Beatriz Cortez

El desencanto de Jacinta Escudos y la búsqueda fallida del placer

California State University, Northridge

beatriz.cortez@csun.edu

Obras citadas

 

La obra narrativa de la escritora salvadoreña Jacinta Escudos se caracteriza por su cuestionamiento de las normas establecidas para el comportamiento apropiado que, en las sociedades centroamericanas, con frecuencia requieren que el individuo defina de manera rígida, clara y permanente su identidad de clase y de género, sus afiliaciones políticas, sus intereses culturales y su ideología en general. En sus colecciones de relatos Contracorriente (1996) y Cuentos sucios (1998) Escudos pone en tela de juicio las instituciones sagradas e inamovibles de la cultura centroamericana, entre ellas la familia y la figura de la madre. De esta forma, Escudos pone sobre la mesa simbólica de discusión temas como la humanización de la figura de la madre, el deseo de la mujer y la violencia en el espacio privado, particularmente dentro de la institución familiar, entre otros. Por otra parte, su obra en sí presenta no sólo una lucha por el acceso al discurso literario –que tradicionalmente se encuentra reservado para sus contrapartes masculinas—sino también por modificar las temáticas apropiadas para ser discutidas en el espacio literario. Además, valdría la pena agregar que la recepción que su obra ha tenido, particularmente fuera de Centroamérica, ha sido, cuando menos, positiva.

La novela El desencanto fue publicada en su momento, pues la literatura centroamericana de posguerra precisamente presenta una visión de la vida y de la sociedad marcada por el desencanto. A partir de la firma de los acuerdos de paz en El Salvador y Guatemala, ha surgido una producción de ficción que ya no se enfoca de manera exclusiva en la violencia del espacio público ni en la opresión del estado. Por el contrario, la ficción de posguerra centroamericana pone atención también al espacio privado y explora temas que se habrían considerado inapropiados durante el período de la guerra. Ya los proyectos utópicos que movieron a las masas diez o veinte años atrás han quedado truncados, y el vacío que éstos dejaron ha obligado a los escritores a buscar nuevas perspectivas para abordar la realidad centroamericana. De esta forma, los textos contemporáneos aparecen marcados por el desencanto y el rechazo a las normas que limitan al individuo en el espacio público, pero quizá de manera más drástica, en el espacio privado.

En este contexto, la primera impresión que nos da la recién publicada novela de Jacinta Escudos El desencanto, es que es atrevida y refrescante. En la sociedad salvadoreña no es común encontrar textos en los que la mujer reflexione sobre el deseo y defina el placer desde una perspectiva femenina. Si el proyecto del texto es llevar al lector a reflexionar sobre estos temas y a dejar del lado la moral tradicional para acompañar a la protagonista por una vida de experimentación y decepciones, la novela es muy exitosa. Sin embargo, al final nos deja el sinsabor del desengaño: nuestra protagonista está imposibilitada para experimentar placer. El final de la novela lleva al lector a preguntarse si en efecto, los hombres que han sido sus amantes no han estado dispuestos a proporcionarle placer tal como dice la protagonista, o si en caso contrario, es ella misma, a pesar de su aparente libertad y de la campaña de experimentación que lleva a cabo, quien no ha podido escapar la más tradicional construcción de lo que es la mujer en el imaginario social urbano centroamericano en que habita. Este cuestionamiento es sumamente significativo, pues de ser así, más allá de la denuncia que el texto hace respecto a que el placer es construido culturalmente desde una perspectiva masculina y del señalamiento de que a la mujer se la excluye de la experimentación del placer e incluso de la discusión verbal sobre el placer, está un descubrimiento mucho más trágico: la construcción de la mujer y de su propio imaginario erótico y la construcción cultural de su deseo no han podido escapar de los límites que la sociedad ha dibujado para ella. Y éstos son, más bien, unos límites que diseñan su exclusión del ámbito del placer.

La novela es una reconstrucción antierótica de los encuentros sexuales de Arcadia, su protagonista. En ella, Arcadia explora su fracaso tanto en la búsqueda del placer como en su intento de realizar sus sueños en el campo del amor. El texto da inicio con el siguiente epígrafe: "Fuiste un gusano/ devorando/ las entrañas/ de mi corazón./ Mientras/ yo/ fingía placer" (Escudos, 2001: 7). A continuación, la narración sigue el recorrido de una larga serie de encuentros sexuales que abarcan desde la juventud hasta la edad adulta de Arcadia.

