
El amplio caudal de elementos narrativos, posibilitan al autor a construir retóricamente un argumento lleno de situaciones acerca de la vida de Rubén Darío. A Somoza García lo trata con mayor libertad en el desarrollo de los capítulos, aunque no en el momento pleno del poder tiránico. Por ende, ambos personajes se convierten en núcleos generadores de sentido (Vargas, 2001: 330).
Se podría conjeturar que Sergio Ramírez pudo exacerbar las virtudes del poeta nicaragüense y su prestigio lírico tanto en Europa como en América, tampoco las soslaya. El tratamiento literario dado a la figura histórica de Somoza García es en un primer momento simple para luego presentarlo en una dimensión más grotesca. Con el correr de los capítulos va mostrando desde diversos ángulos, esa posibilidad que es patrimonio de la literatura, en cuanto al tratamiento de los personajes, ya sean históricos o ficticios.
Seymour Menton (1993) había planteado que la nueva novela histórica 2 después de 1979 hasta nuestros días pretende mostrar a los personajes en aspectos íntimos de su ser, en su cotidianidad. Podríamos agregar que su intencionalidad es un re-humanizar a los individuos situados en una torre de marfil como semidioses. Al mismo tiempo, Amalia Pulgarín (1995) considera que las novelas que desmitifican la historia por medio de ciertos personajes, nacen de la necesidad de llenar algunos vacíos que ha dejado la historiografía oficial de un país o región.
4.3. Algunos componentes del poder y la violencia en la novela
Para visualizarlos y entenderlos cómo se hacen efectivos en el discurso retórico utilizado por Ramírez Mercado, debemos internarnos en la novela. Así valorar algunos párrafos que específicamente manifiestan los aspectos ya señalados. Sin embargo, antes de adentrarnos en la trama, debemos reconocer en algunos de los motivos paratextuales y su valor en cuanto a guía de lectura; por su capacidad de dirigir la comprensión hermenéutica del texto (Amoretti, 1992: 87).
El primero que aparece está compuesto por la portada y en recuadro un motivo que contiene a tres individuos; ante ellos, un cristal con un impacto de bala, rompiendo con la unidad del mismo, fragmentándolo en múltiples pedazos, pero con diferentes proporciones. La aparente placidez de las sujetos se ve trastocada por el elemento disonante, grotesco, que nos remite a un componente de la violencia.
En relación con el segundo factor paratextual, corresponde a un epígrafe de la obra antigua, Las aves (413 a.C) de Aristófanes que por su contenido está estrechamente ligado con la historia narrada en la novela. Es una proclama que hace explícita la urgente necesidad de matar de una vez por todas a Diágoras, el tirano y quien lo haga tendrá su recompensa; la misma trasciende los límites, al solicitar: «Y también lo recibirá el que mate a algún tirano muerto» (Ramírez, 1998: 11). En cuanto a Filócrates el gorrionero, debe ser aniquilado por ser un verdugo de las aves, un esbirro que produce dolor y opresión en la colectividad, un cómplice de la maldad y siembra el terror en las parvadas de aves. Dicho de otra forma, no merece vivir, producto de sus continuas crueldades que ejecuta. Ante este panorama, las aves han perdido uno de sus mayores atributos: la libertad que será restituida en la medida en que se resuelva la raíz del problema, su origen.
Como tercer aspecto y ubicado al final, se sitúa lo que el autor intituló: Palabras postreras, posterior al cierre de la novela como tal. Es una especie de recuento sobre la caída del dictador, su situación personal y el desparpajo que sucedió con quienes de una u otra forma estuvieron vinculados con la tiranía, ya sea para preservarla o acabarla. La situación que se plantea es de un caos generalizado donde muchos quedaron atrapados presas en una red –al igual que las aves– ante el desplome del déspota: «Las cárceles del país se encontraban repletas. Secalcula que había cerca de cinco mil prisioneros» (Ramírez, 1998: 371).
Por tanto, tortura, represión, persecuciones, muerte y cárcel son los signos más evidentes del triste desenlace que evoca Palabras postreras. Este breve subapartado cierra con una constatación que desahoga al lector sumergido en la narración: «El 17 de septiembre de 1980resultó muerto en Asunción, Paraguay.» (Ramírez, 1998: 373)
Como se sugirió, estos tres elementos paratextuales, especialmente los dos primeros, sintonizan al lector con la trama novelesca; son mecanismos empleados para hacer creíble el argumento de acuerdo con las pretensiones del escritor. El tercero, sella en definitiva lo leído, al darle contundencia al argumento narrativo.
