¿Complejo de negro?
Ensayo sobre El negro en Costa Rica
de Quince Duncan y Carlos Meléndez
Johann Wolfgang Goethe-Universität Frankfurt am Main, Alemania
v.grinberg@em.uni-frankfurt.de
El ensayo es de algún modo un género liminar y por ende escurridizo. Un género que oscila entre diversos campos discursivos y por tanto lleva las marcas de sus múltiples inscripciones en tradiciones tan disímiles como el discurso académico y el discurso literario (de ahí sus pretenciones cientificistas y sus veleidades estéticas), el discurso político y el discurso periodístico, de donde proviene la vena dialógica y abiertamente polémica, así como la intención performativa.
Con el objeto de conmemorar la llegada del primer barco con un número significativo de inmigrantes jamaicanos a Puerto Limón (el 20 de diciembre de 1972), Carlos Melendez y Quince Duncan publicaron en un esfuerzo conjunto el libro titulado El negro en Costa Rica (San José: Editorial Costa Rica 1972). Este libro contiene tres ensayos, dos de ellos obra de Carlos Meléndez y uno escrito por Quince Duncan, los cuales se hallan precedidos por un prólogo de autoría conjunta. A manera de cierre, los autores incluyen una antología de textos cortos de diversa índole que completan el panorama general que quieren dar sobre la cultura y la historia de los negros costarricenses. Dado que el pensamiento de los autores sobre el negro en Costa Rica está desarrollado en los textos ensayísticos que constituyen la parte central del libro, voy a centrar mi análisis en los mismos, dejando de lado los textos de la antología. Mientras los dos ensayos de Carlos Meléndez, titulados respectivamente «El negro en Costa Rica durante la colonia» y «Aspectos sobre la inmigración jamaicana», se inscriben en sólo tres de los discursos arriba mencionados: a saber, el académico, el periodístico (o publicístico) y el político, el ensayo de Quince Duncan, cuyo título es «El negro antillano: inmigración y presencia» se inscribe además en el discurso literario.
En tanto que proyecto editorial la publicación de El negro en Costa Rica constituye un acto simbólico de restitutición frente a la población negra de dicho país, tanto la de origen jamaicano como la descendiente de los esclavos llevados por la fuerza a Costa Rica durante la colonia, la cual ha sido marginada, ignorada o abiertamente discriminada, según los casos. Al mismo tiempo, el libro tiene un propósito claramente educativo y político: dar a conocer la historia y la cultura de los negros con la esperanza de que un mejor conocimiento del negro ayude a su aceptación e integración en una sociedad mayormente blanca y mestiza.
Así, en el prólogo que firman ambos ambos autores se lee:
«¿Existe una política definida que tienda a disminuir las distancias socioculturales entre el negro y el resto de los costarricenses? Diríamos que no. Esto no es conveniente, de manera que en un futuro, lo más próximo posible ojalá, habrá necesidad de tomar medidas más efectivas para contribuir a demoler las barreras interétnicas que nos separan de estos otros costarricenses nuevos, que tienen tanto derecho como nosotros a gozar de los beneficios de la ciudadanía.» (Meléndez/Duncan, 1974: 9)1
El lector implícito de El negro en Costa Rica
El «paña» será entonces el lector implícito de la obra. Esto se observa primero que nada en el propósito didáctico de la misma, arriba mencionado. La insistencia con la que tanto Quince Duncan como Carlos Meléndez recalcan la importancia del conocimiento y de la comprensión del negro2 indican que los autores parten de que el costarricense medio (blanco o mestizo del Valle Central) ignora todo lo relativo a la historia y la cultura de los negros en Costa Rica. Pero, y más importante aún, esta insistencia delata la creencia de los autores en que la divulgación de información sobre los negros costarricenses llevará a la aceptación de los mismos como iguales, en tanto que seres humanos y que ciudadanos. En otras palabras, para Meléndez y Duncan la base de la discriminación del negro en Costa Rica se encuentra en el desconocimiento que la sociedad criolla tiene de la cultura negra. Y ambos confían en la difusión de información (en otras palabras en la educación en sentido amplio) como medio para vencer los miedos que provoca la ignorancia.
