Ana-María Caula
La llorona en dos obras de teatro costarricense
Slippery Rock University, EE.UU.
ana.caula@sru.edu
Nota | Bibliografía
El personaje de una mujer que en un momento de pasión y celos comete una acción atroz ante los ojos de la sociedad es un arquetipo que existe desde tiempos inmemoriales y que sigue repitiéndose tanto en narraciones populares del folklore como en géneros literarios considerados más elitescos. En América Latina la llorona es una de estas mujeres que se ha conformado como una de las leyendas más conocida de espantos y aparecidos dentro de la tradición oral. Existen infinitas versiones de la misma, cada época o país, incluso regiones, la han re-construido agregando o suprimiendo diversos elementos y matices que responden a las variadas necesidades de su momento o dándole diversos nombres: la Sayona en Venezuela o la Cegua en Centroamérica. A pesar de los diferentes nombres y las variadas versiones todos estos mitos se basan en la representación de la vida de una mujer y como la mayoría de las leyendas, se propone regular la conducta de los individuos en su contexto. La leyenda de la llorona (al igual que ha dicho Jean Franco en cuanto al mito de Antígona) sostiene
“una lucha contra la apropiación del significado efectuada por el Estado para evocar lealtades más profundas con la familia, la religión y las comunidades “imaginadas” que no coinciden con la nación” (Franco, 1994: 175).
Considero que en la mayoría de las versiones de este mito siempre se cuela un sentido de inconformidad social de un sujeto femenino que intenta asustar y prever al receptor de la fuerza que puede tener el sujeto subalterno. Como dice José Limón, este mito se ha convertido en una fuente creativa de resistencia porque no ha podido ser institucionalizado y por lo tanto su significado puede ser re-escrito inagotablemente.
En este trabajo comentaré –con la intención de observar la forma en la que dos de estas mujeres míticas han arrastrado su pena en Costa Rica– dos piezas de teatro basadas en esas leyendas: “La Segua”1 de Alberto Cañas (1971) y “Donde canta el mar” de Miguel Rojas (1984).
En cuanto al origen de esta leyenda sabemos que como todos los relatos de la tradición oral, este no tiene un formato definitivo. A una primera versión, creada por un narrador anónimo se han ido agregando nuevos aspectos por los subsiguientes narradores. La más vieja de las versiones de esta leyenda data de la época colonial y todas ellas tienen como personaje principal a una mujer que ha sido traicionada por un hombre.
La leyenda de la Cegua específicamente es la historia de una joven muy hermosa que mantenía amores con más de un hombre a la vez. Se dice que un buen día se enamoró perdidamente de un hombre que sólo la quería para sus ardores del momento. Una de las versiones dice que su madre trató de prevenirla y ella ofuscada por la rabia la mató pisándola con un caballo. Desde entonces su alma vaga en pena y su fantasma se le aparece en forma de una mujer hermosa a hombres que andan de noche borrachos o traicionando a sus mujeres. Cuando estos hombres van a tocarla, la cara de la Cegua, se convierte en el esqueleto de una yegua.
Por otro lado la leyenda de la llorona es también la historia de una mujer que después de haber sido traicionada o abandonada por su amante, en un acto de venganza decide asesinar a sus hijos. Luego de cometer esta acción extrema le llega el arrepentimiento y se dice que desde entonces su alma en pena todavía vaga en las noches lamentándose por su desdicha. Se cree que el fantasma de esta mujer se le aparece a los niños y se los lleva pensando que son sus hijos o se le aparece a los hombres en la forma de una hermosa joven y al momento en que ellos intentan tener algún contacto corporal con ella se convierte nuevamente en el fantasma aterrador de una mujer muerta.
