Janis Krugh

 

Hombres condimentados, mujeres sin sal: Una dieta en desequilibrio
o un acercamiento a Hombres en escabeche de Ana Istarú

 

University of Dayton, EE.UU.

janis.krugh@notes.udayton.edu

 

Notas | Obras Citadas


Estrenada en 2000 en San José, Costa Rica, la obra teatral Hombres en escabeche (1999) de Ana Istarú expone la lucha de la mujer por la liberación y la igualdad en el orden social. La Niña/Novia –papeles interpretados por una sola actriz– comenta las normas dobles que la mujer subyugada en la sociedad falocéntrica ha tenido que aguantar: los tabúes en cuanto a su lenguaje, su sexualidad y su comportamiento en general, a la vez que se le considera inferior al hombre en todo sentido excepto en lo espiritual. Se examinarán los varios modos en que la dramaturga costarricense cómicamente transgrede las convenciones patriarcales, así afirmando una liberación femenina, lo cual posibilita transformaciones igualitarias en el orden falocrático. Se enfocará la ideología feminista presentada en la pieza mediante el lenguaje y el uso extenso del monólogo, elementos que se asemejan a Los monólogos de la vagina (1998) de Eve Ensler.

En cuanto a la temática de las obras mencionadas, coinciden en que las dos discuten la identidad femenina por medio de las varias de las experiencias únicamente compartidas por las mujeres: el desarrollo de los pechos y la compra del primer sostén y el aborto espontáneo en Istarú; la menstruación, la penetración vaginal y el embarazo en las dos; el orgasmo múltiple, el parto y el sexo lésbico en Ensler. Se percibe a Ensler y a Istarú como subversivas o revolucionarias ya que no recurren a las divisiones teatrales tradicionales de actos y escenas, prefiriendo utilizar elementos metateatrales. Estructuralmente, Ensler hace uso de monólogos basados en extractos de entrevistas, intercalándolos con hechos tomados de fuentes periodísticas o enciclopédicas. Tanto en Hombres en escabeche como en Los monólogos de la vagina, las protagonistas siempre están conscientes de dirigirse a los espectadores, lo cual implica un posible diálogo. Hombres en escabeche empieza como un monólogo en que Alicia, vestida de novia, espera a un hombre, al que será su esposo. Sin embargo, al dirigirse al público, la protagonista invoca a siete hombres que han tenido un impacto fuerte en su vida: su hermano (Andrés), su papá, el primer novio, el Filósofo (su primer amante), el Yupi, el Músico y el Desconocido. Estas invocaciones sirven para presentar escenas retrospectivas en que Alicia dialoga con ellos, rompiendo la estructura lineal del tiempo y posibilitando tanto un fluir entre el pasado y el presente como un fluir de conciencia, aunque técnicamente, estos diálogos forman parte del monólogo de la protagonista. Además, por medio del monólogo y estos diálogos el público ve el desarrollo psicológico de Alicia desde niña; es decir, cómo construye su identidad femenina. Una última razón por la cual el uso del monólogo interior resulta apropiado en las dos obras es que, de acuerdo con Julia Kristeva, el discurso femenino puede describirse como un discurso semiótico / ilógico de lo inconsciente, lo atemporal, lo reprimido y lo transverbal (Macaya, 1992: 87), lo opuesto del “discurso simbólico, lógico y coherente del patriarcado” (Acón Chan, 2004: 2).

En su conocido estudio sobre el marianismo como complemento del machismo, Evelyn Stevens define el término como las normas de comportamiento femenino basadas en el culto a la superioridad espiritual de la mujer con respecto al hombre (91), notando que tanto el vocablo como el concepto provienen del culto a la Virgen María y que su enfoque principal reside en el papel maternal de la mujer y su infinita capacidad para la humildad y el sacrificio (91, 94), un modelo ideal imposible de imitar.1 Stevens agrega que la sociedad machista con sus morales dobles, al prescribir la castidad premarital y frigidez posnupcial para la mujer, ordena que la mujer “decente” o “buena” no goce del coito sino que sólo lo aguante como un deber matrimonial (96). Del mismo modo, según el ya clásico estudio de Octavio Paz en El laberinto de la soledad, la mujer “decente” se califica por su prudencia, pudor, pasividad y sumisión a los hombres de su familia; en suma es “un instrumento” u objeto del hombre, “... un reflejo de la voluntad y querer masculinos” (31-32).

