Jeff Browitt

 

Managua, Salsa City: El detrito de una revolución en ruinas

 

Institute for International Studies, University of Technology Sydney, Australia

Jeffrey.Browitt@uts.edu.au

 

Nota*Bibliografía


Al llegar a la rotonda y ver que la fuente, como cosa rara,

estaba encendida, no pudo evitar el ¡qué bonita que es!, ¿verdad?, pareciera que estamos en Estados Unidos …

Managua Salsa City (20)

Managua, Salsa City (¡Devórame otra vez!) (2001 [2000]), la novela magistral de Franz Galich, prematuramente muerto el 3 de febrero de 2007, se une a un sub-género de novelas post-1990 unidas por un sentimiento de desencanto y abyección, legado de dos décadas de conflicto armado, ilusiones revolucionarias perdidas, re-estructuración neoliberal y ajustes de cuentas ideológicos. Aparece dentro de una narrativa cuyo escenario principal ha vuelto a la ciudad después del romanticismo revolucionario que buscaba el reflejo de la nación en la supuesta pureza y organicidad del campo, es decir, un ideologema que yuxtaponía la vida rural contra la ciudad. Si bien se ha vuelto a la ciudad como escenario, ésta no es la promesa de una nueva utopía, sino un presente distópico –una noche sin fin–, foco de la pobreza y el crimen, los estragos de un proyecto histórico fracasado. En Managua, Salsa City el precio que se paga por la derrota es bíblico: “Es como si miles y miles de muertos resucitaron y empezaron a invadir el mundo de los vivos, como una venganza de ultratumba donde participan hombres, mujeres, viejos, jóvenes y niños. Managua empieza a gozare y sufrir. Dios y el Diablo sobre Managua.” (9-10)

La cita que da comienzo a este ensayo representa, entonces, uno de los muchos guiños sutiles de Galich. En la fusión de la voz narrativa y el libre discurso indirecto de la prostituta (la Guajira) se plasman las miradas de dos testigos de un desastre insinuado en la contra-cara de éxito y suntuosidad de los Estados Unidos, el país que históricamente ha funcionado perversamente como promesa y refugio de los centroamericanos, a la vez que como su verdugo: “pareciera que estamos en Estados Unidos” –la ironía no podría ser más amarga. Se ha dicho que el verdadero protagonista de la novela es el lenguaje (Ugarte) o la ciudad de Managua (Villalobos, Mackenbach) o aun la Guajira (Kokotovic). No descarto esas posibilidades, pero más allá de la ciudad y el desfile de personajes abyectos y su jerga callejera, hay además dos protagonistas principales subyacentes con una presencia oblicua: el proyecto sandinista y su oponente ideológico implacable, los Estados Unidos. De hecho la novela hábilmente explota la tensión entre la superficie textual de la trama (la persecución y desenlace violento) y el verdadero foco/trasfondo histórico (el Real en términos lacanianos)1 –el fracaso del proyecto sandinista–. Ya en la época actual, la nación nicaragüense queda indefensa y arrodillada ante el juggernaut del capitalismo neoliberal, sin haber encontrado su nicho en el nuevo sistema global. Galich, entonces, como especie de etnólogo diabólico, hace su trabajo de campo literario al interior del proletariado lumpen, el detrito de un capitalismo despiadado y una revolución en ruinas.

Digna de una película de Alfonso Cuarón (quizás en la actualidad el mejor director de cine del mundo), Managua, Salsa City comienza in medias res en una cantina-salón en una noche managüense dantesca donde, como dice el narrador, “Dios y el diablo se echaron una tercia y como Dios perdió, se retiró a sus alturas y el Diablo se quedó con el derecho a seguir gobernando en Managua”. (10) La Guajira, prostituta que encabeza una banda de atracadores ex-contras y que sirve como carnada para atraer incautos, intenta seducir a Pacho Rana aparentando ser niña de bien. Rana, ex-soldado sandinista, ahora chofer y guardián de una familia rica que está de vacaciones fuera de la ciudad, aparenta ser un burgués adinerado, contento de encontrar una chica apropiada para sus aventuras y para alejarse de la dura realidad.

