Gerardo Mora

 

La memoria del Caribe en Costa Rica

 

Universidad de Costa Rica

gmorabrenes@yahoo.com

 

Bibliografía


Durante los últimos cinco siglos el Caribe constituye un inmenso escenario sobre el cual debutan numerosas personas provenientes de los principales continentes del planeta. Como resultado de sus interrelaciones encontramos múltiples paisajes y variedad de realidades experimentadas. Esta particular configuración también ha originado el levantamiento de una serie de registros o fuentes que contienen indelebles huellas impregnadas del pluriétnico y multicultural acervo histórico abundante y apabullante.

El poder recurrir a esta variedad y riqueza de fuentes legadas sobre el Caribe es una tarea titánica pues se trata de reconstruir aquellas urdimbres sociales revestidas de tan variados matices como colores ofrecidos por los paisajes tropicales diseminados por toda esta amplia y extensa región tanto insular como ístmica. Conviene entonces seguir aquellos esfuerzos emprendidos por el experto investigador cubano de abarcar el panorama completo del “riquísimo mundo de cosas intocadas y nunca comentadas” sobre el Caribe, además de tener en cuenta numerosas y variadas fuentes que estén o no impresas. (Moreno, 1983: 20)

 Estos diversos y particulares modos de vida o vivencias subjetivas que se reconocen como caribeñas confluyen en una especie de rompecabezas de diferentes colores y tamaños, de grupos étnicos tan variados como atuendos, olores y sabores todavía persisten hoy alrededor del mar azul y vibrante del Caribe. Propongo considerar que sin ambages designemos a este mar como al corazón de las Américas porque de sus palpitaciones nos nutrimos todos a todas horas. En realidad son muchos los caribes por la variedad de paisajes o entornos compartidos por personas de tan diversos orígenes como de tan disímiles percepciones construidas por medio de sustanciosos e incontables intercambios. Para los visitantes foráneos, las maravillas contempladas eran tan exóticas como lejanas, para las gentes autóctonas, era la vida diaria de sudor y lágrimas, al mismo tiempo que acompañadas con alegres ritmos que vibran en cuerpos contorsionados para ahuyentar las penas tan cotidianas como advenedizas.

 Las mutuas influencias entre personas y entre ellas con los variados entornos son precisamente reflejos fulgurantes de que el Caribe no es dicotómico sino plural, una especie de arco iris que tiene el mismo vigor de los vientos huracanados tan propios de la región. Es posible que las fuentes históricas impresas no contengan estas complejidades, multiplicidades, variedades superpuestas y percepciones plurales y coloridas de estas gentes del Caribe. Por estas razones, para reconstruir su memoria se tiene que recurrir a todas estas fuentes “vivientes” y existentes (documentales). Aclarar, enriquecer y comprender con cierta profundidad esta propia memoria histórica requiere entonces del empleo de todas estas fuentes cargadas de pluralidades exuberantes de este mar del mestizaje caribeño.

Aprender, conocer, saber, disfrutar, percibir y vivir como caribeños es un desafío formidable pues representa agudizar los sentidos para sumergirse en estas aguas cristalinas de explotación, alzar la vista para acompañar los vientos tormentosos y cálidos de las plantaciones, recorrer sin atascarse los litorales infestados de aventureros e intromisiones. La memoria histórica está anclada en las profundas raíces de la esclavitud al mismo tiempo que en las apetencias de la libertad cuyas alas revolotean con fuerza estos vientos costaneros. Experimentar el Caribe es no separar la cabeza del cuerpo ni este de aquel fondo íntimo de las personas, es examinar atentos estos corazones que han materializado desde los carnavales más festivos hasta los amores más apasionados. Recuperar esta vida matrística permite elaborar memorias históricas caribeñas de exquisitos ritmos por los que se dejan de lado las apariencias y se hacen las interconexiones con intrincadas e intrigantes realidades. Cuerpos esculturales recuperan aquí tanta dignidad como es la aceptación de la “legitimidad del otro, quienquiera que este sea”. (Maturana, 1996: 53)

Estas múltiples interacciones entre personas y entornos en el Caribe parecen tan simples de estudiar como es el respirar, sin embargo, aquí la transpiración diaria aumenta por la complejidad propia de la diversidad que configuró mundos cargados de opresión económica, extrema humedad por las lágrimas derramadas que se evaporaron con los calores sofocantes, frecuentes enfermedades cuyos esplendores tuvieron toda gama de coloridas como aves tropicales sobrevuelan. En todo este “melting pot” del “Mediterráneo americano”, la lógica aristotélica parece languidecer o en ciertos casos es tan lejana como la distancia que media entre su originaria cuna griega y las plantaciones bananeras en todo el Caribe.

