Nicasio Urbina

Las memorias y las autobiografías como bienes culturales de consumo

Tulane University

urbina@tulane.edu


Desde el inicio del capitalismo en el siglo XV, y su desarrollo industrial en el XVIII y XIX, el mundo se rige por relaciones de poder marcados por el intercambio de mercancías y la producción de bienes de consumo, la plusvalía que éstas generan, y la acumulación de capital. Estas relaciones de posesión y de producción definen las clases sociales según el análisis marxista de la sociedad. La sociología weberiana por otro lado le concede más importancia al estatus y al prestigio de la actividad, que a la posesión de capital, estableciendo de esta forma la importancia del capital simbólico y social, por encima del capital económico. Pierre Bourdieu ha logrado combinar lúcidamente estos conceptos básicos del análisis materialista y sociológico de la cultura, explicando la mecánica interna de los fenómenos de intercambio basados en relaciones de capitales. Eso es un análisis que me parece brillante y esclarecedor ya que devela los poderes subyacentes bajo muchos hechos de cultura aparentemente anodinos e inocentes.

La escritura, en tanto que actividad simbólica, expresa y refleja una serie de marcas definitorias de la clase social y la cultura. No sólo el tema y el estilo pueden ser analizados en relación con el prestigio, la clase social y el valor simbólico, sino también el género seleccionado, el medio por el cual se publica, la editorial y el precio del libro en el mercado. Es así como podemos decir que todo acto cultural implica una serie de selecciones que definen una condición social, y una posición determinada en relación de otros actos culturales.

La escritura de autobiografías y memorias está directamente relacionada con un estatus social relativamente alto, con el habitus, o con algún evento en la vida de la persona que la define como importante, influyente o al menos interesante. La relación entre estos dos elementos puede ser directa o simbiótica. Las personas importantes escriben memorias y autobiografías; por tanto, para ser importante hay que escribir memorias y autobiografías. La escritura y publicación de este texto en particular implica una importancia previa pero a la vez agrega capital simbólico a la vida de esa persona. El público comprará el texto sobre la base de la fama y prestigio de la/el autor/a; y se espera que al terminar lectura, por el profundo conocimiento que tendrá de la persona, su admiración será mayor, más intensa, y con más conocimiento de causa. Desde este punto de vista el texto autobiográfico es problemático y complejo. El yo habla de sí mismo, desde sí mismo, en un acto de revelación que al mismo tiempo intenta envolverse, rodearse, esconderse; se presenta de una forma determinada por motivos determinados. El texto autobiográfico nunca es desinteresado, no puede serlo, siempre está guiado por una imagen de sí mismo, imagen que queremos transmitir a los lectores para provocar una reacción particular y determinada. Este es uno de los aspectos problemáticos del texto autobiográfico. Veamos otro.

La relación entre ficción y realidad es problemática en todo género de discurso literario, pero esta relación es conflictiva especialmente cuando se trata de textos que pretenden tener una referencialidad concreta y anclada en la realidad. Esta es la situación cuando examinamos autobiografías, memorias, y/o testimonios, géneros que aunque nada nuevos, han tenido una importancia central en las últimas décadas de la historia de América Central. En el caso de Nicaragua, que es el que voy a tratar en este artículo, los últimos años han visto la publicación de al menos cuatro textos de corte autobiográfico, de autores importantes, que de una forma u otra problematizan la definición del género, y su relación con la(s) realidad(es) histórica(s), y la(s) representación(es) de la historia. Los textos a los que me refiero son Vida perdida. (Barcelona: Seix Barral, 1999; Managua: Anamá, 1999) de Ernesto Cardenal, con dos tomos más: Los años de Granada. Continuación de vida perdida (Managua: Anamá, 2002), Las ínsulas extrañas. Memorias 2 (Madrid: Editorial Trotta, 2002), y un cuarto volumen titulado La revolución perdida, todos re-editados bajo el sello de Siglo XXI, en México, en el 2003. Adiós muchachos, Una memoria de la revolución sandinista (México: Aguilar, 1999) de Sergio Ramírez Mercado; la más reciente entrega de Gioconda Belli, El País bajo mi piel. Memorias de amor y guerra (México: Plaza & Janés, 2000), y los poemas de Pablo Antonio Cuadra, “Biopoesía” (El pez y la serpiente, 41 (mayo-junio 2001): 73-108). Cuatro textos de cuatro figuras importantes de la vida intelectual y política de Nicaragua. Cuatro textos que de alguna manera significan y señalan el fin de una era revolucionaria en Nicaragua, el fracaso de una de las gestas más hermosas y románticas de América Latina. Cuatro textos que parecen poner fin a unas vidas que giraron en torno a esos eventos, que de cierta forma conformaron esos eventos, que los vivieron, los protagonizaron, vivieron en, por, y a través de esos eventos. Esto nos lleva al primer problema heurístico que presentan las memorias. ¿Es el ser humano/autor el que se (re)presenta en el texto a través de los eventos, o son los eventos los que (re)presentan al ser humano/autor? En realidad estamos ante un dilema hermenéutico sin solución, donde la representación de los hechos es particularmente individual, perspectivista y subjetiva.

