José María Mantero

El país bajo mi piel de Gioconda Belli como anti-testimonio

Xavier University, Estados Unidos

MANTERO@vavier.xu.edu

*Bibliografía

Como autora de poesía, novelas, ensayos y ahora memorias, Gioconda Belli (1948) es conocida esencialmente como una escritora que parte de su contexto sociohistórico para crear una literatura liberadora y para trascender el desprendimiento connotativo entre el hombre y la mujer. Sus obras La mujer habitada (1988), Sofía de los presagios (1990), El ojo de la mujer (1992), Waslala (1996) y Apogeo (1997), entre otras, se han estudiado particularmente a partir de las voces discursivas femeninas y de cómo éstas reaccionan contra el patriarcalismo y abogan a favor de una condición femenina que abarque sus raíces y sus circunstancias. En sus recientes memorias El país bajo mi piel (2001), Belli se centra en torno a la individualidad discursiva para crear un texto que entra en diálogo con la tradición autobiográfica nicaragüense y, por extensión, latinoamericana. Ante todo, la contemporaneidad de esta obra y sus circunstancias narrativas permiten que se lea como una sutil contraproposición al texto testimonial latinoamericano oponiendo una poética de la insularidad individual a lo que Alberto Moreiras ha denominado la poética de la solidaridad del testimonio (1996: 198).

A partir de 1969 con el Premio Casa de las Américas al testimonio y con la publicación en 1983 de Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, el testimonio latinoamericano se ha ganado precisiones denotativas que aún carecen de una definición exhaustiva y abarcadora pero que, como han anotado Elzbieta Sklodowska (1996) y Georg M. Gugelberger (1996), lo sitúan en los nexos de las categorías narrativas. A pesar de la falta de concordancia, los matices ofrecidos por críticos como John Beverley han contribuido a encasillar el testimonio dentro de una amplia tradición autobiográfica latinoamericana. Según Beverley, el testimonio es una narrativa "told in the first person by a narrator who is also the real protagonist or witness of the event he or she recounts, and whose unit of narration is usually a ‘life’ or a significant life experience" (1996: 24) y que abarca dimensiones sociales al comprender "an urgency to communicate a problem of repression, poverty, subalternity, imprisonment, struggle for survival, and so on" (1996: 26). El crítico Hugo Achugar (1992) también señala la socialidad del testimonio y enfatiza dentro de esta matización las posibilidades discursivas del género y la complementariedad de éstas, ambas unidas por la intención de subrayar el conflicto social:

Por un lado, [existen] los testimonios que vehiculizan la lucha por el poder de un sector, grupo o comunidad o clase que intenta desalojar a aquel o aquella en el poder, y por otro, los testimonios que, sin negar lo anterior, aspiran al establecimiento por coparticipación de una comunidad plural o heterogénea sin hegemonías absolutas al menos a nivel discursivo (1992: 52).

Dentro de estas posibilidades, el género testimonial se recrea en refundiciones de la verdad y en las posibilidades discursivas de subvertir la idea de una verdad pura e incontaminada (Colás, 1996). El testigo testimonial busca rebelarse contra su propia marginación sociohistórica y enfrentarse a la hegemonía a través de la acción hecha palabra (y viceversa). Como ha señalado Linda J. Craft, "testimony is a protest" (1997: 15). Lo que cabe preguntarse es qué se protesta y desde qué perspectiva o posición social, política o económica se plantea el discurso contrahegemónico.

