Julio Torres-Recinos

 

Feminismo, literatura y nación.
Entrevista con la novelista salvadoreña Yolanda C. Martínez

 

Universidad de Saskatchewan, Canadá

julio.torres@usask.ca

 


La escritora salvadoreña Yolanda C. Martínez tendría que ser un nombre fundamental en la literatura de su país. Desde hace más de cuarenta años ha estado escribiendo y publicando una narrativa altamente trabajada, con una temática valiente, una temática que atañe y se refiere a más del cincuenta por ciento de la población salvadoreña, las mujeres. Pero el trabajo de Yolanda C. Martínez ha sido silencioso, constante pero silencioso, y tal vez por eso todavía no se le ha dado el reconocimiento que merece.

La figura de Yolanda C. Martínez no está exenta de misterio. No hay mucha crítica en torno a su obra, de hecho es casi inexistente; en la Internet no hay nada que nos ayude a su comprensión, y sus libros dan muy poca información biográfica o crítica. Así que cuando tuve la oportunidad de contactarla, lo hice de inmediato. Esto fue durante los primeros días de abril de 2007. Inicialmente la entrevista no iba a tener lugar, no por falta de voluntad de parte de ella, sino por falta de tiempo de su parte y de la mía. A mí me quedaban sólo cuatro días más en El Salvador y después debía regresar a Canadá. Ella no estaba bien de salud y por eso estaba muy ocupada. Finalmente accedió a darme la entrevista. Quedamos en que sería en Santa Ana, en una hermosa casa de principios de siglo XX, el 11 de abril. Fue una agradable conversación de casi dos horas en la que, con la compañía de varias tazas de café y el ruido de buses y de gentes afuera, Yolanda C. Martínez habló a profundidad sobre la génesis de sus novelas, sobre cómo su profesión de trabajadora social le ha ayudado como investigación de campo para escribir sus obras, sobre su relación con el resto de escritores salvadoreños, sobre las dificultades que ha tenido que enfrentar como mujer escritora en un ambiente dominado por hombres que privilegian ciertos temas y cierta manera de escribir, sobre sus lecturas e influencias literarias y sobre su recepción por el resto de mujeres que escriben en El Salvador.

Julio Torres-Recinos:Quisiera agradecerle que haya aceptado reunirse conmigo para conversar sobre su vida y su obra. ¿Podría hablarnos un poco sobre su vida, dónde estudió, dónde ha viajado, dónde ha vivido?

Yolanda Martínez: Yo nací en Zacatecoluca porque mi papá era militar y lo destacaban en distintos lugares del país, así que los hijos nacieron en distintas poblaciones. Yo nací en Zacatecoluca, pero por los traslados de mi papá terminamos en Ahuachapán. En Ahuachapán es donde yo estudié mi primaria y mi secundaria. Luego al terminar la secundaria fui a San Salvador para estudiar trabajo social. Mi experiencia profesional abarca, en primer lugar, la Procuraduría General (antes era de Pobres) hoy Procuraduría General de la República, el Hospital Psiquiátrico, el Hospital Rosales. Posteriormente pasé a la Escuela de Trabajo Social como supervisora de práctica. En cuanto a mi experiencia profesional, yo creo que de esas experiencias que yo he vivido en mi trabajo han nacido las fuentes para mis distintas temáticas. Por ejemplo, yo he tenido mucho contacto con psiquiatras en la consulta externa y el contacto con ellos me ha inclinado quizá hacia el aspecto psicológico intimista de las personas. Entonces en mi primera obra Sus fríos ojos azules me baso en una idea, en un tema, o en un problema. En Sus fríosojos azules lo que básicamente trataba de hacer es contar lo que les puede suceder en un viaje de vacaciones a distintas personalidades, cómo les puede influir este viaje.

Muy bien, ya que comenzó a hablar de Sus fríos ojos azules, que es una obra intrigante porque usted construye este personaje que aparece constantemente en la novela, sin embargo, la intriga permanece pues no queda claro al final cuál es el papel de este muchacho en la historia, aparte de ser la ilusión de esta muchacha de veinte años. ¿Qué se proponía usted con este muchacho un poco extraño?

