Alfredo Figueroa Navarro

Invitación al estudio del siglo diecinueve
como prefacio del Panamá republicana

*Bibliografía

1.1 Economías

En el siglo diecinueve, el Istmo es un mosaico de economías débilmente integradas y desarticuladas, como sucede en las diversas planicies, colinas, llanuras, breñas y selvas de Colombia. Ausencia de infraestructura terrestre obliga, al habitante rural, a comunicarse con las ciudades terminales mediante penoso cabotaje. En el ocaso de la centuria, vemos en Bocas del Toro y Colón surgir típicos enclaves, controlados por el capital privado norteamericano que financia y administra las plantaciones bananeras. En el Interior, privan la agricultura de subsistencia y otras formas de producción que permiten enviar el excedente a los pueblos vecinos y a la capital, la ganadería, una escuálida minería (si la comparamos con la colombiana) y un tosco artesanado.

En las ciudades de la franja transístmica, cunde el comercio y prevalece el sector terciario y de servicios. Una empresa privada neoyorquina posee (desde 1855) el ferrocarril que une a Colón, puerto atlántico, con la cabecera de la Provincia de Panamá. Los polos más dinámicos, como se ve, están bajo la égida de las economías de enclave, dominadas por la inversión y la tecnología estadounidenses las cuales superan al influjo británico que sufren tantos países de América. Fenómenos de colonialismo interno someten las economías rurales al capricho de los dominantes citadinos. Panamá importa infinidad de manufacturas y bienes, y fracasa en exportar un producto agrícola primordial (café, cacao, tabaco, añil, algodón) a las metrópolis. Más bien se integra el centro, desde 1855, como pasillo de tránsito no especializándose en el cultivo de la tierra sino en el suministro de una ventaja geográfica que acorta las distancias que separan al Atlántico del Pacífico. Una economía tan abierta e hipertrofiada, a favor del sector terciario, condena a la clase dirigente local a ser una amanuense de diversos intereses foráneos que la relegan a jugar un papel de segundona en la escala económica, pues las grandes fuentes de riqueza escapan a su dominio. Cada vez que despuntan ciclos de bonanza, bien a partir del Gold Rush (1849 - 1869) californiano, o durante los años dorados del Canal francés (1880 - 1888), la burguesía internacional, que habita en Colón o Panamá, se beneficia, más que el patriciado raizal, de la coyuntura. A éste le quedan las migas de las etapas faustas. Cuando irrumpen años de decadencia acentuada (por ejemplo, de 1869 - 1879), quienes salieron bien opulentos, es decir, la mayoría de los mercaderes extranjeros, optan por emigrar con sus denarios y surge la necesidad de incursionar en nuevos rubros inexplotados (el caucho del Darién o las maderas de Veraguas y Chiriquí).

Es sintomático que, en los tristes años setentas, el arrabal domine en la esfera política y yazga la burguesía de San Felipe en la más absurda crisis económica y humana. Ella, que confió en el federalismo como panacea, fue víctima de la voracidad de los empresarios extranjeros y la fogosa rebeldía de las masas populares. Por otra parte, cabe recordar que, de 1824 a 1849, la decadencia económica del Istmo debilitó profundamente sus grupos rectores ahuyentando a los capitalistas alógenos. En resumen, un sistema mundial que pugna por especializarnos en las actividades transitistas, una dependencia cada vez más onerosa hacia los Estados Unidos, materializada en tratados suscritos entre Washington y Bogotá, algunos vigentes desde la primera mitad del décimonono, en virtud de los cuales a la incipiente potencia del Norte se le permite intervenir, es decir, ocupar la zona de paso cuando el orden público y el tráfico ferroviario resulten interrumpidos por riñas o motines, un Interior depauperado y realmente atomizado, un gobierno en permanente bancarrota, una Colombia pobre y dividida en gajos de economías normalmente precapitalistas, una baja productividad, una explotación de nuestro mayor recurso geográfico por los centros hegemónicos metropolitanos, nichos contrapuestos de economías tribales, clánicas, feudales, capitalistas y de enclave: he aquí elementos dignos de la más escrupulosa atención que son susceptibles de servirnos para la inteligencia de los aspectos económicos del diecinueve, a guisa de sumarísima ojeada.

En contraposición con muchos espacios de Colombia, dominados por ciudades provinciales poderosas, las cuales otorgaban una lógica al entorno que manipulaban y competían con Bogotá, los burgos del Interior, sumidos en manifiesta pobreza, no llegaron a rivalizar, ni remotamente, con la Ciudad de Panamá, que ejercía, respecto de esas aldehuelas, un imperialismo interno. No florecieron, pues, tres o cuatro centros urbanos distintos de la capital, dotados de vigorosa independencia y pujantes, como acaeció en varias latitudes de América. Hubo, en efecto, relaciones bien desigualitarias entre la faja transístmica y el hinterland a medida que agonizaba el siglo diecinueve, al compás del desarrollo del capitalismo.

1.2 Demografía

A la luz de las investigaciones incoadas por el doctor Omar Jaén Suárez, es patente el vacío demográfico de Panamá durante el siglo diecinueve. Si, utilizando una frase clásica de Pierre Chaunu, se necesitan 45 habitantes por kilómetro cuadrado para que se roce con el nivel de civilización más grosero, el Istmo llega, a mediados del diecinueve, a poseer un solo habitante como densidad, lo cual es cifra de alarmante subdesarrollo. Además, las enfermedades endémicas tropicales (que no existen en las zonas templadas y frías de Colombia) y pésimas condiciones de higiene provocarán fortísima mortalidad, de suerte que el esfuerzo demográfico deberá ser intenso para que exista crecimiento natural. A diferencia del siglo veinte, el diecinueve, como la colonia, fue el reino de una sociedad valetudinaria y enferma. La enfermedad biológica y social ha sido estudiada científicamente y en filigrana por el antedicho geógrafo en varias obras. La cruzada contra la mortalidad y la morbilidad debió ser heroica desde 1904. Es posible que la esperanza de vida al nacer no sobrepasase los treinta años hasta esa fecha.

He aquí las densidades por kilómetro cuadrado de Panamá en el siglo diecinueve: 1,2 en 1803; 1,6 en 1842; 1,8 en 1851; 2,8 en 1870; y 4,0 habitantes en 1896.

