Jeffrey Browitt

 

América Latina y el debate poscolonial

 

University of Technology, Sydney, Australia

Jeffrey.Browitt@uts.edu.au


Coloniality at Large es un debate multifacético sobre la utilidad de la teoría postcolonial y sus aparatos críticos para América Latina, y especialmente sobre la necesidad de ajustar perspectivas históricas y categorías conceptuales para reconocer las particularidades de ese significante fluctuante conocido como “Latinoamérica”, y sus mucho más tempranos procesos de colonización y descolonización. Los editores quieren llamar la atención hacia el hecho de que la lógica colonial, que fue de la mano con la expansión y el desarrollo capitalista industrial europeo, todavía está vigente tanto como un proceso material real, como una ideología inconsciente y sedimentada que es la base de imaginarios políticos y culturales. El lector ideal del libro es el latinoamericanista que está preocupado por las relaciones complejas entre cultura, política e historia en las Américas. Sin embargo, los no latinoamericanistas pueden aprovechar sus debates porque muchos de los problemas crítico-políticos de los estudios latinoamericanos coinciden con preocupaciones en otras sociedades no metropolitanas. Algunas de estas preocupaciones son: qué posición tomar con respecto a aseveraciones fuertes sobre identidad cultural y étnica dentro de una nación estado; la relación paulatinamente tensa entre naciones estado y globalización; los flujos globales de conocimiento (incluído el conocimiento intelectual); las cuestiones perdurables sobre clase, poder, explotación (y su genealogía y funcionamiento particular y localizado); la relación entre el intelectual y el subalterno por quien propone hablar el primero; y lo apropiado de la definición de términos clave como postcolonialismo, colonialidad, imperialismo, capitalismo, marxismo, globalización, hegemonía, diferencia, occidentalismo, postestructuralismo, desconstrucción, subalternidad, postmodernismo, etc. Estos términos y su genealogía y utilidad deben ser familiares a estudiosos de la postcolonialidad en todas partes. Además, y lo que es más específico a América Latina, Coloniality at Large es una intervención meta-discursiva sobre asuntos como la legitimidad del “latinoamericanismo académico de los Estados Unidos”, la “geopolítica del conocimiento” y la “política de la ubicación”. Para quien reseña aquí, estos asuntos siguen sin resolver.

La mayoría de los ensayos de Coloniality at Large se ocupa de la teoría al mismo tiempo que reflexiona sobre textos específicos y estudios de casos etnográficos que cubren México, Ecuador, Guatemala, Brasil, los Andes y el Caribe. Es imposible hacer una reseña de cada ensayo, pero es obligatorio entrar en un poco de detalle. La primera parte empieza cronológicamente con el principio del periodo colonial, especialmente del siglo XVI, y con dos lecturas de los códices aztecas hechas por Gordon Brotherston y José Rabasa. Por medio de lecturas críticas del Códice Mexicanus y de la Piedra del Sol Azteca (“una encarnación de la cosmogonía americana” que “ha resistido intentos repetidos de colonización intelectual”), Gordon Brotherston demuestra cómo la “Europa colonizadora fue desafiada intelectualmente en América” por parte de una apreciación indígena más avanzada del calendario, lo cual revela una crítica nativa y transculturada del cristianismo. De manera similar, José Rabasa hace una espléndida lectura semiótico-crítica de los códices pictográficos de los primeros años de la conquista y resalta la manera como el prejuicio contra las formas indígenas no alfabéticas de escritura oculta una compleja apreciación indígena de los conquistadores que pasó desapercibida para los españoles, a quienes solo les interesaba vigilar la escritura alfabética. Entonces, los pueblos indígenas no estaban paralizados, no eran abyectos, ni fueron totalmente dominados. Esto lleva a Rabasa a desafiar binarios desgastados que se desarrollaron en su mayor parte durante el siglo XIX, pero que todavía prevalecen en generalizaciones falsas del pasado colonial: “Encontramos a indígenas tomando parte en la modernidad del orden colonial, de hecho, como participantes activos en su creación.”