La idea era confrontar las dos personalidades, la de la joven, la de María Teresa, y la de este muchacho también joven, los dos tienen dificultades para establecer relación con los demás. Eso quería yo, plantear esa situación de dos personas que tienen dificultades de distinto grado para entrar en una comunicación seria con los demás.

Nos podría hablar un poco de sus viajes y de cómo esos viajes le han ayudado para escribir las novelas.

Bueno, en primer lugar el viaje a México que determinó esta novela, el deseo, la necesidad de compartir esas experiencias con otras personas. Luego, como le contaba por teléfono, yo hice dos viajes a Guatemala con mi hermana. Pasamos unas vacaciones de fin de año en una zona donde hay mucha población indígena. Lo que me impresionó fue el hecho de que estas personas vistieran diferente, hablaran diferente y se agruparan entre ellos, sin aparentemente mayor contacto con el resto de la población. Eso es algo que no se veía, no se ve, en nuestro país. Entonces ese viaje de vacaciones y el hecho de entrar en contacto con esas personas me impulsó a escribir Corazón ladino. Aquí influyó mi experiencia en el Hospital Psiquiátrico porque yo pienso que fue un año y medio duro para mí. Creo que si no hubiera trabajado en el Hospital Psiquiátrico difícilmente habría podido crear un personaje como el de Leonor. He realizado otros viajes por toda Centroamérica y finalmente a Estados Unidos; como le contaba, la primera vez que yo fui fue por una beca. Estuve en la ciudad de Nueva Orleáns, donde estuve por un tiempo, y tuve la oportunidad de viajar a Washington, a la capital, y aumentar mis experiencias sobre otras culturas, sobre otra gente. En 1970 volví a ganar otra beca, ya más prolongada, y esa experiencia me ayudó para escribir Veinte cartas neuróticas desde Alabama porque entré en contacto con trabajadores sociales de todas partes del mundo, así que de esta manera los viajes me han influido.

Claro, al final todo lo que uno escribe es testimonio también de lo que uno vive, experimenta. Usted se ha desempeñado como trabajadora social toda su vida, ¿verdad?

Toda mi vida.

Increíble.

Inclusive mi último año de profesión, que lo realicé aquí en Santa Ana, fue en el ámbito escolar, pero en un proyecto de educación para padres. Nosotras, como trabajadoras sociales, éramos tres, lo ampliamos. Le propusimos al Ministerio de Educación la idea de las escuelas de padres, y a ellos les sedujo, así que finalmente trabajé en una escuela básica, pero siempre como trabajadora social.

Parece increíble que usted haya escrito una obra considerable y de gran mérito literario a pesar de haber trabajado a tiempo completo toda la vida. Es sorprendente el esfuerzo.

Lo que sucede es que yo tomaba el escribir como una segunda actividad, porque según experiencia y lo que había oído, nadie en este medio puede vivir del arte, de la literatura. Entonces para mí fue una actividad que completó mis expectativas de vida. Con el ejercicio profesional pude sostener ese deseo, me sustentó mi profesión para poder escribir.

Para bien o para mal esa es la solución que muchos escritores adoptan: tener un trabajo durante el día para luego poder subsidiar la actividad literaria. Doña Yolanda, usted cuenta con una obra considerable, de gran valor artístico, de gran dominio de las técnicas, domina los saltos en el tiempo (que uno puede ver en Quédate con nosotros), la temática es relevante para el país, para la situación del país, y también toca la situación de las mujeres. Su narrativa tiene muchos méritos. Lo que no me explico es por qué permanece prácticamente desconocida dentro del ámbito nacional, así como el internacional. ¿Cómo explica esto?

