Sonia P. Ticas
Compromiso social y discurso profético en
la poesía
de Liliam Jiménez y Mercedes Durand
Linfield College
spticas@linfield.edu
Notas * Obras
citadas
La década de 1950 marca el rumbo que las letras nacionales
en El Salvador habían de seguir en la segunda mitad del siglo veinte.
En estos años surge la Generación Comprometida que agrupaba a
escritores con un programa de reivindicación para las masas y de denuncia
ante la injusticia socio-política. En el universo de la lírica
latinoamericana las nuevas generaciones de poetas se vieron influidas por la
obra de figuras cumbres como Pablo Neruda, particularmente su Canto general publicado en 1950. En dicha obra, como es bien sabido, se perfila el rol del
poeta como profeta y portavoz de su pueblo. En El Salvador, los jóvenes
escritores de la Generación Comprometida rechazaron esta noción
del poeta como un ser elegido ya que lo consideraban un miembro más de
las masas.1 Para las mujeres poetas, relegadas tradicionalmente a los márgenes
del quehacer cultural nacional, la situación fue en cambio diferente.
Escritoras como Liliam Jiménez y Mercedes Durand, asociadas con esta
generación de escritores, adoptaron las posturas de los poetas consagrados
latinoamericanos para legitimar su posición como intelectuales públicas.
De esta manera rechazaron el confinamiento al que la denominada "poesía
femenina" con toda su carga de intimismo, las había relegado. Al
mismo tiempo aprovecharon la coyuntura histórica del momento que prometía
cambios drásticos en las estructuras institucionales para hacer de su
poesía una obra que contribuyera a la configuración de una nueva
nación y a la creación de nuevos sujetos ciudadanos. En las páginas
que siguen nos ocupamos de examinar la manera en que se presenta en la lírica
de estas dos poetas el discurso profético, entendido éste como
la actitud y el lenguaje empleado por un escritor que se concibe como un ser
elegido para ser portavoz, líder o redentor de un pueblo oprimido.
La intensa situación política que se estaba viviendo
en el seno de la sociedad salvadoreña tras la caída de la larga
y cruenta dictadura de Maximiliano Hernández Martínez en 1944
posibilitó un espacio para el desarrollo de la literatura comprometida.
En un ambiente en que se replanteaba el rol de la literatura como instrumento
de cambio social, las transformaciones temáticas en la poesía
femenina así como la actitud de las poetas hacia su actividad creativa
eran inminentes. De estos cambios es testigo el conocido autor del Panorama
de la literatura salvadoreña, Luis Gallegos Valdés, quien
refiriéndose al desarrollo de la lírica femenina en las décadas
del cuarenta y cincuenta dice lo siguiente sobre la generación de poetas
a la que pertenecen figuras como Liliam Jiménez y Claribel Alegría:
... expresan en sus poemas --con diferentes intensidades y matices-- el dramatismo
y los dolores de la época. Siguen siendo como sus antecesoras, [entre
las que incluye a Claudia Lars], intensamente femeninas, si bien ha brotado
en ellas una inquietud que ya no es la meramente subjetiva de la mujer aislada
en su pequeño mundo hogareño, sino que ahora se vuelca, con
nueva y mejor preparación, hacia el entorno, para afrontar con más
inteligente seguridad la problemática del presente tan complejo, al
lado del hombre, considerado como compañero en la responsabilidad de
la aventura vital. (1996: 286)
No todas las poetas que menciona el crítico habían
adquirido, sin embargo, conciencia del rol potencialmente revolucionario que
podían desempeñar como figuras públicas. Para algunas era
menos arriesgado seguir escribiendo bajo el sello de la "poesía
femenina" con su temática tocante al hogar, la maternidad y la naturaleza,
todo lo cual la sociedad consideraba propio de la mujer escritora. Otras mientras
tanto, cuestionaron este estado de cosas y vieron la necesidad apremiante de
participar como mujeres y forjadoras sociales en la esfera pública nacional.2 Es así que desafiaron los rígidos parámetros culturales
en los que se inscribía la literatura de mujeres para escribir sobre
asuntos socio-políticos enfrentándose a la posibilidad del rechazo
o de una mayor marginalización. No se trataba en su caso de abandonar
las preocupaciones que como mujeres les tocaban muy de cerca; sino hacer que
la temática considerada tradicionalmente privada ocupara un lugar central
en el ámbito nacional. La maternidad, por ejemplo, deja de ser una experiencia
íntima para convertirse en una vivencia que tiene resonancias a nivel
nacional. De esta manera, tenemos en la poesía de Liliam Jiménez
y de Mercedes Durand a las madres e incluso a los niños participando
del proyecto para alcanzar la justicia social.3 En este proceso ambas redefinen
su rol de poetas como representantes y portavoces de un pueblo silenciado por
el poder oficial.
