Erick Aguirre Aragón

Control discursivo y alteridad en el testimonio centroamericano.
Cinco modelos representativos

Universidad Centroamericana, Managua

eaguirre@datatex.com.ni

Notas*Bibliografía

 

El auge de nuevas novelas con temática histórica producido a partir de finales de la década del ochenta en Centroamérica (que según Werner Mackenbach establece un cambio de paradigma en la narrativa del istmo a partir de los noventa), parece llevar implícito un cambio o desplazamiento en lo que se refiere a la perspectiva del sujeto narrativo. El sujeto colectivo/nacional representado en la literatura testimonial, predominante hasta mediados de los ochenta, cuyo eje narrativo parte de una perspectiva histórico-autobiográfica reivindicadora de la subalternidad y de la identidad colectiva, así como cuestionadora de la representación hegemónica de la Historia, pasa a ser sustituido, según este análisis, por un sujeto (el de la nueva novela histórica) cuya verdad histórica se relativiza.

Citando una tesis de María Cristina Pons, cuyo énfasis parte de la presuntamente estrecha vinculación entre escritura testimonial y "nueva novela histórica", sobre todo en lo relativo a la reescritura de la historia como elemento apuntalador de la memoria histórica colectiva y del proceso de definición o redefinición de la identidad, Mackenbach señala, en aparente desacuerdo, una "diferencia decisiva" entre ambos géneros, que según su tesis radica, precisamente, en la relativización de la verdad histórica implícita en la nueva novela (Mackenbach).

Pero, si bien la diferencia señalada por Mackenbach delimita una clara frontera entre ambos modos de representación narrativa, no es posible obviar que, así como en la novela, en el testimonio centroamericano también se ha producido un proceso evolutivo que ha resultado en la alteración de las perspectivas del sujeto. Se trata de una alteración que trasciende, incluso, la perspectiva del sujeto subalterno y que implica, precisamente también, la relativización de la verdad histórica.

Evoluciones de la subalternidad

En Centroamérica, testimonios como La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, del nicaragüense Omar Cabezas, y Los días de la selva, del guatemalteco Mario Payeras, si bien documentan aspectos excluidos o tergiversados en el discurso social dominante respecto a una realidad histórica de la región (como el fenómeno de la guerrilla y su interacción con el campesinado y las comunidades indígenas durante su accionar en la montaña), implican también, de cierta manera, algún manejo o control de sus propios discursos, así como cierta movilidad o modificación en cuanto a la naturaleza subalterna del sujeto. En todo caso, al menos se refieren a características polémicas sobre este tema.

Leonel Delgado, por ejemplo, parece cuestionar la subalternidad del sujeto que José Coronel Urtecho atribuye al testimonio de Omar Cabezas. "Es de por sí polémico considerar al universitario-guerrillero Cabezas un "subalterno", a no ser que se tomen en cuenta las características fuertemente conservadoras y cerradas de los guardianes de lo letrado, es decir, los antiguos vanguardistas granadinos", afirma, y su señalamiento lleva implícito un claro esfuerzo por deconstruir el posicionamiento central del sujeto letrado en el testimonio nicaragüense (Delgado, 1998: 36).

Según su análisis, Coronel establece un límite infranqueable para el sujeto no-letrado productor del testimonio: "el conocimiento, la conciencia, el saber sobre el propio discurso". Delgado observa, en la caracterización de Coronel, una pronunciada reticencia a ampliar los márgenes de consideración de "lo letrado", y un intento de ignorar la génesis formal de la producción textual en La montaña...: "El letrado establece el canon del no-letrado, la separación guarda los status" (37).

Pero Delgado también encuentra diferencias y contradicciones, más allá de la consideraciones acerca de lo subalterno, entre el sujeto Cabezas y el sujeto Rivera en La marca del Zorro -Hazañas del comandante Francisco Rivera contadas a Sergio Ramírez-; diferencias evidentes en el hecho de que la orientación fundamental del primero está fijada en la purificación guerrillera forjada en la montaña, y la del segundo, por el contrario, se centra en el cruce de niveles de la lucha popular contra la dictadura de Somoza, pero en un sentido más amplio, y sobre todo, políticamente más pragmático.