Tendría que dar varias explicaciones. En primer lugar, como mi profesión me absorbía la mayor parte del tiempo de mi vida me moví en ese ámbito, no sentía necesidad de relacionarme con otros grupos. El trabajo social era suficiente para mí. En cuanto a la falta de reconocimiento nacional e internacional, tal vez se deba a que los temas que yo trato que no interesan a la gran mayoría, o por el estilo mío. También como no he estado vinculada con ninguna organización literaria no ha habido agrupaciones o bases que apoyen mi obra. Si no hubiera conocido a la señora de López, la dueña de la editorial [Clásicos Roxsil], quizá no se habrían difundido todas mis obras porque el Ministerio de Educación, que editó por primera vez Corazón ladino, no hizo una distribución amplia del libro; por cierto, había una comisión literaria que determinaba qué obras se publicaban. Así fue como Corazón ladino fue publicada. Pero como el Ministerio de Educación regaló los ejemplares a distintos lugares, la obra quedó, se puede decir, olvidada hasta que doña Rosita de López la rescató y la volvió a publicar en 1984. El Ministerio la publicó en 1967 ó 1968 y hasta el año1984 fue que la publicó la nueva editorial. Entonces yo me he mantenido absorbida por mi profesión y he tenido pocos vínculos, se puede decir que ninguno, con otras agrupaciones. En esto influyó el hecho de que cuando yo comencé a escribir la universidad (de El Salvador) estaba muy politizada, entonces si uno no estaba afiliado a determinadas ideas no era aceptado, así que eso influyó: el hecho de no estar vinculada con grupos ideológicos de izquierda. Yo no quería someterme, quería escribir lo que a mí me atrajera, sobre lo que sintiera yo necesidad e impulso de compartir con los demás.

Esa idea de no someterse, de no dejar encasillarse, se ve en muchos niveles en su obra, por ejemplo, a nivel de técnica, usted adopta para cada novela estructuras y técnicas diferentes que le permitan contar la historia de manera novedosa. Esto lo veo también a nivel temático, usted no les da el mismo tratamiento a los diversos personajes.

Quiero explicarle un poco sobre esto. Yo, después de bachillerato, nunca estudié literatura en la universidad; lo que he estudiado después de mi escuela de trabajo social ha sido siempre sobre trabajo social. Cuando he adoptado temas es porque un hecho externo me ha impresionado, me ha impactado y me ha despertado de cierta manera esa necesidad de contarlo de la manera que yo lo veo, tal vez de manera muy limitada, pero sí el impulso de contarlo ha estado allí.

Yo en realidad nunca he aprendido técnica. Ha sido como intuitivo porque sólo estudié la gramática y la literatura de bachillerato, así que conocimiento de técnica no tengo y a veces se sorprende la gente. Por ejemplo, sobre el cuento “Secreto profesional” un escritor salvadoreño que se llama Héctor Ávalos, me llamó por teléfono y me dijo que usaba en ese cuento una técnica de cajas chinas, a mí me sorprendió porque nunca he aprendido sobre técnicas ni sobre novelas ni sobre cuentos, sino que ha sido de manera intuitiva. En Sus fríos ojos azules se me ocurrió que un diario podía servirme de instrumento para contar la historia; en el caso de Corazón ladino, aproveché mi experiencia en el Hospital Psiquiátrico y con otros psiquiatras para contarla como especie de autobiografía, porque está escrita en primera persona y yo siento que escribir en primera persona es mucho más difícil que escribir en tercera persona, porque uno se obliga a ahondar más en el personaje, a no esconder nada.

Exactamente, y por eso es que yo creo que el personaje de Leonor es uno de los mejor logrados de la literatura salvadoreña, porque usted es capaz de entrar en el alma de esta mujer atormentada.

