Hernán Antonio Bermúdez

 

Una voz imprescindible

 

Escritor hondureño

hernanantoniob@gmail.com

 

Notas


Roberto Castillo nació en San Salvador en 1950 y murió en Tegucigalpa el pasado 2 de enero, después de una vida dedicada a la literatura y al pensamiento. Las letras hondureñas y centroamericanas se han empobrecido tras su muerte.

Estudió filosofía en Costa Rica, pero su auténtico aprendizaje lo obtuvo en sus lecturas. Era un fervoroso lector, devoto de la buena literatura. La lectura fue, ante todo, un ejercicio placentero que luego supo transformar en arsenal técnico: la herramienta del magnífico narrador que llegaría a ser.

Para Roberto “falta fortalecer la tradición propia hasta hacer de ella el punto de referencia desde el cual se midan todas las distancias, se tracen los sentidos y se haga realidad el ecumenismo cultural…”. “En una tradición tal –dijo– las ideas que hoy vagan sin respaldo ni acomodo, tendrán el soporte que les permitirá descargar toda su riqueza…”1 Y, enfático, anota: “el conocimiento de nuestras peculiaridades es una vía de acceso, y la mejor, al pensamiento universal”.2

Sus relatos agrupados en Subida al cielo y otros cuentos, Figuras de agradable demenciay Traficante de ángeles, y su gran novela  La guerra mortal de los sentidos, son verdaderos en el sentido en que una obra de ficción debe ser verdadera: a partir de las partículas dispersas que el escritor absorbe, combina y moldea, convirtiéndola en una nueva y vívida criatura.

Proust intimaba a los críticos a que no juzgaran su obra por su persona. Su persona de verdad estaba en su obra. Sólo en su obra. Sin embargo, es menester añadir algo sobre Roberto en su costado más personal.

Él detestaba la falsedad, es decir, el acartonamiento, el tono ampuloso, el desborde sentimental. Así, en la poesía admiraba el rigor, el laconismo y la emoción contenida que descubrió, por ejemplo, en los libros de Roberto Sosa y que atribuyó a su integridad, a su rechazo del facilismo y de la pedantería.

El autor de El corneta podía operar en, al menos, tres niveles: como narrador y literato, como pensador y filósofo y, en el plano social, como amigo entrañable. Y esa especie de vida tripartita es de orden ciceroniano.

En efecto, algo romano había en su capacidad de trabajar con similar ahínco en el campo literario y en el de la reflexión, y, por otra parte, saber disfrutar la compañía de los amigos. Jamás renunció a la amistad honesta y diáfana. Nada hace la vida más gratificante y me refiero a la convergencia de creencias, dudas y certidumbres mentales, cuyo agente más efectivo es la conversación.

Roberto practicaba la conversación como el arte de una época dorada, tal y como la definió alguna vez Evelyn Waugh: el chiste apto, la confidencia compartida, la construcción bilateral (o multilateral, según el caso) de una fantasía verbalizada en privado.

Era enteramente estoico –romano, otra vez–, sin ningún atisbo de auto-conmiseración. De mente abierta, nada le chocaba, pocas cosas le sorprendían. Tenía, por supuesto, un par de bestias negras. Como cierto aspirante a escritor, jactancioso y pedestre, de los que se desviven por figurar a toda costa. Con su sentido crítico, Roberto procuraba mantener a raya al “animalero” en las sombras.

Poseía un ojo de novelista para el detalle revelador, y la curiosidad acerca de los seres humanos propia de todo buen fabulista. No es gratuito que al leer su obra narrativa quede la impresión de desplazarnos a una realidad análoga a aquella en que vivimos pero más compleja, más rica, más ambigua y del todo inteligible.

Si bien era puntilloso y exigente con sus amigos, le recuerdo por su desprendimiento y la ausencia de rencor, por la amplia tolerancia de todos los puntos de vista, y el goce de los placeres deleitosos de la buena mesa, del humor y del ingenio.

Su muerte ha dejado un inmenso vacío.

Quito, 10 de febrero del 2008

 

© Hernán Antonio Bermúdez


Notas

arriba

vuelve 1. Castillo, Roberto, 2005. Del siglo que se fue. San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica. Página 316.

vuelve 2. Ibid: 322.


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