Marc Zimmerman1

Rigoberta Menchú, David Stoll, narrativa subalterna
y la verdad testimonial: Una perspectiva personal
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  University of Houston

Marc.Zimmerman@mail.uh.edu

Notas*Bibliografía

1. Introducción

Un siglo de sueños rotos, el holocausto, e intentos de negar el holocausto… He centrado el trabajo de mi vida, no en la experiencia del grupo en el cual yo nací, sino en los errores y traumas que han afrontado otras colectividades humanas en otras, frecuentemente muy diferentes conjeturas históricas. Una serie de circunstancias me permitió tener contacto con lo que estaba pasando en Centroamérica, y sobre todo con el holocausto llevado a cabo en el altiplano de Guatemala a finales de los 70’s y los principios de los 80’s. Como un estudioso literario, empecé a examinar el testimonio como una manera de explorar el holocausto maya; y de todos los tomos accesibles yo, como muchos otros, estudié en detalle el texto considerado el más representativo de las experiencias más extremas en el altiplano, Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia.

El libro de David Stoll (1999) ha lanzado una sombra sobre este texto, y con él las construcciones normativas de los eventos que pasaron. Algunas personas agresivas están reprendiéndonos a nosotros, los que seguimos queriendo estudiar el texto, aun críticamente. Pronto vamos a descubrir que, como algunos han sugerido, fue el papá de Anne Frank, y no su hija quién escribió el diario que tanta gente ha apreciado como un texto elemental del holocausto. Curiosamente, el ataque positivista de Stoll sobre el narrativo post-moderno valora los términos con la interrogación de todas las representaciones narrativas. Es importante fomentar la lectura crítica, es importante poner en duda íconos y problematizar interpretaciones históricas. Pero también es importante no paralizarse frente a las dudas; es importante encontrar maneras de usar materiales problemáticos y no exonerar a asesinos a pesar de los cuestionamientos a cerca de las narraciones. ¿Y qué pasa si no podemos lidiar con los cuestionamientos de las narraciones? ¿Qué registros tenemos del Holocausto aparte de testimonios anotados? ¿Si los testimonios son cuestionables, qué hay que decir por los mundos a los cuales nos abren? ¿Cómo debemos tratar los encuentros de Stoll y sus implicaciones para Guatemala y el mundo? ¿Qué hay que decir que otros no hayan dicho mejor y con más profundidad?

Este ensayo intenta construirse sobre mi trabajo anterior con respecto a la crisis guatemalteca, meso-americana y sobre el desempeño de Rigoberta Menchú dentro de él. Podemos empezar aquí revisando una cita fundamental de su famoso testimonio: “Quiero hacer un enfoque (en) que no soy la única, pues ha vivido mucha gente y (este testimonio) es la vida de todos”.

En esta cita, el español rústico de Menchú, y mi traducción intencionalmente literal y rústica incluyendo la adición de “(en)” es el centro de la estrategia narrativa que guió a Menchú en la narración de su historia. Citada por David Stoll con una traducción diferente y más elegante, y sin agregar “(en)”, esta frase corresponde a uno de los pasajes centrales en su libro sobre Menchú (vea Stoll:12 y 286), es su mejor explicación de las discrepancias que él encuentra entre las de la narrativa de Menchú y los “hechos ciertos” que él ha encontrado. Finalmente, esto es lo que Menchú admitió en víspera de la controversia a cerca del libro de Stoll.

Constituyendo una meditación extendida sobre la frase de Menchú, el ensayo lleva mi posición inicial sobre el debate Menchú / Stoll que yo describí en Literature and Resistence in Guatemala (1995, tomo 2: 63-68) y el cual Stoll dio una interpretación retorcida (199: 241). Es más, las tergiversaciones de Stoll son en sí mismas sintomáticas de la polémica establecida por el testimonio y por lo que tengo que decir en este ensayo. Aun cuando su libro apareció, compañeros y amigos cambiaron las respuestas que habían estado preparando por años, y antes que Menchú publicara su propia admisión con respecto al asunto, yo había asumido que mucho del argumento de Stoll tenía una cierta validez factual —que había errores fácticos en la historia de Rigoberta Menchú, que ella había incorporado otras historias que no eran de ella, y hasta que ella había reducido ciertas luchas internas indígenas a un narrativo centrado en una alianza indígena / ladino izquierdista en contra del ejército y el estado como agente de protección para la modernización capitalista.

Desde el principio he sentido que por lo menos algunas de las objeciones de Stoll —entre algunos de mis compañeros y amigos estudiosos de la post-modernidad y estudios culturales— estaban basados en sofistería y ataques ad hominen que perjudicaron sus propias agendas intelectuales y hasta una defensa decente de Menchú y de las verdades de las cuales ella directa o tangencialmente había tocado. Pero al contrario de Stoll, yo he creído que Arturo Taracena (como se reportó en Canby 1999: 39) tenía razón en sugerir que “la magia del libro [de Menchú] es la narrativa en primera persona” y que “lo que ella estaba narrando… era la vida de los Mayas”.

¿De todos los mayas? Stoll dice que no, y señala los contranarrativos y su propia alternativa. ¿Pero será que Menchú está diciendo que su versión de la verdad Maya es la única? ¿No estará, por su propia estrategia colectiva y la controversia que ha provocado, señalando la contradictoria e irrenunciable naturaleza de las luchas mayas y las prácticas digresivas subalternas? Aceptando el narrativo de Menchú como una estrategia de construcción, pero uno basado en las profundidades de la vida Maya en los altos, la lucha y estrategia narrativa en un periodo de crisis, quisiera considerar la narrativa central de Stoll sobre el mal de la guerrilla izquierdista en el altiplano y la convivencia de “political correctness” de parte de sus defensores. Quiero tomar en consideración lo que nos puedan decir estas narrativas hoy en día en la etapa corriente del proceso de paz en Guatemala y las guerras culturales de los Estados Unidos.

En el proceso de coordinar mi propia postura vis-á-vis los temas a mano he notado que soy, de alguna manera, una parte menor de la historia de Stoll y su desarrollo de la tesis sobre Rigoberta Menchú. Al escribir por cuenta propia, Stoll tenía mi propia versión disponible la cual resumiré y re-elaboraré aquí. Al agregar mis propios testimonios a los que escribe Stoll (pero librándome de su modo de interpretación), buscaré un panorama más claro sobre dónde creo que la controversia de Stoll nos ha llevado y dónde la cuestión de la verdad del testimonio nos pueda llevar.

2. Cuestiones en la narrativa original

Revisamos brevemente el libro creado de la experiencia narrada por Menchú. Me llamo Rigoberta Menchú presenta a la narradora como una mujer maya, joven, del área norte Quiché, contando la crisis de una familia indígena tradicional y de sus redes comunitarias a los finales de los setentas; presenta la transformación paralela del narrador a un activista y organizador de parte de su comunidad. Rigoberta Menchú habla a través de su narrativa directamente del dolor de su gente y los medios de internalización y resistencia; de la cultura centrada en la raíz de los pueblos en el altiplano guatemalteco; las luchas de su familia para retener y sobrevivir en su propio minifundio; los ritos de nacimiento, casamiento y extremaunción; la muerte de sus hermanos por malnutrición; la experiencia opresiva del trabajo temporal en las plantaciones costeras de algodón; la migración a la ciudad para buscar trabajo como sirvienta; el machismo, y el problema de la opresión de las mujeres en ambas culturas ladinas e indígenas; los esfuerzos para construir organizaciones de autodefensa y las respuestas a la masacre por el ejército; la emergencia del CUC, la mayor organización de solidaridad entre indígenas y ladinos campesinos; la tortura y asesinato de sus hermanos y de su madre por los soldados, su propio exilio. Su historia personal y especialmente su relación con su padre, Vicente, la vincula a los mayores eventos del movimiento de resistencia India: Panzos, Cajul, la ocupación de la embajada Española (en la cual su padre fue asesinado), la creación del CUC, la huelga de 1980 y la marcha sobre la ciudad de Guatemala, las campañas de contra insurgencia a principios de los años ochenta.

Claramente, la cuestión de la representatividad de Menchú se convierte en la clave mayor en el entendimiento de las implicaciones de su texto. Está la cuestión de, si es verdad o no que Menchú representa más que a sí misma, su familia, un sector de su grupo, su pueblo, los mayas guatemaltecos, etcétera. Después, está la cuestión sobre la referencia de su historia, su “contenido válido” o veracidad –cómo se logra la veracidad de la impresión, y cómo se confirma ésta. Sin duda, Menchú convence a casi todos los que la leen y ella hace esto, sin embargo, a pesar de sus propios esfuerzos para poner en relieve la posibilidad de varios grados de ambigüedad, media-verdad y perspectiva rotundamente errónea –cosas exploradas cuidadosamente en el excelente ensayo de Doris Summer (1991). Pero, ¿será que el texto vaya “más allá de la ideología”? Y si no, ¿cuáles son las determinantes de la perspectiva de Menchú y que tipo de verdad podríamos encontrar en su texto aún si determinamos que ha habido más “intervenciones ideológicas”?

Estas cuestiones ya estaban en el aire durante en los ochentas cuando fueron captadas en los debates generales sobre etnografía y la autenticidad subalterna (cf. Clifford 1983; Spivack 1988), específicamente sobre la representación indígena guatemalteca y los puntos de vista sobre el holocausto (cf. Stoll 1990a); posteriormente se agudizaron debido al protagonismo de los activistas de derechos humanos y reforma curricular y a los subsecuentes ataques en contra de “political correctness”, la reforma del canon literario, y el multiculturalismo —ataques representados sobre todo en la escritura del ideólogo derechista Dineseh D’Souza (1991). Después, las cuestiones fueron incorporadas dentro de un debate mucho más público y amplio durante, y sobre todo, después de la campaña que culminó con la premiación de Menchú con el premio Nóbel de Paz en 1992.

