Seymour Menton

La búsqueda de la identidad nacional en el cuento panameño*

 

Notas*Bibliografía

Según Raymond Leslie Williams en su libro The Modern Latin American Novel, publicado en 1998, "el tradicionalismo y el nacionalismo en la cultura y en la política pertenecen al pasado porque la actitud de los novelistas latinoamericanos es posnacionalista" (160). Así es que de cierto modo, hablar hoy de la búsqueda de la identidad nacional es hablar de una cuestión anacrónica.

Sin embargo, el caso de Panamá es doblemente único. Por una parte, hay que reconocer que tal vez el primer tomo de cuentos que intenta captar la totalidad de la nación panameña sea Las huellas de mis pasos de Pedro Rivera, que data de 1993, unos setenta años después de que Diego Rivera se esforzara por captar la totalidad de la nueva nación mexicana, la posrrevolucionaria, en una serie de frescos y casi setenta años después de que Rómulo Gallegos emprendió su proyecto novelístico de captar la totalidad de la nación venezolana.

En el transcurso de esta conferencia propondré una teoría para explicar este aparente atraso. Por otra parte, propondré la teoría de que la identidad nacional de Panamá, a diferencia de la de los otros países latinoamericanos, no se limita a una síntesis geográfica, étnica e histórica. Un estudio tanto de las varias antologías del cuento panameño como de los tomos individuales de tres cuentistas sobresalientes revela que la identidad nacional de Panamá se distingue precisamente por su fuerte carácter internacional o cosmopolita.

Veamos primero hasta qué punto Las huellas de mis pasos se emparenta con las novelas nacionales de antaño y con alguno que otro proyecto cuentístico. No cabe duda de que la búsqueda de la identidad nacional en la narrativa latinoamericana surge dentro del criollismo, que predomina más o menos entre 1915 y 1945. Surge como reacción contra los gobernantes e intelectuales positivistas del siglo diecinueve y también contra los literatos modernistas. Aquéllos, los positivistas, en su afán de modernización, abogaban por seguir los modelos de Francia, Inglaterra y Estados Unidos. La ciudad de México y Buenos Aires se embellecieron con bulevares y casas elegantes al estilo parisiense. Al mismo tiempo, renegaban de sus orígenes indígenas o africanos. Efectivamente el llamado orden y progreso, lema de la bandera brasileña, con su ingreso en la economía internacional, enriquecía, cuando mucho, el diez por ciento de la población nacional y perjudicaba, por lo menos, el noventa por ciento.

El primer cuentista que quiso plasmar la identidad nacional de su país en una serie de tomos que datan desde 1912 hasta 1944 fue el chileno Mariano Latorre, cuyo enfoque principalmente geográfico reflejaba la problemática nacional. Por cierto, una antología de sus cuentos publicada en 1947 en la Colección Austral se llama Chile, país de rincones. Desde luego que la novela, por su extensión, se presta más para captar de un modo muralista la totalidad geográfica, étnica e histórica. Como ejemplos, figuran Doña Bárbara (1929) y el conjunto de las novelas posteriores de Rómulo Gallegos (1884-1969).

En cuanto a novelas nacionales individuales sobresalen Cholos (1938) del ecuatoriano Jorge Icaza (1906-1978), El luto humano (1943) del mexicano José Revueltas (1914-1975), El mundo es ancho y ajeno (1941) del peruano Ciro Alegría (1909-1967 ), Entre la piedra y la cruz (1948) del guatemalteco Mario Monteforte Toledo (1911) y La brizna de paja en el viento (1952) del mismo Rómulo Gallegos, pero sobre Cuba. La búsqueda de la identidad nacional argentina en la misma época se plantea en términos filosóficos en Bahía de silencio (1940) de Eduardo Mallea (1903-1982) y en Adán Buenosayres (1948) de Leopoldo Marechal (1900-1970).

El mismo Mallea enmarcó su colección de cuentos existencialistas La ciudad junto al río inmóvil (1936) con un prólogo y un epílogo que pregonan el futuro nacimiento del ser argentino. Ese prólogo, reforzado por el epílogo, constituye uno de varios prólogos operísticos, es decir, oberturas que logran captar la totalidad nacional en una pocas páginas poéticas: Leyendas de Guatemala (1930) de Miguel Ángel Asturias (1899-1974), Canaima (1935) de Gallegos, La región más transparente (1958) de Carlos Fuentes (1928) y De donde son los cantantes (1967) de Severo Sarduy (1937-1993).