Liliam Jiménez (1924-), aparte de ser una reconocida feminista y activista,
es la poeta que está más en sintonía con la literatura
que se estaba produciendo en la década del cincuenta y después
en el país. Su compromiso y solidaridad con el sufrimiento del pueblo
salvadoreño la han convertido en una de las más reconocidas poetas
salvadoreñas de la segunda mitad del siglo veinte. Se radicalizó
en las filas de la izquierda intelectual durante su estadía en Guatemala
a fines de los años cuarenta donde trabajó de cerca con el Grupo
Saker-Ti de afiliación marxista. Raúl Leiva, su esposo, era de
hecho, uno de los principales impulsores de dicha asociación que fue
constituida por jóvenes escritores y artistas que trabajaban bajo el
lema de un arte "nacional, democrático y realista" (Arias,
1998: 28). Con la caída del gobierno socialista de Jacobo Árbenz
en 1954 Jiménez se exilió en México para luego volver a
establecerse en El Salvador dos años después donde contribuyó
desde distintos foros al desarrollo de la cultura nacional.4
Jiménez llevó a El Salvador toda una gama de
experiencias tanto a nivel político como cultural. En Guatemala tuvo
la oportunidad de estudiar a los más reconocidos nombres de la poesía
de las últimas décadas como Pablo Neruda, Nicolás Guillén
y Miguel Hernández que dejaron hondas huellas en su poesía (Jiménez,
1959: 11). Estas lecturas al igual que su militancia le permitieron desarrollar
una convicción muy clara de que las letras nacionales debían estar
al servicio del pueblo. En su rol de profeta, cree que el poeta tiene la capacidad
de descubrir la verdad, verdad que según su concepción del término
se encuentra en el seno del pueblo (Jiménez, 1959: 15). Su poemario, Sinfonía popular publicado en México en 1959, da cuenta
de toda esta visión. Uno de los poemas de esta colección revela
claramente ese momento iluminador en que la poeta descubre su misión
en el mundo:
Ahora observo al hombre
y asisto al nacimiento de la Era.
Me crecieron los pies y los cabellos,
me crecieron las manos y la lengua,
se alzaron luminosas mis palabras
y ascendió vigoroso el pensamiento. (1959: 33)
Sinfonía popular postula que el poeta encuentra
su inspiración en el pueblo que es a su vez el protagonista y receptor
de su verso. Por eso declara Jiménez en la introducción al libro
que los poetas están en el deber de hacer la palabra cada vez "más
clara, más diáfana, para que golpee como relámpago en la
conciencia de cada hombre". La poeta admite que ésta no es una tarea
fácil en un oficio en el que reinan la pretensión y la pedantería,
pero es la meta por la que, según ella, un escritor verdaderamente democrático
debe luchar para que su verso no se quede en el vacío (1959: 16). Su
lenguaje poético carece entonces de la grandilocuencia o el retoricismo
que suele caracterizar al discurso profético nerudiano según lo
definen Mike González y David Treece en su revelador estudio sobre la
poesía latinoamericana del siglo veinte, The Gathering of Voices (1992: 224-5). Jiménez busca una expresión más afín
con lo popular, creando una voz colectiva a la vez que se celebra la colectividad.
