Recordar y escribir para vivir.
La recuperación (inter)subjetiva del pasado en
El corazón del silencio de Tatiana Lobo
y Con Pasión Absoluta de Carol Zardetto
Bowling Green State University, EE.UU.
El viaje como escritura y la escritura como viaje
Recientemente se publicaron dos novelas en Centroamérica que constituyen un ejercicio de memoria por medio de la escritura autobiográfica ficcional. Me refiero a El corazón del silencio (2004) de Tatiana Lobo y a ConPasión Absoluta (2005) de Carol Zardetto. En ambos textos, escribir y recordar son dos caras de la misma moneda en una revisión de la historia personal que está estrechamente ligada a la historia de los países de origen de las protagonistas y de las autoras de dichas novelas. A este respecto resulta extremedamente significativo que la forma en la cual las dos novelas en cuestión interrelacionan la historia personal (y familiar) con la historia nacional se corresponde con una de las estrategias fundamentales de la escritura autobiográfica hispanoamericana, tal como la caracteriza Sylvia Molloy (1991):
“The nagging sense that the ‘I’ is a historical artifact and should be presented as such for purposes of self-validation underlies and will never quite disappear from Spanish American autobiographical discourse. It will eventually find itself expressed in a more subtle fashion and, with time, will even be succesfully combined with a more generous rendering of the petite histoire of childhood and familiy life.” (83)
Como se verá, una de las apuestas de Carol Zardetto y de Tatiana Lobo en estas novelas es precisamente la de demostrar la relevancia de la “petite histoire” de la infancia y la familia para contestar las narraciones y los silencios del gran relato de la Historia en tanto que discurso hegemónico cómplice y artífice de un régimen represivo y patriarcal. Y en ambos casos, también, la historia familiar es reconstruida desde la perspectiva y la experiencia femenina, en un gesto programático que propone recordar/imaginar el pasado desde la subjetividad de las mujeres. Sin ninguna duda, Lobo y Zardetto están asimismo convencidas de que el ‘yo’ es sobre todo un “artefacto histórico” (el énfasis es mío), y por lo tanto –si bien explotan varios aspectos de la escritura autobiográfica– construyen a sus personajes en el marco de la ficción narrativa que explora la historia (personal, familiar, nacional) desde la perspectiva de sujetos femeninos que afirman su propia subjetividad por medio de la escritura. Dicho de otro modo, si muchas de las novelas escritas en los años noventa en Centroamérica y Latinoamérica entran en un diálogo explícito con los presupuestos de la escritura historiográfica (Grinberg Pla, 2001) en su recuperación o reinvención del pasado, la última novela de Tatiana Lobo, Corazón del silencio, y la primera novela de Carol Zardetto, ConPasión absoluta, recurren a estrategias típicas de la escritura autobiográfica. En el caso particular de Tatiana Lobo se observa entonces una transición de la novela histórica (Asalto al paraíso [1992], El año del laberinto [2000]1) a una novela que si bien gira en torno del pasado, lo hace desde la recuperación de dicho pasado en el presente a partir del ejercicio de memoria disparado por el viaje al pasado de un sujeto femenino en particular –cuya identidad comparte varios rasgos con los de la autora de la novela. Es decir que en la novela más reciente de Tatiana Lobo ha tenido lugar un corrimiento en el lugar de la enunciación y en los principios constructivos desde los cuales se propone una actualización del pasado por medio de la memoria, el viaje y la escritura. El pasado revisitado en la novela es –ahora– un pasado reciente.
En cuanto a ConPasión Absoluta, me atrevería a arriesgar que esta novela postula de manera programática que la escritura de sí es una práctica política emancipatoria. Más adelante voy a volver sobre cómo la articulación de la subjetividad de la protagonista de la novela en su propia narración/escritura en esta novela cumple con varios de los elementos que Sidonie Smith (1991) identifica como constitutivos de la autobiografía femenina como práctica emancipatoria. Es decir que la novela de Carol Zardetto comparte con un número significativo de autobiografías de mujeres un tipo particular de autorepresentación del yo por medio de la escritura en el que dicha escritura tiene una agenda política emancipatoria y que Smith define por tanto como “manifiesto autobiográfico”.2 Resulta interesante, además, que la frase final de la novela, en la voz de la protagonista y principal narradora, cumpla con uno de los topos de la autobiografía hispanoamericana (Molloy, 2001: 6), al apelar indirectamente a la benevolencia de los lectores con estas palabras: “La vida merece compasión absoluta.” (Zardetto, 2004: 370). Esta frase, al contrario de lo que ocurre en la tradición autobiográfica cierra el relato en lugar de formar parte del prólogo, está formulada como una aseveración neutral frente a las exigencias de la realidad. Y es precisamente por estar situada al final de un libro en el cual la narradora ha contado la historia de su vida que dicha afirmación funciona como un pedido al lector de que tenga compasión absoluta con la protagonista de la historia que acaba de leer (o que lea dicha histora con pasión absoluta).