En el primer relato, titulado "El hombre que tiene manos de mujer", la protagonista, quien para entonces carece de experiencias en el ámbito sexual, se encuentra en una situación desventajosa: carece también de conocimientos sobre lo que debe hacer al encontrarse a solas con un hombre. Como lo indica Arcadia, "apenas sabe lo que ha visto en las películas, lo que ha leído en los libros, lo que ha escuchado en las canciones" (2001: 14). Sin embargo, su experiencia no se parece en nada a aquella que ha construido en su imaginación a partir de sus limitados conocimientos. De hecho, se trata de una experiencia más bien repulsiva pero que Arcadia "soporta", pues una vez se encuentra a solas con este hombre, "no sabe cómo decirle 'no' sin que eso la haga parecer descortés, grosera" (2001: 15). A partir de ese momento, Arcadia acepta desempeñar el rol de objeto del placer masculino. Su papel es, entonces, el de actuar en función del placer masculino, y en cierto sentido, esto la lleva a adoptar el silencio respecto a su propia insatisfacción, pues solamente aquél que desempeña el papel de sujeto del deseo tiene derecho a tomar medidas para obtener acceso al placer. De esta forma, la primera experiencia sexual de Arcadia, culmina con "los gemidos de placer del hombre en contraste con el cada vez más creciente asco de ella, con su desconcierto, con las arcadas inevitables" (2001: 16).

La falta de información en el espacio público es significativa porque contribuye en gran medida a mantener a la mujer en una posición de subordinación en el ámbito del placer. Incluso aquella información que existe en el espacio público le es vedada a la mujer por medio de un proceso de vigilancia por parte de la sociedad, e incluso, como en el caso del panóptico descrito por Foucault (1979), por un proceso de vigilancia llevado a cabo por ella misma. Así, nuestra narradora señala que "Arcadia nunca ha tocado el miembro de un hombre. Nunca ha visto uno, más que en alguna revista, de las que puede hojear a veces en los kioscos del centro de la ciudad. Las hojea en secreto, para que nadie la vea, para que nadie tenga una impresión equivocada de ella" (2001: 15-16).

El relato titulado "El hombre de la primera vez" viene intercalado por textos en itálicas representativos del discurso oficial respecto a la sexualidad femenina: "no puedes permitirle a nadie que te haga eso si no se casa contigo" (2001: 28). Sin embargo, Arcadia transgrede las normas y pierde la virginidad con un hombre desconocido al que apoda Lobo. Así describe el texto su experiencia: "a Arcadia le parece una danza graciosa y siente ganas de reír por todas las tonterías que están ocurriendo pero también empieza a desear que ocurra algo o que todo termine pronto, porque aquello la tiene, francamente, muy aburrida" (2001: 30). Desafortunadamente, la experiencia de placer nunca llega para Arcadia. Sin embargo, a estas alturas de su vida todavía conserva la esperanza de que el amante verdadero llegue: "la primera vez no obliga el amor ni ata para siempre. Lobo no era 'El príncipe azul'" (2001: 34). Y aunque su "Príncipe azul" tarda en llegar, Arcadia habita un mundo rico en sueños en los que sí experimenta el placer. Por ejemplo, en el relato de "El sueño del caballo negro que le hace el amor" Arcadia despierta convencida de que "con ningún hombre, ha sentido tanta sensualidad como la que siente con el caballo" (2001: 37).

Tal como lo sugiere el epígrafe, el texto hace énfasis en la necesidad que siente la mujer de fingir placer. Esa necesidad se debe, por un lado, al silencio al que se encuentra relegada respecto a su experiencia sexual; por otro, se debe a su temor de poner la masculinidad de su pareja en tela de juicio. Tal como lo señala una de las jóvenes que participa en una conversación sobre intimidades: "es vital para él y su virilidad creer, que has tenido un orgasmo" (2001: 46). En este círculo vicioso se sugiere la posibilidad de que, al igual que sucede con la construcción de género de la mujer, el hombre sea víctima de la construcción social de la masculinidad y, como consecuencia, que también finja: "fingen que te creen aunque en el fondo, saben la verdad, pero es preferible fingir porque la verdad resultaría algo penosa y generaría discusiones sin sentido" (2001: 46).

