In memoriam Otto Raúl González
Osvaldo Sauma
Otto Raúl González. Terapeuta de la hilaridad
Poeta costarricense
osauma@hotmail.com
Con la reciente partida del poeta guatemalteco Otto Raúl González (1921-2007), el mundo no sólo pierde a un bardo queridísimo: pierde también al gran terapeuta de la hilaridad. Como todos sabemos, la risa es buena para la salud del cuerpo y del alma, prolonga la vida y ayuda al corazón. Por eso, a este viejo magnífico le quedé debiendo la lúcida orientación de su poesía, y le adeudo también sonoras y saludables carcajadas, muchos tequilas, muchos cigarrillos, la suerte de emborracharme con él en memorables ocasiones, su generosa amistad de soñador empedernido y su exuberante cordialidad.
Claro que no sólo de humor vive el hombre. Esto lo sabía muy bien Otto pues, para él, la labor del poeta en el mundo es la de “existir mientras haya hambre, injusticia, represión humillación, explotación y también para cantar a las alegrías de la vida”.
Tuve la ventura de leer por vez primera sus poemas en la década de los 70, cuando las acertadas políticas editoriales de EDUCA (Editorial Universitaria Centroamericana) nos pusieron en contacto con el talento y la vanguardia de la poesía que se estaba haciendo en el istmo. Los jóvenes de ese entonces pudimos acceder a poetas del calibre de Carlos Martínez Rivas, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos, Ernesto Cardenal, Leonel Rugama, Roberto Sosa, Roque Dalton y Otto René Castillo.
Amor por Joan
Por supuesto, el siempre joven Otto Raúl estaba entre los poetas más leídos. Su libro La siesta del gorila y otros poemas (publicado bajo la colección Séptimo Día, de la EDUCA, en 1972), nos iba a imantar a todos los que escuchábamos con devoción a la cantante norteamericana Joan Baez. Y, claro, lo leíamos también por “su poesía tan suelta y espontánea como una conversación entre amigos; libre de polvo y paja: libre de narcisismos y de preocupaciones cosméticas; poemas desnudos donde el autor no se jacta de ser o de haber sido el epicentro de la historia, el ojo del huracán, el protagonista del siglo, el ombligo del mundo”. Contundente afirmación que nos dejó escrita su amigo y compatriota Luis Alfredo Arango. Así su poesía, así su vida: inseparables.
Uno de los poemas que me impactaron mucho fue Los arcos triunfales de la vida , y precisamente pertenece a la sección titulada Cantigas para Joan Baez. Aquel poema se opone a los turbios planes de los detentadores del poder y su maldito “destino manifiesto”:
“Ahora que si los jóvenes que matan y son muertos / sin entender bien por qué pelean en lejanos campos de batalla / escuchasen los pletóricos timbres intemporales de Joan Baez / dejarían en seguida las armas se quitarían del rostro el color de la muerte / y pasarían cantando ellos también bajo los arcos triunfales de la vida.”
Memorable el poema Licitación del Petén, donde nos advertía, años atrás, del peligro que corren nuestros tesoros naturales:
“Se vende el Petén; / se arrienda, se hipoteca / su hermosa cabellera de maderas / preciosas a un postor de preferencia rubio /... Se vende el Petén / con milenios de historia / y ciudades antiguas que brillan / como viejas sortijas de oro y jade. / ... Se remata el Petén con pájaros y todo.”
Alta voz
Es lógico que nos impactara si tocaba los temas candentes de una generación que aspiraba a cambiar la concepción del mundo conocido. Además, ese poeta era un ejemplo de resistencia pues no se ubicó con el tirano Ubico; más bien, lo enfrentó con su primer libro, Voz y voto del geranio (1943). Ese libro le deparó una tremenda golpiza y su consecuente exilio a su segunda patria, México, donde vivió sus últimos cincuenta años.
“He vivido casi toda mi vida lejos de mis cielos / pero mis pies están marcados en los códices, / en la voz profunda de mi pueblo. / Camino sobre el mar y las nubes que me traje, / son mi tierra firme / ¿quién me la puede quitar? / ... tercamente guatemalteco no necesito recordar, me basta con palparme. / El sueño no tiene vocales / pero tiene llamaradas y tambores mudos / y las mismas fogatas / arden en las mismas cumbres.”
Esos versos no pertenecen a Otto Raúl, pero es como si los fueran pues nos dan un perfil preciso de este camarada sin igual. Fueron escritos por un gran amigo suyo, Luis Cardoza y Aragón, y dedicados a otro gran amigo guatemalteco, el célebre Miguel Ángel Asturias.
En su segunda patria, donde publicó la mayoría de su obra, encontró, desde el principio, consuelo para sus heridas gracias a amigos entrañables que le tendieron su mano y fueron desde entonces y hasta el final sus compañeros de viaje, sus carnales. El primero, la viva leyenda que es Alfonso Reyes, quien le otorgó una beca de sesenta pesotes, además del cariño y la amistad que le brindaron poetas como Jaime Sabines, Rosario Castellanos y Eunice Odio, la pintora Frida Kahlo y su también reconocido compañero Diego Rivera, Cantinflas, y el maestro de maestros, don Juan Rulfo.
Todos estos amigos y otros igualmente queridos forman parte de las páginas que conforman ElPeuqueñal o (País de los oficios poéticos), donde cada uno de los que lo habitan debe de tener un oficio asignado. Según nos lo revela el prologuista de su primera edición en el año 2003, Lauro Zavala, “el Peuqueñal es el paraíso de los poetas, y, por esta razón, las bebidas son servidas de manera automática por meseros electrónicos. Además, no existen las crudas. En este ámbito, un escritor como Juan de la Cabada ha recibido ya un merecido Honoris Sauza”.
Oficiante
A tal paraíso ha sido invitado Otto Raúl a pasar vacaciones, entre sus amigos fallecidos, para conversar imaginariamente y descubrir cuál es el oficio destinado a cada uno de ellos. Por él sabemos que Juan Rulfo es el fotógrafo permanente de la desolación; Miguel Ángel Asturias, el Superintendente General de Huracanes; Rosario Castellanos, la vigilante de las lámparas de los arcoiris; Jaime Sabines, el encargado de los funerales de las prostitutas abandonadas, y nuestra compatriota la poeta Eunice Odio, la inspectora de erratas inverosímiles. Otto Raúl la recordó así:
“Terminó la cena, pero no la plática ni los brindis. A Eunice y a mí nos encantaba hablar mal de la gente. Y esa noche cortamos muchas cabezas que fueron enterradas bajo paletadas de sarcasmo y carcajadas. Considerando que era ya buena hora para retirarme, le dije que me tomaría ‘la del estribo’, y, aceptando, se quitó una zapatilla y dijo: ‘Te la tomarás en mi zapatilla, como hiciste la primera vez que nos conocimos’. ‘Por supuesto que sí, Eunice’, respondí apurando el cuenco rebosante. El tequila me supo a gloria. ‘Ahora dime’, pregunté, ‘¿cuál es tu ocupación aquí?’ Sus sonoras carcajadas llenaron de plata el ambiente e hicieron resonar los cristales. ‘Soy cazadora’, dijo finalmente, ‘de Erratas Inverosímiles, las cuales me recompensan metafóricamente a precio de oro’.”
Ahora sólo nos queda la curiosidad de saber cuál labor será asignada a Otto Raúl en cuanto arribe al país de los oficios poéticos. ¿Seguirá de ese lado de las cosas, como acá: amando, escribiendo, fumando, tomando, conversando y riendo a más no poder?
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