Pese a su aparición tardía, me parece que Las huellas de mis pasos, Premio Cuento Ricardo Miró para 1993, de Pedro Rivera merece uno de los curules panameños en el Congreso de la Narrativa Nacional Latinoamericana. El narrador de los diecisiete primeros relatos recuerda su niñez en una casa de madera en el barrio pobre de El Chorrillo en la ciudad de Panamá. La época es el fin de la Segunda Guerra Mundial, 1945-1946, cuando él tenía seis años.

En el segundo relato y en el tercero se dan los antecedentes de sus papás que representan el crisol étnico y geográfico del país. Su mamá era del campo, "ni negra negra, ni india india, dejaba presentir por algún lado al bisabuelo chino y por el otro, a la bisabuela blanca" (16). En cambio, el narrador nunca menciona los orígenes raciales de su padre a pesar de que lo describe con bastantes detalles físicos y enumera sus oficios. Su papá era cubano y llegó a El Chorrillo a los cuarenta y tantos años después de recorrer "países, oficios y mujeres" (14).

El narrador lo presenta como un tipo admirable: muy trabajdor y políticamente correcto: "quemó cañaverales en tiempos de Menocal. Escupía con cara de asco cuando hablaba de Machado" (14). Su trabajo en Colombia indica el carácter anticlerical del narrador: "reparó el mecanismo eléctrico de un santo que sudaba aceite" (14). Para subrayar el ingrediente internacional de la etnia panameña, el narrador lo identifica con las transformaciones internacionales tanto tecnológicas como políticas de la primera mitad del siglo veinte: desde "la carreta de bueyes. . . a las naves espaciales. De la lámpara de querosín. . . a la televisión. . . . la independencia de Cuba. . . la revolución mexicana, la revolución soviética. . . Hitler, dos guerras mundiales" (12).

A pesar de la búsqueda nada disimulada de la identidad nacional en los tres primeros relatos, predomina el realismo en la presentación de las condiciones de vida en El Chorrillo. El ambientes es, en las palabras de Oscar Lewis, la cultura de la pobreza. En la casa las varias familias llevan una vida comunitaria. Los baños se comparten entre todos: pescadores, trabajadores en la Zona, prostitutas, mariguaneros, niñas precoces, y sobre todo, niños. El narrador tiene varios hermanos; pelea, aguanta remedios caseros y se escapa encuerado de la casa para vagar por el malecón, atraído por los pescadores y el horizonte lejano, con su valor simbólico. Los soldados gringos están presentes en las cantinas y en la calle donde insultan a las adolescentes panameñas.

El cuento donde se siente más el antagonismo hacia las tropas norteamericanas se llama "Oquei". Éste es el apodo de un policía panameño que sirve de guía a los MP (military police) encargados de poner fin a las trifulcas de cantina. El habla de "Oquei" se salpica de anglicismos como "foquing", "tequirisi" y "sanamabich". "Oquei" pierde su trabajo por haber golpeado demasiado a un soldado gringo borracho y violento. Además de la casa en El Chorrillo, la ciudad de Panamá en 1945 se define con la chiva y las alusiones a la Avenida Central, al parque de Santa Ana, a la Catedral y a las Bóvedas.

La otra mitad de la nación, o sea el campo, aparece en los cuatro últimos cuentos de "Las huellas de mis pasos". El narrador recuerda su primera visita a la casa de la abuela en el campo y el asombro que sintió ante la naturaleza. Acostado de noche en la pradera, contemplaba el cielo lleno de estrellas y cocuyos, con su "primera sensación de infinito. . . Era yo y el universo" (58). La presencia anterior de la palabra "horizonte" (57) en la descripción recuerda al lector la fascinación del niño con el mar. Las impresiones idílicas del niño se captan en estos relatos con un estilo mucho más poético que el que se utiliza para captar la vida en El Chorrillo.

