Elaine
M. Miller
Tensiones y afinidades
entre abuelas, madres e hijas en las obras teatrales
de Claudia Barrionuevo y Ana Istarú
Christopher Newport University,
EE.UU.
emiller@cnu.edu
Notas | Obras
Citadas
Una de las corrientes del teatro de la Nueva
Ola es la que aporta perspectivas feministas con respecto a la
sociedad costarricense contemporánea. En particular, una
temática que sale con cierta frecuencia en estas obras
feministas es las relaciones entre y dentro de las generaciones
de mujeres. En obras tales como Madre nuestra que estás
en la tierra (1988) de Ana Istarú y Mi mamá, ¿me
ama? (2003) de Claudia Barrionuevo, se destacan las tensiones
y afinidades entre abuelas, madres e hijas. Otras obras, como Olimpia (1998)
de Linda Berrón, 15 para 40 (2000) de Barrionuevo
y Reflejos de sombra (1994) de Arnoldo Ramos, enfocan
las relaciones femeninas dentro de una misma generación
que parecen ser claves para que cada personaje cuestione las
normas sociales de su época y trate de salir adelante
en la vida. Este trabajo analizará estas relaciones en
las obras teatrales, destacando su relevancia para los movimientos
feministas en la Costa Rica actual.
Una de las corrientes de la Nueva Ola,
una generación de dramaturgos que ya lleva más
de veinticinco años de actividad en el medio teatral,
es la que aporta perspectivas feministas con respecto a la sociedad
costarricense.1 Al
leer las obras que forman esta corriente, una temática
que sale con cierta frecuencia es las relaciones entre los personajes
femeninos, tanto entre las generaciones de mujeres como dentro
de una misma generación. El presente trabajo enfoca el
primero de estos fenómenos, las relaciones intergeneracionales,
en las obras Madre nuestra que estás en la tierra (1988)
de Ana Istarú y Mi mamá, ¿me ama? (2003)
y Tania a los treintitrés (2006) de Claudia Barrionuevo.
En las tres obras se destacan las tensiones y afinidades entre
abuelas, madres e hijas. Centrándose casi exclusivamente
en personajes femeninos, exploran cómo la mujer, dentro
de la dinámica de la familia, puede apoyar o luchar contra
la realidad sociopolítica patriarcal en la Costa Rica
actual.
Las obras de Istarú y Barrionuevo han
sido galardonadas en el extranjero, incluyendo Mi mamá, ¿me
ama? con el Accésit del Premio María Teresa
León en España. Las dos dramaturgas también
han ocupado otros puestos en el medio teatral. Istarú se
ha desempeñado como actriz, a veces en los montajes de
obras que escribió, y Barrionuevo ha dirigido obras de
su propia autoría y las de otros. Ambas dramaturgas expresan
un interés en explorar el mundo femenino en su teatro.
Refiriéndose a Madre Nuestra, Istarú explica
que quiere “revisar un poco el papel de la mujer misma
como reproductora de la ideología machista, en tanto que
madre” (Andrade y Cramsie, 226).2 Si
Istarú examina el papel de la madre, Barrionuevo enfoca
el papel de la abuela y la importancia de la amistad femenina,
haciendo que los personajes de sus obras sean casi exclusivamente
mujeres:
“Me gusta crear personajes femeninos
contradictorios no idílicos como creo que somos la mayoría
de las mujeres con nuestras cosas, nuestras debilidades, nuestros
deseos. Pero yo como dramaturga siento una gran responsabilidad
en general, no solo con los personajes femeninos sino con lo
que tengo que hablar, con lo que quiero defender, lo que voy
a tratar. Creo en la responsabilidad de hablar de cosas que
nos están pasando.” (Morera, 2005)
Como indica Barrionuevo, las relaciones entre
y dentro de las generaciones de mujeres en sus obras sirven para
cuestionar las normas sociales y combatir la desideologización
política que encuentra en Costa Rica, la cual ella define
como “una falta de solidaridad y de reflexión sobre
las cosas que pasan en nuestro país” (Morera, 2005).
Con estas palabras Barrionuevo identifica un mensaje que Mi
mamá y Tania comparten con la Madre
nuestra de Istarú.