Desde la dominación colonial inicial de españoles y portugueses para adueñarse del inmenso territorio americano o extensión de la civilización occidental, la lógica tiene sentido para los dominadores y es una especie de “sin sentido” para las gentes autóctonas o nativas de este pedazo de mundo desgarrado, mutilado y espoleado del Caribe. Este corazón ha salpicado a sus gentes con la virulencia de las enfermedades mortales propias y ajenas, albergó reductos de piratas y contrabandistas ávidos por destrozar como huracanes tanto las naves como las costas extranjeras o de aquellos que no comparten “sus” particulares intereses. Corazón repleto de naufragios sucesivos desde el siglo XV y de constantes embates cuyos incalculables estragos afectan tanto los nichos ecológicos por toda la circunferencia caribeña ístmica e insular como la propia memoria caribeña.

Apenas se empieza a comprender las implicaciones e la infinidad de interconexiones sobre los modos de vida caribeños. La lógica aristotélica que acompañan por lo general a la mentalidad eurocéntrica y empleada por los grupos dirigentes o dominantes, solo permite explicar de manera bastante limitada, diversas experiencias de vida en las islas del arco antillano y en los litorales costeros de sus alrededores. Los procesos históricos caribeños muchas veces fueron contrapuestos a esa lógica de dominación, de modo que las muchas resistencias permiten entender esas múltiples interconexiones internas y externas del Caribe. Precisamente durante más de diez siglos, los autóctonos ajustaron sus actuaciones en armonía con los ambientes naturales y mantenían relaciones conscientes, reflexivas, interactivas e integrales que incluso permanecen hasta hoy. Esta conjunción entre el pensar y el sentir reflejado en las conductas de nuestros ancestros nativos representa un derrotero a seguir en la actualidad y un rasgo característico de la memoria caribeña.

Desde mucho tiempo antes de que llegaran los españoles, pueblos de las costas caribeñas de Honduras, Nicaragua y de toda Costa Rica y Panamá estuvieron lingüísticamente relacionados con aquellas sociedades autóctonas de América del Sur. Después de que los españoles vincularon el mar del Norte (Atlántico) con el del Sur (Pacífico) a partir de 1513, se iniciaron las incursiones desde Panamá hacia las costas pacíficas del istmo Centroamericano. Se iniciaba de esta manera un prolongado proceso por el cual se capturaban numerosos aborígenes en Nicaragua y Costa Rica con el claro propósito de esclavizarlos y enviarlos al Perú hasta finalizar la dominación española. Este persistente saqueo ha dejado a estos países sin la población aborigen en dicha costa desde la época colonial y obligó a los nativos que quedaban a refugiarse de tales azotes en las costas caribeñas. La Mosquitia en Nicaragua y las montañas de Talamanca constituyen desde el siglo XV los territorios a los cuales se restringió el acceso de los blancos, predominando los indígenas que hasta hoy son gentes marginadas con los mayores índices de pobreza extrema en todos los aspectos.

 Las rupturas efectuadas contra las sociedades indígenas han fortalecido entonces las numerosas batallas de resistencia que se libraron contra tal dominación por parte de los “blancos”. Las respuestas de estos aborígenes americanos constituye el primer elemento para configurar la memoria colectiva del Caribe, no obstante que en ciertas islas fueron exterminados por completo. En Centroamérica, los dirigentes blancos o españoles iniciaron sucesivas y variadas incursiones contra las sociedades nativas, represiones que fueron también diferentes en cada una de aquellas provincias y luego países. En efecto, los resultados fueron diversos dentro de la Capitanía o Reino de Guatemala como se denominó la totalidad de ese territorio colonial. Después de la independencia de España, la élite dirigente en cada uno de estos nacientes estados implementó políticas diferentes respecto a los aborígenes pero que además tuvieron algunas similitudes como por ejemplo, ignorar estos territorios caribeños de Centroamérica al considerarlos como “áreas vacías” al tenor de la lógica de dominación política y a lo que luego se completó con endilgarles a estos indígenas los calificativos de “indómitos y belicosos”. Justamente la exclamación de Cristóbal Colón frente al caribe de aquella “Costa Rica” y que originó el nombre de dicho país, dejaba oculta la realidad propia de esas tierras baldías e infértiles propias de una costa no “rica”, además de estar infestada de las más hostiles tribus aborígenes que fue necesario sacar por la fuerza militar mediante el eufemismo de “pacificación”.

