Douglas Carranza-Mena
Los indígenas y las identidades
poscampesinas en El Salvador
California State University, Northridge
dcme@umail.ucsb.edu
Obras
citadas
El proyecto "no tiene espíritu indígena"
A mediados de 1999, reunidos en la ciudad de Nahuizalco, departamento
de Sonsonate, El Salvador, los miembros del Consejo de Ancianosmejor conocidos
como Tatas de una comunidad indígena cercana a esta ciudad, examinaban
el contenido de un proyecto de desarrollo comunal. El documento, como tal, era
básicamente un proyecto que denotaba su tendencia cooperativista y campesina.
En él se solicitaban fondos a una organización internacional para
la adquisición de un terreno que albergaría un número determinado
de vacas e infraestructura afín a la de una cooperativa lechera. El documento
había sido elaborado por un representante técnico de una organización
no-gubernamental que asesoraba a la comunidad indígena y al mismo tiempo
servía de puente al consorcio europeo que financiaría el proyecto.
La posibilidad de recibir la donación bajo los términos apuntados
en el documento era altamente significativa. El representante técnico
y la ONG a la que él pertenecía habían tenido un alto porcentaje
de éxito en la adquisición de fondos para proyectos de desarrollo
sostenible. De hecho, a partir de 1992 El Salvador ha generado un alto número
de especialistas que procuran apoyo financiero para proyectos que buscan crear
condiciones de sostenibilidad en las comunidades o sectores de la sociedad salvadoreña
de bajos recursos. En el transcurso de la reunión se hizo énfasis
en la similitud del proyecto en cuestión con otros impulsados por cooperativas
campesinas. Se hicieron observaciones sobre el éxito parcial o fracasos
de dichos proyectos. Pero independientemente de los resultados en otras comunidades,
la examinación de parte de los Tatas era sólo de trámite,
por lo menos eso es lo usual en estos casos. Entonces, ¿cuál era
la duda expresada por los Tatas al leer el documento? En aquella calurosa tarde
sonsonateca uno de ellos resumió el sentir de todos los asistentes: "no
tiene espíritu indígena". Y es que el documento era consistente
con la diversidad de modelos de desarrollo que han adoptado a las comunidades
rurales como universalmente campesinas. Lo que a continuación transcribo
son las palabras de Santiago, Ramiro y Antonio, ellas encapsulan en alguna medida
el sentir de los otros Tatas y de la comunidad:
-Santiago: mire hermano, el proyecto está bonito y es mucha plata,
pero hay cosas en las que nuestra comunidad queda atrás. Nosotros no
queremos endeudarnos, en estos proyectos le piden que saque plata, y por nuestra
experiencia y de otros eso nunca se da. Aquí han dado muchos proyectos
y por último acarrean envidias por saber quién es el dueño
de la tierra. Eso divide a nuestras comunidades. Mucha plata ha venido, nos
han dicho que organicemos cooperativas campesinas, pero eso no somos nosotros.
Nunca nos preguntan.
-Ramiro: Yo creo que es mucha plata, siempre vienen en estas épocas.
Nosotros también somos culpables en aceptar esas cosas.
-Antonio: El indio siempre pone la plata y la sangre, siempre ha sido así.
Desde el 32 nos hemos agachado. El indio es la nación.
Estos fragmentos que he presentado están sujetos, de
hecho, a la interpretación del investigador. Es tentador analizar las
palabras de los Tatas en áreas por otros ya explicadas, y creo que tendrían
resonancia o en lo mínimo tendría continuidad académica.
Lo que intento examinar en esta primera parte de la investigación es
el proceso evolutivo de los estudios del campesinado y el problema de representación
a que las comunidades rurales han estado sujetas a partir de 1932. En su estudio
sobre los sucesos sangrientos acaecidos en ese año, Héctor Pérez
Brignoli concluye que "la larga y desigual lucha iniciada por los conquistadores
en el siglo XVI había llegado a su fin" (195:256). Esta conclusión
tiene validez pues, lo que llega su fin es una etapa en el proceso de des-indianización
en El Salvador. 1932 es un momento crucial para las comunidades indígenas
en lo que a representación simbólica y política se refiere.