Primero está el problema: Menchú, por un lado, quiere contar su historia para ganar compasión para la causa de su gente, pero por otro lado tiene miedo de decir toda la verdad, porque su gente sabe, por experiencia, que otros pueden usar lo que cuentan para lastimarlos. Segundo, Menchú cuenta su historia a una antropóloga entrenada en París y ésta claramente afecta el texto, ordenando el material según sus propias prioridades, marcando los capítulos, añadiendo citas de textos consagrados y decidiendo qué preguntas formular. También tenemos el problema de las propias motivaciones de Menchú, como una líder muy dada a la política quien ha sido entrenada para ver la realidad de cierta manera y buscar ciertos resultados para su gente. Es lícito entonces preguntarse cómo Menchú ve su cultura, la relación entre lo que ella afirma como creencias mayas —las creencias son más o menos auténticas— y su transformación a través del tiempo. También tenemos la cuestión lingüística –el uso del castellano por alguien cuyo primer idioma es otro.

Pertinente a esta cuestión es la relación de ella con los ladinos de quienes había hablado negativamente aunque es obvio que su idioma y su vida en sí han sido influidos por algunos ladinos de la izquierda con los que ella claramente tuvo significantes e importantes lazos. -Éstas y otras cuestiones de representación claramente absorben a los críticos con cada aspecto de su texto, comenzando con el título de su libro y por ahora sus líneas clásicas de apertura.

Nuevos proyectos para el desarrollo de la tierra en unión con las manipulaciones del gobierno, la pobreza extrema de los mayas, y la crisis demográfica que está creciendo, ayudaron a precipitar la crisis en varios niveles por todo los altos de Guatemala. Las prácticas mayas que eran consideradas tradicionales y satisfactorias en escenarios anteriores del desarrollo ahora suponen un medio ambiente ecológico amenazando los proyectos del uso de la tierra en áreas extensivas. Por lo menos un aspecto de la resistencia maya, y su búsqueda de un cambio está fundada en el deseo de mantener lo que ellos consideran sus tradiciones fundamentales, incluyendo el papel de testimonio y ceremonia: “Queríamos cambios para que pudiéramos expresar nuestros sentimientos y conducir nuestras ceremonias otra vez, del modo que lo hacíamos antes, porque en ese tiempo no había posibilidad de hacerlo” (Ibíd.. 55). El hecho de quemar la madera es solamente una señal de los tipos de problemas involucrados, aquellos concernientes a problemas del desarrollo nacional (capitalista o socialista) de los derechos y valores indígenas.

Las únicas soluciones perseguidas por los poderes dominantes de Guatemala fueron manipulación y fuerza, causando el efecto de resistencia y represalias. Pero la cuestión permanece ¿cómo un capitalista “progresista”, incluso un régimen “democrático” pudo lidiar con este problema?, y ¿cómo habría podido un régimen socialista “progresista” solucionarlo?. Estos problemas emergen también con respecto a las marginaciones y enemistades entre los grupos indígenas, la desconfianza entre ellos mismos y de los valores ladinos y no-indígenas; el hombre, municipalidad o actitudes centrados en grupos; las rivalidades por mujeres y la tierra; por hegemonía familiar, local o regional; y (para tocar una asunto mayor) los problemas indígenas con el licor. Estos argumentos no están expuestos o enfocados adecuadamente en el testimonio de Menchú e indican cuantas transformaciones se requerían para poder hablar convincentemente de las relaciones armoniosas entre los humanos y la naturaleza. Estas discrepancias y cuestiones son como aquéllas que yo y otros hemos notado en nuestros trabajos anteriores sobre Rigoberta Menchú (vea Gugelberger, ed. 1997) —aunque nuestro intento no era el negar sino simplemente poner en relieve algunas perspectivas críticas con respecto a su narrativa y sus reclamos.

El prestigio icónico de Rigoberta Menchú y el Nóbel

En los ochentas, Menchú se encamina a convertirse en un icono o hasta un bien simbólico o una mercancía con la cual la izquierda y los intelectuales de la izquierda podían obtener beneficios. Rigoberta la indígena, la mujer, la defensora de los derechos humanos: estas tres identificaciones abrieron nuevas líneas que rápidamente ganaron un nicho en el mercado. Pero ella aplicó la misma lógica correcta aquí como lo hizo cuando favoreció la adopción del español por los grupos indígenas de su país. Dentro de la hegemonía capitalista, uno tiene que entrar en las relaciones del mercado. Si estás afuera del círculo de mercancías, si no tienes una mercancía o no puedes convertirte en una, entonces no significas nada, no existes. Aunque el objetivo sea destruir el círculo que ya existe, no existe “una afuera de poder”, como Nelly Richard (1990) nos recuerda, desde donde uno puede negociar. Por su propia parte o bajo la dirección de Taracena y otros intelectuales de la EGP, Menchú estaba, de una manera, conciente de este aspecto del capitalismo contemporáneo. Por lo que ella acordó narrar su historia de la manera más dramática que se pudiera hacer; promovió esta historia mundialmente en la forma de mercancía de libro. Trabajó activamente por su causa; trabajó ávidamente por su premio Nóbel —ya que ella sabía su valor. La cuestión general, resultado de esto, no es sólo si los subalternos podían hablar, sino ¿siguen siendo subalternos cuando sus vidas y lo que están diciendo de ellas es premiado con el Nóbel? Más específicamente, ¿continuaría siendo Menchú representante de su grupo, la Unión Revolucionaria Nacional guatemalteca (URNG) o pasaría a representar la definición más amplia de la referencialidad conferida a ella por el Nóbel aún si esta definición a veces pudiera estar en conflicto con los intereses más partisanos?

En 1989 se escribió el fin de la narrativa de la izquierda en el área de Meso-América, y esto que pasó tiene como gran ejemplo lo sucedido en la carrera de Rigoberta Menchú, como sus posturas políticas y acciones, y las de su grupo en particular, el CUC, que pasan de una alianza firme e inquebrantable con la URNG, a una alianza más independiente, de liderato y de mediación en relación con la configuración de los nuevos actores y movimientos sociales que pudieran ser caracterizados como post-Leninistas, y de hecho, post-modernos. Como Menchú se volvió una figura internacional, y una campaña suya llegó más allá del Nóbel, ella pudo tomar nuevas orientaciones y papeles transnacionales respecto a la guerrilla guatemalteca y el más reciente conflicto post-NAFTA en Chiapas, para representarse como un icono (pero también fuerza viva) de la resistencia subalterna en un mundo “post-revolucionario” de ONG’s y movimientos sociales más allá de las nociones marxistas del determinismo social y la práctica partidista. Lejos de ser un objeto sin poder en escenarios post-modernos y contemporarios, Menchú ha tomado su camino entre varios contextos con una creciente impredecibilidad y seguridad, como ella y los sectores que vino a representar han tomado su camino en el nuevo (des)orden mundial en el cual vivimos hoy en día.

Mientras que el ejército guatemalteco trabajó con otros sectores para ingeniar su transición civil, la Menchú en el exilio se hizo una portavoz para los derechos indígenas, apareciendo en innumerables foros de debate por todo el mundo –una situación que alcanzaría un nuevo nivel de intensidad en las movilizaciones arregladas en relación con el quinto aniversario del descubrimiento por Colón del Nuevo Mundo y su exitosa campaña para el premio Nóbel. Así como los años vinieron y se fueron – a Guerra Fría se terminó, la crisis revolucionaria en Centro América disminuyó, y 1992 se acercó más y más –Menchú creció en sus aptitudes, experiencia y perspectiva. Como una oradora efectiva, una activista sujeta a las campañas gubernamentales —tanto como bromas sexistas y racistas— ella se convirtió en líder de organizaciones indígenas y de mujeres, un símbolo de lo subalterno y especialmente de la gente indígena, una figura en la vida política concreta de su país. Sin duda, Menchú recibió el apoyo hasta de los conservadores en sus esfuerzos de crear una política democrática más amplia. Al mismo tiempo que ella hizo campaña para el Nóbel, hubo una polarización con un candidato propuesto por el lado derecho ladino, y también la polarización entre los indígenas que dudaron de su representabilidad.

También envuelta en esta historia está la cuestión de la movilización política post-insurgencia en Guatemala y la relación de Rigoberta Menchú con los grupos guerrilleros de Guatemala y las grandes organizaciones después de su campaña por el premio Nóbel. Por supuesto el Nóbel le dio un nuevo espacio en la política guatemalteca bajo la presidencia de Jorge Serrano-Elías, según ella iba y venía del país metiéndose más y más adentro del tejido de la política guatemalteca. La conjetura post-Nóbel particulariza las cuestiones sobre la posición de CUC como una organización independiente o no más que una fachada para y controlada por la organización izquierdista con la cual está en alianza. Sobre todo, la cuestión era la relación de Menchú con el CUC —si ella era nada más que una activista operacional del frente popular de un grupo que por último representaba o si ya ella se había convertido en una figura relacionada a, pero en muchos sentidos, más allá de, una afiliación específica. La cuestión se encaminó a la naturaleza y el funcionamiento de las estructuras y organizaciones establecidas en el amanecer del Quinto Centenario de 1992 —sobre todo, la Fundación Vicente Menchú, dedicada a la defensa mundial de la gente indígena.

Tales cuestiones críticas cobraron importancia durante los eventos dramáticos de mayo-junio de 1993, cuando Serrano atentó un golpe de estado estilo Fujimori con el soporte del ejército conocido como el Serranazo; y estas cuestiones se han complicado en relación a otros eventos ocurridos desde entonces —sobre todo el desarrollo de nuevas organizaciones sociales, sus papeles y la relación con la derecha e izquierda tradicionales en el proceso de paz guatemalteca y, en este contexto, con el creciente movimiento guatemalteco e internacional de identidad indígena en el cual Menchú había estado involucrada.

