Tatiana
Séeligman
La seducción
de la muerte en Funeral
Home de Walter Béneke
Campbell University, EE.UU.
seeligmant@campbell.edu
Bibliografía
Resumen
Funeral Home (1958), del salvadoreño
Walter Béneke (1928-1980) es una representación
de la búsqueda de la identidad del sujeto en varios niveles.
Sus personajes están atrapados bajo la mirada del Otro
que los complementaría pero cuyo ser no pueden alcanzar,
y ellos se mueven entre diferentes espacios transgrediendo los
parámetros de conducta social impuestos. La muerte es
la Otra cara de la vida, por tanto les atrae y les da horror
pero se lanzan al abismo de todos modos, en un intento por alcanzar
la unidad. Esta es una obra de transición hacia la post-modernidad
porque aun se aferra a la estructura teatral “tradicional” para
ofrecer la representación de la realidad pero reflexiona
a nivel meta-teatral sobre la futilidad de ese ejercicio.
Todos los viejos imperios, como Roma y Bizancio,
sienten
la seducción de la muerte al final
de su historia.
Los ciudadanos se alzan de hombros,
cuando llega, siempre tardío, el golpe
final del extraño.
(Octavio Paz: El laberinto de la soledad)
El Jurado del IV Certamen Nacional de Cultura
organizado por el gobierno de El Salvador en 1958, en la rama
del Teatro, recibió para su consideración 19 obras
en concurso. Esas obras tenían títulos tan diversos
como: Funeral Home, Mister Job y Tojil, y El vendedor
de máscaras, así como Los hombres hacen
la historia y La ira del cordero. Evaluando los “méritos
literarios, técnicos y estéticos” de cada
obra, el jurado al final escogió a los ganadores, y así,
anunció lo siguiente:
“Acuerda: 1º … dividir
el primer premio otorgándolo a la pieza en dos actos La
ira del cordero presentada con el seudónimo “Creonte” y
a la pieza en tres actos Funeral Home presentada con
el seudónimo “Sobre Piedra”, atendiendo
a la originalidad de sus temas, a la audacia de su técnica
teatral, a la fidelidad de los caracteres presentados, buen
desarrollo de los argumentos y buen diálogo.
2º . Declarar desierto el Segundo premio por estimar que
ninguna de las obras restantes es acreedora a tal distinción.” (Béneke,
1958: 8)
Cabe notar, en primer lugar, que de las 19 obras
que se presentaron a concurso solamente cinco obtuvieron algún
tipo de reconocimiento (tres obras fueron seleccionadas para
su publicación). En base a este dictamen resulta trágico
que de acuerdo al jurado calificador más de la mitad de
aquellas 19 obras presentaban una ausencia de valor literario,
técnico y estético. Por último, se deriva
el hecho interesante que como resultado de estas circunstancias
fortuitas dos obras, sin nada más en común que
el haber participado en este certamen al mismo tiempo, comparten
el honor de un primer premio, pero sin tener a un segundo lugar
que sirviera de punto de comparación para evaluar sus
propios méritos. Este es, en mi opinión, el marco
paradójicamente apropiado para Funeral Home, una
obra cuyos personajes buscan respuestas y dirección a
su vida tratando de definir los rasgos de su identidad a través
de la exploración de los parámetros de conducta
y juicios de valor que la sociedad impone en cada uno de sus
miembros. Dentro del Certamen que menciono al principio, la autoridad
enmarcada en el juicio de selección sigue los lineamientos
de un proceso de “Concurso” literario pero fracasa
en su objetivo básico, el de subrayar el talento literario
de un autor. Trágicamente, y de la misma manera que se
declara “desierto” el Segundo premio del Certamen
Nacional de Cultura por la “ausencia” de talentos,
los personajes de Funeral Home descubren que detrás
de la fachada de su representación (teatral y social)
no hay nada, sólo la muerte, y que dentro de esta búsqueda,
el tiempo ha cerrado un nuevo círculo de deseperanza a
su alrededor.