Esta común confianza en la educación como camino para eliminar el racismo que constituye la médula del proyecto remite y apela a un sistema de valores en el que la educación sea considerada un medio eficaz de superación personal y grupal y por ende de progreso. Un tal sistema de valores es sin duda vinculante para la sociedad criolla y mestiza costarricense, la cual, tradicionalmente, ha acordado gran importancia a la educación, pero también es vinculante para la población negra de origen jamaicano, la cual, en palabras de Quince Duncan,
«le daba, y aún le da, una importancia enorme a la educación. En un sistema cerrado de clases (y castas) en el cual los proletarios casi no tenían posibilidades de surgir, era natural que se visualizara la educación como la única alternativa de escape. De allí el énfasis que se le da a la escuela.» (109)3
Para expresarlo en otros términos, el proyecto emancipatorio que constituye la publicación de El negro en Costa Rica opera con un concepto de educación válido no sólo para la mayoría criolla y mestiza a la cual el libro se dirige, sino también para la minoría negra que dicho libro quiere dignificar, dándola a conocer. Esto es importante porque, en cierto modo, al operar con un valor importante para la comunidad negra, El negro en Costa Rica está reconociendo uno de los valores culturales de la misma (la educación), el cual, además, coincide con el valor por excelencia en el que se basa la sociedad civil costarricense que representa los intereses de la mayoría blanca y mestiza, y por tanto es un buen punto de partida a la hora de señalar conexiones entre ambas culturas.
Si bien tanto Meléndez como Duncan enfatiza la importancia del conocimiento como paso previo para la comprensión, existe una diferencia crucial en la forma en que ambos autores tematizan la cuestión. Como se verá más adelante, en tanto la postura de Carlos Meléndez es más bien paternalista, la postura de Quince Duncan es igualitaria. Pero para ambos el lector al cual se dirigen es principalmente, como ya he dicho al principio, el costarricense medio, es decir criollo o mestizo.
Y ese es otro aspecto revolucionario del proyecto educativo de estos autores. Normalmente, los proyectos que conciben la educación como camino a la emancipación se dirigen a los grupos minoritarios (la pedagogía del oprimido de Paulo Freire es un buen ejemplo de este hecho). Por el contrario, El negro en Costa Rica está dirigido a la mayoría criolla y mestiza, y no a la minoría negra, considerada tradicionalmente por la sociedad costarricense como «ignorante». Es decir, que Duncan y Meléndez, están invirtiendo los roles tradicionales al decirnos polémicamente con su libro que a quien hay que educar sobre todo es al blanco y no al negro.
Habiendo explicitado el público para el cual está escrito El negro en Costa Rica, voy a pasar a discutir, a continuación, el lugar desde el cual Meléndez y Duncan enuncian su proyecto.
El lugar de la enunciación
Estos autores se ven a sí mismos como miembros del grupo hegemónico criollo y mestizo al cual se dirigen. Dicho posicionamiento se ve con gran claridad en el pasaje de prólogo arriba citado que paso a repetir:
«[...]de manera que en un futuro, lo más próximo posible ojalá, habrá necesidad de tomar medidas más efectivas para contribuir a demoler las barreras interétnicas que nos separan de estos otros costarricenses nuevos, que tienen tanto derecho como nosotros a gozar de los beneficios de la ciudadanía.» (Meléndez/Duncan, 1974: 9)
En este pasaje es más que evidente la división de los costarricenses en dos grupos: uno, el hegemónico (en el cual Meléndez y Duncan se inscriben por medio del uso de los pronombres de la primera persona del plural «nos» y «nosotros») y, otro, el de los costarricenses nuevos, es decir los negros de origen jamaicano que sólo recientemente (desde 1949) habían podido adoptar la nacionalidad costarricense. La división de los habitantes de Costa Rica en grupos étnicos bien delimitados: los negros por un lado, y los blancos y mestizos por el otro, pero también los indígenas talamanqueños, los chinos y los miskitos, es una constante a lo largo de toda la obra. Y en lo que respecta a la división entre negros y blancos o mestizos, los autores invariablemente se sitúan del lado del grupo hegemónico como por ejemplo en el pasaje siguiente:
«Esta imigración [antillana] que pretendía ser ocasional, con el tiempo empezó a ser permanente, en muchos casos involuntariamente permanente. Esto trajo como resultado, por un lado, un escaso o mínimo interés del Estado costarricense, por este inmigrante de habla inglesa y de cultura diferente a la de nuestra nación.» (7)
Nuevamente, el uso del posesivo («nuestra nación») identifica a Quince Duncan y a Carlos Meléndez con la mayoría criolla y mestiza. Del mismo modo, la mayor parte de las referencias a los negros de origen jamaicano se hace por medio del sintagma «el negro» gramaticalmente en singular, pero con un sentido plural. En una palabra, Duncan y Meléndez contruyen una entidad abstracta, aparentemente objetiva y por ende estudiable «el negro» de la cual se distancian precisamente por medio de dicha objetivación.