4.4. El poder y la violencia dentro de la trama
Ya desde sus primeras páginas, la novela, esboza lo que tratará luego en su desarrollo. De esta forma, arranca con el vistoso arribo a la ciudad de León del Señor presidente Anastasio Somoza García junto con la Primera Dama, Salvadorita Debayle, también aparece el Capitán Prío quien observa y cavila desde su balcón, lo que sucede al otro lado de la Plaza Jerez: «parvadas decampesinos desprevenidos huían de la embestida de las motocicletas Harley Davidson queatronaban bajo el fuego del sol abriendo paso a la caravana que ya se detenía frente a lacatedral.» (Ramírez, 1998: 15)
Líneas abajo continúa el narrador describiendo los detalles de la llegada y las condiciones en que están armados los guardias que custodian a la autoridad suprema. Lo paródico radica en el hecho de que el mandatario viene a León a presentar su nueva candidatura en un acto público y de forma tangencial a visitar la tumba del gran poeta leonés, no a masacrar al pueblo. Sin embargo en el texto se lee:
«portazos en sucesión, carreras de los guardaespaldas [...] la corona de subametralladoras Thompson ya en torno a la limosina blindada, también de color negro funeral, y bajaba Somoza [...] entre la valla de soldados y guardaespaldas, el obispo de León esperándolos en la puerta mayor de la catedral [...] la nave desierta vigilada a cada palmo por los soldados» (Ramírez, 1998: 15 y 16).
En razón de estos acontecimientos que no escapan de la mirada del Capitán Prío, el trajín de los manifestantes y en la medida que el narrador explica cada paso de la ajetreada agenda de el hombre3 se introduce de forma breve otro actor importante, los miembros de la Mesa Maldita4 y uno de sus integrantes, el orfebre Segismundo. Para dar paso líneas después a la monumental llegada de Darío a su patria, tal como se intitula el primer capítulo: El retorno a la tierra natal y fue aclamado como corresponde a un príncipe, manifiesto en la distinguida concurrencia que lo recibe con bombos y platillos.
En los siguientes capítulos se van mostrando situaciones de la vida de Somoza, sin dejar de lado su oscura e insignificante privacidad juvenil cuando aún no era reconocido públicamente; en particular en las labores de lector de medidores eléctricos e inspector de excusados. Se retrata al individuo que llegó a la máxima magistratura, valiéndose de trampas y con el apoyo de terceros, en especial, por medio del apoyo de los gringos, representado en la figura del asesor militar Van Wynckle. Se avizora que un designio fatal condujo a Somoza hasta esa situación, víctima del destino, pues tuvo que estar sujeto a las condiciones que le demandaba su rango, la seguridad, el peligro y sostener un poder omnímodo contra viento y marea.
Sus adversarios, los asiduos de la Mesa Maldita estaban dispuestos a cualquier sacrificio personal con tal de desplazarlo de la autoridad que ostentaba. Lo anterior está simbolizado en la figura de Rigoberto López quien ofrendará su vida por una causa que él mismo reconoce y valida en una carta que le envía a su madre Soledad López:
«Ud [sic] nunca lo ha sabido, yo siempre he andado tomando parte en todo lo que se refiere a atacar al régimen funesto [...] lo que yo he hecho es un deber que cualquier nicaragüense que de veras quiera a su patria debía haber llevado a cabo [...] he cumplido con mi más alto deber de nicaragüense.» (Ramírez, 1998: 178)
4.4.1 Darío, Quirón, Rigoberto y compañeros de mesa
El perfil de Rigoberto, caracterizado por ser poeta y conspirador simultáneamente, justifica cualquier tipo de acción que conduzca a desestabilizar el sistema opresivo en detrimento de los suyos: los nicaragüenses. Según el texto, él fue discípulo de Quirón5 el centauro quien al mismo tiempo fue vástago intelectual de Darío, orgullo nacional. Recordemos que Quirón siendo un niño desdichado estuvo bajo la guía e instrucción de Darío hasta convertirse en un erudito recitador lírico. Quirón en su vejez, representa la autoridad del gran poeta pinolero, al mismo tiempo convertido en el mentor de Rigoberto.