En las tres obras analizadas en este trabajo,
los personajes son las diferentes generaciones de mujeres de
una familia que celebra un día feriado o el cumpleaños
de la más joven de la familia. Todas estas familias son
encabezadas por una mujer viuda, divorciada o soltera y el enfoque
en este tipo de familia por parte de las dramaturgas llama la
atención a la situación del 22 por ciento de los
hogares de Costa Rica que son encabezados por mujeres (Rosero
Bixby/Budowski, 2003: 229). En Madre nuestra, la acción
se desarrolla en la casa de la familia durante tres Nochebuenas,
a distancia de cinco años una de la otra. Dividida en
tres actos, la pieza enseña la dura situación económica
que enfrenta la familia, la hija Julia, la madre Dora y la abuela
Amelia, después de la muerte del padre. El espíritu
de la bisabuela Eva también desempeña un papel
importante en la obra. Hijas, madre y abuela también figuran
en Mi mamá y Tania. En la primera obra,
Barrionuevo desarrolla la acción el día del cumpleaños
de la hija adulta María Fernanda en su apartamento. La
llegada esperada de la abuela Virginia y la inesperada de la
madre Elena provocan inquietudes con respecto al árbol
genealógico de la familia con la ayuda de un amuleto mágico
que concede tres deseos. Las raíces desconocidas de la
hija Tania forman el argumento principal de la segunda pieza
de Barrionuevo examinada en este trabajo. Tania pasa la noche
que cumple 33 años en la casa de su tía Lorena,
quien para ella es una figura materna después de que sus
padres fueron matados en Nicaragua en los años setenta
y su abuela, que vive al lado de la casa de Lorena, se distanció de
su nieta y el resto de la familia.
Además de la genealogía de mujeres,
lo que tienen en común las tres obras es el conflicto
entre hija y madre. La causa de esta tensión es la posición
que los personajes adoptan con respecto a la identidad femenina
y la maternidad, particularmente, en una sociedad patriarcal.
El resultado es que la hija se aleja de la familia: María
Fernanda y Tania ya no viven en la casa familiar; Julia de adulta
trabaja mucho y pasa poco tiempo en casa. Todas buscan su propia
identidad y tienen dudas con respecto a casarse y ser madre.
Hasta María Fernanda, quien tiene una relación
muy estable con su novio Manuel, enfrenta un futuro incierto
cuando descubre que él posiblemente es su tío.
Para seguir adelante con su vida, la hija en cada obra tiene
que enfrentar el pasado y el modelo de “mujer” que
ha sido su madre. Este modelo, veremos, aunque es diferente en
cada obra, resulta ser desequilibrado, una versión “extrema” de
la maternidad que puede tener un impacto negativo en la hija.
La obra de Istarú, según Margo
Milleret, enseña cómo “motherhood itself
limits the subjectivity of women by providing very narrow definitions
of acceptable feminine behavior” (2004: 86). Dora, indica
Milleret, es una madre patriarcal, una madre que, según
nos explica Susan Suleiman, defiende al patriarcado, “whether
as alienated victim or self-righteous accomplice” (Milleret,
2004: 98; Suleiman, 1990: 166). Este tipo de madre trata de transmitir
su ideología a la próxima generación, como
hace Dora con su hija Julia:
“JULIA. A veces no sé qué voy
a hacer con mi vida. Qué voy a estudiar. Qué es
lo que más me gusta.
DORA. Vos tenés ese problema arreglado. Te casás
y ya está. Está bien una profesión, para
defenderse con algo. Pero una mujer necesita una casa. Y por
eso necesita un marido.” (278)
En lugar de estudiar en la universidad, Julia sigue la sugerencia
de Dora de ser estudiante de secretariado. Después de
la muerte de su esposo, Dora se mantiene firme en su creencia
de que el hombre debe ser el principal proveedor económico
de la familia. Los únicos ingresos de la familia después
de la muerte del padre son su pensión y lo que ganan
de la costura y el alquiler de propiedades. Para Dora es tan
importante tener un esposo que pueda ser un buen proveedor
que ella no rechaza el abuso sexual que sufre su hija a manos
de su novio Erick que viene de una familia adinerada:
“JULIA. ¡Es asqueroso tener diecinueve años
y no saber que tienes el derecho de decir que no!
DORA. Nadie te obligaba …” (300)
En lugar de solidarizarse con Julia, Dora afirma
el poder y la importancia del hombre en una sociedad patriarcal.
La ausencia del hombre es notada por Dora y su madre Amelia,
quien extraña a su hijo que se fue de la casa familiar
y cuyo paradero ahora se desconoce.
La posición que adopta la madre con
respecto a su identidad como mujer no es la única que
Istarú cuestiona en la obra. Margarita Rojas y Flora Ovares
observan que “los diálogos entre las tres mujeres
dejan manifiesta la censura del texto sobre las posiciones de
todas,” incluyendo “la resignación y la religiosidad” de
Amelia y cómo Julia “como forma de alejamiento,
cultiva relaciones fugaces con los compañeros de su oficina” (309).
