Ronald Nibbe

 

La guerra mortal de los sentidos de Roberto Castillo:

Una celebración de la diversidad y la diferencia, llena de energía y esperanza1

 

California State University,

Northridge University of California Los Angeles (UCLA)

ronald.nibbe@csun.edu

Obras citadas*Notas


Imagínate que vives en el año 2099. Descubres en un baúl olvidado las notas de investigación de tu bisabuelo, muerto hace ya 70 años. Leyéndolas, te topas a cada rato con testimonios acerca de la búsqueda del último hablante del idioma lenca, en Honduras. Tus estudios de la historia indican que este idioma desapareció a fines del siglo XIX.

Te pones a pensar. ¿Habrá tenido éxito tu bisabuelo? Si en verdad hubiera encontrado al único hablante, puesto que el idioma no existía en forma escrita, ¿quién lo hubiera podido corrobar? ¿Dónde hubiera podido hallar tu bisabuelo evidencias y otros recursos que le permitieran verificar que el idioma era realmente el lenca?

Algunos de los testimoniantes admiten que de hecho no saben qué idioma haya hablado la persona que han conocido; pero este dato no le resta interés o importancia a sus cuentos. Por ejemplo el matemático y profesor Isidro Alvar de 25 años dice del último hablante:

“... este hombre se rebeló contra la mentalidad de acaparar ... tan común en su tiempo. ... El Hablante Lenca se rebeló contra todo esto: contra esta mentalidad de acaparar por acaparar porque le parecía ofensiva e inhumana en un mundo miserable. En todos aquellos años la fórmula de oro para medir la importancia de álguien era algo así como “cuánto tiene”, pero él la sustituyó por quién putas es, que sonaba a ofensa y provocación. ... Sobre el tema lingüístico, objeto de su investigación, no sé nada.” (Castillo, 2002: 200-201)2

En este contexto se entrevé un comentario sobre un gran debate en cuanto al género testimonial en la literatura: si bien las historias orales en primera persona carecen a veces (o muchas veces) de veracidad histórica, o de relevancia al tema planteado por el investigador, no por eso dejen de tener información y conceptos muy relevantes que descubren verdades muy importantes sobre la persona entrevistada y/o la sociedad en que ha vivido. Nada más falso que la idea de que el descubrir una imprecisión en un testimonio, implique una refutación de la veracidad de la historia (como dijo David Stoll acerca del testimonio de Rigoberta Menchú, en un caso muy conocido).

Sigues leyendo las notas, que te invitan a viajar en compañía de El buscador por el panorama cultural hondureño y centroamericano. Te das cuenta de que en la necesidad misma de llevar a cabo esta búsqueda se desvela un mensaje sobre la identidad de la nación hondureña: en algún momento de su pasado, Honduras inició un proceso que fue minando y exterminando a la población lenca por medio de un proyecto nacional de homogeneización. Aunque la búsqueda del último hablante no sea exitosa, nos muestra un panorama de Honduras, y de Centroamérica en general, que está muy lejos de alcanzar esa homogeneización a nivel cultural. Por el contrario, este viaje por el interior hondureño revela constantemente diversidad y diferencia.

Suman 29 testimonios, de personas plenamente convencidas de haber conocido al último hablante de la lengua perdida. Y no sólo le han conocido, sino que las historias que cuentan traen entusiastas alabanzas a él, o ella, como un ser excepcional, lleno de vida y de curiosidad intelectual. Cada testimonio sirve como ventana que permite curiosear en los diversos aspectos de la existencia que llevaba la gente de aquella época finisecular del Siglo XX.

También encuentras, intercaladas con los testimonios, notas de tu bisabuelo sobre los moradores de la región de El Gual. Te das cuenta de que mientras anda buscando de un supuesto último hablante de un idioma supuestamente perdido, El buscador está rodeado de personas lencas. Abundan los cuentos que hablan de los cipotes y sus maestros tiranos, vendedores, prostitutas, campesinos y trabajadores. Percibes que esta búsqueda del hablante es, de hecho, la búsqueda de la identidad de un pueblo oprimido.

