Son diversas las ocasiones en que se me ha pedido hacer reflexiones o comentarios sobre la literatura de género en El Salvador. Pero nunca acepto cumplir con ese cometido por una razón muy simple: no comparto la creencia de que exista eso que llaman "literatura de género".
La sola petición me resulta muchas veces incómoda, porque se parte de la presunción que por el simple hecho de ser mujer y escritora, estoy de acuerdo con el término y que podré hablar positiva y dócilmente sobre el mismo.
Si bien es cierto que el auge del movimiento feminista acarreó consigo una serie de aperturas de acción y conciencia sobre el rol de la mujer en la sociedad, no podemos suponer por ello que todas las mujeres del planeta participan de esa conciencia o comparten dicha convicción. El hecho de que una mujer trabaje en una oficina, estudie una carrera universitaria y sea madre y esposa simultáneamente, no la encajona de inmediato bajo la viñeta de "feminista, mujer liberada, mujer concientizada, mujer independiente".
Por lo tanto ¿qué nos lleva a suponer que una mujer que escribe libros la convierta en una escritora de literatura de género o "literatura femenina"?
Ejercer el oficio de la escritura es por sí y sin duda, una doble subversión. Primero, porque el oficio de la escritura nos obliga a escritores, tanto hombres como mujeres, a "pensar", actividad siempre peligrosa para todas las instituciones existentes. El simple acto de crear en nuestras mentes palabras para conformar una opinión propia, una visión de nuestro entorno, esa elaboración mental que hacemos todos los días para entender y hasta para cuestionar nuestra realidad, lo que llamamos "pensar", es la primera semilla de la subversión.
Pero cuando alguien escribe, no solamente "piensa", sino que también usurpa un espacio secreto donde puede "decir" lo que no se debe ante los demás, un espacio para "ser" sin violentar el orden cultural impuesto en el cual se prefiere que las personas ocupen un lugar discreto y ejecuten sus funciones económicas y sociales sin cuestionar nada. Ese espacio arrebatado al silencio busca desahogar lo que el lenguaje verbal, la supuesta moral y las buenas costumbres impiden expresar. La persona que escribe pues, es doblemente subversiva porque "piensa" y "dice", cuando se supone que no debe hacer ninguna de las dos cosas.
En los últimos años se ha dado mucho en hablar de "literatura de género" y "literatura femenina", pero desafortunadamente se ha caído en una aplicación masiva y automática de ambos términos para etiquetar el trabajo de todas las escritoras y poetas.
Es cierto que muchas concentran su temática en la intencionalidad de describir y explorar las intimidades del ser femenino, de reivindicar sus luchas y particularidades, de denunciar los desequilibrios y limitaciones sociales y culturales a los que están sometidas. Pero es su opción personal y no necesariamente la práctica de todas las escritoras.
Muchas de nosotras comenzamos a escribir y a publicar nuestro trabajo, precisamente en circunstancias donde el entorno era triplemente censurador. Intentar hacer literatura entre los años 70 y 80 en Centro América, por ejemplo, era no solamente retar el orden cultural, sino y sobre todo retar un orden político y social que significó para muchos sectores siglos de opresión y en el cual, dictaduras militares de derecha encastradas en el poder durante demasiado tiempo, silenciaron de las maneras ya conocidas a todo aquel que intentara hablar con la verdad. Simplemente decir lo que pasaba, y peor aún, emitir una opinión contraria al injusto orden de cosas, significaba la muerte.
Muchos de los escritores que vivimos ese período nos vimos obligados a tomar posición ante los acontecimientos que se desarrollaban, con toda crueldad y dureza, frente a nuestras propias narices. Y esto significó no solamente reflexiones o escritura sobre temas políticos, económicos y sociales. Significó también profundas y serias meditaciones sobre la vida y la muerte, el valor de la cotidianidad, la validez de los conceptos sociales aprendidos precisamente en un marco de cosas que la realidad nos desenmascaraba cada día como más vacías y más falsas.
