Elías A. Ramos

Alfonso Quijada Urías o la poesía como existencia

California State University, Northridge

elias.ramos@csun.edu

Obras citadas

 

Alfonso Quijada Urías es uno de los más genuinos representantes de la producción poética contemporánea salvadoreña, respecto a la cual su obra ilumina una trayectoria bastante compleja y de gran trascendencia. Pero no se trata de una relevancia en la historia de la poesía salvadoreña, en cuyo marco, sobre todo para las nuevas generaciones, constituye una obligada referencia, sino que, difícilmente puede desligarse la obra de Quijada Urías de la poesía como manifestación humana universal. Esto es, la poesía sin fronteras, respecto a la cual la obra de este poeta constituye una importante vía de aproximación, especialmente en lo que se refiere al espíritu poético de nuestro tiempo.

Quiero decir, espíritu de una poesía en trance de revelación, poesía errante, contradictoria, oscura, poesía que es encarnación del ser, del existir, un existir trashumante en pos de una, al parecer, imposible identidad. De allí, tal vez, el sentimiento de desarraigo, de soledad, tan generalizado en la poesía de nuestra época. No deja de tener razón Octavio Paz cuando destaca que se trata de "la soledad promiscua del que camina perdido en la multitud" (1981: 87); la soledad de quien marcha en pos de sí mismo pero que, a su paso, sólo encuentra vacío, como si el vivir, tal como testimonia Quijada Urías en algunos de sus poemas, no fuese más que un incesante entrar y salir de una forma, de un vacío, rasgo de un existir en permanente búsqueda de identidad, que es precisamente una de las constantes más comentadas respecto a la poesía contemporánea de Occidente.

De tal modo, dentro del marco general de esa búsqueda de la identidad, lo que se pretende en este ensayo es un acercamiento a ciertas zonas medulares del universo poético de Quijada Urías, cuyo estudio podría facilitar la comprensión no sólo de su obra sino también de determinadas constantes de carácter existencial que subyacen en la poesía de nuestra época. Desde tal perspectiva, asumimos los poemas como testimonio de vida, como evidencia de una búsqueda que, en esencia, tiene un carácter cognoscitivo, entendido esto en su acepción más diáfana. Es decir, como exploración del ser, de la existencia, del universo; la poesía como indagación de lo real: lo que es, lo que somos, lo que existe, la poesía como verdad.

"La escritura poética es la revelación de sí mismo que el hombre se hace a sí mismo" (1973: 233), escribió Paz, cita que nos sirve de asidero para abordar nuestro tema de estudio. Al respecto, partimos de un hecho fundamental en el discurso poético: el ser humano es un ser de palabras, hablar es ser. Somos lo que decimos. A través de las palabras revelamos nuestra más íntima condición, sacamos a la luz nuestra naturaleza original.

Entonces, desde tal ángulo, la función por excelencia de la poesía es revelar, hacer presente lo que permanece refractario al concepto: el misterio que nos rodea y conforma, la vida en toda la infinidad de sus matices, la aventura que encierra cada acto, cada gesto, cada partícula de ese universo del cual formamos parte. De tal forma, tiene razón la poeta francesa libanesa, Andrée Chedid, en su definición de poesía:

Lo que nos sobrepasa y cuya semilla llevamos
tan ciertamente como llevamos nuestro cuerpo
eso se llama Poesía.

El poema se nutre de movimientos
Su ritmo es el de la ola, su designio es atravesar. (1985: 38)

La poesía nos habita, se alimenta de nuestros gestos, nos traspasa arrastrándonos hacia la realidad, sumergiéndonos en la vida, trasponiendo todas las barreras que nos separan de la verdad para dejarla a descubierto, mostrándola en toda su esplendorosa desnudez. Se trata de la poesía como evidencia, la poesía que dice la realidad sin artificios, la poesía que muestra de modo permanente la naturaleza secreta de los seres y las cosas, la poesía que es camino hacia eso que Andrée Chedid llama "la sustancia del mundo"(1985: 10). Poesía en eterno movimiento, pero, a la vez, poesía que permanece, que nos mantiene en suspenso.

