Uriel Quesada Román
Nación, ciudad y relaciones
familiares y afectivas en «Cruz de olvido»
Tulane University
urielq@hotmail.com
Notas*Obras
citadas
Parodiando el viejo refrán, podría resumir el
tema central de Cruz de olvido (Cortés, 1999) de la siguiente
manera: "Dime cuál ciudad odias y te diré quién eres". Cruz de olvido es la historia de un crimen que provoca un viaje, y de
un viaje que no es otra cosa sino la disección de San José de
Costa Rica, donde una cadena de hechos, recuerdos, rechazos y reconocimientos
da como resultado la incierta luz de una identidad de posguerra, tiempos en
los que parece no haber heroísmo y la corrupción campea. En esta
novela del costarricense Carlos Cortés el concepto identidad se
articula con nación y con familia, núcleo social
y espiritual a la vez que fuente de trauma personal. Estas cuatro vertientes
(identidad, nación, familia y trauma) se funden en la representación
de San José.
Siguiendo a Ángel Rama, la urbe latinoamericana surge
ligada al poder y al deseo. Mientras la distribución del espacio urbano
en la ciudad colonial reprodujo el orden social, con sus diferentes niveles
de control y vigilancia, un "poder en el punto central y a su alrededor,
en sucesivos círculos concéntricos, los diversos estratos sociales"
(1984: 7), el plano se constituyó en su construcción a nivel ideal,
en ese signo independiente de la cosa física cuya lectura permite, no
obstante, "leer la sociedad" (1984: 4).
El plano expresa a la ciudad desde el deseo, y en Cruz de
olvido se realiza una operación similar. No hace mucho Carlos Cortés
reflexionaba lo siguiente: "El reto de esta última década
ha sido reconstruir literariamente San José, al tiempo que la ciudad
real va desapareciendo" ("El lado", 1999: 3). El reto de Cortés se dirige a rehacer el espacio urbano como literatura, no a
evitar la progresiva destrucción de lo real. El escritor no defiende
una imagen inalterable de la ciudad --la que legitima el discurso oficial de
la historia--, sino que propone su reinvención a través de las
palabras, una suerte de nuevo plano.
El San José que aparece en la novela de Cortés
no ha de llevarnos a sitios monumentales, a cambio nos ofrece grupos humanos
en lucha y en precaria convivencia, paisajes cuya fuerza radica en el caos y
la permanente búsqueda de equilibrio entre opuestos. San José
no pertenece a la élite hegemónica de la cultura latinoamericana,
tiende más a la fealdad que a la belleza, no es nada excepto su gente
y su condición de centro de poder de Costa Rica. En Cruz de olvido,
Cortés supera cierto complejo de inferioridad y se libera un poco del determinismo geográfico que le hizo decir en una entrevista: "Cuando
empecé a escribir, San José era una especie de vergüenza,
porque soñábamos o pretendíamos soñar con París,
Nueva York o Buenos Aires, los escenarios que nos imponía la novela del boom " ("El lado", 1999: 3). Su lectura del espacio es
sofisticada, en ella San José alcanza un nuevo nivel simbólico
que la transforma en una metáfora de la condición humana.
Martín Amador es un periodista que lleva diez años
viviendo en Managua. A pesar de su decepción por el proceso revolucionario
nicaragüense no se decide a abandonar el país y regresar a Costa
Rica. Sin embargo un evento inesperado lo obliga: el supuesto asesinato de Jaime,
su único hijo. Inicia entonces un viaje a las raíces de sus traumas,
a la patria que odia y ama, y a enfrentar el hecho de que la última revolución
americana del siglo XX ha sido un fracaso. Llega a San José, y la ciudad
se torna punto de encuentro del personaje con amigos, colegas, socios, pero
esencialmente con su familia. El grupo formado por el padre ausente y la madre
loca es una obsesión que el personaje debe exorcizar si desea sobrevivir,
y de esta forma la novela construye un paralelismo entre los espacios urbanos
y los patológicos lazos familiares.
Al comienzo de la novela, el narrador hace un exhaustivo recorrido
por el centro de San José, región que ubica entre límites
muy precisos fijando un área donde ocurre la mayoría de los eventos
de la novela. Con esta especie de plano de la ciudad el narrador establece también
áreas de significación, cada una relacionada con elementos y personajes
concretos. Es posible encontrar, por ejemplo, la "zona del poder judicial",
que comprende los edificios de la Corte Suprema de Justicia, la Dirección
de Investigaciones Criminales (DIC) y los tribunales, todos ubicados en la superficie.