A despecho de cifras tan melancólicas, el siglo diecinueve fue la pasarela que condujo de la penuria demográfica del XVII (densidades de 0,3 habitantes por kilómetro cuadrado en 1607; 0,4 en 1640; 0,5 en 1691) y del XVIII (densidades de 0, 7 en 1736; 1,0 en 1778; y de 1,1 en 1790) a la explosión demográfica del siglo actual que nos transporta a un país con densidades de aproximadamente 38 habitantes por kilómetro cuadrado (en 2000), lo cual nos aproxima, lentamente, a las de Europa a fines de la Edad Media. Por tanto, claramente asistimos a un despegue poblacional que hace aumentar la suma de habitantes de 87312 (en 1803) a 311054 (en 1896).

En 1803, postrimerías del coloniaje, las provincias de mayor importancia demográfica eran las de Panamá (18441 habitantes), seguida por Veraguas (18126 habitantes), Los Santos (13280 habitantes), Coclé (12831 habitantes), Herrera (10560 habitantes), Chiriquí (9664 habitantes), Colón (2923 habitantes) y Darién (1579 habitantes).

Hacia 1843, época de grave decadencia comercial de las ciudades terminales, Veraguas, hecho insólito, supera a Panamá, ya que frisa con los 29184 habitantes frente a las 19994 almas de la segunda. Casi iguales a Panamá, figuran Coclé (18415 individuos) y Los Santos (18345 seres) las cuales, como Herrera (14508 habitantes), mantienen ritmos de crecimiento apreciables que reproducen aún la situación que se perfila desde la colonia. Chiriquí supera, por primera vez, a Herrera al contar con 14764 ciudadanos, en tanto que Colón (3257 habitantes) arroja mediocre número de seres y Darién se despuebla (1207 habitantes). Bocas del Toro aparece con sólo 595 individuos.

Por 1870, el escenario cambia ya bruscamente, pues Veraguas no impera a nivel demográfico. Panamá, gracias a las migraciones externas e internas propiciadas por la construcción del ferrocarril transístmico y el Gold Rush californiano, lleva la delantera (39610 habitantes) sobre aquélla (37210 habitantes). Chiriquí luce como la tercera provincia más poblada (32440 almas) usurpándole su hegemonía a Coclé (31888 habitantes) y Los Santos (23225 ciudadanos) que comienza a decaer en importancia. Colón, cuya economía disfruta de esplendor, salta de un lugar baladí (en 1843) a un puesto más conspicuo (17345 habitantes) que la coloca antes que Herrera (16730 habitantes). Mientras que la distancia entre Darién (7421 habitantes) y Bocas del Toro (5250 almas) se achica.

A fines de siglo, en 1896, la Provincia de Panamá sigue manteniendo el primer lugar (64428 habitantes). Veraguas reconquista el segundo escaño (47691 habitantes). Chiriquí continúa siendo la tercera (44695 habitantes), como que acumula más istmeños que Coclé (41364 habitantes). La quinta, Colón, se beneficia (33297 habitantes) cada vez más de las economías de servicios. Casi homóloga a ésta, Los Santos (33015 habitantes) supera a Herrera (23885 habitantes). Darién (10329 almas) sigue, por última vez, más poblada que Bocas del Toro (9250 habitantes).

Cambio notorio, experimentado en el décimonono, dice relación con el crecimiento vertiginoso de las ciudades terminales. Así, la capital del Istmo pasa de 5000 individuos en 1851 a 10000 en 1852 y, luego, a 30000 en 1885. Colón de 800 en 1851 a 8000 en 1852 y a 15000 en 1885.

En consecuencia, si durante la primera mitad del diecinueve, el crecimiento demográfico de las provincias del Interior fue sostenido en detrimento en zona de tránsito, la tendencia será inversa a partir de 1850, a favor de las ciudades terminales.

1.3 Política

La gran conquista del diecinueve, si lo parangonamos con todo el coloniaje, radicó en la movilización efectiva de las masas populares y su gradual incorporación y participación en los asuntos de la cosa pública. Anatema cien años antes, o en el albor de la decimonovena centuria, el pueblo conformado por los descendientes de los esclavos libertos y por segmentos de las poblaciones mestizas, hispanas y extranjeras afincadas, inicia a cambiar de voz. Es evidente que tamaña mutación no hubiese calado sin episódicos brotes de violencia y sangrientas asonadas. Creemos, honestamente, que el tumultuoso período federal (1856 - 1886) fue el gran experimento hacia la democracia tronchado por Rafael Núñez, el Regenerador. Quienes hemos disfrutado del diálogo vivificante con personas nacidas en vísperas de la resurrección del centralismo bogotano, detentamos cálidos testimonios de historia oral que nos indican, a las claras, el trauma que significó, para los panameños, el cambio de orientación que vivimos de 1886 a 1903. En todos nuestros interlocutores brotó admiración por la cultura de la patria de Jorge Isaacs, cuyo fallecimiento lloraron. Se sentían parte de la Colombia lúcida y celebraban el brillo y la chispa de sus inteligencias y notabilidades. Compartían muchas de sus manifestaciones de civilización. No obstante, esas voces - ya silenciadas - coincidieron en estigmatizar la desidia con que Bogotá administraba los asuntos del Istmo, el fracaso de la unión a la Colombia oprimente y centralizadora, ultramontana, reaccionaria, que nos manejaba como colonia. Hasta hace poco, sentires semejantes manifestaban departamentos como los del Chocó y Córdoba en lo relativo a la rigidez y miopía con que Bogotá ventilaba sus problemas y requerimientos.

Habiendo conocido más de treinta años de sufragio popular universal y de extremado autonomismo, Panamá tuvo que soportar la restricción del voto, al promulgarse la Constitución de 1886, y lamentar la pérdida de infinidad de derechos humanos fundamentales. Tornamos a la situación anterior a 1850, al despachar Bogotá una serie de gobernadores, de empleados públicos y de militares, de cuna extraña al departamento en que venían a ejercer sus funciones, adoptando, frecuentemente, un tono altanero y despótico hacia los hijos del país.

Es sugerente que, en la Colombia actual, se contemple el federalismo de las regiones como instrumento que promueva de verdad su auténtico desarrollo. Tal fórmula la llevó a la práctica Panamá hace ciento cuarenta y ocho años y Colombia sigue pensando en sus excelencias.

