El testimonio, como todo texto, como todo mensaje, está formado por una serie de signos internos y una serie de signos externos. Tenemos por un lado las secuencias significativas de signos lingüísticos que componen el texto que leemos, y por el otro, tenemos una serie de significantes externos, complementarios, que pueden ser de naturaleza lingüística, pero que también lo son de naturaleza icónica, ideológica, socio-política y fática. Esto, que es verdad para todos los géneros literarios, lo es espcialmente para el testimonio, ya que el género ha surgido en el imaginario literario del siglo XX unido a una serie de condiciones ideológicas muy particulares. Cualquier análisis de género que no tome en cuenta todos estos factores, no podrá jamás llegar a una comprensión total de las características, funciones, implicaciones, limitaciones, orígenes y proyecciones del género testimonial y su importancia dentro de los géneros literarios y culturales de finales del siglo XX. Por otro lado, definir el género solamente en función de los signos ideológicos o socio-políticos, nos llevaría a desarrollar una definición del género muy limitada y parcial del mismo.
En este artículo me propongo presentar el universo de significantes que entran en juego en la estructuración genérica del testimonio. A continuación pasaré a cuestionar la presencia o ausencia de esos mismos parámetros en obras narrativas anteriores a 1960, con el objeto de investigar si de hecho se da una reiteración de esos elementos en dichas obras. Y finalmente, en base a esto, adelantaré algunas ideas y conclusiones generales sobre el origen, naturaleza y categorización del testimonio, dentro del género novelístico y narrativo en general.
Cuando en 1931 Hernán Robleto escribe su Sangre en el trópico (Madrid: Cenit)1 lo hace con la intención de dejar huella, traza, testimonio, de la gesta que un grupo de nicaragüenses emprendieron en México, con el objeto de apoyar a las fuerzas del Gral. Moncada, quienes resistían a las fuerzas de ocupación norteamericanas, que desde 1926 tenían ocupado el país. "Dejar testimonio" no novelar: testimoniar una situación de guerra, de opresión, de insurgencia. Robleto y el personaje central de este texto, no pertenecían a las clases más desposeídas de la sociedad, el protagonista es un periodista, que aunque pobre, ganaba mejor que muchos y pasaba una vida decente. Sangre en el trópico siempre ha sido catalogada como una novela. A nadie se le ha ocurrido sostener públicamente que acaso se trate de un testimonio, publicado treinta y ocho años antes que nuestro admirado Miguel Barnet publicara su Biografía de un cimarrón, cuarenta años antes de que Casa de las Américas instituyera el ahora clásico premio por Testimonio2, y sesenta años antes de la impresionante preponderancia ganada tanto en las especulaciones teóricas de destacados críticos, como en la práctica escritural. Regresar ahora a releer este texto que nunca ha sido publicado en Nicaragua, me parece justo y necesario, ya que aparte de los valores literarios y estéticos que possee o de los que carece, tiene un importancia central en el debate heurístico que desde una teoría de los géneros, se impone como tarea inmediata.
Hugo Achugar en su importante artículo "La historia y la voz del otro" afirma que "...el discurso testimonial, como una práctica discursiva no institucionalizada, podría reivindicar antecedentes tan lejanos en el tiempo como las crónicas de los siglos XVI, para sólo atenernos al espacio cultural o imaginario que es Latinoamérica, parece adecuado o aconsejable tomar como límite máximo la fecha de mediados del siglo XIX".3 Con anterioridad John Beverley en su clásico Del Lazarillo al Sandinismo (1987), traza en forma convincente los prolegómenos del testimonio a la novela picaresca del siglo XVI español,4 demostrando que las características de enunciación del testimonio son muy similares a las que se han dado en diferentes momentos del desarrollo de la novela como género literario a lo largo de historia. Creo que ambos colegas tienen razón y despejan una importante incógnita, cuando consideramos que tanto la novela picaresca como las narraciones en primera persona que nos heredó la colonia, destacan una posicionalidad del narrador que rompre con las estructuras discursivas imperantes. Tanto la novela picaresca, como las autobiografías coloniales y decimonónicas, introducen una representación del hablante que sin o con mediación, trata de revelar una historia que de alguna forma denuncia la condición marginal del protagonista, y al hacerlo establece un nuevo parámetro de comunicación con implicaciones estéticas. El objeto del discurso pasa a ocupar la posición de sujeto del discurso, se apropia de los medios de producción discursivos y emite los signos que de otra manera estarían fuera de su alcance. Eso es lo que hace Hernán Robleto en Sangre en el trópico, o lo que hace Omar Cabezas en La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (1982) o lo que hacen múltiples testimonios, novelas tesimoniales y autobiografías. He aquí el meollo del problema. Cómo separar esos textos que se asemejan tanto al testimonio, y mantener la coherencia de ese sistema de clasificación y guía de conocimiento de los textos contemplados. Nuestro estimado Marc Zimmerman y John Beverley, en el que es quizás el libro más importante en este asunto, Literature and Politics in the Central American Revolutions (1990) dicen que "el testimonio no puede afirmar una identidad separada del grupo o situación de clase marcada por la marginación, la opresión o la lucha. Si lo hace, cesa de ser testimonio y se convierte en efecto en una autobiografía" (177s.; traducción del inglés)5. Sangre en el trópico afirma una identidad basada en la lucha contra la ocupación norteamericana en una situación de opresión. En ese sentido puede ser un testimonio. Aunque es también posible leerla como una autobiografía. Los hechos narrados le ocurrieron efectivamente a Hernán Robleto, y es poco lo que él ha tenido que inventar para darle forma a su relato.