Los cargos iniciales de Stoll

Fue durante la época del desarrollo de Menchú como una figura internacional que Stoll, un antropólogo joven que reclamó algo de reconocimiento por su trabajo sobre el crecimiento del protestantismo en Latinoamérica (1990), empezó a cuestionar el narrativo de Menchú y a cuestionar el marco entero de su narrativa publicada. En sus presentaciones y ensayos iniciales (1990 a, b), el punto de Stoll es que el libro es impreciso, y por esta razón no debía dársele tanto valor a la hora de precisar la situación de Guatemala. Primero Stoll dijo que las historias de Menchú del pre-holocausto de los indígenas están idealizadas en su libro; que aunque las incursiones terrestres promovidas por el ejército y la evolución de la explotación en las fincas de la costa explica por qué ciertos sectores de indígenas se rebelaron, esta orientación no toma en cuenta algunos de los problemas implícitos en su propia narrativa: rivalidades entre indígenas, alcoholismo, y sobre todo, problemas ecológicos y procedimientos agrícolas de los mayas. Segundo, Stoll cuestiona la narración de Menchú sobre la muerte de su hermano, señalando otras versiones, incluyendo testimonios publicados y sus propias entrevistas, que sugieren que la versión de Menchú es una “invención literaria” hecha para servir un propósito político. Tercero, Stoll cuestiona la representabilidad de Menchú hacia sus propios vecinos y la gente indígena de toda Guatemala. Él sostiene que, como Menchú ya no vive en los altos de Guatemala, y ya no participa en el sufrimiento cotidiano de la gente que vive allá, que ella está fuera del alcance de ellos y de los cambios que han pasado en los últimos años. Es decir, que cualquier sospecha que hubiera habido en 1980 sobre la representatividad de Menchú, es más válida que nunca.

Esta última cuestión se extiende desde la joven Rigoberta entrevistada por Burgos-Debreay, hasta la Rigoberta madura, veterana de los foros internacionales, conferencias de hoteles y presentaciones hoteleras tan lejos de la vida del altiplano y las transformaciones derechistas (la institucionalización de la vigilancia PAC de los pueblos y el incipiente protestantismo evangélico tan opuesto a la teología de liberación de Menchú y el CUC) que varios sectores indígenas han sufrido como consecuencia de la desilusión de la esperanza revolucionaria, el abandono y, en algunos casos, atrocidades horrendas (un 3 % del total, de acuerdo con el informe del REHMI guatemalteco) así como por sus atrocidades cometidas por la guerrilla misma.

Claramente, Stoll tenía sus propias intenciones; él deseaba quitar a Menchú de su pedestal y de ese modo hacer lugar para sus propias y muy diferentes ideas provenientes de sus entrevistas en el altiplano a finales de los ochenta. Sobre todo, él deseaba criticar la izquierda por reivindicar un gran apoyo para la revolución en números más grandes de los que en realidad eran y en efecto engañar a los indígenas y a otros sobre sus oportunidades de salir victoriosos. Stoll resalta lo que considera información y visión exagerada y falsa de la teología de liberación como una fuente de representaciones falsas; insiste que la historia real, la historia dominante en el altiplano tiene más que ver con el protestantismo como una ideología contra-guerrillera. Como acoté en el primer capítulo de Literature and Resistance in Guatemala, Stoll no está solamente atacando la historia de Menchú y el izquierdismo guerrillero de Guatemala, sino él está cuestionando la noción de resistencia indígena como es generalmente concebida por la izquierda estadounidense en mi libro y en otros.

Esto es sin duda el centro de la posición de Stoll: su refutación extremista de la resistencia como una categoría en general y como una que es viable para el análisis de las realidades indígenas guatemaltecas. Por lo tanto, dentro del prefacio de su tesis de 1992, Stoll escribe:

Si el movimiento guerrillero representa el deseo popular en el altiplano del oeste, entonces la explicación más pertinente para su fracaso debiera estar en el aparato de represión del ejército guatemalteco… Eso, entonces hace lógico estudiar la respuesta popular en términos de “resistencia”, una frase que captura todas las categorías que se pusieron de moda en la antropología cultural de los años 80 como fue la “aculturación” en los 50’s. Resistencia claramente se puede encontrar en el país (xi). Las guerrillas todavía se mueven en las montañas, y bajo el control del gobierno hay mucha resistencia pacífica y crónica del tipo descrito por James Scott como “las armas de los débiles”. Pero si el movimiento guerrillero no nació de las aspiraciones populares, entonces un simple modelo de opresión-rebelión-represión no va a poder captar la experiencia local de todo aquello, ni muchos menos de categoría apologéticas como acomodación. Si nosotros escuchamos lo que dicen los Ixils en público o privado —con estribillos como “nosotros fuimos engañados”, “nosotros estamos en medio”, “la tierra no da más” y “no hay más trabajo”— la experiencia de ellos puede rigurosamente ser sumada con conceptos que abarquen todo como “resistencia”. [1992, iii].

La movilización dirigida en contra del golpe de estado de Serrano Elías y del nuevo gobierno de junio 1993, así como al proceso dirigido a y más allá del tratado de paz, señaló al pueblo y específicamente a la resistencia indígena como una fuerza histórica real no fácilmente negada por Stoll; no importa a qué grado se modifica, se medita o se afina el concepto, la resistencia permanece como categoría analítica significante para entender el problema de Guatemala (cf. Jonas 1991). Lo que es cierto en las palabras de Stoll es que muchos indígenas guatemaltecos han sentido que están entre dos facciones ladinas y han construido su resistencia como una plaga en todas las casas. Pero otros han visto las cosas de diferente forma y han tomado otros caminos. Y es que son numerosas las direcciones tomadas por los diferentes sectores indígenas en el altiplano de Guatemala y donde quiera, nos enfrentamos con la irreductibilidad de las múltiples fuerzas sociales para seguir un modelo fijo. La interrogante más completa que podemos hacernos respecto a los indígenas en relación con todo eso es: ¿Qué direcciones tomaron?, ¿quiénes las tomaron?, y ¿cuándo? Pero antes de proseguir, creo que éste es el lugar para mi propio testimonio.

Mi propio testimonio

La larga oposición de Stoll en publicar o discutir abiertamente sus acusaciones en una arena pública ilimitada es, por temor dice, de enojar a sus colegas antropólogos por brindar supuestamente ayuda al enemigo. Pero a pesar de toda su reserva, sus negativas a no discutir públicamente su posición, Stoll leyó los papeles de su posición inicial sobre la veracidad de Menchú en foros universitarios, y los envió a los investigadores guatemaltecos. Él también envió por lo menos uno de sus “Rigoberta papers” a John Beverley quien indicaba que iba dar un resumen de los argumentos de Stoll en una sesión sobre testimonio y literatura programada pare la conferencia de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) en Washington, D.C., 1991. En el Capítulo 16 de su libro, Stoll indica que había presentado su propia versión a los antropólogos al principio de la reunión de LASA y había sido objeto de un ataque. Después (un asunto que él omite relatar), asistió a la presentación de Rigoberta Menchú, donde yo también estuve presente. Nosotros salimos simultáneamente para presenciar lo que pudiéramos de la presentación de Beverley, casi empujándonos el uno contra el otro y de ese modo nos reunimos por primera vez. Yo inmediatamente le pregunté acerca de lo que encontró sobre Menchú, y él empezó a decirme algo acerca del asunto cuando entramos al salón donde Beverley estaba comenzando su presentación. Pero para mi sorpresa, Stoll no decidió sentarse en el asiento vacío a mi lado, sino se sentó detrás de mí y parecía que me usaba como un escudo para esconderse cuando Beverley habló de él y, principalmente, sobre su cuestionamiento de la veracidad del reporte de la muerte del hermano de Rigoberta Menchú en su famoso libro.

Stoll interrumpió la narración en la presentación de Beverley para explicar cómo más tarde él, sabiendo que Menchú podría oír cómo él hablaba de ella, decidió darle una copia de sus papeles. Solo en el siguiente capítulo Stoll regresa a su descripción de la presentación de Beverley (Stoll 239), y me enrolla en el evento para indicar cómo yo en mi libro Literature and Resistence in Guatemala, desarrollé una crítica hostil de sus esfuerzos basada en una interpretación errónea de su conducta en la presentación de Beverley, acusándolo de “hacer falsos y maliciosos cargos contra Rigoberta”. Y ¿por qué acusé a Stoll? Porque “contra la reacción principal en el salón de que mi descubrimiento fue un ultraje fuera de lugar y que no prueba nada, siendo que la cuestión de la veracidad empírica de la historia de la Menchú no es un asunto que sobresale en la era postmoderna, [Zimmerman] aprovechó la ocasión e insistió que el asunto sí era importante discutir…” Más tarde él me acusaría de temblar de miedo atrás del salón, dejándolo solo para recibir toda la furia de los postmodernistas quienes, en aparente violación a sus principios, estaban determinados a interpretar Me llamo Rigoberta Menchú literalmente o, por lo menos, no querían oír una narración contradictoria (Stoll 241).