En el relato titulado "El hombre de las bofetadas" el texto describe a un amante atractivo con el que Arcadia se involucra a pesar de que entonces ella tenía una relación estable con otro hombre, con el que vivía. El hombre de las bofetadas quiere pegarle a Arcadia, pues "ésa es la manera en que a él le gusta el sexo" (2001: 78). Después de unos momentos de duda, Arcadia acepta, por lo que

[e]l hombre se alegra mucho. La penetra eufórico, le dice que no tenga miedo, se mueve dentro de ella y le habla mucho, le dice que se siente tan feliz de estar con ella y que lo comprenda tanto. Y de pronto él se retira un poco, se yergue y le suelta la primera bofetada con la mano izquierda sobre su mejilla derecha. (2001: 78)

Este juego de poder entre dos amantes, en cierta manera, tiene la posibilidad simbólica de desnaturalizar la visión tradicional del placer y de invitar a la búsqueda de formas alternativas de concebirlo. Por su mismo carácter consensual, puede funcionar como un juego hasta cierto punto seguro, en el que la protagonista puede explorar y compartir con su pareja sus deseos secretos y sus pasiones más sórdidas. El texto nos describe el placer que experimenta Arcadia a partir de su participación en esta relación con el hombre de las bofetadas. Sin embargo, en su caso, el placer no proviene de su propia experiencia: "Los golpes no la excitan. Pero cuando toma conciencia de que el hombre siente un placer ilimitado con aquello, la mujer también goza" (2001: 79). Nuevamente, la experiencia de placer de Arcadia ha quedado supeditada a la de su contraparte masculina.

Otro concepto rígido en el espacio social y que el texto cuestiona es el de género. Sucede en la sala de espera del consultorio de un dentista, como puede suceder en cualquier otro espacio social. La conversación entre las pacientes que esperan su consulta médica excluye a Arcadia de la categoría 'mujer', tal y como es definida por las mujeres que conversan. Ellas hablan sobre una mujer que ha dado a luz por medio de una cesárea:

Sólo cuando se paren los hijos por entre las piernas, entonces se es mujer de verdad. Pero en todo caso, es mucho más mujer que las que no tienen hijos. Esas no son mujeres. Siguen siendo niñas, aunque ya hayan tenido hombre. (2001: 91)

Esta conversación revela la definición de la categoría "mujer" que se construye en función de las normas patriarcales que rigen el espacio social. Da indicios también de la forma en que la gran mayoría de mujeres que habitan este espacio ha internalizado dichas normas y ha pasado a desempeñar el papel de la más inflexible vigilante de ese concepto patriarcal de "mujer". El texto sugiere que Arcadia también ha internalizado este concepto rígido de ser mujer, pues ella, que las escucha, "teme que le pregunten, teme tener que contestar que no, que ella no tiene hijos, que no quiere tenerlos" (2001: 91).

A pesar de la riqueza y variedad de sus búsquedas, el concepto de la relación amorosa ideal que tiene Arcadia es sumamente tradicional. Acaso nunca ha abandonado la idea de encontrar un príncipe azul que la ame para siempre. Es interesante notar que el narrador o narradora de la novela expresa su propia posición en total acuerdo con la de Arcadia:

Sueña Arcadia, como todas las niñas / muchachas / mujeres / viudas y ancianas que conozco, con la llegada de un famoso personaje, conocido en el mundo de la zoociedad romántica como "El Príncipe Azul". (2001: 21)

Que la experimentación de Arcadia no es sino una forma más activa que la tradicional espera femenina de “el príncipe azul" se confirma cuando, al encontrar a Sean, su antiguo amante, Arcadia "asume una expresión de tristeza. Aquel hombre es un mujeriego y donde quiera que se encuentre, tendrá mujeres en abundancia a su disposición. Al igual que la tuvo a ella, esa tarde" (2001: 98). Arcadia lamenta que Sean no sea su amante ideal y siente tristeza al darse cuenta de que ella no es más que una de muchas mujeres en su vida. A partir de este pensamiento que cruza por la mente de Arcadia, todo su proyecto de experimentación carece de sentido. No es de esta manera como encontrará el “príncipe azul" con el que sueña. La misma línea de pensamiento sigue su comentario respecto a L., "el hombre que bebía ginebra por las mañanas", que "por su condición de hombre casado, lo único que puede caber con él es una relación meramente sexual que, tarde o temprano, se agotará. Por lo tanto, es algo muerto de antemano, algo que no tiene perspectivas de nada" (2001: 103). De esta forma se viene abajo el presupuesto mismo de la novela, pues nos damos cuenta de que Arcadia nunca encontrará el amor, ni el placer, experimentando como lo ha hecho a lo largo de su vida. Su propio proyecto de experimentación la lleva por el camino equivocado pues la lleva a encontrar personas que no quieren lo mismo que ella busca, es decir, una relación estable, permanente, monógama. Por esto también le molesta saber "que lo único que desea L. de ella es tenerla sexualmente. Sin sentimientos, sin compromisos, sin pactos de ningún tipo" (2001: 104). En el fondo, Arcadia también ha internalizado el concepto idealizado por la sociedad de lo que debe ser una relación de pareja y de cómo debe ser el amante ideal y esta visión tan claramente tradicional contrasta dramáticamente con sus poco tradicionales actos.

