Luis
Pulido Ritter
Carlos E. Russell:
Memoria diaspórica nacional y crítica de la nación
panameña
Universidad Viadrina, Frankfurt/Oder
luispulidoritter@gmx.net
Notas | Bibliografía
1. El estado-nación transnacional:
re-negociando la nación
Analizar la obra de Carlos E. Russell, es decir,
cómo se inserta su obra en la construcción representativa
de la nación panameña es preguntarnos sobre el
alcance de la transnacionalidad y la post-nacionalidad en la
era global. ¿Es la figura de la nación-estado un
fenómeno innecesario, caduco, passé? ¿La
diáspora, por su carácter transnacional e híbrido,
está necesariamente en oposición al estado-nación? ¿El
discurso de nación del estado-nación, como es el
caso de Panamá, ha sido “unificante” en toda
su trayectoria histórica? ¿No será precisamente
el intento y carácter unificante del discurso de nación
del estado-nación la prueba de la transnacionalidad que
se quiere ocultar, borrar y diluir? En fin, ¿no habrá estados-nacionales
transnacionales? Para Homi K. Bhabha, el fundador de los estudios
post-coloniales, el estado-nación se caracteriza por su
discurso “naturalizado”, “unificado”,
la construcción de cultura y la invención de tradición.
En cambio, la cultura, como proceso de transformación
está caracterizada por la hibridez que se desarrolla en
los “márgenes” del espacio de la nación
y a través de las fronteras entre la gente y las naciones.
Entonces, fenómenos tales como “migraciones”, “diásporas”, “desplazamientos”, “relocaciones” entrarían
en lo que el autor designa como las transformaciones culturales
y la dimensión transnacional (1994:172-175). Pero, ¿qué pasaría
si pudiéramos demostrar que la transnacionalidad no está al
margen del estado-nación, no es su oposición irreductible,
sino que está en su propio centro, determinándolo,
re-negociándolo por un proceso continuo de integración/exclusión?
Y, si el estado-nación está en el centro de un
proceso transnacional de transformaciones culturales, entonces, ¿no
será también la hibridez –o quizás
el mestizaje– una de sus formas discursivas para incluir
y, simultáneamente, para excluir?1
En el caso de Paul Gilroy, a pesar de que no
podemos reducir su complejo trabajo, su concepto de diáspora,
que incluye la hibridez y la transnacionalidad, se elabora también
en oposición al estado-nación cuando afirma: “fatal
junction of the concept of nationality with the concept of culture” (1993:
2). Es, en este sentido, que su concepto de Black Atlantic que
da lugar a la diáspora y la transnacionalidad se elabora
a partir de la idea de que estos procesos sociales y culturales –a
diferencia del estado-nación– no están determinados
por la solidaridad automática que se deriva de la sangre,
la tierra y las raíces (ver 123 y 133). La diáspora
no es excluyente, es incluyente de la diversidad y la hibridez,
pero, ¿qué pasaría si también se
pudiera mostrar que la diáspora puede ser excluyente y
exclusivista, que también puede tener un concepto romántico
de raza, de suelo y de nostalgia patria? ¿Qué pasaría
si pudiéramos mostrar que a través de la diáspora
el estado-nación re-negocia permanentemente su identidad
desde la migración por un proceso de catarsis que, precisamente,
no ocurre al margen de sus fronteras sino dentro de su espacio
nacional, de la representación que va más allá de
sus fronteras geográficas? Y, como afirma Shalini Puri,
si se acepta que la hibridez es un concepto clave para definir
procesos transnacionales y poscoloniales diaspóricos,
entonces, ¿qué pasaría si también
se logra mostrar que la hibridez, por ejemplo, ha sido la ideología
cultural de intelectuales y estados-nacionales como en México,
en Cuba, en Trinidad y Tobago, etc.? Es de aquí, entonces,
que esta autora afirma que “the real question has never
been “hybridity or not” but rather “which hiybridity?” (41)
En efecto, ninguna de estas preguntas y críticas
son desconocidas por los post-colonialistas, post-nacionalistas
y transnacionalistas.2 No
obstante, no deja de ser pertinente preguntarse si en la modernidad
del estado-nación las recreaciones más audaces
e interesantes de la representatividad del estado-nacional no
provendrán precisamente de las experiencias diaspóricas
y transnacionales, críticas, que oscilan en la relación
central/marginal que negocia permanentemente la inclusión
en el discurso de nación de la experiencia transnacional.
La pregunta es, en este caso, si la transnacionalidad es única
y exclusiva de la diáspora, si la transnacionalidad no
puede ser el fundamento de un estado-nacional que, además,
es “periférico”, “dependiente” económicamente
y está “ocupado” militarmente –para
hablar con el lenguaje de los dependentistas.3 Es
a partir de aquí que la experiencia panameña como
estado-nación que surge en la modernidad capitalista en
los prolegómenos del siglo XX, precisamente para “favorecer
las comunicaciones ultramarinas a través de
su territorio” (Castillero Calvo 18),4 nos
ofrece un buen ejemplo de los conflictos y negociaciones culturales
dentro de las fronteras y entre las fronteras de la nación.
Con Justo Arosemena, en el Estado Federal
de Panamá (1885), la nación
es una idealidad, cuyo centro era Bogotá, y Panamá era
un Estado Federal, un municipio, una ciudad, que, aunque perteneciera
a la nación, no dejaba de tener sus particularidades
por su naturaleza, costumbres y geografía (1982:
15). Entre estos tres elementos de Arosemena no se contempla
todavía ningún elemento cultural o racial para
darle sustento a su Estado Federal. Y con la fundación
de la República ya protegida por los Estados Unidos
en 1903, ya no es necesario manifestar qué diferencia
a Panamá como municipio o ciudad del resto de Colombia
como nación, sino que el recién instituido nación-estado
panameño se fundamenta en el ius solis, es
decir, según la constitución es panameño
todo aquel que nace en el territorio panameño, “todos
los que hayan nacido ó nacieren en el territorio de
Panamá, cualquiera que sea la nacionalidad de sus padres” (1904:
artículo 6, parágrafo 1). En efecto, esta constitución
reconoce directamente que Panamá es un país transnacional,
aunque ya para este año hay restricciones a la inmigración
caribeña (Westerman 1980). Pero lo cierto es que en
este momento, ya Panamá tenía una experiencia
por casi medio siglo de recibir y convivir, aunque no necesariamente
en armonía, con extranjeros y, especialmente, con los
trabajadores negros caribeños que vinieron a construir
el ferrocarril en 1850 y el Canal Francés en 1881.5 Esta
inmigración que desde el siglo XIX se concentró sobre
todo en las ciudades principales, terminales, y costeras de
Panamá y Colón, fue una gran inmigración
regional del Caribe que comenzó a transformar el paisaje
y los hábitos socio-culturales tanto en las dos ciudades
principales de Panamá como en sus islas de partida,
especialmente en Jamaica, al crearse una figura que se conocía
como el Colon Man6.