Tal enfrentamiento entre el sujeto y su marginación sociohistórica encarna en el texto testimonial una re-escritura de la nación y de las matizaciones jerárquicas que han contribuido a la creación de una identidad nacional. Curiosamente, aunque El país bajo mi piel protesta por el comportamiento de algunos individuos y lucha sigilosamente por añadir otro eslabón a la cadena del ser nicaragüense, a lo largo de la narración Belli incorpora el país a su persona más de lo que lo hace a la protesta y crea, por ende, una contrapropuesta al texto testimonial: el anti-testimonio. ¿Representatividad inocente, discurso liberador o lírica desenfrenada? Más que fabricar una identidad nacional basada en experiencias personales representativas del pueblo nicaragüense, veremos como Belli crea esa sutil contraproposición y expone el desarrollo de su propia identidad individual y única a partir de momentos vividos por ella en la historia de Nicaragua, momentos que distan de ser representativos de la mayoría de la población ya que ella escribe desde una serie de posiciones filosóficas, económicas, políticas y geográficas que, según el momento -y por lo general-, no reflejan las experiencias de la mayoría de sus conciudadanos. Vemos en el texto, por ejemplo, cómo Belli se escapa física y sicológicamente de su país sin exiliarse ni caer en la colaboración nostálgica que se lee en tantos testimonios. El texto busca la representatividad, pero la narradora—justamente, líricamente—no se sale de su círculo discursivo. Como ha señalado Leonel Delgado Aburto (2002), esta contradicción resta fuerza a la intención simbólica de Belli, ya que "en un intento de insuflar fuerza a sus contextos, [sus memorias] incurren en la celebración de una representación / representatividad improbable" (2002: 3). Debido a ello, la nación resulta ser un vehículo de expresión individual que ocupa un lugar secundario a la exposición cuasi-catártica de la narradora.

Si una de las intenciones del interlocutor testimonial es reproducir y subvertir situaciones de violencia para que éstas sirvan de representación microcósmica de la demolición sistemática de un pueblo, en el texto anti-testimonial la presencia de la violencia no va más allá de ejemplos específicos que sirven para ilustrar el momento individual. Por ello, la violencia estética, moral, ética, física, política o económica, entre otras, se presenta simplemente como vehículo para desarrollar la vida de la narradora y para unir su voz a un canon. En el texto, existe una conciencia de estilo, una estética y una tradición que, en el caso de Belli, se ve representada en una producción literaria que abarca toda una serie de novelas y colecciones de versos y que nos hace cuestionar la dimensión representativa de sus memorias. Por ejemplo, al describir Delgado Aburto la prosa de Belli y analizar la declaración "el calor de las multitudes fue mi destino," el crítico desea saber si ésta es una confesión "de una revolucionaria profesional, de una política populista o de una novelista exitosa" (2002: 3). Si la polifonía de la obra se presta a esta serie de preguntas, lo que queda por encima de la duda textual es la poética y la lírica. Hasta la misma estructura del libro resulta ser un juego intertextual al reflejar la organización y los subtítulos que nos encontramos en la prosa española del siglo XVII (Don Quixote, El buscón, etc.).

Si el testimonio es una poética de la solidaridad y la autobiografía es una poética de la individualidad, el anti-testimonio resulta ser una poética de la insularidad al hacer hincapié en la lírica para expresar su visión particular, temporal y estéticamente aislada de circunstancias sociales nacionales y escribir una "introbiografía:" una obra en que la autobiografía se centra y el texto se convierte en una continua introspección a partir de individuos y acontecimientos que sirven de vehículo expositivo de la voz narrativa.

En el texto de Belli, esta expresión lírica individual abarca los momentos de su vida, pero estos momentos están formulados por una condición autobiográfica que los aleja del género testimonial al proponer la posibilidad de narrar su país líricamente y desde una óptica relativamente privilegiada que hace resaltar las paradojas textuales. El género autobiográfico permite estas contradicciones, ya que es "an account of, and also a means of access to, middle- or upper-class status" (Beverly, 1996: 35-6) y "un discurso de la vida íntima" (Achugar, 1992: 56). Lo curioso en el caso de Belli es que el auge y la victoria de la revolución sandinista ofrecen las circunstancias propicias para la creación del género testimonial. Tenemos un fondo testimonial retratado con pluma autobiográfica, lo cual lleva a la creación del anti-testimonio.