En efecto, la interrogante de la veracidad de Menchú pareció no ser un problema para los presentadores y oyentes en la sesión sobre testimonio; y la posición de Stoll fue desechada como una preocupación absurda en relación a lo que concierne a la literatura postmoderna –por lo menos ésta fue la reacción de Hugo Achugar y Doris Sommer. Reaccionando a estos hechos, yo tomé la palabra y gané la desaprobación (y desprecio) de casi todos mis amigos postmodernistas, que permanecían ignorantes de la presencia de Stoll y toda su condescendencia sarcástica a mi postura obviamente absurda (me he arrepentido muchas veces por no haberlo señalado con el dedo a él para desviar la atención que le ponían) que los cargos del antropológico eran asuntos serios con serias consecuencias, que los asuntos de referencias tenían serio peso político, después de todo, en el intento de muchos por desacreditar a la izquierda guatemalteca o por desacreditar el uso de la historia de la Menchú como un texto clave en la lucha estadounidense contra el canon literario y el currículo de los subgraduados universitarios.

Stoll explica que no habló porque no quería arriesgarse a una conferencia que él caracterizó como dominada por su “political correctness” en la cual enlaza a Menchú, al proceso de paz y a los asuntos de derechos indígenas, asuntos que él insiste no quiere aparentar tener una opinión opuesta. Por mi parte, mi propia inquietud estaba con la lucha política guatemalteca que me condujo a arriesgar el descontento de mis amigos quienes estaban más específicamente sumergidos en las guerras culturales. Naturalmente yo perdí mucho de mi capital intelectual aquel día, virtualmente no pude convencer a nadie de que mis preocupaciones eran apropiadas o bien formuladas.

Más tarde cuando Rigoberta Menchú pasó a mi lado en el lobby, me aventuré a presentarme, y ella inmediatamente me preguntó si conocía a un antropólogo llamado David Stoll quien estaba propalando rumores de que sus narraciones fueron una serie de mentiras. Cuando le dije que yo lo acababa de conocer y que no estaba muy impresionado por su manera de proceder, ella dijo, “Si él tiene algo que decirme, ¿porqué no me lo dice en mi cara?” En su libro, Stoll dice que le dio a Menchú su dirección y una copia de sus papeles en la reunión de LASA. Pero esa tarde ella me preguntó si yo tenía la dirección y se la di. Ella continuó y me dijo que el testimonio era de ella, que miembros de su familia habían sido asesinados, que los militares eran criminales y –pero en ese momento algunos de los más sofisticados críticos de literatura feminista en LASA se aglomeraron alrededor de nosotros, con sus propias interrogantes y yo nunca la oí hablar más de este asunto.

Quizá haya algo alegórico en todo esto. Yo estaba de acuerdo con mis amigos acerca de las guerras culturales, todavía deseaba una oportunidad para seguir hablando con Menchú acerca de los asuntos –sin decir nada de su vida y de sus opiniones sobre la situación en Guatemala. Como yo lo sustentaría en mi libro tal vez sin mucha claridad —pero basándolo en algo que yo experimenté un día en el Instituto de Arte de Chicago: “Nosotros podemos señalar los secretos de Menchú y ver su texto a través de una analogía con las famosas pinturas de pipas de René Magritte donde debajo la pipa dice ‘Ceci n’est pas un pipe’. O para tomar otra analogía popular artística: solamente el amante de arte preferiría una hamburguesa de Claes Oldenburg a una servida en la cafetería del Instituto” (1995, Vol. II: 66). Mis amigos estaban indudablemente en lo correcto al criticar mi imperfecta presentación sobre la importancia de confrontar las opiniones de Stoll; indudablemente, me faltó el estilo y la agudeza teórica. Pero ahora ¡miren dónde estamos, solo pasados unos años!

Quizás todo esto ayude a explicar mi propia dificultad en contribuir al libro que yo alenté a editar a Arturo Arias. Quizás esto explique la forma torcida de este ensayo. Pero quizá por analogía esto ayude a contextualizar las tergiversaciones interpretativas de Stoll mismo en las canciones y bailes sobre testimonio e historia.

Una mirada breve al libro de Stoll

En la época en que Stoll publicó su libro, los reclamos que hizo en sus ensayos iniciales estaban semi-enterrados en un informe extremadamente detallado de páginas y páginas para averiguar la evolución de la política de Vicente Menchú, en su totalidad, y su lucha por tierra, no con los militares, sino con miembros de su propia familia. Stoll utiliza aún más páginas tratando de hacer creer un improbable argumento de que Vicente Menchú y los otros ocupantes indígenas de la embajada española, y no la policía, fueron los responsables por el incendio de la embajada en la cual ellos murieron. También lo que sobresale en el libro de Stoll es la exploración de la educación primaria de la Menchú y su falta de participación en el trabajo agrícola temporal en la costa del pacífico de Guatemala, así como también al verse involucrada constantemente (pero aquí él falla en proveer detalles) con ladinos radicales, como una llave para entender la política y las motivaciones en el testimonio de ella. El libro de Stoll no sólo envuelve una crítica de la lógica campesina e indígena, de la búsqueda de la verdad en medio de la postmodernidad y el ambiente de “political correctness” sino también una crítica a la formación de iconos en el mundo contemporáneo y, menos directamente, en la fetichización un sujeto nativo que dice lo que sus interlocutores quieren que ella diga.

Stoll describe cómo esta talentosa hija de un litigante y luchador maya llega a ser un ídolo. Él quiere derribar al ídolo de su pedestal. Repite sus observaciones sobre cómo el hermano de Menchú no muere como ella dice, y ahora agrega que ella no fue a la escuela, no trabajó en la cosecha de café en las plantaciones costeras, y no trabajó como sirvienta en la ciudad. Sin embargo, Stoll, sobre todo, desea demostrar cómo la narración de Menchú de un conflicto entre la población indígena y la milicia respaldada por el estado capitalista no fue la historia verdadera detrás de las miles de atrocidades que su gente encaró, si no más bien el resultado de disputas entre los indígenas, los cuales llevaron a diferentes actores a buscar apoyo del gobierno o de la guerrilla.

La última meta de Stoll es cuestionar las verdaderas bases del conflicto en el altiplano. Para hacer esto él debe mostrar que la narración de Menchú no corresponde a la verdad, sino que es un escrito basado en su adoctrinamiento dogmático con el EGP y su deseo de recomponer y embellecer su historia para que así pueda ayudar a conducir a un levantamiento conciente y ganar apoyo para el grupo al que ella está afiliada y en el cual ella cree. De acuerdo con esta interpretación, las tergiversaciones en el cuerpo principal de su narrativa son el resultado del esfuerzo de Rigoberta Menchú en hacer su historia más representativa pero también para más efectiva. Por supuesto, ella logró su propósito pero dejó varias discrepancias internas acerca de su historia y en relación con otras versiones de lo que pasó en el altiplano que un investigador al estilo Sherlock Holmes bien-financiado y comprometido podría prontamente descubrir.

El deseo de Stoll de desacreditar a las guerrillas y a los activistas indígenas parece solamente sobrepasado por su interés en criticar la antropología y estudios culturales de izquierda en los Estados Unidos y otros lugares. Está claro en su libro que su propio deseo en un buen ataque fue provocado por las reacciones hostiles que recibió de la inteligencia izquierdista. ¿Puede este asunto explicar el desbalance y desigualdad en su texto? Si Stoll quiere poner la narrativa de Menchú lado a lado con los hechos, ¿cómo puede él permitir tan excesiva especulación en su texto? Si quiere estipular que las campañas de los militares puedan ser interpretadas como una reacción a la insurgencia provocada por la guerrilla, ¿debemos creer que no hubo más que propaganda marxista? (¿No hubo una serie de razones bastante concretas?) ¿Qué condujo a esta insurgencia? ¿No hubo un proyecto militar que mezclaba su propia visión con la de la gente y la tierra que condujera al genocidio si encontraban oposición? El trabajo del colonialismo y capitalismo en su fase de globalización están completamente fuera de la narrativa de Stoll, aunque, como Carol Smith (1990) y otros han mostrado, éste es el marco lógico para ver las disputas internas entre los indígenas y su relación con la izquierda y otros sectores. O ¿debemos seguir el liderazgo de Stoll en culpar a Auschwitz en su resistencia al avance Soviético? ¿Debemos explicar (y tal vez justificar) el holocausto señalando las dudosas prácticas de negocios de algunos capitalistas judíos?

No hay duda que el libro de Stoll ha tenido un gran impacto, que algunas de sus investigaciones le han pagado muy bien. Pero es también interesante notar cómo surgieron muchos espacios e interrogantes en la vasta industria campesina de Rigoberta que pasan sin respuesta en un libro que es tan largo y detallado. ¿No son correcciones dejadas muy a la ligera? ¿Por qué no están los hallazgos de Stoll acerca de la educación de Menchú y del resto más estrechamente unidos a su tesis central? ¿Por qué no hay esfuerzos para crear una exacta y más concreta narración de la Menchú en su participación con la guerrilla de izquierda y la conversión ideológica de sus posturas en la EGP y grupos afines? ¿Por qué son los cambios, extensiones y transformaciones de sus posturas tan particularmente detalladas y exploradas en relación con la campaña del Nóbel y los procesos de paz?

Dicho todo esto (y más será dicho), es también cierto que Stoll destaca asuntos que son importantes acerca de las causas del holocausto de Guatemala y su interpretación por aquellos que buscan el desarrollo cultural, postcolonial y los estudios subalternos. Por ejemplo en la cuestión de la verdad poética o trágica de su testimonio como una expresión de la colectividad indígena, él escribe: “Su historia puede ser cierta en un sentido poético. Pero la idea de la memoria colectiva evade una pregunta importante: ¿qué partes de su testimonio no pueden ser tan colectivas y reflejan una perspectiva inconforme con la de muchos otros en la supuesta colectividad? ¿Las posibilidades de superioridad con mucha de su gente? (196)”.