A la vez hay una "zona judicial" oculta a la mirada del público
que incluye la morgue, los sótanos de la Corte y la DIC. El dominio de
este espacio lo pelean el Fiscal General (Echeverría) y el Ministro de
Gobernación (Siete Puñales). La zona de los homosexuales o gay-to
es otro ejemplo. En este caso ese "triángulo imaginario que formaban
las iglesias de La Dolorosa y de la Soledad y la Estación del Ferrocarril
al Pacífico" (Cortés, Cruz, 1999: 321) se caracteriza
por hoteles de tercera categoría, bares sórdidos y en general
un ambiente decadente. El San José "rosa", es el territorio
de Ricardo Blanco, alias Babyface: ahí buscará refugio y protección
cuando su seguridad esté amenazada. Opuesto al gay-to aparece la red
de los bares heterosexuales, que cubre casi todo el casco josefino y
es, por lo tanto, el elemento citadino más extendido. En términos
de poder la zona de los bares pertenece al Procónsul, el Presidente de
la República. Aunque Martín haya sido desplazado de sus espacios
por la ausencia, la ciudad como un todo le pertenece, nadie conoce San José
como él. En este espacio imaginado se establece un paralelismo entre
urbe y familia. En efecto, el grupo Costa Rica/ San José equivale a padre/
madre y la relación de Martín con su familia se manifiesta en
sus contradicciones con la nación y la ciudad.
No hay duda de que el fantasma del complejo de Edipo recorre
la novela. El Edipo en Cruz está más próximo a las teorías
de Carl Jung, Otto Rank y Karen Hornell, que a las de Sigmund Freud. Jung cuestiona
el énfasis que pone Freud en la sexualidad, argumentado que en la formación
del complejo hay también otros elementos de carácter no sexual.
Jung orienta sus investigaciones a las relaciones emocionales entre el hijo
y los padres (Mullahy, 1948: 131), y plantea lo siguiente: "tanto el complejo
de Edipo como el de Electra pueden dan lugar a conflictos cuando los adultos
no han sido capaces de su propia liberación espiritual" (Mullahy,
1948: 137).1 Uno de esos conflictos puede ser "una 'típica' sumisión
a la figura del padre acompañada por actitudes de antagonismo e irritación
hacia la madre" (Mullahy, 1948: 137). Al contrario de Freud, quien en gran
medida se queda únicamente con la idea de la atracción y el deseo
hacia la madre, Jung plantea la posibilidad de manifestaciones de rechazo u
odio. Otto Rank, por su parte, prefiere referirse a la Situación Edípica,
la que define como "la relación total del niño con sus padres"
(Mullahy, 1948: 195), subrayando la importancia del ambiente familiar durante
las etapas tempranas de la niñez. Lo mismo hace Karen Horney, quien piensa
que "algunos niños crecen en un medio psicológico altamente
desfavorable, lo que resulta en un conflicto entre la dependencia de los padres
e impulsos hostiles hacia ellos" (Mullahy, 1948: 226). En resumen, los
estudios de Jung, Rank y Horney aportan elementos más pertinentes para
explicar el complejo de Edipo implícito en las relaciones familiares
que aparecen en Cruz de olvido.
Costa Rica es para Martín un vacío que se traga
a los hombres, y por lo tanto difícilmente puede tener lazos de afecto
hacia ella. Dice el personaje: "Era un país de mentira al que yo
conocía, aunque en realidad uno nunca conoce un lugar que no ama, sólo
acepta" (Cortés, Cruz, 1999: 19). Por una parte hay extrañamiento
y distancia con respecto al país que encuentra diez años después
de su partida. En sus primeras impresiones, Martín define a Costa Rica
como algo falso. A la vez confiesa que sus manifestaciones y observaciones están
contaminadas por la falta de amor. Apenas hay una aceptación, lo que
establece una relación pasiva narrador-espacio porque "aceptar"
implica estar al margen, nunca ensuciarse las manos sino reconocer las cosas
como son y dejarlas tal cual han sido halladas. "Aceptar" es una derrota,
es negarse a "pensar" la realidad, intervenir en ella y cambiarla.