Ahora bien, sabemos que el valor real de estas narraciones no radica solamente en la naturaleza verdadera de los hechos narrados, sino en la representatividad de esos hechos y su importancia para el entendimiento de la etnia, época, lugar y circunstancias del asunto narrado. La reciente polémica Menchú-Stoll nos ha demostrado la futilidad del criterio de veracidad en la determinación teórica de los géneros literarios. El valor de las palabras siempre podrá estar mediatizado por otras palabras. Los hechos son por naturaleza contradictorios, y con un poco de imaginación cualquier hecho puede ser interpretado, mal-interpretado y tergiversado. Todo acto de escritura es una acto privado que se vuelca hacia lo público, y es muy difícil determinar lo que es real y lo que no es, lo que es verdadero de lo que es imaginación. El concepto entonces como tal, no es muy económico ni muy confiable, para determinar un género literario. La mayoría de las acciones que ocurren en Sangre en el trópico son verdaderas, ocurrieron casi exactamente como las narra el personaje, pero eso por sí sólo no lo hace un testimonio, ya que también son verdaderas las memorias de Casanova, una gran cantidad de novelas y cuentos que consideramos ficción, y toda una serie de textos cuya relación con la realidad acaecida es muy difícil de cotejar. La literatura lleva las de perder cuando la medimos con los parámetros con que medimos un teorema, ya que su relación con la realidad es mucho más compleja. El testimonio que se limite a reflejar la realidad aparente se queda corto en los alcances y consideraciones del género. Por lo tanto me parece mucho más acertado tomar como medida la representatividad del texto en relación a una realidad dada. La realidad es demasiado compleja como para esperar que un texto particular la refleje inequívocamente, pero sí podemos esperar que un texto semiótico represente una realidad determinando sus signos fundamentales.
Otra consideración importante del testimonio es la subalternidad del sujeto. Al plantear el status del sujeto discursivo dentro de la equación que nos permite definir el género, entramos en un juego de espejismos donde queda claramente demostrado que la identidad es movible y voluble, constantemente escapando nuestras definiciones, y situándose constantemente en relación frente a los otros sujetos, frente al texto y frente al discurso mismo. Por eso la subalternidad del narrador del testimonio es ambigua y contradictoria. La posición que asume al hablar, inmediatamente lo catapulta hacia una esfera de lo social que lo separa de la clase social, la situación laboral, y la condición de silenciado de la cual sale. El mismo Beverley señala esta paradoja cuando afirma que "a pesar de la metonimia textual que equipara el testimonio historia de una vida individual con historia de grupo o pueblo (y que parece definir el género como tal), el narrador del testimonio no es el subalterno como tal, sino algo así como un 'intelectual orgánico' del grupo o la clase subalterna, que habla a (y en contra de) la hegemonía a través de esta metonimia en su nombre y en su lugar" (Beverley, 1987: 9). En el juego constante de los significantes, el narrador o el autor del texto flota, para usar la metáfora lacaniana y se desplaza por un espacio de significaciones que lo transforma de simple miembro de esa comunidad, a portavoz o líder de una serie de reivindicaciones sociales e históricas. No es suficiente por tanto proponer que la voz narrativa pertenece a una clase socal determinada, sino que también hay que evaluar la evolución que esa voz narrativa demuestra en el proceso de la narración. Lazaro de Tormes no es ya el niño abandonado que sufre todo trato de vejaciones de parte de sus amos, sino el hombre cornudo que vive bajo el amparo de la iglesia y está tratando de justificar su situación. El narrador de Sangre en el trópico quiere dejar constancia de su lucha contra los infantes de marina y quiere denunciar la ocupación norteamericana, pero no es solamente un joven idealista que quiere combatir por su país, es también un periodista y que busca como sobresalir por medio de su escritura.