«El negro» presentado discursivamente como el objeto de estudio del libro se opone al «nosotros» y al «nuestra nación» que constiyen un lugar de la enunciación personalizado y asociado con el grupo criollo o mestizo.
Ahora bien, los autores de El negro en Costa Rica, como hemos visto, están lejos de apoyar el mito de la nación blanca y educada costarricense. Por el contrario su objetivo es el de apelar a las mayorías criollas y mestizas, de las que se sienten partícipes, para que reconozcan a los negros costarricenses como iguales, no sólo formalmente, sino también en la práctica. Una vez más, es Quince Duncan quien formula de manera precisa esta problemática:
«Si con el Gobierno del Partido Liberación el negro alcanzó a partir del 49 el status legal de ciudadano, sigue sin disfrutar plenamente de sus derechos y sin ser reconocido realmente por el resto de los costarricenses, como ciudadano de primer orden.
Una de los expresiones favoritas de los costarricenses ilustra este hecho: un amigo blanco le comentará a su amigo negro, en los siguientes términos. ¡Ah, Fulano!, tu ‘paisano’ vino a verte. En otras palabras el negro es paisano del negro (jamaicano), en la mente de la mayoría del pueblo costarricense. Y hasta que no sea posible para el costarricense blanco, afirmar en cualquier parte del mundo que este hombre que me acompaña, siendo negro, es, no obstante, ‘mi paisano’, el proceso de integración no estará completo.» (121)
Esta cita explica, en mi opinión, el hecho –que en un principio puede parecer curioso (y hasta absurdo), y que ustedes ya habrán notado– de que, siendo Quince Duncan negro y de origen jamaicano, se sitúe discursivamente del lado del costarricense medio (blanco o mestizo) y se distancie de «el negro» al cual está estudiando. Lejos de renegar de su condición étnica, de su cultura, sus lenguas y su historia, lo que Quince Duncan está haciendo es apropiarse de la nacionalidad costarricense, para hablar desde el espacio de poder que ésta le confiere, del mismo modo que está usando la lengua española y la industria editorial para transmitir sus ideas en tanto que intelectual negro descendiente de jamaicanos y no obstante identificado con la nación costarricense, lado a lado, con su «paisano» blanco Carlos Meléndez. (Y esto no le impide, en repetidas ocasiones, utilizar la primera persona del singular para relatar sus experiencias personales, como costarricense negro descendiente de jamaicanos.) Lo que Quince Duncan nos está diciendo es «yo no soy un subalterno», sino un costarricense negro haciendo uso de mis derechos y en un lugar privilegiado de poder, el cual uso para dar a conocer y dignificar la cultura negra al tiempo que plantea que la cultura negra es parte integrante de la sociedad costarricense, lo admita esta o no. Según él, ese es el desafío de la Costa Rica actual, y cito a Duncan: «Costa Rica puede quedarse con los brazos cruzados y perder [al negro]. Costa Rica puede incorporarlo, transformándose ella en el proceso.» (126) La apropiación discursiva que él mismo hace de Costa Rica junto con Meléndez al hablar de «nuestra nación» indica que él ya se ha tranformado puesto que ha decidido no renunciar a la parte criolla y mestiza de la cultura costarricense y no limitarse a ser costarricense sólo en los papeles. El desafío que Duncan le propone a las mayorías criollas y mestizas costarricenses es, en definitiva, que ellas den el mismo paso que dio él, pero en sentido inverso.