Sí, esta mujer andaba en busca de su identidad porque ella no era ni lo uno ni lo otro (ni indígena ni de origen español), pero el padre la obligó a vestirse como la madre para que ésta tuviera compañía, para que no se sintiera aislada, así que la hija tiene que adoptar al menos la vestimenta de la madre. Yo usé eso de manera intuitiva. Después de esta novela sigue A la zaga, lo que ocurre es que la editorial publicó antes Veinte cartas neuróticas porque era más fácil por la extensión. Pero después vino A la zaga. Esta novela está escrita, como me dijo usted, con base en testimonios, porque en el ámbito psiquiátrico cuando un paciente va a ser visto por el psiquiatra asignado, el trabajador social tiene que levantar la historia social de ese paciente y recurre a muchas fuentes: los familiares, los amigos, los compañeros de trabajo, los vecinos, los compañeros de estudio. Se me ocurrió que ésa sería la mejor manera de contar la historia: como testimonio. Aquí el periodista reconstruye la historia. Puse a este periodista como iniciador del relato porque quería plantear cómo se siente una persona que se ve frustrada en sus metas y entonces confronta la realidad de que hay otras cosas aparentemente menos importantes que despiertan el interés de la gente, como el fútbol, porque este periodista estaba resentido del triunfo que obtienen otras personas en ámbitos mucho más sencillos. En cuanto a Veinte cartas neuróticas desde Alabama, esta obra, como le decía, se basó en las experiencias que tuve con trabajadores sociales de todo el mundo. Inicialmente hice esa novela mucho más larga, en tercera persona, pero me resultó demasiado compendiosa y pensé que a través de las cartas sería más viable, para así acortar la historia, porque sólo se conocen las cartas de él, indirectamente se conocen las respuestas de Laura.

Eso es lo novedoso de esta técnica, la manera en que usted estructura la novela, porque uno cree que la novela va a ser sobre esta muchacha salvadoreña que vive en los Estados Unidos, pero al final termina siendo sobre el novio de ella. Lo que tenemos con su trabajo en cuanto a las técnicas, en cuanto a cómo usted estructura sus novelas, es que usted de manera intuitiva, como usted lo llama, le da solución adecuada al problema que cada historia le presenta.

Supuestamente adecuada.

Yo creo que sí, porque al final funcionan y las historias son verosímiles, uno cree en el mundo ficcional que se presenta; en realidad son novelas que están bien hechas; usted es una narradora que se ha hecho con el trabajo, pero también es una narradora innata, eso no se aprende, si alguien no trae capacidad para narrar, por más que vaya a la universidad no lo va a lograr.

Doña Yolanda, usted no se ha identificado abiertamente con ideologías de izquierda o de derecha, sin embargo veo que sus novelas tocan el meollo de la problemática social que ha sufrido el país, me refiero a las profundas contradicciones sociales, por ejemplo en Corazón ladino, en A la zaga y en Quédate con nosotros. Puede hablarnos sobre este interés que usted tiene en los problemas apremiantes del país, algo que no tiene nada que ver ni con partidos políticos ni con ideologías.

Como trabajadora social conocí la problemática social del país, para eso se supone está la profesión, para ayudarles a las personas, no a resolver los problemas, sino a ver su situación de manera distinta, a adoptar una actitud diferente frente a la vida, frente a su situación particular. Al contar la historia, al usar estos personajes como portavoces algunas veces, yo les he dado voz a personajes que estaban desconocidos. Esa problemática social en las historias ha sido consecuencia lógica. Estos personajes con su situación, con sus características, naturalmente tienen una situación social, indirectamente porque hay que darles un contexto a los personajes. Aunque no ha sido de manera directa mi intención de plantear esta situación social, ha venido de manera natural al enfrentar a los personajes.

Parte del mérito de sus novelas radica en que usted hace una novela que se le puede denominar total, en el sentido que pone a unos personajes que se mueven en un marco histórico mucho más grande; y esto es importante porque si se quiere se pueden ver dentro de su obra elementos sociológicos que le dan vitalidad, entonces uno siente que tiene una parte de la realidad en sus relatos. Me gustaría que se refiriera, volviendo A la zaga, a esta posibilidad: ¿se puede ver una alegoría o cierto simbolismo en los personajes de A la zaga, cuando uno piensa, por ejemplo, en la división de clases, que está tan marcada en esta novela, por el hecho de que las clases sociales no se mezclan, y por el hecho de que la protagonista sirve de mediadora entre ambas clases, la pobre y la clase media?

