María Roof

Gloria Guardia y la contrahistoria panameña

 

Notas*Bibliografía

Lo que importa [...] en la novela histórica no es la narración de los grandes acontecimientos históricos,
sino el despertar poético de las personas que participaron en aquellos eventos.
Lo que importa es que volvamos a experimentar las motivaciones sociales y humanas
que llevaron a esas personas a pensar, sentir y actuar
tal como lo hicieron en la realidad histórica. (Lukács)
1

 

La historia ha sido una verdadera pasión en la vida intelectual de la insigne ensayista, crítica y narradora Gloria Guardia, Miembro de Número de la Academia Panameña de la Lengua e Individuo Correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Colombiana de la Lengua, fundadora del capítulo panameño de la organización de escritores, el PEN Internacional, y ex-Miembro del Comité Ejecutivo Mundial de dicha organización, además de servir en la actualidad como una de las cinco asesoras principales de la Corporación y como presidente de la Fundación PEN América Latina.2 En su estudio "Cervantes en la novela moderna" (1978), como en su detallada compilación del Curriculum vitae del Doctor Ricardo J. Alfaro (1982) y su discurso "La mujer en la Academia" ante la Academia Panameña de la Lengua (1989), la premiada escritora ha desplegado un amplio y agudo instrumental crítico al servicio del análisis histórico-cultural.

Postulamos además que las obras literarias de Gloria Guardia construyen de modo original la reelaboración de la historia mediante la ficción, una constante en su obra que ha hallado su merecido reconocimiento crítico, desde la novela El último juego, galardonada con el Premio Centroamericano de Novela EDUCA de 1976, y su Cartas apócrifas, ganador veinte años más tarde, en 1996, del Premio Nacional de Cuento, Ciudad de Bogotá, colección de relatos que significa la invención de "una nueva forma de biografía, no contenida dentro del marco del realismo" que "de acuerdo con la 'manera femenina de conocer y comprender', asume una actitud de gran simpatía hacia el objeto de estudio para unirse con él y poderlo elucidar desde su punto de inserción en el mundo" (Roof 22). Como destaca Cecilia Balcázar en el prólogo a Cartas apócrifas: "La vigencia de esta aproximación es análoga [. . .] a la del historiador contemporáneo que se acerca en un proceso inductivo al devenir de una historia con minúscula" (14-15).

Hija de dos pueblos, Gloria Guardia continúa sus indagaciones en Libertad en llamas (1999), donde examina dentro del marco de la ficción a actores históricos y a otros inventados, pero igualmente verídicos, del largo proceso centroamericano de (in)dependencia, obra dedicada en parte a la desmitificación de la gran figura histórica nicaragüense Augusto César Sandino. También dentro de esta vertiente se halla una pequeña joya, La carta (1997), exploración íntima de los duros estragos familiares resultantes del desconsiderado abandono de la casa por un héroe nacional "tipo me-dejaría-matar-por-mi-patria" ridiculizado en otra obra por un vendepatria (El último juego 104).

En reconocimiento del relieve de la historia en la obra literaria de Gloria Guardia y como contribución a la celebración del centenario de la constitución de la República de Panamá, examinamos el mayor eje estructurante de El último juego, la tensión entre la memoria nacional y la amnesia, es decir, entre los elementos históricos "recordables" y el olvido sistemático.3

*** "ya de eso nadie, pero nadie, se acuerda" (28)

"Nadie se acuerda" de que los que edificaron el monumento a un presidente asesinado fueron los mismos que lo liquidaron, pero la novela sí, lo señala como un recuerdo dentro del acervo colectivo de la alta burguesía envuelta en esas maniobras políticas. Esta clase se funda en la supresión de ciertas verdades, tal como el protagonista, Roberto "Tito" Garrido, lo demuestra en su desprecio hacia la suegra, procedente de la clase comerciante "arribista" y por ende ignorante de que hay "cosas que se piensan, pero, concho, no se dicen" (168). Igualmente, hay cosas que se saben pero que no se revelan, que no entran como factores en el discurso público.