De resto, el espectacular movimiento codificador, de signo liberal, emprendido por el doctor Justo Arosemena (1817 - 1896), quien liquida, merced a su sanción los vestigios coloniales de la legislación hispánica, más de tres décadas después de la independencia formal de 1821, es una conquista progresiva que se efectúa bajo el reinado del Estado Soberano de Panamá. Este esplendor jurídico excepcional se da en el seno de una sociedad que no va a aprovechar la lección impartida por el distinguido polígrafo, enrumbándose hacia prácticas opuestas al sentido que sus gestores intelectuales ambicionaban. Paradoja de un conglomerado, provisto de modernísimas disposiciones legales, a tono con la época, que se sume en la más absurda anarquía institucional y despilfarra la promesa de un autonomismo ofrecido en bandeja de plata.

1.4 Clases Sociales

Una estructura de estratificación social piramidal, con base en extremo ancha, va a caracterizar al siglo diecinueve panameño. Infima clase alta, fragilísima clase media y arrolladores sectores populares dan la tónica. En la Ciudad de Panamá, privan, dentro de los grupos privilegiados, la burguesía comercial autóctona (nunca la agraria, ni la industrial) y una burguesía internacional heteróclita, sensiblemente más opulenta que la primera, aunque su aliada episódica. Son los mercaderes y empresarios extranjeros los que dominan y usufructúan, invariablemente, de las bonanzas sucesivas. En muchos rincones de Colombia, la aristocracia agraria y la burguesía rural gozarán de innegable prepotencia, por conducto de sus fanáticos y obtusos gamonales y caciques. En Panamá, desde el comienzo, las capas vinculadas al sector terciario son particularmente vigorosas y dinámicas. Ellas defenderán, hasta la obsesión, el proyecto liberalísimo de transmutar a su patria en una "feria comercial" o "emporio" merced a la implantación de un ferrocarril transístmico o de un canal interoceánico que permitan una más expedita circulación de las mercancías a través de la estrecha garganta del Istmo central, idea precursora de infinidad de realizaciones tan actuales como la Zona Libre de Colón y el Centro Bancario y Financiero Internacional, entre otras. Combatirán con denuedo el férreo proteccionismo económico de Bogotá clamando por el más resuelto liberalismo. Ganará aquí la contienda esa clase de comerciantes y rentistas capitalinos, a diferencia del resto de Colombia, donde la batalla favoreció a los mineros y plantadores de café, cacao, tabaco y añil, a los ganaderos y a los diversos hacendados, en detrimento de los enfurruñados artesanos, casi siempre proscritos. Sólo en ciertas regiones triunfarán los tenderos y mercaderes, químicamente puros, uncidos a las economías capitalistas internacionales. En otras comarcas, insurgen combinaciones originales de grupos dominantes a la vez mercantiles, mineros, agrarios y con proclividades industrializadoras (el caso de Antioquia). La cúpula de la Ciudad de Panamá absorberá, a veces, ciertas unidades dominantes de Veraguas, Chiriquí, Coclé y Azuero, las cuales integrarán la élite urbana, en maridaje con elementos extranjeros sedimentados.

Bien distinta de la actual será la clase media in ovo. Menos profesional, menos ilustrada, más artesanal, más parasitaria y modesta. Sin embargo, probará su combatividad, en las plazas y calles, unida a las masas populares, por ministerio de sus levantiscos caudillos y adalides, expertos en golpes de cuartel, quienes aseguran a sus copartidarios el monopolio de algunos empleos públicos en la administración civil y militar. Pequeña burguesía urbana, clara, mestiza, mulata y de color, hostil al blanquerío de San Felipe, celosa de sus menudos privilegios adquiridos al compás de las transformaciones del Estado colombiano, cancelada la primera mitad del siglo, al regir el federalismo. Ella no vacilará en mandar, al Senado y a la Cámara de Representantes de Bogotá, sus más aguerridos exponentes.

Asimismo, existirá, en la campiña un colchón de categorías mesocráticas bastante deleznable: pequeños artesanos y tenderos, medianos propietarios, maestros, agricultores antaño prósperos y pauperizados, funcionarios de tono menor, oscuros jueces y grises notarios y burócratas que conformarán el germen de la petite bourgeoisie provinciana.

Enorme peso del pueblo - quizás más del 90 por ciento del total - constituido por los pescadores, los campesinos indigentes, los jornaleros, los artesanos, el proletariado y el lumpenproletariado. En plurales ocasiones, tanto en la urbe como en el Interior, las masas explotadas manifestarán su violencia e inconformidad en movimientos sociales, dignos de pormenorizado examen, que van de la revolución de castas (1830), dirigida por el General José Domingo Espinar, la efervescencia popular que acompaña a la finalización de los trabajos del ferrocarril (1856), las revueltas de los labriegos parvifundistas de Azuero, el permanente bamboleo de los gobiernos federales, las huelgas proletarias cumplidas durante el Canal francés, hasta la unánime y multitudinaria explosión de la guerra de los Mil Días (1899 - 1902).

1.5 Educación

Comparado con el Panamá contemporáneo, el país del diecinueve no superó la crisis educacionista heredada de la colonia. En efecto, los primeros cincuenta años posteriores a la independencia de España se perdieron, grosso modo, por lo que respecta a la instrucción pública. Operando un balance sumarísimo de los trescientos veinte años del coloniaje hispano y su aporte a la superación cultural, diremos que la idea de educación fue sumamente elitista, no enderezada a las masas y los niveles de escolaridad ridículos. Este lastre no lo superará Panamá sino en la época republicana. Mientras que varias regiones de Colombia demostrarán capacidad y voluntad de cambio, desde la primera mitad del siglo diecinueve (pienso en los actuales departamentos de Cundinamarca y Antioquia, a guisa de casos interesantes), el Istmo no va a distinguirse por su celo de sembrar, por toda su geografía, escuelitas primarias y colegios secundarios de nota. Esta carencia sirve para explicar rasgos de incultura contra los cuales tendrán que batallar varias generaciones de maestros en plena vigésima centuria. Vencido, parcialmente, el analfabetismo, aún hoy apreciamos, tanto en las ciudades como en la campiña, prejuicios coloniales contra las manifestaciones de la cultura superior y dejación hacia el libro que no sea texto obligado. Todo ello corrobora la idea de que persisten actitudes y posturas de antiquísima data en la conducta del panameño que debieron haber sido borradas siquiera hace un centenar de años. Por tanto, no es una novedad sustentar que desaprovechamos y despilfarramos, alegremente, el siglo diecinueve durante el cual, en varias naciones de nuestra América, inclusive en la misma Colombia, a la que pertenecíamos, se fortalecieron, con inusitada pujanza, las universidades y las escuelas de segunda enseñanza o liceos. Principiamos, por consiguiente, el siglo veinte con cifras pavorosas de analfabetismo, cercanas, en la mayoría de las provincias, al 90 por ciento, y superiores, en otras, a ese guarismo. De ahí que hayamos espetado hasta la saciedad la especie de que nuestra vigésima centuria ha sido, en realidad, el siglo diecinueve que perdimos. Si llegamos tarde a la independencia de España (1821) y muy tarde a la constitución del Estado nacional (1903), lo mismo es aplicable al progreso educativo. Al comienzo, destacábamos que, en realidad, los primeros cincuenta años de unión a Colombia muy poco habían colaborado a morigerar nuestra postración pedagógica. Y lo afirmábamos porque, a partir de 1870, se fundaron, en los Estados Unidos de Colombia, las primeras escuelas normales, regentadas por especialistas alemanes, y destinadas a la formación de maestros de escuela primaria. Su duración fue efímera, a causa de la inestabilidad institucional y política que azotaba, continuamente, a la hermana nación.

