Edith Dimo
Identidad y discurso en Cenizas de Izalco de Claribel Alegría1
California State University, Northridge
edith.dimo@csun.edu
Notas*Obras
citadas
En su texto Las voces de la novela, Oscar Tacca explica
que la novela en su condición de género literario, se puede considerar
como una lucha entre las múltiples maneras posibles de contar algo. En
lo que respecta al acto de escribir, la escritura implica la autoridad que posee
un autor para crear, iniciar y construir en resumidas cuentas, la estructura
de una novela. El autor, por lo tanto, tiene el poder de organizar y escribir
contando directamente, o inventando lo que escribe. Ahora bien, en el plano
discursivo siempre existe una relación intrínseca entre el autor
y las voces narrativas de un texto, a pesar de que, y como afirma Edward Said,
el autor mantiene la habilidad de poder sobre el discurso. De particular interés
es el caso de Cenizas de Izalco (1982) de Claribel Alegría, texto en
donde las voces narrativas en el discurso mantienen la autoridad del mismo a
expensas de la autora que queda relegada a un segundo plano como voz autoritaria
extra textual.
La analogía que propone Tacca para representar tal investigación
de las voces narrativas es sencilla, pero apropiada: "[El] lector, dice,
a imagen y semejanza del que escucha una llamada telefónica pregunta
¿Quién habla?" (1973: 22) o sea, quien tiene la autoridad
para hablar? concepto, que planteamos en el análisis del texto de Alegría.
En Cenizas de Izalco, la narración comienza con la voz de la protagonista
Carmen; esta voz es usurpada por una voz masculina, la de Frank, un norteamericano
que llegamos a conocer sólo por medio de un diario que ha dejado después
de su muerte. Este diario, descubierto y leído por Carmen, se convierte
en el eje afín de la búsqueda de identidad de ambos personajes.
El empleo de un narrador masculino y norteamericano para representar la toma
de conciencia de un personaje femenino dentro de la realidad salvadoreña,
sugiere la presencia de un requisito de entrada al canon literario dominado
por el discurso masculino. En este caso, tanto la presencia del diario como
la transcripción del mismo hecha por la autora hace que ésta relate
su experiencia a través de la voz de un otro.
El primer narrador es Carmen, una salvadoreña que vive
en Washington D.C. con su esposo norteamericano y que regresa a su pueblo natal
para el entierro de su madre. La madre, Isabel, le ha dejado el diario de Frank,
un amigo de la familia que había vivido varios meses en el pueblo cuando
Carmen era niña. A medida que Carmen lee el diario, se entera de la verdadera
personalidad de su madre y de sus circunstancias. A través de esta lectura,
también sucede un auto-descubrimiento, y como George Yúdice ha
comentado en su estudio sobre este texto, el diario funciona como "un recurso
eficaz que integra el discurso del otro en el conflicto de la protagonista consigo
misma" (1985: 958). La imagen de la madre descrita por Frank, quien fue
su amante, es completamente distinta de la que Carmen se había formado
toda la vida, y como consecuencia, la protagonista se siente descentrada al
referirse a la madre, de la cual comenta:
Después de leer el diario de Frank me siento desorientada
como si casi no la hubiese conocido...Me es difícil soportar esto:
no solamente su muerte, sino además la repentina sensación de
no haberla conocido....(Alegría, 1982: 18-19)
La lectura del diario, también lleva a una auto-revelación,
una vida vacía marcada por la rutina de los deberes domésticos
y el impedimento de ser independiente y creativa como mujer. Así observa:
"Entiendo a Frank. A pesar de Paul y de mis hijos yo también me
siento sin rumbo,
con esa misma sensación de que algo he perdido"....(Alegría,
1982: 58).
Y aún, cuando las revelaciones son dolorosas, Carmen
descubre en el diario a medida que lee, no sólo los sueños frustrados
de la madre, condenada a vivir el provincialismo de su pueblo, sino también
los suyos propios marcados por la falta de iniciativa:
Hubo las puertas de la escritora, de la actriz; las pasé de largo..."Tengo
talentos", me digo, "Si quisiera pudiera escribir, o actuar, o dibujar".
Sigo caminando, sonámbula si realmente hubiera tenido vocación
la hubiese seguido. He intentado escribir, a veces, pero no tengo nada de
interés para contar...¿Estoy vacía por dentro, es que
sólo tengo una larguísima y delgada queja por la injusticia
de que Carmen no es lo que imagino ser? (Alegría, 1982: 170-171).
