Ricardo Roque Baldovinos

La formación del espacio literario en El Salvador en el siglo XIX

Universidad Centroamericana, San Salvador

roque@comper.uca.edu.sv

Obras citadas

 

El presente trabajo tiene como objeto presentar los primeros resultados de una investigación en marcha sobre la historia de la literatura en El Salvador. El período que comprende la segunda mitad del siglo XIX es fundamental ya que explica las imbricadas relaciones entre literatura, ideología y poder político en la formación del estado nacional salvadoreño. A partir de allí, se puede comprender mucho mejor el papel que ha desempeñado la literatura y, más en concreto, la república de las letras en la configuración de la comunidad imaginada nacional.

En el siglo XIX podemos distinguir claramente dos configuraciones del espacio literario. En el período que va desde más o menos 1840 hasta 1880, nos encontramos frente a un escenario cultural poco institucionalizado, donde la palabra está básicamente supeditada a las necesidades de prestigio y propaganda de los caudillos y poderosos de turno. Más que obras, la literatura produce un uso específico del lenguaje, la buena dicción, el buen decir, privativo y distintivo de los "hombres de civilización". A partir de la consolidación de los liberales en el poder, desde 1871, hay un intento de consolidar y ampliar las instituciones culturales. Especialmente, a partir de 1880, vemos un creciente papel de mecenazgo estatal y un incipiente esfuerzo por consolidar un corpus de literatura nacional. Estas dos configuraciones son las que tratamos de explicar en más detalle a continuación.

Mecenazgo y bellas letras (1840-1880)

Bellas letras y mecenazgo

Revisemos rápidamente el período que comprende desde la independencia hasta más o menos el retorno definitivo de los liberales al poder, en la década de 1870. Hay que tener en cuenta que los años inmediatamente posteriores a las gestas independentistas son de gran anarquía y nos han dejado escasos documentos, además la identidad del estado no está definida, por los repetidos intentos de establecer una federación centroamericana. Así que podemos en realidad hablar del período que comprende más o menos desde 1840, año que coincide casi con la fundación de la Universidad Nacional.

Durante estos años la visibilidad de la actividad literaria secular es escasa, o deja al menos pocos rastros. De ello, se quejará, por ejemplo, Román Mayorga Rivas cuando comience a elaborar su "Guirnalda Salvadoreña". Los periódicos de la época que hemos podido consultar no nos permiten conjeturar mucho. Aparecen reproducciones de poemas o narraciones de escritores de distintas nacionalidades. En algunos casos, el periódico oficial de turno, ya que era costumbre para entonces que cada gobierno tuviera a su disposición un periódico oficial, reproduce en forma de folletín alguna novela de Víctor Hugo o de Alfred de Musset. La producción nacional se restringe a versos de ocasión casi siempre dedicados a exaltar o denostar figuras políticas prominentes. Estos se leían de viva voz y luego se publicaban en hojas sueltas. Sólo después algunos de ellos aparecen dispersos en las páginas de los periódicos del momento. No existen por entonces secciones propiamente literarias. Los periódicos son una amalgama bastante caótica de edictos y documentos oficiales, pocas noticias, avisos comerciales y artículos de opinión.

Llama la atención que los versos publicados casi siempre son transcripciones de versos pronunciados de viva voz en actos públicos. Paradójicamente, aunque la versificación es inseparable de la escritura, su lugar efectivo es la oralidad. La literatura tiene un marcado carácter oral porque está ligada a ocasiones públicas y está dirigida un receptor colectivo. Se supone que la literatura moderna y, en particular, la lírica están directamente ligadas institucional, formal y temáticamente al individuo y al espacio privado. Sin embargo, la poesía en nuestro medio no perderá del todo ese carácter público. Al estar ligada a rituales, si bien de corte secular, evidencia la predominancia del factor colectivo sobre el individual. Este dato revela también la poca diferenciación que existe al nivel de la producción de lenguajes de los ámbitos de lo político y lo estético. Lo estético aparece subordinado a lo político, al menos para poder pronunciarse y obtener un lugar reconocido en la producción social de lenguajes.