Esta fuerte inmigración a las ciudades
terminales ya permitía a finales del siglo XIX y principios
del XX que un Belisario Porras, un liberal colombiano-panameño,
ensayista, escritor y presidente, nacido en los Santos, una provincia
panameña marcada por su historia colonial, escribiera
dos cuentos –El Orejano (1882) y Carta a un
Amigo (1904)– que serían textos fundacionales
de lo que yo llamaría la nación romántica
panameña (Sisnett 1962), porque ya Porras comienza a definir
la panameñidad en contraposición a la Ciudad de
Panamá y Colón, una nación panameña
que encontraría en el pueblo interiorano –su religión
y tradición católica y su sangre hispana– una
formulación primeriza de los nacionalistas culturales
que en la década del veinte terminan articulándose
con el texto fundacional de la Academia Panameña de la
Lengua (Alfaro en Boletín de la Academia, 1969). En esta
articulación de la nación que excluye a los negros
(solo integra a los indígenas) se hace hincapié en
la tradición hispana, católica, el castellano,
en fin, en el folklore nacional, criollo, cuya impronta es campesina,
rural, minifundista. Hasta en la novelística el negro,
ya sea colonial o antillano,7 está excluido
del amor (Sommer 1990) y solo aparece por ejemplo ya sea como
un torcido y fiel negro en Crisol (Fábrega 1936)
o como un violador tanto en “Todo un conflicto de Sangre”de
Rogelio Sinán (1947) como en Gamboa Road Gang de
Joaquín Beleño (1951), clásicos de la literatura
panameña. Esta sistemática exclusión del
negro y su cultura, mismo cuando aparece como objeto sexual de
deseo en Escenas de la Vida Tropical de Korsi (1934),
fue concomitante con el rechazo de las ciudades de Panamá y
Colón, al ser ciudades del turismo, del comercio, del
vicio, de la prostitución, del alcohol, de la Zona del
Canal y del gringo, ya sea como marine o como aventurero
(Pulido Ritter, 2006). Sin embargo, esta exclusión que
iba acompañada simultáneamente por una inclusión
del negro, no dejaba empero de estar marcada, como lo señaló Carlos
Guillermo Wilson, por los estigmas que lo acompañaban
como su anti-patriotismo (por trabajar y vivir
en la Zona del Canal), por su calidad de extranjero a
la cultura nacional (por ser protestante y hablar en inglés)
y por ser perezoso y sumiso (1975).
Estos elementos culturales que impidieron que
política y simbólicamente el estado-nación
panameño expresara su nacionalidad de acuerdo a su ilustrada
constitución de 19048,
es lo que ha determinado la literatura de un autor como Carlos
E. Russell en Panamá. Re-negociar a la nación implica,
entonces, en hacerle reconocer su transnacionalidad a la cultura
y la nación panameña –ya contemplada en su
constitución de 1904– determinada por la migración,
la diáspora y la apertura comercial y económica
del país. Cuando Russell nace en la Ciudad de Panamá en
1934, las élites intelectuales, políticas y literarias
panameñas ya habían diseñado en la década
del veinte un programa nacionalista cultural, un programa que
nace como resultado crítico a la insatisfacción
frente a un estado-nacional que no logra usufructuar los beneficios
de su posición geográfica y, además, está enajenado
de una parte de su territorio con la Zona del Canal9.
Es así que se articula un nacionalismo –como diría
Bhabha– en la que se cruza la raza con la cultura, en fin,
con la nacionalidad panameña, pero no necesariamente fue
la ideología del estado-nación, a excepción
del período representado por el presidente Porras en la
década del veinte en el que hubo una relación hispanista
de Panamá en la construcción de monumentos y en
algunos diseños arquitectónicos de propietarios
privados –en el barrio la Exposición– que
recordaban un cierto hispanismo andaluz. Es, con Porras, que
se oficializa la pollera como traje femenino nacional del país,
pero, por otro lado, es con este mismo presidente que la educación
panameña recibe a una buena cantidad de profesores pragmatistas
americanos, de Cuba y Puerto Rico, que dirigen la educación
nacional (Cantón 1955).10 Además,
con Arnulfo Arias, en su corto período presidencial del
41 hay una oficialización de esta ideología hispanista.
No obstante, aunque no había un cuerpo de discurso del
estado-nación panameño que se articulara contra
la integración de la comunidad de antillanos, sí había
una discriminación cotidiana e institucional de los antillanos
en la vida política, en la educación y en el mercado
de trabajo. Además, en la representación literaria
de la nacionalidad por los mandarines nacionales, es decir, la
nación no reconocía el fundamento de su historia
y su constitucionalidad: la transnacionalidad.
2. El lugar de la memoria nacional
en la diáspora: entre “the inclusion” y
el sancocho
¿Se podría hablar de una memoria
nacional en la diáspora, es decir, de una memoria nacional
diaspórica? Si se parte del criterio que Panamá,
como sociedad transnacional, es el resultado de múltiples
inmigraciones diferentes en determinados momentos históricos –el
ferrocarril, el Canal Francés, El Canal Americano– entonces
la memoria nacional está cruzada por esos movimientos
espaciales, geográficos y culturales, especialmente, por
la diáspora afro-caribeña, una diáspora
que en Panamá ha tenido y tiene su peso cultural y político,
a pesar que bajo la alfombra asimilacionista no se reconoce lo
particular de esta presencia en las Ciudades de Panamá y
Colón que sigue conectada en la memoria, por el bilingüismo,
la música y la comida con el Caribe. El asimilacionismo
panameño que ha sido dirigido bajo el impulso nacionalista
del conflicto con los Estados Unidos, ha significado en el terreno
cultural el corte con respecto a la inclusión y la promoción
de la presencia afro-caribeña en el país o, mejor
dicho, no ha terminado de aceptar el carácter transnacional
de la cultura del país, muy bien representado por ejemplo
en la música con los calipsonians Lord Cobra
y Lord Panamá, la cantante de jazz Violeta Green y el
compositor Víctor Boa, y por los jóvenes del reaggetón de
la Ciudad de Colón. Y hoy día, por supuesto, la
presencia afro-caribeña en Panamá ya no solo se
define en las fronteras del estado-nacional sino que se expande
a los Estados Unidos por la fuerte inmigración, especialmente,
hacia Nueva York, donde la conexión con Panamá se
renegocia con la re-apropiación de los símbolos
que habían sido y son claves en el nacionalismo panameño,
como las fiestas patrias, las bandas de guerra y la pollera.
