Pedro León Carvajal

 

Holanda. La auto-reflexión crítica, unida al talento lierario*

 

Universidad Nacional de General Sarmiento, Argentina

donaldoaltamirano@yahoo.com

 

Notas


1. Provincialismo adverso

El título de este volumen, abre una interrogante, que tampoco el contenido interior ofrece más que pistas discretas y veladas para resolver. La clave del título viene sugerida por las alusiones, en un relato de particular acento confesional, al mundo de la ópera, ya sea italiana, o ya sea alemana. Difícilmente el lector profano acertaría a engarzar los eslabones de esta Holanda con el contenido de la primera ópera de Richard Wagner, titulada “El Holandés Errante”. Pero una vez sugerida la relación, resultará evidente que el desarraigo, como motivación central, como clave de identificación negativa, es lo que enlaza los contenidos de la obra dramática alemana con los relatos de este joven escritor nicaragüense.

De igual manera, es un hecho notable que una parte considerable de las historias de este volumen se dan o transcurren en un contexto distanciado de nuestras coordenadas geográficas centroamericanas, con apenas tres o cuatro excepciones. La afanosa, la obstinada búsqueda de identidad del autor, se procesa en un marco de referencias que rebasan ampliamente nuestros estrechos límites geográficos. Lo que ya contradice y deja en entredicho toda una teoría de nuestra identidad nicaragüense, tendenciosa, regionalista, provinciana, folclorizante, que ha calado hondo y ha hecho estragos, sobre todo en los esquemas ideológicos de la reflexión de nuestros compatriotas del litoral pacífico central.

Pero acaso un primer paso preliminar sea necesario, antes de adentrarnos en el pormenor analítico de esta obra. Tal paso previo consiste en subrayar algunas opciones de rechazo que se definen como deliberados puntos de partida. En notorio contraste con los lentos mecanismos evolutivos de un cierto sector adiposo de nuestra narrativa criolla.

Peñalba Franco abjura de regionalismos y localismos, la escogencia de sus locaciones comienza en el puerto de Bristol, Inglaterra, y luego puede oscilar dentro de un vasto marco geográfico e histórico, que incluye Londres, Manchester, Islandia, New York, Nueva Orleáns, Houston, Dallas, Nepal, Cachemira, Lisboa, Brasil, Macao, Japón medieval, Buenos Aires, República Dominicana.

Otro fenómeno análogo sucede con el lenguaje. En este aspecto, las maneras tribales (y triviales) del habla vernácula han sido desterradas, obviadas (o, como dirían nuestros acuciosos columnistas, “brillan por su ausencia”), con alguna u otra excepción ocasional, las que conforman lunares, “que manchando, hermosean”, al decir de Francisco de Quevedo y Villegas.

Ejemplos: El uso del adjetivo calificativo “chelas” (16); la confesión de “cavanga” con que remata “Luna Park” (56). O la figuración de zopilotes, zanates y perros zompopos en algunas historias de ubicación local. (Porque las hormigas, que desempeñan un laborioso y energético papel de comparsas en otro trío de narraciones, son de filiación apátrida, o sea: cosmopolita, universal. Es decir, no cargan con el lastre de pasaporte alguno).

En breve, Peñalba Franco demuestra una decidida vocación de universalismo. En el sentido limitado y estricto que pueda tener esta expresión, a partir de las connotaciones que recibiera desde la aparición de “Historia Universal de la Infamia” (1935), libro precedido por los planteamientos de un ensayo de deslinde teórico incluido en “Discusión” (1932). Textos ambos de Borges Acevedo Jorge Luís.

 

2. “Se manduca cabacho”

Consecuentemente, notamos la presencia recurrente de la lengua inglesa (lengua franca de los aeropuertos, de los hoteles de lujo y de las conferencias internacionales), suplantando algunas veces a otras expresiones que ya han ganado legítima carta de ciudadanía en el ámbito del idioma español. “Bartender” (56), por ejemplo, en lugar de nuestro sugestivo y eufónico “cantinero”. O resultan hibridándose a veces en una exclamación de estilo “chicano”: “Qué nice!” (49).
Western Eyes”, es el nombre, o el apodo definitorio, de la protagonista del primer relato, quien además, en un dado momento, aparece “having sex with common people, like you” (8).