A medida que avanzas en tu lectura, te sientes en un universo narrativo lleno de cipotes (así se les llama, popularmente, a los niños en tres países de América Central: Honduras, El Salvador y Nicaragua). Uno de estos cipotes es conocido sólo por su sobrenombre: Chorro de Humo. Se trata de un chico muy ingenioso que en una oportunidad les advierte a sus compañeros de escuela que no deben beber la leche ni comer el queso donados por el programa de la Alianza para el Progreso, porque en Estados Unidos acostumbran echar mocos de gringo en el interior de estos alimentos. Por supuesto que los otros se lo creen y, horrorizados, le ceden sus raciones. Cuando el voraz Chorro de Humo se mete dentro de la barriga lo que se destinaba a varios cipotes, le sobreviene una currutaca tremenda. El fin de la historia es que nadie volvió a mencionar aquel programa de comida gratis de la Alianza para el Progreso, uno de los símbolos de la era Kennedy.

En otro momento El buscador se entera de que un cipote había gritado “helicotl” ante la presencia de un helicóptero que transportaba personalidades importantes de visita en la región de El Gual. Al instante piensa que posiblemente este joven sea trilingüe (español, náhuatl y lenca), y le quiere entrevistar. Pero cuando le encuentra el resultado es decepcionante: resulta que el médico ya le ha operado una membrana gruesa que impedía ciertos movimientos de la lengua, y ahora dice “helicóptero” igual que todo mundo.

A pesar de que los habitantes de El Gual ven a El buscador como un tipo bastante raro, aparentemente lo aprecian y hacen todo lo posible para colaborar con esa búsqueda en la que él tanto se afana: la del hablante lenca. Se multiplican las señas del individuos buscado. Un músico guatemalteco dice que le enseñó a tocar marimba; un piloto jura que viajaba a menudo a Estados Unidos; según otro testimonio, fue cartero.

Con estos saborcitos y otros más sobre una variedad de experiencias muy ricas, se ve que esta historia es algo tremendo. Se trata, como ya fue señalado, de la búsqueda de la identidad de un pueblo oprimido, pero es un proyecto aparte y distinto de los esfuerzos identificadores en función de proyectos de estado-nación, tan prevalecientes en la época en que vivía El buscador.

Esta novela de Roberto Castillo está estructurada de forma muy parecida a Don Quijote. Cada testimonio tiene un encabezado donde se explica quién habla. Estas expresiones de sabor añejo evocan de inmediato la manera de enunciar los capítulos del Quijote u otras novelas de esa época. En verdad Don Quijote y El Buscador del Hablante Lenca tienen muchas cosas en común. Cada uno llevaba a cabo su propia búsqueda, Don Quijote en la España del Siglo XVI y El buscador en Honduras 400 años después. Don Quijote se vestía con los arreos de la época feudal ya pasada; por su parte, nuestro buscador anda pertrechado con lo típico del capitalismo tardío, o sea la ciencia social –que si bien tiene de social, a menudo le falta mucho de ciencia.

Te hace reír el testimonio del comandante del Batallón Atlacatl, unidad de combate del ejército salvadoreño; este oficial explica con detalles (que a ti se te harán divertidos) cómo sus hombres agarraron al último hablante lenca y le pusieron a trabajar en el servicio de transmisión de mensajes en clave. Y de veras que el bando contrario (el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, mejor conocido por sus siglas: FMLN) nunca pudo descifrar mensaje alguno, pero se presentó un problema muy particular: tampoco nadie del Batallón fue capaz de entender nada de lo transmitido. En cierta ocasión, un oficial cuya unidad se hallaba en el otro extremo del país exigió el inmediato traslado del hablante a su zona de operaciones, con el objeto de traducir el mensaje que él mismo había enviado.