Vemos pues que hay en el testimonio un eclecticismo que es consustancial al género mismo. Este eclecticismo del testimonio es lo que Hugo Achugar llama en el artículo antes citado "porosidad". "La porosidad del testimonio no se relaciona, sin embargo, con el actual eclecticismo que parece caracterizar al 'género postmoderno'. Porosidad no implica pastiche ni tampoco multiplicidad de estrategias discursivas o una incertidumbre a nivel referencial, apenas señala una cierta indecisión lógica del estatuto genérico y discursivo del testimonio" (Achugar, 1992: 51). Esta indecisión tiene que ver con la naturaleza misma del discurso testimonial, y su influencia en los principios ideológicos, sociales y semióticos que lo rodean. Como se pregunta John Beverley en la "Introducción" al volumen que he citado, "?No sería el testimonio, entonces, simplemente un nuevo capítulo de una vieja historia de las relaciones "literarias" entre opresores y oprimidos, clases dominantes y subordinadas, metrópolis y colonia, centro y periferia, Primer y Tercer Mundos?" (Beverley, 1987: 8).
El poder y la fuerza del testimonio en el panorama literario de la posmodernidad ha llevado a una "reordenación del campo de los estudios literarios latinoamericanos" (Achugar, 1992: 49), reordenación que nos está llevando a cuestionar muchos de los principios sobre los cuales se ha planteado tradicionalmente la historiografía literaria. El texto más interesante, exitoso y mejor terminado de los últimos veinte años en América Central es Un día en la vida, de nuestro querido Manlio Argueta. En una conferencia presentada en LASA hace ya algunos años, desarrollé la tesis de que Un día en la vida podía servir como el eslabón entre el testimonio y la novela, ya que participa de ambos géneros con igual intensidad.6 No voy a volver a visitar este texto en esta oportunidad, pero quiero señalar que muchas de las características que he mencionado a lo largo de estas páginas, nos confirman la hipótesis de que el testimonio pertenece a la larga tradición evolutiva de la novela, y de que las características que los distinguidos críticos que se han acupado del asunto han esgrimido como elementos prototípicos del género, son en realidad característicos de la novela en general, y que el testimonio ha sido el subgénero que ha venido a enriquecer la novela mundial en las postrimerías del segundo milenio.
No podemos negar sin embargo, que el nivel de elaboración de algunos testimonios, los asemeja más o menos a la novela que otros. Una obra como Miguel Mármol (1972) a pesar de su interés y de la trama narrativa que posee, no puede compararse a una novela divertida y profunda como Pobrecito poeta que era yo (1976) donde más allá del testimonio hay toda una teoría sobre la novela misma, sobre la escritura y sobre la generación del 70 en El Salvador. Este texto por su lado es claramente diferente de los apuntes del Comandante Fermán Cienfuegos, cuyo En borrador (1989) se parece más al artículo o al ensayo que al testimonio. Pero la distinción es un poco más difícil cuando consideramos Nunca estuve sola (1990) de Nidia Díaz, donde hay una intención narrativa muy clara y todo el texto participa de una serie de características novelescas. Otro ejemplo paradigmático lo podemos encontrar en Conversaciones con el comandante Miguel Castellanos (1988) donde el periodista Javier Rojas va guiando la conversación por medio de una serie de preguntas explícitamente representadas en el texto. Sabemos que la estructura de preguntas y respuestas está presente en la estructura subyacente de muchos testimonios. Miguel Mármol y Me llamo Rigoberta Menchú están guiados por este sistema de preguntas en la estructura profunda del relato que no siempre surgen en la estructura superficial de los enunciados. Otra variante de esta estructura la podemos encontrar en El Salvador. Cuatro minutos para las doce. Conversaciones con e comandante Schafik Handal (1992) de Miguel Bonasso y Ciro Gómez Leyva. En este texto de conversaciones y entrevistas se agrega una conversación, "ficticia" si he de hacer la aclaración, entre George Orwell y Alexander Haig preparada por Carlos Fuentes. Vemos pues que los parámetros estructurales del género son muy amplios y ambiguos, y que el género en sí participa de demasiados signos y marcas genéricas como para poder establecer una taxonomía clara. En definitiva, hay que considerar todos los signos semiótios del texto, tanto los estructurales como los textuales, los ideológicos y los lingüísticos, para poder acercarnos a la definición del género.
