Maureen E. Shea

 

Narradoras combatientes en la literatura centroamericana:

De la ilusión al desengaño

 

Tulane University

mshea@tulane.edu

 

Obras citadas


Este ensayo examina cómo un coro de voces de mujeres combatientes revela una conciencia colectiva la cual se refleja a su vez en las obras escritas por o sobre ellas en el contexto centroamericano en las últimas décadas del siglo veinte. Se podría afirmar que la variedad de mujeres combatientes representadas en la literatura centroamericana escrita principalmente por mujeres surge, especialmente a partir de la década de los setenta, tanto por razones literarias como extraliterarias: el creciente interés en la mujer escritora en el contexto latinoamericano, resultado en parte de la apertura ofrecida por una concienciación feminista, paralela a una fuerte reacción en contra de las prácticas represivas de las dictaduras militares en las décadas de los 1970 y 1980. Con frecuencia, la motivación para unirse a la lucha armada o al activismo político viene de las experiencias personales de mujeres que son testigos del abuso de regímenes brutales sobre miembros de su familia, su pueblo o ellas mismas. Por eso, frecuentemente la subjetividad de la mujer está centrada en el cuerpo fragmentado como expresión de la desintegración social, especialmente si proceden de los sectores más violentados, como es el caso de muchas mujeres indígenas, como las que aparecen en el testimonio de Rigoberta Menchú (por mencionar uno de los más conocidos). A veces son ladinas que tienen que romper con su formación burguesa y con familiares que prefieren defender sus intereses basados en la explotación del pueblo. Así, su lucha política está íntimamente conectada con lo personal pero no se limita a la experiencia individual sino que se extiende a toda una comunidad. Estas voces van transformándose desde la ilusión y la esperanza durante el período de luchas hacia el desengaño en la época de posguerra cuando una realidad económica basada en prácticas neoliberales provenientes de los Estados Unidos y Europa comienza a dominar en los países centroamericanos, chocando así con los valores e ideales revolucionarios por los cuales tanto sacrificaron.

Aquí estudio cómo se transforman las actitudes optimistas de esperanza en una desilusión y cinismo amargos, un proceso que se refleja en las voces de y sobre tres narradoras combatientes en tres textos distintos: El primero, No me agarran viva, testimonio escrito por la salvadoreña Claribel Alegría, en colaboración con su esposo Darwin Flakoll, trata sobre la guerrillera conocida como Eugenia, y fue publicado en 1984. A pesar de que Eugenia no sobrevivió a la lucha armada, su vida refleja el idealismo revolucionario que motivó a muchos a unirse a la guerrilla. El segundo texto, Mujeres en la alborada, testimonio de las experiencias de la guerrillera guatemalteca Yolanda Colóm entre los años 1973-1978, salió tardíamente en 1998. Es significativo que este testimonio, que refleja la voluntad idealista guerrillera de Colóm de ayudar al pueblo oprimido, termina algo abruptamente cuando ella sale de la selva. En el epílogo del libro, escrito 15 años después de lo que vivió como guerrillera, se nota el reconocimiento amargo, aunque no de arrepentimiento, de un proceso revolucionario frustrado. El último texto, “La noche de los escritores asesinos” de la escritora salvadoreña Jacinta Escudos, no es un testimonio sino un cuento, una ficción, sobre las experiencias de una escritora ex-guerrillera y su ex-amante, otro ex-guerrillero. El cuento se publica en 1997. El cuento revela un fuerte cinismo sobre la sociedad salvadoreña de la posguerra. Que sea ficción y no testimonio este último es un ejemplo de cierta tendencia de adoptar otras formas literarias en la época de la posguerra. Como han afirmado John Beverley y Marc Zimmerman, el auge del género testimonial tomó un lugar central durante las guerras revolucionarias porque su dinámica dependía de las condiciones de opresión y desigualdad social y cultural que impulsaron el movimiento revolucionario. En la época de posguerra otras formas de narración comienzan hasta cierto punto a sustituir al testimonio para representar las diferentes realidades colectivas.

El crítico uruguayo Ángel Rama escribió que “La literatura fue para ellas (la mujer escritora) frecuentemente cárcel; cuando comienza a transformarse en instrumento desalienante, es corriente que quien lo esgrime--[todavía torpemente]--frente a una sociedad armada, estalle en pedazos.” (7) Se puede aplicar esta metáfora de la literatura como fusil a los tres textos mencionados, distintos en su forma y contenido pero con ciertos paralelismos. Las narradoras estudiadas aquí no sólo usan la pluma como arma política sino que también usan las mismas armas con mucha habilidad; es decir, su lucha tiene un propósito doble: el de educar al pueblo por medio de la escritura y sus actividades políticas y pedagógicas, y el de implementar cambios revolucionarios a través de la lucha armada. Parte integral de esos cambios debe ser la igualdad de la mujer dentro del movimiento revolucionario y en la nueva sociedad por venir, una aspiración nada fácil de conseguir dentro de sociedades aún dominadas por el poder masculino. Entonces, por su rebelión, se exponen a la represión y a la violación por parte del régimen dominante y a veces sufren la discriminación sexual por parte de sus propios compañeros militantes, resultando en una fragmentación psíquica y física que refleja la condición de la sociedad que intentan cambiar.