Aunque la casa de la abuela se encuentra cerca de la población de El Bejuco, no se insiste nada en su ubicación geográfica. Lo importante es que sea el campo en contraste con el barrio pobre de la ciudad. Pues bien, además de ese contraste geográfico y además de los antecedentes raciales del protagonista, lo que confirma la búsqueda de la identidad nacional es la segunda parte del tomo titulada "Las huellas iniciales", que consta de cinco relatos históricos bastante más largos que los del pasado inmediato de 1945-46. Rivera capta acertadamente el descubrimiento de Panamá narrado en primera persona por el mismo "Almirante de los tormentos", es decir, Cristóbal Colón en su cuarto viaje.

El segundo relato histórico, narrado en tercera persona, mitifica al señor de Urracá, héroe invicto, quien recuerda la llegada de Colón, cuando era niño. Dieciocho años después Urracá se ha convertido en el primer héroe nacional peleando contra Gaspar de Espinosa, Pedrarias Dávila, Pizarro, Hernán De Soto, Hernán Ponce de León y otros.

En el tercer relato, el narrador anónimo se dirige a los espectadores/lectores con la forma de vosotros: "Esta que veis, de levante a poniente, es la ciudad de Nuestra Señora de Asunción de Panamá" (105), fundada en 1519 por Pedro Arias de Ávila. El narrador, que parece ser contemporáneo de éste, comienza por describir todos los rasgos negativos del sitio donde Pedrarias decidió fundar la ciudad: calor, moscas, mosquitos, humedad e insuficiente marea para permitir que atraquen las naves. Lamenta el traslado de la ciudad de Darién a Panamá aunque reconoce la gran fertilidad de ésta.

En efecto, "tanta es la fertilidad que a un borracho que se quedó dormido tres días en la Plaza de la Catedral le empezó a crecer hierba en la mugre de las uñas" (108). En la segunda parte de este relato se insiste en la tremenda crueldad de Pedrarias Dávila, llamado el Decapitador por haber decapitado a su propio yerno Vasco Núñez de Balboa.

Si el tercero de los relatos históricos se concentra en los conquistadores, tanto los jefes como los soldados, el cuarto entrega una visión panorámica de los distintos grupos indígenas. Para completar la síntesis racial, el último relato de la colección se llama "Cimarrones" y se concentra en un solo episodio: el escape de unos esclavos negros que estaban atravesando el istmo cargando mercancías del Perú.

Por interesante que sea cada uno de los relatos del tomo entero, lo que más llama la atención en cuanto a la búsqueda de la identidad nacional es la ausencia de episodios y personajes históricos posteriores a 1539. Para explicar este fenómeno, quisiera acudir una vez más a mi método de comparar un país con otro para hacer perfilar más clarametne las particularidades de cada Ya dije que la búsqueda de la identidad nacional está ligada a la modalidad criollista que predomina entre 1915 y 1945. No obstante, esa búsqueda también puede surgir fuera de época en ciertos países convulsionados por un suceso que provoca un gran sentimiento patriótico (uso la palabra sin ninguna connotación negativa). Examinemos el caso de Cuba. En la época criollista, es decir, antes de la Revolución, el único intento cubano de captar la totalidad nacional fue la poco conocida novela malograda Ciénaga (1937) de Luis Felipe Rodríguez. Con la Revolución Cubana de 1959, semejante a lo que pasó con la Revolución Mexicana de 1910, se fomentó mucho la creación de una conciencia nacional.

Paradójicamente, el primer novelista que intentó una síntesis de la nación cubana fue uno de los primeros en exiliarse, Severo Sarduy. En 1963 publicó la novela Gestos que sigue siendo la mejor epopeya de la Revolución. Cuatro años después, publicó De donde son los cantantes (1967), síntesis altamente experimental de la historia, la geografía y las etnias cubanas. La obertura hasta se llama "Curriculum cubense".

El año siguiente salió premiada por Casa de las Américas Los niños se despiden, del poeta Pablo Armando Fernández, que también intenta captar de un modo experimental, pero muy distinto, una visión total de la nación cubana. Para descubrir los orígenes se remonta a las raíces africanas, indígenas y hasta bíblicas. Además se alude específicamente a las dos guerras de independencia, la de 1868-1878 y la de 1895-1898 y a la huelga contra el dictador Gerardo Machado. Se subraya la influencia cultural de los Estados Unidos antes de 1959 y Fidel aparece sentado en un caballo blanco.