El escritor que mejor ejemplariza esta situación es Juan José Cañas (1826-1918). Durante su larga vida, es el eterno invitado a inmortalizar con su versos las glorias de figuras públicas, bien se trate de conservadores o de liberales. Hacia 1870, los periódicos reportan que toma parte en varias de estas celebraciones, notablemente en las celebraciones de natalicios del presidente conservador Francisco Dueñas y del respetado médico liberal Rafael Zaldívar. En el caso de Dueñas encontramos la siguiente nota:

"Hacía ya algún tiempo que nuestro poeta nacional el siempre inspirado Cañas… no alzaba su entonada voz ni hacía vibrar las cuerdas de su sonora harpa, con la dulzura y valentía que le son características, hasta que el natalicio de Su Excelencia el Dr. don Francisco Dueñas despertó su adormida musa…" (García 1954, 343)

Como vemos, los términos con que se connota la actividad poética en este caso son los del lujo, del ornato. La poesía está allí para adornar las ocasiones sociales de relieve. Es un aditamento más para la demostración de los poderosos. Pero merece transcribir este soneto de ocasión de Cañas para que tengamos una idea de las fuerzas externas que coaccionaban el quehacer poético, en plena época de Baudelaire y Rimbaud:

A su Excelencia el Presidente Dueñas en su día

Soneto

Tú que conduces a la patria mía
Con el profundo tacto de un marino
Con viento largo a su feliz destino
Arribarás en no lejano día.

Con afán prodigioso y energía
La salvas tú del rudo torbellino
A la nave orgullosa en su camino,
Ni una línea del rumbo se desvía.

Mereces, pues, intrépido Piloto,
Que la patria premiando tus bondades
De gratitud te dé su eterno voto

Y si hoy el vino (?) en tu natal añades
Verás del porvenir el velo roto
¡Y tu nombre al através de las edades! (García, 1954: 343)

Composición de adulación, de rima fácil, llena de lugares comunes; seguramente indigna de figurar en antologías. Mas esta es la poesía que recibe la atención en ese momento y que garantiza una cuota de capital simbólico y social a su autor. No tenemos datos a ciencia cierta de cómo funcionaba esta economía de mecenazgo. ¿Qué obtenía un vate a cambio de poner su estro al servicio del poder? ¿Dinero, promesa de cargos, boleto de admisión a los acontecimientos de la "buena sociedad"? Difícil saberlo, ante la poca abundancia de testimonios. Es de notar, que la mayoría de inspirados vates eran ellos mismos miembros de la élite. Lo más probable es que lo que estuviera en juego fuera principalemente su fama y cercanía al poder.

Pero, volvamos a Cañas, así como aparece tan convencido de la gestión conservadora de Dueñas y de que salva a la patria del "rudo torbellino" liberal, igual no tiene empachos en dedicar su arte al liberal Zaldívar. Pocos días después, se celebra su natalicio y en él, el veterano poeta, le dedica dos composiciones, un enigmático soneto de pie quebrado, y una composición más larga, acompañada por tres perlas.

Estos natalicios de figuras prominentes son ocasiones importantes para la vida pública de entonces. Se trata evidentemente de fiestas privadas pero capaces de convocar a lo más destacado de la sociedad de ese entonces. Veamos la nota periódistica del natalicio de Zaldívar antes referido:

El lunes 24 del corriente se celebró familiarmente el [natalicio] del Sr. Protomédico Dr. Don Rafael Zaldívar… lo más notable entre funcionarios públicos y personas particulares asistió a las doce del día a la morada del Dr. Zaldívar, habiéndose dignado el Excelentísimo Sr. Presidente ofrecerle con su presencia una muestra de aprecio… Su importancia como ciudadano, sus esclarecidas dotes como médico, el médico favorito de las principales familias de esta capital… (García 1954, 349)

Luego tendremos oportunidad de hablar de la figura del Dr. Zaldívar y su significancia para el mundo literario e intelectual salvadoreño. Por ahora, prestemos atención a cómo una fiesta privada se convierte en ocasión pública y recurre a los servicios de cultores de la palabra para acrecentar el prestigio de la personalidad en cuestión. Se nos dice en la misma ocasión que un momento destacado fueron los brindis pronunciados por notados oradores como don Pablo Buitrago y "los inspirados y dulces poetas don Doroteo Anselmo Valdés y don Juan José Cañas… el sentido de su expresión digna y elevada y la dicción culta persuasiva con que expusieron sus conceptos en loor del amigo generoso, del ilustrado público…" (Ibid.)