En Panamá, ese período vio graduar a eximias figuras que prestarían su apoyo a la consolidación de la república y que, desde ya, vivieron como apóstoles de la educación elemental. Hombres como Nicolás Victoria Jaén, Ángel María Herrera, Abel Bravo, Nicolás Pacheco y Melchor Lasso de la Vega fueron producto de aquel lapso luminoso, desgraciadamente breve y sincopado. En resumen, se advierte que el ideal rector que encendía las mentes de los educadores mencionados consistió en dotar de instrucción básica al niño panameño. Ni pensar en esplendentes escuelas secundarias. Ni menos en universidades vistosísimas. Los planes escolares, siempre rudimentarios, pretendían erradicar el analfabetismo merced a cursos de lectura, gramática, aritmética, escritura, caligrafía, moral, religión y alguna materia general. A grandes pinceladas, he aquí el panorama lóbrego, rústico, chato y subdesarrollado del desenvolvimiento de la educación en esta periferia de la Colombia decimonónica. La minoría que disfrutaba del privilegio de viajar a Cartagena, Bogotá o Popayán, con objeto de perfeccionar los estudios que culminaban con el bachillerato y el doctorado universitario en Derecho, Medicina, Filosofía, Teología o Letras, retornaba al Istmo a construir menos del 1 por ciento de la población y prestar sus valiosos servicios en el ramo de la magistratura, la judicatura, los escasos bufetes, los raros hospitales, la enseñanza y el púlpito.

Por último, a lo largo del siglo diecinueve, la población infantil escolarizable que acudía a las aulas nunca fue masiva. Así, la regla era no asistir a clases y la excepción: terminar el ciclo primario.

1.6 Religión

En el terreno de la religión, podríamos adelantar, a grandes rasgos, que el catolicismo, tal como fuera injertado por los colonizadores hispánicos, rige, mezclado con el sincretismo animístico que resulta de la fusión de las civilizaciones africanas y aborígenes. Fenómenos de transculturación, aculturación y deculturación acelerarán cierto fervor aún militante y vivaz, en las poblaciones dominadas el Istmo, las cuales adaptarán la fachada tropicalizada del cristianismo de la Contrarreforma, que persistirá, en éstas, más arraigado que en algunos núcleos rectores. Porción de los urbanos, a fines de siglo XIX, según el testimonio de varios viajeros, practica un agnosticismo y un escepticismo, definitivamente incompatibles con la escatología y la subida devoción que coloreaban a las regiones montañosas de Colombia, llenas de feligreses que siguieron confesándose con frecuencia, asistiendo a misa y comunión diarias. Si advertimos cierta laicización en algunas fracciones de los grupos dominantes urbanos, no extenderemos nuestras generalizaciones a los hacendados y ganaderos rurales, más vinculados al poder temporal de la Iglesia y sus jerarquías ni a los sectores populares de la campiña y la ciudad. Estos demostrarán fidelidad a una suerte de catolicismo sociológico de carbonero, basado en la observancia de ciertos sacramentos, en el horror (relativo) al pecado mortal y venial, en plegarias, jaculatorias, procesiones, responsos, novenas, rosarios y festividades cíclicas consagradas por el ritual de la iglesia romana. Desde la primera mitad del siglo, la Ciudad de Panamá experimentó el auge de las ideas masónicas en el seno de su clase dirigente y la recepción del utilitarismo de Bentham, en el plano de la ética cotidiana. Sus más connotados voceros criticaron la "ceguedad fanática" de la religión papista y fueron endemoniadamente anticlericales, a semejanza de los burgueses liberales, jacobinos y volterianos del décimonono. Abjuraban de la autoridad de Roma, pero creyeron en la Providencia. Para ellos, el catolicismo fue entendido como culto destinado a las mujeres, a las ancianas y a los niños. Algo de esta actitud impregna la mentalidad de no pocos citadinos actuales. A diferencia de lo acaecido en el siglo XVIII, la urbe capitalina no fue generosa en vocaciones eclesiásticas. Dicha merma contrasta con la abundancia de novicios, frailes y monjas en el corazón de Colombia, cuya iglesia fue infinitamente más rica y poderosa que la istmeña.

Desde la mitad de la centuria, cosa novedosa, excepcional, en el resto del cerradamente católico e intransigente país colombiano, el protestantismo y sus sectas múltiples, el judaísmo y varias religiones orientales inician su derrotero en Panamá. Es ya la nota del cosmopolitismo abierto que hoy nos signa. También cabe advertir que ingresan, al terruño, nuevos elementos de los ritos ancestrales africanos, trasladados, ahora, de las Antillas danesas, francesas y británicas, a través de las poblaciones obreriles que se albergan a partir del Gold Rush californiano (1849 - 1869) y del Canal francés (1880 - 1903).

La desamortización de los bienes eclesiásticos, medida promulgada por el General Tomás Cipriano de Mosquera, en 1861, dará el golpe de gracia al dominio temporal de la Iglesia debilitando el monopolio colonial de cuatro siglos ostentado por tan omnímoda institución que se había convertido en un freno al avance del capitalismo. Más tarde, la reforma educativa liberal aspirará a quebrantar, mediante el contenido laico de la instrucción, la hegemonía del clero sobre las almas de la niñez y la juventud. En 1888, aprobado el Concordato con el Vaticano, recobra la Iglesia gran parte de las atribuciones trasladadas al Estado.