La poética principal que se desprende de esta colección es que
la poesía es una especie de canto coral, una sinfonía compuesta
por todo tipo de seres que tocan un instrumento distinto pero necesario para
crear una armonía total. En este caso, niños, mujeres, obreros,
amantes, y héroes nacionales conforman ese universo musical donde la
poeta funciona como una especie de directora que hace armonizar todos los elementos
dispares en un todo coherente. La figura poética, no obstante, no se
mantiene puramente en este rol, sino que interviene constantemente en "la
sinfonía" para afirmar su gran autoridad. Es ella, por ejemplo,
quien define el mensaje final de unión y emite la denuncia. La idea de
la colectividad no implica entonces en este caso una pérdida de la voz
del poeta sino refuerza su rol de profeta y líder de una comunidad unida
en una causa común.
Por otro lado, se podría argumentar que esta marcada
presencia de la voz poética de cierta manera socava el proyecto polifónico
y colectivo que propone la obra. Lo que tenemos es, por consiguiente, un hablante
lírico semejante al del Canto general donde el pueblo en sí
no habla sino a través del poeta. "Hablad por mis palabras y mi
sangre" es el famoso verso nerudiano que ha llegado a definir al poeta
como portavoz de una colectividad (González y Treece, 1992: 223). Jiménez
asimismo concibe al poeta como un agente capaz de representar un discurso público
colectivo:
Mi voz no es sólo mía;
es el soplo antiguo
de la lucha titánica del hombre
en la congénita esencia de la especie. (1959: 36)
En su dimensión de profeta el poeta aparece también
como un ser inmortal, una voz primigenia que pervive a través de todas
las edades. Es una especie de eterno testigo de la historia y como tal su poesía
contiene un mensaje vivo que perdurará a lo largo de los siglos. En el
poema titulado "Rapsodia a la muerte" Jiménez ilustra estas
ideas poéticas de una manera muy personal:
Antes de que me naciera mi madre
ya me habían nacido otras Edades,
generaciones de luchas y de sueños
que parieron el muslo y la idea
y la palabra quemante de los siglos.
Nací hace tiempos,
en el mundo primario de las formas,
de los estratos geológicos
en el desarrollo sinfónico del Cosmos. (1959: 36)
Esa sempiterna presencia del poeta asegura la continuidad en
la lucha por la justicia social. El poeta la alimenta de los frutos del pasado
a la vez que la inyecta de nuevas fuerzas describiendo los hechos heroicos del
presente:
El porvenir ha surgido del Oriente
y detrás de mi ser vienen los nombres,
vienen las juventudes
con el legado eterno,
vienen generaciones nuevas
que vivirán mis versos. (1959:36)
Según esta visión, la creación poética
implica un proceso dinámico y teleológico. La poesía es
un río que fluye interminablemente y que en su paso a través de
los siglos se alimenta de la savia y de la sangre del pueblo para desembocar
en una especie de tierra prometida. Las nuevas generaciones" de jóvenes
son quienes mantendrán viva esta utopía, según la poeta,
ya que no permitirán que muera su verso esperanzador. Entre estos jóvenes
incluye a los hijos de su entraña en quienes deposita esa esperanza de
regeneración y de incansable lucha. Así lo expresan los versos
dedicatorios del libro:
Hay voces de campanas en el aire:
son mis hijos que vienen cantando sobre el alba;
....
ellos son el futuro de los pueblos. (1959: 8)
Una parte esencial del discurso profético lo constituye
este constante diálogo entre las luchas del pasado y las del futuro.
Así, en el Canto general hay un rescate del pasado indígena
enterrado en Macchu Picchu al mismo tiempo que se retratan las hazañas
de los héroes del presente como promesa de un futuro digno para los pueblos
latinoamericanos. Jiménez, por su parte, no se remonta a un pasado indígena
sino torna la mirada a la historia moderna del pueblo salvadoreño para
traer al presente las luchas de su héroe nacional-popular por excelencia,
Farabundo Martí con el fin de anunciar un mañana redentor.