"El sujeto testimoniante guerrillero es 'derrotado' y obligado 'a usar el yo y abandonar el nosotros en el que trataba de perderse'. Este esfuerzo señala que la singularización de este nuevo 'sujeto histórico', no es espontánea, como la del guerrillero que diseñaba Omar Cabezas, sino reconstruída desde cierta posición de 'política correcta', señalando al subalterno su lugar en la historia y el pragmatismo político necesario para figurar en lo letrado, espacio que es, a la vez (...), el de la historia y la literatura" (38).

Delgado hace énfasis en la rivalidad estratégica reflejada en ambos testimonios, respecto a la política de alianzas del sandinismo en la etapa pre-insurreccional y de su lucha contra Somoza, en la que, finalmente, el pragmatismo de la llamada tendencia "tercerista" o "insurreccional", impone la "política correcta" y señala al subalterno su sitio específico en la historia.

En La marca del Zorro... la habilidad literaria del sujeto enunciante Ramírez, las facultades inherentes a su condición de letrado, le permitieron controlar sutilmente, y hasta cierto punto, manipular políticamente el discurso del sujeto enunciado. El proceso de reconstrucción de recuerdos de Rivera, en tanto sujeto subalterno, es alterado de manera puntual y precisa, en virtud de las conveniencias impuestas por la necesidad de unidad política del movimiento sandinista una vez instaurado en el poder. Es preciso subrayar en este punto la visible preponderancia política de los representantes de la estrategia "pragmática", "insurreccional" o "tercerista" en el momento del triunfo sandinista en 1979, dentro de la cual Ramírez se inscribió desde el inicio de su carrera revolucionaria.

En el texto La marca del Zorro..., al abordar los temas concernientes a la estrategia político-militar del FSLN en los años inmediatamente precedentes al derrocamiento de la dictadura de Somoza, sobre todo cuando se narra el proceso de "tercerización" del propio Rivera, el discurso parece ser manejado para indicar al lector que, en efecto, como el mismo triunfo insurreccional lo demostraría después, la estrategia pragmática o tercerista era históricamente correcta. Incluso, se establece como un hecho que el mismo Carlos Fonseca, máximo líder del FSLN muerto en la montaña en 1976, estaba convencido de ello (Ramírez-Rivera, 1989: 154-155).

Sin embargo, lo cierto es que el mismo Fonseca, en un documento escrito apenas unos meses antes de su muerte en combate en la montaña, cuestionaba fuertemente los planteamientos de estrategia político-militar del llamado "tercerismo" 1. La circulación clandestina en Nicaragua del documento de Fonseca, editado por el Frente Estudiantil Revolucionario en 1978, así como su publicación posterior en Costa Rica (Hernández, 1982: 76), sumadas a la reacción inconforme de algunos sandinistas de origen "no tercerista" después de la publicación de La marca del Zorro..., evidencian la muy probable existencia de un control sutil del discurso de Rivera por parte de Ramírez como sujeto enunciante letrado procesador del testimonio.

Los casos Menchú y Payera

El testimonio de Payeras, por su parte, es uno de los más logrados literariamente en Centroamérica. Sin embargo, comparte con el de Cabezas la característica polémica acerca de la subalternidad de un sujeto letrado. Payeras es un escritor de talento, con capacidad intelectual como para analizar con objetividad los acontecimientos políticos y sociales tanto de Guatemala como de toda Hispanoamérica. Según Dante Liano, lo literario de su testimonio estriba en su condición de escritor, y como tal no puede eximirse de utilizar recursos propios de la literatura en la construcción de su obra (Liano, 1997: 261).