Es de aquí que An Old Woman Remembers... (1995),
Carlos Russell trabaja sobre esta problemática transnacional
de un espacio nacional donde la memoria de la diáspora
negocia directamente su inclusión en la representatividad
de la nación, más allá del asimilacionismo
de una nación fracturada, cuyos intelectuales buscan una
unidad discursiva de identidad nacional, cuando la abuela narradora
del monólogo, después de referirse a la pérdida
de la ciudadanía de los antillanos –UNDESIRABLE
RACE– a causa de la constitución de 1941, dice: “Can
you imagine! Black folks... the people whitout wich them never
woulda have been a railroad or a canal Unh” (13). Efectivamente,
se desprende del “them” a quién se está refiriendo,
a una comunidad de nacionales que, si bien no desconoce el trabajo
y el aporte de los negros caribeños, no termina de aceptarlo
en su representatividad de nación. En esta pieza de teatro
que Russell define como una prose-poetry hybrid
monologue (ver prefacio), él instruye que lo que
mejor se adapta a los diferentes niveles entrecruzados de la
memoria, la historia y la representación es la hibrida
prosa poética del monólogo. Y en esta hibridez
tanto formal como de contenido se atrapa la transnacionalidad
de la memoria de la nación por un acto de crítica
y recreación de la historia panameña a partir de
1850 con la construcción del ferrocarril.
En esta re-construcción de la nación
en la diáspora y, desde la diáspora en Nueva York,
la memoria de la nación es interpelada permanentemente
en su condición transnacional:
“This country has been good to me /
I`ve seen people come, and good people go / You see / I tell
you / we old people get ahead / of ourselves / We forget thinks
quickly / I forgot about the Ecuadorians and the Salvadoreans
/ and the Chiny people them / all of them play a part ...” (16)
Y desde aquí se levanta un puente con
los chinos, otro grupo inmigratorio en Panamá, que no
necesariamente ha sido integrado en la idea de nación,
grupo que también fue excluido por la constitución
del 41 de su condición panameña como una raza
amarilla que pertenece al grupo de la inmigración
prohibida (1941: artículo 23).11 La
abuela en la narración re-crea en su memoria la presencia
china, su suicidio colectivo, el opio, la hortaliza, elementos
de la memoria nacional y colectiva que son parte de la transnacionalidad
del país. Es así que también cuando la abuela
dice all of them play a part la memoria de la nación
es interpelada por el impulso de jolting their memories (ver
prefacio), pues es un olvido que afecta a todos e, incluso, hasta
a la propia diáspora afrocaribeña, especialmente,
a los jóvenes y, por lo tanto, la abuela refiriéndose
a sus nietos que han nacido en Panamá, dice:
“Young folks got to be part of something/
them know nothing `bout the island... / what me can`t understand
for the love of Jehovah / is those folks/ who lived on
the Canal Zone/ through all that gold and silver business/
and who still today love Uncle Sam.. ./ time is passing me
by/now me have great grandchildren / some of them I don`t understand
.. .they don`t want to speak English/ the name is Griffith
or Blackman/ and they don´t speak English/ that`s stupid!
/ Them should speak two language!/ Me hear them say all kind
of things... / about forgetting where we came from / and all
that.” (15)
En este pasaje se revela el olvido de una
joven generación que, por un lado, deja de hablar en
inglés y, por otro lado, pierde su relación con
las antillas. Y de hecho, en esta llamada “integración” de
esta generación, se pierde el carácter transnacional
del país, cuyas élites intelectuales, literarias
y políticas no han querido aceptar. En otras palabras,
en el interior de la frontera nacional ha habido una homogenización,
un oscurecimiento lingüístico y cultural –para
no decir racial– de la inmigración en general
y de la presencia antillana, negra, en particular.
Siguiendo esta misma línea descrita
arriba, el trabajo ensayístico de Russell, como se puede
observar en The Last Buffalo (1995), se incrusta en
el centro de la memoria nacional recordándole su carácter
transnacional, aunque no su hibridez racial o su “mestizaje”,
a una nacionalidad que habría de negarle a los antillanos
y a los negros su presencia en la nación. Es de aquí que
Russell, a diferencia de otro intelectual panameño, de
origen negro de las antillas francesas, Armando Fortune, no se
imagina en su ensayo una hibridez racial y cultural como estrategia
cultural, simbólica y política al plantear éste
la idea de la cultura panameña como un sancocho.12 Y
sirva comparar a Russell con Fortune para apreciar mejor la posición
del primero. En efecto, para Fortune esta metafórica relación
con un plato popular para definir la cultura panameña
le parece mucho más panameña que la idea de Panamá de
ser un Crisol de Razas en la cual los negros y, mucho
menos, los negros antillanos han participado en la representación
de la nación.13 La
idea del Crisol de Razas de Panamá está muy
unido a la representación de las clases medias profesionales,
de poetas cuyos versos son escaleras “para obtener una
posición burocrática” (Laurenza, 1931: 49),
los comerciantes y la presentación turística del
país y, por esta razón, piensa Fortune que la metáfora
del sancocho representaría mejor a la nación panameña.
Y la metáfora del sancocho es una estratégica formulación
de Fortune para incrustar al negro dentro de una nacionalidad
panameña que se elabora en una sociedad racista, en la
cual los mismos poetas negros de “origen” colonial
se ven obligados como Federico Escobar (1861-1912) a disculparse
por el color de su piel: “También negro nací;
no es culpa mía / El tinte de la piel no me desdora /
pues cuando el alma pura se conserva / el color de azabache no
deshonra.” (Miró, 1972: 167)
Pero la ausencia en Russell de una elaboración
racial híbrida, como puede encontrarse en Fortune, es
parte de su particularidad transnacional en la memoria de la
nación. Él ve un peligro en la palabra assimilation que
implica que una cultura pueda ser absorbida por la otra. Lo que
el propone es la palabra inclusion, es decir, el fortalecimiento
de la cultura panameña “by retaining within
it a strong and visible Caribbean presence” (1995:
46). Y es aquí que hay en Russell también un giro
romántico al proponer la lengua (el inglés), los
ancestros y origen africanos afro-caribeños, como elementos
básicos de esa identidad caribeña en Panamá.14 Aquí él
recurre a la figura del Last Buffalo para referirse
a la pérdida de la identidad afro-caribeña en el
país y habla en inglés frente al público
que escucha sus reflexiones.15 Pero,
a diferencia de la constitución del 41, y del documento
de fundación de la Academia Panameña de la Lengua
en la década del veinte, en la cual la lengua y el origen
hispano se instrumentaliza para excluir la transnacionalidad
y, especialmente, a los negros caribeños, la estratégica
posición de Russell va dirigida a incluir la presencia
del Caribe, de los negros de origen antillano, en el centro de
la memoria nacional, una memoria que filtra la transnacionalidad
con una concepción romántica de cultura en la que
solo entra el castellano, el origen hispano y la religión
católica.16
Pero, entonces, ¿cómo podríamos
explicar la diferencia de posiciones entre Russell y Fortune
que no solamente es de generación?17 Esta
es una pregunta pertinente de la historia intelectual de Panamá para
comprender el movimiento diaspórico intelectual de la
presencia afro-caribeña en el país y en los Estados
Unidos. En efecto, a diferencia de Russell, la lengua no juega
un papel predominante en Fortune. En su concepción de
la cultura panameña como un sancocho no la considera
como elemento distintivo de la comunidad afro-panameña.
Y pareciera que asume que el español, como lengua de origen
e identidad, no se convierte en elemento de identidad de la nación.