La teoría sobre las memorias y las autobiografías es bastante extensa, y cuando sumamos a ella la teorización que sobre el testimonio se ha dado en los últimos veinte años, nos encontramos con un corpus teórico formidable. Desde San Agustín y sus Confesiones hasta nuestros días, la autobiografía y las memorias han sufrido una serie de transformaciones en los propósitos del/a autor/a, en las intenciones textuales, y los propósitos de los lectores. La vida tormentosa de Benvenuto Cellini demostró en el Renacimiento que una vida interesante era digna de contarse, y que la gente la compraba y la leía. La novela picaresca le sacó partido a la narración autobiográfica, ficcionalizando la primera persona narrativa. A partir de ahí, las líneas divisorias entre ficción y (auto) biografía/ memoria será muy difíciles de establecer. A la ficcionalización de la escritura planteada en Tristam Shandy o en Ulysses, podríamos oponer el afán ejemplificador de la Autobiografía de Benjamin Franklin o The Education of Henry Adams. ¿Dónde situar en este marco teórico Speak, Memory de Vladimir Nabokov, o qué valor testimonial tendría por ejemplo Armies of the Night de Norman Mailer? ¿Podemos decir que todos estos textos son “narraciones de transformación”? como lo ha analizado Carolyn A. Barros en Autobiography: Narrative of Transformation (Ann Arbor: U. of Michigan Press, 1998), o debemos plantearnos con Sylvia Molloy la no-referencialidad del género autobiográfico, ya que la autobiografía no descansa sobre los eventos narrados, sino sobre la articulación de esos eventos almacenados en la memoria y reproducidos a través de la rememorización y la verbalización de esos eventos (At Face Value. Autobiographical Writing in Spanish America. Cambridge: Cambridge U.Press, 1991, p. 5.)

Un factor importante en el análisis de la producción y publicación de autobiografías y memorias, es el factor generacional. Cada movimiento literario o social va viendo a sus líderes envejecer, hasta que llega un momento determinado en el que varios de los integrantes sienten el llamado a escribir sus memorias y publicarlas. Así podemos ir viendo en la historia oleadas de publicaciones de textos de compañeros de generación. Por factores cronológicos naturales, esas personas envejecen juntas, los hechos que los unieron caducan a un tiempo determinado, y eso hace que podamos identificar oleadas de publicaciones. El fenómeno de Nicaragua del que voy a hablar hoy, tiene el precedente de las memorias de Tomás Borge La paciente impaciencia (1980), el libro de Omar Cabezas La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (1982), y una lista muy larga de testimonios, autobiografías y memorias de diferentes extensiones y valores narrativos que ustedes conocen muy bien. El hecho que la publicación de tres de estos textos autobiográficos hayan coincidido en cuanto al momento de su publicación, (Cardenal, Ramírez, Belli) es en parte accidental, y en parte motivado por las condiciones políticas de Nicaragua. Con un gobierno neo-liberal, populista y corrupto en el poder, el de Arnoldo Alemán, estos actores de la revolución sandinista acaso ven la necesidad de explicar cómo y porqué fracasó la revolución. ¿Cuáles fueron los factores que llevaron al pueblo de Nicaragua a tirar por la borda a la revolución y reinstalar a la burguesía en el poder?