Acá encontramos testimonio del valor que tiene la palabra literaria en este entramado cultural. No se trata, en lo absoluto, de demarcar un espacio propio y autónomo para la imaginación que de una marca de civilidad. Los convidados a la fiesta de Zaldívar comparten todos su condición de civilizados por su aprecio de la "expresión digna" y "la dicción culta".

Consideración aparte merecen los oradores. No sólo marcan el cruce de lo escrito y lo oral --y el predominio de lo último-- sino de manera especialemente diáfana el traslape de lo político y lo estético --y la primacía de lo primero sobre lo segundo. Lo que hoy reconocemos como "literatura", fundamentalmente la poesía lírica, tiene algún lugar en rituales semi-públicos de esas décadas pero, si hemos de dar crédito a las notas de los periódicos, no le arrancan el papel protagónico a los oradores. Esta situación tenderá a invertirse hacia 1880.

Por el momento, sigamos prestando atención a estas curiosas figuras que son los oradores. A mi juicio, encarnan de manera ideal al intelectual letrado. El orador no sólo está en posesión de una cultura erudita, sino que la hace efectiva, la actualiza en el acto público. Es el modelo del "buen decir" del que hablábamos más arriba. Los oradores que adquieren fama por aquellos años no son propiamente profesionales. Es fácil deducir que obtienen su pecunio de otras fuentes. Son casi siempre abogados y muchas veces llegan a detentar cargos públicos de importancia. Su arte claramente les permite acumular un capital simbólico, es decir prestigio, que pueden trocar en otras formas de capital. Caso singular son algunos oradores "extranjeros" que ganan fama y posición en la sociedad salvadoreña.

Dos casos memorables son los de Alvaro Contreras y Pablo Buitrago. Alvaro Contreras es hondureño de nacimiento pero itinerante por destino. Las luchas políticas lo harán errar a lo largo del continente. Pero en sus lugares de estancia siempre logra alguna posición en la estructura oficial por sus dotes oratorios y periodísticos. Contreras debería ocupar un lugar importante en la cultura nacional porque en un discurso pronunciado en 1873 recogido bajo el título de "El pueblo salvadoreño en la América Central" definió la esencia del ser salvadoreño. Con grandilocuencia decimonónica —¿qué otra cosa cabría esperar? — afirmó que El Salvador: "debe ser iniciador, apóstol, industrial y soldado al servicio de la causa de la civilización en la América Central" (García 1954, 397-404). Aserto que siguiendo las normas retóricas repite en varias ocasiones y llega a convertirse años después en un tópico efectivo del imaginario liberal. Pablo Buitrago, por su parte, había llegado a ser presidente de Nicaragua y desempeñó distintos cargos públicos. Sin embargo, a lo largo de sus muchos años de residencia en El Salvador, será invitado imprescindible a los rituales públicos, por mandatarios liberales y conservadores. Allí tendrá ocasión de lucir sus dotes oratorias. Es de agregar, que como catedrático de Derecho, Buitrago llegaría a ejercer un magisterio ampliamente reconocido por las generaciones posteriores.

La literatura en su estatuto heterónomo no sólo estará subordinada a los dictados e intereses políticos. También, tendrá un papel importante en la educación, pero principalmente como retórica. Esto hace mucho sentido. Si el objetivo de la formación de los nuevos ciudadanos era dotarles del buen decir, lo literario sería básicamente una tekhné rhetoriké. Más importante que crear obras, es desarrollar una habilidad. Veamos algunos casos en que esto aparece manifiesto en las crónicas del momento.

Hacia 1863, tenemos nota que el presidente liberal Gerardo Barrios asiste con cierta frecuencia a los actos de graduación o rendición de exámenes de distintos planteles educativos. Por ejemplo, el Colegio de señoritas que dirige la Sra. Bogen. Se examinaron 14 niñas en acto público: "en gramática castellana, francés, aritmética y geografía". Se expusieron copias de dibujo natural y de paisaje. Asistió el presidente de la república, Gerardo Barrios, y los examinadores fueron catedráticos de la Universidad Nacional. "Concluyó la función, pasando los concurrentes a una sala donde se sirvieron refrescos y dulces esquisitos. Entre tanto, la música militar ejecutaba piezas escogidas" (García 1954, 96).