El personaje femenino de Hombres en escabeche alude al condicionamiento socio-sexual que recibió, al comentar que aprendió de niña cuáles eran las expectativas en relación con la conducta femenina:

“... hice todo lo que me ordenaron ... poner la mesa, quitar la mesa, lavar los platos, secar los platos, guardar los platos, poner la mesa. Sentarme con las piernas cerradas. No rascarme en público, no bostezar en público. No hablar en público ... pedí permiso para retirarme, permiso para quedarme, permiso para pedir permiso.” (66-67)

En otro momento, al comentar lo difícil que es ser mujer, observa que ser mujer se define por lo que no se le permite hacer:

“... una mujer no puede (ser mujer se define por los ‘no puede’) sentarse sola en un parque sin que la hostigue una horroroteca de tipos más feos que el déficit cambiario, salir indemne de un autobús repleto, ser presidente de la FEDEFUTBOL, graduarse de doctora uróloga o decir malas palabras” (75).

En lo tocante a los tabúes lingüísticos impuestos a la mujer, con las primeras palabrotas que salen, una voz de la cabina de luces aparentemente censura a Alicia:

“En clase de costura no me salía el punto en cruz, y un buen hijueputazo. Se me olvidaba el ‘Yo, pecador’ en el catecismo y un ¡a la mierda! bien dado. ¿Perdón? (Se tapa los ojos con la mano, a fin de evitar la luz de los reflectores y comprender lo que le dicen de la cabina de luces). ¿Cómo? (Pausa). Está bien, lo siento. Lo lamento mucho, parece que no se permiten malas palabras en este teatro. Como en la clase de catecismo. Sólo que aquí no tengo que confesarme con el luminotécnico.” (67-68)

Comenta la protagonista que su hermano “tenía derecho a salpicar toda una conversación con el producto de la excreta”, pero si ella decía “¡púchica”, la “veían torcido” (75). Por eso, aprendió a utilizar eufemismos y palabras cultas por palabrotas: “galleticas de maicena” por los senos, “la espada de fuego de San Miguel Arcángel” por el placer de la penetración vaginal, “consumir hombres sin filtro” por tener relaciones sexuales sin condón, “vástago de meretriz” e “hijo de la gran ... Bretaña” por hijo de puta, “el proxeneta”, “la hetaira” y “la meretriz” por prostituta. Cuando Alicia hace uso de estos vocablos, obedeciendo a las restricciones impuestas a las “mujeres decentes”, “el efecto es tan cómico que ... provoca identificación con su lenguaje marginal”, y resulta “todavía más jocoso porque no es la norma” (Acón Chan: 2004, 7).

Como se vio anteriormente, la cabina de luces sirve para recordarle al público el orden falocrático y las prohibiciones lingüísticas que le impone a la mujer. Después de que Alicia acaba de relatar la ruptura de su relación con el Filósofo, hay otro incidente en que se le censura mientras ella lanza injurias al Filósofo:

“¡Desdichado! ¡Malparido! ¡Ampolla, pústula, bodrio! ¡Adefesio emocional! ¡Amorcida! ¡Egodicto! ¡Puercólatra! ¡Pécoro! ¡Idi Amín! ¡Neoliberal! ¡Cardumen! (Escucha algo que le dicen de la cabina de luces). ¿Qué? (Pausa). ¿Qué me importa que cardumen no sea insulto? ¿Querés insultos? ¡Hijo de la gran pííííp! (Imita el sonido con el que se censuran en la televisión las malas palabras). ¡Pedazo de pííííp! ¡Andate cuarenta veces a la repííííp! ¡Pííííp! ¡Píp! ¡Píp! ¡Píp! (Pausa final). ¡Pííííp!” (120)