El mayor contraste entre esta clase y el grupo de guerrilleros que irrumpe en la casa de Garrido durante una fiesta de protocolo es precisamente la percepción de la historia como presencia o como ausencia. El Comando Urracá del Frente de Liberación Nacional en su mismo nombre hace honor a la historia, al caudillo indígena que jamás se rindió ante los españoles, símbolo de la nacionalidad panameña.4 De manera magistral, y como marco simbológico simétrico para la acción novelada, el protagonista maneja en dos ocasiones por la Avenida Justo Arosemena de la capital (págs. 13 y 189), con plena inconciencia del significado de ese prócer en la historia de Panamá. En cambio, el comunicado sobre el asalto emitido por el Comando Urracá devuelve a la memoria colectiva el legado histórico del gran jurista: "Hoy, las palabras del ilustre pensador panameño Justo Arosemena tienen dolorosa vigencia histórica: 'No hay duda que hemos cometido grandes imprudencias. Olvidado el carácter y la propensión de nuestros vecinos, les hemos entregado, por decirlo así, el puesto del comercio universal que el genio de Isabel y Colón habían ganado para nuestra raza. [. . . N]o comprendimos que dar el territorio era dar el señorío y que dar el suelo para obras permanentes y costosas era casi dar el territorio' (1856). Estas palabras fueron pronunciadas con profunda visión de lo que acontecía, pero no quisimos aprender la historia" (92-93).

Al recordar en su obra literaria esta lección histórica, Gloria Guardia obviamente propuso incidir en el proceso político de mediados de la década de 1970, cuando Panamá celebraba otra ronda de negiociaciones con los Estados Unidos sobre el Tratado del Canal. Si la novela como género puede ser "un medio de expresión puesto siempre al servicio de las fuerzas revolucionarias o de protesta, dejando de ser ese pasatiempo, más o menos ingenioso y refinado, de la burguesía", según postuló nuestra escritora en 1975, cuando ya le rondaría por la cabeza la trama de El último juego ("América" 135), obviamente esta novela busca inscribirse en el proceso político internacional, al devenir "arma de fuego contra un orden impuesto y caduco, y como testimonio del conflicto existente dentro de la realidad inmediata" (137). El protagonista de la novela rechaza los intereses nacionales para defender sólo los de su clase, obedeciendo en esto a su modelo, su padre, quien una vez le susurró, "hay que encontrar los medios mejores para asegurar que serán protegidos nuestros intereses" durante las negociaciones con Estados Unidos (176); en cambio, Gloria Guardia opina que: "El escritor responsable jamás soslayará la vinculación umbilical con su realidad personal, nacional e histórica y su obra será, en cada momento, reflejo de ese coraje de mirar hacia adentro y de toparse con toda la magia y drama que dicha exploración acarrea" ("Aspectos" 145).

*** "pero ¡qué carajo!, el pueblo no tiene memoria" (143)

Desde el punto de vista de la clase alta, el pueblo es manipulable hasta en su memoria. Garrido admite para sí mismo que se dejó engañar por el Secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger cuando dedicó meses de trabajo a la elaboración del Acuerdo de los Ocho Puntos, el cual parecía en un momento representar un "triunfo personal" para él. Pero resultó ser una "patraña" de Kissinger para evitar la discusión del canal en una próxima Reunión Interamericana, "pero ¡qué carajo!, el pueblo no tiene memoria, el pueblo no es susceptible a esas habilidades diplomáticas y el Acuerdo se firmó y nosotros pudimos ensalzar esta agenda de trabajo como una gran conquista que todo el mundo celebró" (143) ... la historia oficial como un engaño, de ahí la necesidad de la "contrahistoria" correctora.5

Sin embargo, la historia que Garrido recuerda durante una entrevista con un periodista del Wall Street Journal desdice lo anterior, porque muestra que el pueblo panameño tiene buena memoria de los incidentes más significantes en su lucha por establecer la soberanía nacional, como por ejemplo el asesinato en 1964 de estudiantes por tropas estadounidenses. Es el burgués negociador de tratados quien debe "olvidar esos muertos, la sangre, la histeria colectiva, olvidar, en fin, para volver a ser lo que ha sido hasta la víspera del maldito secuestro" (132). La novela también rescata del olvido momentos históricos de actuación masiva, protestas callejeras en las cuales, a diferencia del Presidente "aterrado / horrorizado / enloquecido por las amenazas de Mr. Secretary of State y los diputados aterrados / horrorizados / enloquecidos de que el Presidente estuviera tan aterrado / horrorizado / enloquecido" (68), el pueblo panameño no se dejaba asustar, y el convenio entreguista "se archivó y, se engavetó, digo, se dejó en el tintero" (69). La función cívica apropiada del sector popular, según Garrido, es simplemente apoyar al gobierno, no recordar ni menos protestar. Todos los actos del protagonista y sus colegas posteriores al asalto guerrillero se encaminan a ese fin, a pesar del diluvio de recuerdos involuntarios que lo asalta.