Indudablemente esta clase de cuestionamiento es válida, y permite que Stoll resalta preguntas útiles a cerca de la lealtad de Rigoberta Menchú en su apoyo inicial de la línea indígena de la EGP y su apoyo firme a las deplorables políticas sandinistas respecto al pueblo miskita. De hecho, por un lado, las incriminaciones y acusaciones que animan y sobre-determinan el texto de Stoll, lo conducen a un resumen de la historia de Menchú como aquélla de “una joven mujer” que dice haber tenido experiencia en algo que ella no ha experimentado y que llega a ser portavoz del movimiento guerrillero y de los indígenas (198). Por otro lado, hay maneras en la cual los giros y contra giros compensatorios de su narrativa ofrecen una versión más equilibrada y simpática de su historia como aquélla de una joven mujer que ha sufrido mucho y que distorsiona su narrativa por la razón de un partido político que le ha dado un espacio y un papel en la vida y de la cual ella gradualmente se distancia. Stoll señala cómo ocasionalmente Menchú pasa de “ellos” a “nosotros” así como llena vacíos en su narrativa poniendo en primera persona las historias que había oído. En su defensa, puede decirse que ella sintió la responsabilidad de representar a tantas de sus gentes como le era posible, y para eso escogió cumplir con este compromiso en la manera más conveniente que ella supo (199). El libro “salió del encuentro entre una joven mujer determinada a narrar el sufrimiento de su gente y un antropólogo entrenado a escuchar. Como resultado fue una explosión de memoria e imaginación de una joven mujer que había perdido la mayor parte de su familia, que había encontrado un nuevo hogar en el movimiento revolucionario y que estaba determinada a pelear” (200).

Mi crítica de entonces y ahora

En mi crítica inicial de los ensayos iniciales de Stoll (1995: 63-68) expresé algunas perspectivas que vale la pena repetir y ampliar aquí para encarar el libro de Stoll. Primero, mencioné la sugerencia de Beverley de que Stoll solamente contradice a Menchú en base a otros testimonios que son por sí mismos altamente dudosos. En efecto, “la única cosa que uno puede poner en el lugar del supuestamente inadecuado y distorsionado testimonio de Rigoberta podría ser. . . otros testimonios, que por sí mismos no son adecuadamente representativos, porque ‘sociedad’ no es una esencia anterior a su representación discursiva, más bien es el efecto –el “texto social”-- de luchas. . . sobre representaciones” (Beverley 1992: 15). En este contexto, pero ya tomando un rumbo diferente, noté como Alice Brittin, una estudiante graduada que trabajaba con Arturo Arias, unió las opiniones de Stoll con las de Dinesh D’Souza, Mario Antonio Sandoval, y Richard Gronior, que enfatizan la creciente distancia vital e ideológica de Rigoberta Menchú respecto a las vidas de los pobres indígenas de Guatemala. De acuerdo con Britton, “estos críticos argumentan que la apropiación por Rigoberta de perspectivas radicales, ladinas, marxistas y no-indígenas, su comunicación y comunión con gente no indígena, pero también sus complejas estrategias protectivas y secretos, y más – constituyen modos de distanciamiento constructivo que le han facilitado llegar a ser más completamente representativa de la lucha de los indígenas y de las mujeres indígenas en Guatemala, mientras que al mismo tiempo la protegen de los efectos alienadores que de otra manera pueda producir el distanciamiento” (1994).

Los estudios contra-guerrilla y contra-culturales dejan huellas que caracterizan y estructuran el trabajo de Stoll desde el principio tienen una relación coyuntural a los esfuerzos mal intencionados de los militares guatemaltecos para cortar el crecimiento de oposición articulada en los nuevos movimientos sociales pero también tienen que ver con el incremento de ataques en los Estados Unidos a los estudios culturales. Algo pasó entre sus artículos iniciales de Menchú y su libro recién salido, así Stoll por sí mismo estaba moldeándose en un símbolo de la nueva derecha. A propósito, sus críticas corresponden a un intenso período de crisis de post-guerra en las serranías donde los grupos indígenas sufrieron enormes pérdidas traumáticas y han sido sujetos a intensos controles militares como también a un incremento en la evangelización. Stoll introduce la discusión de Menchú justo a tiempo cuando la victoria militar en las serranías ha producido una cultura de represión y la auto-negación que surge en la vida de cada pueblo en el período que yo visité.

El otro lado de esta historia es el renacimiento y crecimiento de movimientos populares entre grupos indígenas y grupos de mujeres, a principios de los 1990 – acontecimientos que, a menudo completamente independientes de la política y planes de la URNG, indican la militancia de ciertos sectores indígenas en la cara de las amenazas militares de los que parecen repudiar la actitud que Stoll tomó contra Menchú y la cuestión indígena –el nivel de apoyo indígena para cambios en Guatemala había crecido más que nunca en los años pasados, aún con apoyo de la derecha, en ciertos sectores indígenas ha pasado lo mismo o se ha extendido. Así estos acontecimientos de la relación de Menchú con ellos y su implicación en aquellos asuntos son tratados muy esquemáticamente por un investigador quien está buscando discrepancias en el resumen de Rigoberta Menchú.

Otra vez en mi crítica inicial, yo noté las preguntas que Beverley y Brittin formularon, indagando si las referencias de las entrevistas de Stoll ameritaban por lo menos el mismo grado de atención como fueron con las preguntas acerca de Menchú. Yo entonces cité la película documental, Todos Santos: Los sobrevivientes, y anoté como:

… esta película provee ejemplos vívidos de gente temerosa a hablar, gente escondiéndose detrás de máscaras usando lenguaje figurativo, gente cuyas circunstancias los han hecho desarrollar el “antitestimonio” un género caracteriza-do por la simulación de normas testimoniales de discurso pero con absoluto rechazo a hablar la verdad. Esto bien puede ser lo que Stoll grabó de sus propias entrevistas –en vez de una verdad acerca de la seriedad de Menchú. ¿Qué deseosas estarían las personas en sus casas a ser entrevistadas sobre acerca de atrocidades, acerca de un posible apoyo o simpatía por algo que se conoce como subversivo, y así…, etcétera? ¿Cómo vamos nosotros a interpretar los testimonios que Stoll invoca? Stoll asume que la gente está diciendo la verdad acerca de dónde estuvieron ellos hace algunos años. Durante la Segunda Guerra Mundial, cada parisiense estaba con la resistencia clandestina, en las montañas, todos los indígenas desaprobaban las guerrillas.

Como yo agregué sarcásticamente en mis comentarios después de mi encuentro en LASA con Stoll, “con todo candor ¿es Stoll (quien se escondió detrás de mí en la sesión de la LASA y no respondió a una discusión centrada en sus afirmaciones) alguien a quien la gente indígena en las montañas deseaba contarle historias peligrosas? Con respecto a esto, cité una carta que me escribió Britten en 1994 después de haber discutido este asunto por teléfono:

¿Por qué, en realidad, la gente de Nebaj, Chajul y Cotzal debió haberse comunicado ampliamente con Stoll (un extranjero blanco y antropólogo nada más) cuando haciendo esto podría haberlos hecho vulnerables? Por otro lado, el libro de Víctor Montejo basado en testimonios tomados de refugiados que viven en México (1993) sugiere que, cuando estas personas están físicamente distanciadas de Guatemala y cuando hablan a alguien que es más o menos uno de ellos –aunque sea un antropólogo– estas víctimas de la opresión de la misma región estudiada por Stoll, están muy deseosas de hablar acerca de sus experiencias.

De hecho, Víctor Perera, al revisar la discusión y conociendo la existencia de discrepancias en la narración de Menchú, había argumentado que “el testimonio de Menchú es completamente consistente con otros testimonios de testigos que vieron torturas, incendios y ejecuciones en masa” que él ha encontrado (1993, 106). Agrega Perera que “aunque su libro debe ser sujeto a un escrutinio objetivo como cualquier otro asunto que se publique, la inteligencia de Menchú e integridad personal, y su casi milagrosa supervivencia, hacen su testimonio único” (357).

Naturalmente, Stoll confronta estos tipos de argumentos en su libro, y defiende su habilidad para escuchar e interpretar a los indígenas, ofrece sus propios argumentos que confirman la validez de sus entrevistas y los hechos encontrados. Stoll cita mi propio estudio de otras narraciones indígenas de las sierras (1992 y 1995, vol. II) para señalar el panorama de la guerrilla-maya-militar asuntos que son muy diferentes de la imagen que Menchú describe. A veces él parece casi convincente –porque yo conozco pocos investigadores en Guatemala que han tenido la base económica para poder entrevistar e investigar extensivamente por largos periodos de tiempo. Sin embargo, la misión detrás del trabajo hace que uno mire sus advertencias y auto-cuestionamientos (seguido por auto-afirmaciones, naturalmente) con precaución.

Mi propio sentido de las cosas, en la época y todavía hoy después del libro, continúa en esa dirección. Las críticas de Stoll sobre la izquierda y los cambios que tienen lugar en el altiplano, su cuestionamiento de la representación legítima de grupos políticos de izquierda, así como textos izquierdistas, tienen una validez parcial. Pero a pesar de cualquier problema que la izquierda pudo haber tenido tratando con asuntos étnicos o de otro tipo, la cuestión puede ser formulada de esta manera, ¿quién finalmente fue el responsable por la muerte de tantos miles de personas en Guatemala? La cuestión puede ser planteada así: ¿quién puede ser responsable por una situación en la cual muchos se sentían empujados a dar su apoyo a organizaciones y métodos peligrosos, así arriesgando la vida cuando los medios legítimos de protesta fueron suprimidos? Debe insistirse que cualquier duda que pueda surgir acerca de detalles de la historia de Menchú por Stoll y otros ha fallado en sacudir sus cimientos: las atrocidades, las muertes, las pérdidas, en el contexto de eventos acerca de los cuales mucha gente conoce por amplia variedad de impresos y narrativos grabados. El relato de Menchú de la muerte de su hermano es representado por incontables historias, muchas de ellas con detalles dudosos acerca de innumerables masacres no investigadas. La verdad fundamental es la confabulación de los militares y el estado como partes indiscutiblemente culpables en lo que sucedió. Esto ha sido confirmado una vez más por la reciente publicación de Memoria del silencio, y la izquierda ha reconocido sus propios errores y también sus crímenes.

