Martha Elena Munguía
Zatarain
La construcción del universo
poético en Cuentos de barro de Salarrué
Universidad de Sonora
mmunguia@guaymas.uson.mx
Obras citadas
Si el canon literario no se forjara sólo desde los centros
económicos y culturales hegemónicos, seguramente los cuentos de
Salvador Salazar Arrué, Salarrué, estarían siempre presentes
en las antologías de literatura hispanoamericana, figurarían en
primer lugar en las historias literarias, hubieran merecido mucha más
atención crítica de la que se les ha brindado hasta ahora. En
condiciones desventajosas, de aislamiento, de menosprecio hacia las periferias
culturales, la obra de Salarrué resiste el paso del tiempo, asoma de
vez en cuando en alguna antología la de Seymour Menton, por cierto
pero se extraña en la más voluminosa de Fernando Burgos y en otras.
Con respecto a su incorporación en las historias literarias,
puede hablarse también de silencios o de incomprensión. Por ejemplo,
José Miguel Oviedo reconoce que Salarrué, "casi ignorado
fuera de su región, necesita todavía ser redescubierto y estudiado
a fondo"; sin embargo, en sus consideraciones críticas pondera la
parte metafísica de su obra frente a Cuentos de barro que despacha
de la siguiente manera:
Es cierto que su realismo de ambiente campesino y de sabor popular parece
simple y muestra a veces rezagos del más convencional nativismo. Sin
embargo, en otras partes de su obra no se detiene en el mundo objetivo y la
solidaridad con los pobres de la tierra. (Oviedo, 2001: 545-546)
Así, se hace obvio que es necesario volver a su obra,
aun a la más conocida y celebrada, Cuentos de barro, dado que
todavía resulta posible resolver su complejidad en un párrafo
como el citado. Comentaré aquí algunos elementos artísticos
de Cuentos de barro porque creo ver en ellos una propuesta novedosa,
deslumbrante, del género cuento.
Lo primero que asoma a la vista en la lectura de estos cuentos
es la recurrencia a arcaísmos, regionalismos, neologismos, formas orales
de origen campesino y más propiamente indígena, incluso marcados
en cursivas por el propio autor y tal vez por estos rasgos lingüísticos
se le ha leído como continuador del costumbrismo o del regionalismo.
Sin embargo, no pienso que el inventario de sus características léxicas
nos revele el proyecto estético que late en los relatos. Entonces, ¿Qué
hace Salarrué con todas estas formas?
La mayor parte de los cuentos están dirigidos y orquestados por una voz
única y externa al universo narrado y además esa voz se encarga
de dejar huellas nítidas de su exotopía con respecto al horizonte
de sus personajes: "José Pashaca era un cuerpo tirado en un cuero;
el cuero era un cuero tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en
una ladera" (Salarrué, 1977: 50). Así empieza uno de sus
cuentos ("La botija") y el enunciador no es sólo ajeno a José
Pashaca, sino que parece estar mirando por encima de él, del rancho donde
yace el cuerpo y de la ladera donde está ubicado el rancho. Pero con
la elección de esta perspectiva, el narrador ha ganado la posibilidad
de la aprehensión privilegiada para construir la imagen plástica
del abandono total: la indolencia pero también el desamparo y la desolación
del mundo.
"Lo que él buscaba sin desmayo era una botija,
y siendo como se decía que las enterraban en las aradas, allí
por fuerza la incontraría tarde o temprano" (Salarrué,
1977: 50) dice el narrador un poco más adelante y de ser ajeno al mundo
del personaje, imperceptiblemente, en su acento se ha cruzado la inflexión
de la voz del personaje: José Pashaca, con su empeño por hallar
el tesoro enterrado, ha entrado en la perspectiva del narrador y la ha reorientado,
por ello la irrupción de "la incontraría "...
No es el narrador ya el que impera aquí, es la conciencia, es la visión,
es la voz del personaje. Y esa es una de las ambigüedades de los cuentos
de Salarrué: aparentar una perspectiva ajena que simplistamente está
contando hechos y vidas de campesinos salvadoreños de quienes se toman
prestadas expresiones para dar colorido a la historia; pero no es así,
las vidas de esos indígenas se posesionan del relato e imponen su voz
y su horizonte.