En el tercer ensayo de esta parte, José Antonio Mazotti examina un aspecto poco estudiado de la Latinoamérica colonial: la subjetividad y la agencia criolla, a través de una mezcla electiva de categorías conceptuales derivadas de categorías europeas combinadas con una interdisciplinaridad latinoamericana. Las formaciones de la subjetividad criolla hacen mucho más difícil “definir subjetividades monolíticas y dividir éstas en categorías bipolares tales como colonizador y colonizado” (102). Para Mazotti, la teoría postcolonial tiene dificultad para dar cuenta de los criollos americanos a través de los conceptos de “imitación por mímica, simulacro e hibridez” porque “el criollo no era exactamente el otro que se transformaría a los ojos de las autoridades metropolitanas, ni su hibridismo era el mismo que el del oscilante mestizo que se ubicaba entre dos culturas”.

La segunda parte presenta tres ensayos que analizan narrativas de la historia colonial latinoamericana en Brasil (Russell Hamilton), Perú (Sara Castro Klarén) y el Caribe (Elzbieta Sklodowksa), con relación a la utilidad de la crítica postcolonial. Sklodowska cuestiona si el discurso postcolonial puede aplicarse con éxito al Caribe que por ser demasiado ambiguo y heterogéneo se resiste a la captura teórica global, mientras que Hamilton cuestiona el uso de tal discurso, pero a continuación procede a identificar los elementos que se prestan a él.

Por su parte, Castro Klarén hace conexiones entre la primera historiografía andina (Guamán Poma y el Inca Garcilaso) y el historiador marxista peruano de comienzos del siglo XX José Carlos Mariátegui, a quien Castro Klarén ve como el precursor de críticos postcoloniales como Walter Mignolo y Aníbal Quijano.

La tercera parte, “Occidentalismo, globalización y la geopolítica del conocimiento”, es de muchas maneras la parte más homogénea y la que está más acorde con la posición expuesta por los editores en la introducción. Sin embargo, en mi opinión, es la menos satisfactoria. En esta parte parece que el impulso crítico colectivo es una guerra por el terreno y un llamado para que se respete a los intelectuales latinoamericanos. Desafortunadamente, aunque los colaboradores hacen razonamientos llamativos con sus neologismos (a veces forzados) –”coloniality of power”, ”border gnosis”, ”pluritopic hermeneutics”–, tienden a trabajar con binarios demasiado fuertes como centro-periferia, Europa-no Europa, modernidad-el otro de la modernidad (quizás dichos binarios no hayan funcionado tan tajantemente desde los tiempos de los primeros procesos de mestizaje religioso y socio-cultural después de la colonización ibérica –depende de cada caso particular por supuesto). En nuestra época contemporánea las relaciones de poder y dominación son inestables y heterogéneas y (al igual que el concepto de “modernidad”) no pueden reducirse a una lógica todopoderosa y unívoca de colonialidad (aunque la “colonialidad” o el colonialismo sean efectos duraderos de dicha modernidad europea). Además, su crítica de la modernidad europea presenta solo un lado del argumento, limitando su desarrollo casi exclusivamente al pillaje de las Américas (que sin duda es un elemento clave), pero sin reconocer ninguna de las dinámicas que estaban dentro del desarrollo de la modernidad europea mucho antes del punto inicial simplista y reduccionista de la colonización ibérica. Mignolo propone una lectura de la modernidad europea (o por lo menos su discurso auto-justificante) como una fuerza y una epistemología que, por ejemplo, han reprimido las formas de conocimiento y de ser de los indígenas. Está bien. Es indiscutible. No obstante, esas otras formas de conocimiento no son prístinas y no están congeladas, lo que sería una representación a fin de cuentas ingenua y condescendiente de las culturas indígenas, como si no hubieran evolucionado también o que de alguna manera las culturas y lenguas indígenas fueran necesariamente igualitarias simplemente por ser no-europeas.