Al plantear la relación entre Cecilia y Juan Ramón y tratar de explicar por qué razón esta relación, sobre todo por parte de Juan Ramón, no cuaja, se tiene obligadamente que referir a la situación particular de cada uno para explicar el por qué.

Veo que en todas sus novelas los personajes se mueven en diferentes escenarios: sus personajes se ubican no sólo en El Salvador sino en México, los Estados Unidos, Guatemala. Esto curiosamente tiene mucha actualidad cuando pensamos en los millones de salvadoreños que viven fuera del país, usted se adelantó a la gran ola migratoria que ahora vive el país. ¿Por qué los lleva a otros países?

Porque no era suficiente el país para plantear toda la situación; necesitaba más espacio.


En cuanto al significado de los espacios internacionales, creo que vistos a veces como positivos y otras como negativos, no tienen el mismo tratamiento; por ejemplo, Juan Ramón y Cecilia, de A la zaga, logran encontrar el espacio de la libertad en los Estados Unidos. Lo mismo pasa con los protagonistas de Veinte cartas neuróticas desde Alabama, pero no pasa lo mismo con Leonor de Corazón ladino ...

Porque sus experiencias personales eran diferentes. Leonor venía de un ámbito bien reducido, no pudo adaptarse allá, porque no era su ambiente, en cambio los otros personajes como que pertenecen más a ese mundo. Quiero decirle: en la época en que yo escribí esos libros, aunque no se daba el movimiento de personas a distintos países, o se daba, pero en grupos reducidos, por ejemplo los viajes a México eran comunes en cierta clase social: en Navidad, en Año Nuevo. Era frecuente que los estudiantes de medicina se fueran a los Estados Unidos. No viajaba a los Estados Unidos cualquier persona. Volviendo a su pregunta, el territorio nacional no me bastaba para contar todo lo que me interesaba sobre esta situación, sobre estas personas.

En Veinte cartas neuróticas desde Alabama usted invierte los papeles de lo que es lo masculino y lo femenino. Voy a tratar de explicarme. A Luis Enrique, este personaje de la clase alta, se le presenta como una persona indecisa, neurótica, que se imagina cosas. Estas serían cualidades que tradicionalmente se aplicarían a las mujeres. ¿Por qué invierte los papeles, por qué ahora es él el desequilibrado y no la protagonista femenina?

Yo creo que esa es una idea bastante falsa porque con todos los estudiantes de medicina o médicos jóvenes, yo tuve la oportunidad de inclusive de ser una especie de asesora de algunos médicos, y en algunos grupos de médicos se daban problemas serios, no sólo de relación, eso me hizo entender que no es exclusivo de las mujeres que sean inestables, que se imaginen cosas. Este muchacho no comulgaba con el estilo de vida de su familia, era un muchacho atípico y por eso tenía esos conflictos, no encajaba.

Este personaje de Veinte cartas neuróticas desde Alabama no es el hombre fuerte, el empresario, el que se preocupa por el dinero, por las carreras que los hijos de los hombres pudientes, se supone, deben seguir. Tradicionalmente a los hombres se les ha representado de cierta manera y a las mujeres de otra manera. Por supuesto son estereotipos, pero, como usted lo dice, no se tiene que decir: las mujeres son así y los hombres son así. Al final todos somos seres humanos.

Lo que quería decirle es que me parecía que iba a ser muy poco novedoso escribir las cartas desde una mujer, que iba a ser más desafiante escribirlas desde el lado masculino. Siempre he pensado que uno de los personajes que más me han hecho sentirme satisfecha es el de Luis Enrique Miranda, porque hasta el momento todas las personas que me han comentado esta novela, me han dicho no, un hombre no puede ser así, entonces me digo que logré mi propósito de crear un personaje masculino verosímil.