Aquí la protagonista no sólo transgrede el tabú lingüístico anteriormente mencionado sino que se libera de él. Al imitar el sonido censorial, le quita al hombre el poder de callarla, sarcástica y humorísticamente autocensurándose a la vez que evoca en la mente del oyente las palabras prohibidas sin decirlas. Leilah Assunção, dramaturga brasileña, ha comentado la necesidad de rebelarse contra estos interdictos lingüísticos para la mujer: “Using ... obscenities was taking the power of my own sexuality back into my hands ...” (France/Corso, 1993: 149), una idea afín a la de Cixous.2
El padre de la protagonista ejemplifica perfectamente la definición del macho propuesta por Paz:

“... el hecho es que el atributo esencial del ‘macho’, la fuerza, se manifiesta casi siempre como capacidad de herir, rajar, aniquilar, humillar. Nada más natural, por tanto, que su indiferencia frente a la prole que engendra.” (Paz, 1959: 74)

La protagonista ha sufrido de varios modos por esta indiferencia paternal, pero quizás el más hiriente es que el padre aparentemente ni siquiera recuerda su nombre, llamándola de una manera distinta cada vez que la ve. Como indica Luce Irigaray (2002: 12), “[t]he proper name best represents the paradox of the engendering of ‘1* out of <zero>” (12). Consecuentemente, cada vez que el padre llama a Alicia por otro nombre, la aniquila metafóricamente, quitándole una parte esencial de su identidad, intentando volverla a cero. Cuando el padre la llama “María”, Alicia sale del diálogo con él, dirigiéndose al público:

“¡María! ¿María la criada o María la Santa Madre? ¡O mejor ambas! ¡Dame de comer! ¡Ahora me llamo mamá! (Grita). ¡Para que te enterés: me llamo Lucrecia Borgia, Circe, Morgana! ¡Dalila! ¡Medea! (Llora). ¡Me llamo Alicia!” (146)

Al pronunciar cada nombre, Alicia se identifica con mujeres históricas o míticas reconocidas por ejercer cierto poder sobre el hombre al violar las normas de conducta femenina establecidas por el patriarcado, o sea,

“... convoca a la diosa que vive dentro de ella y da vida a esas antepasadas, hermanas de infortunio y estigma social, quienes al desafiar tiempo y espacio, se refinen con su descendiente femenino y evocan un regreso a las sociedades matriarcales previas al patriarcado de Occidente”. (Acón Chan, 2004: 8)

En un momento el personaje femenino –de niña ya en su etapa edípica con la concomitante envidia del pene– le cuenta al público cómo notó que su hermano ganó más atención y aprobación paternas que ella. Determinada a descubrir lo que los diferenciaba para poder remediar la situación, Alicia cómicamente confiesa que lo espió en el baño:

“... y ahí lo comprendí todo: él orinaba de pie, igual que papá. ¡Qué alivio! Si era sólo eso, yo estaba dispuesta a hacer un rápido aprendizaje de la materia. Me enfrenté al inodoro con una gran fe en mí misma, separé un poco las piernas y me dispuse a lanzar con distinción y donaire un radiante chorro. Aquel fracaso marcó mi vida. El baño parecía un jacuzzi y yo una sobreviviente del Titanic. Comprendí dos cosas: por qué debía sentarme, con las piernas cerradas, y por qué papá quería a mi hermano: tenía mejor puntería.” (67)

Como Alicia no podía imitar al macho en este aspecto por razones anatómicas, procuró imitarlo al jugar al fútbol y decir palabrotas, otras formas de conducta aceptables para los hombres pero no para las mujeres.

Alicia comunica su conciencia de la moral doble en varios momentos, notando que “... el sexo, o ... el libre ejercicio de la sexualidad, acarrea consecuencias muy distintas según uno sea damita o caballero”, explicando que una mujer que pierde su virginidad antes de casarse

“... se convierte ipsofácticamente en una resbalosa, sometida, jabonera, turra, perdida, prostituta, tipa, ramera, meretriz, hetaira (también del diccionario), gata, perra, zorra, pécora, cuarenta, mujerzuela, mujer de la calle, mujer de mala vida, mujer de vida alegre, o mujer pública, que por supuesto, nada tiene que ver con hombre público” (77).