La beligerancia de estos aborígenes de las montañas de Talamanca contra el dominio de los “blancos” y las elites dirigentes plácidamente localizadas en el Valle Central de Costa Rica, fundamentó la existencia de esta discriminación hacia esta población ancestral. Como resultado de la colonización durante el prolongado período histórico entre 1502 y 1821, los españoles del centro hegemónico encargaron a sus esclavos negros de mayor confianza la administración de los cacaotales localizados en la lluviosa, calurosa y exuberante costa caribeña. La presencia “blanca”, fuera de incursionar en las montañas, se limitó a visitar un par de veces cada año aquellas plantaciones a veces solo para comprobar el saqueo del cacao y de los mismos negros por parte de los zambos mosquitos u otros piratas que asolaron esta costa caribeña durante la colonia.

Desde entonces, el Caribe ha sido “ingobernable” para decirlo con la moderna terminología empleada por los grupos de poder político o la élite gobernante que asumió la tarea de formación de la vida nacional mediante ciertos rasgos que han ido definiendo, cohesionando y tejiendo la llamada identidad costarricense. Este fino bordado justamente se inició presentado la “blancura” tica como la diferencia clave del proceso de identificación y por contraste con el resto de los otros grupos étnicos como aborígenes y negros. Esta discriminación, o mejor dicho, definitiva exclusión social a partir de los “otros” que no son como nosotros, ha permitido cierta y relativa homogeneidad social, étnica y cultural en Costa Rica, eso sí de la parte del Valle Central o del interior del país. Conforme pasaron los años y otras naciones emergieron en América Latina, los nacionalistas abrazaron la ideología liberal republicana para consolidar el Estado.

El proceso histórico de formación de la identidad nacional estuvo acorde con el paradigma predominante del nacionalismo liberal que ha destilado diversos tintes y que tiene el común denominador de dejar sin ningún protagonismo histórico a las gentes autóctonas del continente americano. Para esto se ampararon en el impulso moderno del “orden y progreso”. Orden para vivir bajo el tutelaje de la Constitución Política y la legislación resultante para disipar las dificultades surgidas. Las leyes contra la vagancia constituyeron un vivo ejemplo de excluir a los opositores de la modernización y la civilidad públicas. Al mismo tiempo, se promovió el progreso material que constituyó el mejor indicador de toda civilidad del mundo occidental. Ambos, orden y progreso podrían considerarse los caballos de batalla con los cuales los liberales derrotarían a los indomables aborígenes del Caribe pues no fueron exterminados en la época colonial. La identidad nacional jamás se despojó de aquellas ropas empapadas y teñidas de la ideología liberal al extremo de presentar como retrógrados a los que solo atisbaran a desconfiar de las leyes y del evidente progreso material resultante. Esta severa marginación o exclusión de los aborígenes garantizó a los dueños del poder establecido continuar con el control del mismo. La memoria nacional originó el olvidar la ancestral de los aborígenes, fortaleciendo la memoria del interior del país y excluyendo, borrando y abandonado a su propia suerte a todos los no blancos.

El nacionalismo costarricense planteaba con la ideología liberal un Estado de derecho y respeto a las leyes que fundamentaron y otorgaron consistencia al orden social y civil republicano o ciudadano. Apenas ocurrió la independencia política de Centroamérica en 1821, los grupos de poder elevaron a rango constitucional la igualdad ciudadana ante la ley, algo de lo que solo esa selecta minoría disfrutó durante todo el siglo XIX. Como por arte de magia los liberales desaparecieron todas las distinciones sociales y étnicas propias de la rígida y característica estratificación social y étnica prevaleciente en la época colonial. Y con ello se desvaneció también de la memoria nacional la enorme herencia nativa cuyos “únicos” legados que fueron reconocidos oficialmente eran los nombres de los pueblos indígenas en la nomenclatura nacional. Los posteriores censos nacionales constataron que la nueva nación tenía una población abrumadoramente “blanca”.