Unas páginas adelante, encontramos unas líneas que dan la impresión de haber sido redactadas por el mismo autor:

“The memory as a fact, and the fact as a product of a factory, and the factory a living machine, which I am” (12)

Y luego un epígrafe, de origen prosaico:

I like you. I like you. You are a wonderful person. I’m full of enthusiasm. I’`m going places. I`ll be happy to help you. I am an important person. Would you like to go (come) home with me? (19)

O una cita textual de una canción “pop”: “Bring the boys home, don’t leave the children alone, no, no.” (60)

En otras ocasiones, aun utilizando nuestro idioma oficial, el escritor prefiere algunas expresiones de uso corriente en España, en lugar de los términos correspondientes en el habla local: follar (17), bombillas (25), cojones (31).
Notemos además “la insoportable presencia” de algunas marcas de fábrica, capaces de definir por sí solas nuestros niveles de consumo y nuestros diversos estratos de jerarquía social: Sony, Texaco, Phillips, Alka Seltzer, Quilmes, Rolls Royce, Phantom ‘53.

 

3. Los personajes y sus máscaras

Entre los personajes del elenco reunido, gana relieve un cierto “yo” camaleónico, primera persona narrativa, que no siempre se identifica textual y literalmente con los detalles y las secuencias biográficas del autor. Este “yo” funcional, es a veces un mero punto de partida hacia variadas digresiones, un sustrato interino de alquiler para los personajes ficticios, un recurso literario para conseguir perspectivas internas desde el seno mismo de la conciencia de los personajes. En “La Estrella” este “yo” llega hasta el extremo de hablarnos desde la intimidad secreta de una desechada lata de aluminio (49).

Pero otra de sus facetas nos lleva hasta borrar las diferencias entre el autor y el producto de su voluntad y su imaginación, el relato mismo. “Soy escritura”, nos afirma en “Territorio”, y unas líneas adelante nos plantea el reverso paradójico de semejante afirmación: “Siendo no soy.” (13) Para concluir aseverando: “Soy un cuento que se narra a sí mismo.” (14)

Subrayemos la presencia de los conspicuos personajes prestados al cine y a los escenarios del rock, Frida Kahlo, María Félix (15), Meg Ryan, Jim Morrison (31), (Carlos) Santana (32), o Sean Connery, en su papel estelar de James Bond (57-63), personajes que en su despliegue desarrollan un propósito lúcido de ironizar, de cuestionar de forma crítica, de poner de cabeza abajo los símbolos y las connotaciones de la iconografía masificada y fetichizada por el cine de contenidos consumistas y alienantes.

Por lo demás, estos afanes críticos están presentes en muchos lugares de la obra, comenzando por el primer relato, donde el autor se refiere con amarga ironía a los hábitos de “consumismo absoluto” (7) de una “clase media convertida en souvenir, divisa de cambio” (9).

 

4. Lecturas de sustento

En la textura del anverso, en los reveces del tejido narrativo, se insinúa un substrato de lecturas variadas y profusas, actuando como nutrientes desde las invisibles raíces. Pero sucede aquí igual que con la mole de los icebergs, muy poca masa aflora y se ostenta de manera expresa a los ojos del lector. El antropólogo Claude Levi Strauss (37, epígrafe) es un ejemplo excepcional, casi único. Después, el autor nos revela poco sobre sus preferencias, sobre sus recurrencias, sobre sus fuentes de nutrición e inspiración literaria. Pistas vagas. No encontramos (para dar otro ejemplo) ninguna alusión directa al contexto literario nacional o regional. A no ser una deformación irónica de unos celebres versos de nuestro bardo nacional: “La cocina está triste, ¿qué tendrá la cocina?” (17).