Así, Istarú señala la misma oposición binaria entre la Virgen y la Chingada expuesta por Paz en El laberinto de la soledad (76-77). En cambio, un hombre en la misma situación se considera “un don Juan, un Casanova, un Valentino, conquistador, seductor, matador, azotador, playboy, latin lover, jungle fever” (Istarú, 77). De ahí, Alicia saca la conclusión que

“el honor de una mujer se encuentra en un sitio muy específico de su anatomía, por una broma cruel, católica y apostólica de la naturaleza. Y perderlo era más grave que perder el pasaporte en un golpe de estado en Uganda.” (77)3

En otro momento de la obra, después de que Alicia le confiesa al Yupi que no es virgen, éste refuerza la machista visión binaria de la mujer cuando decide no llevarla a conocer a sus padres, sugiriéndole que se vayan juntos a “un paraíso escondido en la montaña” (137) a pasar el fin de semana.

Otro momento en que la Novia se refiere a su conciencia de esta dualidad femenina se observa cuando al final de una sesión de intercambiarse besos apasionados con el primer novio, éste la abandona para satisfacerse con otra:

“Lo que nunca nos contó Moisés ni me enseñaron en el catecismo, es que hay dos tipos de mujeres: la una y la otra. La una era yo, la noviecita pulcra, digna de ser presentada a mamita, y la otra era ‘la otra’, la que podía comerse al novio entero, sin cubiertos y con mostaza.” (94)

La protagonista rompe definitivamente con estas normas sexuales cuando decide ser “la otra” al conseguir un amante. Sin embargo, esta relación con el Filósofo también le presenta problemas. Como Alicia nunca alcanza un clímax en el acto sexual, el Filósofo se disculpa, informándole estereotípicamente que “todas las mujeres son lentas” (111), pero cuando un editor decide publicar un artículo de Alicia en vez de el del Filósofo, éste, sintiéndose amenazado por sentimientos desnaturales de inferioridad o tal vez de sensaciones de incompetencia sexual, se burla de la posibilidad que ella haya escrito algo digno de ser publicado:

“FILÓSOFO: –¿Y se puede saber sobre qué es tu magistral y esclarecedor artículo?
ALICIA: –Sobre un santo que no conocés ni por el forro.
FILÓSOFO: –¡No te lo puedo creer! ¿Santa Frígida?
ALICIA: –¡No! ¡San Clítoris Arcángel!” (119)

Así, transgrediendo todas las barreras lingüísticas impuestas a la mujer así como las del comportamiento sexual, Alicia nombra la parte de su anatomía que ha sido ignorada por su amante, disminuyendo su superioridad machista. Al usar abiertamente el término “clítoris”, Istarú, de acuerdo con el feminismo cisouxiano, por medio de la voz de la protagonista, hace que la mujer escriba su propio cuerpo (o en este caso, lo pronuncie)4 y se lo recupere (Cixous, 1997: 350-51) y a la vez, se puede sostener que afirma también su derecho al clímax y al goce sexual (Irigaray, 2000: 249).
Como la cocina y la preparación de comidas han tradicionalmente formado parte de la esfera femenina en la cultura patriarcal, no queda sorprendente la cantidad de metáforas alimentarias usadas en la obra. El personaje femenino a veces recurre a este tipo de imagen como reflejo de su bajo nivel de autoestima, como es el caso cuando alude al hecho que su papá siempre se equivoca de nombre cuando la llama: “Como la gelatina dietética, que nadie la prueba por insulsa. Insulsa Pocacosa, así debió llamarme (66).” En otra ocasión, cuando Alicia habla de un momento de su adolescencia en que notó que los senos ya empezaban a hacerse visibles, los llama “[d]os galleticas de maicena (70)”. Habiendo salido a comprarse su primer sostén, vuelve a hablar de sus “galleticas de maicena” (74), aprovechando la oportunidad de burlarse de su busto pequeño: “Sólo pude comprar dos parches de tela, 32 triple A. Yo soñaba con un brassière y me tocaron los anteojos de Woody Allen” (75). El comentario le parece gracioso al público, en parte porque la comparación es inesperada; no obstante, al recordar esa época de su juventud, a muchas mujeres les provoca risa ya que pueden identificarse tan plenamente con la protagonista. En otra ocasión, como cualquier mujer “buena”, Alicia habla de haber aprendido “... a hacer galletas de limón, de maní, de avena, de mantequilla, de chocolate, cuadritos crocantes de nuez y strudel de manzana” (89) para dejarle buena impresión a su primer novio por sus destrezas culinarias, para así demostrarle que sería buena candidata matrimonial. Durante su iniciación sexual, el Filósofo la llama “Dulce higo berberí, dátil de Marruecos” (108), dos frutos asociados con la sexualidad: el higo asociado en la antigua Grecia con la fertilidad por su aparente semejanza a la vulva (Allende, 1997: 161), y el dátil que se relaciona con “la potencia viril” (Allende, 1997: 159).