La creación de la identidad nacional según el cuento fantasmagórico de la igualdad ante la ley ha tenido importancia en Costa Rica porque se construyó la diferenciación social de los “blancos” excluyendo a los que no lo fueran. Sin duda los liberales consolidaron la ciudadanía nacional al presentarla como obediencia a las leyes de la nación, una virtud patriótica y civilizada propia de héroes o genuinos modelos a seguir entre la gente común. El caribe todavía hoy aglutina las mayores reservas indígenas camufladas como “parques nacionales”, pero al mismo tiempo también son los lugares de mayor miseria extrema comparables únicamente con los cinturones de las periferias urbanas y que revelan otra Costa Rica de la que pocos tienen memoria de su existencia y de cuyos indicadores oficiales tanto nacionales como internacionales no se interesan u ocultan, otra forma de exclusión social de la memoria propia y correspondiente con esa determinada identidad pretendidamente “nacional”.

La resistencia de los aborígenes ha sido equiparada ante los atónitos ojos de los dominadores como un atributo propio de los países con mayor cantidad de población nativa. Precisamente, los “pacíficos” costarricenses son singulares entre sus vecinos puesto que aparecen tan diferentes como extraña es esa “naturaleza” no violenta tica. En contraste, las guerras civiles en los otros países tanto de Centroamérica como de otros vecinos (Colombia), tienen una raíz étnica bastante precisa ante los ojos repletos de nacionalismo costarricense. En medio de tanta acechanza, los países vecinos del norte y del sur de las fronteras de Costa Rica contrastan con la “única” “Suiza de América” que no tiene una población nativa o la que existe no tiene tampoco ninguna o es de escasa importancia.

 A finales de la nefasta década de 1980 para toda América Latina, el Comité Population Crisis consideró diez variables claves sobre el bienestar de la personas entre 130 países. Era un intento por medir o dar algunas pistas sobre el sufrimiento humano, de modo que plantó a Costa Rica en el lugar número cuarenta (40 puntos) y lo contrastó con aquellos índices respectivos de Nicaragua y El Salvador de 67 y 65 puntos. Mientras que estos índices generales son contrastes abruptos entre vecinos países, el grado de desarrollo alcanzado no pertenece por completo ni por igual a todas las personas de Costa Rica. Aunque se pretenda señalar cierta “medición” del sufrimiento para contrastar a unos países con otros, lo cierto es que hoy la mayor cantidad de delitos (el doble) del país se registran o pertenecen al caribe costarricense, tendencia cuyo origen es remoto como se argumentó. (Torres-Rivas, 1993: 177)

Para hacer todavía más complejas las interacciones del caribe de Centro América, los contingentes de negros que llegaron a estas costas fue una rapiña en que participaron la mayoría de las potencias coloniales. Ellos procedían y llegaban a diversos lugares o los puntos de dominación en uno y otro continente. Así por ejemplo fue en la pequeña isla de San Vicente en las Antillas Menores y en 1796, que después de una larga resistencia armada en contra de los colonialistas ingleses, el grupo étnico garífuna fue expulsado y logró refugiarse en las Islas de la Bahía frente a Honduras y hoy se extiende entre ambos países limítrofes de Guatemala y Nicaragua. Ellos son descendientes de esclavos negros africanos con interacciones bastante estrechas con los aborígenes arawakos que se dispersaron por todo el Caribe y en el que también ellos se han diseminado:

“La conciencia nacional de los garífunas cuenta entonces con una serie de elementos comunes que los ayuda a uniformarse y a identificarse (histórica y culturalmente) con el resto de la región más que con un país determinado”. (Arrivillaga y Gómez, 1988: 37-42)

Todos estos grupos sociales e históricos han conformado el complejo mundo de extremos de los muchos caribes. Las rivalidades entre las distintas potencias coloniales dejaron contribuciones fundamentales sobre las mentalidades de aquellas personas y entre los contactos establecidos entre diversos grupos sociales. Mientras los españoles residentes en las tierras altas del Valle Central asistieron devotamente a las misas en honor a la Patrona de la Provincia de Costa Rica, la blanca y chapetona Virgen de Ujarrás, los piratas ingleses avanzaron por el cauce del río Reventazón que conecta las tierras altas del interior con las planicies costeras del Caribe. Para detenerlos, además de las misas de rogación, enviaron una tropa de 30 soldados para interceptarlos en Turrialba, otro punto limítrofe entre la frontera natural del Valle Central a los 900 metros de altura sobre el nivel del mar y las planicies del Caribe.