 La novela sigue las coqueterías de la pareja a través del narrador y de los protagonistas, los pensamientos de éstos expresados en la jerga urbana de las clases bajas de Managua. En una comedia negra de errores, nadie, ni los atracadores mismos, logra saber los verdaderos motivos del otro, ni siquiera después del desenlace violento y trágico al final. El lector es testigo de las peripecias de Rana y la Guajira a medida que se desplazan por la ciudad y los estaderos nocturnos seguidos a una distancia cautelosa por los asaltantes de nombres enigmáticos (Paila’e pato, el Negro Mandrake, Perrarenca) al compás de una música estridente que llena el vacío espiritual. Lo que no saben éstos es que se han unido a la persecución dos criminales decididos a asesinar a Rana y violar a la Guajira. Todos parecen vivir un eterno presente anárquico y caótico con los motivos más viles imaginables, gente desarraigada en una ciudad fragmentada. Y si las vidas de los protagonistas tienen sentido, es mínimo: el sub-mundo de la novela es regido por la violencia, el sexo furtivo y la traición, y las opciones son pocas o casi nulas: “Ahora el que no es político, es tamal” (46), exclama la Guajira.

Al principio la relación entre la Guajira y Rana es presentada como el punto cero de las relaciones sexuales entre hombres y mujeres, es decir, el abuso, la explotación, la falta de responsabilidad, la ausencia de cualquier sentimiento de afecto que no sea simplemente auto-engaño. Es una historia de decadencia humana en la lucha por la supervivencia diaria. La fragmentación social y la desintegración de objetivos comunes han hecho que la guerra y sus estragos sociales hayan convertido a sus participantes en bestias que viven en un ambiente de corrupción y vulgaridad, saturado de licor, droga, prostitución y crimen. Sin embargo, a medida que avanza la noche, la Guajira empieza a sentir cariño por Rana y lo ve como una posibilidad para cambiar su vida peligrosa y abyecta; y Rana, ya bajo el hechizo de la atracción sexual, comienza a pensar en la posibilidad de llevar a la mujer con él después de cumplir con su plan de robar a sus patrones (si hay un punto débil en la novela, son las descripciones idílicas del acto sexual que parecen más bien fantasías masculinas que descripciones verosímiles). No obstante los sueños de vida burguesa de ambos, inexorablemente todo termina en el fracaso y como pirañas en una pecera, mueren violentamente Rana y tres de los asaltantes en una balacera en la quinta de la familia rica. Así la cosificación y comercialización de la salsa romántica lite –“devórame otra vez”– es re-semantizada como el horror de una ciudad que devora a sus habitantes, por lo menos los que se ganan la vida viviendo de manera tributaria de los desechos de la burguesía que ha sobrevivido la época bélica.

Lo que produce la ansiedad y que antes era connotado negativamente en los esquemas colectivistas del período revolucionario –a saber, el aislamiento del individuo– parece cobrar un valor positivo en la mente de los protagonistas para quienes reina la supervivencia a todo costo. Ahora el individualismo es central. El país ha vuelto al viejo sistema de antes de la revolución y se ha recrudecido el sistema clasista. La novela apunta, entonces, hacia la lógica de la auto-preservación frente a la inseguridad de un mundo post-socialista, post-utópico, una lógica que se refleja en la franqueza y realismo sorprendente de los monólogos interiores de tanto Rana como la Guajira. En un auto-retrato descarnado del machismo, Rana dice para sí:

“Yo por eso no soy nada, ni chicha ni limonada, como dice la canción que tanto oímos en aquellos años de runga, cuando creíamos en lo que nos decían, ahora creo sólo en lo que cargo entre las bolsas...o sea que no creo en nada porque sólo palmado camino, pero tengo eggs y muchas ganas de culiar o cualquier cosa, así de simple [...] .” (10)