Aunque Carol Zardetto y Tatiana Lobo implementan estrategias de la escritura autobiográfica, eligen el código de la ficción para narrar la historia de una mujer que intenta recuperar su pasado por medio de la memoria –una memoria disparada por un viaje de regreso al país de la infancia. Así, las dos novelas son protagonizadas por una mujer que regresa a su país natal: Chile en el caso de Yolanda (la protagonista de El corazón del silencio) y Guatemala en el caso de Irene (la protagonista y principal voz narrativa de ConPasión Absoluta).
El regreso al país natal abre la reflexión sobre el pasado, una reflexión articulada en forma de escritura que a su vez da origen a la narración. Por eso, ambas narraciones parten del presente, ese presente del viaje de regreso, de modo que el viaje al país natal es el elemento que dispara la memoria. Viaje como escritura (el periplo ‘real’ que se traduce o convierte en un periplo literario) y escritura como viaje (trasladarse al pasado por medio de las palabras hilvanadas en el relato).
La recuperación del pasado por medio de la memoria subjetiva de una protagonista adulta, situada en el presente, que emprende un viaje (en sentido literal y figurado) al país de la infancia es, entonces, el punto de partida y el principio constructor de El corazón del silencio y ConPasión absoluta. Así, ambas novelas, como muchas autobiografías, plantean que la distancia que separa al ‘yo’ actual de su historia no es tan sólo temporal, sino también espacial y muy probablemente sociocultural, por el cambio que produce en la mirada la experiencia de vivir en el extranjero. Por eso, el viaje de regreso real al país de origen que emprenden Irene y Yolanda confronta sus respectivos recuerdos de Guatemala y Chile con la realidad de dichos países y por tanto el viaje de la memoria (y la escritura que éste provoca) no será el viaje nostálgico del exilio, sino el viaje demitificador del regreso.
Como se verá más adelante, la elección del registro ficcional como código de representación de la recuperación del pasado emprendida por Irene y Yolanda permite además toda una reflexión crítica sobre el estatus de la memoria que –al decir de Sylvia Molloy (1991: 139-140)– no es habitual en la autobiografía hispanoamericana, pero cuenta sin embargo con una sólida tradición en la narrativa.
La articulación del yo actual con el pasado familiar y nacional
No obstante todas las similitudes señaladas entre El corazón del silencio y ConPasión Absoluta, existen algunas diferencias importantes en el tipo de viaje que emprenden, respectivamente, Yolanda e Irene. En el caso de Irene, el viaje es motivado por el inminente fallecimiento de su abuela materna, con quien la unen estrechos lazos afectivos. Y las personas con las que Irene se reencuentra son, fundamentalmente, su madre (quien la ha llamado para decirle que debe regresar pronto si desea ver a su abuela con vida [2005: 23]), y su abuela. Este reencuentro con su madre y su abuela, y con la Guatemala de su infancia, la llevan a iniciar una indagación de su vida personal que se abre en una miríada de otras voces en una exploración del pasado familiar y de la historia guatemalteca que llega hasta el siglo XIX. Si bien al final de la novela no queda claro si Irene finalmente va a establecerse definitivamente en Guatemala, su estadía se dilata por tiempo indefinido, del mismo modo que seguir escribiendo parece ser su elección de vida. De cualquier manera, regresar a Canadá (el país al que ha emigrado y en el que ha vivido más de veinte años) no parece ser para Irene una alternativa.
En El corazón del silencio, en cambio, una voz en tercera persona narra la llegada de Yolanda a una región identificable con el sur del Chile. El objetivo aparente de su viaje es hacer una simple visita de cortesía a su prima Aurelia (quien ha sido como una madre para Yolanda, pues se ha hecho cargo de ella cuando quedó huérfana a la edad de 5 años), por quien siente un gran cariño pese a las profundas diferencias políticas que las separan. En realidad, Yolanda ha regresado a Chile después de muchos años de ausencia para asistir a un congreso profesional y aprovecha la ocasión para visitar a su prima. Sin embargo, apenas baja del ómnibus que la lleva a destino la protagonista siente que está “comportándose como el que regresa a un territorio salvaje donde todavía queda un área oscura por explorar” (Lobo, 2004: 13). Y dicha “exploración”, que en realidad ya ha comenzado durante el trayecto en autobús, es tanto una indagación de los propios sentimientos encontrados en el momento del retorno, como una revisión del pasado, personal y familiar que llega hasta el siglo XIX, época en la cual la familia de Yolanda se estableciera en la zona, junto con muchos otros inmigrantes de origen alemán. Específicamente, Yolanda necesita comprender un episodio familiar: la desaparición de su primo Marcelo. En este episodio se articula la historia familiar con la nacional, no sólo en lo que respecta a las víctimas de la dictadura, sino también a los victimarios y a los cómplices de la misma, en una complicada trama que la protagonista desentraña durante su corta estadía. Efectivamente, el viaje de Yolanda, a diferencia del de Irene, solamente durará unos días, luego de los cuales aquélla regresa a Ginebra, en donde ha vivido (al igual que Irene en Vancouver) prácticamente toda su vida adulta.