Al hacer esto, Mignolo imagina que puede poner a un lado la epistemología occidental al mismo tiempo que utiliza sus herramientas de crítica filosófica. Aunque es posible hacer esto (“crítica reflexiva”), los resultados son sólo parciales. No obstante, Mignolo insiste en reclamar una “diferencia epistémica colonial” y alinea de manera artificiosa al subalterno latinoamericano con los intelectuales latinoamericanos que han nacido en esas tierras y que gozan de los beneficios de puestos académicos ubicados en el primer mundo (todos son “bárbaros”, aparentemente). Mi interés en hacer esta crítica yace en evitar la instalación de otra ortodoxia.

La cuarta parte reúne a tres críticos bajo el título de “Religión, liberación y las narrativas del secularismo”. Colectivamente los autores quieren rescatar una versión del cristianismo (especialmente la “teología de la liberación” a la cual se refiere Enrique Dussel como “filosofía de la liberación”) de la noción monolítica del “cristianismo imperial” (Maldonado) y del secularismo que ven como una condición limitante tanto de la crítica poscolonial como de otras prácticas emancipatorias. Muchos otros críticos que en este volumen se refieren a asuntos indígenas harían intervenciones más extensas al respecto: todos los conocimientos, incluyendo los que vienen de fuentes indígenas no cristianas (para mencionar solo un elemento de la “diferencia colonial”) tienen que tenerse en cuenta en los discursos emancipatorios sobre América Latina. Si no, uno se queda en un estado de “colonialidad”, en un tipo de trampa de miras estrechas y no-consciente dentro de modos europeos de pensamiento que son por lo tanto, colonizadores.

La parte cinco ofrece cinco “(Post)colonialismos comparativos”. El artículo de Peter Hulme (publicado por primera vez en 1994) señala cómo el Caribe exhibe unas ricas prácticas culturales e historias complejas que pueden funcionar como una metonimia para América y por ende, como fuente para el “repertorio conceptual” latinoamericano postcolonial: “el lenguaje de transculturación y contrapunto, de criollización y mestizaje, se acomoda muy bien junto al de hibridez y ambivalencia, migración y diáspora”. La cuestión de si el Caribe debería funcionar así, es algo en lo que Hulme no quiere entrar.

El ensayo de Román de la Campa aborda la cuestión de la crítica postcolonial en América Latina por medio de un análisis sofisticado y minucioso de la crítica literaria y de la genealogía de lo que hoy se puede llamar crítica postcolonial latinoamericana. Él identifica un compromiso crítico con la modernidad latinoamericana de después de la independencia, visto éste como un “cambio del punto focal de la Latinoamérica cosmopolita a las culturas amerindias”. Ubica sus comienzos en la academia estadounidense antes de pasar al sur.

Por su parte, Amaryll Chanady encuentra inspiración en Castro-Gómez y su reconceptualización de la modernidad como criatura de “una cadena global de interacciones” que genera una crítica auto-reflexiva, que a su vez puede ser aplicada diferencialmente a circunstancias locales en otros lugares. Así, “conocimientos expertos proveen a grupos locales de ‘competencia reflexiva’ para reterritorializar lo abstracto en lo local y desarrollar prácticas auto-reflexivas y resistentes que lleven a nuevas formaciones de subjetividad y a acción política y social”. Chanady procede entonces a hacer una lectura de traducciones culturales fallidas en el novelista cubano Alejo Carpentier y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias.