Sin duda, las metáforas alimentarias más significativas se ven cuando el personaje femenino se compara, como una “mujer decente” con “la otra”:

“¿Cómo era la otra? La versión humana del spaghetti alla putanesca, arrabbiata, con aglio, acciughe et molto peperoncino. ... (Se mira las piernas y las junta con gesto recatado. Suspira.) Spaghetti alla putanesca. ¡Yo que no llegaba ni a lasaña de espinacas! Me sentía fea, me sentía flaca, me sentía gorda, me sentía más bruta que un queso ricotta. Tenía vergüenza de ser virgen y vergüenza de llegar a no serlo. Pero no importaba. Habría dado cualquier cosa por un hombre en escabeche.” (100-01)

Estos términos “spaghetti alla putanesca” y “lasaña de espinacas” se repiten durante los ritos sexuales de Alicia y el Filósofo (115-16) como un código: el primero para referirse a un acto más caliente y el segundo, un acto todavía sabroso pero algo más soso. Por la descripción del spaghetti alla putanesca, queda patente que se trata de un plato riquísimo en sabores y que da gusto; sin embargo, se evidencia el poco amor propio que tiene Alicia, como cree que aún un queso ricotta tenga más inteligencia que ella. Cada vez que la protagonista se compara con un alimento, se refiere a algo que no tiene ni textura ni sabor. Empero, el hombre está en escabeche, lo cual le condimenta.5 Así, por medio de estas metáforas, lo que comparten los hombres con “el otro tipo de mujer” –la que no obedece a la doble moral del orden fálico– es el sabor rico por ser condimentados, a diferencia de la mujer “decente”, quien queda insípida, sin sal, sin opciones o posibilidades..

La obra teatral termina al volverse a empezar, pero esta vez cuando la protagonista declara que está esperando a un hombre, “[s]u traje parece aún más deslucido y cuesta reconocer en él un vestido de novia” (155). Al aparecer el Desconocido vestido de novio en busca de una mujer, Alicia y él entablan un diálogo que se diferencia de los intercambios que ha tenido con otros hombres ya que el Desconocido, a diferencia del macho del orden patriarcal, no teme mostrar su vulnerabilidad ni compartir sus experiencias dolorosas. En suma, esta estructura circular de la obra, junto con su desenlace abierto,6 subraya el carácter ritual de la pieza, el cual implica liberación y renovación.7

Aunque no se sabe cómo sale el encuentro con el Desconocido, la dramaturga inserta un tono esperanzador ya que él, al igual que Alicia, va liberándose y reinventándose. Así, el mensaje de Istarú posiblemente podría ser que la única posibilidad de alcanzar una relación igualitaria está en la reinvención simultánea del hombre y de la mujer en que el/la amado/a busca la unión completa, volviendo el objeto de su deseo en sujeto (Paz, 1993: 125) y en que se demuestra respeto por el/la otro/a (Cixous, 1997: 78). Puesto que en este nuevo orden habría alternativas a los viejos patrones binarios del patriarcado, las transformaciones deben producir relaciones igualitarias, liberadoras y humanizantes para todo ser humano, incluso los marginados u oprimidos.8