Lo que es cierto también es que, para Fortune, el hecho
de haber nacido en Panamá no lo convierte automáticamente
en panameño, o mejor dicho, la panameñidad, es
un acto de conciencia plena de querer ser panameño, de
participar en su valores, como adhesión activa (ver Maloney,
en: Fortune, 1993: 294). Esta concepción renaniana de
Fortune de la nación, permitiría entonces que todos,
no importa su lengua y su origen racial, serían panameños
si se comparten los valores y la cultura de la comunidad, punto
que Fortune elaboró muy concientemente porque debió haber
conocido muy bien los trabajos de Baltazar Isaza Calderón
que alcanzó a ser director de la Academia Panameña
de la Lengua.18 La
posición menos polémica de Fortune – que
incluso evita hablar de razas para “comprender el alma
del panameño” (296) y menos habla de racismo para
referirse al desinterés, para no decir un desdén,
por lo “negro” y lo “africano” (343) –habría
que comprenderla en parte dentro de su contexto político-institucional
en que éste se movía, es decir, no podía
asumir una posición como la de Russell por su propia posición
institucional en Panamá, porque, aunque Russell hubiera
representado a Panamá como embajador en las Naciones Unidas
para la firma de los tratados Torrijos-Carter en la década
del setenta, aquél estuvo en el centro del establishment intelectual
de poder en Panamá al ser miembro de número de
la Academia Panameña de la Historia, publicaba en la Revista
Lotería, y había sido incluso secretario privado
de Ricardo J. Alfaro, ex-fundador y ex-presidente de la Academia
Panameña de la Lengua y ex-ministro de Estado plenipotenciario
de las relaciones de Panamá con los Estados Unidos (Fortune,
1993: 16).19
Por otra parte, Russell, por su posición
más polémica en su ensayo The Last Buffalo hace
resaltar el carácter excluyente de una nacionalidad romántica,
hispanista y etnocéntrica. Fortune es también consciente
de esta exclusión, construida en el transcurso de la República
y, por ello, apela a la metáfora del sancocho,
pero Russell está menos dispuesto a negociar una hibridez
racial o cultural, sino se parte del criterio de la presencia
afrocaribeña con una exigencia de visibilidad y, sobre
todo, en la incrustación de la memoria nacional de los
grupos tradicionalmente dejados sin voz, como el antillano. De
aquí que para Russell el lugar de la memoria en la narración
de la nación no puede elaborarse sin la presencia antillana
y por eso en An Old Woman Remembers la narración
parte del punto de partida de esta inmigración del Caribe,
Jamaica, cuando los botes salen del puerto llevando a los trabajadores
al Istmo centroamericano, especialmente, a su hermano Alonzo
(que termina muriendo bajo un alud de tierra que se desprende
del famoso Culebra Cut) y al padre de su vástago
Norman. La mujeres y los niños quedan atrás, bawling,
y solo la narradora retrospectivamente se dice a sí misma “I
have to be strong”, porque está embarazada
de uno de los trabajadores. Pero precisamente aquí, donde
la narradora nos cuenta entrecruzadamente una historia familiar
de varias generaciones y la historia del país desde la
construcción del Canal Francés, es que vemos también
una negociación racial y social, híbrida, pero
no dictada como en Fortune por el destino histórico de
Panamá de ser recipiente de varias culturas y razas, sino
determinada por las circunstancias de una inmigración
que estaba sobre todo compuesta de hombres y que, cuando llegan
a Panamá, por la ausencia de sus mujeres, se emparentan
o se unen con la Paña Gial (5). Y eso pasa con
Norman, el padre de su hijo Teddy, nombrado en honor al presidente
americano, a pesar que ella había querido llamarlo George,
de acuerdo al rey Inglés, revelándose así por
otra parte el movimiento político y cultural que se realiza
en la región. Él logra traer a su mujer, la abuela
que narra, pero Teddy se queda en la isla dos años con
la hermana de la abuela que se llama Ambrozine. Al término
de cinco años llega la abuela a Panamá y descubre,
para su dolor, que su Norman tiene una Paña Gial que bring
a Black pickney (8) y le cuenta que aquél was
the father (9). A partir de aquí ella hace otro descubrimiento
al reconocer de que “the Spanish gial wasn`t vex / She
was the “querida” / and I was the “esposa”...
/ she was contented to be the second woman / God! Thinks was
strange in Panama”! (9).
Valga la pena mencionar que la abuela, aparte
de la palabra hortaliza, culebra, Matachin (un pueblo que es
llamado así por la alta tasa de suicidio entre los chinos)
y Salsipuedes (una calle que está en el centro de la imaginación
popular por ser peligrosa), ella solo utiliza en español
las palabras “esposo” y “querida” para
referirse a esa institución panameña (no importa
la clase social, la cultura o la raza) socialmente aceptada y,
simultáneamente, vilipendiada que se llama el queridísmo,
término acuñado por el sociólogo panameño
Alfredo Figueroa Navarro. Es, pues, en el queridísmo,
que crea un hijo bastardo, que Norman –y la inmigración
de hombres antillanos– que participan del llamado sancocho,
hibridez racial y cultural, nombrado por Fortune. Pero mismo
aquí el hijo de Norman que ha tenido a este hijo bastardo
con la panameña no deja huellas de su hibridez racial
y cultural (sin mencionar que desaparece de la narración
con su madre panameña) cuando la abuela dice: “it
was as if Norman spit he out” (8). Y es así entonces
que de la ausencia de hibridez racial, aunque de hecho existe
por la institución del queridísmo, que
es posible comprender con más claridad el hecho cuando
la abuela, como vínculo con the roots (Africa)
y las routes (el Caribe), interpelaa sus asimilados
nietos a la cultura panameña que deberían hablar
los dos idiomas, tanto el inglés como el español,
porque, efectivamente, con el olvido de la propia cultura, de
las propias raíces y rutas, ya no se podría hablar,
incluso, de una cultura híbrida, sino asimilada y, por
consecuencia, perdida. Esto significa que la idea de inclusion en
Russell, en el marco de la memoria nacional, implicaría
re-establecer a la nación en su transnacionalidad, situación
tanto espacial, humana y espiritual que ésta se ha negado
a aceptar, aunque haya sido sugerida en la constitución
de 1904.
3. Reflexiones sobre la memoria
nacional diaspórica
¿Qué es la memoria? ¿Puede
hablarse de una memoria nacional diaspórica en la nación
panameña? Recientemente se ha re-descubierto el lugar
de la memoria en las biografías personales y familiares
en la diáspora que, incluso, arroja aspectos cualitativos
en la reconstrucción de la diáspora y la nación.
En este sentido, Mary Chamberlain, entraría muy bien en
nuestro propósito de considerar el lugar de la memoria
individual como significante, porque “In many ways, all
memories necessarily incorporate the retold memories of others –of
themselves, of other family members, and of friends and acquaintances” (2006:
11). En efecto, en An Old Woman Remenbers,
la memoria de la abuela articula al grupo, una experiencia determinada,
que debe valorarse no por la representatividad estadística,
pero sí por la cualidad de la información, una
articulación que incluso nombra la arquitectura urbana
de las ciudades de Panamá y Colón: “When
I first came to this country, a lot of the houses we live in
was made of wood.” (22).