Estas dos leyendas de alguna manera siempre abordan el tema de las pocas posibilidades que la historia le ha ofrecido al sujeto femenino, ya que ellas implican que el acto atroz realizado por la protagonista es una respuesta a algún prejuicio o injusticia social del que ellas han sido víctimas. En el caso de la Cegua se trata de una mujer que sucumbe a sus deseos sexuales. Como bien se sabe la sexualidad femenina, respondiendo a imposiciones de determinados patrones religiosos y sociales, históricamente había estado regida por la idea de la reproducción. En la Llorona, ella siempre es traicionada por su amante con una mujer que es considerada superior debido a diversas características que en su contexto son cotizadas socialmente. Por ejemplo en algunas versiones ella tiene sangre pura, o una mejor posición social y económica, es más joven o más hermosa.
Las múltiples versiones de estas leyendas que han surgido en América Latina a través de la historia son una muestra de la vigencia y fuerte validez que ha conservado en el continente. En las líneas que siguen contaré brevemente estas dos adaptaciones del mito y luego ahondaré en el empleo que estas obras del siglo XX en Costa Rica han hecho de esta leyenda secular de nuestro pasado criollo e indígena. Si bien la lengua escrita, posteriormente al descubrimiento no sólo constituyó un punto de unión entre las diferentes comunidades del territorio, sino también una estrategia para controlar y reglamentar a los ciudadanos de la nación, no debemos olvidar, que las leyendas y los relatos orales fundaron un espacio propicio en el que sujetos marginales pudieron expresar sus propias perspectivas. Aunque estas narraciones pertenecientes a la tradición oral han jugado un papel secundario en la cultura hegemónica algunas de ellas han logrado fundar y retratar bajo una nueva luz un espacio alegórico “cambiante” que ilustra dinámicas sociales específicas dentro de su contexto en diferentes épocas: el mestizaje de la colonia, las dinámicas de las diversas clases sociales durante el siglo XIX y la modernidad, como también retratar los cambios que la modernidad ha traído a la vida del pueblo y a la mujer.
“La Segua” de Alberto Cañas
“La Segua” de Alberto Cañas fue escrita en 1971 y está ambientada en el Cartago del año 1700 y pico. La obra, en tres actos, narra la historia de Encarnación, una joven de 23 años y de buena familia que está en busca de hacer un buen matrimonio.
Si bien la mayoría de las más viejas versiones de la Cegua abordan una variedad de temas, por lo general cada una se centra en una sola moraleja o tema final que puede variar entre la importancia de la fidelidad, de la modestia en la mujer hermosa, o del respeto a la madre, entre otros. Sin embargo como veremos en esta adaptación el autor se asegura de incluir al mismo tiempo muchos de los ingredientes principales de las viejas leyendas: la traición masculina, la falta de modestia de la mujer, las diferencias entre las clases sociales de la época, la supeditación de la mujer al hombre, como también la idea de la trasgresión femenina como una amenaza social.
Desde un principio el autor aborda dos de los temas presentes en las más viejas versiones de esta leyenda: el tema de las pocas posibilidades que la historia le ha ofrecido al sujeto femenino, como también las diferencias entre clases sociales. Esto podemos verlo cuando los padres de Encarnación, José Manuel y Baltasara, parecen estar pasando por dificultades económicas y por lo tanto desean solucionar el problema dándole un buen matrimonio a su hija lo antes posible.
Encarnación tiene tres pretendientes, dos hombres jóvenes y otro viejo y ciego. El tema de la seducción de la mujer como una trasgresión femenina, como un elemento diabólico también es abordado por el autor cuando los dos jóvenes que cortejan a Encarnación son seducidos por Petronila, personaje que no lleva precisamente la vida de una joven decente de la época, y que por supuesto es considerada bruja por muchos. Después de que Petronila seduce a estos hombres ambos coinciden en volverse locos. El primer pretendiente es un teniente de Cartago y el segundo es Camilo, un hombre que ha llegado al pueblo en busca de la mítica mina de oro de Tisingal.
