Marc Zimmerman

Estudios culturales centroamericanos en el nuevo [des]orden mundial*

University of Houston

Marc.Zimmerman@mail.uh.edu

Notas*Bibliografía

Desde la época de los movimientos revolucionarios, la cuestión de cómo estudiar las sociedades latinoamericanas se ha enfocado con más y más frecuencia en lo que antes se consideraban cuestiones secundarias o “superestructurales”. Dentro de este contexto, los estudios culturales de una variedad u otra han pasado a un escenario céntrico en un esfuerzo por elaborar modelos teóricos y crear polémicas con respecto a asuntos cruciales para desarrollos futuros. Durante el mismo periodo, Centro América ha vivido una transición crucial que involucra procesos de paz y democratización en el contexto de la imposición a políticas económicas neo-liberales así como conflictos socio-políticos persistentes junto a las crisis naturales y económicas más graves. Cuestiones con respecto a género, etnia, nuevas identidades e identificaciones nacionales, tanto como crecientes controversias sobre mezclas culturales y eco-política, son los asuntos comunes minimalizados en estudios previos de casi cada país o fenómeno latinoamericano. Pero las preguntas que surgen de las teorías de estudios culturales no pueden tener más importancia en ningún otro lugar que en Centro América.

Conocemos los ejemplos siempre citados, las circunstancias: los sandinistas mal-leyeron los asuntos miskita, impusieron su voluntad sobre los afro-caribeños de Bluefields, negaron agendas de género, perspectivas feministas y gay. El FMLM mal-concibió las perspectivas y actitudes urbanas de su país. La izquierda guatemalteca mal-leyó las relaciones indígenas, y por supuesto, las cuestiones guatemaltecas se extendieron a Chiapas en los años noventa como parte de un foco meso-latinoamericano más amplio que abarcó movimientos sociales y subalternos en las vísperas del neo-liberalismo y la globalización.

Algunas formas tempranas del marxismo explicaron las relaciones en función de luchas de liberación nacional en contra de relaciones feudales y neo-coloniales; la teoría de la dependencia enfatizó las luchas en contra del imperialismo y la dominación cultural en un sistema total en el cual el nacionalismo en sí era parte de una estructura de dependencia. El fracaso de Chile en los años setenta y los movimientos revolucionarios de los ochenta, así como el colapso del movimiento internacional comunista y el desencanto con el experimento cubano condujeron hacia una crítica de las ideologías de izquierda y del marxismo en sí como parte de un modo eurocéntrico colonizador e inadecuado y hasta erróneo para gran parte de América Latina y del mundo entero.

Los mismos movimientos revolucionarios dejaron de ser vistos como luchas bi-polares entre el capitalismo y el socialismo, y se convirtieron en intentos de última hora por parte de elites de oposición en contra de la ola inevitable de un sistema globalizante en el que las luchas principales involucraron grupos, configuraciones y bloques inestables y siempre cambiantes. Además, los problemas con las perspectivas y acciones revolucionarias centroamericanas con respecto a asuntos indígenas, afro-caribeños y feministas han conducido al rechazo de previos modelos explicativos centrados en modos de producción, lucha de clase, imperialismo cultural y demás; y han conducido también al aumento de críticas que enfatizan combinaciones variantes de “Factores sociales, étnicos, religiosos, etcétera, en un proceso general de globalización en el cual luchas entre fuerzas locales y globales, fuerzas sectorales y generales se agudizan, se contradicen y son difíciles de contener.

La irrupción de las aplicaciones a América Latina de la teoría post-colonial agudizó la distinción entre cuestiones teóricas y construcciones aplicables a diferentes partes del mundo colonizado. La pérdida de fe en la crítica marxista normativa condujo a nuevas teorías no-economistas de fuerzas y movimientos sociales, tanto como nuevas orientaciones a la modernidad, gobernabilidad y la ingobernabilidad que posiblemente obtienen su formulación más radical en un tipo de crítica post-marxista que, originada en medio de la lucha postcolonial de la India, halló sus propios variantes y puntos de controversia entre los historiadores latinoamericanistas por un lado y los literatos de estudios culturales por el otro.