La tradición autobiográfica de Nicaragua incluye ejemplos de memorias, de testimonio, de autobiografía y, como no, hasta de falso testimonio. En el siglo XVI, por ejemplo, el padre Bartolomé de las Casas recogió cantos de los indios Nicaragua y Chorotega (Craft, 1997: 23). En 1912, salió publicada una de las autobiografías nicaragüenses más conocidas, la Autobiografía de Rubén Darío, un texto que es más interesante por lo que no contiene que por lo que contiene, ya que Darío la escribió en aproximadamente un mes y explícitamente por la falta de dinero, por las interminables penurias económicas que estaba pasando. Desde entonces, las incursiones autobiográficas nicaragüenses pasaron por la prosa de Emilio Quintana (Bananos: la vida de los peones en la Yunai, 1942) y la prosa testimonial de Manolo Cuadra (Contra Sandino en la montaña, 1945) hasta llegar a la época sandinista (1979-90), cuando, de acuerdo con las intenciones "democratizantes" del Ministerio de Cultura de Ernesto Cardenal, se observó una verdadera explosión de textos testimoniales, entre los cuales está el prototestimonio de Omar Cabezas, La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (1982), uno de los textos más representativos del género testimonial nicaragüense. Más recientemente, hemos visto la publicación de las memorias de Sergio Ramírez (Adiós muchachos, 1999) y, por el momento, los dos volúmenes de Ernesto Cardenal: Vida perdida (1999) y Las ínsulas extrañas (2002). El año 2002 también vio la publicación de Yo, Rubén Darío, el falso testimonio del escritor nicaragüense escrito por el experto lorquiano Ian Gibson.

Plenamente dentro y a la vanguardia de la tradición autobiográfica, El país bajo mi piel manifiesta una poética de la insularidad y expone una serie de actitudes y ampliaciones narrativas que constituyen una contrapropuesta al texto testimonial. En la obra, representaciones de momentos concientizadores y solidarios revelan sutilmente que la contraposición más transparente es la clase social en la que nace la narradora, "la arbitrariedad que me había hecho entrar al mundo por la puerta grande" (2001: 29). Para nuestras intenciones, estos momentos resaltan por el surgimiento narrativo de esa conciencia de clase, de los ejemplos textuales de esa "puerta grande" y de sus primeros recuerdos de la existencia de lo que se podría denominar un discurso subversivo. Belli recuerda, por ejemplo, que de niña ella y sus compañeras de colegio iban a visitar los barrios más humildes de la capital y cómo "nuestras visitas los alegraban" (2001: 82). En otra anécdota, piensa en la primera vez que oyó hablar de revolucionarios: "Fidel [Castro] había sido el primer revolucionario del que tuve noticia en mi vida. [. . .] [Mi hermano] Humberto y yo nos leímos de cabo a rabo sobre la cama de mis padres el número de Life donde se publicó un reportaje con Fidel en la Sierra Maestra" (2001: 19). Es irónico que su primer recuerdo de un revolucionario le venga de la revista estadounidense Life, símbolo de la burguesía norteamericana y de las aspiraciones clasistas de algunos nicaragüenses de la época. También recuerda la primera vez que vio sangre: cuando su familia se mudó a una casa más grande en el barrio managüense de San Sebastián, la narradora iba con su niñera y vio la mancha de sangre de un joven que había muerto a manos de la Guardia Nacional (2001: 28-29). La solidaridad incipiente que expresa la narradora no pierde fuerza al combinarse con los elementos burgueses de su vida—Life, una casa más grande, una niñera—y subraya así la unicidad de un discurso que se coloca en la frontera entre el testimonio y la autobiografía y que se reproduce como una reacción textual al testimonio al hacer uso de la lírica y crear una poética de la insularidad.

Cuando ocurrió el terremoto de Managua en 1972, Belli recuerda sus impresiones al ver la vida totalmente alterada y su mundo derrumbado. Pero las costumbres de su infancia y de su juventud excluían a la mayoría de los nicaragüenses: ella ve que "el edificio donde tomaba clases de ballet cuando era niña parecía un castillo de naipes desplomado sobre la calle" (2001: 33); también, al ir a casa de sus padres para ver cómo están, distingue a su madre "sentada en una silla playera en el terreno baldío al lado de su casa, la doméstica llevándole el desayuno en una bandeja impecable sobre un mantelito almidonado" (2001: 33). La "arbitrariedad" de haber nacido y haberse criado dentro de la burguesía nicaragüense no pone en entredicho la sinceridad de Belli tocante a su integración paulatina en el movimiento sandinista a principios de los años setenta, pero crea un caso textual interesante al combinar las inquietudes que nacieron a raíz de su clase social con su participación en el movimiento sandinista (como también se vería con otras escritoras de su generación como Daisy Zamora, Vidaluz Meneses y Michèle Najlis). Lo que se encuentra en el texto de Belli es un continuo baile de construcción y desintegración entre sus orígenes burgueses y sus ideales revolucionarios, un baile que sigue hasta hoy día.