El panorama, desde el principio, resulta desolador. Esta declaración
temprana en la novela marca además lo que será la estrategia de
narración y sugiere la forma de lectura: lo que el narrador cuenta está
lleno de sentimientos negativos hacia el objeto contado, lo que el lector encuentra
es un texto en el que la desazón, las enormes dudas, las tristezas y
manías de Martín van a estar mediando siempre. El lector sabe
desde el principio del libro que Costa Rica -en especial San José- será
vista por un tamiz muy específico: los conflictos existenciales del narrador.
En la superficie, el texto se presenta marcado por el desprecio, el rechazo
y la imposibilidad de pensar la patria, sin embargo una lectura más profunda
nos muestra que cada vez que Martín habla de San José habla de
sí mismo y de sus obsesiones, es un narrador que no desea desaparecer
tras los acontecimientos sino estar presente y recordar constantemente esa presencia
al lector.
Muchos de los problemas de identidad de Martín tienen
sus raíces en la orfandad. El narrador de Cruz de olvido utiliza
este conflicto familiar -abandono, alienación, rechazo, culpa- para expresar
la totalidad del ser costarricense, implicando tanto una dimensión socio-política
como una personal-psicológica. Al meditar sobre experiencias en Nicaragua
anota lo siguiente: "La Revolución sólo había sido
un paréntesis de locura en aquel terrible complejo de identidad que me
producía haber nacido en medio de la pequeñez, huérfano
de lo grande, huérfano del poder, huérfano de la historia y de
las ideas que destrozaron este siglo sin sentido" (1999: 310). Como ocurre
con Costa Rica, no hay posibilidad de conocer ni amar al padre, a la vez la
ausente figura paterna se vuelve tema permanente en su discurso. Costa Rica
es "un país que sólo existía en mi sueño melancólico
y que había desaparecido durante mis diez años de ausencia"
(1999: 31), en tanto "lo único que me ata a este país es
esa historia [la del padre]" (1999: 254), es decir, el país y el
padre están estrechamente entrelazados, esencialmente como carencias.
Los roles de padre los asume el abuelo del protagonista, pero
también la desequilibrada madre. Sobre este último punto, dice
la tía Divi: "Si [tu mamá] te hubiera podido dar un papá
te lo hubiera dado. ¿Me entendés? Pero te lo quitaron dos veces"
(1999: 253). Este juego de falsos padres conduce al abismo como resultado final
y a la resolución del misterio del cuarto que ha estado bajo llave por
varias décadas. La escena ocurre en la casa familiar, Martín discute
con tía Divi sobre un cuarto al que nunca ha tenido acceso; luego de
una larga argumentación logra entrar y descubre que "No había
nada. No había absolutamente nada" (1999: 255). Simbólicamente,
ese progenitor/ nación/ patria es también un vacío, un
espacio que no alberga objetos concretos, sino que existe únicamente
como construcción verbal o idealización. La patria para Martín
Amador ha dejado de ser una región geográfica para convertirse
en metáfora, y sobre este padre/ nación pende la amenaza del fracaso.
Cruz de olvido presenta otras figuras paternas igualmente
fracasadas. El procónsul, político o "padre de la patria",
quien es alcohólico, irresponsable, egocéntrico y corrupto, reproduce
un ciclo de ausencia de la figura paterna: "Desde que tuvo uso de razón
y huyó del alcoholismo de su padre, cayendo ciegamente en él,
para repetir el infierno paterno y no rehuir a su destino" (1999: 64).
El periodista que muere y cuyo cuerpo viaja por San José de noche, es
llamado "Papi Miranda". El gran político del país, Ricardo
González, es mencionado como "Padre de la República . . .
Padrastro de la Democracia . . . Abuelo de la Nación . . . Padrino de
la Constitución" (1999: 96), relacionando nuevamente modelos paternales,
corrupción y nación. Otro padre que ha fracasado en su misión
es el mismo Martín, cuyo hijo no lleva siquiera su apellido; Martín
ignora como ha sido su vida y, cuando atiende el llamado por la supuesta muerte
del joven, se pregunta: "¿Qué me llevó entonces hasta
Las Animas? ¿El amor filial por Jaime, acaso, o la responsabilidad o
la culpa?" (1999: 89). Luego de que el caso se esclarece y se sabe que
Jaime está vivo, padre e hijo se reúnen, pero la relación
es imposible de rehacer, quedando siempre en el nivel de lo fantasmagórico
y de lo metafórico. Al respecto apunta Martín:
"No supe de Jaime Amador durante varios años, salvo a la distancia,
por referencias esquivas, y una noche, mientras yo caminaba por el Paseo Colón
hacia San José, tratando de evitar mis propios fantasmas, vi de lejos
mi triste figura acercándoseme por el sentido contrario, frente a mí
mismo, y comprendí que se trataba de él [. . .] Nos reconocimos
y, tal como me lo había prometido después de Alajuelita, nos
tomamos unas birras. Desde entonces no lo he vuelto a ver." (1999: 427)
En resumen, los lazos paterno-filiales están condenados
a fracasar, cada generación repite los errores de la anterior y abandona
a los hijos. La patria como padre no es la excepción.