En el poema, "Sonata a Farabundo Martí", considera la muerte
de este luchador como un lúcido redespertar que apunta hacia un porvenir
promisorio. El poema, de hecho, lo encabeza un epígrafe que enfatiza
la muerte como un proceso de regeneración: "La vida nace de nuevo
de la muerte, y los individuos y las naciones que no saben morir tampoco saben
vivir. Sólo donde hay tumbas hay resurrecciones" (Pandit Nehru).5 En este sentido Jiménez quiere hacer de la muerte de Martí, en
manos de un gobierno militar opresor, un evento triunfal para la historia de
El Salvador. Busca redimirlo haciendo que su espíritu invencible retoñe
en el alma del pueblo de manera que éste pueda continuar la lucha que
quedó truncada con su muerte.
En esta resurrección del personaje martiano la poesía funciona
como una especie de conjuro, una vara mágica que despierta al que duerme.
Y la poeta aquí, actúa como una especie de Cristo haciendo milagros
sobre cuerpos inertes:
¡Haga la luz mi canto en las tinieblas,
que alumbre la inmensidad el pensamiento,
que se junten los huesos
y se levante altivo el esqueleto! (Jiménez, 1959: 39)
Su voz prodigiosa asimismo evoca poderes sobrenaturales: "Quiero
ahora cantar con voz de estruendo,/con la voz del trueno y del océano...../levantaré
a un muerto" (1959: 38-9). La poeta busca, en definitiva, reivindicar y
mitificar al héroe que ahora en su nuevo despertar será eterno:
voy a anunciarlo con sonar de campanas
entre las ráfagas del viento,
y que ruede mi canto
en vertiginosas notas
y que rompa los tímpanos
de los que ayer mataron,
y penetre punzante en la garganta. (Jiménez, 1959: 39)
En la segunda parte del poema, Jiménez hace énfasis
en el aspecto cíclico de la historia, su manera de repetirse en los pueblos
oprimidos. Si la poeta aquí vuelve la mirada hacia atrás en el
tiempo, advierte que es para dar vida a la "[...] Historia de los pueblos/
con su nocturno sueño" (1959: 39). Al rescatar al líder de
la revuelta campesina de 1932 también se propone rescatar la historia
del pueblo vencido en la cruenta matanza en que terminó dicha rebelión.
Esto lo hace la poeta no con el propósito de lamentar los fracasos pasados
sino para infundir una nueva esperanza; para estimular una lucha que casi dos
décadas de dictadura habían sofocado. He aquí su poesía
exhibiendo elementos proféticos visionarios pues ya en ella se anunciaba
que el ciclo histórico del pueblo salvadoreño tenía que
concluir con una revolución que removiera por fin los cimientos de la
injusticia institucional.
La poeta Mercedes Durand (1933-1999), cuyos inicios poéticos
datan de la década del cincuenta, también ha sido asociada con
la Generación Comprometida. Sus experiencias académicas en El
Salvador y luego en México la expusieron a los círculos estudiantiles
militantes en la izquierda. Su poesía en un principio revela un sello
muy personal pero pronto se va afiliando con la ideología de la generación.
En la colección, Espacios (1955), aparece un poema en el que la
poeta hace referencia a su compromiso político:
Desde que he visto todo,
desde que tropecé con los hambrientos
en las calles con pan
y harina derramada,
es inútil que crea
en la voz de los hornos
Desde entonces los niños
se desgajan dolientes
como los frutos que caen.
Mientras esto sucede
nosotros los poetas,
caemos con los pájaros
sobre la sinfonía de la rosa.
...............
¡Todos sabemos esto
sin movernos del sitio! (1971: s.p.6)
El nosotros implica una comunidad de poetas que no están
respondiendo a su realidad circundante que según la crítica que
presenta el poema éstos deben observar y denunciar. El hablante advierte,
así como lo hicieron los miembros de la Generación Comprometida,
que el poeta debe aprender donde fijar la mirada pues es fácil perderse
en un enjambre de rosas e ignorar dónde está el verdadero sufrimiento.
La voz poética se distancia de los escritores no comprometidos cuando
confiesa haber adquirido conciencia social. Lo ha "visto todo" con
lo cual sugiere que ya no será más una aliada de la explotación.