Un análisis macrohistórico de los subgéneros narrativos a lo largo de la historia nos demuestra, que una y otra vez, ciertos tipos de narraciones que he mencionado, generadas en la periferia, introducen cambios en el sistema literario, cambios fundamentales que transforman el panorama discursivo y semiótico de los géneros. La novela picaresca introdujo en el siglo XVI la primera persona narrativa, con un personaje marginado y socialmente insignificante, para darle una voz y un papel estelar en el desarrollo de la novela. La autobiografía, que al popularizarse en el siglo XVIII demostró la importancia que una vida aparentemente simple y anodina podía tener, creando una nueva visión del sujeto; y finalmente, en nuestro siglo XX, el testimonio, introduciendo en el panorama de los géneros literarios la presencia de un hablante que en un acto de ventriloquía habla por otro, creando así una ilusión semiótica de comunicación, que ha demostrado ser una de las formas discursivas más eficientes de los últimos tiempos. Tres variaciones de la novela, tres estructuras de producción de mensajes estéticos e ideológicos, cuyo impacto en el mundo literario ha sido fundamental. Sangre en el trópico, que fue catalogado por Anderson Imbert como una "crónica", puede ser leído hoy en día como un testimonio, aunque su subtítulo sea: "Novela de la intervención yanqui en Nicaragua", ya que cumple con muchos de los requisitos que hemos establecido como signos del testimonio, pero que a la vez pone a prueba los límites de los géneros, demostrando que la narrativa es un complejo sistema de relaciones discursivas que no siempre encuentra lecho en los quisquillosos límites de las taxonomías literarias. Los márgenes una vez más producen textos que desafían los cánones y enriquecen la historiagrafía literaria. Esto viene a confirmar la teoría del maestro Ernesto Sábato en El escritor y su fantasmas (1963) de que "cuando la novela entra en crisis, surgen en la periferia formas narrativas que vienen a revitalizar a la novela y darle nuevos alientos".
vuelve 1. Una nueva edición con notas e introducción crítica mía acaba de salir en Tenerife: Baile del Sol, 2000.
vuelve 2. Es sumamente interesante la conversación que sostuvieron Angel Rama, Isadora Aguirre, Hans Magnus Enzensberger, Manuel Galich, Noé Jitrik y Haydée Santamaría cuando se estaba en el proceso de instituir el premio, conversación reproducida en el número 200 de Casa de las Américas, y recientemente recordada por nuestra querida Nory Molina Quirós (q.e.p.d.) en el número más reciente de Itsmica.
vuelve 3. Hugo Achugar. "La historia y la voz del otro". La voz del otro: Testimonio, subalternidad y verdad narrativa. John Beveley y Hugo Achugar (editores). Lima y Pittsburgh: Latinoamericana Editores, 1992. pp.49-71.
vuelve 4. John Beverley. Del lazarillo al sandinismo. The Prisma Institute: Minneapolis, 1987.
vuelve 5. John Beverley y Marc Zimmerman. Literature and Politics in the Central American Revolutions. (Austin: Texas U.P., 1990).
vuelve 6. Esta ponencia apareció publicada bajo el título "Novela y testimonio en la obra narrativa de Manlio Argueta: el contrato autorial" en Cambios estétios y nuevos proyectos culturales en Centroamérica: testimonios, entrevistas y ensayos. Amelia Mondragón (ed.) Washington, D.C. Literal Books, 1994. p 57-63.
*Dirección: Associate Professor Mary Addis*
*Realización: Cheryl Johnson*
*Modificado 06/26/01*
*© Istmo, 2001*