1.7 Relaciones con el resto de Colombia

Escasas fueron las relaciones económicas y sociales con multitud de departamentos colombianos exceptuando los de las costas atlántica y pacífica. Por ello, verbigracia, en la memoria colectiva del panameño actual, no proliferan reminiscencias que le vinculen con regiones como los Santanderes, Boyacá, Nariño, Tolima, Valledupar, Los Llanos, Caldas, Huila, y Antioquia, cuyos habitantes se avecindaron, a la sazón, en el Istmo. En desquite, referirnos al Chocó, limítrofe con nuestro Darién, significa evocar una realidad más aprensible, modular los nombres de las ciudades de Cartagena, Barranquilla y Santa Marta concita recuerdos sin duda más comunes por los nexos humanos y comerciales que nos ligaron siempre con las tierras costaneras. Incluso, desde la colonia, el Cauca mantuvo reciprocidad con Panamá. Es indudable que nuestro país, dividido por la inexpugnable selva darienita del resto de Colombia, fue, desde el principio, el área más exótica y alejada, como remota, del Estado a que pertenecía. Si hubiese sido mediterráneo, como el Tolima, que dispone de fronteras con varios departamentos, la geografía le habría impuesto un destino de mayor comunión y convivialidad con las comarcas que lo rodeaban. Pero ese no fue el caso. Faltaron vías de comunicación eficaces entre los pueblos granadinos. A tal punto que se postula, con sobrada razón, que Colombia fue un losange de naciones distintas hasta 1886.

Empero, pese a las relativamente pocas relaciones mantenidas, en el terreno político propiamente dicho, hubo alianzas estrechas entre los diversos hombres públicos y caudillos panameños y sus homólogos colombianos, liberales o conservadores. Así, al azar, personalidades como Buenaventura Correoso y Rafael Aizpuru obedecieron (desde 1860) al pie de la letra los designios estratégicos y las órdenes tácticas rubricadas por el General Tomás Cipriano de Mosquera. Y, muchísimo antes, el General José Domingo Espinar fungió como vocero de Simón Bolívar en 1830. Mientras que el círculo de Mariano Arosemena rindió pleitesía al ideario de Francisco de Paula Santander. Ordinariamente, a partir del federalismo, los jefes civiles y militares locales - provistos de huestes - entraron en contradicción con la guardia colombiana estacionada aquí. Sus dínamos condujeron, consuetudinariamente, las tropas suyas hacia Cartagena, Barranquilla y Buenaventura cuando el Estado Soberano de Panamá decidía respaldar la política adoptada por una serie de Estados a raíz de las guerras intestinas que ensangrentaban el territorio. Panamá padeció, por consiguiente, los efectos de las conflagraciones originadas en localidades situadas fuera de su jurisdicción. Aspecto poco difundido en nuestro medio constituye la permanente anarquía del Interior - Chiriquí, Veraguas, Coclé y Azuero - de 1856 a 1886. Pugnaban los conservadores rurales por derrocar los gobiernos liberales y populistas de la Ciudad de Panamá. Las repetidas trifulcas y estrepitosos motines, organizados por los hacendados, presionaban al hombre fuerte de turno a tomar el buque o invadir por tierra nuestras provincias a fin de preservar el orden público y la paz social. De modo que la inestabilidad afectó tanto a la urbe como al agro con grave perjuicio para el adelanto y fomento del Istmo. Las bajas ocasionadas por las refriegas entre las huestes campesinas comandadas por los señores de la tierra y el ejército federal autóctono, el saqueo crudelísimo e inmisericorde de las propiedades rústicas, la desenfrenada matanza del ganado vacuno, caballar y porcino por las tropas de ambos bandos, la destrucción de los cultivos, el estado perenne de caos e incertidumbre, en fin, impidieron, ciertamente, un sostenido desarrollo de la campiña y la ciudad. Adivino la dolorosa paradoja de un federalismo que no trajo consigo desenvolvimiento óptimo ni progreso sin paralelos, como lo presagiaba el esquema equilibrado de Justo Arosemena. La mayor parte del presupuesto se consagró al gasto militar. Y, finalmente, ni caminos ni vistosas escuelas fueron edificados.

A diferencia de otros Estados Soberanos, cuya clase dirigente desató el crecimiento integral de sus potencialidades e instituciones, acrisolándolas, vigorizando las industrias, impulsando la instrucción pública, elevando el nivel de vida, acendrando la cultura cívica de las masas, Panamá no logró esos objetivos. Es evidente que, durante los años ulteriores (1886 - 1903), signados por el férreo despotismo centralista, tampoco alcanzaría avanzar con paso firme. Tamaña frustración económica, social y política, exacerbada por el desastre apocalíptico de la Guerra de los Mil Días, es la herencia ominosa de atraso que hipoteca el despertar de la república independiente en la tarde del 3 de noviembre de 1903.

1.8 Medios de comunicación de masas

Entre los hitos más admirables de nuestro siglo XIX, destaca el aflorar y fortalecimiento de los papeles periódicos. En efecto, la primera imprenta llegó a nuestras costas, procedente de Jamaica, en 1821, año en que se registró nuestra independencia de España. Testimonios de historia oral recogidos de seres alumbrados de 1870 a 1888, en la Ciudad de Panamá, con quienes el autor tuvo la dicha de conversar, a fines de la década del cincuenta, arrojan luz sobre la moda vigente, a fines del décimonono, de adquirir, cotidianamente, cuanto diario se voceara en las calles de Panamá. Me refiero no sólo a la seria Estrella, publicada en tres lenguas (español, francés e inglés), sino al cúmulo de volantes, listines, pasquines, hojas sueltas y tabloides que salían de las tipografías finiseculares. Prensa de aguda crítica jocosa y chistosa, parcialmente elaborada en verso, dotada de novelones por entregas, llena de artículos esclarecedores y quejosos, de mordaces sátiras, de cursis epitafios y acrósticos. Sin lugar a disputa, totalmente opuesto a lo que ocurre hoy en que prevalece lo audiovisual (radio, televisión, cine) sobre lo escrito, el medio de difusión ideológico más importante del siglo XIX fue el periódico. Este gozó de incontrovertible prestigio y valencia. Raro era el año en que no se fundara un vehículo de información por regla general de efímera resonancia. Resulta indudable que, a través de sus páginas, llegaron al lector las enconadas polémicas económicas, políticas y sociales, a más de las discusiones religiosas que conmovieron su entorno y las querellas que irritaban y afligían a Colombia.