Mientras la mayoría de los personajes jóvenes de la obra creen en embrujos, en la leyenda de la Cegua y en viejas leyendas de míticas minas de oro, el padre de Encarnación parece ser el único que expresa una forma más laica de pensamiento y conoce la verdadera explicación a algunos de los misterios de la obra. Si bien la mayoría de las mujeres piensan que la locura de José Corona se debe a un embrujo de Petronila o a que se le ha aparecido la Cegua, el padre de Encarnación sabe que en realidad José Corona ha contraído una enfermedad venérea, posiblemente de Petronila. Él le dice a Camilo hablando sobre el teniente Corona, el primer pretendiente de Encarnación:
“José Manuel: […] La verdad la ha dicho el facultativo en medicina que ha venido de Nicaragua y examinado a José Corona: la Segua del teniente es un mal venéreo incurable. Usted que es hidalgo se hace cargo de la situación y de la delicadeza con que hay que tratar este asunto.” (24)
La respuesta del padre de Encarnación a Camilo cuando éste le cuenta sobre su ambición de encontrar el tesoro de Tisingal sigue mostrando la misma lógica de pensamiento:
“José Manuel: No me interesa. No me interesan los tesoros, ni las brujerías, ni las minas desaparecidas. Aquí en Cartago vivimos de manera distinta, y quizás por eso vivimos tranquilos, sin otro temor que Dios. (Se persigna)” (22)
José Manuel sabe que los mitos y los embrujos son como los recuerdos, algo que nos habita, pero que sin embargo no debe controlarnos. Más tarde él le dice a su hija:
“José Manuel: La tranquilidad es la manera poética de recordar. Pero es difícil encontrarla. Hay quienes dicen que sólo con la vejez se adquiere, pero no es cierto. La tranquilidad consiste en poder recordar sin que las venas se nos estallen con el ansia de revivir las cosas recordadas; sabiendo en suma, que el recuerdo es el pasado y que el pasado es una cosa muerta que sólo podemos evocar, tal vez experimentando por algunos segundos la emoción de participar nuevamente en ella, pero no revivirla. Cuando se recuerda así, el recuerdo deja de ser frenético y se hace lento [...].” (61)
Encarnación por su parte piensa que Petronila la ha embrujado a ella convirtiéndola en la Cegua. Por esto se culpa a sí misma de que cada vez que ella se enamora de un hombre, éste se vuelve loco. En palabras de Encarnación:
“Encarnación: Quise a José Corona. Le quiero todavía y un embrujo me lo arrebató. Un embrujo. María Francisca, que no sé si lo creaste vos o lo creó Petronila o si fui yo sola quien lo levantó, como una maldición que yo trajera de la cuna. Yo soy la Segua que vio José Corona, porque José Corona nunca miró a otra mujer hermosa que a mí.” (29-30)
La obra termina cuando Encarnación decide casarse con don Félix, el viejo ciego al que no ama, pero lo hace porque como ella explica en sus propias palabras:
“Porque no me verá envejecer. Porque no verá que mis manos se marchitan y que mis cabellos encanecen. (Está como transportada.) No verá que mi talle se desvanece y mis ojos se apagan. Para él siempre seré la bella niña Encarnación de los días en que tenía vista. [...] No despertará una mañana para ver en su almohada un rostro nuevo, el de la Segua. Yo no quiero ser la Segua. (…)” (67)
En la decisión de Encarnación de casarse con don Félix encontramos un tema que también aparece constantemente en las versiones más contemporáneas del mito: la belleza de la mujer. Como bien sabemos la belleza plástica y la proporción de la forma se han convertido en una presión extrema para la mujer contemporánea. La decisión de Encarnación de casarse con don Félix responde a esta nueva forma de subyugación social moderna que exige al sujeto femenino ser hermosa, conservarse joven y con buena figura.
El día después de la boda de Encarnación y don Félix, Camilo regresa de su expedición, aún más enamorado de Encarnación. Petronila celosa le clava un puñal en el pecho y lo mata al lado de la ventana de la casa de Encarnación.