Precisamente en esa característica fluctuante entre el sujeto letrado y el no letrado, es que Liano establece la diferencia entre el testimonio de Payeras y el que su compatriota, Rigoberta Menchú, dictara a la antropóloga Elizabeth Burgos (Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia), y a cuya frescura de lenguaje Liano atribuye el descubrimiento de "un pathos narrativo raras veces logrado en la narrativa literaria contemporánea" (262). Un logro paradójicamente alcanzado por alguien que apenas está descubriendo las posibilidades del castellano, y a sólo unos pocos años de haber aprendido a leerlo.

El propio proceso de producción textual del testimonio de Payeras revela en sí mismo la diferencia de perspectiva del sujeto narrativo. Partes fundamentales de sus reflexiones en Los días de la selva se centran en asumir y tratar de enmendar el error cometido por el movimiento guerrillero guatemalteco de pasar por alto durante muchos años los símbolos y expresiones de la identidad indígena de los pobladores en la región montañosa del Quiché, Ixcán y Huehuetenango, lo cual les dificultaba lograr su apoyo en la guerra revolucionaria.

Además de alejarse --al igual que Cabezas y el modelo Ramírez/Rivera-- del concepto "clásico" de subalternidad acercándose a lo que podría llamarse un "sujeto popular", de alguna manera letrado (Delgado: 38), Payeras revela claramente sus diferencias de perspectiva con la ulterior producción textual del modelo Menchú/Burgos, al reconocer que el gran error teórico inicial de los guerrilleros fue haber subestimado el aspecto subjetivo-cultural en la guerra revolucionaria, y haber subordinado durante décadas el "asunto indígena" al sistema teórico-conceptual marxista, provisto de conceptos ineludiblemente filtrados por métodos interpretativos basados en la lucha de clases o relacionados con "el desarrollo del proletariado guatemalteco".

Si bien el dilema de "la opción insurreccional versus purificación en la montaña", constituye el diferendo temático principal entre los modelos de Cabezas y Ramírez/Rivera, la oralidad como especie de desafío al privilegio de lo letrado en los procesos de modernización literaria constituye por su parte un punto común fundamental entre ambas. Precisamente es la opción de oralidad la que las acerca al modelo Menchú/Burgos, aunque no como única o auténtica expresión de subalternidad, y aun reflejando, en su proceso de transmisión oral-textual, vuelos literarios inusitados y sorprendentes. En el plano de la opción por la oralidad, sin embargo, todas ellas se alejan característicamente del modelo Payeras, cuyo proceso textual refiere desde su génesis a una complejidad y un grado determinado de elaboración eminentemente literarios.

En el testimonio de Payeras no existe intermediario entre el sujeto enunciado (el "yo de la narración") y el sujeto enunciante (el "yo de la experiencia narrada"); es decir que existe un único narrador-sujeto (Payeras), representativo del movimiento guerrillero, desde cuya perspectiva despliega su discurso, asumiendo en él, además, las expectativas del campesinado pobre guatemalteco. En tanto, en los tres modelos anteriormente mencionados, ambos sujetos (enunciante y enunciado), aunque suelen aparecer confundidos o superpuestos, no necesariamente coinciden con la auténtica perspectiva del sujeto.

Françoise Perus ha observado que, en casos como estos, frecuentemente el autor es quien hace las veces de compilador o editor del discurso de un "yo" otro que por sus características socio-culturales no tiene acceso, o tiene acceso limitado a los múltiples aspectos de la institución literaria (Perus, 1989: 135). Aunque en el caso de Cabezas, por tratarse de un proceso de producción textual en el que prácticamente intervino un colectivo de letrados, el sujeto enunciado se atribuyó finalmente la autoría del testimonio 2.