Fue parte vital en la formación de muchos artistas y escritores denunciar lo que pasaba en tantas partes, en tantas formas. Hablamos de la cárcel y de la tortura, hablamos de la guerra entre soldados y guerrilla, a fin de cuentas, hermanos de un mismo país; hablamos del exilio y de la sobrevivencia de los que se quedaron; pero hablamos también del miedo, del espíritu, de la familia, de la soledad, de las enfermedades mentales, del amor en los tiempos de guerra. Escribimos y crecimos en medio del rumor de las balas, el sonido de las bombas y el llanto de muchos. Escribimos mucho, quizás demasiado y sin pretender calidad literaria, porque en ese momento lo importante era, como escritores, elaborar un testimonio vívido y confiable, un mosaico de todo lo que el maldito dedo de la guerra descomponía con su tacto.
Ahora en El Salvador, desde la firma de los acuerdos de paz de Enero de 1992, hay estadísticas que demuestran que hay más muertos diarios por la violencia y la criminalidad que cuando estábamos en guerra. El Salvador es el segundo país más violento de América Latina, inmediatamente después de Colombia. En un país de 21 mil kms. cuadrados y casi 6 millones de habitantes, hablar de un 45% de desempleo y de casi un millón de salvadoreños en lo que llamamos "exilio económico" es demasiado. Pensemos que los soldados y los guerrilleros también quedaron súbitamente desempleados, y que el país no estaba en condiciones de incorporar a una vida productiva y "en paz" a miles de salvadoreños, sobre todo a aquellos que desde muy jóvenes, el único oficio que aprendieron fue el de empuñar un arma y matar al prójimo.
Pero ésas no son noticias que interesan a los periódicos internacionales. Y por lo tanto, seguimos siendo de una manera u otra los escritores los que tenemos que dejar un registro de ésas y otras brutales realidades en nuestros países.
Caracterizar el trabajo de toda escritora como "literatura de género" por el simple hecho de ser mujer es inadecuado. Da la impresión que la ecuación aplicada reza: "es mujer, por lo tanto, escribe 'literatura femenina' ". Pero ésa es una trampa demasiado fácil. Tan fácil como el reflejo tácito, impuesto por años de práctica cultural, con el que a las niñas se les viste de rosado y a los varoncitos de celeste. O en el que en las fiestas o reuniones sociales, las mujeres se aglomeran en una parte y los hombres en otra.
Quizás se pretendió que la categorización de "literatura femenina" se convirtiera en una reivindicación o un reconocimiento de la mujer ejerciendo el oficio de la escritura. Pero con el tiempo ha degenerado en un arma de doble filo, pues la existencia de dicha categoría ha servido también para impulsar todo un mercado en el cual, la calidad literaria estrictamente como tal ha sido muchas veces relegada a un segundo plano.
Encajonar de automático el trabajo de las escritoras y poetas bajo la viñeta "literatura femenina", sin tomarse el empeño de examinar a profundidad los aspectos y la temática de sus escritos, y no hacer una lectura que vaya mucho más allá de las categorías biológicas es discriminatorio y una falta absoluta de respeto hacia nuestro trabajo, pues masificar mediante la aplicación indiscriminada de un concepto no es otra cosa que la anulación del individuo y sus talentos.
Lo más lamentable es la sumisión y hasta el entusiasmo con el que las mujeres nos hemos dejado imponer esa viñeta. Intentar categorizar nuestro trabajo a partir de nuestra biología es perpetuar la imposición del vestidito rosado, y no veo por qué hay que aceptarlo en silencio o enorgullecerse de ello.
Por desgracia, es inevitable que se intente interpretar, categorizar o etiquetar el trabajo de los escritores y artistas. Pero resulta incómodo tratar de ejercer el oficio con la imposición de una etiqueta con la cual el autor no se siente identificado.
Si una de mis metas al escribir es producir textos de calidad, el dejarme amarrar una camisa de fuerza es contraproducente. No solamente en el momento de la escritura como tal, sino peor aún, cuando un lector se aproxime a uno de nuestros libros, porque ese lector ya llevará un prejuicio formado: el que le regalamos gratis insistiéndole en una mal entendida etiqueta de "literatura femenina".
Por lo tanto, es importante leer los escritos hechos por mujeres con una mentalidad amplia y libre, sin etiquetas ni prejuicios, aceptando el reto y la aventura de encontrar en dichos textos planteamientos y propuestas inteligentes, de diversa índole, y no los estrictamente circunscritos al ser femenino.
