Aida Toledo

 

Estrategias de reconstrucción de la historia no oficial:

La ceremonia del mapache de Otoniel Martínez

 

Universidad de Alabama

aidatoledo@bama.ua.edu

Notas*Bibliografía


¿El arte da voz a lo que la historia ha negado, silenciado o perseguido? Se pregunta Carlos Fuentes hacia el año 1976, cuando para el propósito de este trabajo, en el contexto guatemalteco, la guerra llevaba más de quince años de existencia.1 La novela que ahora ocupa estos comentarios aparece en la década de los noventa, 1996 específicamente, año en que se firma la paz en Guatemala.2 Alrededor de esta fecha, la novela guatemalteca y centroamericana en general, en medio de un contexto histórico de guerras y posguerras, tiene una marcada tendencia hacia la historia, en un afán por entender y representar el tiempo vivido, dicho contexto histórico mantiene una distancia variable con la historia oficial, estatal, cuya agenda fue precisamente, la distorsión de la verdad, y la oblicuidad de los hechos y sus consecuencias nefastas para la población civil. Por eso, una de las intenciones políticas de la narrativa en general en Latinoamérica, es presentar una verdad alternativa de los hechos, no importando que en el fondo, la nueva historia resulte fluctuar tremendamente entre la realidad y la ficción.3

La narrativa corta que ahora nos ocupa entonces, mantiene una agenda política específica, aunque no se arme o se diseñe dentro de los parámetros del testimonio centroamericano propiamente dicho.4 La obra parece más ubicarse dentro de lo que Werner Mackenbach percibe como variedad dentro de lo testimonial:

“En especial, a partir de los años noventa el testimonio se vale de una variedad de técnicas y perspectivas narrativas e incorpora formas no y hasta anti-miméticas de representación. La literatura testimonial está caracterizada por diferentes grados de cercanía y distancia de otros géneros o sub-géneros literarios, como, por ejemplo, la autobiografía, la biografía, la epopeya, el documental, el relato periodístico, la novela, etc.”  (Mackenbach, 2004: 4)

En relación con este mismo aspecto, el crítico alemán, en otro artículo observaba cómo la novela centroamericana de los noventa “vivió un cambio de paradigma en cuanto al problema de la correspondencia entre mundo real y mundo novelesco, es decir, en cuanto a la apropiación de la realidad” (Mackenbach, “Historia, nación/pueblo e individuo en el testimonio nicaragüense y centroamericano”, s/f: 4).

De acuerdo a Juan Durán Luzio, los narradores parecen estar convencidos de que la literatura es capaz de plantear con mayor libertad y franqueza lo que no quiere o no puede hacer la historia que se pretende científica. (Durán Luzio, 1982: 23) Carlos Fuentes en Cervantes o la crítica de la lectura (1976), observaba que la narrativa latinoamericana ha escogido este género para replantear frente al lector, las escisiones históricas respecto al continente. Además como estrategia narrativa, Fuentes mismo practica en el texto las distintas maneras de contar y fluctuar de los puntos de vista, sobre todo para borrar los referentes inmediatos y relativizar toda posible verdad histórica. (Ainsa, 2003: 93)

La obra de Otoniel Martínez, autor guatemalteco, se encuentra como otras, en ese espacio no definible de los géneros literarios, aunque físicamente parezca una novela sobre la guerra o sobre la violencia, y de alguna forma dialogue con otros textos narrativos del largo periodo de guerra, como los de Mario Payeras y Marco Antonio Flores;5 o por otro lado, se encuentre tamizada por otras lecturas extranjeras como la de Norman Mailer en Los desnudos y los muertos (1948), de donde según el autor de La ceremonia se nutre también:

“Esa novela (Los desnudos y los muertos) recrea una atmósfera en donde destaca la sensibilidad del recluta respecto a sus compañeros (soldados y mandos) en su interioridad y cotidianidad. La muerte aparece ahí no como un hecho dramático sino como parte del paisaje. Se desdramatiza la muerte y se dramatizan los pequeños gestos y pensamientos. La de Mailer es una novela muy intuitiva. Se mete muy certeramente en el pellejo de los actores y sus sentimientos hacia la institución en los momentos cruciales... (“Maldito ejército”, etcétera).” (Martínez, Carta, 2005)

Al conversar electrónicamente con quien escribe este trabajo, Otoniel Martínez reconoce que habiendo hecho algunas lecturas de autores norteamericanos, su libro se nutre de detalles, voces y pasajes de esas novelas, pero que principalmente, cuando lee y relee el texto advierte las siguientes influencias:

“Hay otras deudas insospechadas como la de haber descubierto que el arranque de La ceremonia bien pudo haber sido inspirado por el arranque de Sin novedad en el frente de E.M. Remarque. He de admitir que las mayores deudas las tengo con los más dispares autores, pero especialmente con autores estadounidenses que pese a no haber tenido conflictos internos desde su independencia sino haberlos exportado –o quizás por eso– han desarrollado notables sagas bélicas. Tengo deudas también con la novela negra gringa, en cuanto al lenguaje de la violencia ‘distanciado’, especialmente con el maestro Dashiell Hammet (La llave de cristal, Dinero sangriento, El halcón maltés...) Otro maestro del género que influyó abierta o solapadamente fue Chester Himes (el único negro que escribía novela negra, hasta donde alcanzo a saber) sin olvidar al viejo Raymond Chandler ...”(Martínez, Carta, 2005) 

 

La experiencia de una escritura desde el exilio o en la clandestinidad como antecedentes literarios de La ceremonia del mapache

La guerra civil guatemalteca tiene de inicio los años sesenta y se prolonga hasta el 29 de diciembre de 1996, como ya hemos señalado. Son 36 años en los cuales los intelectuales de izquierda y escritores han salido del país hacia el exilio a Europa, México y otros lugares, o se han unido a la guerrilla y viven en la montaña guatemalteca. Este tipo de desplazamiento humano, nos hace comprender todavía más, que la obra de estos escritores ha sido concebida y/o escrita durante esos años, en situaciones especiales que requieren de atención; porque en cualquiera de los dos casos, la distancia y la ausencia de una vida “normal” en el territorio nacional, es un elemento central, que le otorga a sus obras un estatuto extraño.6

La historiografía de la narrativa guatemalteca hasta este momento, nos permite observar y hacer algunas afirmaciones sobre su desarrollo. Durante los años setenta se publicaron algunas narrativas que pueden ya entrar en las categorías testimoniales, pero no sería sino hasta el aparecimiento del libro Quiché rebelde (1978) de Ricardo Falla y Me llamo Rigoberta Menchú (1983) de Rigoberta Menchú/Elizabeth Burgos, que el testimonio escrito cobra fuerza y tiene repercusiones sociales, culturales y políticas.

Si nos atenemos a la clasificación del alemán Karlheinrich Biermann quien propone dividir las categorías testimoniales en 3 tipos: a. relato autobiográfico, b. documentación sociológico-etnográfica, y c. el relato auctorial, nos damos cuenta que los libros aparecidos durante los 70 y 80 corresponden a los dos primeros tipos, en tanto que los tipo novela, en el sentido tradicional que el lector entiende, incluído el que hoy comentamos, entraría –con variantes- en el tercer apartado. (Biermann en Mackenbach, 2001: 3)

Entre esta variedad de publicaciones aparecen las llamadas novelas de la guerrilla o de la violencia,7 en las cuales están incluidas narrativas que hablan sobre los enfrentamientos armados específicamente o sobre las estrategias, acuerdos, agendas políticas, etc., como en las narrativas de Mario Payeras;8Los días de la selva (1981), relata el tiempo en que Payeras militó en la montaña, añadiendo dentro del relato, las estrategias de sobrevivencia que los militantes urbanos, que no tenían ninguna experiencia en ese terreno, tuvieron que sufrir; El trueno en la ciudad (1987), que fuera escrito en 1983, y donde se relatan con gran destreza, haciendo un análisis político al mismo tiempo, las causas de los desaciertos que condujeron al descubrimiento de los “reductos guerrilleros”, en el momento en que la guerrilla se preparaba para la guerra popular revolucionaria. (Payeras, 1991: 23) Lo más interesante de este segundo relato es que reconstruye para la historia política del país, ese vacío en los acontecimientos de los años 80 y 81, reflejando la experiencia directa del autor desde la función de dirección. Para Marco Antonio Flores, uno de los valores poderosos de este libro de Payeras es su estatuto autobiográfico, ya que se relata el momento en que el EGP es desarticulado, con una distancia que no es literaria, sino puramente testimonial. (Flores, 1997: 11)

Es crucial la forma en que las izquierdas desarrollan a través de la literatura la agenda política, porque Payeras reflexiona aquí sobre la complejidad de los hechos históricos y su ambigüedad, Expresa con claridad la necesidad de parte de los autores comprometidos con el proyecto político, de poner en evidencia los errores y la ingenuidad de las organizaciones, frente a un enemigo, el ejército, cuyo grado de modernización y sofisticación era alto, sobre todo en las operaciones de inteligencia militar. (Payeras, 1987: 13) Dante Liano señala en Visión crítica de la literatura guatemalteca, publicada por la Editorial Universitaria en 1997, que en Los días de la selva, se observa la habilidad escritural de Payeras, al poder utilizar una serie de recursos retóricos como numerosos pasajes poéticos, que son propios de escritores con experiencia y calidad. (Liano, 1997a: 261) Con esto Liano alude a la hibridez de los textos de Payeras; a este punto de la historia crítica de la narrativa centroamericana, permite confirmar lo ya señalado también por Mackenbach, acerca de la variedad en el tratamiento del testimonio, y sus relaciones con los otros géneros literarios.