Apenas habrá que aclarar que no se trata de una poesía que implica quedarse pasivamente añorando el instante vivido sino de un buceo permanente en las fuentes de la vida, en un tiempo sin fronteras. Por ello es perfectamente posible asumir la obra poética de Quijada Urías como el ejercicio de una exploración cognoscitiva en su sentido más prístino: la poesía como encarnación de una búsqueda, como evidencia de un itinerario existencial.

Tal ángulo de apreciación quizás requiera una advertencia, es que si bien la poesía de Quijada Urías deja entrever un conjunto de inquietudes de carácter metafísico como son, entre otras, la reiterada reflexión sobre el ser y el estar, la existencia, el dolor, el tiempo, el amor, la muerte, el desarraigo físico y espiritual- preocupaciones que podrían suscitar diferentes enfoques de orden filosófico, religioso, sociológico, lo cierto es que, en el presente trabajo, a excepción de ciertas referencias eventuales, se descarta todo discurso crítico de carácter doctrinario.

Tampoco estudiaremos la correspondencia histórica entre la vida de Quijada Urías y su obra ya que, en lo que refiere a este ensayo, compartimos con Paz cuando, a propósito de Fernando Pessoa, sostiene que los poetas "no tienen biografía. Su obra es su biografía" (1976: 133). Esto es, al escribir, el poeta pone a la disposición del lector la intimidad de su vida.

Así, pues, lo fundamental en esta exploración que nos ocupa, es la vivencia básica presente en los poemas, vivencia que nos incita a una aventura no solamente estética, sino también humana, puesto que el ejercicio verbal se halla al servicio de una búsqueda de la verdad del ser. De allí la delimitación de nuestro ámbito de estudio: Alfonso Quijada Urías o la poesía como existencia.
Los textos que examinamos en este ensayo son Toda razón dispersa, Antología (1967-1993), publicada por Concultura en 1998 (incluye Estados sobrenaturales, Más adelante, El gran método, Canto errante, Toda razón dispersa, De este tiempo y Alteración del orden ) y Es cara musa, publicada en 1998 también por Concultura [incluye Obscuro (1995), La esfera imaginaria (1997) y Es cara musa (1998)].

En Estados sobrenaturales, nos enfrentamos a la ebriedad de un yo que se persigue a sí mismo en una suerte de danza delirante que busca una identificación con el Todo por la vía del Verbo. Es una especie de buceo enardecido del yo en pos de una identidad que resulta imposible, pues, la otra cara, el rostro original, tan ansiosamente buscado por el yo poético, no es más que el reflejo de una carencia, de un vacío, de una sed incontenible de ser, deseo que se proyecta en un otro que sólo puede ser atrapado a través de la palabra. Por ello, el poema se erige como el desafío de una imaginación que se desborda más allá de los presuntos límites, hacia el suntuoso nacimiento de los sentidos: "La locura es el nacimiento de los sentidos: de mis ojos viendo para siempre la ternura del fuego, mis oídos mordiendo el infinito, mi nariz en la fragancia, en las plumas de lo desconocido, mi cuerpo en la botella donde dios sopla su magia eterna..."(Quijada Urías, Toda razón, 1998: 35).

Se trata de un intento de conquista del universo por un yo que busca soñados paraísos; un yo voraz que se destruye en el fuego continuo de las perplejidades, de las efervescencias cósmicas, un yo ansioso por insertarse en una historia que en, definitiva, resulta en "que soy espejo de la realidad que descubre el vidente, con palabras gastadas y pensamientos que no comprende la razón" (Quijada Urías, Toda razón, 1998: 38).