El título de la novela viene de un soneto de Lope de Vega. El poeta fue uno de los pocos sobrevivientes de la Armada española derrotada por los ingleses en 1588, y el poema, publicado en 1602, expresa las emociones atormentadas de esa época de posguerra:

“Cadenas desherradas; eslabones,

tablas rotas del mar en sus riberas,

tronchadas astas de alabardas fieras,

reventados mosquetes y cañones;

ruinas de combatidos torreones

a cuya vista forma blancas eras

el labrador, jirones de banderas,

abollados sangrientos morriones;

jarcias, grillos, reliquias de estandartes,

cárcel, mar, guerra, Argel, campaña y vientos

muestran en tierra o templo suspendidos.

Y así mis versos en diversas partes,

mi amor cautivo, la mar de mis tormentos

y la guerra mortal de mis sentidos.”

Este poema de Lope capta muy bien el desaliento de un veterano de ese período finisecular cuando la expansión imperialista española había entrado en rápido declive a escasos 100 años de su inicio. El último verso expresa bien la contradicción, el antagonismo entre lo que se supone (por educación, religión, costumbre) y lo que está ante los ojos y los oídos. Especialmente en momentos de grandes cambios, cuando ya lo viejo empieza a podrirse y lo nuevo en gestación da la batalla por nacer; cuando lo que ha tenido sentido durante muchos años es puesto en jaque. Ni más ni menos que una verdadera guerra de los sentidos.

Félix Lope de Vega y Carpio era visto como rebelde en su época, en gran medida porque colocó en sus obras teatrales a la plebe, o sea el pueblo común y corriente, a la que le dio el centro del escenario. Ramón Menéndez Pidal comenta que Lope buscaba:

“imitar a la naturaleza y a la vida, aceptando en el teatro la mezcla de lo noble y lo plebeyo, así como la de lo festivo y lo grave. La comedia que realizaba esta mezcla era condenada por todos los tratadistas lo mismo de Italia que de España, quienes la calificaban de monstruo hermafrodito. Lope, entre bromeante y jactancioso, acepta como bandera de rebeldía la injuriosa denominación”. (1940: 90)

Roberto Castillo en su novela evidencia un espíritu y una sensibilidad muy parecidos a los de Lope. Es evidente que el autor tiene profundo conocimiento de la gente y de las condiciones de vida sobre las que escribe. Los enredos de la novela fascinan. El libro tiene una estructura muy abierta... Los capítulos son cortos y los temas y los tiempos cambian rápidamente de una página a la otra. De esta forma el lector se siente invitado (o impulsado) a participar en la creación de la obra.

El lenguaje en gran parte del libro es bastante sencillo, refleja la forma de hablar de los moradores de la zona de El Gual. Por eso el libro puede ser muy asequible a todos los posibles lectores, incluso los que no lean muy bien. Fácilmente puede leerse en voz alta en círculos de lectores.

Por otro lado los temas son bastante ricos, y algunos son bastante provocadores. En la trama del libro surgen cuestiones filosóficas como las de la epistemología, la etnografía, la historia, la política, y la relación del ser humano con los objetos. Es decir que el novelista ha sabido combinar el lenguaje sencillo con conceptos profundos en una obra de gran nivel artístico.

A propósito de la combinación de sencillez y profundidad, el musicólogo Arthur Schnabel comentó una vez sobre la obra “Ave Verum Corpus” de Mozart, que es demasiado sencillo para los niños pero demasiado complejo para los adultos. Con el mismo método y espíritu de Mozart (y de Lope de Vega), Roberto Castillo ha creado una novela que es asequible a cualquier lector y a la vez expresa grandes complejidades de la vida humana.

En esta novela los objetos a menudo se rebelan, y vemos que han avanzado aparentemente a un alto nivel de consciencia, poniéndose al lado del pueblo. Leemos que el secreto de la “rebelión de los objetos” fue descubierto en El Gual por el español utópico Chema Bambita, en 1810. Chema quiso enviarle a Simón Bolívar este secreto, para ayudarle en su lucha libertadora, pero la carta nunca llegó a su destinatario. Poco después, en El Gual, el temido inspector de hacienda “Cara de Yuca” con su cuerpo expedicionario de 150 hombres armados quiso sorprender a los indígenas en una fiesta donde se preparaba la bebida alcohólica llamada “molonca”, pero cuando estos oficiales llegaron a El Gual la rebelión de los objetos hizo que las ollas y los cántaros se toparan con hojas de plátano y no hubo olor ni ninguna otra evidencia del licor contrabando. Siglo y medio después cuando unos policías quieren darle captura a El buscador y él se les escapa, la rebelión de los objetos interviene activamente, viene en auxilio del que huye y hace que las balas caigan al suelo convertidas en cosas inofensivas. Cuando vuelve a Madrid, su búsqueda terminada, El buscador trae el secreto de la rebelión de los objetos a España, y en la última parte de la novela leemos que:

“... la rebelión de los objetos hizo un último regalo a Madrid: la nube de smog que afeaba sus cielos desapareció por completo, y en ninguna parte del mundo el aire se volvió tan puro como allí. ... Los coyotes aullaban en muchos parques y eran respondidos por los lobos”. (524)

En medio de todo esto El buscador caminaba por las calles gritando: “Es la guerra mortal de los sentidos, es la guerra mortal de los sentidos”. (525)

Y un locutor de Iberovisión repetía:

“Amigos, amigos, el agujero de la capa de ozono que estaba sobre Madrid se acaba de cerrar misteriosamente. Esto es una fiesta cósmica, amigos”. (525)

Esta novela de Roberto Castillo contribuye en la esfera del arte, a una discusión que se está dando en muchos ámbitos tanto artísticos como académicos. Muchos pensadores están bregando en estos días con la cuestión del interculturalismo y el internacionalismo. En gran parte estos esfuerzos se concentran en el problema de las fronteras y las nacionalidades indígenas.

Roberto Castillo, además de ser escritor de novelas e investigador en la Honduras donde ha vivido desde su infancia, enseña y escribe en el campo de la filosofía, donde plantea la necesidad de una “reelaboración de la cultura nacional”.

Roberto Castillo y Lope de Vega tienen otra cosa en común: El momento finisecular del Siglo XVI de Lope fue el de una transición, algo como una bisagra entre el sistema feudal agonizante y el capitalismo que batallaba por nacer. Lope no pudo haber entendido estos grandes cambios en toda su profundidad, pero con frecuencia pareciera percatarse de que lo viejo venía para abajo. En cierta forma, su insistencia en poner a “las masas” en su obra puede verse como la apuesta de quien confía en el pueblo y el futuro.

El período finisecular del Siglo XX en que escribe Roberto Castillo también puede verse como una transición, o bisagra. Se trata del período de posguerra en Centroamérica, que también fue un momento de grandes cambios y transiciones a nivel mundial. De especial importancia fue la derrota de las revoluciones en la Unión Soviética y China que por muchos años servían de baluarte e inspiración para las luchas revolucionarias en todo el globo. Esta derrota por el imperialismo mundial, impactó mucho en todo el mundo, incluso a muchas personas que no se consideraban revolucionarios. Y las derrotas de los movimientos revolucionarios en América Central a principios de los años 90 desalentó a millones de personas no sólo en Centroamérica sino en todo el mundo. Así que es muy probable que El buscador compartiera el desencanto experimentado por muchos de sus contemporáneos.

Pero en esta novela nada hay de pesimismo ni cinismo. Lo que sí hay es ironía y también un poco de sarcasmo; pero lo que más abunda en ella es el optimismo, la energía y la esperanza. Si la aldea “utópica” de Macondo en Cien años de soledad se convierte en una ciénaga en que predomina el calor, la sofocación y la muerte, la región de El Gual, por el contrario, es un espacio geográfico y humano en el que todo brota con ímpetu sorprendente para anunciar los hechos maravillosos del porvenir.

Los movimientos revolucionarios que surgirán en esa nueva etapa serán caracterizados cada vez más por la heterogeneidad y la interconexión. Si bien los movimientos de liberación nacional seguirán contribuyendo mucho, las luchas revolucionarias del Siglo XXI se verán cada vez más marcadas por una ruptura con los viejos conceptos y patrones –especialmente el nacionalismo estrecho– y por un espíritu de “romper fronteras”. El internacionalismo de que habló Marx hoy tiene más base que nunca.