Los compañeros (1976) es la primera novela de Marco Antonio Flores, que de acuerdo a Dante Liano:

“Es un relato que se debate entre lo histórico y lo ficticio, y que narra la guerrilla de los años sesenta sin ahorrar críticas durísimas a los mismos componentes del movimiento revolucionario.” (Liano, 1997a: 263)

Para Martínez, La ceremonia del mapache estable un diálogo con esta narrativa de Flores, sobre todo a nivel estructural: “La ceremonia a fuerza tiene influencia y acompañamiento de Los compañeros, pues está alentada por el desparpajo y la fluidez de su estructura.” (Martínez, Carta, 2005)Los compañeros es la novela guatemalteca que rompe los esquemas de la narrativa centroamericana de ese momento. En su relato, la estética de la violencia, ya señalada por Liano, es permanente. Hay un gusto por lo sórdido, le llama Liano “un realismo del terror”. Como en La ceremonia, Los compañeros dedica un solo capítulo a la tortura de un guerrillero dentro de una de las cárceles clandestinas. (Liano, 1997a: 54) Ya se ha señalado que esta novela de Flores recoge una tradición en el tratamiento de la violencia y la tortura que se ligan al Señor Presidente de Miguel Angel Asturias, y que se vinculan en forma general, al terror que priva en el imaginario nacional guatemalteco.9 Para Mario Roberto Morales, esta narrativa de Flores, representa esa relación que se da en la narrativa centroamericana entre el proceso de urbanización, la cultura urbana y la nueva novela. (Morales, 1991: 63) Los personajes ocupan espacios urbanos y pertenecen a las capas medias; el laboratorio lingüístico que Flores arma se produce a través de una mezcla de las hablas de capas medias guatemaltecas. Es a partir de esta novela que se puede detectar la influencia del Boom en la novela guatemalteca. (Morales, 1991: 63)

La obra de Flores igualmente que la de Payeras, se encuentran amarradas a hechos históricos relevantes, de la historia política de Guatemala. Una lectura de sus obras permite esclarecer hechos reales que no han quedado recabados en los libros de la historia oficial. Principalmente, las narrativas de estos escritores permiten leer espacios intrahistóricos, escenas que han sido modificadas por los medios de comunicación, que regularmente recibían los boletines enviados por el ejército, para informar a la población, para que se hicieran del conocimiento de la audiencia. La ceremonia del mapache también alude a estos imaginarios de la guerra de guerrillas y conflictos bélicos, y su perspectiva representa de alguna forma, el compromiso de las izquierdas latinoamericanas que Payeras respetó en la escritura de sus obras. Las relaciones de carácter temático y de contexto histórico con Payeras y Flores, establecidas por este trabajo, se expanden al área centroamericana, cuando Martínez trae a colación en conversación con quien escribe, la importancia del contexto literario, durante los inicios de la década de los ochenta en la ciudad de México:

La ceremoniaes de muchos modos y en ese sentido una novela de atmósfera centroamericana, puesto que en su manufactura influyeron otros escritores centroamericanos que gracias a los congresos o a la actividad periodística o política o todas juntas, en aquel momento empezaban a conocerse en el exterior (pienso en Horacio Castellanos Moya y Manlio Argueta de El Salvador, el narrador Roberto Castillo y el poeta Rigoberto Paredes de Honduras... el ya para entonces experimentado Rogelio Sinán o el entusiasta y solidario Jorge Turner de Panamá, el argentino Miguel Bonasso (Recuerdos de la muerte, editorial Era) o el periodista también argentino Roberto Bardini con varios libros sobre los mercenarios en Nicaragua y Honduras -en aquel entonces lo cool eran las corresponsalías de guerra ...” (Martínez,  Carta, 2005)

Del mismo modo reconoce la importancia y ciertas recurrencias temáticas y lingüísticas entre su narrativa y la obra del nicaragüense Omar Cabezas, La montaña es algo más que una inmensa estepa verde publicada en 1982:

La ceremonia en realidad no está "dialogando" con otra novela guatemalteca aparte de la del Bolo. En todo caso quizás un poco con Los días de la selvade Mario Payeras. Pero principalmente lo hace con la novela que "le transcribieron" al nicaragüense Omar Cabezas (La montaña es algo más que una inmensa estepa verde) en que el lenguaje llega en aquel momento a "donde sólo las águilas se atreven.”10

 

La ceremonia del mapache comoreconstrucción de la historia no oficial

La ceremonia del mapache es la primera novela publicada por Otoniel Martínez, quien es más conocido actualmente como poeta. Es autor de tres libros de poemas publicados en distintos momentos de su carrera literaria: Con pies de plomo (1981); Homenaje rabioso (1986) y Azul profano (1996).