Dentro del nuevo ambiente intelectual, el cambio ha sido en la dirección de Foucault, Baudrillard, Bourdieu, Laclau y Mouffe, Stuart Hall, otros en el trabajo de teóricos sociales como Brunner, Lechner y Calderón, y también en teóricos centrados en asuntos culturales como Martín Barbero, Ricard, Sarlo y Néstor García Canclini. En la escena latinoamericanista de los Estados Unidos, Jean Franco, George Yúdice, Juan Flores y otros empezaron a introducir y elaborar una visión latinoamericanista nueva, mientras figuras como John Beverley, Patricia Seed e Ileana Rodríguez empezaron por proponer cuestiones subalternas como reacción a las críticas dominantes.

Al final, sus discordancias son, a lo mejor, menos importantes que sus similitudes en el surgimiento de una crítica contemporánea que está en la vanguardia del pensamiento crítico en la era de la globalización, de los procesos transnacionales y movimientos sociales —tendencias que ahora se han juntado en la formación reciente del Task Force de cultura, política y poder de la Asociación de Estudios Latinoamericanos, y la iniciativa de Cultura, política y poder dentro de la Asociación Internacional de Estudios Culturales.

Curiosamente, mientras algunas de las figuras ya mencionadas que residen en los Estados Unidos son centroamericanos o tienen vínculos poderosos con Centro América; y al mismo tiempo que unos mantienen perspectivas centroamericanas, una de las ausencias que sobresale en el desarrollo de la construcción teórica latinoamericana de estos días es una perspectiva sobre una de las áreas claves del hemisferio cuyos fracasos revolucionarios abrieron la nueva época socio-política e ideológica, y de hecho influyeron mucho en la teoría post-marxista mientras que nuestra atención giró después de Esquipulas II a NAFTA, Chiapas, y a las crisis de los nuevos procesos y luchas de democratización que han surgido en México, Perú, Venezuela, Colombia, Argentina y otros lugares.

En el contexto actual, nunca había habido tanto interés en la literatura y cultura centroamericana por parte de personas que no son centroamericanas (esto es el resultado de intereses y carreras que se desarrollaron en el periodo de crisis previo); pero nunca en años recientes ha sido tan poco el interés fuera del círculo de los especialistas. Hasta cierto punto, Centro América está aislada de nuevo, y sólo las controversias incitadas por libros como El asco de Horacio Castellanos Moya, Adiós, muchachos de Sergio Ramírez, y El País bajo mi piel de Gioconda Belli así como la controversia provocada por la apropiación de García Canclini por parte de Mario Roberto Morales (1998) para atacar a la política de identidad indígena en Guatemala, y sobretodo, por supuesto, la controversia Rigoberta Menchú / David Stoll han detenido la entra de asuntos centroamericanos en el círculo de los debates culturales / postcoloniales / subalternos latinoamericanos. Sin embargo, tales debates se han mantenido distantes de las teorías de transición socio-económicas y políticas —por ejemplo, la teoría de John Booth y Thomas Walker de cambio de régimen, presentada en la tercera edición en su libro sobre Centro América (1999). Y eso es especialmente serio porque todo el trabajo clave sobre Centro América demuestra que no podemos entender procesos socio-económicos y políticos sin fijar sus conexiones más profundas con las dimensiones del desarrollo cultural, artístico e ideológico.

El campo de estudios culturales centroamericanistas halla su formulación más importante en los debates sobre el marxismo ortodoxo de La patria del criollo por Severo Martínez Peláez, y los textos gramscianos de Sergio Ramírez, empezando con Balcanes y volcanes y otros ensayos y trabajos; se desarrolla y elabora en los años ochenta y más allá en los estudios del populismo, religión, cultura popular, estructura familiar, vida cotidiana, género y “estudios queer” entre otros temas así como en los trabajos de Roger Lancaster, Carlos Vilas, Kay Warren, Diane Nelson, y otros. Ahora los debates mencionados, tanto como los nuevos libros de García Canclini y compañía, se unen a otros esfuerzos como mi colección co-editada, New World [Dis]Orders (1998) y la colección coordinada por Mabel Moraña (2000), para poner en relieve un campo de trabajo que debe fortalecer los estudios culturales latino y centroamericanos en los próximos años, especialmente en relación con las nuevas fuerzas de globalización y transnacionalización.