Somos seres de palabras, y de palabras se alimenta ese yo que en Estados sobrenaturales glorifica la magnificencia del mundo. De palabras está constituido ese irresistible movimiento, esa vibración incesante que arrastra hacia las más dispares direcciones, de modo que el poema deviene como un oleaje ininterrumpido. Pero lo que priva en esta obra es la ardiente ansiedad, la marea febril que arrastra irremediablemente hacia las intimidades de un otro, una especie de yo interno del poeta que busca abrirse camino a través de esa selva de palabras donde las más exóticas floraciones ocultan el verdadero drama de un ser que se vive y se desvive en las espesuras del lenguaje, un ser que experimenta no sólo las vicisitudes de la pluralidad sino también el tormento de las fronteras verbales.

El conocimiento interno no es el resultado de un plan y no depende del tiempo, visto éste desde una perspectiva lineal. Es decir, no se trata de un conocimiento acumulativo, fruto de una experiencia sumativa en la que el transcurrir de los años guarda relación determinante con las verdades alcanzadas. El conocimiento interior no obedece a una continuidad de carácter racional sino que más bien se produce a "saltos", a través de una intuición súbita, posible por una integración de la conciencia individual del ser humano en cada instante de su vida.

Así, la comprensión de lo que se es, de lo que se está siendo en cada momento del existir, no es un resultado sino un comienzo, una nueva relación, una nueva aventura junto a los demás seres y cosas que conforman el mundo. No importa si en un instante se nos olvida quiénes somos: "Por un instante olvido quién soy. Por un instante/soy lo que no soy/Por un instante una aparición, un desvanecimiento de mi nacimiento" (Quijada Urías, Toda razón, 1998: 155).

Existir es, pues, desde la perspectiva vislumbrada en la poesía de Quijada Urías, ser de instante en instante, esto es, incesante reencuentro con la realidad. Y este reencuentro, que es sumersión, participación en la totalidad de la vida, es posible gracias a la memoria a través de la cual se lleva a cabo ese proceso de integración de la conciencia que significa saberse existiendo en el mundo. Somos, podemos reconocernos, sentimos el soplo de la vida, porque la memoria no es solamente acumulación de experiencias sino algo esencialmente dinámico, algo potencialmente creativo, posibilidad reveladora de realidad.

Es cierto que la memoria también es historia, pero no en un sentido estático, como simple recordación del pasado, de lo que se ha vivido, sino como vivero del presente. En este sentido es válido afirmar, como lo hace Eduardo Giqueaux, que la memoria "es la dimensión de la conciencia por medio de la cual el pasado nos es presente. La memoria no es una facultad: la memoria es la historia del humano" (1976: 109). Esto significa que cada ser humano es su memoria, sentido que encontramos en algunos poemas de La esfera imaginaria (1997), como es el caso del poema V, texto en el cual la voz poética expresa:

En la memoria se abre una abertura. Recojo una palabra
y la verdad me pega en el alma y la cara.
Así sintiendo voy a plenitud lo que no fui, lo que fui siempre,
lo que tal vez seré cuando se canse el ser de su cansancio. (Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 64)

De tal modo, la imagen de la memoria en la poesía de Quijada Urías no alude solamente a la acumulación de lo que se ha vivido y se recuerda sino también a la memoria como potencialidad, como fuerza germinal del presente, como fuente permanente de existencia. Es por esto que en el poema "I" del libro titulado Obscuro el hablante señala: "No más eternidad, no más futuro. El presente perpetuo: /el tiempo del origen, la vuelta y la revuelta" (Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 16).

Dicho de otra manera, no se trata de asumir el presente desde la perspectiva del pasado, lo cual equivaldría a una prolongación de éste, sino que para ser lo que se es en el presente el pasado debe cesar. Por eso el reconocerse como memoria no es una simple actualización de lo que se fue como trampolín para lo que se es. Se trata esencialmente de un volver a ser, de un reencuentro con la frescura de la vida; es decir, de un descubrimiento de lo que se es de instante en instante. "Sé porque el ayer ya pasó y el futuro no ha llegado aún y el presente/ es perpetuo sin fin..." (Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 89). Es justamente lo que sucede en los textos que incluye Quijada Urías en Es cara musa donde la memoria aparece como puntal de un mundo nuevo, como germen del ahora. O sea, la memoria como fuente de lo desconocido: "... el papel de calcar las fuentes del origen" (1998: 13).