La nueva representación introdujo a estas comunidades al proceso de modernización
del estado salvadoreño. Dicho proceso incluye nuevos modelos de organización
política, demandas sociales y económicas que responden a la nueva
estructuración del estado y la internalización de una nueva identidad
homogénea y sedentaria que favorece al estado nacional por excelencia.
Michael Kearney la ha llamado política de contención (1996:172).
En otras palabras, a la par de la represión física se reelaboró
la identidad indígena y se reconstituyó el nuevo sujeto del área
rural en función de las necesidades que demanda la modernidad. Pero,
esta política de contención cumple su verdadero rol cuando las
comunidades indígenas que son su blanco desarrollan estrategias alrededor
de esta nueva identidad. En la reconstitución de la identidad de las
comunidades rurales el sector intelectual ha desempeñado un papel fundamental.
Los estudios posteriores al año 32 claramente han solidificado la categoría
analítica del campesino como la identidad hegemónica de las comunidades
rurales en El Salvador.
Sin embargo, las palabras de Santiago, Ramiro y Antonio atestiguan, por una
lado, la resistencia de las comunidades a la falsa representación, y
revelan también la continuidad del proyecto modernista y capitalista
que se presenta bajo las nuevas políticas de desarrollo sostenible.
Evolución de los estudios del campesinado como categoría
analítica en El Salvador.
Como el subtítulo sugiere, mi argumento presenta un
problema en la utilización de la categoría 'campesino' al analizar
los movimientos rurales en El Salvador. Con esto no quiero decir que en El Salvador
no existan campesinos, sino que la categoría analítica del campesino
ha adquirido un carácter universal al estudiarse los fenómenos
socio-económicos y políticos de las zonas rurales en este país,
los cuales incluyen la identidad misma de estos movimientos. Esto cobra vital
importancia en estos momentos en que han resurgido los movimientos indígenas
demandando ser oídos.
En Latinoamérica, el estudio de los movimientos sociales ha prioritizado
la toma del poder e ideología como la única vía para los
cambios socio-políticos y económicos a nivel estructural (Calderón,
Piscitelli y Reyna 1992). Dichos estudios han sido el tema dominante de los
análisis político-revolucionarios desde el triunfo de la revolución
cubana. Las investigaciones sobre los movimientos obreros (ver Alba 1964, Spalding
Jr. 1977, Rojas 1985); los derechos de mujeres (ejemplos: Navarrete 1969, Pescatello
1973, Icken 1976, Nash y Fernandez Kelly 1983); y de los campesinos (como Gilly
1971, Hobsbawm 1977, Dandler 1977) fueron abundantes en los años sesenta,
setenta y ochenta, inclusive en los años noventa. Además, casi
todos los estudios enfatizaban el derecho incuestionable de la clase obrera
de dirigir dichos movimientos. Sin embargo, con la gran mayoría de la
población latinoamericana residiendo en las zonas rurales, el estudio
de la categoría del campesinado fue introducido como pieza analítica
en las investigaciones de economía política. Con esto no estoy
sugiriendo que dichos estudios iniciaron esta categoría, sino que han
contribuido a su racionalización como categoría explicativa.
En su estudio sobre la reconceptualización del campesinado, Michael Kearney
(1996) describe los dos caminos que se han tomado al abordar al campesinado
y sus movimientos. Los dos han evolucionado desde una perspectiva económica
y han sido guiados ideológicamente. De acuerdo con Kearney, uno de estos
caminos es el abordado por los románticos de derecha. Alexander Chayanov
representa esta posición, pues su visión populista refleja su
cercanía con la ideología burguesa. Los estudios de Chayanov que
se enfocan en pequeñas unidades comunitarias, son fundamentalmente ahistóricos
y su propósito es explicar la producción doméstica y el
aspecto social del individuo a nivel utilitario. De diferente manera, pero siguiendo
a Chayanov, el antropólogo Robert Redfield, esencializó la vida
campesina en sus estudios sobre las "pequeñas comunidades"
(1930, 1956). El estableció el criterio conocido como la teoría
de la modernización. Kearney también argumenta que, los estudios
de James Scott sobre la resistencia cotidiana campesina pueden ser ubicados
en esta misma categoría. Este tipo de estudios no ven posibilidades de
alianzas para enfrentar las condiciones estructurales de dominación que
aplastan las pequeñas resistencias de la vida cotidiana.