Es importante señalar que la autobiografía y el testimonio, por su función testimonial, ejemplar y agencial, tiene un papel muy importante en el desarrollo de los procesos identitarios y de toma de conciencia, tal y como lo ha demostrado Steven V. Hunsaker en Autobiography and National Identity in the Americas. (Charlottesville : University Press of Virginia, 1999). El mejor ejemplo en nuestra disciplina es la función que han tenido textos de corte autobiográfico en la historia del siglo XX en América Central, donde a partir de Me llamo Rigoberta Menchú, y así me nació la conciencia (1980) se da un fenómeno importantísimo de escrutinio e interés por el relato testimonial, biográfico y etnológico.

El texto de Sergio Ramírez no es una memoria autobiográfica en el sentido clásico. Adiós muchachos, subtitulado Una memoria de la revolución sandinista no pretende memoriar la vida del escritor (aunque implícitamente lo hace) sino que se sitúa en el centro del acontecer histórico de la revolución sandinista, y reflexiona sobre ella. “Una memoria” entre muchas otras, mi memoria de la revolución sandinista, parece decir el autor. “Como yo la viví, y no como me contaron que fue”(13). Lo que nosotros podríamos parafrasear diciendo: como Ramírez la vivió y ahora nos lo cuenta. La frase aclaratoria más importante de la introducción es probablemente la siguiente: “No empuñé armas en la revolución, no llevé nunca uniforme militar, ni me encuentro al borde del olvido por demasiado viejo, ni nadie me está disputando con otro libro los hechos vividos”(14). Aclaración importante ya que Ramírez está escribiendo estas memorias dos años después de que fuera expulsado de la Dirección Nacional Conjunta. Después de haber sufrido todo tipo de ataques por parte de la nomenclatura del FSLN, y lo más doloroso para él, después de que su hija María sufriera todo tipo de embestidas, con “insidias de pandilleros”(288). Ramírez tiene entonces que curarse en salud, tiene que aclarar cuál fue su participación, hasta dónde llega su responsabilidad, y lo más importante, que nunca se dice, pero está presente a lo largo de las 300 páginas del libro, es ¿de quién es la culpa del fracaso de la revolución sandinista?

Adiós muchachos es una narración que problematiza la coherencia y la ideología de la revolución sandinista. Las estrategias discursivas que emplea el autor para presentar su situación, desestabilizan la historia oficial de la revolución sandinista mientras que salvaguardan la posición y la coherencia ideológica del escritor. Con la maestría de narrador consagrado que lo caracteriza, Ramírez desarrolla una narrativa emocionante y vívida de los eventos en torno a la revolución sandinista. La estructura temporal de la narración es anacronísticas en el sentido genettiano, es decir, hay cambios constates en el tiempo de la narración, llevándonos de un tiempo a otro, armando una tela urdida con la habilidad del escritor que tejió unas de las novelas más complejas estructuralmente que se haya escrito en C Centroamérica: Te dio miedo la sangre (1979). Si bien en cierto que Adiós muchachos no es una autobiografía, y se dedica más a los hechos de la revolución que a los hechos vitales del autor, el libro empieza con un testimonio personal de las vicisitudes del autor y su familia, por su entrega a la revolución sandinista. Muy apropiadamente titulado “Confesión de parte” las quince páginas del capítulo son una narración de la participación de sus hijos y su esposa en los trabajos de la revolución. Ramírez, vicepresidente del país, deja que sus hijos vayan al frente de batalla en el norte, se siente orgulloso de que participen en los cortes y en la alfabetización, y no usa su autoridad para proteger a sus hijos como lo hicieron otros comandantes. Este capítulo confesional, prepara al lector y le dice que el que habla, es un individuo que se ha sacrificado por la revolución y que ha sacrificado a su familia, que aunque no luchó con las armas en la mano, si luchó de otras formas diferentes, tan válidas e importantes para la revolución, como la lucha castrense. El que escribe es, por tanto, una persona que tiene autoridad moral para hablar y para criticar, y que está por supuesto, libre de toda culpa.