Es decir que, pese a las diferencias específicas en los motivos y en la duración del viaje, tanto para Yolanda como para Irene el viaje se transforma en una indagación del pasado personal y familiar que se vincula estrechamente con la historia nacional. Sin embargo, y de forma mucho más extrema que en la aproximación al pasado de las nuevas novelas históricas, en estas novelas de la memoria, tal como se explica en El corazón del silencio: “El recuerdo es válido solo porque refleja una necesidad del presente.” (Lobo, 2004: 117)
Este anclaje del relato en el tiempo presente del viaje y del recuerdo en ambas novelas es lo que precisamente las conecta de modo más evidente con la autobiografía, ya que como explica Sylvia Molloy (1991: 83), en la escritura autobiográfica, el pasado se encuentra al servicio del presente y el ‘ahora’ es mucho más importante que al ‘entonces’. Aunque cabría agregar que en estos textos la recuperación de ‘lo que fui’ es vista como necesaria para poder entender cabalmente ‘lo que soy’: tanto Irene como Yolanda están situadas en el presente y su recuperación del pasado personal, familiar y nacional es para ellas una necesidad actual en su búsqueda de identidad.
Tal vez por eso, la recuperación del pasado en estas dos novelas no se reduce al ámbito de la palabra escrita, sino que se realiza por medio de la palabra oral, en una cultura conversacional entre mujeres. Así, la oralidad ocupa un lugar central de ambas novelas, ya que el retorno al lugar de la infancia inaugura una serie de conversaciones a través de las cuales las protagonistas exploran y revisan su pasado, en búsqueda de un “sentido para vivir en este lugar terrible” (Zardetto, 2005: 108), al decir de Irene.
Es decir que de algún modo, tanto Tatiana Lobo como Carol Zardetto nos plantean en sus novelas la validez de la exploración subjetiva del pasado por medio del viaje, entendiendo viaje en el sentido literal del regreso al lugar de la infancia, pero también en el doble sentido figurado de viaje de la memoria hacia el pasado, y viaje al pasado por medio de la escritura, pero anclado en el presente de la exploración y el reencuentro.
No obstante, escribir no significa únicamente producir una nueva versión escrita de los hechos del pasado. Más bien, escribir es un modo de darle sentido a la existencia personal en el presente por medio de una narración alternativa: una narración del yo, que construyéndolo, lo afirme. En palabras de Irene:
“Hoy, sentí que la vida llegaba al final de esta historia. Las palabras dejaron de fluir como si se hubiera secado un torrente. Algo aprendí. Presa de mis pesadillas, no tuve antes la osadía de crearme, de parir a la hija de otro sueño, de otra idea, de otra historia. El pasado iba a matarme. Debía aniquilarlo: ésta es la historia de un asesinato. Sepulté un ayer que no tiene ya nada que decirme. Lo sepulté en este océano de palabras.” (Zardetto, 2005: 369)
Para Irene, la escritura funciona como eje que articula el presente con el pasado –y con el futuro. Es más, la posibilidad del yo de inventarse en una escritura que lo proyecte en el futuro es el resultado de una compleja indagación del pasado que le lleva más de un año (Zardetto, 2005: 39) a la protagonista (y de la que ésta da cuenta a lo largo de más de trescientas cincuenta páginas). Recién entonces la narradora se reconoce en una escritura que no reproduce el relato de la historia, sino que es producto de su propia elaboración narrativa y ficcional de la historia. El ‘hoy’ con el cual la misma inicia sus conclusiones la posiciona en el tiempo presente, un tiempo presente desde el cual seguir abriéndose camino hacia el futuro por medio de la escritura. El ‘yo’ de Irene no escribe bajo el signo de la nostalgia del pasado. Muy por el contrario, articula una escritura que, como la del manifiesto autobiográfico, le habla al futuro, ya que el ‘yo’ de Irene también escribe: “ […] under the sign of hope and what Hélène Cixous calls “the very possibilty of change” […] emphasizing the generative and prospective thrust of autobiography.” (Smith, 1991: 194) Por eso es posible asumir que el gesto de ConPasión Absoluta hacia el futuro cumple la misma función en dicha novela que en el manifiesto autobiográfico.3
El tiempo de la narración de ConPasión Absoluta es entonces el presente, un presente que se proyecta hacia el futuro, en un gesto circular de regreso al pasado para volver nuevamente al presente que alude oblicuamente a la circularidad de la memoria. La idea de que la historia no avanza, y por lo tanto no progresa, sino que se repite, es expresada con insistencia tanto en la novela de Zardetto como en la de Lobo. Pero El corazón del silencio va aún más allá en su insistencia sobre la circularidad de la memoria, articulando dicha idea en el argumento: la narración comienza y termina, respectivamente, con la llegada y la partida de la misma a la casa de su prima. Yolanda lleva el mismo traje formal en ambas ocasiones, y el taxista que la recoge cuando parte se acuerda de llevarle unos mazapanes que ella había dejado olvidados en el taxi y que él ha guardado. La misma Yolanda se percata, complacida, del carácter simétrico de la situación, y le agradace el gesto al hombre, “sorprendida de que los inocentes y dulces mazapanes enlazaran su llegada y su partida, ante la misma puerta por donde entró y ahora salía.” (Lobo, 2004: 209) Como si esto fuera poco, la visita de Yolanda no sólo tiene una estructura circular, sino que la indagación del pasado que Yolanda lleva a cabo durante su estadía es el camino por medio del cual ella recorre un circuito que le da sentido al presente. Es decir que el breve pero intenso regreso al pasado que tiene lugar durante la visita le permite a Yolanda elaborar y en consecuencia ‘cerrar’ parte de la historia (personal y familiar), y en ese sentido también puede afirmarse que su visita cierra un círculo que modifica positivamente el presente desde el cual seguir viviendo. En este sentido, el efecto que la indagación del pasado produce en Yolanda es bastante similar al que Irene experimenta a consecuencia de su regreso a Guatemala: ambas llevan a cabo una reelaboración del pasado que incide directamente en su presente. La diferencia más notable es que en el caso de Irene el viaje dispara una reflexión en forma de escritura, lo que no le ocurre a Yolanda.