En la vida de Belli, la participación en el movimiento sandinista colinda con su deseo de fabricar una identidad propia como escritora, de escribir y hacerse un hueco en el canon de la literatura nacional. La presentación y la lectura pública de su primer libro, Sobre la grama (1974), tuvo lugar en Managua en una parte de la Galería Tague, "junto a un jardín donde crecían cientos de rosales, rodeada [yo] por mis amigos pintores, escritores y gran cantidad de público. A mis veinticuatro años, habitante de un país arruinado y terrible, ninguna desgracia se me hacía perdurable" (2001: 103). De nuevo encontramos la coexistencia de una conciencia social y un entorno aburguesado, ambos perfectamente sincronizados con las intenciones de la escritora. Por una parte, nos reproduce el ambiente estético: los rosales, el optimismo y el apoyo de sus amigos; por otra parte, reconoce la penosa situación de su Nicaragua "arruinada." Lejos de ser una contradicción, esta yuxtaposición de imágenes burguesas y realizaciones solidarias dan al texto un tono poético que lo aleja del mero testimonio y lo acerca a una exposición autobiográfica. Lo curioso es que la obra permanece en esa zona fronteriza y gris que pretende escindir y separar las dos categorías narrativas. A lo largo de sus años de colaboración "oficial" con el Frente Sandinista, esta zona fronteriza entre ambas orillas discursivas llegaría a definir gran parte de su labor revolucionaria, hasta el punto de que la creación literaria se convertiría en vocación principal. Cuando empezó a escribir su primera novela, La mujer habitada, en 1986, la narradora declara que la escritura tomó preferencia: "Desde ese momento cualquier cosa que no fuera escribirla dejó de tener importancia" (2001: 298). Transparentemente expresado, la escritura le hacía feliz. ¿Suponía este deseo de ser escritora un retorno a sus orígenes burgueses y una traición a sus principios revolucionarios? Lo responde ella misma: "Pensé que ser feliz era una aspiración tan válida como hacer la revolución; que si no tenía la sabiduría para procurarme mi propia felicidad, mucho menos que pudiera salvar al mundo" (2001: 299).

Belli participó activamente en el movimiento revolucionario antes y después de la victoria sandinista en 1979, primero en Managua y desde el exilio en San José, Costa Rica, y después como encargada de la estación de televisión en la Nicaragua pos-somocista. Curiosamente, en El país bajo mi piel Belli revela que a lo largo de su participación solidaria con la revolución permanecen costumbres que, como su vida de niña, no reflejan la experiencia de la mayoría de los nicaragüenses. Al ser declarada una sandinista por el gobierno de Somoza, Belli se oculta en Europa unos meses, esperando saber del desenlace de la operación sandinista en casa de Chema Castillo (2001: 140-141): "De pie frente al bar tomaba un capuchino mirando destraídamente el noticiero de la eterna televisión de esos bares, cuando el mapa de Nicaragua apareció en la pantalla". Y exiliada en San José en 1976, Belli tenía en su casa a Cristina, "una morena guapa que las cuidaba [a mis hijas] mientras yo trabajaba" (2001: 196). Más tarde, cuando triunfó la revolución sandinista y Belli llegó a formar parte de consejos revolucionarios, la escritora visita Cuba y declara que en el hotel "la comida era excelente, el servicio a las habitaciones rápido, el yogur delicioso" (2001: 288). Y en una rueda de prensa en París, "hice una lúcida presentación sobre la estrategia militar insurreccional, en inglés" (2001: 306), ironía que no pasa desapercibida al usar ella el idioma anglosajón para esparcir la revolución sandinista. Estas anécdotas textuales sirven para re-establecer esa distancia legítima entre el testimonio y las memorias de Belli: ambos retratan la marginación sufrida por una población y la lucha por integrar tal población al proyecto nacional, pero el texto de Belli ofrece su discurso desde una posición que no reniega del "dulce encanto de la burguesía" (2001: 97) ni de su condición como revolucionaria. La narradora reconoce que su vida no ha transcurrido como la de la mayoría de los nicaragüenses, y expresa las ganas de solidarizarse con ellos: "Me haría bien, pensé, sentir en carne propia lo que significa la vulnerabilidad de la mayoría de mis conciudadanos" (2001: 110). ¿Pero hasta qué punto podría Belli solidarizarse con el pueblo sin correr el peligro de encarnar múltiples identidades individuales que serían una serie de polifacéticas y desintegradas identidades individuales? Como en los textos testimoniales, lo principal es el conocimiento directo y explícito de esa "vulnerabilidad," pero Belli se distancia sutilmente del testimonio al acercarse a la solidaridad desde una posición económicamente alejada y confesar que a ella "[le] haría bien" experimentar lo que sienten la mayoría de los nicaragüenses.