Amelia explica que sus rezos a la Virgencita y San Antonio para
quitarle las ganas de ir al cine, diversión a la cual
se opone su esposo, tuvieron el siguiente resultado: “Ya
nunca más volví a pensar” (269). Si bien
puede ser que ella solamente se refiera a no volver a pensar
en ir al cine, también se puede interpretar que en general
ella se conformó con las normas sociales y dejó de
luchar en contra de las limitaciones impuestas por su esposo.
Su nieta Julia sí se rebela y casi está al punto
de mudarse de la casa. Sin embargo, revela que ha salido con
diecinueve hombres en cinco años y está muy confundida
con respecto a su propia identidad.
En la búsqueda de esta identidad, Julia
tiene una aliada, su bisabuela Eva. El espíritu de Eva
se representa con una edad de 30 años, lo cual, según
Rojas y Ovares “la aproxima a su bisnieta” y resalta
la cercanía de las posiciones de las dos (310). Eva, explica
Amelia,
“era atrevida para su época,
criticando la religión, lecturas de Krihnamurti, charlas
de la Sociedad Teosófica o a las ‘tenidas’ de
los masones. En aquella época era muy mal visto.” (269)
También se opuso a un matrimonio arreglado,
lo cual resultó en el castigo de tener que trabajar en
la cocina por un año. La bisabuela observa la acción
en el escenario, simpatizando con la situación de Julia,
desaprobando con sus gestos la actitud de Dora y sale al final
de la obra cuando Dora y Julia intentan comprenderse. Podemos
encontrar alguna esperanza en cuanto al futuro cuando Julia se
da cuenta de la importancia de su propia subjetividad:
“Uno no puede pasarse la vida suplicando
por el amor de un padre, o de un marido. O el de un hijo, como
abuelita. Más bien, algún día alguien
va a pedir mi amor. Y ese día no puedo tener las manos
vacías.” (305)
El apoyo que Eva y, eventualmente Dora, dan
a Julia representa otra configuración de la maternidad,
que Milleret describe como una posibilidad “that women
can turn to each other for nurture and care, for a sense of value,
and to form alliances as a method of resistance to their manipulation” (152).
La necesidad de buscar otra configuración
de ser madre la encontramos también en las dos obras de
Barrionuevo. Aunque las generaciones mayores no son madres patriarcales
como Dora en Madre nuestra, sus versiones de la maternidad
hacen que la generación joven tenga serias dudas con respecto
a su futuro. En Mi mamá, la abuela Virginia,
que prefiere que no le llamen abuela, es la mala madre
según las normas patriarcales, la que dejó a su
esposo y a su hija para vivir con un amante en México.
Según Virginia, la sociedad de su tiempo no le ofreció otra
opción que la de abandonar a su familia. Si bien es cierto
que se aprobó el sufragio femenino en Costa Rica en 1949,
durante la niñez de Virginia, las ideas progresistas de
ella no encajaban en el esquema social dominante de la época.
Aunque Virginia amaba al padre de Elena, un cantante mulato del
Brasil que, sin saber todavía del embarazo, quería
que ella huyera con él, Virginia no se atrevió a
hacerlo porque “eran los años sesenta. Yo no podía
dejar a mi esposo y huir con un negro” (137). Negando ser
racista, Virginia le explica a Elena que basó su decisión
en cómo “así lo veían los demás.
Yo no. Lo adoraba. Nunca volví a sentir esa pasión” (137).
La única salida para Virginia, descontenta en su matrimonio,
es abandonar el papel de madre cuando su hija es joven, pero
vemos, al estar ella de vuelta a Costa Rica, el efecto de su
decisión.
La hija de Virginia, Elena, es un ejemplo que
cómo la mujer ha superado algunas de las barreras impuestas
por el patriarcado. En cierto sentido participa de los avances
de la segunda ola del feminismo, cuando adquiere la mujer más
acceso a la educación y las profesiones.3 Elena
es abogada y encabeza a la familia después de un divorcio.
Sin embargo, su comportamiento revela una obsesión con
ser “la buena madre” o “la suficientemente
buena madre,” un modelo que Suleiman explica se caracteriza “not
only by tenderness and the ‘masochistic-feminine willingness
to sacrifice’ but above all by her exclusive and total
involvement with her child” (Suleiman, 1985: 355). Irónicamente,
al ser “la buena madre” en una sociedad patriarcal,
Elena no es la mejor madre para sus dos hijas ya que no les da
la libertad de explorar su propia identidad. María Fernanda
se da cuenta de que ni su abuela ni su madre es el modelo ideal
de madre:
“Mi abuela renunció a ser madre.