El lector informado de la situación político-social de Nicaragua, sabe que Ramírez está tratando de contestar a una serie de preguntas que flotan en el aire como una nube agorera, “… Por qué no había dado el paso de salir del FSLN sino cuando ya no estaba[n] en el poder, algo que no tenía una fácil respuesta”(32-33). Pregunta que en realidad queda sin contestar plenamente en el texto, pero que por inferencia se entiende que el autor está exonerado de toda culpa. ¿Por qué entonces escribe Sergio Ramírez este libro? El autor afirma que es porque la revolución ha sido olvidada en los 90, por “exceso de olvido”(14) dice literalmente. “Un olvido injusto. En los recuentos de los acontecimientos que hoy se hace del siglo XX, falta la revolución sandinista”(14). ¿Salvar a la revolución del olvido o salvar su nombre e imagen de una serie de acusaciones de corrupción e ineptitud que hoy siguen pesando sobre los actores de la revolución? El que fuera su jefe y compañero de fórmula, Daniel Ortega, luego se convirtió en su enemigo, lo persiguió y calumnió a su familia, y finalmente lo expulsó de la Dirección Nacional. El dilema es verdaderamente obtuso. A lo largo de las páginas de Adiós muchachos se siente que Ramírez quiere demostrar su inocencia y buena fe en los eventos de la revolución, quiere demostrar su honestidad y su idealismo. Me parece que el texto es eficiente y Ramírez logra su cometido. Como escritor importante en la escena latinoamericana siente que tiene que poner a buen recaudo su capital intelectual, en un momento cuando Daniel Ortega se han coludido con Arnoldo Alemán para tramar un pacto que monopoliza las estructuras de poder de la nación, amordaza a los partidos políticos minoritarios, y secuestra prácticamente el proceso electoral, Ramírez tiene que explicar porqué fracasó la revolución y cómo se distanció de Daniel Ortega, en ese momento acusado de violar a su hijastra consecutivamente desde los 11 años.

Los varios volúmenes de memorias de Ernesto Cardenal son totalmente diferentes. Esta sí es realidad una autobiografía, un texto donde Cardenal se ha propuesto contar su vida, confesar puntual y verídicamente (si esto es posible) una gran cantidad de detalles sobre su vida. Vida perdida es un documento que aporta muchísimos datos importantes para la historiografía literaria de Nicaragua. El poeta y sacerdote Ernesto Cardenal sitúa toda su experiencia de vida como un producto de la voluntad de Dios. El texto entero está permeado por la predestinación, por la seguridad de que Dios habla por medio de los hechos, a veces baladíes, pero que indefectiblemente contienen un mensaje inapelable del Señor Todopoderoso. Este principio que parece regir la vida de Cardenal, como hombre de Dios, monje trapense y sacerdote, es importantísimo para descifrar cómo leer su autobiografía. El principio rector de alguna manera sobresee al sujeto de la narración y lo descalifica, ya que sus acciones y sus decisiones son emitidas por una fuerza mayor, inapelable e inescrutable. La existencia es un texto en el que hay que descifrar los mensajes de Dios, ya que todo se hace por voluntad de El. El hecho capital de su vida fue la decisión de entregarse a Dios, hecho que ocurre como un mensaje de Dios que llega, irónicamente, por medio de Somoza-García. La escena es verdaderamente paradójica. Fue el 2 de junio de 1956. El odio a Somoza, el despecho por la novia que había perdido y que se casaba ese día con el hijo de un ministro de Somoza, y la imposibilidad de derrocar al dictador abrieron su corazón a Dios que lo “penetró placenteramente” (Telescopio en la noche oscura, 93). He aquí la narración de esos hechos: “El sábado 2 de junio al mediodía, a la hora de la boda estaba yo en mi librería, sin otra persona más que la muchacha que atendía, y de pronto se oyeron en esa calle, que era la Avenida Roosevelt, las estridentes sirenas de la caravana de Somoza, que paralizaban el tráfico como bomberos y ambulancia mientras corría a la máxima velocidad. Era Somoza que venía de la boda en la Catedral y se dirigía a la casa Presidencial. Aquellas estruendosas sirenas sonaron en mis oídos como clarines de triunfo. Un triunfo sobre mí. Por extraño que parezca, rápido como un flash mi mente percibió una superposición de Dios y el dictador como si fueran uno solo; uno solo que había triunfado sobre mí..... Entonces me rendí a Dios. Pensé que ya había luchado muy infructuosamente. Que no me quedaba más que probar a Dios”(89-90). El encuentro con Dios por lo tanto fue un subproducto de una serie de relaciones amorosas frustradas por una razón o por otra, y de una lucha infructuosa contra una dictadura que cada vez parecía consolidarse más. Es significativo que dictador y Dios se superponen, se confunden en un solo mensaje semiótico que da como resultado la decisión de Probar a Dios.