Por tanto, es obligante recurrir a los diarios para entender a cabalidad la historia de estos años, por cuanto allí dormitan las aspiraciones, los debates, los proyectos y los juicios de los hombres y mujeres que nos precedieron. Recomendables para iniciar el análisis de la prensa panameña coetánea son los valientes trabajos que debemos al tesón de María T. Recuero y Rodrigo Miró.

Aparte de los mass media impresos, las murmuraciones y habladurías jugaron, como en toda sociedad analfabeta tradicional, pre-industrial y colonizada por España, papel destacadísimo. Una historia de los rumores signa ese Panamá aburrido, pintoresco, caníbal, dicharachero y pleno de maledicencia. Como medio informal, la oralidad facilitó el estallido de no pocos movimientos sociales populares en plazas, calles y cabildos. Aún hoy, la institución sigue en pie y agrada a los habitantes del Istmo que la cultivan con indisimulada constancia.

Si nos pusiéramos a contar los libros editados en Panamá durante el siglo diecinueve, tendríamos que concluir que fue sumamente pobre la cosecha bibliográfica. Primero, por el analfabetismo cuasi total. Y, luego, por la poca necesidad. Fue, sin duda, el libro un objeto de lujo. Nuestros más esclarecidos autores publicaron sus trabajos en Bogotá, Nueva York, Londres o París. Muy pocas fueron las bibliotecas privadas. Este rasgo de incultura no lo obliterará el siglo veinte. De ahí procede la lucha por dotar a la república de una idónea Biblioteca Nacional, aún en ciernes en las postrimerías del segundo milenio.

1.9 Las letras

Estertores del neoclasicismo, retórica y lágrimas del romanticismo, atisbos del realismo, expresiones del naturalismo, destellos del modernismo, jalonan el siglo diecinueve panameño. A pesar del crecido número de analfabetas, bulle algo que se está esfumando en Panamá: la traviesa poesía popular y otra cosa que neutralizó la televisión: la candente oratoria política en plazas y campos. Los modelos literarios, que dominan el siglo, son colombianos, españoles y franceses. El ensayo y la prosa, preñados de esas influencias, lograron victorias duraderas a través de los cálamos de Mariano Arosemena (1794 – 1868), Justo Arosemena (1817 – 1896), José de Obaldía (1806 – 1889), Manuel José Pérez (1837 – 1895), Pablo Arosemena de Alba (1836 – 1920), Manuel Toribio Gamboa (1840 – 1882), Domingo Arosemena Quesada (1819 – 1886), y el primer Belisario Porras (1856 – 1942), además de Nicolás Victoria Jaén (1862 – 1950), Ramón Maximiliano Valdés (1867 – 1918), Narciso Garay Díaz (1876 – 1952) y otros varones nacidos en el último cuarto de la centuria. En el cuento, destacan Salomón Ponce Aguilera (1868 – 1945) y Darío Herrera (1870 – 1914). En la novela, Gil Colunje (1831 – 1899). En el teatro, Víctor de la Guardia y Ayala (1772 – 1824), quien estrena en Penonomé, año de 1809, La Política del mundo, y José María Alemán (1830 – 1887), autor de Amor y suicidio. Engalánase el parnaso romántico con las creaciones de Amelia Denis de Icaza (1836 – 1911), Gil Colunje (1831 – 1899), Manuel José Pérez (1837 – 1895), José María Alemán (1830 – 1887) y el trágico Tomás Martín Feuillet (1832 – 1862).

Se ha perdido algo que existía en el siglo diecinueve: la identificación del pueblo con el poeta. Amelia Denis y Tomás Martín Feuillet, por ejemplo, fueron personajes aclamadísimos por las masas que aprendían de memoria sus composiciones. En aquel tiempo, el oficio de escribir concedía prestigio, era un menester casi mágico para quienes nunca habían tocado, acariciado una pluma. Las estrofas de nuestros vates – algunos tan citados como José Dolores Urriola, el autor del famoso ovillejo satírico contra el General Tomás Cipriano de Mosquera – las declamaban los domingos, en las sobremesas y tertulias, nuestros antepasados. Sucede lo mismo con algunos versos del celebérrimo poema titulado "Del Canal", de José María Alemán, que muchos panameños tararean sin conocer su procedencia exacta.

En el Interior, sobre todo en Los Santos y Herrera, cultívanse, con unción, las manifestaciones literarias de signo hispánico que aún no han sido obliteradas. La décima y la copla, construidas en formas distintas y con temas que van de lo mitológico y religioso hasta lo burlesco y profano, depuran la maravillosa literatura oral que crean los campesino de Azuero.

En todo Panamá, los grupos bogotanizados estarán al tanto, durante el siglo, de las novedades literarias que surjan en Santa Fe y en los cultos rincones y veredas de la Colombia lírica y altisonante, gramatical y puntillosa, de los Caro, Cuervo, Marroquín, Arboleda, Pombo, Samper y Lleras.

2. Siglo XIX, perspectivas finiseculares y cambios del XX

Posesión española hasta 1821, el Istmo de Panamá, al independizarse, se unirá voluntariamente a la República de Colombia, la cual, a sazón estaba integrada por las actuales repúblicas de Colombia, Venezuela y el Ecuador, territorios que conformaron, junto a Panamá, el Virreinato de la Nueva Granada. Conviene advertir que Panamá formó parte de dicho Virreinato durante, aproximadamente, los setenta años anteriores a la independencia de España.

En 1821, habida cuenta de la situación especial de las guerras de independencia iberoamericanas y de su relativa debilidad, el Istmo de Panamá decide incorporarse al bloque colombiano por necesidades de protección militar, por el prestigio de Bolívar y por sus antiguos nexos administrativos con Santa Fe de Bogotá. Existía otra alternativa: la anexión al Imperio Mexicano, de Agustín de Iturbide, fórmula adoptada por los países centroamericanos, que no prosperó en el caso panameño. En el acta de independencia de 1821, Panamá precisó que se regiría por leyes especiales en atención a su economía mercantil. En ese artículo siempre se ha observado el germen del autonomismo del siglo diecinueve.