En una de las conversaciones de los miembros de la conspiración, propiamente Rigoberto recuerda que Somoza mandó a asesinar al líder por antonomasia de Las Segovias: Augusto César Sandino(1895-1934) un héroe nacional según los criterios de los opositores al régimen y posterior símbolo rebelde en contra de la dinastía somocista.
La figura de Rigoberto está enmarcada dentro del mártir que llega hasta las últimas consecuencias por sus convicciones políticas. Se muestra que en los planes que maquinaron los de la Mesa Maldita con sus respectivos componentes: planos, señas, posiciones, hora, quedaron sin mayor efecto en el último momento del atentado. Él cargó sobre sus espaldas con las consecuencias del acto que le arrebató la existencia. En una de las escenas finales, Rigoberto se aproxima a Somoza quien baila y en cuclillas proceda a dispararle:
«un vómito encendido, zarpazos deslumbrantes, estallidos apagados como cachinflines, y Somoza se dobla [...] suenan los disparos más poderosos de Moralitos [...] Rigoberto acribillado por incontables balazos , y Somoza frente a él, desmayado en brazos de la Primera Dama» (Ramírez, 1998: 340 y 342).
Los personajes de la Mesa Maldita, representan posiciones radicales contra la autoridad o el poder; peculiar es el discurso que encarna el Orfebre Segismundo, quien asume una posición política extrema e intransigente. En un recuento histórico llega a conclusiones como la que se desprende del siguiente diálogo entre Somoza y Chamorro según el capítulo IX: Currículum vitae, Somoza García, Anastasio:
«porque el 21 [...] el viejo Tacho queda ungido por seis años más, y así per secula seculorum. Hasta que salga alguien que se eche los huevos al hombro, dice el orfebre Segismundo. Y dice el Capitán Prío: todavía no ha nacido ese alguien [...] si, dice Rigoberto.» (Ramírez, 1998: 175)
En el texto se presenta otro personaje destacable de las reuniones en la Casa Prío: Cordelio Selva, nombre falso de Josías Arburola Reina, hondureño perseguido por el sistema que comparte con «los asiduos» las pretensiones por derrocar al mandatario. Esta figura es importante en la construcción de los personajes anti-poder tiránico. Así se puede visualizar, entre otras situaciones, cuando en la misma barcaza que se enrumba hacia Nicaragua y con un nombre muy particular: «La Salvadorita», predica bajo signos apocalípticos la destrucción divina de quienes avasallan a los pueblos. Sus amonestaciones matizadas por desastres naturales y presagiadas por la aproximación de Marte a la Tierra. Sin contemplaciones de ninguna especie arenga:
«¡Marte, heraldo de tribulaciones! -Cordelio agitaba la Biblia encima de su cabeza, señalando al cielo ¡El planeta funesto¡ [... ] -¡Que se acuerden los dictadores, los sátrapas y tiranuelos, del rey Senaquerib, el impío y soberbio, exterminado por el fuego del cielo, anunciada por el planeta Marte.» (Ramírez, 1998:51 y 52)
4.4.2 La construcción del personaje: Darío y su humanización
La acción de Darío está integrado por diversos planos que permiten divisar una personalidad con virtudes de reconocimiento público pero a la vez, con debilidades humanas: como el alcoholismo, con disfunciones sexuales, atormentado por una de sus esposas y por la misma muerte, además de tímido y enfermo. Él fue víctima de las circunstancias y de otras formas de poder que lo subyugaban, por ejemplo, los frecuentes conflictos personales con su esposa Rosario Murillo y conocida como «La Maligna» –ella reclamará en herencia hasta su cerebro– los chismes ante su incapacidad viril que la amante Eulalia ridiculiza y son vox populi, su timidez para ofrecer discursos, son algunos aspectos que proponen otra imagen del gran poeta en una dimensión cotidiana. Él no quedó exento de contribuir con la liberación del pueblo oprimido pero, desde una situación diferente. Por lo que Sergio Ramírez, integró líneas de algunos de sus versos para sustentar la narración, precipitando de forma retórica parte del proceso de declive dictatorial. El mismo título de la novela es un poema dariano y sobre ello haremos referencia luego.