En suma, se trata de la memoria como sustento del misterio que significa la aventura de existir. No es de extrañar, entonces, que en La esfera imaginaria que forma parte de Es cara musa se entrecrucen los hilos de una búsqueda presente desde obras anteriores produciéndose una convergencia de temas, de inquietudes, que conforman una red de constantes en el discurso poético de Quijada Urías. Tales son, entre otras, la preocupación por la existencia, por el ser, por el vacío, obsesiones que movilizan la escritura del poeta como un testimonio fehaciente de una experiencia límite, de un intento por alcanzar eso otro tan lejano y, a la vez, tan íntimo que significa ser y que, como traslucen los textos de Es cara musa, sólo podrá ser alcanzado aprendiendo a ser nadie.

En La esfera imaginaria hallamos la memoria, siendo ella, tal vez, la perspectiva más apasionante de estudio que ofrece la obra como vía de aproximación al tema que nos ocupa, esto es, la poesía como testimonio de existencia, como ejercicio de vida, práctica en la cual se hallan íntimamente entrelazados el reconocimiento y el cambio, la recordación y la novedad que significa el existir. Es innegable que el pasado, como bien percibe Quijada Urías en Estados sobrenaturales, es, a la luz del presente-sobre todo el presente aludido por el poeta en esta obra- un desfile de fantasmas, percepción que en ocasiones, se nota en La esfera imaginaria como es el caso del poema "II" :

Clara mañana clara. Cómplice perfecto.
El día profundizado en la memoria,
confiado a su presente eterno y sin medida.
... Al final de los tiempos capturamos su principio,
por eso hay que aprender a escuchar desde atrás. (Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 56)

En este caso se trata de la memoria entrevista como recinto de recuerdos, de quimeras, de imágenes que pasan ante la mirada como las escenas de una película en la cual el transcurrir humano tiene el carácter de una ficción, de un desfile de fantasmas. Es lo que sucede en el poema "Es cara musa", texto en el cual el hablante tiene la visión de "Ruinas Piedras Polvo Lodo Disolución" (Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 107).

Sin embargo, para Quijada Urías la memoria no es sólo aquello que pasó y se recuerda sino que ella es la posibilidad de ser del individuo, asunto que atañe no sólo a una historia personal sino también a una historia colectiva. Lo que es, lo que somos, encarna en el presente, brota del légamo del pasado. Existimos, transcurrimos de instante en instante, y tenemos conciencia de ello gracias a la memoria. En virtud de ella lo vivido nos es presente, ella es nuestra posibilidad de ser lo que somos en un momento dado. La memoria nos revela en la frescura del momento: la acción, el acto mismo de la vida. Es éste el sentido que captamos en el poema "Palabras" cuando el hablante manifiesta: "Un espejo es la memoria y en él se miran las palabras. Allá leo/ me veo en esas aguas, donde el tiempo bebe la claridad de su fijeza" (Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 102).

Si el sujeto lírico no se erige desde lo que fue es porque tiene conciencia de que el acto de existir sólo es posible desde la perspectiva del presente, esa fugacidad de lo que está siendo en el instante, la acción, puesto que el ser es cambio, metamorfosis. Para ser es necesario dejar de ser, imagen que remite a la idea de la disolución como vía para reconocerse en el todo que es la realidad: un reconocimiento incesante de intervalo a intervalo, de frescor en frescor. "Ha florecido en la pirámide su corazón de niño grande/ brotan del mar los caballos espumeantes de aquel día en que vendado lo llevaron a conocer el mar./ Oscuro, oscuro, oscuro. Todos entramos a lo oscuro/ Para ser hay que dejar de ser. Para nacer hay que morir"( Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 79-80). Es por ello, tal vez, que en "Definición", al tiempo que se reconoce como memoria, el hablante también se identifica con lo desconocido: "Albergo tantas voces y soy desconocido" (Quijada Urías, Toda razón dispersa, 1998: 165).