Podríamos decir que toda la autobiografía de Cardenal es una narración acerca de los encuentros y los mensajes de Dios, la relación con Dios, el deberse a Dios. Si las primeras cien páginas son la narración de sus novias y sus aventuras amorosas casi infantiles, las trescientas cincuenta páginas restantes son la narración de su relación con Dios. Cardenal ve la relación con Dios como un matrimonio ya que como el autor dice: “... yo muchas veces me repetía que debía mantener siempre la frescura de este amor de los primeros días; evitar que mi matrimonio se volviera rutina”(125). Esta nueva versión de Santa Teresa de Jesús nos remite a la tradición religiosa-amorosa de la literatura judeo-cristiana, con ecos que nos recordarán el Cantar de los cantares, y la literatura antiguo testamentaria. De hecho, cuando pensamos esto en el contexto de toda la obra de Cardenal, y recordamos el provecho que el autor le a sacado a los Salmos, al Cantar de los cantares, al Génesis y a los Evangelios, vemos que esta estrategia narrativa es congruente y normal en su escritura.

Voy a terminar mi comentario acerca de Vida perdida con una nota de carácter estilístico. Si Adiós muchachos es un libro estructuralmente complejo, Vida perdida deja ver el carácter espontáneo de la prosa. El texto está lleno de marcas que demuestran la espontaneidad con que va escribiendo, los deslices de la memoria, y las nimiedades de las que está hecha la vida. En contraste con El país bajo mi piel, donde Belli ha depurado el texto de las asperezas de una vida recordada, para brindarnos una prosa que se lee con gran placer, pero que parece más una novela bien planificada y bien escrita, Vida perdida adolece a veces de torpezas que reiteran los errores que cometemos al conversar libremente o en intimidad. “Lo tengo en la punta de la lengua pero no me acuerdo”, “ahora he perdido el hilo”, “no sé ni por qué les estoy contando esto” son ejemplos de algunas de las muchas marcas de la oralidad que demuestran que no ha sido elaborado como un producto narrativo deliberadamente acabado, sino que es producto de un acto narrativo sin mayor preparación editorial. Esto sólo lo puede hacer un hombre con el capital literario de Ernesto Cardenal, una especie de gurú internacional respetado y admirado en el mundo entero, que basa gran parte de su capital en la espontaneidad, en la falta de pretensiones, en la naturalidad, todo muy bien estudiado para ser así. Su prosa puede ser tan desaliñada como sus jeans y su cotona, como su boinita estudiadamente acomodada para recordarnos al Che Guevara y su barba blanca de santo medieval bien recortada. De cierta forma la naturalidad de esa prosa llena de nimiedades engrandece el texto, aumenta el capital literario del autor, lo hace más valioso, le infunde plusvalía, le sube las acciones.

El País bajo mi piel. Memorias de amor y guerra (Plaza & Janés, 2000) de Gioconda Belli es una obra que juega en forma muy interesante con la naturaleza de la autobiografía y la forma de la novela. Con un estilo desenfadado y valiente, evidente en Belli desde los años de sus primeros poemarios, la autora confiesa una serie de secretos sobre su vida íntima y sentimental, que difícilmente nosotros quisiéramos que se supieran acerca de nuestras vidas. El país bajo mi piel es un libro de memorias pero que en realidad está contado como una novela. La autora ha dividido su vida en segmentos y nos va contando en forma alterna, pasajes de su juventud y su gesta guerrillera, y pasajes de su vida actual en Santa Mónica, uno de los barrios más elitistas de Los Ángeles. Los capítulos en que ha dividido el texto vienen encabezados por acápites similares a los utilizados por Cervantes en Don Quijote. El capítulo 1 reza: “Donde dan inicio, con olor a pólvora, estas rememoraciones.” y así sucesivamente, los 58 capítulos están acompañados de un acápite que remite al contenido del capítulo. La estructura novelística de las Memorias, combinada con el explícito interés de la autora por presentarnos a un sujeto heroico, nos da un texto híbrido que se sitúa entre la autobiografía y la novela, entre el testimonio y la ficción. Esta combinación no deja de ser problemática, ya que pone en tela de juicio la veracidad del texto, elemento indispensable para la autobiografía. Por el otro lado, esta estrategia hace del texto un paisaje muy atractivo para el lector, inscribiendo una saga política y personal que toca la imaginación del lector de muchas formas diferentes. Estas memorias explotan al máximo el capital social de la autora y su capital revolucionario. Se presenta al mismo tiempo como una hija de la burguesía nicaragüense, privilegiada y consentida, que al mismo tiempo que explota esa posición se victimiza en la misma, es la vez explotadora y explotada, es al mismo tiempo verdugo y víctima. Y por otro lado explota su capital revolucionario, la gesta heroica que la lleva a volverse contra su clase, la heroína que lo deja todo y se sacrifica por los pobres y los humillados de Nicaragua.