La última escena de la obra consiste en un desfile en grupos de actores que caminan y conversan frente a la casa de Encarnación Sancho. El autor nos deja saber sobre el paso del tiempo vistiendo a cada par de actores a la moda de 1800, de 1850 y de 1910. Cada par de actores se encarga de comentar en una conversación la historia de Encarnación haciendo hincapié en diferentes aspectos de la leyenda: la belleza de Encarnación, la traición de Camilo o la crueldad del padre de Encarnación al obligarla a casarse con un hombre ciego y mucho mayor que ella. Finalmente dos jóvenes estudiantes vestidos a la manera moderna comentan que a nadie le interesa hoy en día la historia de una mujer que por amor propio y a su belleza se casó con un viejo ciego de Cartago en 1750. A pesar de estas últimas palabras es muy claro que la plasticidad de esta leyenda le ha permitido admitir nuevas interpretaciones que afirman la vigencia del mito. Es claro que el autor ha intentado representar en esta adaptación la vigencia, la perdurabilidad y la flexibilidad de este mito de la tradición oral que ofrece la posibilidad de ser re-contado y re-construido en diferentes épocas por diferentes discursos.
“Donde canta el mar” Miguel Rojas
La segunda obra que abordaremos es “Donde canta el mar” de Miguel Rojas escrita en 1984 y ambientada en Guanacaste, a la orilla del mar. Aunque no está especificado el momento histórico en el que transcurre la obra, muy bien podría referirse a un tiempo presente. Un hombre llamado Andrés se encuentra a la orilla del mar, esperando por la llorona, quien ya lleva un tiempo asustando a las personas de su pueblo en las noches. La obra, en contraposición a la anterior, consiste únicamente de un acto, de un ambiente y de dos personajes: Andrés y la muchacha a la orilla del mar. La obra se inicia con el personaje de Andrés sentado al lado de una fogata, cuando se le acerca una desconocida. Comienza así una conversación entre ambos personajes que continuará hasta el final de la obra. A través de la conversación entre los personajes se le va revelando al lector, antes que al mismo Andrés, que esta muchacha es la llorona.
Así es como Andrés le cuenta la historia de la llorona a la muchacha:
“Andrés: Una mujer muy bonita […] tuvo amores ilícitos en su tiempo. Dicen que la gente la rechazaba porque veía con malos ojos su libre albedrío. Le nació una criatura preciosa, y como no hubo hombre que respondiera por ella, madre y crío fueron despellejados por la lengua de la gente, y en todos lados les cerraban las puertas. Así que optó por deshacerse del huerfanito. Y como quien dice, del parto al río, se fue solita y lo tiró en la corriente. Como no hay nada oculto y la gente se entera de todo tarde o temprano, la maldijeron por haber dado muerte a un inocente. Desde entonces, arrepentida y maldita, carga con su dolor y su pena recorriendo todos los ríos habidos y por haber en busca de su hijo.” (8)
En esta obra como en la anterior también encontramos un intento por regular la conducta sexual femenina, a través de las consecuencias sufridas por esta mujer debido a sus acciones. Bien se sabe que la sexualidad a pesar de reconocerse como un espacio íntimo de los sujetos, ha sido en la historia fuertemente regulado por el Estado y la sociedad. Como ya hemos dicho la sexualidad femenina, estuvo regida por la idea de la reproducción, por lo tanto cualquier otro tipo de actitud de la mujer frente a su propia sexualidad era juzgado como una conducta indecente Además de que la maternidad es una de las funciones femeninas consideradas sagradas en la historia de occidente. Como otros teóricos y críticos han estipulado, (Mosse, Parker, Russo, Sommer, Yaeger, Balderston) las conductas sexuales femeninas y masculinas que son aceptadas y las que son vedadas en la sociedad generalmente obedecen a patrones impuestos por la clase dirigente de cada cultura específica. La leyenda de la llorona por tratar sobre un personaje femenino y por haber sido repetida tantas veces, se presta para ejemplificar como diferentes épocas o regiones sostienen diferenciadas relaciones entre la sociedad y la “sexualidad”. La conducta indecente de este personaje es clave en la obra ya que como veremos Rojas la transforma en una alegoría de la falta de pureza del planeta y en su explotación por parte de los hombres.