Madre y ciudad se relacionan por cuanto ambas traen a Martín
el fantasma de la niñez. Al estar el padre ausente, la madre pasa a ser
el centro de la vida del niño; mientras el primero es una figura creada
por la imaginación, la segunda es la realidad, la persona con la cual
Martín crece y forma su identidad. El protagonista nunca logra alcanzar
la felicidad completa, sus recuerdos de infancia son muy grises y se constituyen
en el fundamento de la ambivalente relación que hay entre ambos. El primer
lugar que intenta visitar Martín a su llegada a San José es la
casa familiar: "Seguí dando vueltas una o dos veces sin decidirme
a seguir hasta Escazú y cruzar en la alameda que desemboca en la barriada
donde vivió mi familia y yo mismo, donde aún sobrevivían
mi madre y algunas tías" (1999: 30). Sin embargo duda y en el último
segundo cambia rumbo hacia el centro de la ciudad, ese San José feo y
caótico que Martín recorre a su pesar, al que ha vuelto sólo
por causa del deber y la culpa y por el que siente a la vez atracción
y repulsión. Martín se había ido a Managua a cortar lazos
con el país y la familia, a tomar distancia de su mamá, de quien
se queja de la siguiente manera: "yo la soporté como madre más
de 20 años. Por lo menos no me persiguió a Nicaragua" (1999:
249).
Como San José, la madre está llena de zonas oscuras,
de misterios antiguos que no se revelan excepto cuando al agua, como fuerza
que limpia y remueve, invade sus espacios. No es el tipo de destrucción
que Martín espera, por lo que al visitar a su familia tiene la siguiente
revelación: "siempre soñé con que la casa se quemara.
Siempre pensé en el fuego purificador, en el infierno, en la asfixia,
pero jamás creí que fuera el agua lo que acabara con ella"
(1999: 241). El agua, como la madre en Cruz de olvido, es un símbolo
ambivalente que representa la fuente de toda vida y a la vez la disolución
y el ahogamiento, dice Hans Biedermann. En el plano psicológico agrega:
"es símbolo de las capas profundas inconscientes de la personalidad"
("Agua"), por ello madre y agua nos remiten a los espacios del niño,
a la identidad y a la manera en que todo ese mundo sale a flote. Por esta razón
Martín habla de la casa materna en términos del "diluvio
universal" (1999: 233) y de recuerdos de infancia que son arrastrados por
la corriente: "Pasó de pronto Lalai, mi viejo oso y se ahogó.
El ropero azul cubierto de cromos de mi infancia, flotando" (1999: 234).
En San José el agua aparece principalmente en dos formas: como lluvia
y como corriente que recorre las cloacas. Bajo un aguacero se destruye el Monumento
Nacional, símbolo de la lucha de Centro América contra el filibustero
invasor. Por culpa de la lluvia desaparece una barriada marginal al desplomarse
una colina en el basurero municipal, y se dan otros sucesos que hacen pensar
a Martín en una "ciudad irreal" (1999: 298). Todo aguacero
sobre San José es un acto de destrucción y limpieza. La casa de
la madre recuerda una cloaca. Viven en ella viejas decadentes, el lugar está
lleno de basura, incluso hay "una rata flotando panza arriba en el agua
estancada" (1999: 229), el agua del lavamanos no corre, tampoco funciona
el servicio sanitario, la madre "hace [sus necesidades fisiológicas]
en una palangana que está en el cuarto de luz" (1999: 244). La casa-cloaca
lleva a extremos los dilemas de Martín: deber y culpa, amor y repulsión,
cercanía y distancia. Amalia Chaverri señala en la novela dos
niveles de lo urbanístico: la superficie y el submundo, este último
como metáfora de lo que sucede "arriba". El submundo para Chaverri
incluye además de las cloacas "los desfiladeros, los depósitos
de suciedades, la podredumbre y los ríos subterráneos" (1999:
4). En la mayoría de ellos corre agua, por lo que la intención
simbólica es sacar a flote, mostrar las entrañas del mundo superficial.