Que un Presidente de la República no tenga obligaciones más importantes que asistir a veladas colegiales no deja de causar cierto escándalo. Más tratándose de la gestión del Capitán General Barrios, atribulada por las conspiraciones de sus enconados enemigos. Sin embargo, debemos tener en cuenta que para el espíritu liberal, la educación era una trinchera de batalla tan importante como las demás y el hecho de que el presidente se mostrara en una escuela de niñas, acaso hable mucho de lo audaz de sus ideas para la época. Porque, la asistencia del presidente a planteles femeninos no es un caso aislado, en otro acto, consignado poco después, Gerardo Barrios concurre a la ceremonia de rendición de exámenes del liceo de niñas. En esta ocasión, las halagadas graduandas obsequian el siguiente himno al mandatario:

De azucenas y rosas ceñida
la inocencia a la vida se entrega
y sus cándidas alas desplega (sic)
Sin temor ni sospecha letal;
¡Mas ay de ella! Que el vicio incidioso
La sorprende en su vuelo atrevido
Si una luz celestial no ha podido
Sostenerla, salvarla del mal…

Y concluye:

Al poder paternal que nos rige
Y a la infancia benéfica guía
Consagremos con grata alegría
Las primicias de un útil afán… (García 1954, 146)

El acto se coronó con un discurso del infatigable Pablo Buitrago. Pero lo que nos interesa destacar nuevamente es que aquí tampoco se escoge esta pieza poética por su valores intrínsecos. Creación juvenil de ocasión, su métrica es visiblemente inepta, su asunto, los más trillados tópicos de sumisión a la autoridad patriarcal y de reclusión femenina al cerco protector de lo privado. Mas no debemos olvidar que si merece consignarse en las crónicas de momento es porque se trata de una muestra de la eficacia de la técnica poética en la asimilación de los valores morales dominantes. Otra forma de heteronomía. La servidumbre no es aquí ya a ciertos ideales políticos, ni a la demostración de poder de ciertos personajes, sino a la ideología doméstica.

Recapitulando, en las décadas que median entre la independencia y la puesta en marcha de las reformas liberales, la literatura tiene pues una cierta importancia pero no como práctica autónoma, válida siempre en sí misma. Es, por el contrario, una literatura heterónoma. Es ante todo una técnica que permite civilizar a quien la practica, dotarle de las cualidades indispensables para funcionar en un universo modernizado o en transe de modernización.

Literatura y el poder liberal: el camino hacia la autonomía

A partir de 1880, la escena cultural salvadoreña muestra una vitalidad mucho mayor. No sólo encontramos más evidencias en los periódicos, sino que comienzan a proliferar una serie de publicaciones culturales más especializadas, tales como páginas literarias y revistas. Así lo testimonia con optimismo Joaquín Méndez, director de la revista literaria La Juventud, publicación vinculada a la sociedad literaria del mismo nombre:

La juventud salvadoreña, entusiasta en alto grado por todo lo bueno y lo bello, está actualmente comenzando a dar verdaderas señales de vida. Funda periódicos, establece sociedades literarias, se presenta a ayudar con esfuerzos a levantar el edificio de nuestra literatura nacional. (1880: 147-148)

Esta cita es reveladora en varios aspectos. En primer lugar, habla del fenómeno de las sociedades literarias y científico-literarias de las que tendremos ocasión de hablar más abajo. Pero, sobre todo, proclama un nuevo agente de cultura: "la juventud". Esto delata un sentido de ruptura y de renovación, con respecto al legado anterior. Estos jóvenes han tomado las riendas de la cultura nacional en sus manos y se han trazado una meta: "levantar el edificio de nuestra literatura nacional".