Dejemos esto por un momento, para asumir que es cierto que el hermano de Menchú no murió como ella dice, asumiendo que es cierto que la lucha de Vicente Menchú al principio fue más con los miembros de su familia que con los militares o el estado capitalista que ellos representan. Asumiendo que es cierto que ella fue a una escuela Católica, que ella nunca trabajó en la costa, etc., etc. Asumiendo que ella como una joven mujer en busca de una creencia adecuada en relación con la situación creciente de atrocidades y dolor, ella tomó la perspectiva ladino-izquierdista que alteró su opinión y la forma de hablar de las experiencias de su dolor y del de su gente. Poniéndolo de otra manera, ella sintió que su narración debía hablar de las experiencias de otros además de la suya, que ella debía alterar su propia historia para contar una verdad más profunda.

Si Menchú ha alargado y distorsionado la historia de su vida personal, ¿esto quiere decir que debemos contrastar la narrativa del EGP del crecimiento de la resistencia revolucionaria indígena con la versión de Stoll, en la cual la población indígena está entre los dos fuegos, la de los ladinos de la guerrilla y los ladinos de la contrainsurgencia? Claramente muchos indígenas estuvieron en esta situación y entrelazaron sus idas y venidas entre los dos sectores contendientes aunque bastante lejanos de ser iguales. Muchos indígenas y no solamente un grupito estaba del lado de la guerrilla, y muchos de ellos eventualmente pasaban con los militares por razones de supervivencia. Ellos aprendieron que les pagaban por hablar contra la guerrilla y a menudo negaron la participación que tuvieron.

Pero los indígenas no fueron meras víctimas pero sí jugadores; y dentro de la estructura colonial, muchos de sus pleitos se pelearon entre su grupo —es decir, entre ellos mismos y no entre ellos y la sociedad exterior. Algunos buscaron a la guerrilla; algunos de ellos se voltearon contra las guerrillas o el ejército en ciertos momentos en relación con los asuntos dados. Nunca hubo el apoyo completo a los indígenas reclamado por la izquierda y sus partidarios –nunca hubo los niveles de apoyo que Arturo Arias reporta en su ensayo de 1990. Pero la supremacía de la estructura colonial y postcolonial impuesta sobre las poblaciones indígenas y su relación con el estado, el esfuerzo del estado capitalista para extender el control y explotación de tierras en aquellas áreas y sobre aquella gente que no era completamente dueña desde el proceso inicial de conquista y colonización —estos son asuntos que son difícilmente unidos a cuestionamientos y son cruciales en cualquier entendimiento de la lucha indígena particular sobre tierras u otros derechos. El que la guerrilla frecuentemente agitara y entonces luego abandonara a los indígenas cuando ellos reaccionaban; el hecho que muchos indígenas fueron torturados y asesinados debido a errores, calumnias, oportunismo, etc. no altera los hechos de culpabilidad de la guerrilla. Stoll no niega esto, pero por volcar la responsabilidad a la guerrilla –aparentemente por tener más hostilidad hacia la izquierda que hacia la derecha homicida– ofrece una garantía a aquellos que deseen buscar una justificación del holocausto en primer lugar. En presencia de fuerzas poderosas y represivas, la culpa recae sobre aquellos que buscan la lucha o la resistencia.

El libro de Stoll es a veces una iniciativa tediosa, un esfuerzo por colocarse en un pedestal, una serie de incursiones de hechos rebuscados mezclados con enorme especulación mostrando como una simple inferencia lógica. Algunas veces condesciende a su sujeto de investigación, tratando de mostrar su sentido de justicia argumentando a favor de ella, o explicando como esperó publicar sus hallazgos porque no quería interferir con la campaña del simbólico Nóbel y sobre todo en el proceso de paz en el cual Menchú estaba involucrada. Sus alegatos de respetar al sujeto de su análisis, de tomar en consideración posibles contra-argumentos provoca dudas. Algunas veces él es inflexible en el rastreo de materiales, pero algunas veces parece negligente y hasta irresponsable en sus decisiones.

Uno de los ejemplos más alucinantes y sintomáticos de sus métodos es la forma en que trató el asunto de la tragedia en la embajada española. Aunque Stoll no tiene pruebas de lo que pasó, arroja dudas en una historia generalmente aceptada de que la policía guatemalteca prendió fuego a la embajada, e insiste en que la izquierda provocadora engañó a los indígenas y sobre todo a Vicente Menchú, para prender el fuego con cócteles molotov. Agrega más y más especulaciones dando por hecho de que ésta es una verdad probada. Un juego de manos similar lleva a la evaluación de muchos testimonios.

Quizás no es la culpa de Stoll que sus hallazgos provocaran una campaña contra maestros progresivos que han usado y que tratan de continuar usando el texto de Menchú. Sin embargo fue la milicia la que hizo las entrevistas de Stoll y las guardó. Nosotros debemos revisar la larga lista de contribuyentes conservadores que hicieron posible sus repetidos viajes, su prolongada estancia en las sierras, y la búsqueda profunda en sus archivos. Parece que por lo menos algunos de los contribuyentes que desprestigiaban la causa Menchú eran los mismos que financiaron su libro. De esta manera con toda la riqueza de los contribuyentes, con todo el tiempo disponible para él, ¿por qué asuntos tan importantes, cuestiones de búsqueda de hechos y posibilidades concretas se le escapan? ¿Por qué hay tantos momentos de especulación? A propósito, es importante mencionar un asunto del que habla mucho y se señala en una reseña de su libro y del libro de Menchú, La nieta de los Mayas en The New York Times: ¿Cómo es posible que cuando Stoll finalmente obtuvo acceso a las cintas originales de Elisabeth Burgos-Debray, sólo tuvo tiempo para oír un fragmento pequeño antes de salir volando, y nunca regresó a oír todo antes de escribir su libro?

Stoll escribe que al escuchar la primera cinta con Burgos-Debray, notó cómo Menchú está atrapada en la narración cuando comienza a relatar su historia. Seamos perfectamente claros. Stoll está criticando el texto testimonial de la Menchú como si fuera lo que ella dijo. ¿No sería sumamente crucial escuchar todas las cintas de audio y compararlas meticulosamente con el texto publicado? Pero, hacer eso sería un valioso trabajo de investigación, y claro, Stoll no desea hacerlo. Él indica que tiene que salir para Inglaterra, y quiere que creamos, aparentemente, que con todo el dinero y con la voluntad de sus contribuyentes, él no podía regresar a escuchar las otras cintas ni la narración de incidentes claves que son el centro de sus argumentos. Y así, todo su argumento está basado en discrepancias que encuentra entre sus observaciones y lo que supone son las palabras de Menchú. ¿Qué hacemos con esto? No nos queda más que pensar que es un deseo intencionado de no encontrar pruebas que contradigan sus acusaciones a Menchú —una resistencia en comprobar que como lo que Menchú dijo coincide con lo que Burgos-Debray nos ha ofrecido como un texto. Esta oportunidad deliberadamente perdida debe considerarse cuando se evalúe el libro de Stoll. Comparé este asunto con los enormes detalles usados para respaldar su informe especulativo de la masacre en la embajada española, un libro que presuntamente nos lleva a confrontarnos a hechos con manipulación discursiva. Los espantos y las múltiples cuestiones en un libro que presuntamente nos lleva cerca a una verdad arreglada.

El desarrollo reciente de Menchú

Por varios años, antes de las acusaciones iniciales de Stoll y su Nóbel, Rigoberta Menchú dependía del éxito de su narrativa. Como surgieron interrogantes con relación a un aspecto u otro, ella sintió la necesidad de defenderse, a menudo creando nuevos relatos que la llevaron a nuevas discrepancias. Irónicamente durante los meses de la campaña para el Premio Nóbel, ella se encontró afirmando y defendiendo una narrativa cuyas implicaciones ella ya no podía creer plenamente porque aumentaba su separación del EGP pero sin romper completamente. Ella se alineó más y más con las implicaciones más amplias de la reivindicación de los derechos humanos, de los derechos de las mujeres, y sobre todo los derechos indígenas. Nunca estuvo completamente envuelta en políticas de identidad maya, a menudo sirviendo como una clase de interlocutor entre fuerzas indígenas y ladinas, ella frecuentemente se oponía a las posturas de manipulación de las organizaciones marxista-leninistas incurriendo en su furia durante el Serranazo y en varios momentos durante el proceso de paz. En efecto, ella se convirtió en post-moderna y post-marxista desligándose de las estrategias de la izquierda tradicional, pero sí se identificada con los nuevos movimientos sociales, desviándose pero sin separarse completamente de la izquierda, relacionándose pero nunca adaptándose a grupos particulares u opiniones mundiales.

Rigoberta Menchú nunca habría aceptado la narrativa de Stoll sobre los campesinos indígenas atrapados entre dos fuegos, pero ella ciertamente está muy lejos de ser la apologista y animadora de la guerrilla como él la presenta en la época en que por primera vez le contó su historia a Burgos-Debray. Ella no se miraba como la protagonista de gentes indígenas que tenía que alinearse con alguna visión marxista auto-definida.

