Edward Waters Hood

Una odisea artística: entrevista con Mario Bencastro

Northern Arizona University

Edward.Hood@NAU.EDU


Mario Bencastro (n. Ahuachapán, El Salvador, 1949) es autor de Disparo en la catedral (novela, 1990) y Arbol de la vida: historias de la guerra (cuentos, 1993), textos sobre la guerra civil salvadoreña, y Odisea del Norte (1999), una novela sobre la emigración de salvadoreños y otros latinoamericanos a los Estados Unidos. Estos libros, editados en los Estados Unidos, México y El Salvador, han sido traducidos al inglés. La traducción al inglés de Odisea del norte fue publicada el año pasado en la India y una versión en francés del relato "Odisea del mar" apareció recientemente en la revista literaria Boutures de Haití. En esta entrevista, el escritor habla de su libros, su trayectoria artística y su compromiso con el arte.

I

Ed Hood: ¿Qué tipo de experiencias has tenido en la vida?

Mario Bencastro: Soy un escritor relativamente nuevo. Mi modelo de persona es Monseñor Romero. Cuando a él le preguntaban sobre su vida personal, decía que era absolutamente aburrida, y que lo que hacía su vida interesante era su fe en Dios y su trabajo con los pobres. En mi caso, lo que hace mi vida interesante es mi familia, mis amigos y el arte con preocupación social.

¿Podrías pensar en algunas experiencias que han tenido una influencia en tu obra?

No fui educado para ser escritor sino para ser pintor. A la edad de dieciséis años, instigado por un profesor, participé en un concurso de dibujo y gané un premio nacional. De ahí fue que me impulsaron a estudiar pintura. Para 1975 ya había expuesto mi obra en muchas partes y estaba desarrollando un estilo personal. Esa fue mi primera fase artística. Fue durante los años setenta que decidí reflejar la realidad de mi país en la pintura. Me di cuenta que no era posible porque en ese tiempo mi estilo era geométrico y totalmente abstracto, no figurativo. Para reflejar los problemas sociales tenía que cambiar mi estilo y encontrar uno quizá parecido al de Diego Rivera. Concluí que iba a ser muy difícil y que me llevaría acaso diez años cambiar mi estilo, porque usualmente un pintor evoluciona de lo figurativo a lo abstracto, y no al revés como sería en mi caso. Entonces, empecé a experimentar con la palabra escrita y a investigar la historia salvadoreña. Paulatinamente dejé de pintar. Comencé a escribir con el golpe de estado del setenta y nueve. Ese evento le dio golpe de estado también a mi pintura. Fecha bastante crítica para mí porque fue cuando decidí empezar a escribir y a contar la historia salvadoreña. Cambié de una expresión artística a otra. Diez años después, en 1989, terminé Disparo en la catedral, participé en el Premio Internacional "Novedades y Diana", y tuve la suerte de resultar finalista con un escritor como Abel Posse. La editorial Diana publicó el libro en México. Y así empezó todo. Tuve el mismo tipo de suerte con mi primer trabajo literario que tuve con mi primer trabajo como pintor: entré por la puerta grande con un premio.

¿Hay paralelismos entre tu trabajo de escritor y tu trabajo de pintor?

Creo que en realidad nunca he dejado de pintar. Muchos comentan que mis novelas y cuentos son muy visuales, y que existe en mí obra literaria la preocupación por establecer apropiadamente el escenario en el que mis personajes actúan. No sólo narro que el personaje se levanta y se marcha, sino que, como si estuviera en una obra de teatro, que se levanta, mira para todos lados, abre la puerta y sale a la calle. Son detalles en los que usualmente se fija alguien que está haciendo escenografía o está diagramando una pintura, son elementos que preocupan a un pintor.

¿Y la técnica de la fragmentación y las historias paralelas?