El propósito de esta edición de Istmo es contribuir a este desarrollo, pero siempre con cierto grado saludable de escepticismo con respecto a los modelos iniciales de estudios culturales –especialmente el concepto de construcción social– como lo proponen Raymond Williams, Stuart Hall y otros pioneros de la escuela de Birmingham, tanto como sus seguidores en estudios postmarxistas, postmodernos, postcoloniales, subalternos, etcétera, en América Latina.

Sobre todo, la deuda de estudios culturales latinoamericanos a los estudios culturales generales debe ver vista con relación a su distanciamiento teórico de las categorías tradicionales así que las perspectivas sobre cuestiones de etnia, genero, etcétera, puedan encontrar un papel más determinado y específico en la articulación de discursos. La palabra “articulación” es la conexión clave en cómo los latinoamericanistas y, en nuestro caso, los centroamericanistas intentan captar las particularidades y especificaciones de su formación social variante. La meta de los estudios culturales centroamericanos “en vía a desarrollo” debe ser el explorar las dimensiones latinoamericanas y, en este contexto, centroamericanas necesarias para constituir una versión regional apropiada, adecuada y fructífera para examinar las dimensiones pasadas, actuales y futuras de la vida centroamericana.

En el proceso se debe especificar y diferenciar nuestro acercamiento con relación a aquellas construcciones de estudios culturales que, yo argumentaría, dependen demasiado en una teoría de construcción social y discursiva. Mientras que creo que es una dimensión importante, creo también que ha sido sobre-jugado y hecho como el sine que non de estudios culturales —como si no fuera una realidad fuera de su construcción discursiva e ideológica— o, lo que en la práctica significa lo mismo, que si existe dicha realidad, no se le puede descubrir excepto en las construcciones sociales y específicamente discursivas. Simpatizo más con la última posición; sin embargo, sugiero que aunque sea difícil saber lo que es, el esfuerzo para alcanzar tal conocimiento merece los riesgos, las frustraciones y hasta los fracasos.

En este contexto es importante considerar la cuestión que Daniel Mato y otros han formulado recientemente: ¿se debe distinguir entre estudios culturales latinoamericanos desarrollados en el mundo de habla inglés y la forma que toma en el terreno latinoamericano? Esta cuestión está enraizada en la notoria despoliticización y elitismo de estudios culturales en los Estados unidos y la versión necesariamente politizada de estudios culturales que, centrada sobre relaciones de poder, emerge en Mato y otros en el campo latinoamericano.

En un esfuerzo por encontrar una base diferencial para la inserción de América Latina en los estudios culturales al nivel global, Mato, como coordinador de la Asociación Latinoamericana de Cultura, Política y Poder intenta caracterizar la deuda teórica de estudios culturales latinoamericanos a sus antecedentes británicos (ver su texto de 2001). Sin embargo, quiere hacer una distinción sumamente aguda entre las versiones británicas y estadounidenses de estudios culturales latinoamericanos y lo que él considera dimensiones fundamentales de la teoría de estudios culturales desarrollándose dentro de América Latina en sí. De hecho, Mato enfatiza el hecho de que América Latina tiene sus propias tradiciones específicas de crítica cultural y que supuestas influencias de París o Birmingham son paralelos (y no préstamos) que se reconocían retrospectivamente con frecuencia. Mientras una figura como Jesús Martín Barbero puede citar un sinnúmero de antecedentes europeos, su trabajo y el trabajo de sus colegas famosos, se desarrolló dentro del marco de tradiciones netamente latinoamericanas. Además, y más importante para Mato, los estudios culturales en América Latina tienen que distinguirse de sus “primos” en Birmingham y los practicantes en Estados Unidos, con la designación de “Latin American Studies in Culture & Power” indicando su énfasis firme en las dimensiones políticas de las prácticas culturales, y en los efectos de poder inherente en y emanando a través de aquellas prácticas. Esta dimensión, insiste Mato, marca la diferencia más evidente entre los estudios culturales latinoamericanos y aquellas versiones que él ve como céntricas en los Estados unidos y, de hecho, por implicación, en la fase más reciente del trabajo de Stuart Hall.