Otro elemento de coincidencia entre la madre y la ciudad es
la inmovilidad temporal. Ni en San José ni en la familia el tiempo parece
avanzar. Martín, viendo la urbe desde cierta altura reflexiona: "un
paisaje que no había cambiado en 100 años" (1999: 199). En
la casa materna encuentra su habitación cerrada "probablemente como
la había dejado 20 años atrás" (1999: 229). Por otra
parte, la escena de las ancianas tomando la sopa fría se le antoja "en
completa suspensión temporal" (1999: 230). Frente a la imposibilidad
de cambio en lo superficial, la dinámica histórica, social y psicológica
se da en lo oculto, en las oscuridades del submundo de los afectos, por una
parte, y de las relaciones sociales y políticas por otra.
Las complejísimas relaciones familiares de Martín
Amador parecieran resolverse únicamente a través de la destrucción.
Hay un destino marcado, tanto personal como colectivo: "Escapar. Ya era
muy tarde. Todos estábamos presos en el mismo redil incestuoso, porque
la única maldición peor que la geografía es la familia.
A todas partes irás con tu maldita hermandad a cuestas, sin salir de
la casa, como una fatalidad doméstica, porque nosotros, los costarrisibles,
éramos una familia" (1999: 20). Si hay algo peor que la patria,
proveedora de identidad, ese algo es la familia. Cruz de olvido se torna
en un gran exorcismo de esa vida ligada a la patria, la ciudad y las figuras
paterna y materna. Oponiéndose a la afirmación de que no hay escape,
el narrador plantea el asesinato como posibilidad. En una frase sobre un proyecto
de libro de Babyface, aparece esta solución radical: "Asesinato
en familia. ¿No era un título hermoso?" (1999: 96). Sin
embargo, el crimen nunca se consuma.
A través de su experiencia en San José, Martín
comprende que la destrucción de ese pasado que la ciudad eterniza no
es posible sin antes destruirse a sí mismo, pues tanto la ciudad como
la familia se cargan toda la vida, son parte de su personalidad, una
especie de destino. A pesar de todo, Martín sobrevive, cumple con su
deber y carga su historia. Sigue adelante porque su proceso destructivo está
acompañado de uno constructivo, el cual se inicia con la verdad sobre
sus padres, el fin del odio hacia su madre y su reinserción a la dinámica
de poder su grupo de amigos. Aunque el país/ padre y la ciudad/ madre
sean imposibles de comprender y amar por completo, ha quedado entre ambos y
Martín un principio de paz.
Cruz de olvido nos revela una intensa experiencia existencial.
A través de sus páginas, un complejo sistema de símbolos
permite leer a un país y a una ciudad como personas y como formadores
de identidad. En la vida adulta muchos traumas no tienen una solución
completa, dejando como única alternativa el alivio del reconocimiento
y la aceptación. En Cruz de olvido se logra esa redención
que puede ser imperfecta, pero que permite continuar viviendo en un entorno
familiar y social. Esta posibilidad es, desde el punto de vista existencial,
un gran hallazgo.
©Uriel Quesada Román-Nación
Notas
Arriba
vuelve 1. He traducido al español
los textos citados del original en inglés.
Obras citadas
- "Agua". Diccionario de símbolos, 1996. Por Hans
Biedermann. Barcelona: Paidós.
- Chaverri, Amalia, 1999: "Cruz de olvido: la (in)fidelidad de la ficción",
en "Ancora", La nación, San José, Costa Rica,
27 de junio. 4.
- Cortés, Carlos, 1999: Cruz de olvido. México: Alfaguara.
- Cortés, Carlos, 1999: "El lado siniestro de Costa Rica",
entrevista con Aurelia Dobles, en "Ancora", La nación,
San José, Costa Rica, 25 de abril. 2-4.
- Mullahy, Patrick, 1948: Oedipus Myth and Complex: A Review of Psychoanalytic
Theory. New York: Hermitage Press.
- Rama, Angel, 1984: La ciudad letrada. Hanover, NH: Ediciones del
Norte.
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