En este contexto me parece importante resaltar que en ambas novelas la concepción circular del tiempo es privativa de las mujeres (Yolanda e Irene), mientras que las figuras masculinas tienen una concepción lineal del tiempo sintetizada en la exclamación de Miguel Cárcamo en El corazón del silencio de que: ¡La historia no se detiene! (Lobo, 2004: 206). 4 Así, Zardetto y Lobo proponen que existen diferencias de género en lo que hace a la concepción del tiempo de los sujetos. Del mismo modo, como se verá en el siguiente aparatado, estas diferencias genéricas afectan también la forma en que ambas protagonistas definen su propia identidad por medio y a partir de su relación con otras mujeres.
Las voces desde las cuales recuperar el pasado: entre la oralidad y la escritura
La voz de Irene, alternando con las voces de su madre, su abuela y su bisabuela, narra la historia de la gente de Guatemala desde una perspectiva de mujeres provenientes de las clases populares y campesinas. A su vez, en el tejido de voces femeninas se encuentran intercaladas narraciones magistrales en tercera persona que remedan la objetividad del relato historiográfico, en abierto contraste con las voces específicas de las mujeres que se acercan a la historia desde su subjetividad. Finalmente, la estructura narrativa de ConPasión Absoluta, altamente compleja, incluye otros tipos textuales, que entran en diálogo con las narraciones propiamente dichas, como por ejemplo noticias periodísticas, cartas personales y citas textuales de los testimonios de los indígenas sobrevivientes del genocidio perpetrado por los militares en Guatemala entre principios de los años ochenta y mediados de los noventa. Carol Zardetto incorpora las voces de la madre (la Nena), la abuela (la Toya o Victoria) y la bisabuela (Mama Amparo) de Irene, quienes cuentan sus propias historias de vida. Estas narraciones son una respuesta a la exclusión histórica que las mismas han sufrido en tanto que mujeres de origen campesino. El personaje de Irene, en un pasaje en el que se relata a dos columnas el desarrollo de la actividad cafetalera por un lado y la política represiva de Manuel Estrada Cabrera por el otro, finaliza del siguiente modo:
bla, bla…………………………………MI |
Mi madre, uno de esos |
(Zardetto, 2005: 120-121)
Este pasaje muestra de manera ejemplar no solamente el tipo de estructura narrativa de la novela, sino también el hincapié de la autora en denunciar la exclusión histórica de las mujeres campesinas, señalar la estrecha interrelación entre la macrohistoria y la vida privada, así como llamar la atención sobre el vínculo histórico entre el establecimiento de una economía agroexportadora de mercado con la represión de los sectores populares en general y de las mujeres campesinas e indígenas en particular. En otras palabras, Irene incorpora la petite histoire de las mujeres de la familia como contrarrelato del discurso hegemónico de la historia. Este gesto de Irene es similar en varios sentidos al gesto de aquellas autobiografías de mujeres que según Sidonie Smith funcionan como manifiestos, lo que acentúa el carácter programático de la estructura narrativa de ConPasión Absoluta. Me refiero, concretamente, a los siguientes aspectos del manifiesto autobiográfico: primero, la apropiación/confrontación del discurso hegemónico de la historia: “[…] the autobiographer purposefully identifies herself as subject, situating herself against the object status to which she has been confined.” (Smith, 1991: 190); segundo, el sacar a la luz o poner de manifiesto experiencias marginales, sacándolas del silenciamiento y la indeferenciación del anonimato:
“ […] the autobiographical manifesto anchors its narrative itinerary in the specificities and locales of time and space, the discursive surround, the provenance of histories. To bring things ‘into the light of day’, to make manifest a perspective on indentity and experience […] asserts the legitimacy of a new alternative ‘knowledge’ located in the experience of the margins.” (191)
Por último, al inscribir las voces de las mujeres de la familia en el relato de su propia historia, Irene se autorrepresenta como miembro de un grupo de mujeres, es decir como un sujeto anclado en una colectividad de género. Esta característica se corresponde con el tipo de orientación colectiva del manifiesto autobiográfico, en el cual la identificación del ‘yo’ con la colectividad de mujeres de la que forma parte tiene que ver con la conciencia del ‘yo’ de que su destino individual está marcado por su pertenencia de género. (Smith, 1991: 193).