En la década del sesenta Durand define una voz más
comprometida con su época. En su antología de nombre Todos
los vientos (1971), y en particular en la sección titulada "Poemas
del hombre y del alba" se percibe una personalidad poética muy segura
de su envergadura social. Es aquí también donde se presenta más
claramente el rol del poeta como profeta. Al igual que en la poesía de
Jiménez, el poeta aquí aparece definido como una voz multitudinaria
y pluralista por excelencia ya que en su voz no sólo resuena la voz del
pueblo sino también la del siglo y aun la de la historia entera:
Soy la voz azotada del esclavo de Egipto
Soy la voz de las madres y la voz de los niños
cavadores de minas y de azules turquesas.
Soy la voz del esclavo labrante de la piedra
hablo en nombre de Atena de Megara y de Esparta
..............
Soy la voz de los mayas y su antigua cultura
macerada y destruida por el conquistador.... (Durand, 1971: 59)
El poeta para Durand, así como para Neruda y Jiménez,
es un profeta milenario, testigo y cronista de la historia oposicionista. Su
ojo oteador es luz que alumbra lo desconocido, que descubre en los intersticios
de la historia hegemónica los episodios que ésta ha dejado en
el olvido. Los primeros versos que abren la antología revelan este aspecto
de la manera siguiente:
Voy a decirlo todo
como lo vio el bisonte
y lo esculpió en las rocas
el hombre de Altamira...
Soy la lumbre del tiempo
y el corazón del mundo.
Soy un ser sin edades
sin cálculos
sin prisas
sin relojes de arena
sin sandalias
sin báculos
y sin abecedarios.
Soy un tiempo sin tiempo. (Durand, 1971: 11-12)
Hay en estos versos una imagen del poeta como un ser todopoderoso
al que no se le escapa nada. En su capacidad de ser escogido sólo él
puede arrojar luz sobre la historia. El poeta mismo encarna el tiempo o mejor
dicho la atemporalidad: "soy un tiempo sin tiempo". Esto le permite
navegar en el tiempo y el espacio sin límite alguno. Por eso al mismo
tiempo que hurga en el pasado, puede proyectarse hacia un futuro.
Al adoptar el rol de profeta, Durand no sólo engrandece la figura del
poeta sino también la dota de una senda responsabilidad. Lo infunde de
una fe extrema al depositar en él el proyecto utópico nacional.
Esta fe, como lo expresa en un poema, se basa en el hombre que trabaja y sueña,
"yo creo en las manos del hombre" y está arraigada en "la
simiente" y en el deseo de todos por crear un mundo de paz (Durand, 1971:
68). Pero también encuentra su asidero en el poder transformador del
poeta-profeta cuyo mensaje pervivirá aunque éste muera: "tengo
fe en ser profeta/ del siglo veinticinco" (1971: 69). Se entiende con este
verso que Durand a pesar de su idealismo es consciente de que la lucha por la
paz y la justicia social no tendrá una solución fácil.
Espera no obstante que su mensaje tenga relevancia aún en épocas
futuras. Mientras tanto la fe colectiva es lo que, según ella, mantiene
vivo el sueño.
Todos los vientos demuestra que Durand ha encontrado
no sólo una voz comprometida sino también una personalidad profética
que refleja su esperanza en el potencial transformador de la poesía.
En su obra Durand va mucho más allá del mero espacio nacional
para abarcar la historia de la humanidad. Esto es indicativo del deseo de universalidad
por parte de los escritores en un país que por la época sufría
una extrema marginalización en el continente mismo ya no se diga a nivel
mundial. La poesía de Durand refuerza la idea de que el mundo entero
está a la disposición del poeta, y en especial de la poeta, para
transformarlo y amoldarlo sin límites. En su caso esta tarea la facilita
el rol del poeta como profeta.
La apropiación del discurso profético por parte de Jiménez
y Durand es sorprendente en el contexto cultural latinoamericano de la época
donde eran las figuras masculinas las que tenían la autoridad de hablar
en nombre de una nación o de un pueblo. Estas escritoras, sin renunciar
a su identidad femenina, cosa que entonces se definía por su rol de madre
y esposa, no tuvieron temor de emitir sus denuncias amparándose en el
rol del intelectual comprometido. El discurso profético les permitió
incursionar en una temática tocante a cuestiones nacionales y las colocó
dentro de la comunidad de forjadores de una nueva conciencia social y política.