Las historias paralelas, la estructuración, la disciplina casi geométrica, todas esas cosas las aprendí de la pintura. Uno de los períodos de la pintura que más me entusiasmó fue el cubismo; y cierto período del cubismo aspiraba a mostrar un objeto desde muchos ángulos a un mismo tiempo. Creo que este concepto influyó en mi decisión estructural de Disparo en catedral, que trata de mostrar literariamente el drama salvadoreño desde muchos puntos de vista. En esa novela, uno de los personajes es un pintor que busca una forma de reflejar la realidad social a través del arte. Disparo en la catedral es una novela de transición, no sólo artística sino también de mis convicciones sociales.

Tu novela Odisea del norte es un texto muy realista que expone todos los males sociales. Sin embargo, es una denuncia sin llegar a ser una novela panfletaria, ¿no?

Concebí Odisea del norte como un gran lienzo donde podía incluir todos estos elementos, como un mural podríamos decir, viéndolo desde el punto de vista de las artes visuales, donde podría aprovechar la oportunidad de tener una voz de escritor para ofrecer al lector los diferentes aspectos --como un calidoscopio-- de la inmigración salvadoreña. Incluso hay una parte que narra la historia de la emigración salvadoreña dentro y fuera de El Salvador, como por ejemplo la emigración a Honduras. Me interesa presentar el tema en diferentes perspectivas, y también enfrentarlo de una manera histórica y responsable. Muchos escritores abordan este tema pero lo hacen de una manera superficial y pasajera, acaso porque siempre está de moda en los Estados Unidos por ser éste un país de inmigrantes.

El libro es didáctico hasta cierto punto, porque la gente de Estados Unidos sabe muy poco del tema, pero la obra evita politizar el tema, ¿no?

No hay necesidad de politizarlo. En mis novelas trato de establecer un balance entre lo literario y la preocupación social. La política es temporal. La literatura es atemporal. Los partidos y las filosofías políticas son pasajeras. La política ata la novela a un tiempo y a un grupo determinado. Conviene exponer el tema con objetividad y que el lector tome la posición que mejor le parezca. Esa fue una lección que aprendí de la escritura de Disparo en la catedral. A pesar de que la obra trata sobre un período histórico altamente politizado, tenía que buscar la manera de representar la circunstancia del hombre común de forma objetiva y sutil, y que fuera el lector quien hiciera la decisión final en cuanto a quién es el malo y quién es el bueno. Disparo en la catedral ha sobrevivido aun después de doce años de haber sido publicada, pues se sigue leyendo y va en la tercera edición desde su publicación original en México en 1990. La leen en diferentes países, quizá porque tiene cierto valor literario y porque el aspecto político se trató con mucho cuidado para que no convirtiera la obra en panfleto. Esa lección la apliqué a Odisea del norte. Aún así, muchos creen que es una novela política, pero en realidad es una novela histórica.

En la novela, creo que además del conocimiento del tema, el sentimiento hacia el tema es también muy importante. Uno puede acercarse al tema con mucha simpatía y mucho interés, pero si es sólo para explotarlo, no se logra mucho. Escribir en realidad es como actuar; hay que meterse en el papel. Y no solamente en el papel del protagonista sino en el de todos los personajes. Cuando escribí Disparo en la catedral, para los pasajes sobre Monseñor Romero tuve que investigar su vida, acercarme a él, sentir su historia. A veces pienso que eso es cosa cultural. Cuando se publicó Odisea del norte, alguien comentó que se había escrito tanto sobre El Salvador, sobre todo durante la guerra civil, pero que se notaba que muy pocos de esos libros fueron escritos por salvadoreños, y que lo que distinguía a Disparo en la catedral del resto era que un salvadoreño genuino contaba la historia... Creo que lo mismo sucedió con Odisea del norte. Muchos han escrito sobre la inmigración, pero parece que antes de Odisea del norte no existía una visión histórica sobre la emigración salvadoreña a los Estados Unidos. De ahí que los profesores se emocionan con el libro y lo usan en sus cursos. Para alcanzar todo eso, creo que no únicamente hay que investigar el tema sino que hay que trabajarlo mucho: esta novela me tomó doce años escribirla. Yo medito mucho sobre mis personajes, las circunstancias, los períodos históricos. Cuando escribo revivo los personajes, trato de resucitarlos para darles una oportunidad de contar su propia historia, que difiere de la historia oficial que fue escrita por los vencedores. Los vencidos raras veces tienen la oportunidad de contar su historia, y esa oportunidad se las brinda la literatura.