Y la Guajira describe como aprendió a “mercantilizar” su vida:

“Desde que tenía 14 años me desvirgaron y como soy bonita, y con buen culito, no me tiré a la pega, pues los muchachos se peleaban por mí, entonces me daban buenas cosas: ropa, comida, trago, mi monte y mis ñatazos de vez en cuando. Muchos viejos me ofrecieron llevarme a su casa como su mujer, pero nunca agarré vara. Ni siquiera los rollos de reales. Sólo un rato, para mientras se dan gusto, generalmente mamando. Pagan bien, pero a mí me gusta la independencia, mi propio negocio, no depender de ningún hijo de puta hombre, que por sus centavos te quieren tener de querida, sirvienta, esposa y mamá. ¡A la mierda! Me dije un día, y fundé mi propia empresa, como se dice ahora. Y no nos ha ido tan mal.” (54)

Pero la imagen inicial de la mujer fuerte, la jefa de la banda de atracadores, es invertida a medida que transcurre la historia al presentarla como un ser débil que busca y necesita un hombre que la proteja y la mantenga. A primera vista, éste es un elemento conservador y convencional en la novela. Pero paradójicamente no termina así: ¿quiénes sobreviven la carnicería/colapso de sentido? Sólo la mujer y el hombre menos machista –“cara de ratón”–, a quien le falta valentía, el sine qua non del hombre machista. Quizás sea un dividendo apropiado después de una época de guerra e hiper-masculinidad. Así esta novela claramente anti-heroica queda abierta. Y ¿adónde van estos sobrevivientes a la deriva? Huyen hacia el día, y quizás la esperanza. ¿Qué más hay?

© Jeff Browitt


Bibliografía

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Galich, Franz, 2001 (2000): Managua, Salsa City (¡devórame otra vez!). Managua: anamá

Kokotovic, Misha, 2003: “After the Revolution: Central American Literature in the Age of Neoliberalism”, en: A Contracorriente: Una revista de historia social y literatura de América Latina/A Journal of Social History and Literature in Latin America, no. 1.1 (Fall 2003): 19-50, < http://www.ncsu.edu/project/acontracorriente/ >

Mackenbach, Werner, 2001: “Novela de posguerra: Managua, Salsa City (¡Devórame otra vez!)”, en: Áncora. Suplemento Cultural de La Nación. San José, Costa Rica, Domingo 13 de mayo

Ugarte, Elizabeth, 2002: “El lenguaje y la realidad social de Managua, Salsa Cit”, en: Istmo. Revitsa virtual de estudios literarios y culturales centroamericanos, no. 3, enero-junio < http://collaborations.denison.edu/istmo/n03/articulos/lenguaje.html >

Villalobos, Carlos Manuel, 2003: “Castígame con tus deseos. Los umbrales de Managua
en la novelística de Aguirre y Galich”, en: Revista Intersedes, no. 4:6, < http://www.intersedes.ucr.ac.cr/06-art_08.html >


Nota

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vuelve 1. El Real no es la «realidad», sino todo lo que yace fuera y dentro del sujeto, pero que no es directamente accesible. El Real lacaniano es el grano (kernel) traumático, enmascarado por la estructura social y detrás de ella, que no obstante incide en la subjetividad y su funcionamiento. Enfrentarse con el Real es potencialmente destructivo para la psique. Slavoj Zizek, seguidor de Lacan, dice que la simbolización, o la representación, nunca abarcará la realidad suficientemente, la cual nunca puede ser completamente revelada “en sí”. Los aspectos de la realidad que resisten ser simbolizados asumen la forma de un espectro, o sea, un cierre (ideológico) inquietante. Para Zizek, esto es el “grano pre-ideológico” de la ideología: “Lo que el espectro oculta no es la realidad sino ‘su reprimido primordial’, la X no representable sobre cuya represión la realidad misma se funda”. Slavoj Zizek. 1994: “Introduction: the Spectre of Ideology”. ed. S. Zizek. Mapping Ideology, Verso: Londres, 21.


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