El volumen termina en la parte sexta con tres reflexiones sobre “Etnicidades postcoloniales”. Catherine Walsh enfoca en los movimientos indígenas ecuatorianos y en cómo “la construcción de nuevos lugares de enunciación […] surgen del conocimiento, la experiencia y el entendimiento de quienes viven dentro de legados coloniales y postcoloniales y piensan dentro de ellos”. Las posiciones diametralmente opuestas sobre política contemporánea guatemalteca de Mario Roberto Mores y Arturo Arias generan críticas acaloradas. Morales acusa a quienes se autodefinen como mayas de esencialismo y divisionismo en una sociedad donde la población de raza mixta (mestiza) es la mayoría. Morales apunta a la naturaleza construida de todas las identidades culturales y étnicas y de ahí su deseo de una distensión inter-étnica como solución a los problemas de Guatemala. En cierto modo esto está bien, pero como señala Arias: “los mayas han escogido la afirmación étnica porque no tienen poder político dentro de los espacios tradicionales en los que han vivido”. Y esta falta de poder político está ligada a su marginalización histórica basada en el racismo por parte de los ladinos (mestizos), la raza dominante, y de los rezagos de un estrato social criollo en un país donde el porcentaje étnico racial es 60% ladinos y 40% mayas.

Cuando a uno se le discrimina por su raza o etnicidad, ésta viene a ser el punto de partida de su defensa. La idea de la “interculturalidad” (la versión latinoamericana de la “multiculturalidad” y su vocabulario fláccido de “tolerancia” y “diversidad”), oscurece la división de labores en sociedades capitalistas que es lo que fundamenta el racismo. A la lucha contra el racismo no le sirven apelaciones a ideas anodinas a un multiculturalismo que se presta igual al niche marketing dentro del neoliberalismo hegemónico. En este sentido, la “cultura” es poca defensa frente a un clasismo basado en la etnia o la raza.

***

Coloniality at Large es una contribución valiosa a un sofisticado cuerpo de teoría desde y sobre Latinoamérica. Sin embargo, también presenta algunas fallas. Los compiladores y varios de los colaboradores postulan con entusiasmo una “diferencia” latinoamericana que marca fuertemente la diferencia (también llamada “diferencia colonial”). Además señalan que en la lucha entre las fuerzas de descolonización y recolonización, nacen puntos de resistencia de dicha diferencia latinoamericana que se pueden hacer resaltar. La introducción se refiere a la manera en que los colaboradores “llaman la atención hacia algunos de los puntos filosóficos e ideológicos ciegos de las teorías postcoloniales”. En este sentido subrayan la necesidad de versiones más matizadas de teorías postcoloniales para tener en cuenta una tradición local rica de “crítica del colonialismo y la colonialidad”. Tal enfoque también busca exponer y así evitar “dualismos ideológicos y culturales reductores”. Esto es positivo. No obstante, ni los compiladores ni muchos de los colaboradores respetan siempre este dictamen, ya que una y otra vez usan interpretaciones reductoras y binarias de “Europa”, “modernidad”, “Occidente”, que sustentan la toma de posición crítica. Los compiladores también caen ocasionalmente en afirmaciones no teorizadas y pomposas: “la estructura global de poder que ha impactado en todos los aspectos de la experiencia política y social en América Latina desde los comienzos de la era colonial”. Tales pronunciamientos presuntuosos tienden a eliminar, por su vaguedad, cualquier contenido emancipador de términos como “resistencia”.