Andrés le dice a la muchacha que se cree que si la llorona no se le aparece a nadie en el pueblo por siete días consecutivos, ella se irá para siempre y con eso todo volverá a la normalidad (8). Luego le dice que él está allí para salvar a su pueblo deshaciéndose de la llorona que anda rondando el área. Él dice acerca de su pueblo:
“Andrés: Todo sea por la población. Estamos arruinados. No se cultiva, no se pesca, nadie viene a esta playa. ¡Y que playa más completa! ¡Está como sacada del mismo cielo!” (8)
Miguel Rojas actualiza la leyenda al incluir en su adaptación la preocupación contemporánea por la conservación de los recursos naturales o una mirada nostálgica a un pasado con un estilo de vida más natural en el que los hombres se dedicaban a la pesca y al cultivo de la tierra, y no agotaban los recursos naturales o maltrataba el medio ambiente. El personaje femenino en esta adaptación, quien no está delineado con el detalle de Encarnación en la obra anterior, funciona como un símbolo y esto se hace obvio cuando el autor no nos ofrece una descripción psicológica o física del personaje y ni siquiera le da un nombre específico. Cada vez que Andrés le pregunta su nombre ella le da una respuesta diferente y pasa de ser Rebeca, a Raquel y finalmente a Rita.
La muchacha intenta varias veces durante la conversación seducir a Andrés.
“La muchacha toma un largo trago. Luego baila una danza de seducción para Andrés, y en el transcurso de su endemoniado encanto, apaga la fogata, incitando a Andrés para que le haga el amor, ya semidesnuda. Andrés le corresponde con una danza de macho cabrío en celo, pero nunca suelta de su mano la tea encendida”. (8)
Su intención es hacer que Andrés apague la fogata y la tea de fuego, ya que supuestamente “los demonios buscan las sombras. Todo lo que sea luz los aleja” (8). Después de incontables esfuerzos de esta muchacha por lograr que Andrés apague el fuego, fingir la luz del día es la única estrategia que le queda. Andrés ha olvidado que “los demonios tienen la capacidad de producir visiones” (10). Cuando Andrés ve que sale la luz del sol decide apagar la fogata. Inmediatamente la oscuridad vuelve y es entonces cuando la muchacha se transforma en la llorona. Antes de que ella se apodere de él, Andrés le pide un último deseo: Déjame “lanzar mi jícara al mar” (11). La llorona le concede el deseo, y es así cuando Andrés se interna en el mar para siempre burlándose de la llorona. La llorona se interna en el mar en su busca mientras dice:
“Muchacha: ¡Maldito seas! ¡Maldigo mil veces la hora y el sitio donde naciste! ¡Maldigo a todos los hombres, a todas las mujeres, a todos los niños! ¡Preferiste que te tragara el mar, Andrés! ¡Mil veces tramposo!” (11)
Andrés prefiere sacrificar su propia vida en aras de liberar a su pueblo del yugo de la llorona y volverlo a un estilo de vida más natural. Como él mismo dice al comenzar la obra vale la pena enfrentarse a la llorona “por la población” y las generaciones venideras (8).