Mucho más circunscripta, El corazón del silencio, gira fundamentalmente en torno a los crímenes de la dictadura militar instaurada por Augusto Pinochet en 1973, y a las complicidades pasadas y presentes de la iglesia católica y de una aristocracia (representada por Oscar, el primo de Yolanda), que se ha enriquecido con las políticas neoliberales pinochetistas (tala de madera, industria del salmón) y que tampoco ha dudado a la hora de matar. La crítica se extiende al gobierno democrático actual y a la forma hipócrita en en el que se lleva a cabo la cultura oficial de la memoria. En ese sentido Yolanda comparte la preocupación de Irene por la memoria de los crímenes de lesa humanidad. En ConPasión Absoluta, en los capítulos iv, vi y xiv, Irene enlaza su memoria personal con la práctica de la memoria que denuncia el genocidio indígena, y en el capítulo xii alterna la explicación de su exilio desde una perspectiva personal con una descripción de la guerra desde el derrocamiento de Arbenz en 1954.
Dado que ambas novelas hacen hincapié en una aproximación a la historia desde la subjetividad de distintas mujeres, es imprescindible tener en cuenta la pertenencia social de cada una de ellas porque su posición social incide de manera decisiva en la construcción de su subjetividad. Yolanda pertenece a una familia de origen alemán que forma parte de la alta burguesía chilena, pero con la que ella tiene serias diferencias ideológicas. La situación de Irene, en cambio, es un poco más complicada: mientras la rama femenina de la familia –es decir su madre, su abuela, su bisabuela– son de origen humilde y campesino, los hombres de la familia –su padre, el padre de su madre– pertenecen a la clase adinerada. Pese a las diferencias con su madre, Irene se identifica ampliamente con las mujeres de la familia, con quienes se ha criado. A consecuencia de las diferencias de origen entre Yolanda e Irene, éstas tienen distintas experiencias de vida, particularmente en la primera infancia, que las marcan de manera particular. Me refiero por ejemplo a la experiencia del hambre y la discriminación por las que tiene que pasar Irene, pero que le son ajenas a Yolanda.
Irene se adentrará, entonces, en una reconstrucción de la historia social guatemalteca asumiendo la perspectiva de una mujer de origen campesino que ha accedido a la educación formal, pero que no reniega de sus orígenes. Muy por el contrario, Irene opondrá al relato patriarcal de la historia, su relato propio, el de su madre, el de su abuela y el de su bisabuela, las cuales nos cuentan la historia, su historia, con sus propias palabras.
En el caso de El corazón del silencio, no son las protagonistas las que están a cargo de la narración, pero Tatiana Lobo también les da la palabra. Así, por un lado es posible acceder al complejo mundo interior de los personajes a través de largos monólogos interiores de Yolanda y Aurelia respectivamente. De eso modo nos enteramos que Yolanda tiene una visión crítica de la burguesía chilena y en particular de su familia durante la dictadura militar de Pinochet, por lo que somos testigo de una minuciosa revisión de las responsabilidades sociales de la clase alta chilena en los crímenes de la dictadura. Aurelia, en cambio, rememora los detalles del día que tuvo que enterrar a su hermano Marcelo mientras reflexiona sobre la actual visita de su prima como si fueran hechos cotidianos y triviales como hacer galletitas, al tiempo que persiste en su visión de que el General era una santo. El lector puede sumergirse en el mundo interior de las dos mujeres sin mediaciones aparentes. Por cierto, el abismo ideológico que separa a Aurelia de Yolanda es una metonimia en el seno de la familia –a su vez una interesante metáfora de la nación– de la división de la sociedad chilena entre pinochetistas y antipinochetistas, que se hizo visible tanto en los resultados del plebiscito de 1988 (55% de la población votó en contra, 45% a favor de la permanencia del dictador en la presidencia) como en las encontradas reacciones de la población chilena frente a la detención de Pinochet en Inglaterra en 1998 por orden del juez español Baltasar Garzón.
Por otro lado, numerosos fragmentos de las conversaciones entre Aurelia y Yolanda son incorporados a la novela de manera tal que es posible percibir no solamente la dinámica del diálogo entre las primas, sino también la importancia de la oralidad en la revisión del pasado, cómo se puede observar en el siguiente pasaje, en el cual éstas tratan de reconstruir una parte de su historia:
“–No recuerdo de qué color eran las cortinas,
–de ninguno, no había,
–estás segura,
–pero qué mala memoria tienes,
–yo juraba que eran de terciopelo,
–te engañas, esas cosas nunca se usaron,
–quizá las vi en otra parte y las imaginé aquí.
[…]
–entre la memoria y la imaginación es difícil establecer la diferencia,
–o entre tus ganas y tu memoria, querrás decir.