Pero el modelo Payeras, por sus propias características, constituye una especie de 'alter-modelo' de las experiencias de Cabezas y Ramírez/Rivera, en tanto estos revelan el noble propósito de un sujeto enunciante ("intelectual solidario o comprometido") de estructurar un texto literario que, según John Beverley, pese a todo, por lo general no puede ocultar el trazo de un "Yo" hegemónico ante quien el "otro Yo", el del sujeto enunciado, se presta a dialogar (Beverley, 1995: 143). Ni Cabezas como enunciado, ni Ramírez como enunciante, en tanto letrados inmersos en el proceso de elaboración literaria, actúan como sujetos subalternos. Sujeto popular, más que subalterno, apunta Delgado para subrayar el apremio por un espacio de verdadera transgresión para el testimonio, un espacio que el sujeto enunciante parece haberle negado hasta ahora al verdadero sujeto subalterno; un espacio que contribuya a descentralizar el posicionamiento hegemónico de lo letrado en este tipo de literatura (Delgado: 38).

En este punto, es válido también plantearse ciertas dudas respecto a la autenticidad en cuanto a subalternidad del sujeto en la estrategia y el proceso de construcción narrativa de Me llamo Rigoberta Menchú... Pese a que, a través de la transmisión oral de su experiencia al sujeto enunciante Burgos, finalmente logra producir un texto con alto grado de elaboración literaria, probablemente el relato de Menchú también haya sucumbido a lo que John Beverley llama la "ideología humanista de lo literario" (Beverley: 142), o también haya sido objeto de supresiones, omisiones o alteraciones importantes, ya sea por motivos políticos o de otra índole.

Si bien, de acuerdo a la experiencia narrativa de Payeras, deducimos que el movimiento guerrillero corroboró y asumió la tesis de que los conflictos locales de Guatemala estuvieron siempre fundados en conflictos étnico-culturales que, a su vez, reflejaban las secularmente injustas relaciones de propiedad sobre la tierra en ese país, en la experiencia del texto Menchú-Burgos, la voz representativa del sujeto colectivo subalterno en el conflicto, aunque por primera vez estructurada en un relativamente efectivo discurso narrativo, pudo también haber sido objeto de cierto control discursivo determinado por diversas circunstancias.

La polémica desatada desde la publicación del libro de David Stoll, Rigoberta Menchú and the story of all poor guatemalans 3, no sólo revela la posibilidad real de control y alteraciones sobre el discurso de Menchú, sino que hace patente la utilización, en el ámbito letrado de la representación, de un modelo vertical para inyectar al testimonio de cierta esencia teleológica predeterminada con frecuencia por concepciones ideológicas.

Tanto la propia Menchú como Arturo Taracena, quien afirma haber participado como sujeto enunciante en el proceso de construcción del texto (Taracena, 1999: 130-131), admiten y reprochan el hecho de que Burgos haya alterado y controlado a discreción, en algunos aspectos, el discurso del testimonio; esto lleva a Stoll a preguntarse si la voz de Rigoberta no habrá sido efectivamente alterada por Burgos.

Según Stoll, el libro Me llamo Rigoberta... es más bien una novela documental que pretende ser un documento de vida real, manufacturado para cierto uso, lo cual tampoco impide suponer que, tras el exhaustivo e implacable escrutinio de Stoll, exista, entre otras cosas, la intención o el proyecto de reorganizar, administrar y disciplinar a un nuevo sujeto subalterno impuesto por la globalización. La misma Burgos reconoce que la cuestión indígena es actualmente el tema de mayor importancia en Latinoamérica, y que el libro de Stoll ha contribuido a otorgarle, paradójicamente, nueva vida. Ella justifica su determinante influencia sobre el producto final textual de Me llamo Rigoberta... subrayando la importancia del problema de los millones de indígenas guatemaltecos sometidos, lo cual implica que, de alguna manera, ejerció control o manipuló el discurso de Menchú durante el proceso de producción textual.