Lo que se extraña es lo otro, lo que todavía no ha llegado y sólo aguarda para ser, lo que es potencialidad, eso que, si bien se reconoce, siempre será algo nuevo, algo que se actualiza en el eterno oleaje que es la vida: Ser-No Ser. Pura presencia, puro vacío, misterio. De tal modo, que cuando el hablante de "Definiciones" se reconoce como memoria no está aludiendo al pasado como acumulaciones, o a la historia fechada, sino a algo vivo, algo que está en el individuo, que le es inherente por el simple hecho de existir, algo que es virtualidad, que se revela en la acción del instante, puesto que la existencia no es continuidad sino renovado comienzo e impulso creador.

Puede decirse, entonces, que en La esfera imaginaria la memoria ofrece dos aspectos indisolublemente unidos: la memoria como recordación y la memoria como fuerza germinal de lo que es, del presente. El ser humano es memoria y su destino es reconocerse en la acción del instante, cuestión que, en esencia, no es más que un alcanzarse a sí mismo, lograr la integración interior, participar en la totalidad de la vida. Para ello el pasado debe cesar, pues, para vivir lo que (se) es- integración de todos los momentos- se requiere dar paso a lo desconocido. Sólo así, al integrarse a lo nuevo, es posible el reconocimiento de lo que estamos siendo, entendido esto como reencuentro con la vida, con el ser.

Intimamente unido a una incesante exploración de sí mismo que pretende poner en evidencia la verdad de la vida, el discurso poético de Quijada Urías refleja un permanente ejercicio de despojo interior, de autonegación, de convivencia con la nada, hecho que prolonga y consolida en Es cara musa inquietudes y aspiraciones presentes en obras anteriores. Como el hecho de vivir implica enfrentarse al juego de las contradicciones, de las verdades relativas, el verdadero reto para el poeta reside en reconocer y superar las barreras que interfieren con lo real. Se trata, en el fondo, de comprender en su justa medida la relación del individuo consigo mismo, pero también su vinculación con los demás seres y cosas que constituyen el mundo, cuestión que requiere de una especial actitud de vigilancia que permite descubrir y trascender las imposturas, las equivocaciones propias de la vida humana, puesto que, como dice el hablante del poema IV de Obscuro : "¿Qué mentira inventar?/ Vengo de ninguna parte y voy hacia ninguna/ Nadie me sigue. Sólo mi sombra:/ los errores y fracasos de ayer, de hoy y de mañana" (Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 22).

Justamente, porque percibe que el error es parte del ser humano y que el vivir es un errar sin tregua, el poeta persiste en esa atención alerta, en esa incesante averiguación, a través de las cuales se deja entrever su aspiración por alcanzar una forma de existencia mas auténtica, más libre del tutelaje del yo. En esencia, se trata de responder con entera crudeza al movimiento de la vida, a la secreta vibración que moviliza a los seres y las cosas en la totalidad del mundo, aspiración que para ser lograda requiere de un continuo ejercicio de desposesión de todos aquellos lastres propios de una falsa identidad.

Lo que aspira el poema es alcanzar esa cierta condición de transparencia, ese estado de ligereza, de profundidad sensible, esa nitidez esencial que tiene la existencia cuando es liberada de todos los lastres que la desvirtúan. Vivir en el sabor de ser es igualarse a la realidad, difuminarse en su incandescencia, participar de su misterio, lo que, en el fondo, significa rendirse al abrazo del abismo, entregarse plenamente a la nada. Ello explica la reiterada tarea de desposesión, de autoaniquilamiento, que alienta en algunos poemas de Estados sobrenaturales y La esfera imaginaria en los cuales es evidente el deseo de anulación que implica la labor de aprender a ser nadie, tal como se deja ver en el poema "III" de Estados naturales : " ... en la pirámide más pequeña y el cielo infinito duerme mi cabeza/ y soy menos que un palito de fósforo y tan humilde como un grano que renace mil veces" (Quijada Urías, Toda razón dispersa, 1998: 34).