El autor logra adaptar y actualizar este mito manteniendo el mensaje y el tema original de la llorona. El personaje femenino funciona como una alegoría de los abusos que el ser humano le ha dado al planeta y a sus recursos naturales a través del un paralelismo entre la explotación que se le ha dado al sujeto femenino y la que se le está dando al medio ambiente. Quizás el autor vea en el exterminio de la llorona una vuelta a un estilo de vida más simple en el que los hombres disfrutaban de la naturaleza y se preocupaban por la conservación de los recursos naturales, permitiéndoles dejar como herencia un mundo mejor a las generaciones venideras. Podemos identificar la visión del autor sobre este tema al escuchar la respuesta a la pregunta que la muchacha le hace a Andrés sobre la llorona:
“Muchacha: ¿Habrá salvación para ella?”
El sacrificio final de Andrés por su pueblo como sus palabras al principio de la obra son la respuesta y revelan definitivamente una visión optimista del autor en cuanto al mundo. Andrés dice:
“Cualquiera que fuera el precio, vale la pena correr el riesgo. Uno pasa, este trozo de paraíso queda para los que vienen.” (8)
A modo de conclusión
Aunque la leyenda de la Llorona y la de la Cegua tienen sus orígenes en la época colonial, no podemos negar las similitudes y conexiones entre ellas y la tragedia griega “Medea” escrita por Eurípides. Muchos folcloristas también han hecho conexiones entre la llorona o la Cegua y la cultura precolombina a través de la diosa azteca Cihuacoatl, patrona de las parteras, quien enfrenta a la vez la creación y la muerte. Inclusive, como Octavio Paz señala en su libro El laberinto de la soledad, en algunas versiones en México, el mito de la Llorona y el de la Malinche se entrelazan y cuando esto sucede la versión adquiere un matiz distinto debido a que el lamento de la Malinche-Llorona se asemeja a la queja de la madre por la situación en que se encuentran sus hijos simbólicos: los mestizos. (Paz)
Ambas mujeres se representan en estas dos obras costarricenses de la misma forma problemática y compleja que en el resto del continente. En la cultura occidental ha existido la tendencia de representar a la mujer a través de discursos masculinos, con metáforas y símbolos simplificados bajo un sistema de oposiciones binarias que se basa en dos figuras bíblicas: Eva (la seductora) y María (la virginal). Es decir, la mujer por lo general ha sido clasificada como la santa o como la pecadora; la virgen o la bruja. Su imagen descrita en estas leyendas es dinámica porque habla justamente del proceso de transformación de una mujer de un estereotipo al otro; de la mujer-madre sumisa y pasiva, a la acción de la pecadora. La llorona y la Cegua a pesar de representar un peligro para la sociedad, al mismo tiempo son víctimas de su propia situación y de su suerte. Como dice la llorona en la obra de Rojas “¡Qué triste historia la de la triste mujer! […] Es una historia fascinante y cruel” (8). Si bien la “Segua” de Alberto Cañas claramente intenta mostrarnos cómo muchos de los temas del antiguo mito se mantienen vigentes y logran hablarnos aún hoy en día de la situación de la mujer y hasta explicar algunas de nuestras acciones. La Llorona de Rojas equipara la explotación del sujeto femenino con la explotación de los recursos naturales y del planeta.