Para experimentar con la historia hay que conocerla bien, para ser capaz de insertar en ella personajes ficticios y que ellos se conviertan en parte de la historia. Mucha gente que lee Disparo en la catedral me pregunta qué es real y qué es ficción en esta novela, porque hay una comunión entre la ficción y la historia. Muchos salvadoreños comentan que vuelven a leer Disparo en la catedral cuando desean revivir esos momentos críticos de la guerra civil. Incluso desean que escriba una segunda parte porque simpatizan tanto con los personajes que quisieran saber qué pasó con ellos después de la guerra. ¿Regresaron? ¿Murieron? El lector olvida, o se niega a creer, que todo eso es ficción, invención del escritor. Por eso Picasso afirmaba que el arte es una mentira que nos hace ver la realidad.

¿El tema de la emigración te ha tocado en persona?

Soy escritor producto de la guerra civil salvadoreña, y la emigración es una de las grandes consecuencias de la guerra. Fue en los años ochenta cuando se profundizó. Y como asiduo estudiante que soy de la guerra civil salvadoreña, era lógico para mí escribir Odisea del norte, y porque conozco esa realidad muy de cerca. Me preguntaron hace poco que si algún día me iba a retirar del tema de la guerra civil salvadoreña, que si iba a abordar otras temas, y me doy cuenta de que la emigración es un tema que también me inspira. Mis novelas van acompañadas de cuentos, por lo que estoy preparando una colección sobre la emigración, pero ya no sólo sobre la salvadoreña sino también sobre la haitiana y la mexicana. He terminado también "Vato guanaco loco", que está escrito en la jerga popular salvadoreña conocida como "caliche", para documentar el hecho de que cuando una persona emigra se lleva al hombro también su herencia cultural, la cual incluye sus costumbres y su lengua popular. Puedo afirmar entonces que la emigración se ha vuelto un tema de importancia para mí últimamente. Incluso acabo de terminar una nueva novela que se llama Viaje a la tierra del abuelo. En los Estados Unidos trabajo mucho con jóvenes de Chicago, Los Ángeles, Houston y Washington, D. C., lo cual me acerca mucho a la realidad de la juventud latina del Norte. Conozco sus problemas, sus ambiciones, sus fracasos; en una palabra su circunstancia. Muy poca literatura está dedicada a lo que llaman aquí "jóvenes adultos", por lo que he dedicado a ellos esta novela. Es de lenguaje ágil y directo, y de breve extensión, porque hay que competir con la televisión, el cine, el Internet, los juegos de video. Es necesario mantener la atención de los adolescentes con material imaginativo. La literatura tiene que competir con todo eso.

¿Cuáles han sido tus modelos?

El hombre común. La gente que tiene la peor parte de la vida, de la sociedad. La que vive y sobrevive en las situaciones más difíciles. Esos son mis héroes. Porque sobrevivir la guerra civil, los terremotos, la pobreza y la ignorancia institucionalizada, y poder seguir adelante y aspirar a vivir, eso para mí es muy heroico. Los personajes trascendentales no son para mí los ricos ni los grandes intelectuales. Mucha gente me ha preguntado por qué no escribo sobre los salvadoreños que han sobresalido económicamente en los Estados Unidos, y contesto que ellos son la excepción y no la regla. En el espíritu de Monseñor Romero, deseo escribir sobre los que no tienen voz, los olvidados. El drama humano es lo que me conmueve. No me acerco a un tema para explotarlo y lucrar con él. Pienso que, aún en los momentos más difíciles, el arte debe crear un margen de esperanza. La literatura no provee soluciones, pero sí cierta esperanza.