Los Cuentos de barro están construidos en una
tensión proyectada en múltiples niveles, uno de estos niveles
de tensión se ubica precisamente en la enunciación: por un lado
aparece la expresión "correcta", castiza del narrador, frente
al habla campesina, de raigambre indígena de sus personajes. Pero no
se queda en un mero enfrentamiento entre corrección e incorrección;
no son exhibidas las hablas rurales como en un aparador: tienen vida, expresan
una conciencia, una visión de mundo que termina por imponerse en el universo
creado y en el habla pulcra del narrador. Este modo de operar tiene otras repercusiones
que es necesario revisar para entender el universo poético de estos cuentos.
Hay un segundo nivel de tensión que es fundamental tener en consideración
para entender la poética de estos textos: la tensión entre los
segmentos descriptivos y los narrativos. Pero no se trata de la obvia diferencia
de funciones entre ambas formas discursivas. Los segmentos descriptivos están
construidos con un dominante tono lírico hecho de metáforas novedosas,
deslumbrantes, que inevitablemente recuerdan los momentos más logrados
de la vanguardia, para aprehender la naturaleza, el entorno:
La tarde herida cayó detrás del cerro con lala azul
tronchada y el pico dioro entriabrido. El nido de noche quedó
solito, con piojío de estrellas y el huevo brilloso de la luna.
Plumas quedaron angeleando, tristosas (1977: 63).
El sucesivo encadenamiento de metáforas da una renovada
visión de la naturaleza que nada tiene que ver con la tradición
regionalista; revela la verdad que subyace agazapada en los hechos menudos,
tiende hacia la construcción de sentidos, de vida, de presencia activa
del entorno, no como mero paisaje, escenario: "lijaban los grillos, puliendo
el silencio" (1977: 63), y este pasaje no es puro ornamento, crea un efecto
de vida total en el cuento. En estos segmentos, parece ser, una vez más,
el narrador omnisciente, culto, letrado el que busca dar una imagen plástica
del universo que habitan sus personajes. Pero si llegamos al punto donde se
intersectan descripción y narración, podemos poner en duda la
pureza de lo lírico:
En una embrocada que se dio el camino, saltó cheleante el pueblo;
y desde la torre de la iglesia, el ojo con dos pestañas del reló se les quedó mirando ceñudo, y no los perdió de vista
hasta que embocaron por la plaza (1977: 64).
El narrador ha articulado lo que la madre y sus dos hijos van
mirando camino al pueblo, son ellos, en su paso acelerado los que viven la fuerza
vital del camino, ellos los que en su temor, perciben el reloj de la torre de
la iglesia como un vigilante ceñudo, imagen en la que se concentra toda
la hostilidad del mundo hacia esas criaturas desposeídas que van esperanzadas
por los juguetes que reparte el cura por ser Nochebuena. No es el narrador tejiendo
imágenes idílicas de la naturaleza, al margen de la tragedia que
viven los personajes.
Ahora bien, ¿Qué narra un cuento como éste? Casi nada.
Un puro caminar de tres sombras hacia la iglesia hasta topar con la desilusión
y emprender el camino de regreso. Es un círculo que se cierra. Cuando
inician la caminata, oyen una "risa de la guitarra", cuando van de
regreso también "oyeron la risa de la guitarra" (1977: 64)
pero algo ha cambiado radicalmente, algo que no se menciona explícitamente:
la esperanza se ha vuelto frustración. Y en ese apenas contar, encierran
un mundo pletórico de sentidos y de fuerza.