La sexualidad siempre ha sido un tema de gran interés para Gioconda Belli. Desde sus primeros poemas de 1970, Belli ha demostrado un compromiso ineludible con la liberación del cuerpo femenino, con un feminismo que aunque no se expresa directamente a través de una teorización abstracta de la problemática, se revela claramente a través del planteamiento de la concatenación de las relaciones de poder entre los sexos. En El país bajo mi piel, Belli nos revela lo secretos de su vida sentimental demostrando la dificultad de una mujer guapa y atractiva como ella, para desenvolverse en un mundo dominado por hombres, y ser tratada siempre con objetividad intelectual y ética revolucionaria. Su belleza física y su atractivo se convierte en un problema al tratar con hombres poderosos que piensan que la mujer debe depender de ellos y someterse a su dominio. Así el encuentro con Fidel Castro, tanto como el encuentro con Omar Torrijos, se convierte en una lucha donde poder y sexualidad (que también es una forma de poder como nos enseñó Michel Foucault) se imbrican en una conjunción interesante y explosiva. El encuentro con Fidel Castro en La Habana en 1978 refleja muy bien esta ambigüedad. Hay una mezcla en Fidel de coquetería y manipulación. Por un lado quiere seducir a la joven poeta revolucionaria, utilizando su personalidad, su poder y su carisma; por el otro quiere sacarle información sobre las problemáticas internas del Frente Sandinista. Belli se siente muy alagada por la distinción especial que el Comandante le ha hecho pero se siente utilizada al ver que le quiere sacar información. Al final de ese capítulo 41 Belli afirma:

“Aunque el significado de esa noche sigue siendo inexplicable para mí, atesoro el recuerdo como una de esas cosas mágicas y ligeramente perversas que le pasan a uno en la vida. A la luz de los años, el episodio en vez de aclararse se ha oscurecido. ¿Necesitaba Fidel que yo le diera esa información? Parece improbable. Contaría con medios suficientes para enterarse sin mi concurso. Modesto se lo habría dicho sin duda. ¿A qué obedecía entones su insistencia? ¿Quiso simplemente tener un pretexto para justificar su deseo de verme, hablarme, examinarme como mariposa bajo el microscopio, estudiar mi reacción ante el poder que él blandía? ¿Quería seducirme? No lo sé. Supongo que nunca lo sabré. A mí me quedó este recuerdo. Literatura” (296).

Vemos pues el tipo de posición que Belli adopta en sus memorias. Hay en ella un gesto continuo de rechazo y de adhesión. La personalidad y el carisma del Comandante Fidel Castro representa un papel tan importante en el horizonte de la vida narrada, que Belli ha escogido el encuentro con Castro para iniciar sus Memorias. El capitulo 1 se sitúa en La Habana, en 1979, cuando Belli está recibiendo entrenamiento militar y Castro la observa. Es la mirada deseante del poder que representará un papel muy importante a lo largo de todo el texto. Unos días después se vuelven a encontrar y los comentarios de Fidel están siempre cargados de picardía e insinuación. La dinámica oscila siempre entre la admiración por el héroe revolucionario y el halago por la coquetería y la conquista. No voy aquí a discutir la veracidad de todos los encuentros que Belli narra en su libro ya que no tengo elementos para hacerlo. Sábato afirma que no hay nada más falso que las autobiografías. Me voy a limitar aquí a señalar la forma en que se maneja esta dinámica en el libro. Al ser objeto de admiración por parte de personajes muy importantes, Belli eleva su capital sexual y su estatus como mujer deseable situándose en la esfera del deseo de hombres poderosos; y al rechazar a hombres de la estatura de Castro o Torrijos, eleva todavía más su capital sexual y su situación de mujer, de revolucionaria, de feminista.