Esta última frase es elocuente. Contrario a la configuración beletrística, no se trata sólo de difundir estándares de retórica y buena dicción sino de acumular obras productos de esta labor creativa, para compensar la falta sentida de un acervo literario propio:

Puede decirse que la literatura salvadoreña --que creemos no se puede juzgar aislada de las demás repúblicas centro-americanas--, está en su infancia […] No tenemos teatro, apenas hay dos poetas que se han dedicado al drama y la tragedia, que son Francisco Díaz y F. E. Galindo… No se contente con cantar idilios, que son los acentos de infancia de la literatura; aborde el poema, el drama, la tragedia; destruya ese círculo donde nuestros poetas se han cansado de vivir aprisionados. (Méndez, 1880: 149-150)

El llamado a construir la literatura nacional ya no es a los "letrados" sino claramente a los "poetas", entendiendo que poesía no nos remite al sentido más restringido de lírica sino al más amplio de la escritura de función estética, que Méndez y su generación, a veces de manera vacilante, comienzan ya a privilegiar. Notablemente, sin embargo, este creciente protagonismo de la literatura sobre otros modos de autoridad y organización discursiva no revela antagonismos ni rivalidades sino, por el contrario, da evidencias de una suerte de alianza estratégica por abrir un espacio de autoridad letrada. Incluso, es posible afirmar que en esta nueva configuración la poesía será la actividad que aglutinará a una comunidad heterogénea de intelectuales.

El mecenazgo presidencial

Algo notable sucede en la República de las Letras de El Salvador con el arribo de Rafael Zaldívar al poder. Zaldívar es un personaje histórico sumamente interesante y poco estudiado. Nacido en la remota población unionense de San Alejo, de familia acomodada, obtendrá una educación esmerada, al punto de convertirse en modelo de hombre de mundo, para la proviciana sociedad salvadoreña de entonces. Así lo atestigua Francisco Huezo en una necrológica que le dedicara en 1903:

Su educación era exquisita como la de un parisiense. Hablaba francés, inglés y algo de alemán. Traducía el latín y conocía los clásicos romanos. Vestía con suma elegancia. (1950: 591)

Es un gran aficionado y conocedor de las artes y las letras. Había estudiado medicina en la Universidad de San Carlos y como facultativo alcanzará un gran prestigio profesional, al punto de ser el galeno predilecto de las familias acaudaladas del país. Liberal declarado, sus buenas relaciones sociales lo hacen aceptable para los conservadores. Durante el gobierno de Francisco Dueñas llega a despeñar cargos diplomáticos y a ser una personalidad pública prominente. Pero una vez en la silla presidencial no se distinguirá por la moderación. Su mandato se extenderá desde 1876 a 1885, ingeniándoselas para vencer los límites constitucionales. Con mano de hierro, neutralizando a sus opositores con métodos dictatoriales, se hará cargo de implantar de una vez por todas las principales reformas liberales que le darán un sello liberal indeleble a la República de El Salvador.

Bajo Zaldívar se producen reformas que cambian la vida nacional. En primer lugar, instituye el carácter secular del Estado: se establece la libertad de cultos, se secularizan de cementerios, se instituye el matrimonio civil y, en una medida que evidencia la audacia de los nuevos liberales, se legaliza el divorcio. Pero las reformas liberales más importantes implementadas durante el gobierno del Doctor Zaldívar son las que afectan la estructura de la tenencia de la tierra. A través de distintos decretos se abren las tierras estatales para ser reclamadas por propietarios privados y se declaran abolidas formas comunales de propiedad de la tierra heredadas de la colonia, tales como los ejidos y las tierras pertenecientes a comunidades indígenas. De esta forma, se liberan las trabas para dejar disponibles las mejores tierras del país a los cultivos de agroexportación, principalmente el café. La medida, tal como la razonaban los liberales, estaba destinada a posibilitar que el campesino se integrara a la economía mundial como agricultor propietario. De hecho, no todas estas tierras fueron a dar de inmediato a grandes propiedades. Pero si bien es cierto que estas medidas permitieron que muchos campesinos modestos se hicieran propietarios privados, a la larga, las desigualdades de educación y de acceso al capital y al crédito terminaron por favorecer las propiedades de gran tamaño. El campesinado se vio obligado a proletarizarse o se vio obligado a vivir de la agricultura de subsistencia en tierras marginales. Pero todavía en 1880 es difícil predecir esto. Impera el entusiasmo de la modernización.