Recuérdese que la independencia de 1821 fue apurada por la burguesía comercial en Panamá. Este proyecto consideraba que el país, por su posición geográfica excepcional y por su tradición transitista, debía consagrarse a las actividades terciarias que habían sido su razón de ser durante gran parte del coloniaje. Se aprecia aquí claramente la idea de edificar lo que se conoce como el país – feria, en recuerdo de las fastuosas ferias de Portobelo de la etapa colonial.

Desde el principio de la anexión a Colombia, se dieron contradicciones entre la legislación proteccionista de la meseta bogotana y el espíritu de laissez – faire del istmo central de Panamá. Estas fricciones explicarían la eclosión de las tempranas ideas separatistas que animan las "independencias" de 1826, 1830, 1831 y 1840. A través de los artículos de las distintas actas independentistas, se puede captar la desilusión de la burguesía comercial de la zona de tránsito la cual solicita "comercio libre" o "franquicias" generosas a Bogotá al tiempo que registra la falta de nexos vigorosos con las economías de las regiones colombianas y enumera las causas geográficas, históricas, económicas y políticas del separatismo panameño.

Si del régimen colonial, luego de las extensas campañas libertarias, se pasa al período republicano, la idea de transformarse incluso en protectorado británico va a mantenerse vivaz en las décadas subsiguientes por el fracaso de la Gran Colombia y luego las calamidades de los años posteriores (caudillismos militares, recesión comercial y vigoroso centralismo de Bogotá).

Por ello, surge, desde muy temprano, el deseo de acceder al self government, fórmula que alcanzará Panamá de 1856 a 1886 gracias a la implantación del régimen federal en Colombia. El abanderado y más lúcido teórico del federalismo panameño fue el doctor Justo Arosemena, autor de la obra titulada El Estado Federal de Panamá (1855).

Esbocemos, para ordenar nuestras ideas, algunas características de la presencia norteamericana en Panamá.

a) Desde el siglo XVIII, hubo tímidas incursiones de navíos de la trece colonias (provistos de víveres y utensilios variados). Luego, en la primera mitad del siglo diecinueve, esos nexos se incrementaron.

b) Sin embargo, es innegable que el comercio, hasta la segunda mitad del siglo diecinueve, estuvo dominado por Jamaica (es decir, por Inglaterra).

c) Recuérdese que, desde Jamaica, Panamá importó la imprenta, la masonería y las ideas libertarias.

d) Si, desde la época de los años 1830, se estableció un consulado norteamericano en la Ciudad de Panamá, la presencia estadounidense se afianzaría poderosamente a partir del Tratado Mallarino – Bidlack, de 1846, suscrito entre Colombia (República de la Nueva Granada) y los Estados Unidos de América. El tratado surge por la inseguridad de Colombia de mantener su soberanía en el Istmo de Panamá, por el continuo separatismo panameño y por el expansionismo británico en Centroamérica. Conviene recordar que, en varias ocasiones, Panamá se mantuvo separado, en la primera mitad del siglo diecinueve, por espacio de meses e inclusive por más de un año. Bogotá tuvo que brindar a cambio a Estados Unidos el derecho de libre paso a través del Istmo de Panamá. Por su parte, Estados Unidos aseguraría el tránsito expedito a través del Istmo. En este tratado se estipula la razón de ser del intervencionismo norteamericano en Panamá, ya que faculta a Estados Unidos a intervenir y asegurar el libre tránsito cada vez que se entorpezca éste. En virtud de una cláusula específica de dicho tratado, que invocara Estados Unidos, se dieron muchas intervenciones durante la segunda mitad del siglo diecinueve, solicitadas, a veces, por Bogotá o realizadas por Estados Unidos que aplicaban el Tratado Mallarino – Bidlack.

A este primer tratado sucede el Clayton – Bulwer (1850) en que Estados Unidos e Inglaterra se comprometen a no disfrutar individualmente de la propiedad exclusiva de un Canal por el Istmo de Panamá. De modo que la injerencia norteamericana en Panamá poseía un basamento legal, a saber, el Tratado Mallarino - Bidlack.

A poco, el descubrimiento de minas de oro en California provocó, en Panamá, modificaciones ostensibles pues marca el inicio de una etapa llamada "la California" o el "Gold Rush" que coincide con la construcción del ferrocarril transístmico inaugurado en 1855. A la sazón, Panamá también cambia sus estructuras políticas ya que, como advertimos, ingresa al federalismo.

El ferrocarril transístmico fue propiedad de una compañía privada estadounidense la cual tuvo suma influencia en la política panameña posterior. Hubo fricciones entre ésta y el gobierno colombiano. Incluso la compañía estuvo involucrada en la independencia de 1903. En ciertas épocas, disfrutó de los mayores dividendos de compañía alguna en el mundo. Sus ganancias fueron enormes. También, la presencia estadounidense aumentó a través de otras empresas económicas establecidas durante ese período, el uso del dólar paralelamente a la moneda colombiana, la posesión de las tierras de la Compañía del Ferrocarril en la zona de tránsito, los inmigrantes norteños que atraviesan el Istmo o permanecen en él y la proliferación de costumbres norteamericanas en Panamá. Además, se funda la Ciudad de Colón (denominada Aspinwall por los estadounidenses) como terminal atlántico de la vía férrea (esta urbe reemplaza a Portobelo como ciudad portuaria en el Caribe panameño). De suerte que podría hablarse de una presencia y de una influencia fuertes de Estados Unidos en Panamá a partir del 1849. Estas son bastantes tempranas, a nivel latinoamericano, donde el influjo europeo se mantuvo vivaz hasta 1930.

Resultados y Discusión

Se da, pues, tanto una presencia como un influjo y una injerencia norteamericanas en Panamá aproximadamente más de medio siglo antes de la separación de 1903. Por obra del fundamento legal contenido en el Tratado Mallarino - Bidlack (1846), del inicio de las migraciones suscitadas por la fiebre de oro en California ( 1849 ), del ferrocarril transístmico (1855) y del desarrollo económico y comercial de Estados Unidos.

Como hemos señalado con anterioridad, la construcción de un ferrocarril, de un camino carretero o de un Canal a través del Istmo de Panamá había sido una idea obsedente de los negociantes panameños durante la primera mitad del siglo diecinueve. En cierta forma, la inauguración del ferrocarril, en 1855, representó el cumplimiento de una utopía: la de la feria comercial que va a concretarse durante ese período gracias a los años dorados de la California durante los cuales la economía transístmica floreció ampliamente. Después de treinta angustiosos años de miseria, el país va a recobrar, en parte, el esplendor de antaño y las ciudades de Panamá y Colón conocerán un apreciable intento de modernización. Este esplendor se percibirá, aun, en algunas regiones del agro que recibirán el benéfico influjo de la bonanza. Auge, como siempre, en Panamá, efímero, pero bienvenido después de tantas décadas de involución y de estancamiento.