Los estudios del campesinado en el pensamiento de izquierda se han inspirado
en los análisis que desarrolló Karl Marx en el siglo diecinueve
sobre el problema agrario europeo. Estos análisis han contribuido a generar
diferentes formas de abordar el estudio de comunidades agrarias en Latinoamérica,
especialmente contra la implementación de las teorías de modernización
y desarrollo durante los años sesenta y setenta. Entre ellas están
las teorías de la dependencia y articulación que examinan el capitalismo
y las relaciones de producción a través de la operación
capitalista a escala mundial. En el caso de la teoría de la dependencia
(Frank 1967, 1969) se enfatiza la explotación y extracción de
recursos de la periferia (países del tercer mundo) hacia el centro (primer
mundo). Esta teoría ayudó a idealizar al campesinado y al proletariado
como los genuinos conductores de los movimientos revolucionario nacionales que
pudieran llevar a los países sub-desarrollados hacia un futuro cercano,
o sea, hacia la modernidad. La teoría de la articulación propuesta
por Ernesto Laclau (1973) argumenta que en varios países el capitalismo
está involucrado con otras formas de producción. Estas relaciones
de producción (capitalistas y no-capitalistas) han sido examinadas por
varios antropólogos (por ejemplo Palerm 1980), quienes vieron en ellas
una oportunidad para observar las formas no-capitalistas que se desarrollan
en esta relación (por ejemplo las actividades socio-culturales campesinas).
Un punto en común en estos modelos fue la caracterización de todas
las comunidades agrarias como campesinas. En el caso de las teorías de
la dependencia y articulación el tratamiento a las comunidades rurales
fue de proletarios agrícolas, siguiendo el patrón marxista de
clase.
En antropología, la influencia del edificio teórico construido
por Eric Wolf (1966, 1969, 1982) respecto a la definición de la formación
de clase de las sociedades agrarias en Latinoamérica, sin duda alguna
ha reforzado y generalizado el concepto del campesino en esta área, y
la forma en que éste se organiza. Recientemente, Michael Kearney propuso
una nueva forma de abordar la categoría del campesinado. El sugiere un
análisis que ponga a competir a "sujetos de clase diferenciados"
dentro del nuevo espacio político, social y cultural. En otras palabras,
estos sujetos son el producto de interacciones transnacionales y del colapso
de la diferenciación entre lo urbano y lo rural (ejemplo de Kearney),
como los campesinos de Oaxaca que se mueven hacia los Estados Unidos, trabajan
como cortadores o albañiles y regresan a Tijuana o a su lugar de origen.
Además, los nuevos sujetos también son producto de lo que Kearney
llama el final del "desarrollismo" y la tensión global entre
los hemisferios norte y sur. Las propuestas de Kearney están muy bien
fundadas, ya que abarcan las nuevas relaciones que surgen a partir de la movilización
transnacional de grandes grupos humanos. Sin embargo, al mismo tiempo se podría
argumentar que la reconceptualización campesina de Kearney no va dirigida
al concepto mismo de campesino que continua con un claro valor económico,
de clase y, de hecho, como contención; sino al espacio en que se mueve
el sujeto y a las nuevas relaciones producidas por éste dentro del esquema
capitalista.
En el caso salvadoreño, los movimientos agrarios han sido analizados
principalmente por sociólogos, economistas y científicos políticos
de la misma manera que los modelos europeos (obviamente con las variantes del
caso). El estudio de los movimientos rurales y su participación en política
revolucionaria han sido basados en teorías evolutivas como son los casos
de Menjívar (1963), Montgomery (1982) y Cabarrús (1984). En otros
casos, el aspecto agrario-histórico es incorporado, como lo podemos ver
en Browning (1975) y Cabarrús (1979). En ellos el aspecto teórico
evolucionista ha predominado al aceptar el análisis que coloca a los
indígenas como la etapa previa al campesinado en el proceso hacia la
modernidad de los grupos rurales. Otros estudios contemporáneos no se
han esforzado por explorar la variabilidad que se encuentra en las zonas rurales
y, de hecho, han tipificado el surgimiento de los movimientos indígenas
como una construcción de los intelectuales europeos. En el artículo
"Reconceptualizing and Reconstituting Peasant Struggles: a new social movement
in Central America" (1996), Marc Edelman plantea que son las sensibilidades
europeas y no las centroamericanas las que guían los estudios sobre movimientos
indígenas en América Central. Aquí habría que preguntarse
si la categoría del campesino es una herramienta explicativa, producto
de la sensibilidad, experiencia y práctica europea o si es de hecho centroamericana.