Las estrategias de legitimación
En lo que respecta la estructura de la obra, sin embargo, quisiera señalar una cuestión que considero inconsecuente en relación con la postura igualitarista que se perfila en la construcción del lugar de la enunciación y del lector implícito de El negro en Costa Rica por parte de sus autores. Como señalé al comienzo de mi exposición, este libro contiene diversos textos de los cuales los tres ensayos escritos por los editores constituyen la parte central del mismo. No obstante, la estructura del libro sugiere que los tres textos en cuestión no tienen el mismo estatus. En efecto, el libro comienza con los dos ensayos de Meléndez en los cuales este autor presenta los hechos históricos relativos a la llegada de la población negra a Costa Rica. Así, los textos más marcadamente científico-académicos, por ser obra del historiador blanco, legitiman el ensayo del novelista negro, avalándolo. Esto es particularmente evidene en lo que respecta concretamente a la inmigración jamaicana en Costa Rica, ya que la misma información es presentada por partida doble, primero por Carlos Meléndez y después por Quince Duncan. Veamos dos ejemplos:
«La sociedad jamaicana era claramente estratificada, en la que los blancos ocupaban el más alto nivel jerárquico.» (Melendez: 54)
«La estratificación social social [en Jamaica] era tal que los de piel más clara tendrán siempre una posición superior hasta llegar a la cúspide, en donde el blanco inglés, el colono, reinaba en nombre de su majestad.» (Duncan: 85)
«Los negros jamaicanos mostraron siempre una identidad con la empresa, de modo que más tarde, llegaron incluso a permanecer varios meses sin percibir salario alguno, identificándose espiritualmente con el contratista Mr. Keith, en sus empeños por concluir la obra.» (Meléndez: 66)
«Keith contó con el apoyo total de la población negra, desde que se hizo pasar por inglés. Tal era su fidelidad hacia él, que varias veces, al nopoder cumplir con las obligaciones de pago de salarios, lograba con una franca y simple exposición de su situación, que la labor continuara por semanas, y una vez por ocho meses, en los cuales no recibieron ni un centavo. Creían en él, en su palabra.» (Duncan: 89)
El saber de Quince Duncan sobre la inmigración antillana es, entonces, validado por los datos que aporta con antelación Carlos Meléndez, los cuales corroboran el relato posterior del narrador de origen limonense. El mensaje subliminal que se desprende de esta estructura es que los conocimientos de Duncan (que tienen que ver con sus raíces, su experiencia, y la educación recibida como integrante de la comunidad antillana) necesitan ser avalados previamente por el historiador blanco para que el lector pueda aceptarlas como informaciones fehacientes. No por casualidad, Carlos Meléndez recurre en sus dos ensayos al uso de estadísticas y datos sacados de los Archivos Nacionales al tiempo que refiere casi permanentemente a diversas fuentes, tales como diarios de época, e incluye al final de cada ensayo sendas bibliografías. Este gesto cientificista pone de manifiesto su intención de validar académicamente las ideas que tanto él como Duncan desean transmitir.
Aunque Quince Duncan en su ensayo también cita diversas fuentes en notas al pie, y por supuesto maneja cifras y fechas, no hace abuso de esta estrategia. Más bien, las informaciones que aporta forman parte de un relato en cuyo centro se encuentran las experiencias de la comunidad negra de origen antillano. De hecho su ensayo «El negro antillano: inmigración y presencia» profundiza y amplía las informaciones históricas introducidas por Carlos Meléndez en «Aspectos sobre la inmigración antilllana». Así, en el segundo de los ejemplos citados, sobre la relación de los negros antillanos con Minor Keith, Duncan nos hace saber que la confianza que estos depositaron en su patrón se basaba en el hecho de que aquel se había hecho pasar por ciudadano británico cuando en realidad era norteamericano. En otras palabras, Duncan nos hace ver que Keith mintió abiertamente sobre su condición para sacar provecho del sentimiento de pertenencia de los jamaicanos con respecto al imperio británico. Del mismo modo es significativo que mientras Meléndez se refiere al empresario como «Mr.», indicando respeto, Duncan prescinde de dicho apelativo.