Es de aquí que Russell es un intelectual
diaspórico nacional par excellence, por su propia
biografía personal e intelectual y por su propia historia
de migración, tanto hacia los Estados Unidos, como al
interior del mismo Panamá, una sociedad fragmentada entre
la Zonal del Canal, la Ciudad de Panamá y Colón,
cruzada por barrios segregados y estratificados por razas, culturas
y clases sociales. En Panamá tuve la oportunidad de visitar
su casa mientras él estaba en Nueva York, después
de haberlo conocido en su apartamento de Brooklyn. En su apartamento,
en cuya puerta colgaba un afiche de Obama, hay libros, revistas,
y, entre las fotos familiares, habían dos fotos, una recibiendo
la condecoración Vasco Núñez de Balboa de
manos del Presidente de la República, que se da a todo
panameño destacado ya sea en Panamá o en el exterior,
y la otra realizándole una entrevista a Malcom X.
En su casa de Panamá que construyó su
padrastro, originario de las British Virgin Islands Elmer S.
Smith, educador, observo esa hermosa casa caribeña montada
sobre palafitos, con ventanas amplias y con un techo a una buena
altura para contrarrestar el calor tropical. Allí me recibió su
hermana, Gloria, jubilada, de la ex-Zona del Canal. Entre esos
dos espacios, uno en los Estados Unidos y el otro en Panamá,
ambos hermanos se llaman por teléfono todos los días
y Russell publica con frecuencia tanto en periódicos norteamericanos
como panameños, polemizando y promoviendo, entre otras
cosas, la aceptación por el gobierno panameño del
voto de sus connacionales en el exterior. Al lado de su hermana,
recibo de parte de ella una bebida típica del Caribe Inglés,
que se conoce en México como Flor de Jamaica, a pesar
de que todavía no es navidad. Sí, solo en navidad
se sirve el suril, pero ella me sirve y sonríe
al verme disfrutar en pleno mes de septiembre de esa bebida.
Mientras converso con su hermana, no dejo tampoco de mirar esa
casa acogedora llena de espacio, cuya planta superior es de madera,
y cuando ella sale para su cuarto en busca de unas fotos y artículos
de su hermano para mostrármelos, descubro unos tomos empastados
en cuero. Me levanto del sofá y camino hacia el estante,
tomo un tomo, y después otro, todos en inglés,
tomos de Flaubert, Dostoiewski, Balzac, y, de pronto, detrás
de mis espaldas, escucho la voz de su hermana, que me dice: –Eran
los libros de mi padrastro. Mientras mi madre planchaba, él
acostumbraba a leérnoslos en voz alta–. Aquí me
doy cuenta de la socialización literaria de Russell que,
si no hubiera sido por el impulso asimilatorio en Panamá,
habríase llamado Charles: “Casi todos los hijos
de los antillanos nacidos en Panamá y no en la Zona del
Canal, por lo general llevaban nombre “hispanizado” (Entrevista
a Russell: 4), reflejando el primer intento de sus padres para
promover su identidad como panameños. En mi caso, mi papá,
según lo que él me dijo, admiraba a los alemanes
(antes de lo que hicieron con los judíos) y quiso llamarme “Karl
Van Otto”, pero mi mamá se opuso y por ende soy
Carlos Enrique ...” (4). Y siguiendo una cierta tradición
de los negros antillanos como cuando re-emigraron a Nueva York,
tras haberse construido el Canal en 1914, contribuyendo así al Harlem
Renaissance de los años veinte y treinta con intelectuales
y activistas como Eric Walrond y Marcus Garvey (Parascandola,
1998), Russell emigra a los Estados Unidos en 1955, período
crucial y duro de la Guerra Fría y de las leyes Jim Crow
en aquel país. Fue un itinerario personal que lo llevó primeramente
a Chicago y, posteriormente se mudó a Nueva York, Brooklyn,
como lo han hecho muchos panameños de origen antillano.20
“Pero no fue hasta a principios de los
60 cuando me mudé a Brooklyn y me involucré con
la revista ‘The Liberator’ que empecé a conocer
la literatura negra de la diáspora. Personajes como Harold
Cruise, Amiri Baraka, LeRoy Neal, y muchos otros eran miembros
de la directiva. Más tarde fui miembro del Harlem Writers
Guild, y allí conocí a John Oliver, Killens, John
Henrik Clarke, Rosa Guy, Sarah Wright, Lonnie Elder, Charlie
Russell, Max Bond, Silvester Leaks, y muchos escritores negros.
Luego conocí a otros como Douglas Turner Ward, Paul Carter
Harrison, Woody King Jr. Además empecé a leer y
a escribir. A la larga dicté un curso de literatura negra
en Brooklyn College. Más tarde, con un grupo de panameños
como el Dr. Priestley, Walter Livingston, Winston Lawson y Euclides
Jiménez, empecé un periódico que llamamos ‘Bayano’21.
Este periódico fue el primero en los Estados Unidos que
pidió la renuencia de Richard Nixon. Es decir, fue un
proceso, yo diría un proceso accidental ya que a la vez
que participaba en lo literario era muy activo en lo político –especialmente
lo radical. Si te acuerdas, fui director del Black Caucus de
la Conferencia de la Nueva Política que en 1968 apoyó la
candidatura el Dr. Benjamin Spck y del Dr. Martin Luther King
Jr., a presidente y vicepresidente de los EE.UU. y participé en
el ‘año del esfuerzo decisivo’ cortando caña
en Cuba”. (Entrevista: 4)22
No obstante, en Panamá, antes de salir
hacia los Estados Unidos, Russell vivió a partir de su
niñez en diferentes barrios y ciudades en Panamá:
en el Chorrillo, en la Boca (sector de negros en la Zona del
Canal), Colón y, finalmente, en Río Abajo, un barrio
de la ciudad de Panamá donde vivieron predominantemente
negros antillanos, después de ser obligados a abandonar
la Zona del Canal. Durante su niñez y la adolescencia,
Russell estuvo en escuelas de las ciudades de Panamá,
Colón y la Zona del Canal. A pesar que el mismo Russell
se relacionaba más con sus amigos negros por hablar en
inglés e, incluso, “no me atrevía acercarme
románticamente a una muchacha latina por temor a que me
despreciaría” (Entrevista: 2), no hay que saltar
el hecho de que termina graduándose en el Instituto Nacional,
dato importante porque en esta escuela se articuló el
nacionalismo panameño tanto en la educación como
en la política desde su fundación en 1907.23 De
aquí han salido profesores, ministros, presidentes, militares,
embajadores, escritores, en fin, aquí se reclutaba a la élite
política, intelectual y cultural del país hasta
finales de la década del sesenta. Y la generación
de Russell vivió intensamente los conflictos políticos
por la recuperación del Canal de Panamá y el término
de la presencia militar, política y administrativa de
los Estados Unidos en el país. Fue una generación
beligerante que se ubicó entre el rechazo de los tratados
Filós Hynes en 1947 y la firma de los tratados Remón-Eisenhower
en 1955.