Entrar en participación directa y colaboración clandestina con el sandinismo supuso para la narradora un enfrentamiento a su propia condición burguesa que le llevó a la realización de que esta misma condición le podría facilitar sus tareas revolucionarias subversivas, comportándose como si fuera una verdadera agente secreta. Como expresa Belli, "Fingir inocencia y curiosidad tendría amplio acceso en mi círculo social para medir el pulso de la burguesía, saber qué planeaban, cómo andaban tensiones con la dictadura. Ser una mujer de la alta sociedad era una excelente cobertura para conspirar" (2001: 70). Dentro del contexto de la lucha revolucionaria, la narradora se percata de la importancia que puede jugar ella. Su papel—un papel auténticamente poco común para una revolucionaria nicaragüense—distaba de la típica protagonista testimonial, ya que consistía en volcarse en sí misma, en desarrollar una existencia que tenía muy poco de poder representativo. Es más: su fuerza radicaba en su falta de representatividad, en su individualidad y en su capacidad de simular.

Esta individualidad se percibe en el espíritu iconoclasta que la narradora expresa a lo largo de la obra. Una de las primeras veces que dispara un arma, ella reconoce que "lejos de sentir ningún placer, experimenté de manera inequívoca el profundo rechazo que me inspiraban las armas de fuego" (2001: 18). Con el comienzo de la frase, Belli sutilmente confirma que las armas representan cierta atracción fetichista y necesaria para la revolución; pero personalmente—y a pesar de ser buena revolucionaria—, a ella le "inspiran rechazo." Es esta actitud la que caracteriza gran parte de El país bajo mi piel: se comprende que hay objetivos más nobles y solidarios que las metas individuales, pero no se deberían abandonar principios individuales ni posiciones particulares, por mucho que vayan en contra de una agenda social. Cuando ella empezó a tener una relación con Carlos, un periodista estadounidense en la década de los ochenta, la Dirección Sandinista le aconsejó que cortara esa relación ya que se podría percibir como una traición al programa revolucionario. Meditando sobre ello, la narradora llega a la conclusión de que quiere seguir con la relación y mantener así "la independencia soberana de mi vida personal" (2001: 101). La separación implícita que hace en el texto entre su "vida personal" y su vida pública aleja esta obra del género testimonial y propone otra posibilidad que mantiene la labor social sin descuidar el desarrollo de la condición individual.

Por la distancia contextual, en ocasiones la narradora llega a idealizar el espíritu nicaragüense. Durante la revolución, escribe que meditaba sobre la fuerza del pueblo de Nicaragua: "La resistencia de sus habitantes se transmutaba para mí en belleza, una belleza que trascendía cualquier consideración estética. Entre el tráfico y el bullicio de los mercados fijé en mi mente las caras redondas morenas, nobles, toscas o delicadas de tanta gente sufrida que se negaba a perder la esperanza" (2001: 161). Belli expresa su admiración por el pueblo, pero se evidencia la separación entre "ellos" y "nosotros" al alejarse ella de incluirse en las descripciones. "Ellos" encarnaban una idealización, una representación y justificación de las metas revolucionarias. Pero esa idealización representa también unas enajenaciones y separaciones textuales entre la narradora y lo narrado, entre el sujeto y el objeto, hasta correr el peligro de cosificar al nicaragüense.