La obra de teatro Funeral Home fue escrita
por el salvadoreño Walter Béneke (1928-1980). De
Béneke se sabe que, además de su prolífica
carrera como escritor, tuvo una intensa carrera política
en su país natal. Walter Béneke formó parte
del gabinete de gobierno de un partido conservador que en esos
años era dirigido por un militar, el general Fidel Sánchez
Hernández (presidente de 1967 a 1972). El gobierno del
general Sánchez Hernández tiene el dudoso honor
de haber participado en la llamada “Guerra de las cien
horas,” la cual se luchó entre El Salvador y el
vecino Honduras sobre una disputa por límites territoriales
en el año de 1969. El lector conocerá tal vez este
episodio por el sobrenombre de “La guerra del fútbol”,
ya que la ofensiva militar se declaró entre ambos países
a raíz de los disturbios provocados durante un partido
de eliminación en ruta a la Copa Mundial de Fútbol
de 1970. El nombre de este conflicto pone en detrimento la gravedad
del hecho, sus repercusiones que llegan aun hasta años
recientes, y los daños materiales y de vida que ambos
países sufrieron. Con respecto a la herencia política
del mismo Béneke, éste goza de una fama ambigua,
pues por un lado se le reconoce su buena iniciativa por establecer
los Juegos Florales (1968) a nivel nacional, pero por otro lado,
se le critica duramente el haber sido el autor intelectual de
la segunda Reforma Educativa Nacional creada ese mismo año
(1968), la cual fue recibida con tal animosidad que sirvió para
provocar enfrentamientos violentos entre el recién fundado
sindicato de maestros y el gobierno salvadoreño y sus
fuerzas armadas. Posteriormente a su papel prominente como miembro
de un gobierno conservador, Béneke se exilió y
vivió por muchos años en México. Lamentablemente,
poco después de regresar del exilio a su país de
origen, Walter Béneke murió en trágicas
circunstancias que aun no se han explicado a satisfacción.
Funeral Home es un drama dividido en
tres actos. La acción se desarrolla dentro de un lapso
de 2 a 3 horas aproximadamente, la noche de la víspera
de Navidad de un año cualquiera, en una funeraria anónima
de una gran ciudad del noreste de los Estados Unidos. En mi opinión,
Walter Béneke explora en esta obra el tema de la muerte
como presencia permanente en la vida humana y como preocupación
constante del hombre moderno. El que la acción se desarrolle
en los Estados Unidos es, según mi análisis, una
puesta en escena de la dialéctica que guía en parte
sus reflexiones filosóficas, pues de esta manera se contraponen
el sujeto latinoamericano observado bajo la mirada del Otro estadounidense,
y viceversa. En su primera anotación de escena, Béneke
nos presenta el ambiente impersonal de la funeraria que servirá como
marco al drama:
“La pieza se desarrolla en uno de esos
Funeral Homes de los Estados Unidos donde los americanos, gente
práctica, se desembarazan de sus muertos todavía
calientes. Allí los visten, los maquillan, los arreglan
en suma como para una ceremonia. La casa se encarga también
del velorio y el entierro.” (1958: 12)
La muerte, presencia permanente, preocupación
constante para el intelectual latinoamericano, es prácticamente
deshumanizada en el contexto foráneo de la funeraria.
A través de este mismo proceso, la muerte se convertirá en
parte de un espectáculo, completo con vestuario, maquillaje
y escenario, como lo anuncian las acotaciones. El proceso de
transformación de la muerte a espectáculo teatral
funciona en parte porque el espectador ya estaba preparado para
presenciar la representación en escena de un suceso humano,
y con esta acotación se establece una dependencia sobre
el evento más humano, la muerte, enmarcándolo dentro
de los parámetros de un espectáculo representado.
Se nos anuncia aquí también el ambiente que reinará a
través de todo el drama: vamos a presenciar una ceremonia,
la puesta en escena teatral, como marco de otra ceremonia igualmente
tradicional, la funeral, ambas con rituales, vestuarios y participantes
tradicionales. La audiencia, y el lector, se encargarán
de decodificar los signos teatrales para tratar de alcanzar un área
común de entendimiento. La representación junto
con la muerte como espectáculo se asemejan por su característica
como eventos cuyo referente es la Nada: la muerte, porque por
definición es la ausencia de la vida, y el teatro, porque
su valor artístico se basa en la ausencia de la realidad,
es decir que apunta hacia la realidad pero no es la realidad.
En este drama, y según mi análisis, impera un rechazo
de las falsas ceremonias sociales, y se hace uso efectivo del
teatro como canal para expresar esta visión de la sociedad.
Los personajes de Funeral Home se enfrentan
con la muerte de una manera cotidiana y natural: el primero de
ellos, llamado simplemente el Encargado, es el director de la
casa fúnebre y aprendió el negocio del padre de
su esposa. El Encargado y su mujer viven ahora en la parte de
atrás del negocio. El siguiente personaje es la Mujer,
a quien se le llama después María, que está en
la funeraria velando a su joven esposo obrero, que acaba de morir
en un accidente de trabajo. La Mujer no llora ni se entrega a
dramáticas manifestaciones de pesar, sólo espera
sentada en ese lugar impersonal como se describe en las acotaciones.