Volvamos a los cambios en cuanto a política cultural del estado introducidos por el Doctor Zaldívar.Ya en la época del conservador Dueñas, Zaldívar tiene un perfil público muy alto. Da suntuosas fiestas en su residencia donde asiste lo mejor de la sociedad salvadoreña, pero sobre todo le gusta aparecer rodeado de intelectuales y artistas. Cuando asume la primera silla, Zaldívar parece especialmente preocupado en aparecer como un hombre moderno y refinado, patrón de la educación y las artes. Francisco Huezo lo comenta nuevamente:

Como Cosme de Médicis, Zaldívar se rodeó de literatos, pensadores y filósofos. Admiraba a los hombres de talento. Florecieron entonces en El Salvador el sabio Francisco Galindo, pedagogo y orador, el doctor Rafael Reyes, erudito de pluma fácil y copiosa; el eminente Pablo Buitrago, lleno de luz apostólica, hijo de Nicaragua; el sabio doctor David Guzmán, naturalista como Plinio; y aquel orador de vuelo girondino, Luciano Hernández, cerebro de justeza clásica, escéptico, como Leonardi. Y con ellos, capitaneada por Frederico Proaño, una briosa legión de jóvenes escritores que clarineaban las 'nuevas anunciaciones del espíritu'. (Huezo 1950: 592)

Sabemos que se suscribe a la sociedad literaria guatemalteca El porvenir en 1877 y después apoya activamente una institución que intenta emularla en El Salvador: la sociedad literaria La Juventud. Esta sociedad, cuyo periódico está dirigido por Méndez, no sólo es una difusora del conocimiento y la afición literaria entre el público educado salvadoreño sino una activa agencia de propaganda del presidente. Por contraparte, el estado o el presidente (todavía la administración de Zaldívar tiene un fuerte cuño caudillista) activa y generosamente subvenciona actividades literarias.

Bajo Zaldívar, registramos notables cambios en el funcionamiento del mecenazgo cultural, aunque la actividad literaria esté todavía lejos de independizarse. En años anteriores, hemos visto, la literatura era un objeto de ostentación más en ciertas actividades privadas de figuras públicas prominentes, entre ellos el propio Zaldívar. En los actos públicos quienes tenían un lugar más prominente eran los oradores. A partir de Zaldívar, encontramos evidencia de que la literatura y, de manera muy especial y visible, la poesía lírica toman un lugar central en una serie de rituales públicos que crecen en frecuencia, complejidad y pompa. Me refiero a numerosos jubileos y efemérides o a la inauguración de obras públicas, para mencionar algunos, donde los altos dignatarios del Estado participan. Este comportamiento de Zaldívar, lo continuará y profundizará su sucesor, el General Francisco Menéndez, quien también aparecerá como mecenas de las artes y destinará recursos del estado para las actividades de literatos e intelectuales.

¿Cómo afecta esta nueva conducta del estado la labor de escritores, especialmente la de los creadores de literatura? Una anécdota que muestra el funcionamiento de esta dinámica es la celebrada visita de Rubén Darío, durante los inicios de su carrera, aún era un adolescente, en 1881. Sin embargo, Darío estaba plenamente conciente de su valía como "poeta". Veamos cómo lo refiere el propio poeta en su Autobiografía:

Llegar yo al puerto de La Libertad y poner un telegrama a su excelencia todo fue uno. Inmediatamente recibí una contestación halagadora del Presidente… Llegué a la capital. Al cochero que me preguntó a qué hotel iba, le contesté sencillamente: 'Al mejor' […] A los pocos días recibí aviso de que el Presidente me esperaba en la casa de gobierno. Mozo flaco y de larga caballera, pretérita indumentaria y exhaustos bolsillos, me presenté ante el gobernante. Pasé entre los guardias y me encontré tímido y apocado delante del jefe de la República, que recibía, de espaldas a la luz, para poder examinar bien a sus visitantes. Mi temor era grande y no encontraba palabras qué decir. El Presidente fue gentilísimo y me habló de mis versos y me ofreció su protección; mas cuando me preguntó qué era lo que yo deseaba contesté… con estas exactas e inolvidables palabras que hicieron sonreír al varón de poder: 'Quiero tener una buena posición social primero'. (1997: 22)

El presidente Zaldívar rápidamente se dispone a reclutarlo, le concede un generoso regalo de 500 pesos plata y se apresta a exhibirlo en una velada lírico-literaria en honor a Morazán. Paralelamente, cuando Darío muestra una conducta belicosa y disoluta, Zaldívar no vacila en encerrarlo en un internado por varios meses, para meterlo en cintura. Darío es un artículo de ostentación, pero no artículo de ostentación exclusivamente privado, sino del presidente en tanto que encarna el poder del Estado.