Como hemos visto, la narración del terremoto de Managua en 1972 revela la posición social de Belli y cómo esta posición la influyó en sus observaciones, especialmente en su escisión entre ese "ellos" y el "nosotros." Para ella, el "nosotros" consistía en los miembros de su clase y en los individuos que pululaban en torno a ese círculo. Cuando ocurre el terremoto, la narradora reconoce el daño que hizo a los barrios más humildes de la ciudad. Pero como el suyo, los barrios más adinerados pensaron que no sufrirían de igual forma: "Aquí, en cambio, mis vecinos confiaban en que sus casas estaban bien construidas, que el gobierno se haría cargo, que los bomberos acudirían a su llamado y la policía nos protegería" (2001: 39). Implícita en la frase está la protección de que goza la clase pudiente, la suposición de que el mundo burgués es una existencia aparte de la mayoría del pueblo nicaragüense. Aunque más tarde Belli y la revolución sandinista procurarían superar esa diferencia entre el pueblo y la burguesía, esa confianza en el gobierno, en los bomberos, en la policía y hasta en la fuerte arquitectura de las casas de aguantar un terremoto refleja el dilema discursivo: como narradora, ¿desde dónde escribe?

Si hemos de confiar en el texto, la toma de conciencia de Belli ocurrió a lo largo de varios años, durante los cuales ella pudo percibir las diferencias e injusticias que existían en su país. Pero—y con razón—el discurso nunca logra desprenderse de la base burguesa de la narradora, a pesar de su colaboración con la revolución sandinista y durante el gobierno del FSLN. Y de ese cruce surge la contrapropuesta al testimonio: del juego representativo entre la intención de la narradora y la acción del texto.

En la obra, otros ejemplos de la separación entre "ellos" y "nosotros" también revelan la disyuntiva en la que se encuentra Belli y la dirección que va tomando el texto. Relata que de adolescente "[le] aburrían los sábados en el Country Club repitiendo la vida de nuestros padres" (2001: 51), dejando claro que ya de joven había algo en su rutina diaria que le producía insatisfacción. Unas páginas más tarde, reflexiona ante los extremos de riqueza y pobreza, pero desde el contexto de su juventud: "Las diferencias entre las vidas de pobres y ricos eran abismales, pero aceptadas con naturalidad por unos y con resignación cristiana por los otros, como si se tratara de un orden universal que no podía modificarse" (2001: 54). En la frase, la narradora deja claros los prejuicios de su clase y la fe que ésta tenía en "un orden universal" que organizaba el entorno cultural y descartaba la posibilidad de cambios súbitos sociales. Pero Belli deja dudas acerca de quién "aceptaba con naturalidad" y quién "con resignación cristiana." Si seguimos la lógica sintáctica, los ricos aceptaban su vida "con naturalidad" y los pobres "con resignación cristiana." Su paradójica posición discursiva es comprensible, pero escribe como si fuera ajena a los dos grupos: a los ricos al observar su "naturalidad" y a los pobres al percibir su "resignación cristiana."

En contraposición al testimonio, la narradora de El país bajo mi piel frecuentemente se inserta en su propia vida como una observadora imparcial que pretende relatar los hechos tal como los vio, más que como los vivió. Pero en varias ocasiones la escritora pretende retirarse de la acción y narrarla desde la tenue frontera entre la participación y la observación. Y estas dudas discursivas, esta oscilación entre el "ellos" y el "nosotros" da a luz a un texto que sutilmente hace uso de una poética de la insularidad para celebrar su perspectiva particular y la manifestación de esa perspectiva.

Esa distancia jerarquizante entre la narradora y otros individuos también se percibe en su descripción de un viaje que hizo a los Estados Unidos en 1985, cuando ella formaba parte del gobierno sandinista y colaboraba activamente con el proyecto nacional del Frente. Al entrar en los Estados Unidos, "varias veces me hicieron pasar a un recinto con el rótulo: "Secondary Immigration Inspection", un salón donde hombres morenos, árabes o asiáticos y mujeres sencillas se removían nerviosos en sus asientos" (2001: 163). Sin poner en tela de juicio la representatividad de este retrato, sí resaltan los adjetivos "morenos" y "sencillas" dentro de la condición de Belli como líder de un movimiento revolucionario. En la afirmación, ¿busca la narradora subrayar la condición discriminatoria del Departamento de Inmigración estadounidense, romantiza a los inmigrantes o deja entrever el posible convencionalismo de sus propias ideas? En particular, la presencia del adjetivo "sencillas" implica por parte de las mujeres una indumentaria y una serie de actitudes que no corresponden a las de la narradora. ¿Son "sencillas" por inocencia, por ignorancia o por ser víctimas de un entorno que las convierte en meros objetos a clasificar? A pesar de estar bajo las mismas circunstancias inmediatas, lo claro es que Belli percibe a las mujeres "sencillas" y se separa textualmente de ellas al clasificarlas de tal forma.