Ahora, firmado el acuerdo de paz y publicado el reporte definitivo de las violaciones de los derechos humanos, con ayuda de ella y de muchos otros actores sociales, ahora que ha producido sus mejores frutos, pero con el silencio capaz de invertir el proceso y en efecto conduciendo a los círculos izquierdistas militantes más comprometidos a volver a un estado de guerra, ahora ella tiene que tratar con el nuevo ataque a su credibilidad. Ella acepta que no todo lo que aparece en su libro es cierto, pero borra la idea de que su libro es una fábrica de mentiras. A cambio nos da su propia versión de la antigua distinción de Aristóteles entre exactitud y verdad histórica, entre historia y tragedia. Todo bien y cierto, quizás, pero muchos de nosotros hubiéramos deseado que ella hubiera admitido mucho más. La vida es dura. Claramente los “think tanks” usaron las revelaciones de Stoll para atacar el multiculturalismo y todo lo que ellos consideraron una agenda radicalmente izquierdista. Ahora, si nosotros deseamos enseñar el libro, nosotros probablemente tengamos que enseñar el de Stoll también. La historia central del holocausto será mirada en una serie de debates secundarios. Por otro lado, quizá los debates nos conducirán a extender la discusión en el nuevo milenio. Es posible que estudios culturales, post-coloniales y estudios subalternos puedan ser rearticulados como un resultado positivo de estos debates.

¿Era cierto que Menchú trató de incrementar la representabilidad de su historia, suprimiendo los hechos de su educación? Tal vez. ¿Podría su verdadera educación y trabajo histórico haberle hecho daño? Quizás un poco, pero no mucho. ¿Ella representaba mal las fuerzas que trabajan en las luchas de su padre? Hasta cierto grado. Pero detrás de muchas luchas de tierras entre indígenas estaba el conflicto entre el estado capitalista cada vez más enganchado en una economía globalizada y creando mayor presión con respecto a cuestiones de tierra, ecología, y productibilidad. ¿Eran las posiciones del EGP y URNG cuestiones indígenas completamente sostenibles, más allá de la crítica? ¿Es que la ideología marxista simplificaba los complejos asuntos en las serranías? Constituye la famosa narrativa de Menchú una visión dogmática marxista luego mistificada por una cubierta idealizada y una narrativa tropical estereotípica acerca de identidades totémicas, y secretos nahuales? Pero, ¿puede cualquiera de estas borrar el reporte de la comisión REHMI? ¿Es cierto que se puede disputar la responsabilidad predominante de los militares y el estado por las atrocidades? Y nosotros ¿no debemos estar contentos con el descrédito de la izquierdista dogmática?

Los de la izquierda democrática de Guatemala sí debemos estar contentos que la izquierda jugó sus cartas suficientemente bien para ganar algunas concesiones populares en relación con el proceso de paz. Pero con cada giro, la izquierda se mostró a sí misma que tenía opiniones parciales, y distorsionadas de la sociedad guatemalteca, y constantemente necesitaba corrección por el “verdadero movimiento popular”. Por otro lado, al desechar el dogmatismo marxista no se pretende negar completamente el valor de perspectivas marxistas no-dogmáticas. Simpatizar con identidades políticas indígenas no es aceptar que esas políticas sean perfectas o aún más correctas.

Rigoberta Menchú intentó hacer su historia llenando completamente las dimensiones de la situación como ella la entendió a través de sus ojos indígenas pero también occidentales (izquierdista-ladino / EGP) a principios de 1980. Muchas de las exageraciones y alteraciones deben entenderse de esta manera –como un esfuerzo para llegar a las verdades más profundas y universales de su historia, libre de la ferviente particularidad de cada experiencia humana. Sus estrategias principales en la organización de la narrativa fueron derivadas del aprendizaje de los tropos literario-religiosos e historias bíblicas de la redención. Pero seguro que hubo también la versión del EGP de sucesos históricos, coloreados por la Teología de la Liberación y envolviendo una crítica con influencia marxista. Traumatizada en su memoria, entrevistada y editada por su interlocutor y sobre todo por el propio interés de Menchú en promover la alianza guerrilla / indígena, o más específicamente, la alianza del EGP / CUC —todos esos elementos jugaron parte importante en su narrativa.

Sin embargo, lo que es importante notar aquí es que aunque el testimonio de Menchú contenga distorsiones claves y falsedades patentes en parte atribuible a su agenda política y a la del EGP (la tesis de Stoll), sus actividades más recientes destacan su crecimiento independiente en líneas de partidos y narrativas viejas –aún en términos de contradicciones claves que gobiernan la sociedad guatemalteca. Muchos de nosotros hubiera querido ella no lanzara exageraciones y distorsiones. Pero quizás ellas mismas ayudaron a dramatizar la verdad profunda del holocausto guatemalteco que de otra manera no habría alcanzado a millones.

Verdades testimoniales y la(s) verdad(es) que podemos necesitar

Mucho han hecho los defensores de Menchú acerca de las técnicas sobre los relatos orales y la producción de una verdad colectiva. Aquí se puede agregar una conexión más a la cual Víctor Montejo refiere como una de “las características de la literatura oral que trasciende con el tiempo y espacio a través de un proceso dinámico ‘telescópico…’ [de acuerdo al cual] eventos históricos o conflictos modernos son entretejidos con aquellos del pasado histórico” (Montejo 1989: 37). El proceso telescópico incluye conflictos étnicos, como Montejo acota, y la mezcla de mitos e historia —así como la memoria individual y colectiva es exactamente lo que une la experiencia de Menchú con la de su grupo; y es también lo que la lleva a una verdad más grande que la certeza artificial y positivista. Es esta concepción aristotélica de la verdad poética en lugar de la verdad fáctica —de la historia no como es, sino como sectores o individuos de una comunidad consideran profundamente cómo debió haber sido— esa será la luz que nos guíe al buscar salvar el texto de Menchú y usarlo en la lucha contra el olvido y contra futuros holocaustos en Guatemala o donde sea.

No nos ilusionemos con los testimonios. Ellos son siempre parciales; ellos nos dan ciertas dimensiones de la verdad, siempre a expensas de otros. Cada suceso histórico envuelve múltiples perspectivas, múltiples posiciones supeditadas. Sobre todo y quizás presionando la verdad de una secuencia histórica que requiere constante construcción-destrucción-construcción. Un testimonio no nos da la verdad tanto como nos da una entrada especial y particular a una o más versiones de la verdad histórica que siempre se presenta por sí misma como un acto de interpretación de acuerdo a las normas de varios grupos que representan distintos intereses. Los testimonios tienden a representar sectores más subalternos, pero subalternabilidad no es garantía de honestidad o virtud. De hecho, la subalternabilidad puede evitar tales cualidades, así como los subalternos libran sus guerras contra–hegemónicas con armas débiles o fuertes. Los subalternos algunas veces mienten al decir su verdad.

Aquí quisiera subrayar algunas de las estrategias para sobrevivir tan elogiadas por Summer que están implícitas en todo el aparato cultural del texto de Menchú, envueltas en todas estas estrategias hay un proceso de cambios selectivos y creativos en un momento de crisis coyuntural —un proceso que puede resultar en un profundo daño espiritual y de aniquilación física. Aunque Menchú pone poca atención a problemas como el sexismo y la dependencia química de su gente, así también como a las metas conservadoras de algunos de sus compañeros quichés; nosotros sabemos que ella lo hizo de esta manera no por falta de perspectiva crítica, sino porque en la época que a ella le tocó vivir, durante el desenvolvimiento de la crisis de Guatemala y el levantamiento de los mayas, la obligaron a tratar estos asuntos de una manera compleja e indirecta involucrando un proceso selectivo de aculturación. Esto es, tenía que elegir qué aspectos de su cultura se debían preservar, y qué aspectos se debían modificar, transformar, o rechazar —qué aspectos se debían enfatizar en un momento, y qué aspectos en otro. A través de las elecciones en su vida y su narrativa, ella y su libro encarnaron este proceso.

“La comunidad decidió”, Menchú nos dice en un punto en su historia:

Nadie deberá descubrir nuestros secretos ahora... nosotros preparamos nuestras señales. Nuestras señales serán cosas que usaremos todos los días, todas cosas naturales. Yo recuerdo que nosotros realizábamos una ceremonia antes de comenzar nuestra autodefensa. Era una ceremonia del pueblo en la que invocábamos al señor del mundo natural, uno de nuestros dioses, para que nos ayudara y que con su venida pudiéramos usar sus creaciones de la naturaleza para defendernos (1984:124)... Rompimos con muchos procedimientos culturales haciendo esto, pero sabíamos que era la única vía para salvarnos.… Tenemos que ser más constantes en la búsqueda de nuevas técnicas. (128, 130)

Finalmente, ella dice confidencialmente,

Nosotros podemos seleccionar lo que es verdaderamente relevante para nuestra gente. Nuestras vidas nos han enseñado que esto es… Cuando nosotros comenzamos a organizarnos, nosotros hicimos uso de todas las cosas que teníamos escondidas. Nuestras trampas –ninguno supo de ellas porque las habíamos mantenido secretas--. Nosotros hemos escondido nuestra identidad porque teníamos que resistir, nosotros queríamos proteger lo que el gobierno quería quitarnos. [130]

Los subalternos envían a nosotros y a sí mismos señales que merecen nuestra consideración. Aún así ellos no pueden hablar plenamente ni oír completamente. Las narraciones de sus experiencias son principalmente expresadas por sus representantes no subalternos cuyo discurso es multiplicado, determinado por convenciones orales y literarias, consideraciones políticas, su sentido cuestionante inmediato, audiencia final, y otras consideraciones. Casi desde el principio sus experiencias fueron transformadas en una serie de narrativas, cada una con algún residuo de facticidad, pero también con un alto grado de dramatismo y estética. En este sentido, cuestiones sobre los juegos protectivos de Menchú, sobre su memoria posiblemente traumatizada, sobre el uso de tropos literarios, sobre su sentido de identidad colectiva, aún sobre su representatividad de alguno o todos los grupos indígenas de Guatemala —todo eso ayuda a explicar sus posibles desviaciones de “lo que realmente pasaba”.