Y hablando de la inversión de papeles, también lo tenemos en el personaje de Cecilia, de A la zaga, es ella ahora el personaje fuerte, es ella la que trata, en gran medida, de solucionar los problemas sociales a su alrededor, y es ella la que toma el papel de vengadora de una injusticia, es ella la que, en definitiva, defiende al débil; tradicionalmente uno esperaría que fuera el hombre el que estuviera en contra del mundo.

Es que ella tenía las armas para hacerlo, dada su posición social y su profesión. Tenía los medios de luchar contra estas dificultades, en cambio la posición de Juan Ramón es la del marginado, del excluido, sobre todo porque él sentía estas diferencias sociales de manera extraordinaria. Ella es el personaje fuerte porque ella está en una posición más ventajosa que la de él.

¿Cómo explica usted que Juan Ramón, aun después cuando ha ascendido socialmente y ya no es pobre, no logre superar esos complejos de haber nacido en un hogar pobre?

Como se conocían desde niños, él se sentía débil frente a ella porque se conocían íntimamente. Él no supera esa situación, lo domina, siempre frente a Cecilia se sintió vencido, derrotado.

Juan Ramón no logra superar su lugar de origen, éste lo determina. ¿No es ésta una excepción dentro de su novelística?

El hecho de que no supere?

Exactamente, porque si contrastamos a Juan Ramón con Leonor de Corazón ladino, ésta es una mujer indígena, además de su condición femenina, y sin embargo logra sacar fuerzas para oponerse a su esposo estadounidense y a su suegra y hasta a su propia familia. ¿No le parece interesante?

Sí, Juan Ramón, en cambio aun con todo lo que había logrado en su vida, siempre tenía una percepción deprimida de sí mismo frente a los demás que lo rodean: el periodista, el hermano de Cecilia, en fin, todas las demás personas.

Doña Yolanda, usted incluye en todas sus novelas personajes femeninos, trata la condición de la mujer en El Salvador, en Centroamérica, ¿qué se propone usted al incluir a mujeres como protagonistas de sus novelas, por qué las escoge, por qué ha logrado ser la novelista salvadoreña de temas feministas?

Bueno, comenzando porque soy mujer y porque siento que siendo mujer conozco mejor a las demás mujeres.

Cuando usted trata estos temas feministas lo hace desde cierta perspectiva más bien moderada. ¿A qué atribuye este enfoque moderado a los problemas de la mujer que en El Salvador son serios. ¿Qué determina esta aproximación?

Quizá me ha condicionado mi hogar, donde nadie fue extremista sino todos moderados, moderados en todo, no sólo en las ideas políticas. Y luego mi formación de trabajadora social porque se trata de ver los distintos puntos de vista de diferentes personas para formarse su propio juicio. Así, no se puede tener una posición muy radical cuando se es formado de esa manera, en que uno tiene que escuchar o conocer la posición del resto y no se debe guiar por una versión solamente.

¿Podría hablarnos de las influencias en sus novelas, si es que las hay, qué novelistas ha leído, qué autores la han influido, a quiénes admira, quiénes son sus maestros de la literatura salvadoreña o universal?

Lo que leí en mi infancia y preadolescencia quizá determinó mi deseo de escribir. En mis años de formación se leía a Julio Verne, a Víctor Hugo, a Alejandro Dumas; en cuanto a los rusos se leía a Dostoievski y a Tolstoi; se leía a Dickens. Esas lecturas reforzaron en mí el deseo de escribir. Pero eso tuvo que esperar hasta que yo me graduara porque no podía distraer mi tiempo. Pero maestro se puede decir que no he tenido, aunque claro, me fijaba en la forma en que ellos relataban sus historias, cómo creaban a sus personajes, sobre todo los conflictivos, todo esto definitivamente influyó en mí. En cuanto a tener un maestro, no, de guiarme por determinado escritor, no; ha sido más de manera intuitiva que me he adentrado en la narración.

¿Ha tenido tiempo de leer grandes novelas durante su carrera profesional?

He sido una gran lectora; por ejemplo he leído casi todas las novelas de García Márquez, pero consideradas las distancias, considero que ése no es mi estilo.