Develar estas intimidades es, por tanto, un gesto de auto-alabanza, y adoptar un tono humilde e ingenuo es una forma de posicionarse frente al lector. Esta estrategia narrativa es muy efectiva y Belli la ha manejado con maestría. En El país bajo mi piel Belli noveliza su vida, presentándonos un testimonio autobiográfico que problematiza tanto la esencia del testimonio como la esencia de la autobiografía, que se mueve entre la novela y la biografía demostrando que en la posmodernidad es imposible distinguir claramente entre los géneros, y que así como la novela se nutre de la realidad, la realidad se nutre de la ficción.

El último texto del que me voy a ocupar difiere de los anteriores en cuanto a la sustancia de la expresión, en el sentido hemlsleviano de la palabra. No es un texto en prosa sino en verso, no está compuesto de capítulos sino de poemas. “Poemas/memorias” les llama Pablo Antonio Cuadra, y son una mezcla de versos narrativos y versos metafóricos, que importan una novedad interesante al género autobiográfico, modalidad que no habíamos visto desde el siglo XVI. El epígrafe de estos poemas reza: “Las memorias son ficciones del ego, mejor que sean poemas, invenciones más puras”. Epígrafe sumamente significativo para una de las premisas de mi discusión. PAC en esta sentencia está desarticulando desde el principio el presupuesto del que parten casi todas las memorias, al reclamar verosimilitud, fidelidad y desinterés en el acto creador. Recuerden los títulos cada vez más enfáticos de las Crónicas de Indias: Verdadera historia.... Verdadera relación... Real y verdadera historia... Todos clamando tener la verdad, asegurando escribir sinceramente, sin interés personal, para salvar del olvido los hechos heroicos e importantes. Nadie afirma estar inventando nada, nadie acepta que lo que en realidad les interesa es relatar su participación en esos eventos. Que el mundo sepa lo que él o ella hizo por la nación. “Ficciones del ego” dice Pablo Antonio Cuadra. Sus biopoemas son también ficciones de su ego, son creaciones que generan una realidad donde él es el epicentro de revolución, donde los grandes poetas y escritores latinoamericanos entran y salen de escena, hablan con Pablo Antonio y entretejen la historia literaria del siglo XX.

Por lo que he expuesto es claro que el acto narrativo autobiográfico importa una serie de problematizaciones de la situación narrativa. La bibliografía sobre este tema es bastante copiosa y extensa. Desde los trabajos de Phillip Lejeune en su ya clásico Le contrat autobiographique (1975) y los tres libros que le sucedieron sobre este tema, hasta el libro de Jacques Derrida, Without Alibi (2002). Problemas de punto de vista narrativo, de intentio lectoris como dice Umberto Eco, de focalización, de memoria, falta de memoria, o memoria selectiva. Los comentarios sumamente iluminadores de Sylvia Molloy en At Face Value (1991) nos demuestran que en América Latina se ha dado un sincretismo entre la historia personal, la escritura de la historia, la historia de la nación y la escritura de la nación. En fin, toda autobiografía presenta un problema de representación ideológica y problemas de interpretación de los hechos narrados, que como hemos visto, no siempre son fáciles de establecer y dilucidar. La escritura de memorias y autobiografías por parte de personalidades de cualquier campo, representa un acto simbiótico de acumulación y reproducción de capital cultural. Los autores aprovechan su experiencia, su protagonismo, su talento, para realizar un acto escritural que a su vez va a producir más capital intelectual y cultural. Este acto nunca es desinteresado. De hecho, mientras más insiste el autor o autora en el desinterés de su acto, más sospechosa me parece a mí su intención. Representarse a sí mismo es siempre difícil y siempre generará suspicacias. Bien sea una persona que participó en política y luego quiere exonerarse toda culpa, o un escritor y escritora que quiere revelar secretos y detalles de su vida para explicar de alguna forma su itinerario, su importancia, estamos ante un acto de explotación del capital cultural e intelectual en el campo de la producción cultural. La escritura autobiográfica se puede ver como el acto más descarnado del capitalismo intelectual, por medio del cual el autor o autora le saca la última gota de plusvalía a su capital cultural. No pretendo afirmar que esto sea malo o bueno. Yo creo en el capitalismo y no intento dar lecciones morales. Simplemente quiero señalar lo que me parece es la naturaleza de la escritura autobiográfica y su relación con el campo de la producción cultura.

© Nicasio Urbina


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