Otro intento novelesco de captar la totalidad de la nación cubana fue llevado a cabo por Lisandro Otero, pero de una manera mucho más mimética, realista en una trilogía publicada a través de un periodo de veintisiete años: La situación en 1963, En ciudad semejante en 1970 y Arbol de la vida en 1990.

Además de estas novelas, el más famoso de todos los exiliados, Guillermo Cabrera Infante, captó la esencia total de Cuba en Vista del amanecer en el trópico (1974), colección de ochenta y dos relatos o viñetas, muchos de ellos basados en grabados y fotos. Todos los breves relatos se presentan en orden cronológico desde la Conquista hasta la guerra de guerrillas dirigida por Fidel con la colaboración de Che Guevara.

Aunque no triunfó la revolución en El Salvador, el movimiento guerrillero de los años sesenta y setenta también engendró un tomo basado en un collage que intentó captar la totalidad nacional. Se trata de Las historias prohibidas del Pulgarcito (1974), del poeta guerrillero Roque Dalton, ejecutado por otra banda revolucionaria en mayo de 1975. Igual que Vista del amanecer en el trópico, de la misma fecha, este tomo interpreta la historia nacional desde la conquista de Cuzcatlán por Pedro de Alvarado hasta la intervención mal disimulada de la C.I.A. en la época de las guerras de liberación nacional. Una de las técnicas predilectas de Dalton es el contrapunto o fusión de pasado y presente con alusiones a héroes y antihéroes salvadoreños y otros centroamericanos de distintas épocas.

Por ser una colección de cuentos que también aspira a ser un panorama nacional, Las huellas de mis pasos se presta para una comparación con sus congéneres de Cuba y de El Salvador. Rivera comparte con Dalton y con Cabrera Infante el afán de despertar la conciencia nacional, inspirado en un momento clave, la invasión del 19 de diciembre de 1989 llevada a cabo por los Estados Unidos para capturar a Noriega. Rivera efectivamente colaboró con Fernando Martínez para lanzar El libro de la invasión, crónica testimonial publicada por el Fondo de Cultura Económica en México con un prólogo de Elena Poniatowska. Según ésta, "la construcción del Canal fue la destrucción de su identidad. El canal dividió a los panameños" (8).

En ese sentido la recuperación actual del Canal representa la recuperación de la soberanía y por eso, el momento para celebrar la identidad nacional. Sin embargo, Rivera no encuentra otros momentos históricos ni otros héroes dignos de rescatarse en Las huellas de mis pasos.

Además de los ingredientes nacionales que se encuentran en Las huellas de mis pasos, ahí va mi hipótesis de que la identidad nacional de Panamá se complementa paradójicamente con el cosmopolitismo y por eso, los otros curules panameños en el Congreso de la Narrativa Nacional Latinoamericana los deben ocupar Rogelio Sinán, Enrique Jaramillo Levi, Gloria Guardia y tal vez otros.

El literato más destacado de Panamá es probablemente Rogelio Sinán (1904-1994), también famoso por el estímulo que daba a los escritores más jóvenes. Como tantos intelectuales panameños, pasó muchos años en el extranjero. Estudió en Chile y en Roma; fue cónsul de Panamá en Calcuta, India y vivió muchos años en México. Autor de poesías, teatro y dos novelas, es más famoso como cuentista. En las antologías del cuento panameño figura con "A la orilla de las estatuas maduras" (1946), "La boina roja"(1953), "Eva, la sierpe y el árbol" y "Una excursión al Darién". En sus otros cuentos Sinán prefiere temas y espacios exóticos con una fuerte dosis de sicoanálisis. En "Sin novedad en Shanghai", figuran pasajeros de todas partes del mundo, sobre todo judíos huyendo de los nazis. En "Hechizo", el protagonista se encuentra en Hong Kong donde se enamora de una china y de una malaya. En "Todo un conflicto de sangre", una judía alemana reniega de su propia sangre judía y acompaña a su marido nazi al istmo con la misión de agentes secretos.