Pero aquí precisamente en este plantel
escolar, Carlos Russell dejó de escribir sus primeras
redacciones y poemas en español. El autor recuerda que,
en la clase de redacción, la profesora de español
desconfiadamente le aprobó una redacción preguntándole
si él la había escrito: “¡no creía
que un antillano escribiera tan bien en español!”.24 De
hecho, la lengua materna de Russell era el inglés y a
través de su padrastro, que también hablaba español,
accedió a la literatura europea e inglesa. Y su madre,
nacida en Panamá, “ya como adulta iba a la escuela
para mejorar, ella diría aprender, su español” (Entrevista
a Russell: 1). Es así que por la socialización
familiar, escolar y espacial, él se movió y creció en
diferentes ambientes y realidades que se cruzaban en la Ciudad
de Panamá y Colón. En la Zona del Canal, donde
le tocó vivir cuando tenía ocho años, dice:
“También asistí a la escuela
primaria de La Boca por un año –cuando regresé de
Colón– al segundo grado. En La Boca fui un zoneíta,
es decir, el idioma que se utilizaba en la vida era el inglés.
Le teníamos pavor a los policías zoneítas,
comprábamos en los comisariatos de ‘plata’ y
no en los de ‘oro’ a pesar que mi mamá trabajaba
en el comisariato de ‘oro’ en Balboa en la sección
donde se vendían zapatos. Veíamos las películas
que venían de los Estados Unidos – la primera
que estrenó el nuevo ‘clubhouse’ de
La Boca se llamó ‘Stage Door Canteen’. Resumiendo,
mi vida de adolescente en La Boca era de cualquier antillano.” (1)
La Zona del Canal, que era una especie de socialismo
autoritario, una utopia social derivada del protestante americano
Edward Bellamy, se había instituido como un sistema de
castas con el sistema de Gold Roll y Silver Roll,
el cual establecía rígidamente la escala de salarios
y la utilización de servicios por la raza (Knapp 1984).
En los textos de Russell se hace referencia a este sistema, por
ejemplo, en An Old Woman Remembers la abuela socarronamente
dice: “The only time we had gold/ was when we put it in
we mouth.” (10) Es aquí también que el lugar
de la memoria nacional, aunque sea recogida por una voz no articulada
en el discurso de la nación, puede obviar algunos detalles
que, si bien no desvirtúan lo asumido por la voz narrativa-literaria,
no deja tampoco de plantear preguntas sobre este sistema de Gold
and Siver Roll, por ejemplo, cuando en una serie de artículos
periodísticos reunidos por A. E. Osborne (Supervisor of
Instruction, Canal Zone Colored Schools) reproduce una entrevista
de uno de los pioneros, Mr. Arthur B. Kinnimouth, de la educación
de los negros en la Zona del Canal “there was a time, he
recalls, when West Indian teachers were carried on the gold roll
and receive gold coins just as other gold employee”. (Westerman,
1949: 13)
El sistema zoneíta era la segregación
formal de un sistema racial de jerarquías que, en Panamá,
no era necesario, porque la segregación existía
de hecho al tener los negros antillanos sus barrios determinados.
Pero tampoco dejaba de existir tanto en la Zona el Canal como
en las ciudades de Panamá y Colón excepciones que
no solo confirmaban la regla, pero sí transgresiones a
las segregaciones ejercidas, formales o informales:
“A principios de los años 40 –quizás
42 o 43– mi madre se casó con el señor
Elmer S. Smith y nos mudamos a Río Abajo en las afueras
de la ciudad. Me matricularon en la escuela República
de Chile nr. 2 que en aquel entonces quedaba en la ‘Exposición’,
si mal no me acuerdo hoy es parte del ministerio de Relaciones
Exteriores. Relato parte de esta historia en ‘this
is me’, ya que tuve que tener un ‘acudiente’ que
residía en ‘Panamá’ para poder asistir
a la escuela. Esa era la práctica. Los negros de la
Zona tenían que probar que no Vivían en la Zona
para poder asistir a la escuela. Lo curioso es que la señora
que vivía en Calidodia –cerca de lo que fue en
aquel entonces– la corregiduría de Calidonia se
llamaba Beulah Kennedy.” (3).
Efectivamente, la transgresión aquí efectuada
es que la “acudiente” no era familiar de Russell
y la memoria de un hecho nacional trastoca la representación
de una ciudad fragmentada que no permitía aquellas transgresiones.
Y, además, lo curioso como lo revela esta cita es que
aquellos que no vivían y vivían en la Zona del
Canal designaban el espacio nacional fracturado como “Panamá”.
Esta memoria que recorre el espacio de lo nacional reconoce lo
fragmentado, la paradoja y las contradicciones de una diáspora
que se mueve entre varios valores culturales y espaciales, en
el Caribe, Panamá, los Estados Unidos e Inglaterra. Los
jóvenes, que a diferencia de los abuelos, habían
tenido más a Inglaterra como punto de referencia (God
save the Queen), ilustran muy bien esta posición de la
diáspora en Panamá:
“Hoy por ahora encuentro una contradicción
psicológica –creo que ese es el término
apropiado– ya que durante aquellos años en las
cuales vivíamos bajo el jugo racista de los Estados
Unidos y sus prácticas de ‘gold and silver’ roll,
el trato de los policías que nos correteaban cuando íbamos
a Balboa a coger mangos ya que los de la La Boca no eran de
la misma calidad –eran en su mayoría los que denominábamos
Cow Titty, senos de vaca, y los de Balboa eran de calidad y
escuchábamos a nuestros abuelos hablar de lo que ocurría
en Panamá y la ira que ellos tenían en contra
de Arnulfo Arias y su categorización del antillano como
raza de inmigración prohibida y por ende inferior, sin
embargo, esos sentimientos nunca se convirtieron en ‘odio’ a
los americanos. Detestábamos lo que vivíamos
pero nos identificábamos con sus valores económicos
y políticos. Si no fuera así la inmigración
hacia los EE.UU. no hubiera sido tan grande. Otro ejemplo que
subraya esta contradicción es que en las películas
de ‘vaqueros’ cuando los gringos eran atacados
por los indios, nosotros veíamos a los indios como los ‘enemigos
salvajes’ y esperábamos la llegada del ejército
para salvarlos. Después, durante la guerra de Corea,
muchos de los jóvenes zoneítas, se enlistaron
en el ejercito norteamericano. En parte, buscando escaparse
del racismo tanto en Panamá como en la Zona. Sin embargo,
si ‘odiaran’ a los gringos no creo que defenderían
con sus vidas los intereses de los que odiaban. En inglés
se explicaría como a ‘love-hate’ relationship.” (2)
No es una memoria que excluye las fisuras y
de aquí su particularidad con respecto a la memoria del
estado-nacional, le grand-recit, de una memoria que
no reconoce la fractura del espacio nacional, solo a condición
de plantear la agenda nacionalista–romántica que
abre el espacio para la exclusión. Es de aquí que
la memoria nacional de Russell, cruzada por la transnacionalidad
y la diáspora, pero, además, intervenida por su
concepción política del mundo, se mueve en un espacio
que incluye esa historia en la transnacionalidad, pues conecta
varios fenómenos globales de la modernidad: el Caribe,
Nueva York, la diáspora afrocaribeña y Panamá con
el Canal. En esta conectividad de una memoria diaspórica
marcada por la dispersión y, simultáneamente, por
la pérdida, que la memoria que proyecta un network de
relaciones espaciales, humanes y culturales, una memoria que
termina narrando desplazamientos, auges económicos, ruinas
y transferencias económicas, estaciones de una diáspora
que se mueve en y entre las fronteras de los Estados Nacionales
y, mostrando la porosidad de esas mismas fronteras, re-crea ciudades
y países, rutas de esa diáspora:
“No tuvimos mucha relación directa,
excepto mediante cartas, con las antillas. Sin embargo, teníamos
familia en jamaica. Mi abuelo mandó a uno de sus hijos
a Jamaica, lugar de origen de su esposa. Él provenía
de Bárbados. Hoy tenemos familia en Jamaica. Algunos
de ellos se mudaron después a New York y al Canadá.