En cuanto al estilo, ¿cuáles son tus influencias?

Es difícil hablar de influencias, porque en esto pienso como Ernesto Sábato que el estilo de una obra lo dicta la acumulación de las historias y los temas que se van investigando. Se ha dicho que Disparo en la catedral es una novela salvadoreña por el tema pero no por el estilo. No sé hasta qué punto se puede hablar de una novela y de un estilo propiamente "salvadoreño", pero con Disparo en la catedral también aspiré a evolucionar un tanto la novela salvadoreña tradicional, y creo que en cierto sentido esta obra sentó un precedente en la narrativa salvadoreña y acaso centroamericana. Disparo en la catedral no es de un estilo específico, es más bien una acumulación de estilos, un "collage". Una mezcla de diferentes perspectivas y situaciones de la guerra civil, pues en ese tiempo todos los elementos que conformaban esa realidad tenían su propia voz, entonces, por qué no permitir esa multiplicidad de voces en la novela, sin que un determinado personaje sea el principal. En cuanto a estructura literaria, las novelas que más me han impresionado son Ulises de James Joyce y Conversación en la catedral de Mario Vargas Llosa.

Cada segmento breve de tus obras es completo y casi se puede leer independientemente del resto, ¿no?

Lo que sucede es que no tengo mucho tiempo para escribir, no me puedo dar el lujo de escribir capítulos largos y complicados. Escribo capítulos breves que puedo manejar, controlar y corregir en un período corto de tiempo. No es cuestión de estilo sino de necesidad. Eso es herencia de la pintura, de mi manera de pintar que llamé "modular", pequeñas piezas independientes que también pertenecían a una gran unidad que es la novela. Para mí, un capítulo tiene principio y fin, aparte de ser parte de una obra mayor también con principio y fin. De ahí que no dejo capítulos en el aire, por decirlo así. Encajan en la gran unidad, casi de forma geométrica. Esta estructura trabaja muy bien para los jóvenes, porque ellos prefieren obras espontáneas y breves.

La novela moderna no es muy psicológica. Los autores no tienden a entrar en la vida íntima de sus personajes. Creo que es así con tus personajes, ¿no?

Mis personajes están definidos a grandes rasgos, como brochazos. No sé si se debe a la modernidad. En mi caso no defino tanto al personaje para que el mayor número de lectores lo haga suyo. Por eso los dejo un poco borrosos. Noto también que mis personajes no interesan desde su punto de vista personal, sino por ser ellos producto de una circunstancia. Me interesan más las consecuencias que los personajes sufren a razón de la realidad. Me interesa más narrar el hecho que describir los personajes. Lo que me conmueve de una historia es la atrocidad de un hecho y el sufrimiento que éste causa en el ser humano. Las circunstancias dictaminan lo que somos. No me interesa mucho la individualidad sino las circunstancias que una sociedad, un régimen, impone al ser humano. Mis personajes son simbólicos, no representan un individuo en particular sino un pueblo.

II

En Disparo en la catedral hay mucha discusión sobre el proceso de pintar y uno de los personajes es pintor. ¿Estabas consciente de este aspecto de la novela al escribirla?

Es una discusión sobre qué es arte, y si el arte debe reflejar la realidad y los problemas sociales. Es una de las preocupaciones que tuve porque estaba escribiendo una novela que reflejaba un momento social, pero también estaba creando una obra de arte. Tenía que combinar las dos cosas, para que esa obra de arte no fuera simplemente un objeto decorativo, una diversión, pero que así mismo reflejara una preocupación social. Soy escritor producto de una guerra civil, por lo que siempre me preocupa ese balance entre arte y realidad.