En cambio, sorprendemos un par de alusiones bíblicas, fuera de contexto e igualmente mordaces: “El señor llegará como ladrón en medio de la noche y sin avisar” (29) (Ver: 2ª epístola de San Pedro, capítulo 3, verso 10). En un relato donde quienes llegan abruptamente y sin aviso son los ladrones de verdad. O una cierta paráfrasis de las visiones del profeta Isaías, incluida en “Inundación”, en las páginas 22 y 23.

Encontramos además una furtiva alusión a los personajes de Alice in Wonderland, de Lewis Carrol, en “Luna Park”, (56).

Y una cita textual de Hamlet, de William Shakespeare, en “Charles y Camilla”, (65). Cita por demás cuajada de oscuros augurios matricidas. Para no insistir en las afinidades con algunos personajes y tramas de J. L. Borges que evoca Kenichi Gake, el mercenario. Afinidades ya señaladas por Leonel Delgado Aburto, en su precedente comentario de Holanda.

Como era de esperarse, este nieto y homónimo de nuestro difunto amigo, el artista modernizador de la Escuela Nacional de Bellas Artes, igualmente filtra algunas discretas alusiones al mundo de las artes visuales:

El Saturno que se alimenta de sus crías (33), pareciera ser una referencia a la impresionante versión al óleo, obra maestra de Francisco de Goya y Lucientes.

Se menciona además, incluidos en un contexto pertinente, los paisajes pre-impresionistas de (William) Turner (57). Así como el Partenón (comparado con el radiador de un auto de lujo), Niké (¿la de Samotracia y el Louvre?), el Art Decó (59) y el “action painting” (61).

 

5. Comparaciones y metáforas

Este talentoso joven redactor hace uso profuso de metáforas, símiles y otras figuras de lenguaje, que por lo común suelen asociarse con las claves del lenguaje lírico. Notemos en la mayoría de ellas, además de su recio vigor plástico, una evidente intención expresionista, un propósito deliberado de agredir con cierta violencia visual a los mecanismos perceptivos del lector.

Consignamos unos cuantos ejemplos.

“crece hierba nueva como vello facial adolescente” (13).
“mocasines planos y perfectos como ataúdes caros” (19).
“… puedo ver todas sus antenas sobresalir de las aguas como espigas de plantas subacuáticas” (21).
“… dientes blancos manchados en rojo reflejando la luna como las fauces de un león escupiendo magma” (46-47).
“A esa gente muerta las comillas le daban vuelta en las cabezas como moscas sobre carne podrida” (53).
“Eran cientos de hormigas negras alborotadas que se repartieron por todos lados como átomos estallando en todas direcciones” (56).
“Un pañuelo blanco en la cabeza de una señora le llamaba como mariposa nocturna al fuego” (58).
“… se había convertido de pronto en una rareza, en algo parásito pegado a su piel como musgo, como si él fuera una roca en el océano rodeada de algas y corales que la embellecieran pero que no le dejaran ver la luz” (59).
“Las lágrimas … rodaban por sus mejillas, como si fueran gotas frescas de pintura, fluyendo sobre el lienzo de su rostro” (61).

 

6. Parricidio, infanticidio, suicidio y compañía

Tampoco nos debe escapar otro hecho básico, comentamos el primer libro de un autor que, según confiesan las solapas del volumen, nació en 1981, (es decir, tendremos que esperar otros siete años para que Rodrigo cumpla la edad en que James Joyce hizo publicar su Portrait of the Artist as a young man). Considerando este hecho, es sorprendente y gratificante comprobar que en la mayoría de sus piezas predomina un sano afán de reflexión crítica, cuyos objetivos van desde el señalamiento de las injusticias de nuestro medio social, hasta las expresiones inexactas y las y ambigüedades del idioma y los lenguajes (desde el habla paisana, hasta los lenguajes de la propaganda y la comunicación masiva, despersonalizados y apátridas).