Aprovecharon la encrucijada histórica en la que se encontraba el país
para hablar con una voz pública que inscribiera en los anales nacionales
a aquellos seres silenciados por las instancias oficiales del poder. En todo
este proceso desafiaron las normas prescritas para la escritura de mujeres creando
nuevos parámetros que la infundieron de una temática amplia y
consecuente con la problemática socio-política de la época.
©Sonia P. Ticas
Notas
Arriba
vuelve 1. Véase al respecto
los capítulos sobre Roque Dalton de la tesis doctoral de Martivón
Galindo, "Soñando una nación y creando una identidad"
(University of California, Berkeley, 1998) particularmente las páginas
73 y 99. También Mike Gonzalez y David Treece apuntan hacia la crítica
que se le hizo a Neruda sobre el poeta como elegido, noción que se consideró
elitista y anti-democrática, pero a la vez reconocen que el Canto
general introduce un discurso de tipo colectivo al presumir la presencia
de una comunidad con una serie de valores compartidos. The Gathering of Voices (1992: 224).
vuelve 2. La década
del cincuenta se inauguró con lo que se consideró la primera constitución
democrática del país que le concedía por fin el derecho
al voto a las mujeres sin limitaciones. Se hablaba de modernizar el país
a la vez que se instaurarían servicios sociales que tanto le urgían
a las masas. Para más sobre esta época véase Historia
de El Salvador, Tomo II (San Salvador: Ministerio de Educación, 1994:
199).
vuelve 3. Estas representaciones
de la maternidad con matices sociales se habían dado ya en poemas de
Claudia Lars y especialmente de Lydia Valiente. Para esta última el embarazo
simboliza la creación de un nuevo ciudadano y con ella una nueva sociedad.
Véase su poema, "Mujer latinoamericana" publicado en el Diario
latino, 29 de mayo 1938 y su artículo, "Entrañas, semillero
de libertades", en Diario latino, 22 de septiembre 1943. Para más
sobre el tema consúltese el capítulo tres de mi tesis doctoral,
"Historia, feminismo y literatura: escritoras salvadoreñas 1920-1960"
Universidad de California, Berkeley, primavera 2001.
vuelve 4. Jiménez fue
una de las fundadoras de la "Fraternidad de Mujeres" que se destacó
por su línea socialista en la organización del sector femenino
laboral. Dicha asociación también proveía educación
para las mujeres y patrocinaba eventos culturales como conferencias. Jorge Arias
Gómez por ejemplo, dio una charla sobre la Generación Comprometida
en la que hace mención de la obra de Jiménez. Ver "Cuatro
poetas jóvenes" en Diaro Latino, 1 de diciembre, 1956.
vuelve 5. Pandit Nehru (1889-1964)
fue uno de los discípulos de Ghandi y promotor de la independencia de
la India. Fungió como primer ministro entre 1947 y 1964.
vuelve 6. S.p.: sin número
de página. El número de página de dónde proviene
este poema no se encuentra disponible.
Obras citadas
Arriba
- Aguirre, Mario Hernández, 1961: "La nueva poesía salvadoreña:
la Generación Comprometida", en Cultura 20: 77-94.
- Arias, Arturo, 1998: Gestos ceremoniales. Narrativa centroamericana 1960-1990,
Guatemala: Artemis y Edinter.
- Durand, Mercedes, 1971: Todos los vientos, San Salvador: Ministerio
de Educación.
- Gallegos Valdés, Luis, 1996: Panorama de la literatura salvadoreña,
4? ed., San Salvador: UCA Editores.
- González, Mike y David Treece, 1992: The Gathering of Voices:
The Twentieth Century Poetry of Latin America, London: Verso.
- Jiménez, Liliam, 1959: Sinfonía popular, México
D.F.: Ediciones Revista de Guatemala.
- Neruda, Pablo, 1992: Canto general, Ed. Enrico Mario Santí,
2nd ed., Madrid: Cátedra.
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