La cosificación del marginado y la separación entre el "ellos" y "nosotros" socioeconómico también se percibe cuando Belli narra las elecciones nicaragüenses del 25 de febrero de 1990. En éstas, el Frente Sandinista de Liberación Nacional perdió ante Violeta Chamorro y la UNO, declarándose el pueblo en contra del programa sandinista. En el texto, Belli reflexiona ante las causas de la pérdida y el impacto histórico de esta decisión, llegando a la conclusión de que el pueblo tenía conocimiento de las consecuencias del voto: "Creo que al dar la victoria a Violeta, el pueblo intercambió el poder de sentirse protagonistas, por la paz, aunque viniera de la burguesía, pero alguna intuición tendrían de que otra vez se verían relegados a ser simplemente "los pobres", ya no "las masas populares"que el sandinismo había exaltado" (2001: 396). Aunque está matizado por el verbo "creer," Belli se apropia del logos discursivo al pretender hablar por el pueblo nicaragüense: supone que el pueblo se sentía protagonista durante la década sandinista (1979-1990), que la paz le interesara más que este protagonismo y que intuía que volvería a ser "simplemente los pobres." Aparte de la fácil generalización y reproducción del vocablo "pueblo," lo interesante aquí es la distancia que adquiere frente a éste y el deseo de hablar por éste, de ofrecerse como voz analítica que evalúa la pérdida del Frente en las elecciones nacionales. De esta forma, se coloca discursivamente dentro y fuera del pueblo al reproducir la decepción que se sintió y al usar la tercera persona del plural al escribir del comportamiento electoral del pueblo en las elecciones nacionales.

Esa idealización de individuos de clase más humilde que la suya, también se percibe cuando repite el adjetivo "sencillo" al narrar su difícil estancia en San José, Costa Rica durante la lucha revolucionaria en Nicaragua (momento cronológicamente anterior a 1985, pero posterior en el texto): "En esos tiempos de dudas y preocupaciones, lo que me mantenía animada y me disuadía de claudicar era el heroísmo de la gente sencilla que se unía a la lucha con un entusiasmo y una fe admirables" (2001: 235). Sin poner en tela de juicio el heroísmo del pueblo nicaragüense, lo que cabe dentro de nuestras intenciones es otra vez cuestionar el uso del adjetivo "sencilla." Comprensiblemente, Belli destaca que el pueblo humilde se sentía partícipe y, por ello, también luchaba contra la dictadura de Somoza; pero la narración corre el peligro de rebajar el esfuerzo revolucionario del pueblo al distanciarse de él y sorprenderse ante su "entusiasmo" y su "fe." En pocos lugares del texto demuestra Belli sorpresa ante su propio entusiasmo y fe, pero se conmueve repetidamente frente a la capacidad revolucionaria de sus conciudadanos.

Al retratar sus primeras realizaciones solidarias, Belli distingue al individuo específico del grupo colectivo de "los oprimidos" y le otorga al individuo concientizado una capacidad salvadora: "No era posible, decía yo, creer en la redención de los oprimidos si uno no se proponía primero la propia redención" (2001: 76). Si el testimonio es, como ha afirmado Beverley, "a non-fictional, popular-democratic form of epic narrative" (1996: 27), la declaración de Belli se contrapone al proyecto testimonial al declarar "la redención de los oprimidos." En la frase citada, Belli resalta la capacidad y la necesidad de una transformación individual antes de la transformación colectiva. Pero anteponer la individualidad a la colectividad implica la extensión de una posición que sutilmente reproduce los mismos esquemas de opresión que el individuo busca subvertir. Y aunque esos primeros esfuerzos solidarios fueron desde una perspectiva de adolescente, Belli usa un lenguaje que aún jerarquiza la representación de su vida: la presencia de una "redención" implica una culpa, un pecado cometido contra una autoridad y / o una ortodoxia. E igual ocurre cuando Belli toma la decisión de participar activamente con el Frente: "Demostraría que el sufrimiento cotidiano de la gente de mi ciudad me importaba haciendo algo por remediarlo" (2001: 65). Dentro del contexto solidario, tenemos el reiterado potencial individual y la creencia que sus acciones contribuirían algo a aliviar ese "sufrimiento." Pero de nuevo se coloca la narradora en una posición de superioridad al confiar en su capacidad para "remediar" el sufrimiento sin reconocer la asistencia mutua y la reciprocidad que podría surgir del encuentro si ella también reconociera y aceptara la ayuda del pueblo.