Yolanda hubiera querido responder, vaya, prima, no eres tan simplota después de todo, y sonrió,
–tienes razón, me hubiera gustado,
–qué
–lo de las cortinas, mujer,
–ah.”
(Lobo, 2004: 65-66)
Las voces de las mujeres se adueñan del relato ocupando una posición paralela (no subordinada) a la del narrador, que alterna sus comentarios de la situación. El diálogo propiamente dicho conjuga lo trivial (el color o la existencia de las cortinas) con reflexiones sobre los procesos de la memoria, como en este ejemplo, o escabrosos temas relativos a la historia reciente de Chile que atañen directamente a las protagonistas. Así, hacia el final de la visita, Yolanda explota y le grita a su prima: ¡Ya no te aguanto más, nazi de mierda! (Lobo, 2004: 202). A través de las dudas expresadas por ambas primas en diversas ocasiones respecto de su capacidad de recordar los hechos del pasado así como por medio de un permanente cuestionamiento de los personajes sobre cuáles son los hechos a recordar, en la novela de Tatiana Lobo se produce un distanciamiento de la memoria concebida como fuente fehaciente de conocimiento histórico, acercándose a las reflexiones de Irene en ConPasión Absoluta, para quien –como vimos– escribir sobre el pasado es, de algún modo, inventarlo.
La atribución genérica que tiene lugar en la escritura autobiográfica hispanoamericana, según la cual toda autobiografía es biografía y toda biografía es historia –y específicamente historia nacional– (Molloy, 1991: 143), ha sido tamizada en éstas novelas por la convicción de que la representación ficcional del pasado puede y debe disputarle a las representaciones históricas del pasado el monopolio de la historia. Obviamente, Tatiana Lobo y Carol Zardetto comparten con muchos escritores centro y latinoamericanos contemporáneos dicha convicción, lo que puede verificarse por las numerosas exploraciones del pasado desde la novela histórica que han sido publicadas en las últimas décadas. La particularidad de El corazón del silencio y ConPasión absoluta en este contexto es que estas novelas interpelan el discurso de la historia desde la experiencia de mujeres que en la actualidad indagan en su pasado por medio del recuerdo. Si la mayoría de las novelas históricas de finales del siglo XX reescriben un pasado alejado histórica y vivencialemente de sus autores (la conquista, la colonia, la independencia), estas novelas de la memoria, aunque ahondan en la historia familiar hasta llegar al siglo XIX, proponen un viaje al pasado inmediato por medio de la escritura o el recuerdo de personajes que –como las autoras de las novelas– han sido directamente afectados por la historia que relatan. Tal vez, ha sido necesaria una cierta distancia histórica con respecto al pasado reciente (la guerra en Guatemala, la dictadura en Chile) antes de que éste pueda ser apropiado por la novela. Además, criticar a un poder histórico a través de la ficción historiográfica puede haber constituido una manera de cuestionar oblicuamente a un poder contemporáneo sin correr los riesgos que implica criticarlo abiertamente.
El giro (inter)subjetivo en la recuperación del pasado
El hecho de que tanto Yolanda como Irene asocien la memoria con la imaginación más que con una reconstrucción objetiva del pasado no significa, sin embargo, que en estas novelas se ponga en tela de juicio la necesidad de esclarecer los crímenes de lesa humanidad cometidos en Chile y en Guatemala. Muy por el contrario, ambas protagonistas ven el esclarecimiento del pasado como una condición necesaria, no sólo para poder vivir en el lugar terrible al que se refiere Irene sino para –lisa y llanamente– no perder la cordura, como le ha ocurrido a Aurelia, la prima de Yolanda.
Así, Aurelia, quien fuera forzada por su hermano Oscar a enterrar en un pantano a su hermano Marcelo y a guardar silencio sobre el asesinato que él había cometido, vive en un mundo que roza peligrosamente los bordes de la locura. Aurelia, al decir de Yolanda, no niega los hechos, simplemente los calla y suprime el horror que hay en ellos, fabulando un asesinato aséptico como parte de un juego infantil: “pum, pum, te moriste y ahora vamos a jugar a otra cosa” (Lobo, 2004: 190). Tanto para Aurelia (quien vive sola en un estado de senilidad parcial –rodeada de fantasmas con los cuales mantiene largas conversaciones), como para Melania (quien entra en un estado de autismo como resultado de repetidos abusos sexuales por parte de Oscar), el ‘corazón del silencio’ es la locura que permite escapar de una realidad demasiado dolorosa para convivir con ella. Por medio de las historias mínimas de Melania y Aurelia, confinadas al silencio y a la soledad, Lobo amplía el espectro de las víctimas (hombres y mujeres) políticas de la dictadura pinochetista para incluir a las mujeres como víctimas consuetudinarias del abuso sexual y de la autoridad de la sociedad patriarcal representada en la figura de Oscar, quien también encarna la figura del militar. La coincidencia de la responsabilidad por crímenes políticos (que con la llegada de la democracia son denunciados públicamente) y por crímenes perpetrados en el seno de la familia y en el ámbito de lo privado y en donde las víctimas son mujeres –que sólo son develados por la trama ficcional de la novela– no es casual. Más bien, sugiere el carácter patriarcal de la dictadura. Además plantea que mientras la sociedad democrática chilena tiene un interés (aunque sea parcial o hipócrita) en indagar los crímenes políticos de la dictadura, no ocurre lo mismo con los abusos perpetrados contra las mujeres en el ámbito de lo privado – las cuales ni siquiera son reconocidas socialmente como víctimas, exceptuando la aguda mirada de Yolanda. Por medio de las historias de Melania y Aurelia, El corazón del silencio afirma que la pérdida de la cordura o las llamadas enfermedades mentales que históricamente han sido atruibuidas a mujeres como un problema psíquico o neurológico de ellas han sido provocadas por una coyuntura histórico-social determinada.