La respuesta a esta pregunta es compleja y no puede ser guiada por ningún
determinismo sea éste económico, cultural, político o espiritual.
Necesariamente se debe tomar en cuenta a todas estas esferas, pero es la práctica
individual y colectiva a nivel público y privado lo que va dictando su
explicación. Considero que la categoría "campesino"
es aplicable en el caso salvadoreño debido a la imposición tanto
externa (organismos internacionales) como interna que data desde hace ya más
de un siglo. Sin embargo, es necesario hacer una reconsideración en cuanto
al aspecto cultural. Este último lo abordo al describir a continuación
la producción de la identidad indígena en la comunidad Lenca/
Ulúa de Cacaopera en el período de la posguerra.
Identidades rígidas y maleables en el oriente salvadoreño
Mi énfasis se centra en la comunidad de Cacaopera en
la zona oriental de El Salvador. Esta es una región muy empinada y rocosa,
formada por cerros y quebradas de origen volcánico. Hay estudios sobre
las comunidades indígenas que habitan en el área que revelan que
sus miembros son descendientes de migraciones precolombinas de Honduras y Nicaragua.
Las investigaciones antropológicas y arqueológicas de Mac Chapin
(1990) indican que la población al oriente del río Lempa era muy
diversa y que se componía de comunidades de habla Lenca, Xinca, Pokoman,
Chortí y Matagalpa. Como en otras regiones, el proceso de colonización
diezmó a la población indígena a través del genocidio,
enfermedades, sobreexplotación y asimilación (Las Casas 1992,
Anderson 1982, Domínguez 1984). El lenguaje hablado anteriormente por
las comunidades indígenas de Cacaopera es asociado con el grupo Matagalpa
que es parte de la familia Misumalpán incluyendo a los Miskitos y Sumu
(Campbell 1976). Ahora la mayoría de estas comunidades habla español.
Aparte de la agricultura, la producción de la jarcia (hamacas, cebaderas,
etc.) ha sido la mayor fuente de ingreso y de empleo para esta comunidad. Aunque
la mayoría de los hogares indígenas se apoyaron en la jarcia durante
la pasada guerra civil para sobrevivir, su vulnerabilidad en esta área
ha incrementado con la introducción de la fibra no-natural en la producción
de hamacas, y con la falta de acceso al crédito financiero.
Cacaopera es una de las pocas comunidades indígenas reconocidas como
tal por el estado salvadoreño a través de sus políticas
culturales. Desde la óptica estatal, estas comunidades representan un
pasado que ha sido superado por la modernidad, pero que es necesario recordarlo
como parte de la cultura nacional. El despliegue de las políticas de
modernización del estado, ha generado, al mismo tiempo, una resistencia
indígena dentro y fuera de los espacios públicos y privados creados
para ellos y creados por ellos. Estas manifestaciones se sitúan dentro
de espacios y prácticas culturales y políticas que rechazan abiertamente
o no, la imposición de una identidad predeterminada y homogénea.
Estas formas de resistencia le dan validez a la investigación antropológica
y generan interrogantes a su alrededor tales como: ¿Son estas formas
de resistencia producto de motivaciones y deseos individuales y colectivos o
de ambos? ¿Son promovidas comunalmente o a través de las instituciones
estatales o no-estatales? ¿Tienen un carácter local o regional?
Para explorar estas interrogantes, brevemente describo tres visiones culturales
de lo que, a partir de diversas construcciones de la identidad, se supone debe
ser el indígena de Cacaopera. Las imágenes presentadas a continuación
son el resultado de mis observaciones hechas durante mi trabajo de campo en
1998 en El Salvador.
La primera imagen está visualizada desde la perspectiva de la élite
intelectual nacional y extranjera que, a través de una diversidad de
instituciones estatales y no estatales promueve e impone una idea particular
del indígena. En el caso específico de Cacaopera, el estado a
través de las instituciones educacionales y con el apoyo de la Casa de
la Cultura promueve la identidad indígena como una cuestión del
pasado. Se hace alusión a su dexteridad manual en la producción
de la jarcia a través de exhibiciones especiales, pero se ignora esta
práctica como una fuente real de trabajo al abrir el mercado nacional
a la fibra de nylon como principal componente en la producción de hamacas.
