Escritora hondureña
Uno de los escritores hondureños que pasó a formar parte de mis lecturas desde mi adolescencia, fue sin duda alguna Roberto Castillo; mucho más que cercanos fueron sus primeros relatos recopilados en sus libros Subida al cielo y Figuras de agradable demencia, textos que releí en intervalos de tiempo a lo largo de varios años. En cada uno encontraba los tesoros guardados que solamente los buenos escritores pueden esconder entre las palabras. Siempre consideré sugestivos los títulos de sus libros, que algunos son títulos de sus relatos, es decir, llamadas a atravesar la puerta de la imaginación. A simple vista parecen llamados a representar realidades descarnadas, problemas sociales, familiares y hasta personales; pero dentro de esa realidad, surge la insinuación al más allá de lo imaginario. El autor da las herramientas para armar las alas y emprender el vuelo. Tomando en cuenta su novela corta o cuento largo El corneta, esta producción marca una primera etapa dentro de su obra literaria publicada.
Es característica de sus personajes la transformación ya sea antes, durante inclusive después de haber concluido el relato, transformación que el lector no se da cuenta que ocurre porque nunca se sabe cómo ocurre, solamente se da; tampoco se explica, solamente se presentan como la muerte, inesperadamente. Hay en los relatos de Roberto Castillo mezclas de elementos que ningún otro autor ha logrado amasar; son desconcertantes, insinuantes, y abiertos a variadas posibilidades de análisis por esa mezcla de lo tradicional con lo moderno, de la búsqueda de la identidad, o de la introspección de la cultura, etc. Se debe mencionar como ejemplo el relato Anita la cazadora de insectos, relato que a simple vista nos remite a una problemática social y común, como se muestra en la película filmada por Hispano Durón, hecho lamentable porque considero que el relato va más allá de presentarnos como carátula un problema o varios problemas sociales, y es la explicación moderna de una leyenda de la literatura oral como es el surgimiento de ese personaje legendario: la Siguanabana o la Sucia que, aparece a la orilla de los ríos o en la vera de los solitarios caminos.
Tuve la oportunidad de charlar por primera vez con él en 1991, cuando yo era estudiante de la Carrera de Letras de la UNAH y solicité su ayuda para la realización de un trabajo sobre la propuesta estética de James Joyce en su libro Retrato del artista adolescente. Creador admirado profundamente por mi persona, la charla se convirtió en una experiencia irrepetible, en una clase en su cubículo del Departamento de Filosofía, pues él también era admirador de Joyce.
Después de muchos años cultivamos una rara amistad, digo rara, porque entre él y yo, el silencio, la escasa figuración y el retiro voluntario para alejarse de innumerables miasmas que empobrecen el quehacer literario hondureño, nos acercó a tal punto, de compartir parte de sus últimos escritos, algunos publicados fuera de Honduras, otros inéditos. Apoyó el esfuerzo que yo realizaba en la edición de la Revista Ixbalam: estudios culturales y literatura, además de apreciar y compartir algunos artículos sobre crítica literaria de mi autoría.
Es indudable que su producción literaria en los últimos años tuvo un vuelco hacia profundidades insospechadas y poco comunes en los autores y autoras hondureñas. Traficante de ángeles es una obra de transición en ese proceso, donde converge su novela La guerra mortal de los sentidos, otro título sugestivo que nos invita a la introspección y a la búsqueda. Esta novela única, especie rara en el ambiente literario hondureño, poco estudiada, por no decir comprendida, por los capitales sociales que requiere, casi ha pasado desapercibida y es que en Honduras la crítica literaria, fuera de los y las autoras ya conocidos por todos, no ha comenzado con sus dos pies a andar el día. De ahí que él mismo me planteara en dos ocasiones la realización de un proyecto de artículos críticos sobre textos seleccionados de literatura hondureña, proyecto que nunca concretamos.
Como no conocemos completamente su obra inédita, ya que dejó más de 17 títulos, puede que existan otras que marquen esa transición hacia una segunda etapa de su obra creativa.
Un día de septiembre de 2007 me sorprendió en mi trabajo, justificando que había pasado solamente a saludarme. Para aprovechar su presencia, dejé de lado lo que estaba haciendo y salimos a caminar por un sendero de gradas, acompañados por las sombras de los pinares y platicamos durante el trayecto. Cuando llegamos a su auto, como un niño tímido y como si fuera la primera vez que publicaba un libro, humildad que lo caracterizaba, me confesó que quería mostrarme la cubierta de un libro que le publicarían próximamente en Costa Rica, La tinta del olvido, solicitando mi opinión y demostrándome la alegría de publicar nuevamente, como si no se considerara uno de los escritores consagrados de la literatura hondureña.
La tinta del olvido es otro libro de ejemplo de esa segunda etapa, evidente en uno de los relatos que lo integran La biblioteca entre los árboles.
vuelve 1. La ciudad brevemente pensada, escrito enviado a mi persona el 12 de agosto de 2006.
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