A Martínez lo une, temática e ideológicamente a los autores ya comentados, el hecho de haber militado en la guerrilla, habiendo ingresado a las filas de su organización, cuando aún se encontraba estudiando en la escuela secundaria. Este rasgo autobiográfico le confiere a su narrativa una carga, tanto testimonial como biográfica, sin descartar el elemento ficcional que es muy relevante. En 1997 Marco Antonio Flores comentaba que:

“Esta obra de Martínez, desde mi punto de vista, es primeriza pues no hay una búsqueda intensa de una estructura formal muy desarrollada. Sin embargo, hay búsqueda estética, hay un intento de conformar una voz novedosa.” (Flores, 1997: 11)

Flores percibía en ese momento que la novela de Otoniel Martínez era distinta a otras narrativas, (testimoniales o no), y señalaba la búsqueda estética de la novela como un valor, indicando que no estaba frente a un texto únicamente histórico, despojado de toda literariedad, –aspecto que este escritor valora mucho dentro de la concepción de la novela–, al mismo tiempo que observaba algunos cambios en el discurso, sin acertar a explicarse bien en qué consistía el cambio de registro, y al que dio en llamar de “conformación de una voz novedosa”.

De acuerdo a Dante Liano, aunque el tema de la novela fuera el enfrentamiento entre guerrilla y ejército, la substancia de la narración dependía y estaba subordinada al horror de la guerra existiendo un trabajo bastante concienzudo sobre las raíces del mal, padecido por sus protagonistas. (Liano, 1997b: 7B) Este aspecto es relevante en el estudio de las bases históricas de esta novela, porque en ella se discuten, como frente a una pantalla, imágenes que flotan en los imaginarios del terror de toda la población guatemalteca, pero mayoritariamente explican en ficción, los alcances que tuvieron las vejaciones y abusos causados por el poder del estado, sobre los implicados, como los militantes pequeños, principalmente indígenas y ladinos de clase media, como en el caso de Martínez. Acerca de la importancia del estamento histórico y la dialéctica del terror, el autor contestó a nuestra pregunta de la siguiente manera:

“Es algo más que un testimonio de la época. Alude a fechas porque era necesario situar las atrocidades en perspectiva histórica. No obstante, la decisión de borrar nombres propios obedece a la convicción de que los hechos ahi narrados pueden volverse a dar.” (Martínez, Carta, 2005)

Nótese también en la cita anterior que en su opinión, su novela es también testimonio de la época. Se comprueba lo ya dicho sobre la narrativa latinoamericana en general y sobre la centroamericana en particular, acerca de las formas híbridas que asumen los textos de sus escritores.

La narrativa de Martínez va llevando paralelas dos historias de horror, en un mismo contexto histórico.11 Los personajes se van moviendo a lo largo de sus historias ficcionales, en espacios geográficos similares, pero como dice el propio autor:

“La estructura de los capitulos está sugerida por las Palmeras Salvajes de Faulkner: los personajes nunca se tocan, pero los envuelve la misma atmósfera. Es como una novela de atmósfera. Eso intenta.” (Martínez, Carta, 2005)

El autor crea un modelo para armar; como existen dos narraciones que son paralelas, una de ellas aparece en los números pares y la otra en los impares, de acuerdo al número de los capítulos. La influencia del libro de Faulkner es de gran fuerza intertextual. Inclusive habrán partes en la historia de los personajes, en los cuales se repiten frases tomadas de los personajes de la narrativa de Faulkner (1939), aunque suponemos que Martínez ha leído y trabajado sobre la traducción al español, hecha por Jorge Luis Borges.

En La ceremonia del mapache se intercalan entonces las dos historias. Los personajes son tanto ladinos como indígenas, por lo que podríamos decir que Martínez discute también un aspecto fuertemente étnico o racial. Pero su discusión también abarca en este espacio, el asunto de la lucha de clases en la cual se ve inmersa la cultura guatemalteca actual. Para discutir este aspecto histórico, Martínez recurre a cierta modalidad carnavalizada,12 que se hace obvia en el lenguaje mismo. Para identificar a los ladinos cuyo origen todavía es reconocible en los apellidos, recurre a llamarlos con apellidos alemanes, con lo cual le recuerda al lector, una de las conocidas estrategias de la oligarquía guatemalteca durante el siglo XIX, la del mejoramiento de la raza.13 Los militares que tienen el más alto rango poseen en su narración estos apellidos. Los que funcionan como segundones dentro del mismo grupo, llevan apellidos peninsulares. En tanto que los ladinos que obedecen ciegamente a los peninsulares y a los otros, son llamados solo por sobrenombre o apodo. Con lo cual a su entender, provoca: “Un muestrario de identidades y persistencias en un contexto ‘repartimental’ como se indica en pie de página inicial.” (Martínez, Carta, 2005)

La lectura de la novela con estos artificios, hace que la lectura de hecho de carácter histórico, sea torne mucho más convincente, sobre todo porque en la narración de los capítulos impares, la ausencia de los signos de puntuación, provoca cierto caos, al que el lector deberá acostumbrarse, porque persiste durante todos estos espacios narrativos. La conducta de los personajes, dentro del proceso de carnavalización a la que son sometidos, provoca en el lector distinto tipo de reflexiones. Y si asociamos éstas con las conclusiones del estudio de Casaús sobre la metamorfosis del racismo guatemalteco, es posible detectarlas con claridad, en las relaciones que establecen los personajes ladinos e indígenas dentro de las dos historias paralelas. Los militares de alto rango y apellidos extranjeros, así como los ladinos de origen peninsular, son prepotentes y abusivos con los indígenas, de la manera en que los describe Casaús en su libro, y aunque en el estudio que hicieron, no pudieron comprobar la relación que se percibía entre autoritarismo y racismo, era evidente para los participantes en la investigación,que éste era un punto central de la relación:

“En dichos trabajos mencionados se llegó a la conclusión de que las relaciones entre indígena y ladino eran frecuentes, siempre y cuando existiera una relación de subordinación y/o dominación del ladino hacia el indígena.” (Casaús, 1998: 75)

El libro de Rigoberta Menchú, Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, contiene numerosos ejemplos de estas diferencias de clase y raza aplicadas a los indígenas y sufridas por ella misma en distintas ocasiones.14 De una manera similar pero dentro de otro registro, Martínez dota a sus personajes de hablas denunciadoras de distintos niveles de racismo hacia el indígena:

“Schumann gritó cállate indio cerote dos patadas cabeza prisionero silencio buen rato pronto nuevamente quejidos Schumann desesperado dijo vamos a hacer pasar a mejor vida a este hijueputa …”15

“Wolff mirándonos fiero quién interroga al otro quedamos petrificados adelantó sargento Aycinena preguntando mi coronel puedo hacer con él lo que quiera es todo suyo sargento dijo Wolff entonces aquel despellejó esmeradamente …” (Martínez, 1996: 166-167)

En el caso de los personajes indígenas, Martínez aplica otra regla para los nombres, decide llamarlos de forma monosilábica, buscando dentro de la genealogía maya a niveles alegóricos. En el caso de los personajes como Mam, Bal y Tot, la personificación es variada. Sin embargo ellos representan al “Otro” en la cadena cultural. Aparecen como las víctimas del proceso de guerra, y sus acciones son continuamente razonadas por el narrador, que participa de las ideas de liberación desde su posición de izquierda, sobre todo detrás de la figura de Mam. Además, como las narraciones que dan lugar a la historia de la novela, proceden de testimonios a los que el autor tuvo acceso a principios de la década de los ochenta, entonces el testimonio es de primera mano y le permite crear durante la lectura, un proceso de concientización acerca de las vicisitudes de los testimoniantes:

“A principios de los 80 trabajaba en México como corresponsal extranjero y tuve acceso a mucho material testimonial, sobre hechos desconocidos entonces de las acciones militares gubernamentales, contra poblaciones indígenas de las tierras altas guatemaltecas colindantes con Chiapas.” (Martínez, Carta, 2005)

El tratamiento de los personajes mayas en esta narrativa de fin de siglo XX, provoca otra reflexión alrededor de temas como el testimonio y su validez, y la posibilidad de asumir las voces de sujetos subalternos dentro de la novela. Como la obra de Martínez mantiene un carácter persistentemente histórico y ya que las historias fueron tomadas de testimonios que se encuentran transcritos y archivados en México, se convierten de esta manera en textos del hipotexto de este autor, para ser llevadas luego a la ficción, siguiendo las ideas centrales del género testimonial, pero asumiendo la forma de una novela a la que llamaré testi-histórica, y que se desarrolla en Guatemala, con distintas modalidades, después de la firma de la paz.16

De acuerdo con Martínez, Mam es un personaje real, del cual él supo la historia a nivel de texto testimonial y testimoniante:

“La trama de Mam nace de un testimonio cuya transcripción se encuentra en México. El hecho de haber entrado en contacto directo con el protagonista permitió obtener otros elementos descriptivos que requerían la distancia de la tercera persona para desarrollarlos.” (Martínez, Carta, 2005)

De esta cuenta, la historia de Mam resulta relatada con signos de puntuación, en tercera persona, como que si se estuviera transcribiendo la historia que el testimoniante le otorgara a Martínez. Esta sección de la novela se deja leer sin ningún problema para el lector común. La historia es la de un maya cackchiquel que participaba desde joven en la resistencia, y que es reclutado forzosamente por el ejército, para luego es descubierto y torturado para que denuncie a otros. Al lograr escapar se integra a la resistencia de nuevo. La historia está llena de un realismo descarnado; como en escenas de película, el lector va “viendo” las torturas a las que es sometido el personaje, y el terror por el que pasa durante el viaje que debe recorrer, hasta llegar a su casa y luego a la frontera. El libro se convierte en cierta forma en un manual de conocimiento sobre la tortura política en la que el ejército se especializó durante este periodo histórico, y que fuera aplicada a la población indígena, tanto hombres como mujeres, y sin distinguir edades.17

Toda la historia de Mam entonces es posible leerla siguiendo el orden de los capítulos pares, como ya se ha indicado. Es al final de esta historia que encontramos la relación con el título. El autor inserta en este espacio de la narrativa, un relato contado por otro de los personajes históricos, durante su trabajo como corresponsal en México: “Tojil nace de otro encuentro con un miembro de la resistencia kakchiquel. Él me narró una ceremonia como la que aparece al final del libro.” (Martínez, Carta, 2005)