Es indudable que la circunstancia biológica o karmática que me hizo nacer en esta vida dentro de un cuerpo de hembra, trae consigo experiencias de vida que solamente pueden padecerse desde un cuerpo femenino. Y que eso se refleja, de una manera u otra, en mis escritos. Puedo hablar de la menstruación por conocimiento de causa pero no de una erección, a menos que haga un intenso ejercicio de imaginación. Y sin embargo, el hecho de no tener hijos, me impide en lo personal hablar por ejemplo de la experiencia de la maternidad. Y cuando tenga que hablar de ella en alguno de mis escritos, tendré que hacer el mismo intenso ejercicio de imaginación que tendría que hacer como cuando quiera hablar de una erección.
Si bien es cierto que la biología puede dejar un sello indiscutible en el texto literario, tampoco debemos olvidar que se nos impone desde pequeños la construcción de una identidad social que supone una coincidencia sexual con nuestro ser biológico, que no siempre es afortunada. Y si no, acerquémonos más a la literatura escrita por homosexuales y lesbianas, para darnos cuenta de los terribles conflictos que muchas veces sufren quienes se sienten encerrados en un cuerpo que no corresponde a su interioridad.
Así como existe todo un mundo académico y comercial en torno al concepto de la "literatura femenina", también existe un gran margen de personas, mujeres incluidas, que no creemos en la validez del concepto. Pero este desacuerdo es una conversación de pasillos, de lo que se habla en voz baja y hasta de aparente mal gusto, no admisible en público porque se corre el riesgo de ser malentendidas, acusadas de ignorantes y quizás incluso de ya no ser invitadas a conferencias o actividades literarias de estricta participación femenina, donde la llave de entrada es la comunión ciega y sin cuestionamientos de la ideología feminista. Seguimos pues, en muchos casos, forzadas a callar, a ser prudentes y complacientes con lo que se espera de nosotras, aunque ejecutemos la subversión del oficio literario y se nos encasille en una "literatura de género" con la cual no comulgamos.
Quiero pensar que si alguien lee o estudia mi trabajo, que si alguien me invita a exponer mis ideas en torno a la escritura, que si recibo una beca o gano un premio literario, es porque mis ideas como ser humano son valiosas o porque se me considera una persona inteligente. Quiero creer que se me lee porque hay calidad en mis textos o porque tengo una propuesta interesante, y no solamente porque soy mujer y porque eso es lo que está de moda leer.
Y sobre todo, quiero tener el derecho de opinar y quitarme las etiquetas impuestas, sin temor a las represalias. De soltar la camisa de fuerza y tener la libertad de explorar todo tipo de territorios en el área de la escritura, sean estos novela, cuento, crónicas, ensayos, diarios, poemas, guiones de cine o experimentos que mezclen todo lo anterior, rompiendo con esa tácita división literaria del trabajo, más aparente en unos países que otros, donde los hombres se dedican a la prosa en todas sus manifestaciones y las mujeres se dedican casi exclusivamente a la poesía.
Me tomo ese derecho a la fuerza, aunque este cuerpo femenino sirva en muchos casos para que instantáneamente, los críticos y los lectores ya lleven establecida una pre-lectura sobre mi trabajo, aún antes de llegar a la página 10 del libro. Tanto así que me he visto tentada a publicar con un pseudónimo masculino, para que el acceso a la lectura de mi trabajo sea más objetivo y neutral.
Pienso que para las mujeres que escribimos es importante romper las jaulas culturales y sociales, vencer el pudor interno y la timidez que nos impide hablar de nuestras preocupaciones y deseos desde el punto de vista humano, para poder no solo construir una literatura de calidad, no importando el formato que escojamos para ello, sino y sobre todo, para rebelarnos ante la auto-complacencia, el facilismo, el oportunismo y la auto-lamentación.
Recordemos que cuando comenzamos a escribir, lo hicimos en un gesto de rebeldía, como un desafío a lo que nos rodea. Y que la literatura es como esos pájaros que cuando se enjaulan se resignan ante los barrotes, se arrancan las plumas, se opacan y se dejan morir porque olvidaron que saben volar.
*Dirección: Associate Professor Mary Addis*
*Realización: Cheryl Johnson*
*Modificado 06/26/01*
*© Istmo, 2001*