Mato privilegia el trabajo hecho en América Latina y esto puede considerarse una observación irreflexiva y demasiado conveniente, obviando los residuos criollistas de los prejuicios y prácticas latinoamericanas —subestimando, como dirían Aníbal Quijano y Walter Mignolo, “la colonialidad de poder” que persiste en su versión latinoamericana en particular. Claro que existe peligro ya que Mato se inclina hacia una esencialización de la latinoamericanidad —aunque él niega esta posibilidad. Las divisiones recientes entre perspectivas de estudios culturales y estudios subalternos, de hecho, insinúan algo de una guerra clasista y una postura egoísta. Sin embargo, un sentido de comunidad (tal vez imaginaria) persiste.

El nuevo orden capitalista demanda o crea procesos de inestabilidad, ingobernabilidad, fragmentación, desorden y hasta oposición por su propia supervivencia y expansión. Pero, el sistema está así proliferando procesos que bien pueden girar en maneras decisivas en su contra, creando nuevos espacios en los cuales la oposición erige formas de resistencia más y más activas y poderosas envolviendo modos subalternos capaces, a veces, de liberarse de cualquier lugar o proceso dentro del sistema que ayudó a crearlo y a articularlo. Esta es una dimensión clave del nuevo [des]orden del mundo.

Las perspectivas subalternas empezaron a contribuir al desarrollo y profundización de nuestro entendimiento de la construcción y reproducción extendida de la estigmatización y la marginalización en el mundo contemporáneo. Sin embargo, implícita en esta consideración está la cuestión de la representación —es decir, ¿quién tiene el poder legítimo de hablar por los subalternos y en qué manera es la autoridad de hacerlo construido discursivamente? Aquí las apelaciones a la heterogeneidad y a la hibridez no son completamente satisfactorias. Lo que es central para este asunto son las cuestiones sobre el estado de los intelectuales subalternos quienes desafían viejos modelos. Hoy los estudios subalternos involucran una crítica postcolonial de las teorías y teóricos viejos y nuevos en su capacidad de captar los viejos y nuevos movimientos sociales tomando en consideración las particularidades de los casos latinoamericanos, y sin esencializar, romanticizar o homogenizar la conciencia subalterna.

Los estudios subalternos latinoamericanos se postulan como una crítica radical hasta de las versiones izquierdistas de estudios culturales. Sin embargo, hay problemas. Aun si se acepta la necesidad de captar el discurso subalterno, ¿cómo pueden los críticos latinoamericanistas radicales quienes son subalternos solamente en relación a las normas críticas hegemónicas, asegurarse de lo que ven y hacen? ¿Cómo podemos desarrollar una crítica de la epistemología subalterna? ¿Es factible? Y si podemos elevar la cuestión de la legitimidad de todas las formas de conocimiento, ¿en qué manera y de acuerdo a qué criterios podemos establecer parámetros más o menos razonables para nuestro campo de estudio? ¿Podemos vencer nuestra tendencia a homogenizar o romantizar la conciencia subalterna? ¿Qué pasa con nuestra tendencia a privilegiar el discurso indígena, minoritario o subalterno, o hasta cuando pensamos que lo hemos hallado cuando existe la posibilidad de que es otra forma de ventriloquia colonial? ¿Cómo superamos la idea de que los oprimidos son en alguna manera virtuosos? ¿Que no mienten aun cuando dicen verdades?

También, ¿es cierto que los subalternos sólo se articulan en un proceso que termina cuando se finaliza su estado de subalternidad? --¿o el grado en el que los subalternos ya participan en un esfuerzo público capaz de totalizar todo? Y ¿qué tal si son los NGOs los que lo permiten? ¿Es verdad que detrás de estos grupos étnicos y movimientos sociales están las grandes fundaciones? Y, ¿es cierto que sin las fundaciones los grupos no tendrían ningún efecto? ¿Quiénes son los Che Guevaras o tupamaros de la postmodernidad globalizada? ¿Quiénes los fundan? Y ¿ por qué? ¿Avanza o atrapa a aquellos del sur la tropicalización de la teoría globalización del norte? Y ¿cómo es que todo este pensamiento desde el sur transforma el pensamiento del norte? Estas son las cuestiones que emergen en la crítica reciente de George Yúdice sobre el análisis de John Beverley con respecto a García Canclini (cf. Beverley 1999), en la introducción a Consumers and Citizens (García Canclini 2001); surgen también en la colección de John Beasly-Murray y Alberto Moreiras sobre la subalternidad latinoamericana (2001). Éstas son las interrogaciones cuyas respuestas nos esperan mientras el siglo nuevo va por su propio rumbo.