Irene, por su parte, al leer los testimonios de algunos de los sobrevivientes de las masacres indígenas publicados en Guatemala, Nunca Más siente amenazada su razón al tratar de entender el sadismo de lo ocurrido y sólo es capaz de conservarla al reconocer que la “perversión sin límite” es parte de la condición humana (Zardetto, 2005: 111). El proceso de Irene parece sugerir que la aberración de lo ocurrido hace estallar los límites de la racionalidad.5 Así, la confrontación de Irene con los testimonios de los sobrevivientes del genocidio de los mayas en Guatemala le provoca un estado de enajenación similar al que Ankersmit (2001) considera que debe provocar la memoria del holocausto: “ […] an illnes, a mental disorder from which we may never cease to suffer.” (193). No obstante, Irene y Yolanda parecen poder conservar la cordura precisamente porque hablan y escriben sobre los crímenes de lesa humanidad, lo que sugeriría que la representación de los hechos traumáticos por medio de la memoria (testimonial o ficcional) no necesaria o únicamente produce una apropiación neurótica y melancólica del pasado (Ankersmit, 2001: 176-179; 188-193), sino que también puede –como sugiere LaCapra (2002: 163-164)– conducir a una reelaboración del pasado que ayude al sujeto a superar aunque más no sea parcialmente el trauma.
En ConPasión Absoluta y en El corazón del silencio, la narración nos abre las puertas al mundo interior de dos mujeres que llevan a cabo una revisión del pasado a través del diálogo con otras mujeres de su familia. Es decir que en ambas novelas son las mujeres las que llevan a cabo el trabajo de la memoria por medio del diálogo.
Yolanda e Irene comparten el haber obtenido una excelente educación formal, el hecho de ser egresadas universitarias y dedicarse al área de las humanidades como investigadoras y traductoras. Tal vez, en sentido figurado podría decirse que su rol en la ficción es traducirnos la historia en términos relacionados con su condición de mujeres críticas que repudian profundamente los crímenes de lesa humanidad cometidos por los militares y los paramilitares con el beneplácito de las clases pudientes nacionales en sus respectivos países de origen con el apoyo de los EEUU. Al mismo tiempo ambas mujeres son capaces –pese a todas sus diferencias con las mujeres que las criaron– de recuperar no sólo el vínculo afectivo, sino también el tipo de saber articulado en la comunicación oral entre madres e hijas.6 Por eso es posible afirmar que Lobo y Zardetto operan con la noción de que la práctica de la memoria de las mujeres (representadas respectivamente en las novelas por Yolanda e Irene) tiene características que son específicas del género femenino, como por ejemplo el interés por la petite histoire familiar y la definición de la propia identidad en relación con otros y particularmente con otras, lo cual se ve articulado en una estética conversacional de recuperación de la oralidad de las voces femeninas de la propia familia. Una vez más, esta postura coincide con el tipo de diferencia de género que la crítica atribuye a las autobiografías de mujeres, las cuales suelen, según Mary Mason (1980), definir su identidad en términos de su relación con otros, mientras que los hombres usualmente acentúan su individualidad.
Volviendo a la idea circular del tiempo que se halla en el centro de ambas novelas, como ya he mencionado más arriba, son los hombres (Miguel Cárcamo en El corazón del silencio y C en ConPasiónAbsoluta) los que perciben la historia en sentido lineal, mientras que Yolanda e Irene insisten en el carácter circular y repetivo de una historia que gira inexorablemente en torno al presente. Además de constituir otra diferencia de género, esta concepción circular del tiempo se vuelca en la concepción de la memoria punto de partida de la narración. Así, estas novelas llevan a cabo un giro subjetivo, incorporando estrategias de la autobiografía (en especial de mujeres) en una narrativa que gira en torno al tiempo presente y circular de la memoria.