Algo similar ocurre en el poema II de La esfera imaginaria, texto donde se puede notar el carácter reiterativo que tiene el vacío en la poesía de Quijada Urías "... El vacío es la forma, la forma es el vacío.."(Es cara musa, 1998: 54). La sensación de no ser más que una voz sometida a un continuo cambio, el sentirse como forma, como lugar de la presencia y, a la vez como lugar del vacío, son imágenes que dejan de entrever una cierta percepción de la nada como sustancia del ser, como esencia de la vida, como principio de realidad, asunto que no ha de extrañar si se tiene en cuenta que, desde el universo poético de Quijada Urías, el ser, el existir, no es acumulación sino eterno despojo, flujo y reflujo de lo que está ocurriendo, impulso creador siempre cambiante, vivero, algo que es por sí mismo: "Es posible el final en el comienzo.../ se pierde el paraíso y se gana la nada y con la nada lo deseado" (Es cara musa, 1998: 57).

Tal percepción, tal vez ayude a comprender por qué en los poemas de La esfera imaginaria el existir implica un permanente acto de despojo, de esencial desnudez, y por qué la escritura, en esta obra, tiene ese carácter elíptico que pone siempre en primer plano la captación del instante, la fugacidad de la acción que significa el contacto con lo real: el ser, la vida en toda su crudeza, en toda su abismalidad. En suma, la agonía de no ser vacío, imagen que recoge la esencia de un sentir presente en La esfera imaginaria. Por eso la insistencia de la voz poética cuando clama: "...Despiertos están los sueños/ La vida con los ojos abiertos, la muerte con los ojos cerrados/ No ceses de buscar la renovación de lo nuevo" (Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 66).

Este discurso poético permite entrever el acto de vivir como un aprendizaje siempre creador que desoye las normas, las convenciones, en aras de la frescura que significa situarse en ese cierto lugar: "Contra esa opaca envoltura que opaca al mundo/ la frescura de lo nuevo " (Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 67). He aquí la más profunda y genuina aspiración del poeta: ser vida en suspensión, vida en plena desnudez, vida que es transparencia, vibración; vida que emerge del vacío porque es el vacío su condición original, esa incandescente nada que deja de ser. Esto es, retorno a la tierra de nadie que es la tierra de la primera vez, estallido, expansión, abismalidad.

La sensación de hallarse en la oscuridad, de vivir a ciegas, que traslucen determinados textos de Quijada Urías, atrae la atención hacia una toma de conciencia respecto a las cargas que se arrastran: temores, conflictos, fracasos, equivocaciones, sed de poder, de glorias. En fin, todo eso que usualmente conforma la vida en sociedad y ante lo cual es necesario mantenerse alerta si se pretende una comprensión cabal de lo que se es, de la relación que se tiene con los demás seres, con las cosas, con los conceptos, puesto que vivir es interrelacionarse con todo eso. Sólo cuando la mente se ha despojado de los lastres del pasado se puede arribar a la verdad y esto, como es obvio, impone una incesante labor de desprendimiento, de conjuración de los fantasmas que acechan desde todos los rincones de la existencia humana. Vista desde tal perspectiva, resulta comprensible la labor de ser nadie aludida en varios poemas, tarea que constituye una constante en toda la obra poética de Quijada Urías:

Quiero escapar de mi propio cerco.
¿A dónde ir?
La calle es oscura.
¿Qué mentira inventar?
Vengo de ninguna parte y voy hacia ninguna.
Nadie me sigue. Sólo mi sombra... (Es cara musa, 1998: 21)

Ser nadie, para el poeta, es eclipsarse, disolverse en la totalidad del mundo, cobrar forma en el soplo fecundante que viene de lo desconocido, que es materialización del instante, continuo trascenderse fuera de todas las tensiones, de todos los conflictos. Ser nadie significa despojarse de todas las cargas del pasado, y ya libre, habitar en "... el sueño del renacimiento de la renovación" (Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 72).