Se promueven eventos culturales y políticos como el Día de la
Raza o el Descubrimiento de América y las fiestas patrias, en los cuales
las danzas indígenas son relegadas a ser un apéndice exótico
de un pasado muy lejano y superado. A través de las instituciones culturales
del estado se han desarrollado programas liderados por trabajadores de la cultura
que son enviados a reforzar una idea romántica y estática de la
identidad indígena. Se impulsan festivales folklóricos, se promueven
pequeños museos ambulantes y ferias artesanales que van de la mano con
los deseos de la agenda de la cultura nacional en esta área, o sea, la
promoción del turismo sostenible. Sin embargo, la participación
de las comunidades indígenas en el quehacer público se ha marginado
a tal grado que incluso la producción de boletines y monografías
como espacios públicos del quehacer cultural se encuentra cerrada a los
intelectuales indígenas.
Desde la óptica de la cultura nacional, la ciudadanía de la identidad
nacional es la salvadoreña, en este contexto las opciones indígenas
no son civilizadas y mucho menos responden a las demandas del mundo moderno.
Esta visión estatal ha jerarquizado y fijado las identidades a partir
de su natural concepción sedentaria, asignándole un espacio determinado
a la identidad indígena y dejándola sin posibilidades de movimiento.
El único desplazamiento permitido es hacia la homogeneización
identitaria.
La segunda imagen proviene de personas con sensibilidad social e interés
personal, lo cual los ha llevado a ser pioneros de un renovado esfuerzo contra
la marginación de las comunidades indígenas. Gonzalo, nativo de
Cacaopera, ex-seminarista católico y ex-representante de la Casa de la
Cultura local, personifica esta visión como productor y activista. Su
participación institucional le permitió visualizar la problemática
indígena desde la perspectiva dominante. Su responsabilidad burocrática
le adjudicó derechos de educador y conocedor cultural. Además,
le brindó la oportunidad de interactuar con la comunidad indígena
y conocer más fondo sus inquietudes y deseos. La guerra civil (1980-1992)
y otros factores lo hicieron renunciar a su representación cultural,
posteriormente fundó la Asociación Indígena Lenca. Ciertas
discrepancias emergieron dentro de la asociación, forzando su salida.
Gonzalo me comentaba que uno de los problemas era la extrema dependencia que
la comunidad tenía con las viejas estructuras de la iglesia católica.
Luego, Gonzalo viajó a Guatemala donde estudió y fue ordenado
sacerdote maya. A su regreso fundó una nueva organización indígena
lenca (de la cual es el líder) con el apoyo de indígenas de otras
localidades. Para Gonzalo, el desarrollo de la identidad indígena se
funda en el área espiritual, y para ello se ha apoyado en el área
educacional a través de la fundación de un pequeño museo,
la enseñanza del lenca, la promoción de la producción de
la jarcia dentro de la comunidad no-indígena y los bailes de la región.
Todo lo anterior con el apoyo de organizaciones no-gubernamentales, profesores
universitarios y otros trabajadores de la cultura popular que ven este tipo
de esfuerzos como parte del proceso democratizador que se lleva a cabo en el
país. Sin embargo, para Gonzalo lo fundamental es el área espiritual
y es a través de las celebraciones no seculares que los espacios dentro
de los medios de comunicación se le han abierto. De acuerdo a Gonzalo,
su meta es lograr unificar a todos los grupos indígenas de la región,
recuperar la identidad perdida y desarrollar un gran centro espiritual y cultural.
La tercera imagen sobre la identidad proviene de la Comunidad Indígena
Lenca de Cacaopera, nombre adoptado por la comunidad indígena local.
Históricamente, han estado afiliados a la cofradía local de la
iglesia católica. La cofradía representa para ellos el punto de
referencia organizativo para sus prácticas religiosas que es una mezcla
del catolicismo colonial y renovadas prácticas indígenas. Durante
la guerra civil esta comunidad sufrió en carne propia el conflicto militar.