Realmente llamativas resultan estas inclinaciones críticas, y más cuando se vuelven aún hacia el autor y su propia familia. Porque notemos que la mayoría de los papeles que asumen el yo narrativo y sus personajes más cercanos revisten, en sus diversos avatares, una tendencia decidida a ubicarse en diferentes gradaciones de la categoría de antihéroes.

Pero es que, además, con frecuencia el sujeto, el tema de fondo de estas narraciones, sus puntos de culminación o desenlace, son unos despiadados ejercicios de crueldad y de violencia.

En “La Playa”, (17) se sugiere que el “bueno” acaba con la vida de “los malos” a machetazos, en “El miedo es amarillo”, la lagartija protagonista se automutila (25), en “El Retén”: “… el militar que venía bajando apartó al ayudante con una descarga en el rostro ...”, para luego deshacerse del cadáver lanzándolo a la cuneta de una patada (30); Nashik el guerrillero nepalés mata emboscado, pero también es matado a flechazos (69).

Además de las manías antropófagas que ya señalara Leonel Delgado Aburto. Western Eyes aspira a devorar a todos los británicos (9); “los animales de la selva se comen unos a otros, pero se arrepienten y van a misa” (11); el relato “Contra el Cielo” es una invectiva dirigida contra una indefinida segunda persona del singular, una incitación al infanticidio múltiple, que culmina en una invitación a cometer suicidio (32); El Pájaro de Fuego, bajo la inspiración ejemplar de Saturno, “devora a sus crías”, es un “Padre que engendra al hijo para consumirlo y ser joven de nuevo” (34); Kenichi Gaki, el mercenario, “fue convencido por encanto de liquidar a su padre, creyendo que éste le quería matar antes” (43), pero el padre además, con anterioridad, “le arrancó los labios con los dientes, deformándole el rostro al bello Oni” (su amante).

El rencor filial de Kenichi no termina ni con la muerte de su progenitor, porque aún así, al percibir su voz de ultratumba, “Se maldice por las maldiciones y maldice a su padre. Desearía enterrar su espada como pala por en medio del pecho de esa ánima, extraer el corazón y triturarlo hasta dejarlo como carne molida, alimento de cerdos” (45-46); la mujer anónima de “Luna Park” es imaginada rodeando con sus brazos a un amante anterior y “de boca en boca le arrancabas los pedazos, escupiéndolos a un lado” (55); James Bond por su parte “jamás conoció a su padre” (60), y esa ignorancia absoluta es apenas otra forma extrema de parricidio. El silencioso, operático e indiferente padre de “El Glaciar” (71-76) se esmera para desorientar, extraviar y abandonar a su hijo de corta edad en un paraje congelado y desierto. Mientras que nuestro admirado príncipe Hamlet, aludido en “Charles y Camilla” (65) ya sabemos qué destrozos y desmanes ocasionó a fin de cuentas en el seno de su propia y real familia.

Por lo demás, la misma familia de Xavier, otro avatar del “yo” narrador, en “Sin Título”, es descrita como una familia prolífica, de cien hermanos, en la que “La mitad de ellos son ahora profesionales. Los otros son alcohólicos.” (77)
Este desencantado y resentido punto de vista, tiende a desenmascarar, contrariar y desmitificar ciertas tendencias de auto-exaltación que corrompen y empobrecen amplias franjas de nuestras producciones literarias regionales (en prosa y en verso), sobrecargadas usualmente de auto elogio, plagadas de desfachatados y auto complacientes cantos a sí mismos, de alabanzas al ego desmedido y mezquino, de culto “al murado yo voluntarioso” de sus autores. O, en otras derivaciones, al elogio irreflexivo, exagerado y adulador de sus familiares mediatos o inmediatos, proyectivos, presentes o pasados.

 

© Pedro León Carvajal


Notas

Arriba

vuelve * Anotaciones al margen de Holanda, libro de narraciones del joven artista nicaragüense Rodrigo Peñalba Franco (Managua: Centro Nicaragüense de Escritores, 2006).; entre paréntesis en estas notas se refieren al orden de las páginas de esta edición.

 


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