© Janis Krugh


Obras Citadas

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Acón Chan, Lai Sai, 2004: “Los monólogos de la vagina y Hombres es escabeche: Reescritura de la sexualidad femenina como una liberación de los tabúes patriarcales que han mantenido a la mujer subyugada”, en: Revista de Filología y Lingüística de la Universidad de Costa Rica 30.1, enero-junio: 41-50.

Allende, Isabel, 1997: Afrodita: Cuentos, recetas y otros afrodisíacos. Barcelona: Plaza & Janés Editores.

Andrade, Elba/Cramsie, Hilde F., 1991: Entrevista con Ana Istarú, en: Dramaturgas latinoamericanas contemporáneas: Antología crítica. Madrid: Editorial Verbum, 225-30.

Bajtín, Mijail, 1974: La cultura popular en la Edad Media y Renacimiento. Barcelona: Barral Editores.

Cixous, Hélène, 1997: “The Laugh of the Medusa”, en: Feminisms: An Anthology of Literary Theory and Criticism. Ed. Robyn R. Warhol and Diane Price Herndl. Rev. ed. New Brunswick, NJ: Rutgers University Press, 347-62.

Cixous, Hélène/Clément, Catherine, 1975: The Newly Born Woman. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Daly, Mary, 1973: Beyond God the Father: Toward a Philosophy of Women’s Liberation. Boston: Beacon Press

Driver, Tom F., 1973: The Magic of Ritural: Our Need for Liberating Rites that Transform our Lives and our Communities. Boston: Beacon Press.

Ensler, Eve, 1998: The Vagina Monologues. New York: Villard8.

France, Anna Kay/Corso, P.J. (ed.), 1993: “Eroticism, Sexual Identity and Politics”, en: International Women Playwrights: Voices of Identity and Transformation–Proceedings of the First International Women Playwrights Conference, Oct. 18-23, 1988. Metuchen, NJ & London: Scarecrow Press, 146-61.

Frye, Northrop, 1957: Anatomy of Criticism. Princeton, NJ: Princeton University Press.

Giddens, Anthony, 1992: The Transformation of Intimacy: Sexuality, Love and Eroticism in Modern Societies. Stanford, CA: Stanford University Press.

Irigaray, Luce, 2000: “Body Against Body: In Relation to the Mother” en: French Feminism Reader. Ed. Kelly Oliver. Lanham, MD: Rowman & Littlefield Publishers, 241-52.

Irigaray, Luce, 2002: To Speak in Never Neutral. New York: Routledge.

Istarú, Ana, 2003: Hombres en escabeche, en: Baby Boom en el paraíso / Hombres en escabeche. San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica, 61-165.

Macaya, Emilia, 1992: Cuando estalla el silencio: para una lectura femenina de textos hispánicos. San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica.

Mora, Gabriela, 1982: “Crítica feminista: Apuntes sobre definiciones y problemas”, en: Theory and Practice of Feminist Literary Criticism. Ed. Gabriela Mora y Karen S. Van Hooft. Ypsilanti, MI: Bilingual Press/Editorial Bilingüe, 2-13.

Paz, Octavio, 1959. El laberinto de la soledad. México: Fondo de Cultura Económica.

Paz, Octavio, 1993: La llama doble: Amor y erotismo. Barcelona: Editorial Seix Barral.

Stevens, Evelyn, 1973: “Marianismo: The Other Face of Machismo in Latin America”, en: Female and Male in Latin America: Essays. Ed. Ann Pescatello. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 89-101.