De no ser por sus propios comentarios, que sugieren que uno de los obstáculos entre la protagonista y el placer es su propio imaginario, podría decirse que hay indicios de libertad en su manera de vida. Acaso el indicio más significativo de esto sea su experimentación y, por lo tanto, su rompimiento con la idea de que la mujer está destinada a involucrarse en relaciones amorosas con un sólo hombre, de ser posible, a lo largo de toda su vida. A pesar de que la protagonista busca una relación exclusiva y monógama, al no encontrarse satisfecha con un amante, en vez de optar por la pasividad, actúa. Arcadia siempre está dispuesta a lanzarse en busca de nuevas posibilidades, de un nuevo encuentro, de un nuevo amante. Si encuentra el amante ideal o no, no es tan significativo como la forma en que sus actos ponen en tela de juicio la idea de la permanencia como la única situación apropiada para vivir una relación amorosa. Esto es positivo en la medida en que le permite una salida de las relaciones que no le proporcionan placer en vez de resignarse a permanecer por siempre en una relación fallida. Así explica ella su propia búsqueda: “Buscamos a alguien que nunca encontramos. Buscamos algo que necesitamos con mucha urgencia. Buscamos el amor. Y nunca perdemos la confianza en que vamos a encontrarlo. Y la única manera de encontrar el amor es probando, buscando" (2001: 114).

Al final del texto, en el apartado titulado "Despojos", Arcadia "tiene 35 años y está sola. Después de tantos hombres, después de tanto tiempo" (2001: 199). Tiene también la conciencia de no haber encontrado el amor ideal, tal como ella lo había concebido desde siempre. En sus palabras: "el amor cuesta,...el amor es algo excitante, vibrante. Y...es para toda la vida" (2001: 142). Por otra parte, tal parece que para Arcadia, la posición que ocupaba como objeto del placer y la mirada masculina era importante para su propia construcción de sí misma, para su propia identidad. Es por esa razón que recuerda con nostalgia la época en que "parecía que todos, absolutamente todos los que conocía, querían tener algo con ella" (2001: 199). Su autoestima depende –y quizá dependió desde un inicio—de la imagen que los hombres tienen sobre ella, del valor que ellos le asignan. Ahora se siente desplazada, pues señala que los hombres que la rodean "prefieren a las muy jóvenes, a las muchachas de 19, 20 años" (2001: 199). A pesar de ser un final negativo para la protagonista, puede ser leído como un final positivo en términos de su señalamiento de la necesidad de que la mujer deje de ocupar de manera exclusiva el papel de objeto del deseo masculino y de que se desligue de ese rígido concepto del amor que impone la sociedad sobre el individuo, y que acaso la marca, desde el inicio del camino, con la impronta del fracaso que le guarda como destino.

Desde este punto de vista, la protagonista difícilmente hubiera podido escapar del desencanto que la abarca toda; acaso ese desencanto sea producto de su propio proceso interior:

Amor, lo que se llama "El Amor", pienso que sólo ocurre una vez en la vida. Pienso que la promiscuidad de los seres humanos se debe a esa búsqueda, que no todos queremos admitir a nivel racional ni consciente. Pero estamos buscando algo que nos hace muchísima falta. Buscamos al socio, la contraparte, el compañero. Buscamos lo que complemente todas nuestras necesidades afectivas, las que cargamos desde que somos niños. Todo lo que nos negaron desde nuestra infancia, todo lo que nos torcieron los adultos y la zoociedad en el camino del crecimiento. Buscamos compensar todo ello con el mito del amor. (2001: 142-43)

La necesidad de liberar el concepto del amor de esa rigidez, la necesidad de idear nuevas maneras de concebir el amor es evidente si es que el individuo quiere escapar ese destino fatal que, de no ser así, seguramente le está esperando a la vuelta del camino.

 

©Beatriz Cortez

 


Obras citadas
Arriba
 
  • Escudos, Jacinta, 2001: El desencanto, San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos.
  • Escudos, Jacinta, 1998: Cuentos sucios, San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos.
  • Escudos, Jacinta, 1996: Contracorriente, San Salvador: UCA Editores.
  • Foucault, Michel, 1979: Discipline and Punish: The Birth of Prison, trad. Alan Sheridan. 2? ed., New York: Vintage International.

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