Hay una mezcla del realismo con el realismo mágico en tus primeros cuentos, y me parece que hay un cambio en las novelas, ¿no?

Es que en Disparo en la catedral la historia, las estadísticas y el momento social y político eran tan fuertes que acapararon la obra. Allí se narran hechos muy fuertes como la muerte de Monseñor Romero y la destrucción de un periódico. Pero me parece que en los cuentos de Arbol de la vida me tomé ciertas libertades. Estos cuentos son de un concepto ambicioso porque narran un momento moderno combinado con matices de la mitología maya. Un experimento bastante difícil que no sé si logré materializar, pero que es un ejemplo de los desafíos que propone la literatura. Uno de esos cuentos lo escribí en 1982 y es un llamado a la paz. Tuvieron que pasar diez años para que la paz llegara a El Salvador. La literatura a veces se adelanta a la realidad. "Historia de payaso" es uno de los primeros cuentos de ese período. Se publicó primero en inglés y después en español. Había pasajes que yo iba encontrando en mi investigación para Disparo en la catedral que se negaban a ser capítulos de la novela. Y eso a pesar de que en esa obra puede caber casi cualquier cosa porque es de un estilo amplio y diverso. En cierto modo estos pasajes exigían ser cuentos. La primera edición se publicó en 1993 en El Salvador. La segunda edición, publicada por Arte Público en inglés y en español en los Estados Unidos, incluye la novela breve "Había una vez un río", de una estructura experimental, y cuyo tema de fondo es la masacre del río Sumpul durante la guerra civil.

¿Puedes hablar un poco de tu traductora?

Susan Giersbach Rascón es una traductora muy popular. Ha traducido muchas obras de autores guatemaltecos y recientemente de un cubano. Está traduciendo Viaje a la tierra del abuelo. Es una persona muy ocupada ahora, imparte clases de traducción en la Universidad de Milwaukee. Ella empezó su carrera como traductora con Disparo en la catedral (A Shot in the Cathedral) y ha tenido mucho éxito. Sus traducciones han recibido comentarios bastante favorables.

Recientemente hiciste un viaje a El Salvador. ¿Cómo ves las cosas en El Salvador después de la guerra y el terremoto?

Se creía que doce años de guerra civil y más de 75.000 muertos eran suficiente precio para lograr reformas estructurales como las que pedía Monseñor Romero, reformas que redundaran en beneficio de los pobres. Pero, en estos momentos, quizás por el período de posguerra que se vive, es muy difícil ver eso. En El Salvador ahora se dice que los que antes de la guerra eran millonarios, ahora son multimillonarios, y los que antes eran pobres ahora son miserables. La violencia de la guerra civil ha sido reemplazada por la violencia criminal. Hay libertad política, pero a veces los pobres dicen "Es preferible tener qué comer que tener libertad política." Es difícil en estos momentos ver un panorama positivo, especialmente si se aprecia desde el punto de vista de los pobres. Y según ellos las tan esperadas reformas no han llegado. La única esperanza es que los antiguos líderes de la oposición que ahora se han convertido en líderes políticos en la Asamblea Legislativa se acuerden de las clases pobres que los apoyaron durante la guerra y trabajen ahora para implementar leyes en beneficio de los pobres. El panorama es bastante oscuro, y de ahí viene la criminalidad que tiene base en la miseria. Después de la guerra se hablaba de cierta bonanza económica, de la pujanza de la industria de la vivienda, pero los pobres continuaban viviendo en casas de lámina y de cartón. Eso empeoró después del huracán Mitch. Y con la destrucción a causa de los terremotos El Salvador retrocedió tres años en su desarrollo material y social, según reportes recientes de la ONU. El Salvador es un país de sobrevivientes. Siempre estamos tratando de recuperarnos de una calamidad creada por el hombre o por la naturaleza. El espíritu de sobrevivencia es parte esencial de la salvadoreñidad.

Para terminar, ¿puedes decir algo sobre "Odisea del mar"?