Para finalizar voy a profundizar en las particularidades de los los ensayos de Meléndez, primero, y del de Duncan después. A través de una lectura crítica de los tres ensayos se verá que el paternalismo de Carlos Meléndez, que ya he señalado anteriormente, se basa en una postura cientificista que en última instancia justifica el establishment, en tanto el ensayo de Duncan se perfila como un texto que polemiza con la sociedad hegemónica, desde una narración que se vale del vocabulario académico (recurriendo a citas, nombrando fechas) para valorizar la cultura negra de origen antillano como parte integrante de la cultura costarricense.
Los ensayos históricos de Carlos Meléndez
El objeto de ambos textos de este historiador es aportar datos fehacientes, y comprobables científicamente, que demuestren la presencia del negro en la sociedad de Costa Rica, no sólo debido a la inmigración jamaicana iniciada a finales del siglo XIX, sino también a causa de la introducción de esclavos negros durante la época colonial por parte de los españoles.
Así, en el primero de sus ensayos dedicado a «El negro en Costa Rica durante la colonia», Meléndez explica qué etnias fueron introducidas en dicho país, qué trabajos se les asignaba, cuál era el modo de vida de los esclavos y el trato que recibían, cuándo fue abolida la esclavitud y qué suerte corrieron los negros libertos, etc. Lo que este autor quiere demostrar científicamente es que la población de Costa Rica no es exclusivamente de ascendencia blanca e indígena, sino que también tiene ascendencia negra, la que hasta la fecha ha sido prácticamente ignorada. Para ello aporta una gran cantidad de datos, como veremos a continuación:
«El proceso de integración [del negro] a la vida nacional, puede ser analizado a través de algunos datos censales. Así por caso, la cifra ya dada de 1611 sobre la población de Costa Rica nos muestra la existencia de alrededor de un 2% de negros, mulatos y zambos, en una población de 2.659 españoles, ladinos y mestizos y 15.489 indios, lo que totaliza la cifra de 19.293 habitantes. Es decir, los negros, mulatos y zambos eran ya el 7.5% del total, los segundos el 11.1% y de indígenas el restante 81.4%. Al llegar la Independencia, según la misma fuente, existía un 17% de negros, mulatos y zambos, un 9.5% de españoles y el resto, o sea el 73% de ladinos y mestizos.
Como estos grupos étnicos no desaparecieron con la Independencia sino que más bien activaron sus nexos, necesariamente habrá que reconocer que en la formación del costarricense, la ascendencia negra desempeñó un papel de bastante significación.» (35)
Es decir que Carlos Meléndez cuestiona la autodefinición del tico medio, que se cree blanco o, a lo sumo, mestizo, pero nunca negro o mulato. (Otro dato sumamente interesante que se desprende de las cifras que maneja Meléndez es que la composición social y étnica de Costa Rica es mucho más mestiza de lo que habitualmente se asume, si se tiene en cuenta que la población indígena constituía a principios del siglo XVII más del 80% de la población.)
Precisamente esta puesta en jaque del mito de la Costa Rica blanca constituye el costado revolucionario (y polémico) del ensayo de Meléndez, quien, en sus esfuerzos por desmontar dicho mito llega a afirmar que en la época colonial el mestizaje (en sentido amplio) llegó hasta tal punto que «[...] físicamente era imposible diferenciar un esclavo, mulato o mestizo, de cualquier otra persona libre» (39).
No obstante la centralidad de este mensaje reivindicativo en el ensayo de Meléndez, el mismo adolece al mismo tiempo de un tono paternalista frente al negro y tendiente a minimizar o justificar el rol jugado primero por España y luego por el Estado costarricense en la explotación y discriminación de los negros. Así, por ejemplo, este historiador insiste en el hecho de que España sólo tuvo un rol «periférico, en el comercio y la organización del sistema comercial del esclavo procedente de Africa» (15-16), a lo que suma el atenuante de que la esclavitud era practicada en Africa antes de la llegada de los europeos (ver pág. 16 más abajo) y que hasta hubo algunos reinos africanos tales como el Dahomey y el Ashanti que incluso se beneficiaron con el comercio de esclavos con los europeos (ver pág. 18). Más adelante, cuando se refiere a la abolición de la esclavitud en 1822, en lugar de criticar el hecho de que el dictamen que otorgaba la libertad a los negros permaneció varios meses sin ser atendido, resalta el sentimiento humanitario de los redactores de dicho dictamen (ver pág. 41).