Mi mamá, en cambio, se lo tomó muy en serio.
De verdad es agobiante. Respira a través mío
y de mi hermana. Nos da más atención de la que
soportamos.” (115)
El impacto en María Fernanda es tan
serio que ya no vive con Elena y no piensa ser madre.
Gracias a la intervención del amuleto
mágico, el regalo de cumpleaños que recibió María
Fernanda de Virginia, Manuel no resulta ser el tío de
María Fernanda y las generaciones mayores de mujeres se
dan cuenta de cómo su comportamiento ha afectado a María
Fernanda y su hermana Laura, quienes luchan contra la bulimia
y la maníaco-depresión respectivamente. Elena explica
que el abandono de su madre tuvo un profundo impacto psicológico
en ella y que “traté de ser una madre opuesta a
la que tuve” (141). Virginia señala que el tipo
de madre que es Elena no ayuda la enfermedad maníacodepresiva
de Laura porque “porque estás pendiente de ella
día y noche. No tenés vida y no dejás que
ella tenga vida tampoco” (141). La cuestión de tener
vida, nos enseña la obra, es una situación social
de uno u otro; o sea, para “tener vida,” una mujer
tiene que dejar de ser madre y para “ser una buena madre” tiene
que dejar de “tener vida.” Suleiman ha comentado
este fenómeno que enfrentan las escritoras que son madres,
el cual me parece pertinente para cualquier madre que busca la
creatividad personal, y la necesidad de buscar una alternativa
(Suleiman, 1985: 360). El conflicto entre las generaciones en Mi
mamá empieza a resolverse mediante el diálogo
entre Virginia y Elena en el cual examinan su comportamiento
como madres. La reconciliación entre abuela, madre e hija
es sumamente importante para el desarrollo de un futuro prometedor
para María Fernanda y su relación romántica
con Manuel.
En Tania a los treintitrés,
también vemos cómo una madre tiene un profundo
impacto psicológico en su hija. Lorena explica que el
ambiente represivo en el que la crió su madre facilita
que Lorena guarde por muchos años un secreto sobre la
paternidad de su sobrina Tania. Por fin, en la noche cuando Tania
cumple treinta y tres, la misma edad que tenía la mamá de
Tania cuando fue matada en Nicaragua, Lorena rompe con su silencio
y le revela la verdad:
“Si supieras el montón de veces
que se me atragantó aquí … no podía
respirar … sentía que si gritaba, si lograba
hablar sería mejor …sólo que mamá me
educó para ser muda …” (42)
Lo que lleva a Lorena a esta revelación
es la decisión de Tania de ir a Nicaragua en busca de
la familia del hombre que piensa que es su padre. Aunque Tania
ha alcanzado éxito en la carrera como abogada y se ha
mudado a su propio apartamento, al enterarnos de que está en
terapia psicológica y que luchó contra una adicción
a las drogas por receta, queda evidente que le falta algo en
el aspecto personal de la vida. El alejamiento de la abuela después
de la muerte de su esposo e hija, la madre de Tania, afectó profundamente
a Lorena y Tania. Tania, de niña, no comprendió la
dolorosa situación y Lorena formó una vida independiente,
estableciendo su propio hogar donde criar a su sobrina.
Aunque tía y sobrina formaron una sólida
relación, aparecen algunos conflictos entre ellas en el
presente. Lorena afirma la importancia para ellas de mirar hacia
el futuro, pero Tania señala que primero tienen que enfrentar
el pasado donde “atrás hay muchas puertas abiertas” (33).
Esta imagen de la puerta abierta y la necesidad de cerrarla para
seguir adelante con la vida sugiere la importancia de enfrentar
el pasado, reflexionar sobre ello, para poder tomar decisiones
con respecto al futuro. Si bien Tania parece referirse solamente
a su propia vida al hacer este comentario, mientras leemos la
obra, nos damos cuenta de que también se puede aplicar
a la vida de Lorena. Como Elena en Mi mamá, Lorena
se forja una carrera en lo que describe Tania como “trabajos
de investigación social” (33). Al igual que Elena,
Lorena se encuentra en la situación social de uno u otro
con respecto a la maternidad en una sociedad patriarcal. Sin
embargo, a diferencia de Elena, quien invierte toda su energía
en ser madre, Lorena se dedica a su carrera, como se lo indica
su sobrina:
“TANIA. Tu vida no puede ser sólo
trabajar.