En este doble desdoblamiento de Carmen, quien asume la identidad
tanto de Frank como la de su madre, la problemática existencial opera
a diversos niveles. Mientras Carmen en su búsqueda de identidad se refiere
a la figura de la madre, en su lectura femenina, Frank revela a través
de su escritura masculina en un diario, su propia frustración al enfrentar
su incapacidad de escribir algo que valga la pena. En la escritura, por consiguiente,
Frank se da cuenta de que lleva años asumiendo "una máscara
que había aprendido a llevar aún desde niño cuando escondía
su 'yo esencial' de los adultos con el fin de convivir con ellos"(Alegría,
1982: 65). Frank se desconoce por completo y no se siente en control de sus
acciones: "Nunca me he sentido tan literalmente fuera de mí, nunca
me he observado con tanto asombro, mientras mi yo títere es movido por
una fuerza mayor" (Alegría, 1982: 141-142). Incapaz de descubrir
quien realmente es, Frank se ve a sí mismo en una imagen negativa que
le impide salir adelante:
Por un instante vi claro que yo, Frank Christian Barleycorn, era sólo
un pellejo detestable que envolvía a una sombra enemiga, una sombra
que estaba resuelta a sofocar, a desintegrar...su asquerosa envoltura (Alegría,
1982: 185).
Al igual que el narrador de "Borges y yo" que declara
"yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura"
(1980: 348), el personaje masculino descubre el carácter esquizofrénico
de su personalidad de escritor: "Seríamos un equipo formidable él
y yo. Empezaremos por poner algunas verdades crudas sobre el papel" (Alegría,
1982: 176).
En el proceso de escribir, tanto el autor ficticio (Frank)
como el autor real (Alegría), buscan una historia digna de ser contada
a través del diario y de la elaboración de la escritura de Cenizas
de Izalco. Al final de la novela cuando Frank es testigo de la masacre de miles
de campesinos a manos de los militares, la función de su testimonio,
en primera persona y dirigida a Isabel en forma de carta, es doble, ya que no
sólo se establece definitivamente como narrador dejando atrás
la voz de Carmen como narradora, sino que también asume la autoridad
del texto. En el epílogo de la novela, Frank reconoce su falta de compromiso
social y su fracaso como escritor, los cuales le parecen inmutables. En un monólogo
interior que incluye en la carta declara: "Uno no puede escapar de lo que
uno es...No tiene que gustarte lo que eres, pero no puedes escapar de ti ni
esperar que otros te sostengan" (Alegría, 1982: 187). Así,
Frank observa la matanza sin lograr identificarse con las víctimas y
sin que la experiencia le motive a escribir más que esta última
carta.
Irónicamente, la autoridad del texto concluye con la
voz masculina. Las dos voces textuales articulan deseos de escribir, pero Carmen
no escribe nada y Frank, por lo menos, produce el diario. Más importante
aún es el hecho de que Frank resulta ser el autor de la historia de Carmen
al convertirse en el narrador principal de la misma. En cierto sentido, las
dos voces llegan a ser la misma: sus preocupaciones, dudas, angustias y esperanzas
son paralelas y la existencia de una voz depende de la otra. Vale cuestionar
sin embargo, el uso de una voz masculina y ajena a la realidad salvadoreña
para representar un punto de vista femenino y para dar testimonio de un evento
tan importante en la historia de El Salvador. Es una voz masculina que sirve
de portadora de voces marginadas (las del pueblo), que han sido silenciadas
por otras voces oficiales y por la historia misma.
Por otra parte, una novela como Cenizas de Izalco, escrita
por una mujer y una latinoamericana, estaría sujeta a una exclusión
de la autoridad literaria que le concede el canon. Tal como ha mencionado Lillian
Robinson en su estudio sobre el modo en que funciona el canon en detrimento
de los marginados, la situación social en la que se encuentra la escritora
produce un círculo vicioso ya que apunta que "las mismas condiciones
que les dieron a muchas mujeres el ímpetu de escribir hicieron imposible
que su cultura las definiera como escritoras"2 (1986: 581). Al introducir
a Frank como narrador y como autor, Alegría evita aceptar la autoridad
del texto poniendo el testimonio en boca de un personaje objetivo. Desde una
cantina y desde los márgenes del espacio (la plaza de Izalco), Frank
observa como el ejército extermina con ametralladoras a miles de indígenas
sin mostrar ninguna conmiseración. Para Frank, los indios son tan sólo
bestias que caminan hacia sus verdugos como una manada marcha hacia el sacrificio:
[T]res o cuatro se levantaron, luego veinte, cincuenta, cien. Se levantaron
erguidos, como hipnotizados, como si al fin hubiesen recordado algo que habían
memorizado hace muchos años, en la niñez, pero que luego olvidaron
por un largo, largo tiempo. (Alegría, 1982: 206)
Su inacción en ese momento clave confirma tanto su creencia
en el destino, "Uno no puede escapar de lo que uno es", como su distancia
cultural al considerar a los indígenas seres primitivos que actúan
por instinto y quienes guíados por la fatalidad buscan su propia muerte.