En lo que respecta a la actitud paternalista de Carlos Meléndez frente a los negros caben destacar dos aspectos: primero, el hecho de que para este historiador, los aportes de los negros a la cultura costarricense se sitúen en el campo del folklore y de la cultura popular (ver págs. 45, 47 y 48), en donde se vislumbra todo un sistema de valores según el cual la cultura africana no cumple con los requisitos para formar parte de la tradición «culta». Segundo, el énfasis que el autor pone en la necesidad de «comprender» al negro antilllano, en pasajes como el que sigue: «Es evidente la necesidad de comprender mejor todas las facetas del problema del negro descendiente de jamaicanos en la región de Limón [...].» (79) Al caracterizar la situación de los negros como un «problema» que debemos entender y tratar de solucionar, el negro es convertido en un niño que requiere de la comprensión y de la ayuda de los otros costarricenses.
El ensayo de Quince Duncan
Frente a la mirada paternalista del ensayo de Meléndez resalta la perspectiva igualiteria del ensayo de Duncan. Este escritor, lejos de infantilizar al negro lo considera un actor social tanto como el blanco o el mestizo, subrayando que «el problema» no es el negro, sino el racismo y que la erradicación del racismo requiere primero aceptar que existe. Además, Duncan hace hincapié en que el objetivo a lograr es que ambos, negros y blancos, se libren de los prejuicios que tienen respecto del otro para poder aceptar a ese otro como un interlocutor válido:
«El negro ha tenido la experiencia [del racismo], y sabe lo que ha vivido. Cuando lo cuenta, lo último que espera es que esta experiencia sea negada. El único camino que nos queda a los costarricenses es reconocer la existencia del problema. [...]
La eliminación de todo racismo en las conversaciones diarias, en las categorías metafóricas. La elevación de lo negro a su justo nivel. No una especie de ‘deificación’, porque eso a nada conduce. Sino una actitud simplemente positiva, de respeto mutuo, de interés y de mutua comprensión.» (123)
Aquí, el negro no es sólo objeto de la comprensión del blanco o mestizo sino que también se le exige un rol activo, responsable, como ciudadano en pleno ejercicio de sus derechos. En relación con esta cuestión Quince Duncan explica que en Costa Rica no sólo el criollo ha discriminado históricamente al negro, sino que también el negro antillano se ha considerado superior al costarricense blanco o mestizo (ver págs. 87-88).
Otro dato interesante que aporta el ensayo de este escritor es su apreciación de que el racismo frente al negro limonense tiene que ver directamente con cuestiones de clase, es decir con privilegios socioeconómicos, y no solamente políticos. Así, además del racismo institucional del Estado costarricense hasta 1949, Quince Duncan señala dos momentos del racismo frente al negro: el primero, por parte de la Compañía Bananera ( ver pág. 119) y el segundo por parte de una «clase alta, blanca, adinerada, ajena a los intereses de Limón» (119) proveniente de la Meseta Central. Este grupo social se diferencia del grupo de blancos o mestizos pobres que crecen en Limón y con los que sí se ha producido un sincretismo cultural (ver pág. 117). Para subrayar la irrupción de la clase alta blanca como un factor desestabilizante y negativo en Límon, este escritor recurre a una construcción anafórica que al mismo tiempo vincula la injusticia racial con la injusticia social en la sociedad limonense en uno de los pasajes de mayor densidad poética de todo el texto:
«Primero llegaron los peones. Eran hombres de pueblo, hombres marginados.
Muchos de ellos sin más posesión que su machete y la ropa que llevaban puesta. Llegaron buscando trabajo [...].
En el negro se ha desarrollado un sentido de superioridad muy marcado dadas las condiciones que apuntamos antes. El latino que llega a Limón, es el más desposeído: bien costarricense, bien nicaragüense.