Una de las imágenes más ricas de la novela es el guancasco. Esta palabra designa la fiesta que celebra la unidad y tiene lugar en diversas comunidades de la región lenca. Cuando termina su búsqueda en Honduras, El buscador trae la noticia de esta festividad a Madrid, y causa un impacto extraordinario. En combinación con la rebelión de los objetos, el guancasco se apodera de la capital de España:

“Los enemigos y las agrupaciones rivales celebraron guancascos improvisados en las aceras ... La palabra guancasco, que nadie conocía en España y que se había mantenido aprisionada en viejos libros de Indias, se escapó y cobró vida, posesionándose de muchas personas hasta el punto que quienes debían reconciliarse se encontraban en los lugares públicos y se decían: “¿Oye, hacemos guancasco?” Y lo hacían... un anciano y una anciana, que llevaban cinco décadas sin dirigirse la palabra, se preguntaron a dúo si ejercitaban un poco de guancasco; y la respuesta fue que los dos se desnudaron en la Puerta del Sol y practicaron ferozmente el amor sobre el pavimento quemante, a plena luz del día.

Este sacudimiento privilegiado en que puso su estertor final la rebelión de los objetos no afectó solo a los españoles. Desde Madrid tejió la pauta para todos los pueblos de la Tierra; y así, grupos de serbios, bosnios y croatas, de armenios y de azerbaijanos, de árabes y judíos que se encontraban en la ciudad se buscaron desesperadamente, diciendo las cosas más maravillosas que sus lenguas hubieran pronunciado jamás, acicateados por una sola palabra, guancasco”. (523-524)

Por medio del guancasco de los lencas el Viejo Mundo se “reconquista.”

El último testimonio es el de Chorro de Humo, el cipote que desde las primeras páginas saltó a la escena con la peripecia de la comida donada y la currutaca que le vino por el abuso. Chorro de Humo narra que cuando todavía era joven, un anciano lo instruyó para viajar al pueblo de Ventura, en El Salvador, con el fin de pegar allí un cuadro en la pared de una iglesia. Después debía pronunciar una oración en lenca. Cuando Chorro de Humo pretexta que no habla esta lengua, el anciano le dice: “Sólo debes querer decirlas [las palabras de la plegaria] desde lo más hondo de tu corazón”.

Leemos que, en el camino a Ventura, mucha gente le preguntó a Chorro de Humo:

“–¿Muchacho, qué vendes?

Y cuando les contestaba ‘nada’, se reían de mí.

Las palabras son muy veloces y se divulgan por dondequiera que esté un oído dispuesto a escucharlas. En todos los pueblos y aldeas ya me estaban esperando con burlas:

–¡Ahí va el Vendedor de Nada! –gritaban”. (529)

En el mundo finisecular del Siglo XX donde reina el neoliberalismo, y cada objeto se convierte automáticamente en mercancía, a todo mundo le parece ridículo que alguien no tenga nada que vender.

Chorro de Humo es recogido por una pareja de Médicos Sin Fronteras, personas de bien que le curan, adoptan y le llevan posteriormente a Francia, donde recibirá educación hasta los niveles más altos. Años después reaparece convertido en el Vendedor de Nada por obra de su propio relato, que es el último de los 29 de los informantes. Por fin conocemos su verdadero nombre y su nueva ocupación: Teódolo Simeón Mejía, “profesor de latín en Nueva Tenochtitlán”.

En el párrafo final del libro, ...Chorro de Humo ... tiene la última palabra:

“Hace dos días, mientras redactaba una disertación sobre Ovidio (que leeré en el próximo Congreso Internacional de Latinistas, en Salamanca), una cara misteriosa se asomó a mi ventana. En un español inconfundiblemente centroamericano me preguntó:

–¿Amigo, qué vende?

–Nada –contesté instintivamente. Y seguí escribiendo”. (531)

Con esta frase que cierra el libro, el narrador cambia de forma abrupta. El español bisnieto de El buscador, que descubre los papeles en un baúl olvidado en 2099, ha sido reemplazado por el indígena Chorro de Humo. Visto de la óptica sociopolítica, se trata de un cambio tremendo, porque la “historia” escrita a través de más de 500 años por los españoles se convierte en una nueva “historia”, escrita ahora por una persona de origen autóctono.