La burguesía representada por Garrido tiene que imponerse una desmemoria activa: olvidar el ejemplo de los exilados nicaragüenses que Garrido conoció de niño, los que lucharan en 1912 contra los marines y contra Somoza, "el gran Pinochio de varios Geppettos norteamericanos, Roosevelt, Truman, y los que vendrán después" (154); olvidar la despreocupada adolescencia feliz cuando él y sus amigos "todos, sin excepción, toditos, estábamos convencidísimos de que éramos un puñado de caballeritos ilustres [. . .]. Tito Garrido [. . .] está seguro de que no vale la pena recordar lo que sucedió ayer, anteayer, hace veinte años o, tal vez, hace una hora" (190). No es el pueblo, entonces, quien carece de memoria, sino la burguesía que no quiere recordar.

La novela presenta la gran contradicción de esta clase tan orgullosa de sus apellidos, sus monogramas, su linaje aristocrático, su historia familiar y personal y que recuerda tan bien a sus antepasados españoles. Pero la clase baja es estrictamente anónima para ellos. Carecen de nombre, como "el par de cholas" (28) que cuida a los adorados hijos de Garrido. Los campesinos representados en la Asamblea por el padre de Garrido son "muchachos" y el viejo manda "comer mierda a esos cholos pendejos que sólo saben joder, y joder, y joder" (31). Los guerreros son "cholos" (63, 64), "muchachos" que pisotean "su orgullo de casta" (95). Los mesoneros del Club que servían durante la fiesta de protocolo y que vuelven repetidas veces a la memoria de Garrido, son siempre "iguales todos, canjeables" (89, 123, 175). En el paseo obligado de Garrido por los barrios pobres al principio y al fin de la novela, sólo percibe gente maloliente, el capitalino "negroide, zambo, chino" (194) que vive en casuchas en esa Panamá sucia sin artistas para denunciar su pobreza y su mugre (31), una chusma que no tiene nada que ver ni con él ni con sus acciones, ya que puede subir las ventanas del carro y poner el aire acondicionado. La clase baja (como el gato arquetípico de Borges) es estática: el señor que le abre la puerta del Palacio Nacional empezó de niño en el puesto (30); "crecer" no ha significado desarrollarse ni mejorarse. Su voz es supuestamente asumida por los Garrido, pero esa burguesía rehusa considerarse implicada en el malestado del pueblo y el subdesarrollo de la ciudad. En el sentido ontológico, "ser" implica tener un prócer y diputados en la familia, viajar a Europa, a congresos internacionales, a Estados Unidos para tratamiento médico en Johns Hopkins, diversión en Orlando e infusión vestuaria en Miami, expresarse en lenguas extranjeras, comentar lo último de la familia Kennedy (en contraste con el aburrido Coronel, quien, siendo de otro origen social, ¡ni los conoce ni habla inglés!), disfrutar de una villa en Playa Coronado y una finca en El Valle y un cocinero casero que ofrece langosta Thermidor. La voz de los anónimos seres de abajo queda silenciada, excepto en las demandas del Comando guerrillero. Incluso Garrido puede observar que "Panamá es una bomba de tiempo" (173).

*** "la Zona del Canal, digo, Panamá-la-verde, Panamá-la-blanca, Panamá-la-del-embrujo-tropical de los boleros de Fábrega" (31)

Si la Zona del Canal representa la apoteosis de Panamá, se habrá olvidado del todo la idiosincrasia nacional. Esa desmemoria es obstinadamente deliberada porque importa más la imagen que la realidad, la imagen de tranquilidad y bienestar sostenida a cualquier precio a fine de atraer ciertos beneficios económicos, los derivados del turismo y de la postulación nacional como centro de financiamiento internacional: "yes, Ladies and Gentlemen, leave your money in Panamá, a paradise where your money is safe, la Suiza de América, Panamá le ofrece seguridad y buen servicio" (11). Esta imagen está bellamente plasmada en la novela cuando Garrido recuerda los viejos lugares donde jugaba de niño, juzgando con ironía que todo ahora ha quedado "más árido, más feo o más bonito, pero ni tú ni yo podemos ser jueces en este asunto, amor, no, qué va, preguntémosle mejor a los extranjeros que nos han beneficiado con sus dólares y que no sienten ni pizca de nostalgia, nada, por lo que se fue [. . .] y que todo esto debe aplastar a lo antiguo porque ese mundo de recuerdos, coño, es para los pendejos y los lunáticos y los artistas y las viejas . . ." (86). ¡Hasta la desmemoria se aprende de otros! Y Garrido considera los conocimientos adquiridos en Europa literalmente una necesaria transfusión de sangre (115). Entre todos los recuerdos de Garrido, ni una palabra sobre la represión militar ni sobre el entrenamiento castrense en la Escuela de las Américas, ubicada en la Zona del Canal, denunciados por el Comando Urracá. Reconocerlos sería empañar la imagen deseada.