(Los ensayos recopilados por Pescatello se encuentran también traducidos al español en Hembra y macho en Latinoamérica. México: Editorial Diana, 1977. El ensayo de Stevens también se publicó en los siguientes libros: Gender Basics: Feminist Perspectives on Women and Men. Ed. Anne Minas. Belmont, CA: Wadsworth Publishing Co., 1993, 483-90; y Confronting Change, Challenging Tradition: Women in Latin American History. Ed. Gertrude M. Yeager. Wilmington, DE: Scholarly Resources, 1994, 3-17.)


Notas

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vuelve 1. Mary Daly subraya la imposibilidad de imitar este modelo: “This impossible ideal ultimately has a punitive function, since, of course no woman can really ‘live up’ to it. (Consider the impossibility of being both virgin and mother.) It throws all women back into the status of Eve and essentially reinforces the universality of women’s low caste status.” (1973: 62)

vuelve 2. Según Daly, esta recuperación del derecho a darle nombre a su mundo y a ponerse nombre a sí misma es la base de la liberación de la mujer (1973: 8). Mijail Bajtín también confirma que el uso de palabrotas se presta “... a la creación de una atmósfera de libertad ...” (1974: 22).

vuelve 3. Varios escritores, incluso ciertas autoras feministas, han comentado que la revolución sexual que acompañó la primera etapa del movimiento feminista, no trajo una verdadera liberación sino más bien otras formas de cosificación, esclavitud y degradación. Véase, por ejemplo, a Mary Daly (1973: 122) y Octavio Paz (1993: 136 y 160).

vuelve 4. Anthony Giddens, propone al nivel personal una democracia sexual y, como Irigaray, sostiene que la recuperación del placer sexual femenino tiene grandes implicaciones no sólo para la reconstitución de la intimidad sino también para la emancipación de otras instituciones sociales más públicas (1992: 178-182).

vuelve 5. En otro nivel psicoanalítico, esta metáfora del “hombre en escabeche” puede ser interpretada o como lo ha hecho Acón Chan: “... es un eco de un feto bien acomodado en el cálido vientre materno, rodeado del líquido amniótico vital. Preservar a los hombres en escabeche es, pues, un intento por regresarlos al período [pre-edípico] de sus vidas en que la figura femenina y la voz materna lo eran todo y la Ley del Padre aún no había perturbado su esencia acomodada a los ritmos internos y sonidos de la madre” (2004: 6). Dentro del contexto del monólogo en que Alicia proclama que “habría dado cualquier cosa por un hombre en escabeche”, queda evidente que alude a la penetración vaginal. En otro nivel, se puede inferir que habría dado cualquier cosa por tener los mismos derechos que un hombre.

vuelve 6. Esta clase de desenlace abierto, de acuerdo con Gabriela Mora, sugiere “... el progresivo cambio que va experimentando la situación de la mujer en la sociedad” (1982: 8) mientras ésta logra alcanzar nuevas posibilidades.

vuelve 7. Varios escritores apoyan esta interpretación de la fiesta o del ritual festivo. Entre ellos, Northrop Frye constata que este tipo de rito indica a menudo la apariencia de una nueva sociedad (1957: 163) y Mijaíl Bajtín, que cualquier fiesta ritual de esta clase implica un ciclo de muerte y regeneración / renacimiento (1974: 14). Asimismo, Tom Driver reconoce el aspecto renovador del ritual, admitiendo su poder liberador (1973: 8), la noción que se relaciona con “... cutting a path through new territory, or marking a new route to follow” (33) y con “..  bringing about some change in an existing state of affairs” (95) y manteniendo que los rituales le conceden a la sociedad tres regalos principales: el orden, un sentido de comunidad y transformación (131). Bajtín también recalca la asociación del realismo grotesco, el cual abunda en Hombres en escabeche por las metáforas alimentarias y por las referencias a la vida sexual, con el ciclo de vida / muerte / regeneración. (1974: 24).

vuelve 8. Istarú misma ha comentado que ésta es la especie de transformación social que busca promover: “Desearía ... combatir cualquier otro tipo de opresión, ya no sólo en el contexto de la relación hombre mujer, sino dentro del marco de las relaciones sociales en general.” (Andrade/Cramsie, 1991: 227)


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