En la primera escena entra de improviso el Desconocido, llamado
después Bernardo, un médico centroamericano que
irrumpe en la funeraria como podría haberlo hecho en una
panadería, buscando refugio contra el tiempo inclemente.
Poco a poco nos damos cuenta que Bernardo busca también
una respuesta a su vida sin sentido y una justificación
para no acabar con su existencia. Por desgracia, y a pesar de
haber tenido a su alcance la oportunidad de concretar esa conexión
personal con la Mujer/ María, esta noche el médico
no encuentra ninguna razón suficiente para seguir viviendo
y se suicida al final de la obra. Todos estos personajes, los
dueños de la funeraria, el Hombre y la Mujer, miran a
la muerte con tal naturalidad que al final ejerce una fuerte
atracción sobre ellos que no son capaces de ignorar. Los
personajes de Funeral Home en distintas ocasiones intentan
justificar su existencia buscando una respuesta en los ojos de
su compañero pero sólo ven reflejada en ellos el
vacío de su propia vida.
El tema de la muerte aparece constantemente
en todas las literaturas, y en todos los periodos históricos;
lo único que puede cambiar es el tono o la perspectiva
del autor. Para los escritores del modernismo latinoamericano,
por ejemplo, antecesores literarios de los escritores de vanguardia
como Béneke, la muerte era una amiga hacia la que se sentían
atraídos, pero era a la vez un ente que les señalaba
la vía hacia la ausencia total, por lo que temían
su influencia. Esta visión sobre la vida y la muerte de
los modernistas se puede trazar a una influencia de los poetas
europeos del periodo romántico, contemporáneos
de los latinoamericanos. Según afirma J. Hillis Miller,
en The Disappearance of God (1963), para los poetas románticos
se han roto las líneas de conexión entre el hombre
y Dios, y entre ambos se ha abierto un abismo, el de la muerte,
que algunos llaman la Nada, y que Hillis Miller señala
como “a terrorizing absence” (2). Ese mismo abismo
es objeto de fascinación para los poetas latinoamericanos
de distintos periodos, de acuerdo a Octavio Paz en su ensayo
seminal El laberinto de la soledad (1950). En su estudio,
Paz analiza los efectos de la ausencia de Dios en el poeta latinoamericano,
comenzando con el período de la Conquista española,
y de allí Paz traza esta influencia hasta la obra de los
artistas latinoamericanos de la Vanguardia y la post-Vanguardia.
Según explica Paz, en el mediodía de la vida se
experimenta la ausencia aterrorizante de Dios como una dualidad
entre dos impulsos: el de la Vida y el de la Muerte, y el individuo
se pregunta a sí mismo si vale la pena seguir. Cuando
el artista se atreve a asomarse al abismo de la muerte, en su
presencia experimenta un momento de inmovilidad pero también
de vértigo, y no puede evitar lanzarse a él (ver
Paz, 1950: 104). La fascinación por la muerte se ha mantenido
en la tradición literaria europea y latinoamericana de
diferentes formas, hasta alcanzar el nihilismo de la primera
mitad del siglo XX; este tema ya sido señalado como fundamental
en Funeral Home, en el análisis crítico
de autores como Becky Boling, Harvey Johnson, Carlos Monsanto
y Donald Shaw.
En mi propio estudio de Funeral Home me
interesa señalar la interacción dinámica
entre vida y muerte en el drama, pero como muestra de un conflicto
más profundo del sujeto: el intento por definir su propia
imagen explorando los confines sociales en su interacción
con el Otro. La relación binaria entre el yo y el Otro
de los personajes se presenta en esta obra de Béneke a
través de una acumulación de signos teatrales en
oposición. Como efecto más importante de ese proceso
del acopio de signos es que sirve para incrementar la sensación
de fragmentación que ya experimentan los personajes. Los
signos que aparecen en Funeral Home emergen en relaciones
de contraste: en el espacio y el tiempo, entre el aquí y
el allá, entre el pasado y el presente, entre el hombre
y la mujer, dentro y fuera de la sociedad “normal”.