Esta prostitución de la nación—inventar cualquier cosa para que no cesen las inversiones (143), dejar que los extranjeros compren las viejas casas estilo colonial para montar negocios y bancos (154)—por una burguesía "que supuestamente rige el destino nacional, pero que en realidad se subordina a los poderes económicos y políticos extranjeros" (Acevedo 111), requiere la amnesia oficial. Pero los escritores pueden deshacerla, según propusiera Gloria Guardia en 1981: "El novelista centroamericano debiera empezar ya a marchar con paso recio en una sociedad que exige su presencia [. . .] como testigo y vocero de la injusticia histórica que representa nuestro atraso y nuestra sumisión. El narrador, pues, es el llamado a denunciar los vicios colonialistas que nos corroen, así como también a nombrar con palabras autóctonas una nueva ordenación social que sea expresión de la voluntad legítima del centroamericano de ser dueño y señor de la tierra que pisa." ("Aspectos" 147).6

Mediante la experta intercalación de recuerdos personales del protagonista y de documentos históricos, El último juego presenta un nuevo historicismo que rechaza la premisa de las grandes narrativas nacionales, de héroes patrios que con sus visiones claras guiaran a la nueva nación defendiendo sus mejores intereses. Gloria Guardia admite errores, examina extravíos, expone los intereses venales de la clase rectora incapaz de seguir los grandes pasos de los próceres y propone correcciones a la mistificación histórica. De esta manera anticipa las Comisiones de Esclarecimiento Histórico que laboraran más tarde en otras regiones del mundo. El último juego ... la Historia sin hagiografías ...


Notas

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vuelve 1. "What matters [. . .] in the historical novel is not the retelling of great historical events, but the poetic awakening of the people who figured in those events. What matters is that we should re-experience the social and human motives which led people to think, feel and act just as they did in historical reality" (44). Neil Larsen afirma la relevancia de las teorías de Lukács para la América Latina.

vuelve 2. Una primera versión de este ensayo se presentó en la mesa sobre literatura panameña, XIII Congreso de Colombianistas, Barranquilla, Colombia, agosto de 2003.

vuelve 3. Citamos por la segunda de las tres ediciones publicadas.

vuelve 4. Este concepto quedó deformado, opinamos, al arrogarse el nombre de Urracá una compañía de infantería de las Fuerzas de Defensa a partir de los años 70.

vuelve 5. Otra version también "oficial", pero desde el punto de vista norteamericano, alega que este acuerdo estableció bases justas y equitativas para las futuras negociaciones. Si se le hiciera caso omiso, fue por la “posterior distracción” procedente del escándalo de Watergate y la investigación del presidente Nixon (Panama: A Country Study 49-50).

vuelve 6. En una entrevista con Carmen Alverio Gloria Guardia hizo esta admirable valoración de su novela: "La actitud nacionalista y crítica de la burguesía que asumí en El último juego respondía a una serie de argumentos que se fundamentaban en la razón de ser de nuestra panameñeidad. La burguesía urbana y extranjerizante panameña (en contraste con los antiguos latifundistas criollos) ha sido, en su mayoría, entreguista, desde sus inicios y esto, además, por razones sociológicas que han sido finamente analizadas y estudiadas. Este grupo social ha fincado sus valores y visión del mundo en el comercio; y, en esa medida, ha sido fenicio en su comportamiento. Debido a mis orígenes pensé que, acaso, fuera yo una voz autorizada para denunciar estas actitudes negativas 'desde adentro'. Ese mismo discurso político-social, 'desde fuera', habría resultado, tal vez, falso y preñado de prejuicios. Me eché al ruedo, consciente de los riesgos; me las jugué todas, y creo que, a la larga, algo gané para Panamá, aunque en lo personal quedara, durante mucho tiempo, emocionalmente devastada" (Alverio 93-94). Ver el muy acertado ensayo de Arturo Arias, "Gloria Guardia: el paródico socavamiento de la guarida de la cansada élite panameña".


Bibliografía

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