Violeta Chamorro: discurso literario y discurso de poder

Está claro que el testimonio, quiérase o no, guarda estrecha relación con la tradición de la crónica y las memorias, pero al establecer comparaciones, por ejemplo, con Dreams of the Heart, de Violeta Chamorro, nos percatamos que la estrategia narrativa de Menchú/Burgos se diferencia de la autobiografía de Chamorro por su voluntad de transgresión de los límites étnicos, sociales, culturales y políticos, e incluso de género, impuestos a la subalternidad que la propia Menchú representa. Por el contrario, el texto de Chamorro evidencia claramente un intento de apropiación del discurso literario como discurso de poder, aunque con una expresa voluntad de pacificación y democratización, con la cual ella misma se erige como una alternativa política conciliadora, de unificación nacional, luego de largos años de conflictos bélicos en Nicaragua.

Chamorro pertenece a la clase oligárquica y conservadora nicaragüense, cuyo antagonismo con el régimen somocista (1935?1979) la hizo avanzar significativamente en su mentalidad política respecto a las desigualdades sociales. La importancia histórica de su figura se hizo patente luego de diez años de gobierno revolucionario sandinista marcados por la guerra y la polarización política interna de Nicaragua. Por tanto no resulta extraño que, en su autobiografía, Chamorro hable en nombre de "todos" los nicaragüenses, incluidos los pobres y marginados. Pero el mensaje social de su memoria-testimonio, avalada frecuentemente con fragmentos del pensamiento político de su esposo asesinado, conmina al ejercicio constante de la democracia como el más adecuado instrumento político para la convivencia nacional y, eventualmente, para la solidaridad social con el pobre o marginado. Aunque, en el contexto político-social de la dictadura somocista, la apropiación patrimonialista del Estado por parte de la familia Somoza y sus allegados pudo haber sido un importante elemento para que el grupo social representado por Chamorro se percatara de que, en definitiva, el empobrecimiento extremo de un grupo social resultaría en una inquietante advertencia para otro.

En Imperialismo y dictadura, Jaime Wheelock clasifica al diario nicaragüense La Prensa (en donde Violeta Chamorro se atrincheró durante el auge de su oposición al proyecto sandinista en la década del 80) como el "vehículo de inducción de ideas, publicidad, promociones comerciales e instrumento de activación del mercado capitalista" (Wheelock, 1985: 212). Según su análisis, La Prensa fue desde sus inicios el vocero ideológico y político de la oligarquía conservadora. Su propietario a partir de los sesenta, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, con el desarrollo de la burguesía se fue desprendiendo de su originario "caparazón terrateniente" hasta adquirir una mentalidad comercial-industrial.

De acuerdo con las ideas de Wheelock, Chamorro Cardenal, en tanto heredero político de la más añeja aristocracia conservadora y remozado luego como industrial y propietario de La Prensa, empezó a conminar a los elementos politizados de los grupos financieros de los cuales era socio (Banic y Banamerica) a "echar pulso" contra la dictadura de Somoza, haciéndolos converger en acuerdos políticos temporales inclinados al apoyo de UDEL (Unión Democrática de Liberación), "síntesis del compromiso interburgués contra Somoza" (Wheelock: 214). En ese ínterin se produce, repentinamente, su asesinato, a la postre detonante insurreccional que marca el fin de la dictadura y la primera emergencia de protagonismo histórico político de Violeta Chamorro en la Junta de Gobierno que asume el poder en 1979, de la que luego se aparta decepcionada.

Ese es precisamente el punto de partida de su relato. En las páginas autobiográficas de Dreams of the Heart (significativamente escrito en inglés en su versión original), más allá de su extraordinaria importancia histórica o documental, en realidad no logra percibirse el mensaje de una sola persona (Violeta como individuo aislado), sino el testimonio de un grupo social (la oligarquía conservadora y la burguesía opuestas al somocismo primero y al sandinismo después) cuyas expectativas, luego del derrocamiento de Somoza, fueron frustradas por la hegemonía sandinista asentada repentinamente en el poder y que, 10 años después, se reivindica en su figura ostentando por fin la presidencia y aprestándose a reestablecer el "orden" económico y social de la nación nicaragüense.