En la información introductoria que anuncia la serie de Duke Latin America Otherwise: Languages, Empires, Nations, nos dicen que Coloniality at Large “también se concentra en los papeles que los intelectuales han jugado, desde la construcción de un archivo cultural e histórico, pasando por los escritos y prácticas asociadas con los procesos de independencia y la fundación de estados nacionales, y por la modernización e imposición del neoliberalismo en la era global”, de ahí la referencia de los compiladores a ”replicants” (en el sentido de la película Blade Runner) en el título de la introducción: “El colonialismo y sus replicants”. Pero para ser una colección que tomada como un todo hace hincapié fuertemente en el lugar de enunciación y lo enlaza con la legitimidad y la exactitud de pronunciamientos sobre política cultural latinoamericana, brilla por su silencio en cuanto a los suyos. Ninguno de los teóricos cuestiona su propio lugar de enunciación privilegiado (como intelectuales elites bien ubicados en prestigiosas universidades estadounidenses), mientras que irónicamente problematizan la ubicación de otros estudiosos. De hecho, de los veinticuatro colaboradores y compiladores solamente tres trabajan en instituciones ubicadas en Latinoamérica. La mayor parte de los otros trabaja en los Estados Unidos (19) o Europa (2). Esto no tiene que ser problema, pero cuando se problematiza el lugar de enunciación de otros (casi como estrategia en la guerra por el terreno), uno debe reflexionar sobre sí mismo. El silencio sobre el privilegio propio no concuerda con las ampliamente conocidas aserciones de victimización por parte de algunos intelectuales latinoamericanos, cuyo conocimiento y tradiciones intelectuales han sido ignorados en centros metropolitanos de enseñanza. Aunque tengan razón en esto (aunque el mal trato nunca ha sido uniforme), estos intelectuales se ubican junto al subalterno en una alineación de la resistencia intelectual con la resistencia subalterna, cancelando la gran distancia de clase y estatus que existe entre los dos grupos.

Es decepcionante además notar que el reconocimiento del copyright anterior de varios artículos no está incluido en el índice, aunque uno lo topa en la penúltima página (que no lleva número), como si los compiladores no quisieran llamar la atención al hecho de que hay bastante material reciclado (un artículo data de 1994). Esta es una práctica aceptable para este tipo de colecciones, pero debe decirse abiertamente al principio en la introducción de los compiladores y en el índice. Además, a juzgar por las notas a pie de página, muchos de los ensayos se terminaron hace años. Por lo tanto, parece que este volumen “ha llegado tarde a la fiesta”. Hay también inconsistencias graves en el índice. Por ejemplo, varios ensayistas se refieren a George Yúdice, pero su nombre no aparece en el índice, solamente en la bibliografía. Lo mismo sucede con Santiago Castro-Gómez. John Beverley no es citado suficientemente en el índice y esto es importante porque recientemente él ha sido una figura controvertida central para muchos críticos culturales latinoamericanos, y es útil poder ver su presencia (y la de Yúdice) en este volumen para determinar cómo lo ven los varios colaboradores. Por otra parte, y en comparación con los demás, Mignolo y Quijano están extremadamente sobre representados en tanto la bibliografía como el índice. Se necesita un poco más de equilibrio. Finalmente, Brasil está pobremente representado considerando que es el país que tiene un tercio de la población de América Latina y el 40% del área (Löwy y Hamilton son excepciones a la regla).

No obstante, habiendo señalado estos defectos, se debe elogiar a los compiladores por ensamblar una orquesta de respuestas heterogéneas (y a veces disonantes entre sí) que hacen reflexionar sobre la utilidad del pensamiento postcolonial en América Latina. La crítica postcolonial es pensada, adoptada, remodelada, o criticada de muchas maneras; cada apropiación señala una toma de posición ideológica sutil, como también diferentes lecturas de las historias latinoamericanas. El valor de esta colección, entonces, no yace en una verdad colectiva-monolítica sobre el colonialismo en Latinoamérica y la resistencia al mismo (aunque abundan las verdades particulares), sino en una yuxtaposición de diferentes puntos de vista sobre la experiencia colonial y las posibles maneras teóricas de enmarcarla. Esto hace que el libro sea gratificante porque no hay nada más aburrido o dañino para el espíritu de la crítica que la homogeneidad ideológica auto-satisfecha.

Moraña, Mabel/Dussel, Enrique/Jáuregui, Carlos (eds.), 2008: Coloniality at Large: Latin America and the Postcolonial Debate. Durham & London: Duke University Press.

 

© Jeffrey Browitt


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