El elemento que sirve de punto de partida a esta serie de enfrentamientos
es el escenario mismo, el cual se divide entre la sala de velaciones
y la sala familiar. El espacio de la funeraria es donde tienen
el cadáver de Jimmy, obrero muerto, en velación,
mientras que el segundo espacio es el hogar del Encargado y su
esposa, Nancy Lowellyn. Entre estos dos espacios teatrales existe
una puerta que los comunica y los separa a la vez, formando dos
ambientes que algunos de los personajes van a atravesar en momentos
claves de la acción. La decoración y el ambiente
que el dramaturgo sugiere en las anotaciones de escena enfatizan
el contraste entre los dos mundos:
“La mitad izquierda de la escena la
ocupa el ‘salón’: pesados cortinajes, muebles
voluminosos, flores de invernadero. Tenue luz indirecta como
en un bar americano. [...]
La otra mitad de la escena la ocupa el ‘living room’ del
Encargado del local, americano de clase media: muebles pretenciosos,
objetos de arte fabricados en serie, paisajes y fotografías.
Hay sin embargo, un ambiente familiar, íntimo, acogedor.” (1958:
12)
A un primer nivel de análisis, la división
del escenario en dos partes iguales sosteniendo la acción
que se desarrolla en las dos salas alternativamente puede apuntar
hacia el enfrentamiento de dos mundos, el espacio del trabajo
y el doméstico, lo externo y lo interno. El Encargado
declara, ante la duda existencialista de la Mujer, que para él
sí existe la felicidad, la cual está contenida
en el mundo resguardado tras esa puerta:
“EL ENCARGADO: Claro que existe. La
mía por ejemplo está allí, tras esa puerta.
Con mi mujer y mis hijos junto a un arbolito lleno de luces.
LA MUJER: (A punto de estallar en sollozos.) ¿Por
qué no se marcha entonces? ¿por qué no
cruza de una vez por todas su puerta del paraíso y me
deja en paz?” (17)
La puerta que separa los dos espacios alcanza
así un nuevo nivel de representación como guardián
de la felicidad doméstica del Encargado, pero también
como símbolo de aquel espacio vedado para siempre para
los mortales, el del paraíso terrenal. Tanto el Encargado,
como María, el Desconocido y Percy el taxista, cruzan
la puerta de comunicación en diversos momentos, en una
dirección o la otra. Los dos espacios del escenario están
opuestos el uno al otro, y desplazamiento de los personajes entre
estos dos mundos funciona en esta obra en parte como dramatización
de su viaje en busca de la imagen que los ayude a definirse como
individuos. Lo que es más importante, dentro de la representación
del drama de Béneke, sus personajes transgreden el espacio
tradicionalmente prohibido del “paraíso” constantemente,
dentro de una representación teatral que explora los límites
impuestos por la sociedad humana. En este punto vale la pena
notar que esta obra de Béneke aún funciona dentro
de los parámetros del teatro tradicional, pues se desarrolla “dentro” de
los márgenes del escenario y no se desborda a la audiencia,
por ejemplo, como llegaría a ser común en las obras
más experimentales del teatro vanguardista. Al final,
la transgresión de los espacios que hacen los personajes
de Béneke en esta obra, aunque solamente sea de manera
simbólica, los lleva sin embargo en un viaje inútil
en su búsqueda por el sentido de sus vidas.
En la obra de Béneke, y de manera constante,
se hace una reflexión meta-teatral sobre la representación
dramática que se anuncia desde bien temprano en la obra
con la ceremonia breve que uno de los personajes hace al efectuar
un cambio de vestuario. El Encargado de la funeraria realiza
una transformación personal al pasar de la parte del escenario
que representa su hogar a la del negocio, y lo hace en una manera
sistemática, casi mecánica. Las acotaciones dirigen
ese cambio cuando afirma que el Encargado, antes de pasar del “living
room” al “salón”, o sea, de su hogar
al “funeral home”: “Se cambia la chaqueta de
estar en casa por una negra. Esta operación y la contraria
se repite cada vez que el Encargado va de un cuarto a otro” (1958:
14). Esta metamorfosis del personaje va de acuerdo al motivo
constante en esta obra que se puede identificar como la exploración
de los límites impuestos por la sociedad en la identidad
del individuo, a través de la representación de
un papel y dentro de una ceremonia. El cambio consciente de vestuario
que el Encargado hace es el primer ejemplo de la representación
de los papeles más básicos en la sociedad que también
se denuncia por la asignación del nombre más fundamental
a cada uno de los personajes: ellos son el Hombre, la Mujer,
el Encargado etc. No es sino más tarde que se les identifica
con un nombre personal, y aún éste es lo suficientemente
común como para ser genérico, tal es el caso de
la Mujer a quien luego llaman María. El tránsito
de los personajes, la diferencia en el ambiente entre ambas salas
en que se divide el escenario, las luces diferentes y el cambio
de vestuario, todos son signos que refuerzan el enfrentamiento
de escenas especulares, las cuales a su vez reflejan la fragmentación
del sujeto quien intenta alcanzar la unidad de su ser en su tránsito
entre los espacios generados, dentro de una práctica inútil
de ceremonias sociales ineficaces.