El elemento neo-realista mágico que conlleva esta narración, hace todavía más híbrida la narración, pues a un realismo esperpéntico, en el sentido que tienen algunos pasajes del testimonio de Menchú, le agrega esta narración, procedente de la religión maya con el que produce un balance positivo para la crudeza de la narración. En cierta forma el lector entiende que Mam como personaje, se encuentra a salvo (dentro de todos los peligros que militar en la resistencia conllevaba) cuando regresa a la montaña con los compañeros; y que el relato del mapache, le sirve como elemento liberador del miedo, al entrar en los terrenos místicos de la religión maya, que cuando se encuentra dentro de las filas del ejército, un espacio cultural donde históricamente, el indígena se encuentra condenado al abuso constante de los ladinos, que se encarnizan con él, por el simple hecho de ser el “otro”.

Martínez está aludiendo a una realidad guatemalteca del tiempo de la guerra, pero también revela al lector, las experiencias contadas por indígenas que quedaron vivos después de las masacres, y vuelve a traer a la mesa de discusión, la credibilidad en el testimonio de Rigoberta Menchú y otros, acerca del genocidio perpetrado por el estado guatemalteco sobre las comunidades mayas, durante ese periodo de la historia del país.

Por otro lado, el proceso de ingreso de la historia de Tamagás, anti-héroe de la otra historia paralela, viene de fuentes similares, sin embargo decide que esta historia no debe ser insertada de la misma forma. Es en este sentido que tiene la deuda con Faulkner y Las palmeras salvajes, porque la historia de este personaje ladino que procede de la costa guatemalteca, le sirve de contrapunto para la historia de Mam. Esta narración ubicada en los capítulos impares, se cuenta sin signos de puntuación como en un fluir de conciencia, Martínez concientemente decide no relatar su historia como un testimonio, aunque la fuente fuera similar, y por intuición asume otro registro, produciendo una narración moderna/postmoderna, al usar también estrategias narrativas, ya probadas durante el desarrollo de la narrativa guatemalteca de la vanguardia, del Boom (insertando a Asturias en este renglón con El Alhajadito) y de la narrativa postmoderna.18 Al respecto comenta que:

“Inicialmente la idea era poner en solfa narrativa unos hechos cuyo dramatismo hacía sonar impostado cualquier ejercicio de fantasía. A mi juicio, su desarrollo lineal apuntaba a tornar monocorde el desarrollo de la historia. Como un son. Pero en eso apareció la fuerza descriptiva de Tamagás. Un costeño, como se presenta en la entrada. Un ladino de la costa. Otro mundo, otro lenguaje. Otra Weltanschauung, como decimos en El Cuje.” (Martínez, Carta, 2005)

Las dos historias corren parejas, los relatos tienen puntos de conexión específicos, dado que se producen en el mismo contexto histórico, al estarse sucediendo durante la guerra de guerrillas en el espacio temporal del fin de la primera e inicio de la segunda fase contrainsurgente.19 Se relacionan igualmente en la discusión que sobre el racismo se encuentra vigente aún. Los personajes dialogan sin tocarse, porque en medio de una tragedia política que los arrastra a todos hacia la muerte y la devastación, los caminos para alcanzarla o desviarla son distintos. Indirectamente trabaja no solo los alcances de la violencia y su repercusión, sino se produce una dialéctica entre el bien y el mal, que se encuentra identificada, por indígenas vrs ladinos, respectivamente.

Ficcionalmente las historias parecen ser independientes, pero no lo son, porque los personajes ladinos e indígenas ocupan un mismo espacio geográfico, que se encuentra constantemente asediado por las fuerzas represivas del estado. En este sentido la guerra se entiende como una batalla por la posesión de la tierra y la expansión del poder económico de las clases dominantes, ganado a través de las fuerzas militares del estado guatemalteco, lugar que solo puede ser obtenido, eliminando totalmente a las culturas originarias, a quienes además se les considera inferiores y no necesarias para el desarrollo del país, sino es en estado de completa subordinación, a un nivel similar al esclavismo.

La novela corta de Otoniel Martínez se inserta perfectamente dentro de las variantes del testimonio. Fluctuando entre historia y ficción, al tomar concientemente, para armar su historia novelada, historias contadas por los sobrevivientes de las masacres en forma de testimonios. Además discute a este punto de la historia del país, un tema que siempre tiene recurrencia, el de la violencia política y su versión cotidiana, y nos hace reflexionar e imaginar a una sociedad donde el largo tiempo de la guerra no hizo cambiar, en cuanto a sus concepciones centrales, el racismo y la ambición de poder económico.