La falta de contactos externos, su ambivalencia política (la mayoría
no se afilió a ningún partido) y la falta de dinero, los forzó
a permanecer dentro del área conflictiva. La mayoría de ellos
viven en cantones y caseríos alrededor de Cacaopera. El conflicto armado
los obligó casi totalmente a abandonar la industria de la jarcia y, como
muchos, se dedicaron a la dura tarea de sobrevivir. Ellos continúan siendo
los encargados de las festividades religiosas católicas de Cacaopera
con la parcial orientación del sacerdote que ocasionalmente los visita.
Su participación en otras actividades locales, regionales y nacionales
promovidas por la empresa privada, la Casa de la Cultura y otras organizaciones
no-gubernamentales se reducen a la danza y la música. La competencia
con la Asociación Indígena de Gonzalo por la representación
en dichos eventos los ha llevado ha aceptar condiciones de participación
económicamente desventajosas para ellos. Los mayordomos principales de
la cofradía manifiestan que uno de los problemas con la organización
de Gonzalo es la cuestión de la espiritualidad maya, pues ellos la consideran
ajena a su experiencia cultural. También apuntan que contrario a la organización
de Gonzalo, en su organización indígena las decisiones son tomadas
colectivamente por todos los miembros de la comunidad, por esta razón,
ellos rechazan la imposición del liderazgo.
Como se puede apreciar en esta breve descripción de la formación
de la identidad indígena en Cacaopera, ésta nos abre nuevos espacios
investigativos. Si antes se pensaba que la cuestión de la identidad indígena
era una cuestión monolítica o similar en muchos casos, ahora podemos
constatar el grado de complejidad en la formación del sujeto indígena.
Más aún, si la categoría analítica del campesino
ha sido vista como la vía de interpretación de la identidad de
las comunidades de Nahuizalco y Cacaopera para el impulso de proyectos de desarrollo,
con mayor urgencia se hacen necesarios los estudios en este campo.
Problemas conceptuales de la identidad
En Centroamérica, usualmente los ensayos antropológicos
y sociológicos sobre el concepto de la identidad se han fundado en la
teoría clásica sobre la formación del sujeto. Esta teoría
se basa en la homogeneidad, la cual es contraria a la diversidad identitaria.
La identidad vista de esta forma es enfatizada como una posesión permanente
que el individuo puede controlar, pero al mismo tiempo contiene un elemento
coercitivo que restringe la opción individual (Gupta y Ferguson 1997).
Analíticamente, esta perspectiva tradicional presenta a la identidad
como algo basado en una cultura sedentaria y se asienta en categorías
que están determinadas por procesos históricos y culturales. Además,
la identidad depende de la localidad dónde el sujeto se establece. En
ese sentido, la identidad permanece inmóvil y estable y esta concepción
es al mismo tiempo transmitida a otras esferas de interacción humana.
Usualmente en la explicación o descripción de fenómenos
socio-culturales e históricos, los científicos sociales han usado
esta concepción a través de metáforas biológicas
y botánicas (Malkki 1997). Algunos antropólogos que trabajan con
aspectos relacionados con la identidad indígena en Centroamérica
continúan utilizando este tipo de metáforas, continuamente haciendo
alusión a las raíces locales o regionales de un grupo determinado.
Tal es el caso del estudio hecho por Les Field acerca de la identidad étnica
en la era post-sandinista. El correctamente critica la utilización del
lenguaje como un indicador de la identidad, o sea que la no existencia de lenguas
nativas de ninguna forma implica la no existencia de comunidades indígenas.
Sin embargo, Field encarcela la identidad de los pueblos indígenas al
sugerir que la identidad nacional debe suscribirse a todas las personas que
se encuentran dentro de la fronteras nacionales nicaragüenses. El regreso
a la homogeneidad de la identidad nacional en base a la territorialidad en el
caso nicaragüense, es pedirle a las comunidades indígenas el abandono
de sus propias experiencias culturales, mas aún, es pedirles la renuncia
a ser creadores de su propia identidad y aceptar un proyecto de estado que desde
el principio los ha marginado y homogeneizado.