En Nicaragua, la década de gobierno sandinista suposo para unos la realización del potencial nacional y, para otros, el desmoronamiento de sus derechos legítimos. Para Belli, tan importante como la revolución era su propia autonomía individual, su creatividad particular y su condición de iconoclasta, rasgos que expresó desde que tuvo conciencia de sí misma. De pequeña, por ejemplo, inventó un país: "Mis hermanos y yo habitábamos ese país, nos guiábamos por sus leyes y teníamos allí otro nombre. El mío era María Elena Shirley" (2001: 153). Tan importante como la creación infantil de una nación diferente y radicalmente separada de la "real" es la adopción de un seudónimo cuyo apellido está en inglés. El subtexto está claro: el punto de referencia cualitativo es la cultura anglosajona, no la nicaragüense. Ésta sirve como punto de partida para "mejorar" las condiciones de vida, pero no como destino final. También es interesante la creación en sí de un país nuevo. El título El país bajo mi piel integra el espacio nacional al individuo y reproduce la relación simbiótica entre la nación y la escritora. Como ha escrito Delgado Aburto, "Es como decir: represento al país que contengo bajo mi piel, mi cuerpo es país, hablo en nombre de la nación" (2001: 3). Pero como también plantea el crítico, cabría poner en tela de juicio cuál es la nación de la cual habla Belli en sus memorias.

La separación textual entre la vida pública y la personal a veces oscila al otro extremo discursivo y se convierte en generalizaciones y en una fácil asociación de perspectivas que crea afirmaciones híbridas por el nivel de abstracción de su discurso. Narrando la primera cita con Carlos, Belli describe cómo éste "le clavaba los ojos pretendiendo que le explicara la flagrante pobreza que nos rodeaba y que no sabía cómo soportábamos" (2001: 60-61). Si hemos de confiar en la integridad de la memoria de Belli, deberíamos cuestionar la presencia del nosotros. Y si es fiel el recuerdo, ¿incluye ese "nosotros" a Belli? ¿Se considera ella o le consideraba él a ella capaz de responder a ese "cómo soportábamos" la "flagrante pobreza"? ¿Es una pregunta para los burgueses—es decir, cómo, desde su óptica, soportan ellos la pobreza de su país—, o se la dirige representativamente a Belli como nicaragüense que se crió a la sombra de las desigualdades sociales? Aunque esa clase burguesa la formó a ella, está claro que la narradora percibió y percibe las condiciones de vida en su país y las enormes necesidades de los ciudadanos. Pero en el texto existe una distancia entre ella y los otros que se intenta resolver con una cómoda rememoración del "nosotros" y de cómo ellos vivían como si la distancia entre los dos grupos fuera fácil y discursivamente franqueable.

En el texto, la división entre "ellos" y "nosotros," la evidencia de clases socioeconómicas y la manifestación de la voz narrativa nos han servido como hincapié para realizar un análisis textual que busca dialogar con el texto testimonial latinoamericano. Como memorias, El país bajo mi piel entra en la tradición autobiográfica nicaragüense y latinoamericana al reproducir fragmentos de una vida vivida en varios continentes. La naturaleza del texto como documento que refleja los múltiples intentos de perspectivas discursivas le permite a la narradora acercarse a la problemática de Nicaragua desde una óptica que no pierde de vista la singularidad de la voz propia. Por ello y por la insularidad que implica esa voz propia, El país bajo mi piel supone una contrapropuesta al testimonio latinoamericano al retratar a la nación desde una perspectiva que dista de ser representativa y que declara, ante todo, la lealtad a la proyección estética e individual de la historia.

©José María Mantero


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*Dirección: Associate Professor Mary Addis*

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*Istmo@acs.wooster.edu*

*Modificado 24/07/03*

*? Istmo, 2003*