Sin embargo, en algunos de los cuentos, aparecen elementos geográficos o étnicos que los identifican con Panamá, como en "La boina roja". "Eva y la sierpe y el árbol", a pesar de ser un cuento psicoanalítico, revela su espacio panameño por la burla de los anuncios comerciales y por la frase sarcástica "nuestra progresiva ciudad puente del mundo y corazón del universo"(51).

Nacido cuarenta años después de Sinán, Enrique Jaramillo Levi (1944) sigue las huellas de sus pasos en cuanto a cultivar el cuento y promover la divulgación del cuento panameño. Incluso, en el cuento "Regreso" de su última colección, Caracol (1993), Jaramillo Levi alude a La isla mágica de Sinán en una especie de intertextualidad. En efecto, todo el cuento resulta una parodia de Sinán: el asesinato inesperado de una lesbiana que había seducido a un millonario sesentón con el fin de provocarle un infarto para cobrar los seguros de vida y compartirlos con su amante; cambio sistemático del punto de vista narrativo; prosa poco adornada; y una extensión de quince páginas divididas en siete capítulos.

Aunque los cuentos de Jaramillo son en general más cosomopolitas que los de Sinán, él no deja de afirmar su identidad nacional, como lo atestigua el trabajo de compilador de Una explosión en América: el canal de Panamá (México: Siglo XXI, 1976). Después de participar en talleres de la Universidad de Iowa en Estados Unidos y del Centro Mexicano de Escritores, Jaramillo ha publicado varios tomos de cuentos cosmopolitas y dos antologías del cuento panameño en 1971 y en 1998. La última colección de sus propios cuentos, llamada Caracol y otros cuentos, data de 1993 e incluye cuentos de Fisuras (1993-1995) y de Tocar fondo (1996). A mi juicio, con los siete cuentos de Caracol, Jaramillo ha llegado a superarse.

En "La ilusión" se afirma la actitud cosmopolita del autor mediante la enfermedad de Alzheimer de un viejo escritor famoso: "Este caótico abanico de visiones se sucede sin mediar el tiempo ni una fija geografía. . . atmósferas que en cualquier sitio indóciles se me disuelven" (51). En "Historia de espejos" se menciona a Borges que "abominaba de los espejos" (43) en las divagaciones iniciales del cuento. En "El retrato", que es una variante descriollizada de "La mujer" de Juan Bosch, se reafirma la presencia de Borges con la oración: "Ahora sé que existen senderos que se bifurcan por sitios inauditos" (35). Además de los cuentos ya citados, me parece que sobresalen los dos primeros: "Caracol" y "La carta". Lucen un gran dominio técnico del género, junto con "La ilusión", y revelan una sensibilidad sutil y convincente. En "Caracol" el protagonista homónimo es un niño que se suicida tirándose desde un acantilado de la playa. Vivía con su abuela pero se suicidó al saber que su padre desconocido había llegado al pueblo y no lo buscó. El narrador omnisciente poco a poco se va convirtiendo en el padre quien contempla la tristeza de la abuela. En "La carta" una mujer recuerda su reencuentro con su amiguito de la niñez pasada en la playa. El título se refiere a la carta que el hombre tímido le mandó a la protagonista, poeta famosa, después de ver su foto en una revista. Sólo al final revela la narradora que acaba de cumplir los cien años y que hace veinte años enterró a su esposo ochentón.

Aunque Gloria Guardia todavía no figura en ninguna de las antologías del cuento panameño o del cuento centroamericano que he manejado, su ausencia no se debe a la cualidad de su obra sino a su "estreno" cuentístico relativamente reciente. Su primer cuento, "Otra vez Bach", se publicó en 1975, pero su primera colección de cuentos, Cartas apócrifas, no se publicó hasta 1997. En efecto, es otro ejemplo de mi teoría de que la identidad nacional en el cuento panameño se basa tanto en la síntesis geográfica, étnica e histórica como en su carácter cosmopolita e internacional.