¿Qué otros autores latinoamericanos ha leído? ¿Ha leído a Carpentier?

Para serle franca, cuando regresé de los Estados Unidos en 1971, estaban de moda los escritores del boom latinoamericano, pero honestamente, por ejemplo, me prestaban libros de Cortázar y no progresaba, me parecía muy complicado, muy confuso, lo mismo con Vargas Llosa, parecía que me estaba quebrando la cabeza, a mí me gusta el relato directo y sencillo como los que había leído en mi juventud y mi adolescencia, pero lo que es a García Márquez sí lo leí, él no tiene un estilo complicado, tiene un estilo llano.

¿Otros autores que haya leído? ¿Hay autores salvadoreños que le atraigan?

A mí uno de los salvadoreños que más me han gustado es Ricardo Lindo. Hay un libro de relatos, Lo que dice el río Lempa, y El canto aún cantado, eso sí me ha encantado, la manera de escribir de Ricardo Lindo.

¿Y en la actualidad qué lee?

En la actualidad leo las novelas sobre la guerra civil española de José María Gironella.

¿Por qué esas novelas de carácter histórico?

Estaba interesada en saber cómo se desencadena la guerra civil española y qué semejanzas o diferencias tuvo con la guerra civil nuestra. Esto con la idea de explicarme cómo se llega a ese punto y compararla con la de El Salvador, claro he encontrado puntos comunes y puntos muy diferentes.

¿Qué relación tiene usted con el resto de escritores salvadoreños y con la literatura salvadoreña, cómo se sitúa usted, cómo sitúa su obra dentro de la historia literaria nacional?

Pues yo no tengo relación ninguna. No conozco a nadie, con excepción de Escobar Galindo, a quien conozco personalmente, y cuyo trabajo he leído. En realidad me he mantenido aislada.

Doña Yolanda, quisiera que ahora se extendiera un poco más sobre su trabajo como escritora, como mujer, los problemas que usted ha encontrado como mujer dentro de la cultura dominada por hombres que se vive aquí en El Salvador, como en el resto del mundo, y cuál ha sido su intención al hacer un trabajo donde son las mujeres quienes tienen un papel protagónico.

Lo que he encontrado en general es mucho escepticismo al trabajo, a la contribución de la mujer, sobre todo en literatura; se cree que si es escrita por una mujer pues no vale mucho la pena. Esto es resultado de la condición general que hace al hombre más relevante, más importante de lo que hace a la mujer. Siempre se da ese escepticismo, y cierta ironía en cuanto al trabajo que realizan las mujeres, sobre todo en las letras.

Es una lástima que esta situación se dé, sobre todo en las letras, que es uno de los campos donde la mujer ha logrado más igualdad. Si tomamos el ejemplo de escritoras españolas como Ana María Matute o Carmen Laforet, o en el caso canadiense, a Margaret Atwood o Alice Munro, que son mujeres que escriben, que tienen una obra considerable, y que son muy respetadas por la calidad de su trabajo, donde allí ya no importa el género de quien escribe, es la obra literaria la que cuenta. Yo no pongo en duda que usted haya experimentado esta realidad; es una lástima que ya en el siglo XXI no se valore el trabajo literario e intelectual de una mujer.

Pues eso es lo que yo he encontrado.

¿Cómo se ha manifestado esa actitud hacia su trabajo?

Bueno, por la indiferencia, el poco apoyo cuando se trata de publicar, eso es lo que he sentido.

Su novelística toca una parte muy importante de la población salvadoreña, más del 50% de la población son mujeres. Las mujeres se merecen el espacio, de más está decirlo, dentro de la sociedad y dentro de la literatura para poder hablar y poder discutir de los temas y problemas que les atañen. Es una lástima que esta situación se dé, que no haya los medios suficientes, o la voluntad, para que la voz de las mujeres escritoras y de las mujeres en general se oiga.

Yo le aseguro que si la Sra. de López (de la casa editora Clásicos Roxsil) no fuera mujer no habría publicado mi trabajo.