Como lo he propuesto ya en ocasiones anteriores, una de las medidas más
eficientes que el estado salvadoreño implementó para homogenizar
la identidad de la población rural fue a través del control y
supresión del lenguaje indígena (Carranza Mena 1999: 4-13). Es
en ese sentido que la casi desaparición de las lenguas indígenas
ha sido asumida como la no existencia de comunidades nativas en El Salvador.
A partir de esta inferencia, el énfasis es presentar a la identidad nacional
como algo homogéneo, inmóvil y no sujeto a cambios. Específicamente
esta concepción sedentaria de la identidad ha producido la categoría
del campesino como un reemplazo analítico hacia los movimientos sociales
que han surgido y continúan surgiendo en las áreas rurales. Además,
ha promovido la invisibilidad de las comunidades indígenas, que son presentadas
como sujetos del pasado, reencarnadas en la categoría del campesino.
Más aún, le ha coartado su capacidad creadora y le niega constantemente
su práctica cultural expresada en su diario vivir.
En oposición a las prácticas esencialistas del
sujeto estático, Stuart Hall (1990) argumenta que en el estudio de las
identidades colectivas e individuales, éstas deben ser contextualizadas
dentro de las historias compartidas y en los procesos de producción cultural.
Además, la identidad debe ser entendida como un punto temporal donde
la práctica converge. En otras palabras, la identidad cultural surge
de la transformación que ocurre a través de las continuidades
y rupturas de nuestro pasado y los intercambios personales que ocurren en nuestra
vida cotidiana. Estos intercambios requieren prácticas culturales y acciones
específicas y no específicasque definirán lo
que se necesita hacer y que definen lo que somos y seremos.
Conclusión
La continuidad analítica expresada en los actuales
proyectos de desarrollo para las comunidades indígenas se puede interpretar
a través de la evolución e imposición de la representación
simbólica y política a partir de 1932. Esta representación
está encapsulada en la categoría del campesino que ha explicado
los movimientos rurales en El Salvador y, de hecho, ha guiado las reivindicaciones
de estas comunidades en los últimos 60 años. Mi investigación,
más que respuestas o soluciones, presenta interrogantes para las futuras
interpretaciones que sobre las comunidades indígenas se hagan. Este proyecto
no pretende cuestionar el elemento económico que es inherente en los
programas de desarrollo y que requiere un estudio muy aparte. Sin embargo, esta
investigación contribuye al esclarecimiento de los conceptos relacionados
con la identidad rural, campesina e indígena a partir de las ideas generadas
por las comunidades indígenas. De esta manera, contribuye a facilitar
la participación real de estas comunidades en lo que se ha dado por llamar
la sociedad civil. Por otro lado, las tres ideas que sobre identidad se producen
en, y para la comunidad de Cacaopera, nos dicen mucho sobre la necesidad de
revisar las previas investigaciones que sobre las comunidades indígenas
existen en El Salvador. La sustitución del concepto estático de
identidad por uno más dinámico y flexible está en congruencia
con la realidad rural salvadoreña anteriormente descrita. El microcosmos
de las comunidades indígenas de Cacaopera nos ofrece una oportunidad
invaluable para reconceptualizar a las comunidades rurales en El Salvador. Además,
este estudio sugiere o deja abierta la discusión sobre problemas que
se han dado como resueltos en El Salvador. Por ejemplo, considero que es necesario
desmitificar las ideas que promueven la identidad mestiza como la opción
de la nación salvadoreña a costa de la invisibilidad y marginación
de las comunidades indígenas. También es importante señalar
que la categoría del campesinado como código de identificación
universal de las grandes mayorías rurales, tiene que ser profundamente
evaluado. Dentro de este contexto, las identidades poscampesinas surgen como
una posibilidad para concebir a las comunidades rurales de El Salvador como
una diversidad de identidades de carácter maleable en constante proceso
de cambio.
Sin embargo, para abordar estos problemas y preguntas con la seriedad debida
es necesario abandonar el carácter eurocentrista que guía las
investigaciones de las comunidades rurales en El Salvador. En su lugar es necesaria
la investigación interdisciplinaria. Esta última tiene que apartarse
de esas nocivas nociones de progreso y avance tecnológico que han discriminado
cultural y racialmente a las comunidades indígenas en El Salvador y Centroamérica,
nociones que al mismo tiempo promueven imágenes rígidas de la
identidad mesoamericana.
©Douglas Carranza-Mena
Obras citadas
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