[...]
Pero también llegaron los otros, los acaparadores de la tierra, los traficantes de la miseria ajena. Aliados con ciertas autoridades inescrupulosas, despojaron a los limonenses de sus tierras [...].
[...]
Los latinos que inmigraron, vivieron en la casa del negro, aprendieron a comer de su mesa. [...] ‘Ese fulano, nació y creció con nosotros’, solían decir del latino limonense los abuelos. Entre limonenses se vino al suelo la gama de prejuicios que suponen que unos y otros no son seres humanos. [...]
Pero llegaron los otros, los que tenían en la meseta una posición de cierto privilegio. Para ellos Limón era la mina, la posibilidad de hacer dinero. No hubo qué los frenara. Lo arrasaron todo.» (117-119)
En una palabra, para Quince Duncan, el racismo frente al negro limonense proviene fundamentalmente de los grupos de élite, que de ese modo han intentado conservar sus privilegios. Y si en un principio este grupo lo constituyó la compañía bananera, luego fue conformado también por grupos de clase alta provenientes del Valle Central. En ambos casos, este autor apunta que las autoridades han respaldado históricamente a los grupos de poder y que no por casualidad los prejuicios racistas contra los negros antillanos persisten con más intensidad entre los habitantes del Valle Central. En respaldo de esta última afirmación Duncan narra una serie de episodios que ha vivido directamente o le han contado en los que el lector es confrontado con situaciones de la vida cotidiana en las cuales los mesetinos desprecian o discriminan a los negros. Esta estrategia legitimadora se inscribe en las tradiciones orales de la cultura africana, y complementa el enfoque cientificista utilizado por Meléndez, con una técnica propia de la cultura jamaicana.
En este contexto de denuncia del racismo cabe entender, en mi opinión, la crítica que Duncan hace de la escuela como institución, tanto de la británica, como de la costarricense. Ya que este autor, si bien reconoce la importancia de la educación como forma de superarse y progresar, también es consciente de que la escuela británica ha jugado un papel imperialista, inculcándole a los negros los valores del imperio británico como si fueran valores universales y desconociendo el valor de la cultura africana (ver pag. 111). De manera similar, el escritor limonense critica el rol de la escuela costarricense en Limón, la cual niega doblemente la identidad y la cultura de los negros de origen jamaicano ignorando y despreciando las tradiciones culturales africanas así como también las británicas (ver págs. 111 y 120-121).
Quince Duncan, a lo largo de su ensayo, no sólo denuncia estas actitutes discriminatorias, sino que paralelamente rescata los aportes de la cultura negra a la sociedad costarricense en áreas tan variadas como la medicina natural, la música y la literatura, y sin relegar los saberes de los negros al área poco prestigiosa de lo popular. Es más, este autor recalca explícitamente que la conceptualización de lo africano como primitivo es una estrategia racista de los europeos (ver pág. 112).
Entre los episodios personales que Duncan relata para dar testimonio del racismo imperante en la sociedad costarricense, muchas veces de forma inconsciente, me interesaría referirme a uno en particular en el cual, en el que el escritor nos cuenta que un amigo suyo lo ha acusado de tener «complejo de negro» (ver pág. 123), precisamente en el momento en el que él le estaba describiendo una situación en la que había sido discriminado.
A lo que yo respondo, si el «complejo de negro» sirve para visibilizar el racismo implícito en el paternalismo de la sociedad costarricense, que incluso ha sido incorporado por alguien como Carlos Meléndez cuyo propósito es dar a conocer y dignificar la cultura negra en Costa Rica, entonces, bienvenido sea.
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vuelve 2. «Este trabajo es el resultado de la cooperación de dos autores que se unieron para intentar, por primera vez en Costa Rica, una más clara comprensión del negro.» (7) Ver tambíen: págs. 8, 48, 80, 103, 120-1, 123.
vuelve 3. La definición del valor asignado a la educación en la sociedad limonense según Quince Duncan corresponde a la definición de educación como adaptación, como poder y como estado de gracia de Scribner (1984), pero con un énfasis en una idea de la educación como poder.
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