A la larga, su representatividad (en sentido aristotélico o lukacsiano) es seguramente más importante que la verdad literal de su narrativa. Sin embargo, la posible desacreditación de su narrativa (más allá que decir que es un discurso más privilegiado que otros) no puede ser simplemente un asunto de literatura o discurso, sino que involucra cuestiones importantes con relación al mundo donde nosotros y los guatemaltecos vivimos que una cuidadosa discusión de testimonio y literatura puede ayudar a enmarcar e informar pero no resolver completamente.

Otra dimensión que vale la pena mencionar aquí pero que yo no he explorado es la de los intelectuales guatemaltecos y de occidente cuyo propio distanciamiento progresivo de la izquierda ha creado una relación problemática y todavía sin solución con sus propias construcciones discursivas iniciales. Irónicamente, las alteraciones de Menchú ayudaron a subrayar la naturaleza de la hegemonía política y socio-económica (es decir, de clase) en la vida maya más que una historia literal de la familia de Menchú; ellos situaron a Menchú como encarnación de la verdad que emergería en los años después de su Premio Nóbel. Stoll asumió que estaba tratando con las figuras más izquierdistas y pro-guerrilla en estudios culturales y literarios latinoamericanos. En reacción en contra de Stoll, algunos críticos de la izquierda reaccionaron como si ellos fueran verdaderamente defensores de la EGP o de URNG, cuando la realidad, a menudo, era muy diferente.

Años más tarde, Alberto Moreiras, Gareth Williams y otros (cf. Gugelberger ed. 1997) destacaron cuestionamientos a cerca de unas posiciones tomadas en relación a Menchú como parte de la construcción de unas políticas de identidad subalternas románticas y esencialistas (léase Beverley y aún Zimmerman) en víspera de la crisis de narrativas marxistas y el desarrollo de estudios culturales de izquierda. En este aspecto, Stoll ha sido un desastre que la izquierda cultural estaba esperando que sucediera. Una posición más adecuada y más o menos a la altura de este asunto sería el decir que una mujer maya utilizando el discurso de las categorías de la guerrilla izquierdista eventualmente se liberó, pero entonces no pudo admitirlo completamente sin comprometer su misión política y su participación en papeles estratégicos. Nuestra meta debe ser criticar a Stoll y sus motivos, así como explorar los esfuerzos narrativos de Menchú en la constitución de una visión siempre más sobria y adecuada de la vida de los indígenas y sus luchas en Guatemala y donde sea.

En este aspecto, también puede ser valioso notar que en mi viaje a Guatemala en el verano de 1999, me sorprendió la poca importancia que los investigadores literarios y sociales estaban dando al escándalo de Stoll, y qué poco la posición de Menchú parecía haber cambiado. “Pues”, una persona explicó, “nosotros siempre hemos mezclado los hechos con la ficción al decir nuestras historias –y muchas veces, no sabemos cuál es cual. Las cosas que pasan aquí son increíbles de cualquier manera y no nos importan mucho los debates de los intelectuales norte-americanos sobre qué y quiénes somos nosotros”.

Es cierto que los gringos izquierdistas algunas veces se sienten superiores (libres de inclinaciones castizas, clasistas, étnicas o raciales) al ladino e intentan interpretar realidades indígenas, y una lógica subalterna solamente incrementaría esas dudas, mientras al mismo tiempo notaría cómo los intelectuales ladinos son ellos mismos, subalternos con relación a los dominantes cánones occidentales o de izquierda o derecha. Para mí, no cabe duda que muchos antropólogos entrenados en los Estados Unidos jugaron un papel progresivo en exponer el holocausto de Guatemala en los ochentas (los mismos que dieron espacio a Stoll para después darse cuenta que él tenía una perspectiva diferente —y muy en contra). Desde luego, progresistas antropólogos guatemaltecos-ladinos como Carlos René García-Escobar jugaron roles importantes también.

Lo que es más valioso en Guatemala hoy es el rol que Menchú juega en el complejo desarrollo relacionado al proceso nacional de la paz. ¿Deberían los guatemaltecos estar más interesados acerca de los afectos en nuestro canon académico o en ataques a gente que continúa enseñando el famoso testimonio de Menchú? Quizás sí, debido a que las luchas ideológicas de los Estados Unidos tienden hacia la hegemonía hemisférica y global. Los efectos de la controversia Menchú / Stoll pueden simplemente no haberse registrado en Guatemala todavía, mientras que la lucha indígena por identidad política ha venido a ser una vez más un asunto de gran seriedad y preocupación.

Seguro, no hay duda que el “escándalo de Stoll” crea dolores de cabeza para todos nosotros en Estados Unidos quienes encontramos que el testimonio de Menchú merece que se estudie y enseñe. Muchos de nosotros podríamos desear que ella no hubiese distorsionado o aumentado mucho, podríamos desear que su narrativa hubiese expresado más ampliamente las dimensiones contradictorias de las políticas indígenas, etcétera. Quedamos desconcertados con respecto a los asuntos que son importantes para nosotros. Sin embargo, no podemos deshacernos del problema simplemente rechazando a Stoll automáticamente o expresando nuestra frustración por su investigación o su calculada presentación.

Lo que finalmente viene a mi mente en relación con esta historia es la imagen de una mujer excepcional quien, a pesar de su servicio icónico y su situación de estar atrapada algunas veces en su rol, prueba su habilidad para salir adelante, elevarse sobre su imagen y máscara, y actualmente modifica su política con relación al nuevo orden político del nuevo milenio. Tengo la esperanza de que nosotros podamos usar el testimonio de Rigoberta Menchú y su libro más reciente, que nosotros lucharemos contra aquellos que deseen impedirnos usarlo, pero lo que es seguro, es que nosotros usaremos el libro más críticamente y lo exploraremos más allá de los usos simplistas de tiempos anteriores.

Coda

Un comentario triste es que algunas veces la verdad puede solamente llegarnos a través de distorsiones, esto no para justificar lo ocurrido tampoco; pero sólo para notar que la joven indígena transformó la forma de operar del EGP en 1982, hoy, ha crecido y continúa creciendo en formas que no son reducibles a la bancarrota de narrativas históricas o aún a los deseos de un antropólogo americano que cree que su versión de las cosas es realmente LA VERDAD, que aquellos que él entrevistó en las serranías estaban en efecto más cercanos a LA VERDAD que la joven mujer a quien Elizabeth Burgos-Debray entrevistó en París.

Al mismo tiempo, parece que Menchú ha desarrollado una propensión por la independencia de su pensamiento que asombra a los intelectuales que quieren que ella legitime sus posiciones. Y aquí nos incluyo a todos–a Stoll, a mis amigos post-modernistas / estudio culturalistas /subalternistas. Todo lo que Menchú quería hacer es declarar que su clave secreta es que prefiere leer algunos diálogos menores de Platón que leer su propia historia, o leer un análisis de su testimonio por Doris Sommer, John Beverley o Mary Louise Pratt.

La última vez que la vi cara a cara, ella estaba caminando en el hotel San Buenaventure en Los Ángeles, aunque tendría que decir –pero ¿quién soy yo para hablar?— ella no parecía estar perdida en lo más mínimo, y tampoco parecía estar “Against Literature” porque llevaba una nueva colección de sus poemas bajo el brazo, y cuando le dije que deseaba hablar con ella, ella me dijo que no podía, porque no tenía tiempo. Ella no tenía tiempo porque, un profesor me confesó, Menchú se dirigía a una asamblea acerca de la construcción lacaniana de la conciencia colectiva y la formación de movimientos sociales post-modernos en busca de la democracia radical y el apogeo de la multitud.

Alguien me dijo que David Stoll estaba en el mismo hotel y tal vez en la misma conferencia, pero ¿quién puede creer lo que dice la gente? Y uno puede preguntarse si Stoll realmente resolvió su enigma...

© Marc Zimmerman


Notas

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vuelve 1. Este artículo complementa y de alguna manera responde a la conocida colección editada por Arturo Arias, The Rigoberta Menchú Debate (2001). Lo escribí para esta publicación pero me tomó mucho tiempo hacerlo y llegó demasiado tarde. Es sin embargo un acercamiento a los asuntos en cuestión que tiene cierto valor circular porque en gran parte relata eventos y perspectivas que solamente yo pude haber escrito por mis vínculos iniciales con los problemas y por mis relaciones particulares con las personas involucradas. Ofrezco mi trabajo aquí no como una “totalidad” sino como una contribución a la controversia Stoll / Menchú; también es una contribución a la discusión sobre las aplicaciones de los estudios culturales a las especificidades centroamericanas. El artículo apareció en inglés como “Rigoberta Menchú , David Stoll, Subaltern Narrative and Testimonial Truth: A Personal Testimony,” en Roy C. Boland y Ricardo Roque Baldovinos, eds. From War to Peace / De la guerra a la paz: Perspectives on Modern Central American Literature/ Perspectivas sobre la literatura centroamericana moderna. Antípodas: Monographic Journal of Hispanic and Galician Studies (La Trobe U., Bindoora, Victoria, Australia. XIII / XIV 2001/2002: 119-142. Versiones muy reducidas aparecieron en español como “El testimonio, Menchú, usted y yo” en Narrativa Hispanoamericana: dilemas y expresión. Cultura de Guatemala. Segunda Época. Año XXII. Vol. II. Mayo-agosto 2001: 113-125; y en inglés como “Testimonio, Menchú, Me and You.” MMLA. The Journal of the Midwest Modern Language Association. Otoño 2000, vol. 33, 3 e invierno 2001. Vol. 34, 4-10.

vuelve 2. Traducción por Miguel Bustamante Tristán y Sonia Baez Hernández.


Bibliografía

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