La fragmentación del ser se representa
en Funeral Home también a través de un juego
constante con el Tiempo y su circularidad, que provoca una sensación
de deja-vú, y que en muchos casos se logra a través
de la reiteración teatralizada de un signo polarizado.
El conflicto central de este drama lo arrastra el personaje de
Bernardo, médico centroamericano, acusado de un crimen
por el que fue sentenciado a prisión por varios años.
Al salir de la cárcel se encuentra solo, sin poder ejercer
como médico, en un mundo alienante que le cierra las últimas
puertas a su esperanza de redención. Bernardo ha entrado
en el Funeral Home, irónicamente, en busca de la vida,
la que cree encontrar en el personaje de la Mujer:
“LA MUJER: ¿Nieva todavía?
EL DESCONOCIDO: Muy poco (Volviéndose, frotándose
las manos.) Se está bien aquí.
LA MUJER: Es el calor.
EL DESCONOCIDO: En parte sí, algo sin duda es ese bienestar
que da el calor; que dan las flores; el resto es la conversación,
la compañía.” (35)
En la conversación que sostienen en esas
horas en vela, el médico le pide a María repetidas
veces y en circunstancias diferentes que comparta su vida por
esa noche solamente. En cada discusión ambos presentan
y repiten argumentos que hacen referencia a sus vidas de antes
y al deseo de formar una nueva vida, en un enfrentamiento entre
el Pasado y el Presente, para liberarse del Pasado y encontrar
un Futuro:
“EL DESCONOCIDO: Sólo sé que
nos entendemos, y que esta noche, haciéndonos compañía,
podemos rescatar de la soledad y de la angustia unas horas
de nuestra vida. Sólo sé que estoy solo y que
la necesito.
LA MUJER: (Con ironía.) ¿Para beber vino
de Italia?
EL DESCONOCIDO: Para no sentirme otra vez íngrimo y
desesperado como me sentía esta noche cuando crucé esta
puerta.
LA MUJER: (Tras una pausa.) Tengo miedo.” (46)
María se niega a compartir su cama al
final del primer acto y Bernardo se va. La Mujer de inmediato
se arrepiente y manda al Encargado a que vaya a buscar a Bernardo.
En el Segundo Acto María reinicia el intento por encontrar
un lazo de conexión con el médico centroamericano
para alcanzar la unidad espiritual, en un constante fluir entre
la verdad y la mentira, entre el deseo por la felicidad y el
de acatar las reglas impuestas por la sociedad:
“MARIA: (Con afección enorme.)
Escúchame Bernardo, yo sé que apenas nos conocemos,
que tal vez mañana nos demos cuenta de que todo fue
una ilusión, que no estamos hechos el uno para el otro.
Entonces nos despedimos en paz y para siempre. Lo que no puedo
es irme contigo a pasar una noche que ha de ser, irremediablemente,
la primera y la última. Di que mañana podemos
tal vez comenzar una vida juntos, dilo y yo te creo y voy contigo.
BERNARDO: No quiero engañarte.
MARIA: Dilo por piedad, miénteme si es necesario.
BERNARDO: ¿Cómo podría? ¡Si tú supieras
el daño que a mí me ha hecho la mentira!
MARIA: (Usando su última energía.) Vete
entonces, vete por favor y vete pronto.” (66-67)
María se niega de nuevo al pedido de
Bernardo y éste se marcha. María cambia de idea
otra vez al enterarse en detalle de la tragedia en la vida de
Bernardo y decide que irá a buscarlo en cuanto termine
el sepelio de su marido. Trágicamente, esta vez no se
realiza su deseo pues llega una llamada telefónica que
avisa que Bernardo, en “el mediodía de su vida” según
el término de Paz, se ha suicidado en su cuarto de hotel
y pronto traerán su cadáver a la funeraria.