Podemos ir reconociendo uno por uno sus procedimientos para
crear imágenes: la sinestesia, la metáfora, la hipálage,
la prosopopeya, la metonimia, etc., y dicho reconocimiento ayudará a
entender una parte de los elementos composicionales de estos textos: el lirismo
que indudablemente está presente. Sin embargo, es preciso apuntar que
no basta con hacer el puro inventario de las figuras retóricas para explicar
la intensa conmoción anímica, ética e intelectual que provoca
la lectura de estos textos; de cifrar el análisis en este recorrido nos
quedaremos siempre con una idea pálida de lo que es la unidad significativa
de los Cuentos de barro. Por ejemplo, ¿cómo se podría
explicar desde una perspectiva puramente retórica, de procedimiento,
los muy distintos sentidos que adquiere esa "risa de la guitarra"
que en "Nochebuena" oyen la madre y sus dos hijos camino hacia el
pueblo, frente a la que oyen en el regreso? La primera se siente esperanzada,
alegre, la segunda puede sonar a burla.
Se podría decir que algunos de sus cuentos parecen cuadros puestos en
movimiento, un movimiento apenas perceptible, pero con decir sólo eso
tampoco entenderemos cómo es que estos textos encierran esa fuerza creadora
que da una nueva perspectiva del mundo, una nueva visión.
Para entender la poética de los cuentos de Salarrué,
acaso sea de ayuda pensar en el nivel tensional básico, profundo, sobre
el que se monta el sentido: el ethos lírico que, inesperadamente,
provoca un pathos trágico. En esa pugna se revela un mundo aprehendido
estéticamente nunca antes nombrado y es en este plano en el que podemos
entender la propuesta estética que alienta en los Cuentos de barro : hacer del cuento una metáfora; construir el cuento al modo como se
construye una metáfora. Pero aquí no se entienda metáfora
en el sentido retórico, sino como el punto de reunión tensa de
dos ámbitos habitualmente separados, opuestos, incompatibles, dos universos
de sentido, de emoción y en ese punto de choque es donde se genera un
nuevo sentido, un mundo nuevo.
Si el discurso lírico se ha caracterizado por materializar en metáforas
y figuras su potencial de representación, si apela al principio de armonía
y simultaneidad musical en una voz única que apenas acepta registros
alternos, siempre como inflexiones de ese tono único, Salarrué
explota esta forma de representación, pero introduce en ella la fuerza
de la contradicción para poner en tensión la apariencia de armonía
y de univocidad. Todo se trastoca así y en el seno de lo lírico
se siembra lo trágico.
Nadie puede poner en duda que los relatos de Salarrué encierran, todos,
una amarga y dolorosa historia, trágica, de abandono, de soledad, de
miseria ancestral, de orfandad, de desposesión, parece no haber escapatoria;
y, sin embargo, no resuenan quejas, ni lamentos: la tragedia se ahonda por el
tono en el que están contadas esas vidas, ese tono aparentemente ajeno,
sostenido por una voz que apenas se detiene a decir, sin hurgar más lo
insondable de esos dolores y por eso, el dolor, apenas aludido, apenas rozado
al pasar, se hace más patético y terrible. El lirismo hace estallar
en mil pedazos la tragedia que se anida detrás. Veamos este pasaje del
cuento "Semos malos":
En la barranca cercana, Goyo y su cipote huían a pedazos en
los picos de los zopes. Los armadillos habíanles ampliado las
heridas. En una masa de arena, sangre, ropa y silencio, las ilusiones arrastradas
desde tan lejos, quedaban como abono, tal vez para un sauce, tal vez para
un pino...(1977: 55).
En esta imagen plástica de violencia, desolación
y muerte, el narrador quiebra la armonía de la naturaleza en la contraposición
de las ilusiones arrastradas por esos dos exiliados del hambre rumbo a Honduras,
en busca de una vida mejor, ilusiones convertidas ahora en abono de la barranca.
La fragmentación de tiempos y espacios como opción narrativa también
recuerda el proceder de la lírica. Pero este rasgo igualmente será
explotado en una dirección anímica distinta del lirismo, pues
se van a contraponer el cuadro aparentemente fijo, fragmentario, y la voluntad
de contar una historia, lo que en principio pide continuidad, hilación,
secuencialidad trabada. La fragmentación del texto en escenas es lo que
le da la posibilidad de actuar a ese narrador en los límites, siempre
en la frontera, al punto de la crisis, umbral de donde emerge el sentido.