En Dreams of the Heart son fácilmente perceptibles las actitudes de un grupo social determinado. Las alteraciones, distorsiones o formas de control de su discurso sin duda fueron parte de un acuerdo inicial entre el sujeto enunciante (el periodista costarricense Guido Fernández) y el enunciado; fueron plenamente aceptadas y forman parte del propósito discursivo del proyecto. Nostalgias y certidumbres, adhesiones y desprecios, temores y envalentonamientos políticos. Todo un torrente de subjetividad y pasión que no brota en realidad del sujeto enunciado como individuo, sino de un yo más profundo, un yo colectivo que el "yo de la narración" evoca e invoca en nombre de su propio grupo social.

La centralización de lo letrado

Hemos visto, pues, a través de cinco ejemplos representativos, que durante ese proceso evolutivo y de alteración del discurso del sujeto en el testimonio centroamericano de las últimas décadas, se ha hecho evidente cierta jerarquización en la representación socio-cultural de la subalternidad, lo cual tiende a que se configuren, de acuerdo al caso, representaciones ideológicas que modifican o limitan la capacidad, supuestamente inherente al testimonio, de devolver la voz narrativa a los verdaderos agentes de los procesos políticos, sociales o culturales literarizados.

En algunos casos las resultantes son textos producidos por líderes de rebeliones pero dirigidos a un público letrado, apremiado por la búsqueda de interpretaciones de la identidad, en las que el concepto limitado de nación desplaza, limita u obstaculiza la necesidad de centralización de otros sujetos cuya subalternidad, de alguna manera, posee mayor autenticidad.

De alguna manera, también, la función ideológico-humanista de la literatura y de los sectores letrados solidarios o comprometidos podría estar contribuyendo a entorpecer la consecución de esos espacios centrales a los sujetos subalternos, para quienes el testimonio constituye la única manera de encontrar nuevas formas de interpretación de los procesos en los que actúan, participan y, aún más, que son capaces de narrar.

Podría ser válido incluso preguntarse si en esa constante centralidad de la literatura culta o del sujeto letrado en la práctica textual del testimonio centroamericano aquí emblematizado, no son también perceptibles las voces y actitudes de un grupo social determinado, es decir, de un grupo social de cierta forma ajeno o distinto a los sujetos enunciados en cada relato. O preguntarse, como lo hace Beverley, si aún no nos hemos percatado completamente de los cambios producidos en la función ideológica de la literatura durante los últimos 90 o 100 años (Beverley: 158). Quizás el concepto de literatura como formadora de identidad o como instrumento de liberación nacional nos ha llevado a sobrevalorar la función literaria, hasta el punto de imponer la centralización de lo letrado en el testimonio, a través de un modelo vertical de representación.

Las estrategias narrativas de Cabezas, Ramírez-Rivera, Payeras y Burgos-Menchú, e incluso el discurso voluntariamente controlado de Chamorro en el testimonio de Chamorro, ofrecen quizás la posibilidad de encontrar una mejor forma de analizar la interacción entre letrados solidarios o comprometidos, y sujetos subalternos. Quizás Cabezas, Rivera, Menchú, Payeras y la propia Chamorro hayan preconizado en Centroamérica el surgimiento de una nueva modalidad de "intelectual orgánico subalterno", capaz de desenvolverse con eficacia en los circuitos globales de poder y representación. Sin embargo, su capacidad para evitar el control discursivo en el proceso de construcción de sus textos seguirá siendo objeto de estudio y polémica.

©Erick Aguirre Aragón


Notas

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vuelve 1. El documento se titula "Algunas reflexiones sobre problemas internos de la organización" y no fue incluido en la recopilación de la obra de Fonseca editada por el FSLN en los primeros años de la década del 80.

vuelve 2. El propio Cabezas explicó en numerosas entrevistas que varios escritores nicaragüenses reconocidos revisaron, corrigieron y editaron vastas partes del texto, luego de ser transcrito.

vuelve 3. El autor de este ensayo tuvo acceso a una traducción resumida del libro de Stoll, elaborada por Elizabeth Thornton.


Bibliografía
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