Además, la segunda mitad del siglo diecinueve ve surgir el sistema bipartidista colombiano constituido por el Partido Conservador y el Partido Liberal. En Panamá, serán conservadoras fracciones de las élites económicas y sociales (hacendados, grandes rentistas urbanos y rurales, la burocracia gubernamental finisecular, el clero y gran parte de la burguesía citadina) y serán liberales las masas populares, la pequeña burguesía, el campesinado minifundista de Azuero y algunas unidades de la burguesía urbana. Panamá fue, más bien, un departamento de mayorías liberales. Es innegable que el liberalismo imperó en Panamá de 1856 a 1886 a lo largo de los gobiernos del Estado Soberano de Panamá (1863 – 1886). Luego, se dio una serie de gobiernos conservadores (1886 – 1903). En la República, el proyecto liberal se fortaleció y cristalizó a partir de las administraciones de Belisario Porras (1912 – 1924): formulación de nuevos códigos, creación del Registro de la Propiedad, creación de los Archivos Nacionales, gran impulso dado a la educación pública y edificación de hospitales, construcción de una red vial aceptable que uniera la capital a ciertos puntos del hinterland, inauguración de ferrocarriles provinciales (en Chiriquí, por ejemplo). Es decir, Porras materializó gran parte del programa ideado por los liberales clásicos del siglo diecinueve en una época en que Colombia aún vivía bajo la hegemonía conservadora (1886 – 1930).

Respecto de los años de recesión o de inopia, después de la independencia de España, éstos casi engloban medio siglo si sumamos la gran depresión económica post-independentista (1824 – 1849), la recesión posterior a la California (1869 – 1879) y la etapa de bancarrota ulterior al Canal francés (1889 - 1903). Ciclo enorme el primero, de veinticinco años míseros, más corto el segundo (diez años) y más prolongado el tercero (catorce años). Mientras que las etapas prósperas llegarían, con mucho, a escasos treinta años (a saber, los tres primeros posteriores a la independencia de España en virtud del tránsito de bienes y personas auspiciado por las campañas independentistas sudamericanas y la continuación de la guerra de independencia en el Ecuador, el Perú y Bolivia), luego los veinte años del Gold Rush californiano y, por último, los ocho años felices engendrados por el Canal francés.

Si hilamos más delgado, con el objeto de medir las tendencias seculares, advertiríamos que, en el XIX, hubo sesenta años de recesión y cuarenta de bonanza. Por ende, el balance del siglo XIX, a escala económica, sería negativo.

En el plano de los tratados internacionales, existe el Tratado Hay – Pauncefote (1901) por el que Inglaterra renuncia a su privilegio de construir el Canal, el Tratado Herrán – Hay (1903), rechazado a la unanimidad por el Senado colombiano en 1903 pues lesionaba su soberanía y el Hay - Bunau Varilla (de diciembre de 1903) que transforma a Panamá en un protectorado de Estados Unidos hasta 1936. Se crea una Zona del Canal (victoria de la idea del enclave situado en el seno del país. Esta pervive legalmente hasta 1979). El Istmo cede a perpetuidad parte de su territorio (la faja canalera). Ello será definitivamente eliminado en 1977 en virtud del Tratado Torrijos – Carter.

Existió un proceso de militarización de la Zona del Canal provocado por las guerras mundiales y que se manifiesta a través de la instauración de unas bases militares allí y, luego, durante la Segunda Guerra Mundial, por cientos de bases castrenses diseminadas en todo el país. Pronto la república se transforma en sede de los intereses norteamericanos en el hemisferio. Hasta hace poco, cundió la polémica de transformar las bases en centros antidrogas.

Conclusión

A partir de 1903, se trastoca el desarrollo anterior panameño que había girado, en la zona de tránsito, en torno al ferrocarril. Bruscamente, se inicia la era del Canal. Paralelamente se crea, según declaramos, la Zona del Canal, territorio administrado por un gobernador norteamericano. Nace un enclave que durará alrededor de un siglo. Se busca, con esto, que el orden canalero no sea perturbado. Y, en este enclave, surge una sociedad (denominada "zoneita") totalmente distinta a la panameña. Esta sociedad de la Zona del Canal influirá a la sociedad anfitriona a través de relaciones desigualitarias ya que la primera representa a la nueva metrópoli mientras que la segunda pertenece a la periferia del sistema capitalista. También tendrá efectos deformantes en la naciente conciencia nacional que recibirá influjos negativos que retardarán, en muchos casos, la eclosión de imperativos nacionales. En materia salarial, se establecerán relaciones de discriminación entre los emolumentos pagados a norteamericanos y los salarios de los antillanos y los panameños (gold roll y silver roll). Una concepción de apartheid, importada del Sur de Estados Unidos, regirá en la Zona del Canal y generará nuevas formas de discriminación racial en Panamá.

Entonces, es evidente que estamos ante una clara ruptura respecto de la sociedad panameña anterior y que se trata de cambios irreversibles que diferenciarán a la sociedad emergente respecto del Panamá decimonónico. La última década del siglo diecinueve presencia momentos de desolación y bancarrota ya que se frustraron tanto el autonomismo político como el progreso económico inherente al fracasado proyecto canalero.

Es dable examinar el año de 1898 como un hito en la historia hispanoamericana. Honestamente por lo que respecta a Panamá, la fecha marca una ruptura dentro de una continuidad. Hay que rememorar que 1898 es el año en que acaece la guerra de Estados Unidos contra España la cual pierde sus últimas posesiones en el Caribe y en las Filipinas. Asimismo, 1898 significa la apoteosis de la hegemonía norteamericana en el Caribe. Recordemos que algunos héroes populares de la independencia de Cuba la prepararon desde Panamá (como Maceo). En 1893, José Martí, apóstol de la independencia cubana, visita a Panamá "de paso para las repúblicas de Centro América" según registra el periódico istmeño El Deber.

En el caso de Panamá, opino que el año de 1898 significó una ruptura dentro de una continuidad. ¿Por qué una ruptura?


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