© Aida Toledo


Bibliografía

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Notas

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vuelve 1. La guerra se inició en la década de los sesenta, durante la cual los insurgentes, aunque lograron avances tácticos no lograron un desarrollo estratégico decisivo. El Estado, inicialmente poco preparado para guerras internas, reconvirtió sus aparatos de seguridad y usando métodos contrainsurgentes propios del autoritarismo, entre ellos el terrorismo de Estado, alcanzó la casi extinción de los revolucionarios. La década siguiente las fuerzas revolucionarias se reorganizaron y se convirtieron en una fuerza increible que enfrentaba al Estado, no tanto por sus fuerzas militares, sino por los apoyos sociales que habían generado. (Torres-Rivas y Aguilera,1998: 116).

vuelve 2. La fecha final del acto de la paz se fijó para el 29 de diciembre en la ciudad de Guatemala. El día, muy incómodo por las fiestas de fin de año, se decidió para mantener la conclusión del proceso dentro del año 1996. (Torres-Rivas y Aguilera, 1998: 150-151).

vuelve 3. La narrativa que ahora nos ocupa maneja distintos niveles de ficción, pero principalmente utiliza el recurso de lo histórico. Aunque sus personajes aparezcan como seres anónimos, perdidos en la historia de una guerra desigual, de alguna manera representan a su comunidad, y cada uno de ellos puede representar a un colectivo que pasó por las mismas experiencias, ya que las acciones del estado se extendieron por todo el territorio nacional, siguiendo una agenda neo-colonial, en el proceso de exterminación de los pueblos indígenas. La base testimonial que le sirve de apoyo a la historia que se cuenta en la novela, nos hace pensar en su carácter de veridicción histórica, como un rasgo importante, en relación y comparada con otras novelas de la época. (Mackenbach, 2001: 1-20).

vuelve 4. Generalmente, la voz testimonial parte de la experiencia individual, es decir, de lo privado y hay una razón explícita para divulgar estas experiencias individuales, entrando en el dominio de lo público. La razón más frecuente es el deseo de denunciar injusticias cometidas por representantes de instituciones públicas (policías, militares, burócratas, etc.) contra individuos civiles (que representan lo privado). Del desbordamiento del límite entre lo público y lo privado emerge un espacio híbrido desde el cual el sujeto ofrece su testimonio. John Beverley fue el primero en señalar que, en efecto, el testimonio es un espacio apropiado para una labor conjunta, positiva y creativa del intelectual y del marginal y un espacio ideal para que se desarrolle una verdadera solidaridad entre los dos. (Nagy-Zekmi, 2005: 3).

vuelve 5. Mario Payeras nació en Chimaltenango en 1940. Militó en el EGP(Ejército Guerrillero de los Pobres). Autor de tres importantes libros de valor testimonial y literario: Los días de la selva (1981) El trueno en la ciudad (1987) y Los fusiles de octubre (1991). Marco Antonio Flores nació en la ciudad de Guatemala en 1937. Fue miembro activo del Partido Comunista Guatemalteco o PGT y y militó en la guerrilla con las FAR. Es autor de los siguientes libros, donde es perceptible su compromiso politico: Los compañeros (1976) y En el filo (1993). (López, 1993: 300).

vuelve 6. “Empecé a escribir la novela hacia1983 y el material desarrollado se cortó por la mitad hacia 1991 para dar lugar a la publicación de La ceremonia, cinco años después, cuando volvi a Guatemala”. Otoniel Martínez, Carta electrónica para Aida Toledo. Domingo 11 de diciembre, 2005. La cita anterior nos da una idea de la dinámica de escritura que la novela sufrió. En la misma carta, Martínez explica que la novela era bastante más larga, y que no se publicó, la segunda parte, donde él trabaja más detenidamente la parte simbólica del personaje. Esta experiencia recuerda también la obra de Luis de Lión, El tiempo principia en Xibalbá, que gana un premio centroamericano en 1972, sin embargo hacia 1984 la novela no había sido aún publicada y es cuando de Lión es secuestrado y asesinado. Si los años de escritura datan de 1970 aproximadamente, la novela tarda en publicarse al menos 14 años. (Martínez, Carta, 2005).

vuelve 7. Llamo “novela de la guerrilla”en trabajos anteriores al mismo corpus al que Dante Liano le llama “narrativa de la violencia”. (Toledo, 2001: 51).

vuelve 8. Payeras fue miembro activo y dirigente del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). Militó allí de 1971 a 1981, como miembro de la dirección nacional de la organización, en los frentes rurales de noroccidente, y luego como comandante del frente “Otto René Castillo”, en la ciudad capital. (Payeras, 1991: 10)

vuelve 9. En una investigación publicada en 1981 –precisamente el año en que se sitúa históricamente el libro de Mario Payeras, El trueno en la ciudad–, el prólogo del libro hacía ver que las dos últimas generaciones de guatemaltecos habían nacido y se habían formado en el seno de una sociedad en descomposición; con esto Edelberto Torres-Rivas (quien escribe el prólogo), alude al espacio de tiempo vivido por los guatemaltecos (más de 20 años) en donde el terror se había intensificado, y donde más de 50,000 guatemaltecos habían sido asesinados en las más diversas condiciones de inocencia/culpabilidad. Los autores del libro incluyen en este libro, entrevistas, recogen materiales entre las familias de los asesinados, o con los sobrevientes de esos años de terror. Aguilera y Romero Imery, 1981: 11)

vuelve 10. Martínez, Carta, 2005. Otoniel Martínez, usa en esta cita, el apodo con el cual se conoce a Marco Antonio Flores (El Bolo).