También tenemos familia en Cuba ya que las familias
antillanas buscaron allí trabajo, ya sea por el ferrocarril
o la coseca de caña. Se dispersaron por la región.
Estoy seguro que tenemos en Bárbados pero no los conozco.
El apellido materno ‘Codrington’ es muy popular
en Bárbados. Que yo sepa nunca pensaron volver a la
antillas ya que para ellos la situación económica
era mucho mejor en Panamá. Acuérdese que ellos
dejaron las antillas y con sus ‘remesas’ pudieron
ayudar a los que se quedaron atrás. (An Old Woman
Remembers) Hay una canción ‘Colon Boy’ en
Jamaica que habla de la situación.” (Entrevista:
2)
Lo que más revela esta cita en la memoria
diaspórica de Russell es el intento de construir puentes
entre los espacios que revelan las ausencias. Bajo el término
familia se proyecta una cercanía pero, simultáneamente,
una perdida, el contacto directo, y quedaron las cartas como
trazos de una relación. Me parece que la memoria diaspórica,
más que la referencia y reacción directa de los
lazos familiares, culturales y humanos, es más que todo
el intento de trazar líneas dentro de una ruta que va
perdiendo a los actores, la familia se va dispersando y disolviendo
y, precisamente aquí, dentro de esta dispersión,
la nación, la familia del país de origen o el país
escogido, ya sea por uno o por la familia, se recategoriza para
crear este fenómeno de la memoria nacional diaspórica: “I
remember ... back in Panama / when a niap and cuaty was plenty
of money.” (Miss Anna`s Son Remembers, 1976:
45)25
Dejo a la hermana de Russell con la caída
de la tarde. Detrás de mí puedo todavía
escuchar los pasos sobre el piso de madera de esa casa caribeña
y me revela con qué rapidez Panamá, la Ciudad de
Panamá, está arrasando con la madera que asociábamos
con los tiempos de la construcción del Canal, los barrios
pobres y de negros, donde escuchábamos hablar un idioma
que no era reconocido por la nación romántica.
Desaparecen el Marañón y la Casa Miller, el Chorrillo
y Río Abajo, espacios de vida que conectaban a esa ciudad
físicamente con el Caribe, espacios segregados e integrados
que nos lanza un Panamá que está desapareciendo,
un Panamá que quiere proyectarse a sí misma en
sus edificios de cristal, convertirse lo más pronto posible
en la Singapur de Centroamérica, pero, desde Nueva York
y en Panamá, Carlos Russell escribe frecuentemente en
los periódicos panameños articulando la aspiración
y el sentir de una diáspora afro-caribeña-panameña
que exige su participación en el destino político
y cultural de la nación, a través del voto desde
el extranjero para los que tienen doble nacionalidad, el reconocimiento
del aporte de los negros caribeños en el bienestar del
país y la Construcción del Canal de Panamá y,
finalmente, como dijo la abuela en An Old Woman Remembers:
“I pray god give me a few more years!
/ I want see if this generation / gwain get some sense in it
head / I hope so! / If not, I am just gwain sit here / and
rock myself in this rocking chair/till the Lord come and get
me!” (25)
© Luis
Pulido Ritter
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Notas
Arriba
vuelve 1. Shalini
Puri en The Caribbean Postcolonial (2004) discute desde
una posición marxista la construcción de discursos
híbridos y nacionalistas de los estados nacionales del
Caribe y América Latina. Parte del supuesto, contrario
a los estudiosos pos-nacionalistas, de que la nación no
ha muerto y afirma que la agenda transnacional, que ella comparte,
que es la experiencia humana y de sociedades que no pueden reducirse
en las fronteras de los estados nacionales, es pobre si sigue
negando la continuidad de los estados nacionales aunque su poder
vaya declinando (6).
vuelve 2. Para
tal efecto remitirse el análisis de David Chariandy Postcolonial
Diasporas (2006) en la cual el autor afirma refiriéndose
a las observaciones críticas –ya sea empíricas
o teóricas al concepto diaspórico desarrollado
por el discurso post-colonial– lo siguiente: “for
this reason, it is crucial to note that scholar who might be
considered originators of poscolonial discourse –Paul Gilroy,
Rey Chow, and Stuart Hall– have each decided to understand
diaspora not as a ´reality´ to be empirically analyzed,
but as something self-consciously figurative or methaphorical
and thus a special agent for social change” (8).
vuelve 3. En
Panamá la concepción dependentista de la función
económica del país quedó consagrado con
Alfredo Castillero Calvo en su texto Transitismo y dependencia:
El Caso del Istmo de Panamá (1973).
vuelve 4. Negritas
mías. Yo diría en su territorio.
vuelve 5. Velma
Newton señala, sin embargo, que ya para esta época
habían querellas y conflictos entre panameños y
jamaicanos después de las horas laborales, causados primeramente
por el resentimiento de los trabajadores panameños por
el influjo creciente de los jamaicanos (2006: 77).
vuelve 6. “A
writer in the Daily Gleaner of 22 March, 1883 sarcastically observed
that ‘Men are to be seen in the different parishes who
never wore a whole pair of breeches or knew a pair of boots,
strolling full dressed, with an umbrella, a gold, brass or plated
chain, a brass or silver watch, rings to give away and a nucleus
of cash in five dollar old pieces in their possesion...’” (en:
Newton, 2006: 64)
vuelve 7. En
Panamá se hace una diferencia entre el negro colonial
que vino con la colonia como esclavo, que habla y tiene patronímicos
españoles, y el antillano, que provino de las antillas
para la construcción del ferrocarril y el Canal.