Aparentemente, la divergencia en la percepción del tiempo, de la memoria y de la historia es la que impide una relación más estrecha o una comunicación más feliz entre los géneros.7 Más allá de esta consecuencia para la vida privada de las protagonistas, ambas novelas sugieren que el anclaje en el presente y en la propia subjetividad son las únicas claves que permiten dar sentido al pasado reciente y desde las cuales es posible enfrentarse al futuro. En palabras de Yolanda,
“ […] volver tiene el propósito de llenar el tiempo de la ausencia con explicaciones claras y coherentes y […] eso es imposible, no se le puede exigir a la gente que complete la vida como se cuenta una película que uno no ha visto.” (Lobo, 2004: 61)
Irene y Yolanda rehuyen consecuentemente la lógica de las explicaciones objetivas, “claras y coherentes”, del pasado. En lugar de ello, sin perder la perspectiva subjetiva individual que se afirma y se constituye por medio del viaje y de la escritura, exploran el espacio de la casa y la vida cotidiana para construir una memoria intersubjetiva e intergeneracional a partir de un diálogo entre mujeres. Las historias de las mujeres de su familia en el caso de Irene y el diálogo con su prima en el caso deYolanda no sólo son parte constitutiva de la identidad de las mismas, sino que además y sobre todo son la estrategia que les permite restituir las voces de los sujetos femeninos al relato de la historia.
Ankersmit, F.R., 2001: Historical Representation. Stanford: Stanford University Press.
Castellanos Moya, Horacio, 2004: Insensatez. México: Tusquets.
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LaCapra, Dominick, 2002: “Writing History, Writing Trauma”, en: Jonathan Monroe (ed.): Writing and Revising the Disciplines. Cornell University Press, 147-180.
Lobo, Tatiana, 1992: Asalto al paraíso. San José: Farben/Norma.
Lobo, Tatiana, 2000: El año del laberinto. San José: Farben/Norma.
Lobo, Tatiana, 2004: El corazón del silencio. San José: Farben/Norma.
Mason, Mary, 1980: “The Other Voice: Autobiographies of Women Writers”, en: Olney, James (ed.), 1980: Autobiography. Essays Theoretical and Critical. Princeton: Princeton University Press, 207-235.
Molloy, Sylvia, 1991: At face value. Autobiographical writing in Spanish America. Cambridge/New York: Cambridge University Press.
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vuelve 1. Estas dos novelas reescriben, respectivamente, la historia de la Costa Rica colonial, y la de la Costa Rica independiente desde la ficción historiográfica: la trama de la primera novela transcurre durante la primera mitad del siglo XVIII, mientras que la segunda se circunscribe a los sucesos acaecidos en 1894.
vuelve 2. “Autobiographical practices become occasions for the staging of identity, and autobiographical, and autobiographical strategies occasions for the staging of agency. Thus within what Butler labels “this conflicted cultural field” the autobiographer can lay out an agenda for a changed relationship to identity. We see this agenda in recent texts by women which participate in self-consciously political autobiographical acts. I call this texts autobiographical manifestos.” (Smith, 1991: 189)
vuelve 3. Sobre la función del futuro en el manifiesto autobiográfico, Sidonie Smith dice que: “[c]alling the “self” into the future, the manifesto attempts to actively position the subject in a potentially liberated future distanced from the constraining and oppresssive identifications inherent in the everyday practices of the ancien régim. (1991: 194)
vuelve 4. En lo que respecta a esta temática en ConPasión Absoluta, véase la siguiente reflexión de Irene por medio de la cual fundamenta su rechazo a la propuesta de su amigo C – quien desea construir con ella un mundo nuevo en la Guatemala de la posguerra: “No quise decirle que me cuesta creer en mundos nuevos o en mundos viejos. El mundo parece revolverse en su propia reiteración. Otras transformaciones son posibles, pero de ellas apenas estaba aprendiendo las primeras letras.” (Zardetto, 2005: 367) Nótese que Irene, pese a asumir la circularidad de la historia, no se siente atrapada por la misma, ya que cree en la posibilidad de autotransformación que le brinda la escritura; no es casualidad su afirmación de que está aprendiendo “las primeras letras”.
vuelve 5. Existe un cierto paralelo entre las reflexiones de Irene, quien se refiere a la guerra de Guatemala y a la situación de la posguerra como “una locura colectiva, una enfermedad del alma” (Zardetto, 2005: 107), y la tesis central de la novela Insensatez de Horacio Castellanos Moya, según la cual nadie en Guatemala puede estar en su sano juicio o “completo de la mente” después de lo ocurrido en dicho país. Cabe señalar que Insensatez es mucho más implacable que con ConPasión Absoluta en su veredicto sobre el estado de la sociedad guatemalteca en su conjunto, ya que en la novela de Carol Zardetto es posible para Irene y para otros personajes como C acceder a un estado de cordura que el narrador de Insensatez no cree poder concederle a nadie
vuelve 6. Aunque Aurelia y Yolanda son primas, Yolanda, que es huérfana, prácticamente ha sido criada por Aurelia por lo que el tipo de relación que establecen es de madre a hija.
vuelve 7. Curiosamente, tanto Irene como Yolanda deciden no vivir en pareja (hay que aclarar que en el caso de Irene se trata de una decisión que tiene lugar al final de la novela y luego de una minuciosa revisión de sus relaciones amorosas en las que el fracaso de una relación en especial juega un rol fundamental).
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