La circularidad del Tiempo en este drama no
sólo apunta a la futilidad de la lucha por la existencia,
dentro del sentimiento nihilista que identifican los críticos
de esta obra, sino que a un nivel fundamental en esta obra de
teatro se refuerza además, por la sensación del deja-vú,
la reiteración del signo fragmentado del individuo que
trata de negociar su identidad dentro de los parámetros
impuestos en la ceremonia cultural y social. En esta obra de
Béneke, sus personajes tratan constantemente de construir
la imagen de sí mismos a través de las ceremonias
sociales, o en su enfrentamiento con la mirada del Otro que les
serviría de espejo. Desde este punto de vista, la obra
de Béneke está explorando un área fundamental
de la filosofía de su época, el postmodernismo,
cuando los intelectuales llegan a la conclusión que lo “verdadero” está fuera
del alcance, según afirma Carolyn J. Dean en su discusión
sobre las ideas de Jacques Lacan y George Bataille:
“… the true self [is] an other … [it
is] an unsymbolizable and hence inaccesible other … impossible
to locate either metaphorically underneath (in the unconscious
as Freud conceived it) or above something else (it perpetually ‘falls’)” (Dean,
1992: 5).
La imagen del sujeto se descompone en el Tiempo
y el espacio, y pierde su identificación pues al tratar
de mirarla se ha convertido ya en el Otro, y es por lo tanto,
inalcanzable. De la misma manera, los personajes de Funeral
Home tratan de identificar la imagen de sí mismos
en los ojos del Otro; una y otra vez se rompe el acceso y la
Muerte se sobrepone ante ellos como atracción final.
El recurso de la especularidad de situaciones
sirve en muchas escenas para reforzar el motivo en esta obra
del intento por alcanzar “the true self”. En primer
lugar se observa en la relación entre María y Bernardo,
y María y Jimmy, paralelo que se mantiene aun hasta en
el final trágico de la relación de María
con los dos hombres. Bernardo es un médico centroamericano
que cometió el error de casarse con la persona equivocada,
creyendo haber encontrado su alma gemela. El vicio y la degeneración
de su mujer lo llevan al homicidio, por cuyo castigo estaba pagando
en la cárcel de la cual acaba de salir. María,
mujer de la clase alta, también creyó haber encontrado
a su alma gemela en el obrero Jimmy, quizás por no parecerse
a ninguna de las personas de su círculo social viciado.
Su marido es diferente, es cierto, pero su vulgaridad le hace
ver a María el error de su matrimonio, cuando ya es tarde
para salir de ahí, por lo que se había conformado
con su destino. María queda libre de este compromiso social
al morir Jimmy en un accidente de construcción y está en
la funeraria esperando el entierro y el cierre de ese capítulo
de su vida. Ambos, Bernardo y María, se equivocaron antes
al escoger compañero y convergen en este espacio y tiempo
tratando de alcanzar la felicidad. El lazo que el azar hizo posible
comienza a reforzarse a través del arte, cuando María
y Bernardo descubren que experimentaron las mismas emociones
ante la estatua del San Jorge de Donatello, en quien ven la misma
dualidad de características que perturba sus propias almas:
“LA MUJER: Al comienzo no atiné a
pensar nada, no pude apartar la vista y en la contemplación
una fascinación extraña me poseyó poco
a poco inundándome de una sensación nueva e inefable,
vaga al comienzo, luego diáfana, de bienestar, de seguridad,
de sosiego.
EL DESCONOCIDO: (Con emoción) ¿Es verdad
todo éso?
LA MUJER. ¿Por qué iba a mentir?
EL DESCONOCIDO: Durante todos mis años de Universidad,
y más adelante en el tiempo que pasé en el obscuro
país de donde vengo ahora, siempre tuve, sobre la cabecera
de mi cama, una reproducción del San Jorge. (Pausa)
Era mi ideal también. Me apasionaba aquella paz interior
que se reflejaba en el rostro. Era un soldado ... (pero) un
guerrero sin odio ...
LA MUJER: Yo amaba sus manos, la una suave, casi femenina,
como la del Cristo que acaricia los niños; la otra vigorosa
y crispada, llena de rebeldía.” (1958: 28)
En esa dualidad recogida en un sólo individuo,
el San Jorge guerrero pero sin falso orgullo, ven el “ideal”,
como lo llama Bernardo, de alcanzar la unidad y reintegrar su “yo” descentralizado.
Sin embargo, en este drama la aparente reiteración del
signo apunta en realidad a su fragmentación, por lo que
el paralelismo que se quiere establecer entre las vidas de los
dos protagonistas es una trampa, un pozo que lleva al vacío.