Si ella no fuera mujer no la habría publicado, que usted sería prácticamente una desconocida, mucho más desconocida todavía.

Sí, así creo yo.

¿Cómo empezó su contacto con doña Victoria de López?

Ella era jefa del departamento de español de la Universidad de El Salvador y una de sus profesoras me invitó a dar una charla en la universidad, donde por cierto tuve muchas críticas de los estudiantes: que por qué no escribe sobre temas políticos, que haga denuncia social, que escriba sobre los campesinos. Así conocí a doña Victoria, así entramos en contacto; fue hasta cierto punto casual, ella se enteró de que yo habría escrito Corazón ladino y se propuso reeditarlo y ya seguimos caminando en esa relación.

¿Cuál ha sido su relación con las escritoras, cómo la han recibido?

Yo desconozco cuál ha sido la recepción de mi obra por parte de las escritoras. No tengo relación con nadie. Me he movido más que todo en mi ámbito de trabajo, ése ha sido mi mundo, y secundariamente he tratado a estas personas o a estos grupos, así que no sé honestamente qué piensan de mi trabajo. Hay grupos femeninos que no son necesariamente literarios que sí me han apoyado pero que están aparte de la literatura. Esos grupos sí me han apoyado, en general son grupos de mis lectoras o lectores, de ellos sí he tenido apoyo en el sentido de estimularme a seguir escribiendo.

Doña Yolanda, ¿tiene libros inéditos o está trabajando en alguna novela actualmente?

Tengo dos novelas inéditas. Una que es la continuación de Veinte cartas neuróticas desde Alabama, que se llama Los ocho relojes de Laura, la otra novela se llama El huerto cerrado de los Masferrer. En Los ocho relojes de Laura, como es la prolongación de Veinte cartas, se sitúa en Miami, viviendo ellos ya un autoexilio en los años de la guerra, finalmente regresan a los Estados Unidos. Está escrito en tercera persona, allí se mezcla con los personajes de A la zaga y con los de El corazón es una casa muy grande; he tratado de hacer esa vinculación con personajes de otras novelas.

¿Por qué lo ha hecho así, porque este juego metaficcional de traer personajes de un mundo novelesco a otro?

Para hacerlo más interesante, y para que los lectores anteriores tengan una secuencia.

¿Cuándo escribió estas obras?

Hace ya mucho, creo que Los ocho relojes de Laura la escribí como en el 2000. Y la otra como en el 2004.

¿Cuál es su método para escribir, sus hábitos?

Nunca he podido en la mañana, sólo en la tarde y en la noche. En la mañana no me fluye.

Hay gente, como Vargas Llosa, que sólo escribe en la mañana. ¿Ya tiene editorial para estos libros?

No, todavía no. Las únicas personas que los conocen son doña Rosita y su hija, Roxana. Son las que conocen mi último trabajo. Otras editoriales no, porque aquí son muy reducidas, son contadas, y de antemano sé que no generarían mucho interés, así que las únicas personas que las conocen son ellas.

Le quisiera agradecer el haber aceptado sentarse a conversar conmigo, le agradezco muchísimo su tiempo, espero que siga escribiendo y entreteniéndonos, educándonos; y que también siga dando su valioso aporte a la literatura salvadoreña y centroamericana.

Muchas gracias a usted también por su visita.

 

© Julio Torres-Recinos


*Istmo*

*¿Por qué existe Istmo? *¿Qué es Istmo? *¿Quiénes hacen la revista? *¿Cómo publicar en Istmo?*

*Consejo Editorial *Redacción *Artículos y Ensayos *Proyectos *Reseñas*

*Noticias *Foro Debate *Buscar *Archivo *Enlaces*

 

*Dirección: Associate Professor Mary Addis*

*Realización: Cheryl Johnson*

*Modificado 08/03/07*

*Istmo@wooster.edu*

*© Istmo, 2007*

Web Design SWS CR © Istmo - 2000-2010