Chorro de Humo no es ni busca presentarse como indígena “puro” ni nada por el estilo. Llegó a estudar en Francia y asiste a conferencias en España, así que forma parte de la diáspora, pero no por eso deja de ser indígena. Se convierte en uno más de los muchos millones de personas que han sido dispersadas a lo largo y ancho del mundo por obra de los mecanismos de la globalización imperialista. Rehusa traficar con su identidad. Su apodo “Vendedor de Nada” evoca una consigna bonita de los movimientos populares de los años 60 en América Latina y otras partes, de que la revolución “ni se rinde ni se vende”.

Con las tres últimas palabras “Y seguí escribiendo” se cambia el narrador y se empieza una nueva historia, escrita no por el europeo sino por el indígena. Pero este desenlace salta más allá de las formas de indigenismo literario ya conocidas; no hay ni una pizca de añoranza por una supuesta “utopía indígena” que nunca fue ni será jamás. Si bien la narración pasa a manos de Chorro de Humo, el protagonista termina siendo la plebe, “la masa”; es decir todos los lectores (que no excluye a las personas que todavía no han aprendido a leer.) El término del viaje de El buscador del último hablante abre paso a un nuevo viaje, una nueva historia. El lector recibe una abierta invitación a participar con Chorro de Humo para “seguir escribiendo” esta nueva historia, una celebración de la diversidad y la diferencia, llena de energía, entusiasmo y esperanza.

 

© Ronald Nibbe


Obras citadas

arriba

Castillo, Roberto, 2002: La guerra mortal de los sentidos. Tegucigalpa: Ediciones Subirana.

Menéndez Pidal, Ramón, 1940: De Cervantes y Lope de Vega. Buenos Aires: Espasa-Calpe Argentina.


Notas

arriba

vuelve 1. Nota introductoria: La obra de Roberto Castillo combina un profundo sentido histórico más la cosmovisión indígena, en dinámica e inusitada combinación. Fui estudiante de maestría cuando presenté en el Congreso CILCA en Costa Rica en 2003. Naturalmente tenía bastante nerviosismo, y máxime porque el escritor que iba a analizar, Roberto Castillo, estaba en la audiencia escuchándome.

Empecé mi plática sobre la recién publicada novela La guerra mortal de los sentidos, y después de dos o tres minutos la gran sonrisa en la cara de Roberto me hizo saber que mis nervios no tenían por qué. Después supe que esa sonrisa era típica de él, y no necesariamente una señal de que le gustaran mis palabras – aunque después me dijo que sí le gustaron.

Dijo que estaba contento con la forma en que mi ponencia “rastreó la cuenca” de su libro. Esta actitud de Roberto me impactó tremendamente, como puede imaginarse, y me ha impulsado mucho en mis estudios. Mi análisis de La guerra mortal abrió las puertas al programa de doctorado en UCLA, y ahora que empiezo a escribir mi disertación, la obra de Roberto Castillo sigue teniendo un papel muy importante. Más que nunca estoy convencido que esta novela será reconocida como una de las grandes obras literarias producidas en nuestro momento histórico finisecular.

Roberto me hizo el gran favor de ayudarme a “pulir” mi ponencia para publicación, primero en la revista “Mandrágora” del Programa de Estudios Centroamericanos en California State University Northridge donde estudiaba, y después en “Umbrales”, revista en línea en esa época dirigida por Rodolfo Pastor Fasquelle, en la Universidad de Honduras en San Pedro Sula.

Como mi análisis nunca tuvo gran difusión creo que a Roberto le complacería que se diera a conocer más ampliamente, y a este fin dedico la siguiente selección, que consiste de trozos de la ponencia que di en Costa Rica en 2003, son fragmentos principalmente de ideas en que Roberto me indicó especial interés.

vuelve 2. Todas las citas son de Castillo, Roberto, 2002: La guerra mortal de los sentidos. Tegucigalpa: Editorial Subirana.


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