Jimmy, el esposo obrero, está muerto, de la misma manera
que la mujer de Bernardo está muerta, son sólo
fantasmas en sus vidas; por tanto, el significado que pudieran
ofrecer carece de significante. Si, por otro lado, tomamos el
enfrentamiento entre María y Bernardo como una metáfora
del sujeto, veríamos la vida del médico como reflejo
de la mujer viuda y viceversa, atrapados en el momento en que
el sujeto intenta identificarse a sí mismo y se mira por
primera vez como un ser completo en el Otro, como frente a un
espejo. Su enfrentamiento es frustrante, pues, como el niño
frente al espejo de Lacan, la alegría que experimentan
los dos personajes al identificar las familiaridades de sus almas
respectivas choca con la inhabilidad de alcanzarse el uno al
otro. Hacen esfuerzos continuos que sólo los llevan a
la frustración y el desengaño. En ese primer reconocimiento
que cité arriba, donde Bernardo y María comparan
sus reacciones ante el San Jorge de Donatello, se ven interrumpidos
por la Viejecita, un personaje totalmente ajeno a su drama. Ella
aparece en la funeraria por accidente, pues cree que a quien
están velando es a una amiga suya, la confusión
de su presencia en un momento inoportuno se añade a otra
confusión sobre el cuidado de unas mascotas y cuando por
fin se aclara todo, ella se marcha diciendo “Bueno, no
tengo nada que hacer aquí, buenas noches” (1958:
33). Lo ridículo de la apariencia de la Viejecita interrumpe
el re-conocimiento que comenzaba a darse entre la viuda y el
médico, y en este sentido sí tuvo “algo” que
hacer en la escena: recordarnos la futilidad del esfuerzo para
alcanzar la unión con su ser que es un-Otro. Por último,
otro círculo de imágenes que se cierra por culpa
de su misma futilidad está representado por la ambigüedad
del lenguaje, cuando, en la escena final del drama, Nancy le
pregunta a María qué va a hacer mañana,
y María contesta “Mañana yo tengo que enterrar
a mi marido” (1958: 108), y no se aclara si se refiere
a su marido obrero muerto que ha estado velando desde el mediodía
o a su marido idealizado, inalcanzado, Bernardo, quien se acaba
de suicidar en su cuarto de hotel.
Bernardo y Maria son dos individuos pero a nivel
del drama son un reflejo del otro, hasta el final de su fragmentación.
Su dilema vital se reitera en el texto al oponer su pareja con
la de los esposos Lowellyn, Nancy y el Encargado. Dentro del
drama, a las dos parejas se las puede considerar como entes o
unidades en oposiciones binarias: Bernardo y María son
jóvenes, recién liberados de un compromiso social,
con un futuro incierto, tratando de olvidar el pasado; los Lowellyn
por su parte son de edad media, atrapados en su trabajo, en su
vida de pequeño-burgueses, con un pasado que ya olvidaron,
y sin futuro, en un Presente continuo sin miras al cambio. La
unidad Bernardo-María se establece desde el principio
en oposición a los Lowellyn, pues aunque discuten entre
sí, frente a la otra pareja son un frente unido. Por ejemplo,
cuando en el primer acto Bernardo irrumpe en el velorio de Jimmy
tratando de protegerse del frío que hay afuera, el Encargado
le pregunta a María si lo conoce y ella dice que sí.
Aunque ésta es la primera vez que lo ve en su vida, María
se siente atraída hacia ese ser porque hay algo en él,
un “hálito de dignidad y simpatía” (1958:
21) que le inspira confianza.
Otro paralelismo de enfrentamiento en las dos
parejas de personajes se aprecia entre las dos mujeres, María
la viuda del obrero, pero de clase alta, y la esposa del Encargado,
Nancy, con una casa sólida y dos hijos adorables, típica
mujer de la clase media estadounidense. María se presenta
muy segura de lo que quiere y de su derecho a buscar la felicidad
con Bernardo. Nancy le opone el espejo de la moral de la clase
media y las buenas costumbres de la sociedad capitalista, cuando
le dice que “eso de irse así de buenas a primeras
con un extraño me parece una … bueno … no
sé cómo explicarme … no me parece bien … yo
lo encuentro un poco inmoral” (1958: 52). Ante la idea
del sacrificio de su posible felicidad María se rebela
pero Nancy contesta “Esas no son cosas que se hacen para
que nos las agradezcan, se hacen porque se deben hacer, porque
son correctas” (1958: 52-53). En su intento por encontrar
un argumento fuerte para convencer a María de su error,
Nancy llega a ofrecerse a sí misma como un espejo, “Reflexione,
míreme a mí” (1958: 56), como ejemplo de
quien quisiera rebelarse pero no lo hace porque “no se
debe hacer” (1958: 56). Según el razonamiento de
Nancy, María debe actuar según la sociedad ordena
sin cuestionamientos. María no puede, o no quiere, verse
en ese espejo y rechaza esa identidad.