vuelve 11. Dicho contexto histórico es la década de los 70, ya que Martínez tiene acceso a los testimonios de los mayas que aparecen como sus personajes, alrededor de 1980. Las descripciones de los métodos de tortura operados sobre las víctimas son similares a los que se encuentran recabados dentro del libro de Aguilera e Imery. Para una lista de los procedimientos de tortura que el Estado Guatemalteco operó sobre las víctimas (Aguilera-Peralta e Imery, 1981: 226-230).

vuelve 12. El uso del lenguaje en general en la novela de Martínez nos orilla a recordar las definiciones sobre poder y verdad de Foucault, y las maneras en que según Homi Bhabha, los sujetos neocoloniales subvierten el poder colonial, carnavalizándolo, vaciándolo de poder y volviéndolo inefectivo. En el caso de La ceremonia, en los capítulos impares las estrategias militares son contadas en forma fragmentada y desconectada gramaticalmente, como cuando no es posible oir una conversación telefónica completa, esto aunado a los motes y conductas ridículas y absurdas de los militares frente a sus subordinados, causan la risa bajtitiana.Para este tema en la novela guatemalteca ver (Arias, 1998: 28).

vuelve 13. En una entrevista realizada por Marta Elena Casaús Arzú, acerca del racismo, le hacen un muestreo acerca de su concepción de origen a 110 individuos del grupo oligárgico guatemalteco, los resultados son asombrosos, porque 59 de ellos se consideraron blancos, 23 criollos, 12 mestizos, 14 ladinos, y 2 otra cosa. (Casaús Arzú, 1998: 54).

vuelve 14. Rigoberta Menchú narra que cuando debe salir de su comunidad y va a la ciudad de Guatemala a trabajar como empleada domestica en una casa de gente de clase media alta, sufre desde el inicio el ninguneo, sobre todo en cuanto a la alimentación. El perro de la casa comía mucho mejor que ella. Su relato dice lo siguiente: “La comida que me dieron era un poquito de frijol con unas tortillas bien tiesas. Tenían un perro en la casa. Un perro bien gordo, bien lindo, blanco. Cuando vi que la sirvienta sacó la comida del perro. Iban pedazos de carne, arroz, cosas así que comieron los señores. Y a mi me dieron un poquito de frijol y unas tortillas tiesas. A mi eso me dolía mucho, mucho, que el perro había comido muy bien y que yo no merecía la comida que mereció el perro”. (Menchú/Burgos, 1983: 118).

vuelve 15. Otoniel Martínez: La ceremonia del mapache. Guatemala: Oscar de León Palacios, 1996, 103. Todas las citas de Martínez son de esta edición.

vuelve 16. Según Martínez la tentación por transcribir todo a nivel testimonial fue muy grande, en el tiempo que se encontraba recabando dicha información. Al final acabó por crear una ficción histórica. Nos lo explica de esta manera: “Como los testimonios aportaban datos (fechas, lugares, nombres), en un principio la tentación periodística de mostrar los hechos y sus protagonistas con pelos y señales, era muy grande. Un colega centroamericano me sugirió tirar todo aquello a la basura y luego escribirlo con lo que me acordara. Le hice caso parcialmente”. (Carta electrónica, 2005).

vuelve 17. Para Aguilera e Imery, la tortura no es una manifestación violenta que se encuentra aislada de otros hechos de violencia, generalmente es la segunda fase de un secuestro y la penúltima de un asesinato, los casos de personas que fueron torturadas y dejadas en libertad, no son muchas, en comparación con los secuestros, ya que de un total de 100 personas secuestradas, solo un 0.50 han quedado vivas, y regularmente no habían sido torturadas, sino sometidas a interrogatorios. (Aguilera e Imery, 1981: 225).

vuelve 18. Para el caso guatemalteco, Arqueles Vela escribió una serie de novelas cortas, donde son puestas en práctica algunas de las estrategias narrativas modernas desde el año 1926. En la década de los veinte, Miguel Angel Asturias concibe partes de El Señor Presidente haciendo uso del fluir de conciencia, sobre todo para las partes del Pelele y cuando los personajes entran en estados alucinatorios. Igual sucederá con El Alhajadito, concebido por Asturias durante los años 20, pero publicado hasta 1961. La obra de Mario Monteforte y Ricardo Estrada, y luego Los compañeros de Marco Antonio Flores, manejan estrategias narrativas modernas como el juego con el tiempo, la destrucción de la linearidad de la sintaxis narrativa, por ejemplo.

vuelve 19. La primera fase se da hacia 1962 y la segunda en 1981. Para más información ver Torres-Rivas y Aguilera, 1998: 36-67.


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