No es difícil para la mujer como para cualquier sujeto marginal identificarse con los sentimientos de rabia y frustración de las mujeres de estas obras. La llorona pareciera un fantasma que advierte y protege a todos aquellos sujetos al margen. Pero al mismo tiempo, su historia es una narración que intenta asustar a los opresores de cuales pueden ser las consecuencias de su opresión. Su llanto es un grito de resistencia ante las normas impuestas. Figueredo ha dicho al respecto:
“Consequently, La Llorona is a call to be freed from some form of oppression that has been internalized, the result of which is self-mutilation of identity in reaction against the pain and suffering of the oppression. This legend causes a disturbance in the listener’s comfort because it is left at a terrifying point in the tale.” (Figueredo, 240)
Aunque es cierto que estas dos obras discutidas reproducen una visión simplificada del sujeto femenino bajo la tradicional dicotomía de la mujer santa o la pecadora, por el momento es importante concluir en que el mensaje moralizador de la llorona es múltiple ya que ha podido hablarle en la historia a una diversidad de receptores. Es esta multiplicidad de receptores que se pueden identificar en este relato lo que hace que esta leyenda mantenga el misterio de su origen y de sus motivaciones pero que nos hable a todos hasta hoy en día. No se puede ignorar que es posible también leer en la llorona la amenaza subversiva de la mujer que no tiene nada que perder y que llevada al cabo de sus fuerzas está dispuesta a la aniquilación absoluta. Si la traición de un hombre fue la razón de su crimen, quizás el infanticidio no es más que su respuesta por una traición aún mayor que la sexual: el sometimiento del que sujetos marginados han sido victimas históricamente. Rebolledo dice al respecto de la vigencia de esta leyenda:
“In spite of the fear or the terror or disgust we feel, in spite of the desire we have to be “safe” from this horrifying creature in all that she represents, she is part of us and our culture. She will continue to stalk us and to haunt us until we come to terms with her.” (Rebolledo, 80)
El fantasma de la llorona es aquél que intenta alertar de la posible fuerza y peligro que puede encerrar lo subalterno. Quizás por esta razón la figura de la llorona continúa siendo aludida y re-escrita como una figura de resistencia en trabajos de tantos escritores contemporáneos. “La Segua” de Cañas nos habla sobre la importancia y perdurabilidad de los mitos en la sociedad y sobre cómo la belleza plástica y la proporción de la forma se ha convertido en una presión extrema para la mujer contemporánea. La llorona de Rojas nos habla del problema contemporáneo de la explotación del planeta y del despilfarro de los recursos naturales. Es quizás gracias al dinamismo y elasticidad de esta leyenda y de la figura de la llorona lo que le hay permitido seguir tan viva en la cultura latinoamericana y está todavía en espera de ser reescrita.
© Ana-María Caula
Bibliografía
Arriba
Duby, George/Perrot, Michelle, 1992: A History of Women. From Ancient Goddesses to Christian Saints. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press.
Figueredo, María, 2004: “The Legend of la Llorona: Excavating and (re)interpreting the Archetype of the Creative/Fertile Femenine Force”. Latin American Narrative and Cultural Identity. New York: Peter Lang.
Franco, Jean, 1994: Las conspiradoras. La representación de la mujer en México. México: Fondo de Cultura Económica.
Gru-Llevería, Elena, 1999: “Historia y mito en el drama La Llorona de Carmen Toscano”. La mujer en la literatura del mundo hispano. Westminster, California: Instituto Literario y Cultural Hispánico.
León, Luis D., 2004: La Llorona’s Children. Religon, Life and Death in the US-Mexican Borderlands. Berkeley: University of California Press.
Limon, Jose E., 1990: “La Llorona, the Third Legend of Greater Mexico: Cultural Symbols, Women, and the Political Unconscious”, en: Between Borders: Essays on Mexicana/Chicana History, ed. Adelaida R. Del Castillo.Encino, Mountain View, California: Floricanto Press.
Mosse, George L., 1985: Nationalism and Sexuality. New York: Howard Fertig.
Paz, Octavio, 1997: El laberinto de la soledad. New York: Penguin Books.
Parker, Andrew/Russo, Mary/Sommer, Doris/Yaeger; Patricia, 1992: Nationalisms & Sexualities. New York/London: Routledge.
Pinkola-Estés, Clarissa, 1992/1996: Women Who Run with the Wolves: Myth and Stories of the Wild Women Archetype. New York: Ballantine Books.
Nota
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vuelve 1. Aunque la palabra “Cegua” proviene mayormente de la tradición oral la encontramos escrita mayormente con la letra “C”. Sin embargo Alberto Cañas en esta obra ha preferido escribirla “Segua” con “s”. En este trabajo usaré “Segua” al referirme a la obra de teatro y “Cegua” al referirme a la leyenda misma.
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