El enfrentamiento de estas dicotomías
se produce en el microcosmos de la funeraria, que en este drama
es un espacio subvertido: es el lugar a donde todos tenemos que
ir tarde o temprano, pero en esta obra es un lugar de ceremonias
inútiles y vacías de sentido. Según lo discuten
los personajes de Funeral Home el hombre, una vez que
ha muerto, ha perdido su significado y es nada más un
cadáver, es una envoltura sin contenido, una “caja
de regalos”, como la llama el mismo Bernardo en su primera
escena (23), que sólo forma parte de la decoración
ya, como un accesorio más en el escenario de la muerte.
Desde este punto de vista, el drama de Walter Béneke transcribe
los inicios de la preocupación post-moderna de la imagen
vacía, sin referente, que no puede ser presentada, según
discute Jean-François Lyotard, en The Postmodern Condition:
A Report on Knowledge (1979). Lyotard dice que la estética
post-moderna
“would be that, which, in the modern,
puts forward the unpresentable in presentation itself; that
which denies itself the solace of good forms, the consensus
of a taste which would make it possible to share collectively
the nostalgia for the unattainable; that which searches for
new presentations, not in order to enjoy them but in order
to impart a stronger sense of the unpresentable” (1979:
81).
El sujeto en este drama intenta alcanzar la
imagen de sí mismo y encontrar su identidad. Lo intenta
de diferentes maneras: en el sexo, en el arte, en la moral y
buenas costumbres, pero son pasos en falso que no conducen a
nada, que se quedan sin solución. La mejor representación
de esta “inhabilidad de la representación” como
la llamaría Lyotard, es el cadáver de Jimmy y la
funeraria que son sólo ceremonia, sin sentimiento genuino.
El ataúd, de tanto que es un símbolo concreto de
la muerte, se ha convertido en un signo vacío más,
de acuerdo a las anotaciones de escena: “En medio de la
sala y en la penumbra se encuentra el ataúd que, descubierto,
deja entrever la forma del cuerpo. Su colocación
y la escasa iluminación impiden que el público
vea el cadáver” (1958: 12; mi énfasis).
Vemos así que el objeto concreto, el cadáver, nos
es vedado, el público podría estar observando sencillamente
una caja vacía; se ha fallado entonces en alcanzar la
representación concreta. Con cada encuentro, con cada
signo que aparentemente refuerza una imagen, el drama se hunde
más en la inutilidad de alcanzar la imagen definitiva.
Hay que aclarar que esta obra de Béneke no se puede considerar
post-moderna propiamente dicha, pues aún conserva la estructura
tradicional de un principio, medio y final, ni ha traspuesto
los límites tradicionales de la puesta en escena como
mencioné al principio. Es decir, que el dramaturgo aún
se aferra a la estructura y espera encontrar sentido en el orden.
Se podría decir que es una obra de transición entre
la modernidad y la post-modernidad, lo cual estaría además
simbolizado en el tránsito de los personajes de una sala
a otra.
Funeral Home representa una búsqueda
de la identidad del sujeto en varios niveles. Sus personajes
están atrapados bajo la mirada del Otro que los complementaría
pero cuyo ser no pueden alcanzar. La muerte es la Otra cara de
la vida, la que les atrae y les da horror y se lanzan al abismo
de todos modos, en un intento por alcanzar la unidad. En el siguiente
nivel de interpretación, la transición de los personajes
de un escenario a otro y la fluidez de los mundos de donde vienen
y en los que funcionan es una reflexión meta-teatral sobre
la incapacidad del arte dramático por alcanzar la representación “verdadera”,
producto de un mundo que está entrando a la post-modernidad.
Por último, el mismo autor de este drama no pudo encontrar
validación “verdadera” a su arte cuando el
jurado declaró “desierto” el concurso por
falta de talento literario, es decir que Funeral Home es
la obra ganadora de un premio para el que no hubo punto de referencia
ni de comparación, si no es el de la comparación
con la nada. Esta obra habla de la desperanza del hombre impotente
ante su mortalidad, a la cual se enfrenta con una ambigüedad
de emociones que no encuentran resolución por la falta
de referente.
© Tatiana
Séeligman
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Arriba
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Cátedra.
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