vuelve 8. La
constitución de 1941 le quitó la ciudadanía
panameña a los hijos de los antillanos y los chinos nombrándolos
como razas de inmigración prohibida (artículo
23). Cinco años después, en 1946, aquella constitución
fue derogada y la ciudadanía panameña re-establecida
a los hijos de los antillanos.
vuelve 9. Si
bien la Zona del Canal, un territorio de 1,432 Km. cuadrados
que cruzaba la geografía del territorio nacional estaba
bajo administración norteamericana, era territorio panameño
y, por ende, los que allí nacían “deberían” recibir
la nacionalidad panameña por el ius solis.
vuelve 10. Cantón
en su obra describe la dificultad que tenían los niños
antillanos para que fueran aceptados en las escuelas panameñas,
tanto en Colón como en Panamá. entre la década
del veinte y el 50. Por lo tanto, se crearon escuelas privadas,
orientadas en inglés y con textos ingleses, por ejemplo,
según Russell, Doll Book y Royal Reader,
para atender la demanda de niños por escolarizarse de
la comunidad de panameños de origen antillano.
vuelve 11. Además,
pertenecían a este grupo de inmigración prohibida,
aparte de los negros cuyo idioma original no era el castellano, las
razas originarias de la India, Asia Menor y el Norte de África.
Con respecto a los inmigrantes de raza prohibida del Asia Menor,
la constitución piensa realmente en los judíos.
vuelve 12. El
sancocho es una sopa que se prepara a fuego lento con ingredientes
basados en vegetales, carnes y raíces que se le van agregando
poco a poco. El sancocho, como término, se encuentra en
un pasaje del Don Quijote. Y a partir de este termino, entonces,
Fortune elabora una idea de la nacionalidad panameña: “Este
sancocho es símbolo de la formación del pueblo
panameño.” ... “Panamá es, ante todo,
una cazuela abierta” ... “El pueblo panameño
ha tenido, como el sancocho, elementos nuevos. Es, pues, un un
conglomerado heterogéneo de diversas gentes, razas y culturas
que se agitan, alternan, entremezclan y disgregan en un mismo
hervidero social y que en esencia ha dado por resultado una mixtura
rica y bien aderezada, que ya tiene un carácter propio
de creación. Panamá es, por tanto, un pueblo mestizo
en donde, desde su descubrimiento, siempre ha existido el mestizaje
de raza, el mestizaje de cultura y el mestizaje de cocinas” (Fortune,
1993: 295).
vuelve 13. Aquí es
pertinente señalar que Roque Javier Laurenza en su crítico
ensayo leído en el Instituto Nacional Los poetas de
la Generación Republicana (1933) realiza tempranamente
una crítica a esta ideología de Panamá como
Crisol de Razas.
vuelve 14. El
autor, para quien la lengua es el primer transmisor de cultura,
interpela a la comunidad de afro-caribeños que también
dominen el francés, aparte del español (32).
vuelve 15. Por
otra parte, conciente de esta problemática de la lengua
en una sociedad fragmentada como la panameña, Westerman
apela en 1949 que en la Zona del Canal los niños aprendan
español en la escuela primaria para que les sirva como
insturmento de trabajo y que se familiaricen con el lenguaje
de su país de nacimiento (7).
vuelve 16. Entre
uno de los mejores exponentes en Panamá de esta posición
hispanista se encuentra Baltazar Isaza Calderon (Pulido Ritter,
2006)
vuelve 17. Russell
nació en 1934 y Fortune en 1921.
vuelve 18. Para
definir etimológicamente la palabra sancocho,
Fortune cita el Diccionario de Panameñismos (1968)
de Baltazar Isaza Calderón y del Dr. Ricardo J. Alfaro,
texto que se elabora como proyección de la ideología
romántica hispanista en Panamá.
vuelve 19. Efectivamente,
en Panamá es un tabú hablar de racismo. Los racistas
y el racismo, para la clase política, intelectual-y literaria
panameña, sí ha existido pero en la Zona del Canal.
A este respecto la pareja Herbert y Marie Knapp hacen unas obrsevaciones
interesantes al comparar el racismo en los Estados Unidos y Panamá: “It
is true that there have never been the kind of of hard-and-fast
color lines in Panama that were once found throughout the United
States. Public segregation –the separate-but-equal delusion– made
sense to racist in North Americans because the knew that there
was no way to keeps blacks “in their places” if they
were ever publicly included in a sociaty haunted by
the dream of equality –that very complicated word. But
in Panama, in a regimental society, racist sentiment did not
require public segregation based on color, because blacks
were already segregated by class und rank. The public sector
was given over to the lower ranks, and, naturally, blacks were
excluded from the private society of the officers’ corps.” (163)
vuelve 20. Analizando
la inmigración de panameños de origen antillano
a NuevaYork, Brice Laporte nos dice: “Suffice is to say
that until recently Panamanian inmigrant to the City wer mostly
black and of Wet Indian birth of origen, Protestant orientation,
English language dominance, American (Canal Zonian), influence,
and with limited acquisition of Panamenian language, culture,
identity, or political sentiment.” (2000: 19).
vuelve 21. Bayano
fue un negro cimarronero del siglo XVI en Panamá.
vuelve 22. El “año
del esfuerzo decisivo” fue en 1969.
vuelve 23. No
hay que ser necesariamente de Panamá, pero sí es
necesario comprender los códigos de una cierta generación
de panameños, para entender a cabalidad la carga emocional
que contiene la expresión “Ser Aguilucho ...” (The
Last Buffalo: 32), que se refiere al Instituto
Nacional, como un Nido de Águilas, sentido de cuerpo y
de compromiso con la nación panameña.
vuelve 24. Armando
Fortune también relata un acto de racismo en el Instituto
Nacional, así: “Mi primera reacción como
negro fue cuando cursaba estudios en el Instituto Nacional. El
primer día de clases el profesor me vio a mí y
a otro dos compañeros negros y delante del todo el grupo
dijo que ese centro educativo debería poner frenos antes
de que se convirtiera en un carga de africanos. Al día
siguiente nuestro padres protestaron enérgicos a la dirección
de la escuela y bueno ..., fuimos cambiados de grupo. A partir
de ese momento surgió en mí una inquietud que con
el tiempo se hizo necesidad" (Fortune, 1993: 18)
vuelve 25. Cuando
a Russell le pregunté qué era un Niap y Cuaty, él
me respondió así: “Eso si me causa risa ya
que subraya la laguna generacional entre nosotros. ‘Niap’ es
la moneda que se usaba en Panamá cuyo valor era de dos
centavos y medio. Por ende se denominaba en Español un ‘medio’ Uno
iba al chinito y pedía ‘ medio recao verde y un
cuartillo de sal’. Cuaty es el cuartillo –otra moneda.
Cuatro cuartillos hacian un ‘real’ –cinco centavos– un ‘nicle’ en
el argot popular. Valía un centavo y medio. ¡Ay
paisa!....¡como corre el tiempo!”
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