Ser nadie es trascender las contradicciones de la existencia diaria, aceptar lo que (se) es sin oponer resistencia, traspasar las capas del olvido que impiden reconocer el verdadero rostro de los seres y las cosas, el rostro originario del mundo: lo que existe, lo que somos, pues como dice la voz poética: "Aunque venga el olvido no dejaré de ser/ el que antes fui y mañana será/ Un ser seguro que no se cansa de fingir su nada" (Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 72).

Para Quijada Urías, la verdadera tarea del ser humano es transcurrir. Y así, sin meta, sin destino, marcha el poeta por el mundo porque, en definitiva, la verdad no es algo lejano que se hallará al final de un recorrido. La verdad del existir está en cada paso, en cada gesto, en cada acción, en cada palabra, en cada intervalo de esa apasionante aventura que significa vivir. Y vivir para Quijada Urías, equivale a transcurrir: "He de vivir lo que me falta en vida. En la vida vivir/ No ser esclavo, clavar mi sombra, mi muerte en árbol más verde" (Es cara musa, 1998: 13).

Ser nadie es alejarse de lo conocido hasta convertirse en un extraño, alguien que vive en permanente exilio, alguien que sufre la agonía de no ser vacío, pues lo que más ansía el extraviado es despojarse de todas las cargas que le impiden una intimidad plena con la nada, una inmersión en el ritmo infinito del vacío.

Ser nadie es participar en el misterio del abismo, lo cual significa volver a las fuentes originales de la vida, a esa hondura sensible que implica devenir de la nada a la nada: "Aun sabiendo que ninguna palabra/ lo salva a uno del abismo" (Quijada Urías, Es cara musa, 1998: 142). Ser nadie es descubrirse en la inmensidad de la vida como un murmullo en suspenso, como un respiro absoluto, pura revelación de lo que está siendo en la fugacidad infinita del momento:

Primero fue el silencio.
                    El vasto silencio sin orillas
Después la palabra
                    y después de las palabras
                                        la piedra
La piedra a cuyo nacimiento
                             o muerte
Nunca Nadie asistió. (Quijada Urías, Toda razón dispersa, 1998: 109)

Ser nadie es justamente ser sólo vida vacante. Esto es, vida en perpetua renovación, vida en trance de revelar su historia, sus secretos, vida que es puro vacío, nada, virtualidad. Por ello, precisamente, la posibilidad de ser radica en el no ser, en la disolución: ser nadie, puro aliento, puro olvido, tal como manifiesta el hablante de "Olvido":

Olvidar. Olvidar todo.
Vaciar la habitación,
borrar las huellas y los nombres.
Olvidar hasta olvidarse de uno mismo.
No volverse ha encontrar.
Borrarse, disolverse en la luz que se va. (Quijada Urías, Toda razón dispersa, 1998: 179)

Concluyamos diciendo que cada obra, cada poema o fragmento aludidos en este trabajo, si bien aportan imágenes o ejemplos que facilitan una comprensión global del tema elegido, representan una experiencia única, válida en sí misma. Son simplemente hilos conductores en este intento de abrirnos un camino a través de un universo de infinitas posibilidades. Si alguna aspiración orientó nuestra lectura y análisis fue el profundo deseo de perdernos, de eclipsarnos, en ese flujo incandescente que es la vida, el ser, el mundo, en la escritura de Alfonso Quijada Urías.

©Elías A. Ramos


Obras citadas
Arriba
 
  • Chedid, André, 1985: Sobre-vivencia de soles. Caracas: Editorial Monte Avila.
  • Giqueaux, Eduardo J., 1976: El mito y la cultura. Buenos Aires: Ediciones Castañeda.
  • Paz, Octavio, 1981: Sombra de obras. Barcelona: Seix Barral.
  • Paz, Octavio, 1973: El arco y la lira. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Paz, Octavio, 1976: Cuadrivio. México: Joaquín Mortís.
  • Quijada Urías, Alfonso, 1998: Toda razón dispersa, Antología (1967-1993). San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos.
  • Quijada Urías, Alfonso, 1998: Es cara musa. San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos.

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