Hacia una perspectiva centroamericana

Los trabajos que aquí presentamos no representan el único intento medio-sistemático de hacer un mapeo de los parámetros post-Birmingham de estudios culturales centroamericanos. El libro de Roger Lancaster, Life is Hard (1990) abrió el camino para muchos trabajos importantes sobre dimensiones culturales cruciales necesarios para entender los procesos sociales centroamericanos —como muestra el texto de Erick Blandón en esta colección. Traspatio Florecido de Rafael Cuevas Molina (1993) es otro esfuerzo temprano y provocativo, que Ana Patricia Rodríguez discute en el ensayo que aquí se incluye. En un volumen reciente, Visiones del sector cultural en Centroamérica, una co-producción de Costa Rica y España, editado por Jesús Oyamburu, en el que participó Sylvie Durán, vemos esfuerzos por estudiar procesos culturales en cada país, tanto como algunos aspectos de la región en su totalidad. Es un trabajo pionero, desigual, pero útil, que nos puede servir como punto de partida para un nuevo esfuerzo en la dirección del desarrollo de este campo.

En verdad hay más énfasis en distintos modos culturales y países que en perspectivas más amplias, y hay pocas referencias a Stuart Hall o Raymond Williams. Hay algo funcionalista y centrista en el proyecto de Oyamburu, aun con la inclusión de Manlio Argueta y otras figuras de excelencia. Pero, sí hay varios artículos que apuntan a asuntos verdaderamente cruciales en un esfuerzo por desarrollar el campo de estudios culturales centroamericanos. Cito unos pocos ejemplos aquí.

Primero, en su introducción, Oyamburu se refiere a la fragilidad ecológica y a la tendencia a la adversidad que ha sido parte de la historia del área, tal vez más enfáticamente que en otras partes de América (7). También habla de una especie de vitalidad invisible que marca a la región, y de la interculturalidad entre las dimensiones culturales heterogéneas de ésta. Oyamburu espera que se dé una “polifonía y no un desconcierto”, y argumenta que el reconocimiento y respeto de la pluralidad es la otra base para arrancar las tendencias autoritarias y pre-determinadas que han caracterizado la historia centroamericana y los conflictos que se hicieron tan importantes para tantos de nosotros. Oyamburu anticipa algunos problemas futuros, entre ellos las nuevas identidades sociales forjadas por los procesos de inmigración transnacional y las dimensiones culturales globalizadas; sin embargo, ve en la integración cultural y en la democracia participatoria señas de esperanza para un futuro centroamericano mejor (8-9).

Uno de los artículos más importantes en el libro, por su poder como resumen si no por sus perspectivas nuevas, es una contribución por uno de los pioneros fundadores más radicales y sagaces de estudios culturales centroamericanos, Carlos Guzmán Böckler. Conocido por su polémica con Severo Martínez Pelayo sobre las identidades indígenas y ladinas en Guatemala (cf. Guzmán con Jean-Loup Carlos Herbert 1970 y Guzmán 1975; Martínez 1970), Guzmán Böckler extiende y modifica sus orientaciones más agudas y perdurables al área en su totalidad, escribiendo un tipo de mini-texto sobre las características y procesos culturales centroamericanos, especialmente desde la perspectiva de sus raíces coloniales —eso en un área todavía marcado por lo que Mignolo, siguiendo a Aníbal Quijano, ha designado como la colonialidad de poder. En tal caso, Guzmán Bockler escribe sobre los temas que serían centrales para entender y articular las características predominantes del área que pueden ser vistas como palancas potenciales para transformaciones culturales. Primero Guzmán Bockler escribe de la “multiplicidad de las voces y la unicidad de la expresión estética”; de “la búsqueda del conocimiento y su aplicación a la vida cotidiana enlazadas con la estructuración de la conciencia colectiva y de la identidad histórica”; agresión y colonización; “las estrategias sociales de resistencia y acción”; y “la atomización del espacio postcolonial”. En este contexto, presenta su conclusión y desafío:

Empequeñecidos territorialmente y desgarrados socialmente … estamos aún en la espera de poder construirnos un destino satisfactorio y respetable. Las causas que nos desangraron en las guerras fratricidas del siglo XX siguen vigentes en su mayor parte. Los genocidas, torturadores y predadores del público siguen disfrutando de altas cuotas de poder. Somos productores de campesinos sin tierra para los que no hemos sido capaces de crear alternativas laborales. En vez de ello, dejamos que nuestra juventud rural tenga que buscarse la vida en los Estados Unidos de América, en donde la explotan y humillan a cambio del salario que no puede obtener en su patria. Como contrapartida, recibimos antropólogos, historiadores y misioneros que pretenden adueñarse una vez más de nuestra memoria colectiva y de nuestras conciencias. Y por supuesto, somos un eslabón del narcotráfico y el lavado de dólares. (26)

Representando una nueva generación de trabajadores culturales, quienes sientan la necesidad también para conceptuar su campo, Sylvie Durán Salvatierra, una cantante y actriz costarricense, y presidenta de la Asociación Cultural InCorpore, examina las redes de las organizaciones centroamericanas post-guerra, y concluye que a pesar del trabajo intensivo de muchos, la actividad cultural centroamericana queda fragmentada y frustrada, así como marginada aun con relación a la marginalidad de América Latina en el orden mundial actual. Su revisión de los procesos y problemas merece una reexaminación más cuidadosa que nos hace posible su artículo en nuestra colección.

Conclusión

¿Qué, podríamos preguntar, debemos aprender de discursos como los de Oyamburu, Guzmán Bockler, o Durán y el libro discutido aquí en su totalidad? ¿No es necesario suplir sus observaciones con otras perspectivas enfocadas en las causas y los efectos de las frustrantes debilidades económicas y políticas —y sobre todo en una tradición que parecía alcanzar su auge en los años treinta con la depresión y los fuertes gobiernos y fuertes rebeliones en su contra? Se consolidó entonces una estructura de poder / debilidad posiblemente sobrepasada solamente, y sin gran seguridad, en los años recientes de paz tentativa y reforma neo-liberal. Una respuesta a las dificultades del proyecto neo-liberal en su forma centroamericana reside en los esfuerzos por organizar y analizar redes culturales a través de la Asociación Cultural Incorpore de Costa Rica, que mejor se representa en el ensayo de Silvie Durán, una variante de uno que publicó en el volumen de Oyamburu. El año pasado, InCorpore se asoció con George Yúdice y su programa de estudios culturales en NYU para organizar una conferencia sobre temas cruciales en los estudios culturales centroamericano en el nuevo milenio. La conferencia “Culture, Identities, and Citizenship in Central America” que tomó lugar el 25 de abril de 2003, contó con el apoyo de Center for Latin American and Caribbean Studies CLACS, el Rey Juan Carlos I del Centro España, El Museo del Barrio e InCorpore.

Absteniéndose de intereses especiales en temas pre-1989, la conferencia se enfocó en la relación entre cultura, identidades, territorios, y bienestar social en el proceso actual de la integración regional de Centro América en función de los temas siguientes:

Entre los ensayos presentados figuraron Roberto Rubio Fabián de El Salvador, “The Macroeconomic Framework of Central American Integration”; Mario Lungo “Cities, Globalization and Cultural Changes in Central America”; y Saúl Solórzano, CARECEN, Washington, DC, y Cecilia Morán, Centro Salvadoreño de Nueva York, “Central American Immigrants in the United States and New York City”. También se presentaron charlas sobre afro-panameños y anti-racismo en Panamá; pandillas en Panamá dentro del contexto de la crisis existencial en sociedades en crisis; el corredor biológico mesoamericano y el desarrollo sostenible en Centro América; sostenimiento cultural: un modelo de construcción en la comunidad Garífuna, derechos culturales y de turismo; la descentralización y la sociedad civil; la experiencia de ADESCA; arte e intercultura en Centro América: el Proyecto Mesoamericalia; y la conferencia concluyó con una macro-sesión de discusión, “Cultural Policies: Central American Challenges”.