4.4.3 Salvadora, Salvadorita de niña a Primera Dama
En cuanto a la figura representada por la Primera Dama, Salvadorita Debayle, está construida sobre los soportes y vínculos entre Darío y las vicisitudes de la dictadura encabezada por su esposo. Rubén Darío le había escrito en un abanico una estrofa de un poema cuando aún era niña: «¡ay, Salvadora, Salvadorita, / no mates nunca tu ruiseñor¡ (...) El ruiseñor, [Somoza] bien cebado, asintió y sonrió.» (Ramírez, 1998: 17)
Acotamos que las dos hijas del Sabio Debayle, médico de cabecera de Rubén: Margarita y Salvadorita 6 socializaban con el gran poeta en algunas ocasiones. No en vano, la dedicatoria en el abanico a esta última. Las niñas fueron parte de su círculo elitista y privilegiado; estos personajes interactúan en algunos segmentos del relato como lo podemos ver en la siguiente cita: «Ahora es Salvadorita la que corre hacia Rubén y se abraza a sus piernas. Él se inclina para besarla [... ] -No mates nunca tu ruiseñor - le dice al oído.» (Ramírez, 1998: 140)
En las postrimerías del texto, la Primera Dama es quien está junto a su esposo mortalmente herido, por los «plomazos» que le propinó Rigoberto; ella emite órdenes, con el mismo rango que una la autoridad estatal y con el fin de capturar a los implicados del magnicidio. Salvadora grita con frenesí por la incapacidad e impotencia de quienes la rodean en el momento del atentado. Veamos lo que acontece:
«es demasiado ya para los oídos de la Primera Dama, que angustiada, trae la cabeza del marido a su regazo como para protegerlo de todo ruido, y grita ¡Justo Pastor! ¿Qué se hizo Heriberto?[...] [Coronel Lira] que espantado y solícito rebusca en su valijín por alguna medicina que sabe que allí no tiene [...] -¿Estamos sin médico? ¡Sólo mierdas rodean a Tacho [...] ¡Llamen entonces una ambulancia![...] -¡No dejen salir a nadie!» (Ramírez, 1998: 341 y 342)
Al interior de esta misma escena y por las actitudes de la mujer a quien Darío escribiera un poema cuando niña, son elocuentes. Ya no era la nena ingenua que Rubén acurrucaba en su regazo, más parece «una mercadera». Es así como Sergio Ramírez esboza desde el capítulo primero, una figura femenina que tomará dimensiones esperpénticas y terribles al final de la narración. Si hacemos notar su apariencia facial, encontraremos simbolizada la personalidad de Salvadorita: «el rostro de la Primera Dama, maquillado sin piedad y avejentado con menos piedad.» (Ramírez, 1998: 17)
La evolución textual en la imagen infantil de la susodicha –quien estuvo en el regazo de Darío– a la mujer que recibió en sus brazos al tirano herido –el ruiseñor–es contundente. Hay dos planos del poder en la novela: un símbolo cultural con Darío y el otro es político conferido a la figura de Somoza; íconos encontrados en polos opuestos al construir una metáfora con rango y jerarquía. De esta manera, nos encontramos con algunos procedimientos que el mismo Ramírez Mercado ha definido como mentiras verdaderas (Ramírez, 2000).
En concordancia con lo anterior, el Dr. José Ángel Vargas ha afirmado que una de las intenciones del escritor ha sido «sacar» a los personajes del pedestal en que históricamente han sido ubicados para presentarlos en su cotidianidad, con defectos y virtudes, es decir, re-humanizarlos literariamente con el propósito de: «desmitificar a los personajes y mostrarlos en una encrucijada vital: la miseria humana.» (2001: 377)
5. En torno a los aportes del texto y su autor
Considere el lector que desde los años sesenta del siglo XX, la literatura latinoamericana y del Caribe se ha mostrado al mundo con rostro propio. Esto no significa que en décadas anteriores no lo haya hecho, dado que hubo una producción escritural importante como lo habíamos mencionado. También la literatura centroamericana, expone por medio de Margarita, está linda la mar una destacable expresión en su evolución: la riqueza del lenguaje, la articulación de los personajes y las historias contadas, además de los recursos retóricos empleados que le proporcionan un nivel diferente al quehacer narrativo del Istmo en comparación con otras generaciones y periodos.