"El viento" es un texto que puede ser de gran ayuda para entender
esta sugerencia: Salarrué ha extremado el escamoteo del relato y ha profundizado
en la sensación del cuadro en movimiento. Pero en dos escenas contrapuestas
cifra la tensión que desencadena el sentido: de un lado, el perro extraviado,
corriendo asustado y solo contra el viento, "en aquella anchísima
soledad, ensordecida por el viento era como un dolor extraviado" (1977:
70). Al final, en una escena apenas desarrollada, el viejo ciego buscando a
alguien, seguramente al perro que se le perdió, en un grito ya desesperanzado:
"¡Mirto, Mirto!". Un ámbito ilumina al otro y lo que
podía haberse quedado en un cuadro lírico inmóvil, sin
contradicción, se resuelve como un verdadero relato de la desolación
humana, de la orfandad sin remisión. Así, sin más explicación,
sin más narración, se unen en un punto dos desamparos para siempre
irreconciliables.
Si la tradición literaria indigenista trató de aprehender el mundo
de injusticia en el que se debatía ancestralmente el indio de América
Latina, no fue capaz, en cambio, de entender ese mundo desde dentro, y entonces
terminó reduciéndolo a sus propios términos. Resignación
es, por ejemplo, una de estas claves utilizada cientos de veces para traducir
a la visión occidental un estado de postración, de silencio contumaz,
de rabia contenida del indígena y que no puede entenderse en los marcos
de horizontes culturales ajenos. Salarrué crea una distancia profunda
con respecto a esta literatura: él no traduce, no interpreta. Así
lo expone claramente Sergio Ramírez:
[...] los cuentos vernáculos de Salarrué no sólo
penetran un plano real y concreto por debajo de la superficie metafórica
de su construcción, sino que logran deslindar y reproducir verdaderas
relaciones sociales, conflictos de dominio: el personaje de Cuentos de barro es el indio de Izalco, dueño de un habla vernácula que Salarrué
tamiza a través de un filtro poético, de unas costumbres y unas
creencias que afloran en los relatos[...] (Salarrué, 1977: xvi).
Salarrué puede recrear el estado de silencio, de aislamiento
y desolación del indio centroamericano e incluso puede apelar a la construcción
de una imagen de inmovilidad y abandono, como en "La brasa":
Solo y negro en la altura, el carbonero iba viviendo como en un sueño.
Tenía un perro mudo y una gran tristeza. Acurrucado y friolento, encendido
siempre el puro y el corazón, se estaba allí mirando
el abismo, sin remedio. (1977: 72)
La inmovilidad del carbonero en su silenciado sufrimiento está
en armonía con la fijeza con la que aprehende la imagen el narrador-poeta
pero este cuadro se hace relato dinámico, en la decisión última
de atravesar el umbral: "Una noche, aflegido, lió sus trapos
y se marchó pa nunca .../ ¡Puerca, mano, méi
juido dialtiro e la cumbre! ¡Miatracaba un pensar y un pensar!..."
Y el relato se ha hecho por obra de la contradicción entre la imagen
de la desolación, líricamente configurada por la voz ajena y la
irrupción de la voz del carbonero con su decisión de marcharse
para siempre.
Profundamente arraigados en su tiempo, en su espacio, en su cultura, emergen
estos cuentos casi mudos, apenas hechos palabra y hablan de la pobreza, de la
desposesión, de la desolación, de la desesperanza que es tan universalmente
compartida. El lenguaje que resuena en estos cuentos emerge como el espacio
de tensión para hacer crecer una imagen compleja, y contradictoria del
infortunio pero también de la posibilidad de la belleza, de la ternura
y de la redención del ser humano.
©Martha Elena Munguía
Zatarain
Obras citadas
- Oviedo, José Miguel, 2001: Historia de la literatura hispanoamericana
3. Postmodernismo, Vanguardia, Regionalismo. Madrid: Alianza.
- Salarrué, 1977: El ángel del espejo y otros relatos. pról., sel. y cron. Sergio Ramírez. Caracas: Editorial Ayacucho.
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