Son seis las cartas apócrifas escritas por seis mujeres de una variedad de países: Teresa de Jesús, Virginia Woolf, Teresa de la Parra, Gabriela Mistral, Simone Weil y Tania von Blixen. Las seis cartas están muy bien escritas y captan el lenguaje del momento lo mismo que la personalidad de la protagonista. A mi juicio, las cartas o los cuentos mejor logrados son los que captan las emociones y la sinceridad con que las protagonistas revelan sus problemas amorosos. Virginia Woolf escribe en 1929 a su marido Leonard desde un sanatorio para enfermas mentales. Ella insiste en que no está enferma y que él no debiera haberla internado. Predomina más, sin embargo, la revelación paulatina de sus problemas sexuales: la violación por su hermano George, la falta de deseos sexuales con su marido Leonard y la inclinación lesbiana ligada a Victoria Sackville-West y a su novela Orlando.

Teresa de la Parra escribe a su ex-amante Gonzalo Lillo en diciembre de 1935 desde un sanatorio para tísicas en Madrid. Se evocan los momentos felices de su amor y el éxito de sus dos novelas. Aunque comenta al final de la carta la muerte del dictador venezolano Juan Vicente Gómez y la Guerra Civil Española que está por estallar, lo más importante es la revelación en tono templado pero a la vez cargado de emoción que el destinatario Lillo había decidido por fin quedarse con la esposa.

La historia de Tania von Blixen es la más larga y tal vez la más trágica de todas. En una carta de 1962, escrita en Dinamarca, Tania a los setenta y siete años, le dicta a su alter ego/seudónimo Isak Dinesen la historia de cómo se casó con su primo sueco antes de 1914 y cómo fueron a Kenia y cómo se divorciaron después de que él la contagió de sífilis. Ella quedó veinte años en Kenia donde tenía un cafetal. La carta, más que nada, describe el amor idílico entre ella y el guía de safaris inglés pero termina trágicamente. Tres sucesos la obligan a regresar a Europa. Durante muchos años había anhelado tener un hijo pero pierde al hijo de su amante inglés; por una sequía extendida y la baja del precio mundial del café, tiene que vender la granja; el amante inglés muere estrellándose su avioneta. Les he contado tantos detalles de la trama para que recuerden la película Lejos de Africa con Meryl Streep y Robert Redford.

Además de las seis cartas apócrifas, una séptima carta, aunque escrita por un hombre, también merece comentario. Publicada en el mismo año de 1997 bajo el título de "La carta" en Salta, Argentina, me parece un excelente cuento histórico. El autor de la carta, que es de despedida, es el héroe liberal nicaragüense, el general Benjamín Zeledón, pero la protagonista del cuento es la destinataria, su mujer Esther. Al leer que Zeledón morirá pronto defendiendo el país contra el conservador Emiliano Chamorro y los invasores yanquis, Esther siente admiración por su idealismo heroico pero no puede dejar de sentirse traicionada y abandonada con cuatro hijos. Aunque la situación de Esther cabe dentro del arquetipo de la mujer abandonada por el guerrero heroico --piensen Uds. en la Ilíada, en Los de abajo y en "Semejante a la noche" de Alejo Carpentier--, Gloria Guardia logra individualizarla completamente con una buena fusión de datos históricos y personales.

Hija de un panameño y de una nicaragüense, Gloria Guardia, igual que Sinán y que Jaramillo Levi, ha vivido mucho en el extranjero. A partir de los trece años estudió en los Estados Unidos y después en Madrid. Desde 1995 vive en Bogotá pero hay que constatar que vivió veintisiete años en Panamá, entre 1968 y 1995. En esa época, publicó la novela El último juego que mereció el Premio Centroamericano de Novela EDUCA para 1976. En la novela se emplea la técnica de la asociación libre para captar las condiciones de vida de la oligarquía panameña en el momento en que se está negociando el nuevo tratado del Canal con Ellsworth Bunker. El protagonista Roberto (Tito) Augusto Garrido, hijo del Presidente, resulta secuestrado por un grupo de guerrilleros que irrumpen en su casa durante un coctel en honor del embajador de los Estados Unidos. Sin embargo, no se trata de una novela de suspenso porque desde el principio se sabe que los guerrilleros ya soltaron a Garrido después de que el gobierno accedió a sus demandas.