Cuando hacía la investigación para Odisea del norte me di cuenta de que la emigración es un tema literario enorme, tanto como la vida, el amor y la muerte. Entonces concluí que no era sólo aplicable a Centroamérica sino también a otras regiones, como Haití que tiene muchos paralelos con El Salvador. Ese país es víctima no solamente de las consecuencias políticas de su propio país sino también de las de otros países. "Odisea del mar" es un relato en que experimenté con la historia y la ficción como en Disparo en la catedral. Tiene como escenario el océano Atlántico, en que se desarrolla el increíble viaje de 109 hombres, mujeres y niños, que remontan el mar en una pequeña embarcación. El marco histórico es la intercepción de los balseros haitianos por guardacostas estadounidenses durante el golpe de estado en Haití de 1991. Para entonces, un total de 24.559 balseros haitianos habían sido interceptados en el mar y devueltos a las costas de Haití, negándoseles el asilo político. El elemento ficticio es el naufragio de 109 haitianos que parten de Puerto Príncipe hacia la Florida, pero que un huracán los desvía y van a parar a Venezuela. Me satisface el hecho de que finalmente pude escribir sobre otro país, y que la gente haitiana tomó esta narración como suya y se publicó en francés bajo el título de "Odyssée en mer" en Boutures, publicación animada por los poetas haitianos Georges Castera y Rodney Saint-Eloi que se edita semestralmente en Puerto Príncipe. La escritura, la traducción y la publicación de Odisea del mar representaron una verdadera odisea, que pone de manifiesto que la literatura no tiene fronteras y que a veces se hace posible por esfuerzos de la comunidad internacional. El relato fue escrito en español en Virginia por un salvadoreño con la ayuda de un escritor colombiano (Arturo Salcedo); traducido al francés por una profesora de la Universidad NorthPark de Chicago (Anne-Marie Andreasson); editado en Roma, Italia, por Louis-Philippe Dalembert (haitiano) y finalmente publicado en Haití.

Odisea del norte se ha publicado en los Estados Unidos y también en la India, ¿no?

Se publicó en la India en inglés, exactamente como se publicó en los Estados Unidos, con la misma portada. En la actualidad hay una emigración masiva de hindúes a los Estados Unidos. Esta novela también puede ser como una guía de cómo emigrar a los Estados Unidos. Imagino una multitud de hindúes recorriendo México con Odisea del norte en la mano, preguntándose cuál es la próxima etapa del viaje. Eso para mí es curioso. La literatura me ha dado sorpresas muy agradables. Es que para mí la literatura no es una profesión sino una afición. La creación de un mundo en que puedo controlar y establecer los parámetros de esa aventura, de esa odisea, que se va a desarrollar. Creo que si perdiera el gusto por escribir o si se convirtiera estrictamente en trabajo, dejaría de hacerlo. Parte de la aventura es que todavía tengo mucho que aprender, aún hay extensos territorios por recorrer, mundos por descubrir, pues llevo apenas dos décadas escribiendo.

¿Te consideras un escritor salvadoreño?

Me preocupé mucho porque Disparo en la catedral, un drama salvadoreño, se pudiera leer en cualquier parte del mundo. Muchos salvadoreños piensan que es una novela salvadoreña importante. Pero también me escriben de la Argentina, de la República Dominicana, de los Estados Unidos, de Ecuador, de Francia, de Australia y de Puerto Rico comentando positivamente el libro. Eso comprueba que sin dejar de ser salvadoreño escribo para todo el mundo. Lo que me hace sentirme inmigrante y de paso en los Estados Unidos es la literatura, la cual me une a mi país de origen. Pienso que quizás eso no habría sucedido con la pintura, y que acaso mi estilo abstracto-geométrico me habría alejado de mi país. La literatura, sin embargo, se convirtió en la balsa que salvó a mi conciencia social y a mi salvadoreñidad de hundirse en el mar del olvido.

©Edward Water Hood

 


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