Cabe preguntarse, a estas alturas por qué desde la administración de Zaldívar la poesía desplaza a otras manifestaciones culturales y ya no aparece en el contexto tradicional del mecenazgo privado, sino en rituales públicos, donde constituye una suerte de artículo de propaganda. La única razón que se me ocurre es que para un gobierno liberal que es conciente del rezago histórico en la carrera por la modernidad es imperativo mostrar signos inequívocos de que se marcha en ese camino. La poesía al ser tenida como la expresión más decantada de la cultura cosmopolita moderna permite dar este salto gigantesco. Es decir, si a nivel de las realizaciones materiales los obstáculos a remontarse son descomunales, a nivel del espíritu es posible que una vanguardia entre de lleno y goce ya de la temporalidad del mundo moderno.

La segunda estancia de Darío confirma el prestigio creciente de las letras y los letrados. Es ya capaz de canjear su capital simbólico por capital político: se le encomienda la formación de un nuevo periódico, La Unión. A la caída de Menéndez en 1890, el gral. Ezeta intenta reclutarlo pero huye a Guatemala. Allí se da un encuentro revelador con el presidente Barillas:

Al llegar, vi que el Presidente estaba rodeado de muchos notables de la ciudad. Se hallaba agitadísimo […] el Presidente me miró y me preguntó: '¿Es usted el señor Rubén Darío?' 'Sí, señor' --le contesté. Me hizo entonces avanzar y me señaló un asiento cercano a él. 'Vamos a ver --me dijo--, ¿es usted también de los que andan diciendo que el general Menéndez no ha sido asesinado?' 'Señor Presidente --le contesté--, yo acabo de llegar, no he hablado aún con nadie, pero puedo asegurarle que el presidente Menéndez no ha sido asesinado'. En los ojos de Barillas brilló la cólera. '¿Y no sabe usted que tengo en la Penitenciaría a muchos propaladores de esa falsa noticia?' 'Señor –insistí--, esa noticia no es falsa. El general Menéndez ha muerto de un ataque cardíaco al parecer, pero si no ha sido asesinado con bala o con puñal, le ha dado muerte la ingratitud, la infamia del general Ezeta, que ha cometido, se puede decir, un verdadero parricidio'. Y me extendí sobre el particular. El Presidente me escuchó sin inmutarse. 'Está bien --me dijo cuando hube concluido--, vaya en seguida y escriba eso. Que aparezca mañana mismo. Y véase con el ministro de Relaciones Exteriores y con el ministro de Hacienda'. Me fui rápidamente a mi hotel y escribí lla narración de los sucesos del 22 de junio con el título de 'Historia negra', que en ocasión oportuna reprodujo La Nación, de Buenos Aires (Darío, 1997: 45)

En pocos años, el poeta ha dejado de ser el organillero del cuento "El rey burgués" de Darío. Se sabe ya dueño de un poder que le viene precisamente del espíritu de la letra. Es así como se va finalmente consolidando una República de las Letras.

©Ricardo Roque Baldovinos


Obras citadas
Arriba
 
  • Darío, Rubén, 1997: Autobiografía, Managua: Ediciones Distribuidora Cultural.
  • García, Miguel Angel, 1954: San Salvador (Tomo II), San Salvador: Imprenta Nacional.
  • Huezo, Francisco, 1950: "Rafael Zaldívar (el brujo de San Alejo)" en: García, Miguel Angel, 1950, Universidad Nacional (Tomo I), San Salvador: Imprenta Nacional, 591-593.
  • Mayorga Rivas, Román: 1977, La guirnalda salvadoreña (3 volúmenes), San Salvador: Dirección de Publicaciones.
  • Méndez, Joaquín, 1880: "Nuestra juventud y nuestra literatura", en La Juventud, Revista del Salvador (Literatura, Ciencias y Bellas Artes), 1880, Año Tercero, Tomo I, San Salvador: Tipografía Nacional: 147-150.

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