Garrido es en gran parte el narrador dirigiéndose a su amante Mariana y divagando acerca de su esposa Enriqueta y sus niños. Al mismo tiempo, mediante el entretejimiento de la historia del asalto y del secuestro con el tema amoroso, se pinta todo un fresco nacional que incluye los consabidos elementos geográficos, históricos y étnicos. Es tal vez la novela muralista más abarcadora de Panamá desde Los Capelli (1967) de Yolanda Camarano de Sucre.

Para complementar el estudio de los cuatro cuentistas --Rivera, Sinán, Jaramillo y Guardia— hice una encuesta de las ocho antologías que tenía en mi estante panameño con el propósito de reforzar o desmentir mi hipótesis. En realidad, hay que tener en cuenta que la primera antología, la de Rodrigo Miró del año 1950, tal vez haya servido de pauta para algunas de las siguientes. De todos modos llama la atención el hecho de que el segundo cuento panameño en la antología de Miró y el primero en otras tres sea "La zamacueca" de Darío Herrera, cuento regionalista pero ubicado en Chile con la rivalidad entre un turista inglés y un roto chileno.

Por otra parte, en la antología más reciente que he consultado, Hasta el sol de mañana (1998) preparada por Enrique Jaramillo Levi, más o menos dos tercios de los cincuenta cuentos están totalmente despanameñizados, tanto en tema y espacio como en lenguaje. Como se trata de una colección de cuentos escritos por gente nacida a partir de 1949, los cuentos escogidos pueden reflejar las preferencias cosmopolitas del antólogo. De los cincuenta cuentos el que más me impresionó fue "El camaleón" de Claudio de Castro (1957). Me gustó tanto que leí tres tomos de sus cuentos: La niña de Alajuela (1985), El juego (1989) y El camaleón (1991). La mayoría de los cuentos son de tipo cosmopolita, dentro del absurdismo. Llama la atención que el único cuento con detalles regionalistas es "La niña de Alajuela", de Costa Rica.

Sin embargo, en honor a la verdad, tengo que confesar que la encuesta de las antologías revela que Panamá tiene el mismo porcentaje de cuentos identificados con la nación que cualquier otro país hispanoamericano. Así es que tengo que concluir admitiendo o reafirmando que en el cuento panameño los temas, el espacio y el lenguaje cosmopolitas no predominan, por lo menos estadísticamente, sobre los cuentos de sabor auténticamente panameño.

Hasta los cuentistas más cosmopolitas como Rogelio Sinán, Gloria Guardia y Enrique Jaramillo Levi han expresado su fuerte indentificación panameña en otras obras. Además, hay que constatar que existen otros autores como Pedro Rivera y Dimas Lidio Pitty en cuyos cuentos se destaca más el compromiso con la problemática nacional y más específicamente con los problemas socioeconómicos.

Quien ofrece un enlace tanto con Pedro Rivera como con Gloria Guardia es Rosa María Britton. ¿Quién inventó el mambo? (1985) es una colección de ocho cuentos, cada uno de los cuales transcurre en los distintos departamentos de una casa actualmente convertida en una colchonería, sólo que los inquilinos no son tan pobres como los de la casa de El Chorrillo en Las huellas de mis pasos. "Semana de la mujer" y otras calamidades (1995) también es una colección estructurada como unidad. En cada cuento se menciona un cursillo o un seminario destinado a liberar a las mujeres.

No obstante, el tono irónico desmitifica el movimiento liberacionista sin renegar de los abusos sufridos por una variedad de mujeres urbanas panameñas, en general de la clase media. De cierta manera, el tomo de Rosa María Britton complementa Cartas apócrifas de Gloria Guardia, que se dedica a mujeres individualizadas de fama internacional. Habrá que ver hasta qué punto los nuevos cuentistas panameños en la nueva época histórica, la época marcada por la entrega final del Canal, seguirán la ruta nacional que incluye lo cosmopolita o si escogerán otra bifurcación.


Notas

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vuelve * Este ensayo se publicó originalmente en la Revista Iberoamericana N° 196, Vol. LXVII, Julio-Septiembre, 2001 y se reproduce en Istmo con la autorización de su autor y de la Dra. Mabel Moraña, Directora de Publicaciones de la Revista.


Bibliografía

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Antologías

Tomos individuales de cuentistas panameños

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