Sergio Ramírez forma parte de los novelistas reconocidos en el ámbito internacional según su producción literaria, sobre todo, en virtud de las propuestas de los últimos años. Este hombre polifacético ha sido: novelista, cuentista y ensayista además de político y académico. Junto a él, un destacado grupo de individuos ha trascendido el medio centroamericano para mostrarse al mundo, en especial, al medio europeo. Cuenta en el haber de Ramírez, el utilizar algunos procedimientos retóricos para armar sobre la base de un discurso verosímil, algunos segmentos del pasado nicaragüense en Margarita, está linda la mar. Al mismo tiempo muestra cómo se tejen mecanismos del podery laviolencia, visualizando así las redes que engranan la autoridad desmedida y el control de unos sobre otros.
Al abrir la página histórica de una Nicaragua subyugada por una tiranía, podríamos también interpretar e incluir a otras sociedades del continente y del mundo en general. Se afirma que la novela en cuestión es una metáfora de la historia de Nicaragua, sin embargo, más se acerca a la barbarie en que vivieron millones de personas en un momento específico de su existencia. Es decir, la ficción en ocasiones, más se aproxima a la cotidianidad social y viceversa.
Si el fin justifica los medios, para algunos sectores sociales, el estado de cosas debe permanecer incólume, para otros, la razón estriba en el hecho de tomarlo por la fuerza, partiendo de razones que atentan contra la propia vida en el marco de desgarradoras decisiones que se ejecutan a cualquier precio, tal como lo materializó Rigoberto López.
La literatura impacta de tal manera y hace su contribución social en la medida en que ofrece desde la ficción, un retrato de la realidad simulada como lo sostenía el escritor cubano Severo Sarduy. La misma desdibuja esa angosta línea que media entre lo verificableen el tiempo-espacio y lo ficcionalizado. El lenguaje crea realidades y las moldea de acuerdo con sus múltiples propósitos.
En cuanto a los miembros de la Mesa Maldita, representados por la figura de Rigoberto, la violencia es el inevitable vehículo para transformar el orden de cosas. Para la dictadura, la proclamación del hombre el día 21, era un mecanismo insalvable de su supervivencia. Continuidad o cambio, seguir con lo que impera, lo que está dado o ¿dar vida a una nueva forma de organización social y política? En ello está el juego de intereses que nos presenta la novela y los medios para conseguirlo son variados, pero en definitiva, violentos.
Terminamos con una de las imágenes que se articulan en las postrimerías del texto, cuando Rigoberto ofrendará su vida muriendo por una causa que le dio sentido a su existencia y a los suyos. Su vida física culminó bajo una ráfaga de tiros dejando un incierto proyecto por delante «hacia la nada» como lo arguye la obra. Sus detractores procedieron en el acto a cortarle los testículos; con la castración se simboliza el exterminio corporal de una persona resuelta a todo, pero no a sus ideales ¿materializados con la muerte misma del tirano? Las metáforas en Margarita, está linda la mar son irónicas en la medida en que remiten a un universo de poder y violencia en permanente disputa y dinamismo.
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vuelve 1. Se sugiere ver: Rodríguez Sancho, 2004.
vuelve 2. Sobre la nueva novela histórica, José Ángel Vargas, explicita que Margarita, está linda la mar no cumple con la totalidad de requisitos para ser considerada con el perfil de histórica (2001: 378).
vuelve 3. Sergio Ramírez emplea esta forma para referirse a Somoza. En su novela ¿Te dio miedo la sangre? (1977) así lo denomina. Esto se denomina como intratextualidad.
vuelve 4. La Mesa Maldita está conformada por personas que organizan un complot contra Somoza García, entre ellos tenemos a: Erwín, Norberto, Cordelio Selva, el orfebre Segismundo y desde luego a Rigoberto López Pérez.
vuelve 5. En Prosas Profanas (1896) “Coloquio de los Centauros” es un poema donde interactúan varios personajes, entre ellos Quirón. (ver: Darío,1967: 572-579) Según la mitología, el centauro está representado por un monstruo con una mitad humana y la otra de caballo.
vuelve 6. Rubén Darío dedicó poemas a ambas niñas. El que dirige a Salvadorita se lleva el subtítulo: A Salvadorita Debayle. (ver: Darío,1967: 1026 y 1027) El poema “Margarita, está linda la mar”se ubica en las páginas 784-787 del texto supracitado.
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