El enfrentamiento armado tuvo varias significaciones importantes pues mientras que para los españoles fue un milagro prodigado por la Virgen, que desde entonces pasó a llamarse “Nuestra Señora del Rescate de Ujarrás”, para los aborígenes de Talamanca constituyó el proseguir de las incursiones militares hacia “Tierra adentro” para reclutar más fuerza de trabajo y obtener mayores tributos a favor de los dominadores. Sin embargo, se iniciaba el proceso de construcción de las expresiones de la religiosidad popular que en Costa Rica se manifestaban con las romerías o caminatas a que asisten grandes contingentes de fieles o devotos para rendir homenaje y solicitar protección contra las adversidades cotidianas a que se enfrentan las personas. Este rasgo de identidad religiosa fue iniciado por los españoles con su respectiva Virgen al llevarla en hombros y de visita entre uno y otro pueblo en lo que luego se definió como el propio territorio nacional.

Las diversas contribuciones de la religiosidad popular en la identidad particular de Costa Rica están todavía por estudiarse. Lo cierto fue que el desplazamiento durante la época colonial de la Patrona de Costa Rica o Virgen de Ujarrás hasta lugares bastante remotos como el pueblo aborígen de Nicoya en las planicies del Pacífico, constituyen indicios claros del control ejercido por los españoles incluso sobre estos aborígenes que como los chorotegas de Nicoya que habían logrado el mayor nivel cultural a la llegada de los dominadores blancos. Este proceso de cohesión social entre ellos y los nativos que denominamos mestizaje fue reflejado en 1824 al declararse Patrona Nacional a la Virgen de los Ángeles, mejor conocida como la “Negrita” aparecida en 1638 entre pardos o mulatos que vivían en uno de los barrios marginales de la capital colonial y “blanca” de Cartago.

La identidad nacional costarricense paulatinamente ha forjado cierta sociedad imaginada expresada en la canción “Patriótica Costarricense” en la que se procura no envidiar los goces de Europa aduciendo que “es mil veces más bella mi tierra”. Este discurso liberal de la identidad nunca ha perdido la característica dualidad en que una cosa ideal es propuesta y otra muy distinta es la que se concreta en la realidad. Con estas creaciones imaginadas se pretendía eliminar los marcados contrastes existentes entre la “blancura” de la mayoría de la población y la “Negrita” Patrona Nacional o “El Erizo” o soldado mulato destacado en la guerra contra los filibusteros y reconocido como Héroe Nacional llamado Juan Santamaría. Estos contrastes se marcarían con mayor profundidad conforme pasaban los años del siglo XIX porque los exportadores cafetaleros que procesaron estos granos en el Valle Central promovieron además la construcción de una vía de ferrocarril que los ligara con los mercados extranjeros. Este fue el origen del puerto de Limón, único en el litoral caribeño de Costa Rica.

A pesar de que los liberales posibilitaron las inversiones extranjeras en el país, este fue el “cuchillo para su propio pescuezo” y que pendió sobre las cabezas de esta elite política nacional. Con el surgimiento de la identidad tan propia del Valle Central al interior del país e impulsada por los sectores dominantes, se tuvieron que establecer alianzas y ciertas estrategias políticas hasta llegar a obtener la ciudadanía como sinónimo de esa identidad costarricense. En este sentido, la memoria del caribe costarricense quedó relegada en medio de “la metamorfosis y deterioro del proyecto nacional de control sobre el Ferrocarril al Atlántico”. Esta región aparecía ante los liberales como abierta a las inversiones extranjeras en tanto que tierras vacías o baldías. El enclave bananero, ahora concebido como un estado dentro de otro, no fue percibido entonces así por la elite política sino como la

“emergencia de una región, construida a partir de la exaltación de la ‘otredad’ cultural, la pobreza de las mayorías, la débil presencia del Estado nacional y la prevalencia indiscutible de inversiones e intereses de extranjeros que lucran con el control de sus principales recursos”. (Murillo, 1995: 68)

La construcción del ferrocarril coincidía con el progreso material de obras de infraestructura tan necesarias para exportar los sacos con café que eran producidos en el Valle Central y embarcados en el puerto de Limón con destino a los mercados foráneos. Esta empresa originó que una numerosa población jamaiquina llegara al caribe costarricense, proceso que se relacionaba y coincidía con las huracanadas migraciones que barrieron la mayoría de las costas en todo el Caribe desde fines del siglo XIX y de la primera mitad del XX:

“Hundreds of thousands of British West Indians left their islands of birth to try their luck in Spanish-speaking Greater Caribbean destinations in the first third of the twentieth century. Up until World War One, their numbers were concentrated most heavily in Panama’s terminal cities and Canal Zone. As sugar prices boomed in the wake of the European war, Cuban cane fields replaced Panama as the destination of choice. Meandwhile, perhaps three-fourths of Central America´s banana workforce was British West Indian in the first decades of the twentieth century […] Immigrants from the the French Caribbean, South America, Western Europe, China, Syria, and India reached Caribbean Central America in this era as well, as did Spanish-speaking mestizos and indigenous community members from elsewhere in Central America.” (Putnam, 2006: 114)

 Esta migración mayoritariamente jamaiquina se prolongó por varios años e inició en esta región de los alrededores de Limón un proceso de transculturación que apenas se empieza a dilucidar en la actualidad. Ambos, el ferrocarril y las plantaciones bananeras, se convirtieron en los únicos focos de empleo en la costa caribeña. La vida diaria dejaba espacios suficientes para escuchar diferentes lenguas y dialectos tan lejanos al español como eran el inglés y los idiomas nativos. La cultura ciudadana era minoritaria y se discriminaba en todas las formas posibles al extremo de prohibir a los “negros” ingresar al Valle Central de Costa Rica durante toda la primera mitad del siglo XX.

 En Limón era común celebrar con mayor fervor el natalicio de la Reina de Inglaterra antes que la Independencia nacional de Costa Rica. Por tanto, el discurso sobre la identidad nacional no contemplaba ni admitía la creación de una sociedad multicultural ni mucho menos pluriétnica, algo de lo que se percató la oficialidad política o dirigente solo para fines del siglo XX al decretarse el cambio del 12 de octubre como “día de la raza” por el “día de las culturas” a partir de 1994. Por supuesto que esto no ha terminado con la discriminación ni contra los nativos ni contra los negros, es decir contra todos los no blancos.

Esta memoria excluida del Caribe costarricense tiene que convocar no solo a la perspectiva interdisciplinaria sino percibir su creación básica como “equiparación radical entre procesos vitales y cognitivos. No existen verdaderos procesos de conocimiento sin conexión con las expectativas y la vida de los aprendientes”. (Assmann, 2002: 29 y 31) Es decir, mientras que el discurso de la identidad nacional demuestra aquello que el aforismo popular plantea respecto a los seres vivos sobre que “del dicho al hecho hay mucho trecho”, la memoria del Caribe tiene que hacer coincidir los procesos sociales dentro de una totalidad mayor a la esfera nacional. Esa memoria es percibir a las personas dentro de los diferentes entornos de actuaciones y creaciones tanto de resistencia a lo establecido como a las inevitables experiencias de autoorganización que han sido compartidas dentro de esta comunidad caribeña a la que pertenecen. Profundizar o ampliar esta memoria es establecer aquellas redes comunicativas entre esas personas para construir identidades múltiples, es una búsqueda permanente y encantada por descubrir todas las dimensiones, posibilidades y perspectivas humanas. En fin, se trata de restablecer la dignidad de las personas dentro de una atmósfera de provecho mutuo que permita sumergirnos en la totalidad de la vida o del cosmos caribeño y forjar una sociedad de enamorados dentro de la “interacción cooperante de las partes”. (Assmann, 2002: 57)

Como detalle final y sin que esto parezca insignificante, la memoria del Caribe no puede agotarse con el solo empleo de la lógica explicativa. Tienen que incorporarse otros elementos. El mismo término proveniente del latín para pliegue es plica y que se refiere a una misma cosa aunque se usa en forma indiferenciada para implicar, explicar, complicar, multiplicar, etc. La memoria supone referirse a todos aquellos posibles “re-pliegues y des-pliegues y, por tanto, multipolaridades, multireferencialidades”. (Assmann, 2002: 100) Esta propuesta constituye una fragrante ruptura con la epistemología tradicional que ha buscado controlar antes que dar apertura a nuevas posibilidades de investigación y creatividad. En este sentido, se trata de implementar una nueva hermenéutica denominada como “el arte de descubrir […] Aprender es construir mundos donde todos tengan sitio, mundos donde quepan otros mundos, campos semánticos que tengan interfases con otros campos de sentido”. Cerrar las brechas entre teoría y práctica es una postura acorde con la perspectiva interdisciplinaria y propia del sistema social complejo del Caribe en que interesa observar interconexiones “mientras están vinculadas a su totalidad […] ” (Assmann, 2002: 106 y 148).

 

© Gerardo Mora


Bibliografía

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