Desde este punto de vista, el personaje de Frank posee toda
autoridad narrativa excepto la de sujeto testimonial ya que el carácter
de dicha voz narrativa radica y según René Jara, en que el protagonista
de testimonio se halla comprometido con su enunciado..."La presencia del
yo ha de asumirse por el receptor en su triple connotación de testigo,
actor y juez" (1986: 1). Más aún, el hecho de que Frank sea
extranjero crea otro impedimento a su autoridad de sujeto testimonial.
En Cenizas de Izalco, la búsqueda de la identidad
y la autoridad son temas centrales inscritos en las diversas voces narrativas;
tanto Frank como Carmen desean establecerse como voces autoriales con el fin
de relatar sus experiencias. Menos obvia, sin embargo, es la intención
de Alegría de establecer las identidades narrativas de las voces marginadas,
tales como la mujer y sobre todo, la de los campesinos que quedan excluidos
del "corpus" textual al no relatar su propio testimonio. El narrador
masculino de Cenizas de Izalco pertenece a una sociedad capitalista (burguesa),
que en su capacidad de transeúnte, desconoce a fondo la sociedad fragmentada
de El Salvador de los años treinta.
Los valores antagónicos y divergentes de ambos personajes
del texto responden, no obstante, a necesidades personales comunes: el auto
conocimiento como artistas y como individuos sociales. Las dos voces narrativas
descifran objetivos afines que son la constante búsqueda de la identidad
a través de un proceso de alienación y el auto-análisis.
Las voces se corresponden en una relación existencial producida por el
mismo discurso ya que una voz es dependiente de la otra, premisa que permite
clasificar a esta novela como una doble biografía femenina inscrita en
una autobiografía masculina.
En todo caso, quizás uno de los valores más excepcionales
del texto de Alegría parta de la experiencia de la madre, quien impele
la búsqueda de la identidad de la hija a través de un diario que
no por casualidad, corresponde a un emisor masculino. La autora deja que las
voces manipulen el texto, se confundan en un amalgamiento de palabras e interrogantes,
pasen y repasen sus vivencias, y declamen en definitiva, su incertidumbre al
lector para finalmente entregarle la elocuencia a un personaje masculino quien
se hace cargo de lo demás. Alegría así, limita un poco
la posibilidad de establecer un testimonio femenino el cual le proporcionaría
un valor más concientizador al texto, aunque vale decir que Cenizas de
Izalco se presta en realidad a lecturas mucho más puntualizadas que la
del simple testimonio ficcionalizado ya que las posibilidades que ofrecen sus diversos discursos son tan sólo pretextos
para proyectar, no sólo la historia misma, sino también, y a un
nivel más íntimo, lo más substancial del ser humano.
©Edith Dimo
Notas
Arriba
vuelve 1. Agradezco a Karen
Christian tanto las ideas que me proporcionó para este trabajo en nuestros
tiempos de estudiantes, como el material teórico que fue foco de nuestras
charlas, y el cual hago uso aquí en forma limitada.
vuelve 2. He traducido al español
esta cita, cuyo texto original en inglés leía: "the very
conditions that gave many women the impetus to write made it impossible for
their culture to define them as writers".
Obras citadas
- Alegría, Claribel, y Flakoll, Darwin J., 1982: Cenizas de Izalco,
San José, Costa Rica: EDUCA.
- Borges, Jorge Luis, 1980: "Borges y yo" en Prosa completa,
Vol. 2, Barcelona: Bruguera, 347-348.
- Jara, René, 1986: Prólogo de Testimonio y literatura,
eds. René Jara y Hernán Vidal, Minneapolis: Institute for the
Study of Ideologies and Literature, 1-6.
- Robinson, Lillian S., 1986: "Treason our Text: Feminist Challenges
to the Literary Canon", en Critical Theory Since 1965, Tallahassee:
University Press of Florida, 572-582.
- Said, Edward W., 1971: "Molestation and Authority in Narrative Fiction",
en Aspects of Narrative, ed. J.Hillis Miller, New York: Columbia University
Press, 47-68.
- Tacca, Oscar, 1973: Las voces de la novela. Madrid: Gredos
- Yúdice, George, 1985: "Letras de emergencia: Claribel Alegría",
en Revista Iberoamericana 132-133, 953-964.
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