Esta colección retoma algunos de los temas planteados por el proyecto InCorpore / NYU. Incluimos un ensayo de Mario Lungo y Roxana Martel muy parecido al de la conferencia y el de Silvie Durán sobre la labor de InCorpore, así como ensayos sobre la migración transnacional y la cultura, entre otros temas de importancia. Nuestra colección reconoce que los estudios culturales tercermundistas y latinoamericanos pueden ser diferentes a los desarrollos postestructuralistas y postmarxistas en Francia e Inglaterra, advierte también la naturaleza distinta de las formaciones sociales latinoamericanas de otros en el mundo postcolonial, así como las diferencias centroamericanas dentro del marco latinoamericano. De tal manera, esta colección busca destacar esas distinciones especiales y compararlas con otras áreas latinoamericanas. En muchos aspectos si América Latina ha sido una de las periferias de un sistema mundial emergente y en evolución —un sistema, de hecho, imperial en el sentido de Hardt y Negri—, entonces Centro América es la periferia de la periferia, un mundo subsumido y escasamente pensado cuando se ve a América Latina, excepto por la década cuando el sandinismo y otros movimientos de liberación nacional colocaron a Centro América en el mapa mental. Sólo Chiapas, los problemas de inmigración y el narco-capitalismo, la controversia de Rigoberta Menchú / David Stoll, los escándalos y posible renacer de Daniel Ortega, y claro los huracanes, terremotos y visiones jurasicparquianos han mantenido el área en la mente de la gran mayoría de gente.

Nuestra meta para el desarrollo de estudios culturales centroamericanos es explorar y criticas los trabajos previos y actuales en torno a Centro América, estudiar otras investigaciones internacionales y de Latino América que aporten a nuestra área de estudio —especialmente los esfuerzos centroamericanos que han aparecido desde que empezó el periodo de transición. Nuestra finalidad debe ser también proyectar futuros desarrollos en el campo y luchar en contra de la amnesia con respecto a esta zona.

Obviamente no podemos lograr todas estas metas en una sola colección. Sin embargo, nuestro intento es contribuir al esfuerzo general por considerar las perspectivas centrales a la articulación de estudios culturales –cuestiones de género, de identidad indígena y ladina, cuestiones de las nuevas mezclas de culturas impulsadas por las inmigraciones dentro y fuera del área, cuestiones de movimientos sociales y nuevas formaciones sociales en transformación y transición. Con todo eso, vamos avanzando en el intento de articular las bases nuevas de nuestro esfuerzo constructivo, de ayudar a generar el campo de estudios culturales centroamericanos con el fin, sobre todo, de articular un nuevo espacio de contestación en relación con las fuerzas actuales de globalización y transnacionalización.

Finalmente, parece irónico que presentemos esta colección cuando el Grupo Subalterno se ha desintegrado y algunos de los estudiosos de Estudios Culturales de Latino América claves han declarado que nuestro campo de trabajo está en crisis, en duda, y hasta agotado en la fase post 9/11 de la globalización (cf. Moreiras 2001 y Ríos, Alicia, Ana del Sarto y Abril Trigo, coord.. 2003, incluyendo mi propia contribución). Sin embargo, la crisis cultural de capital y de Imperio no debe llevarnos a abandonar una iniciativa cuyo nombre o interrogantes epistemológicas y ontológicas están en juego —se debe seguir jugando con las barajas que nos dan, haciendo lo que se puede si es que queremos llegar a un nuevo entendimiento, aun tan relativo, parcial o provisional, de la región centroamericana, de sus habitantes y de su relación con el mundo.

© Marc Zimmerman


Notas

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vuelve * Traducción de la introducción del inglés al español de Gabriela Baeza Ventura.


Obras citadas

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