LORENA. ¿Qué otra cosa puedo hacer? No tengo
marido, no tengo hijos …” (35)
Si desarrollar una vida profesional no le permite
a Lorena casarse ni tener sus propios hijos, nos preguntamos
si esto también será cierto en la próxima
generación, la de Tania.
En algunos aspectos, Tania es diferente de
su tía, particularmente con respecto a su actitud hacia
los inmigrantes nicaragüenses en Costa Rica. Mientras Tania
aprecia los platos preparados por Alba Luz, la empleada doméstica
nicaragüense de Lorena, su tía opina que los nicaragüenses, “estos
lo único que traen es miseria, enfermedades y delincuencia” (36).
Las posiciones de tía y sobrina sobre los nicaragüenses
representan las de diferentes sectores de la sociedad costarricense
tanto en el presente como en los años setenta, un momento
de gran efervescencia política en Costa Rica cuando muchos
simpatizaban con la causa sandinista. Deseando más información
sobre su padre nicaragüense, Tania cuestiona lo que pasa
en su propia familia y, también, la realidad social de
su país. Su decisión de ir a Nicaragua en busca
de la familia de su padre hace que Lorena le revele el secreto
de su paternidad, que su verdadero padre es un médico
cubano. El desvelamiento de la verdad establece una nueva etapa
en la relación entre Lorena y Tania. La sobrina va a viajar
a Cuba a buscar a su padre, explicando así la necesidad
de explorar su pasado para saber quién es en el presente
y hacia dónde va en el futuro: “Tengo que encontrar
un hilo que me lleve hasta mí” (44). Lorena decide
acompañarla, reconociendo la importancia de aclarar la
incertidumbre:
“LORENA. Ojalá que puedas cerrar
todas esas puertas que quedaron abiertas.
TANIA. Ya cerré algunas. Y en Cuba … tal vez …
LORENA. Quién sabe … ¿Vamos?” (46)
Estas últimas palabras de la obra nos
dejan con la idea de que las dos mujeres han empezado a enfrentar
el pasado. Su futuro es incierto, pero van juntas, apoyándose
en lo que venga.
Tanto Madre nuestra como Mi mamá y Tania tienen
un final abierto. No sabemos qué pasará en la vida
de los personajes femeninos, pero las obras nos dejan con la
vislumbre de un acercamiento entre las generaciones de mujeres.
Las generaciones mayores analizan el modelo de madre y mujer
que han sido, captando la influencia que ha tenido en sus hijas.
Las generaciones jóvenes se dan cuenta de la importancia
de tener su propia vida, de explorar su creatividad personal.
Una resolución al conflicto entre generaciones, tanto
en las tres obras como en la vida del público, sólo
es posible si las mujeres se escuchan y se apoyan, si buscan
formas alternativas de maternidad.
© Elaine
M. Miller
Obras Citadas
Arriba
Barrionuevo, Claudia, 2006: “Tania a los
treintitrés”, en: Conjunto 139: 31-67.
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San José, Costa Rica: Editorial de la Universidad de Costa
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en: Drama contemporáneo costarricense: 1980-2000. Eds.
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Heywood, Leslie/Drake, Jennifer (eds.), 1997: Third
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University of Minnesota Press.
Istarú, Ana, 2000:. Madre nuestra
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Editorial de la Universidad de Costa Rica, 307-16.
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Shirley Nelson Garner, Claire Kahane y Madelon Sprengnether.
Ithaca: Cornell University Press.
Suleiman, Susan, 1990: Subversive Intent:
Gender, Politics, and the Avant-Garde. Cambridge: Harvard
University Press.
Notas
Arriba
vuelve 1. Las
estudiosas Carolyn Bell y Patricia Fumero acuñaron el
nombre La Nueva Ola para esta generación de dramaturgos
costarricenses. Ver el ensayo de Bell, “El teatro costarricense
en transición,” y el de Fumero, “Teatro y
política cultural en Costa Rica (1950-2000).” La
dramaturga costarricense Ana Istarú ha señalado
la presencia de “una dramaturgia femenina nacional” en
su país (Salas Murillo).
vuelve 2. Margo
Milleret incluye esta misma cita de Istarú en su libro Latin
American In/On Stages.
vuelve 3. Para
más información sobre la creación de las
categorías primera, segunda y tercera olas del feminismo que
sirve para trazar la historia del feminismo en varias sociedades
del mundo, ver las colecciones de ensayos editadas por Nicholson,
y Haywood y Drake.
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