El hecho que Alegría y Flakoll abran No me agarran viva literalmente con un estallido en el cual muere la Comandante Eugenia prefigura la violencia que dominaba en El Salvador en las décadas de los 1970-1980. Eugenia, cuyo verdadero nombre era Ana María Castillo, es la protagonista-guerrillera que Alegría y Flakoll rescatan del olvido a través del testimonio sobre ella y otras mujeres salvadoreñas rebeldes. Como Alegría/Flakoll no pudieron basarse en el testimonio directo de Eugenia, porque ya había caído en una trampa militar donde fue ametrallada junto a sus compañeros mientras participaba en una actividad guerrillera de transporte de armas, entrevistaron a los familiares y compañeros de Eugenia. Son ellos quienes cuentan la historia de la vida privada y revolucionaria de Eugenia, también revelada en las cartas que la guerrillera escribió. De ese modo, el testimonio refleja una experiencia colectiva de los que conocieron y actuaron con Eugenia y, porque muchos de sus comentarios son transcritos directamente al texto, le confieren al testimonio una calidad oral. Además, como los autores indican en su prólogo, sirve como un memorial a los que lucharon y entregaron sus vidas para una sociedad más justa.

Proveniente de una familia burguesa, educada en escuelas católicas, desde su juventud Eugenia entendió la importancia de la educación para concienciar al pueblo, como dice su hermana Marta: “fue el pilar de mi madre para educarnos” (22). Además de enseñar a los niños en su entorno cercano, Eugenia sirvió como maestra misionera en Guatemala y trabajó en la alfabetización de ciertos grupos indígenas mayas en 1969. Pero es cuando ingresa a la universidad salvadoreña que Eugenia comenzó a comprender las raíces hondas de las injusticias sociales que había presenciado como misionera y maestra e, influida por su educación cristiana además del marxismo que estudió en la universidad, decidió, después de numerosas represalias violentas de parte de los militares en contra de protestas y manifestaciones populares, que la única vía para cumplir con los requisitos de su propia conciencia era involucrarse en la lucha armada.

Después de participar en varias organizaciones políticas, se unió al frente guerrillero FMLN (Frente Farabundo Martí por la Liberación Nacional), teniendo que dejar a su querida hija al cuidado de otros. La muerte violenta de Eugenia al comienzo del testimonio y la fragmentación de su cuerpo reflejan la desintegración de su sociedad en forma psicológica-emocional y física. Esta fractura también se vislumbra en la forma del testimonio, ya que interconectado con las narraciones sobre Eugenia se incluyen breves relatos sobre las experiencias de otras mujeres y hombres impactados por la violencia en diferentes formas. La hermana de Eugenia cuenta cómo su familia se dividió, no pudiendo reconciliarse con las actividades revolucionarias de Eugenia, sobre todo por ser mujer, una ruptura emocional repetida por toda la sociedad. Y físicamente el pueblo fue literalmente quebrantado por la violencia militar. Según cuenta Marina, una sindicalista:

“Nosotros ya habíamos visto de que en varios lados ya había aparecido gente mutilada, masacrada. Llegan a sacar a las familias enteras. Aparecen ahorcados, les arrancan la cabeza, las manos, los brazos. Al principio los aventaban al barranco; últimamente les servía de lujo ponerlos en las carreteras para que la gente los viera y sintiera miedo.” (125)

El tema predominante en este testimonio es que la lucha revolucionaria es necesaria para deshacerse de un sistema capitalista aplastante y violento para lograr formar una sociedad socialista en que las generaciones futuras puedan vivir en condiciones más humanas y justas; y que la liberación de la mujer sólo podría ser alcanzada en una nueva sociedad socialista. Por eso el libro está dedicado a la hija de Eugenia, Ana Patricia, y el título del libro en sí, No me agarran viva, refleja la convicción de Eugenia que la lucha es más importante que las vidas individuales. Si la hubieran capturada viva, para luego ser torturada, violada, mutilada y obligada a revelar información, podría haber arriesgado la traición de las futuras generaciones. La Comandante Eugenia prefirió morir luchando contra el enemigo y todavía convencida de los ideales revolucionarios para los cuales estaba luchando.

El testimonio de la guerrillera/educadora Yolanda Colóm, Mujeres en la alborada: Guerrilla y participación femenina en Guatemala 1973-1978, revela un proceso que va de la ilusión al desengaño, suscitado por la distancia entre su experiencia guerrillera en el EGP (Ejército Guerrillero de los Pobres) entre 1973 y 1978, el año en que termina de escribir su texto, 1993, y la fecha de publicación del mismo, 1998. En su agradecimiento dice que fue motivada a escribir el libro por la insistencia de dos académicas norteamericanas feministas, y que partes completas del libro responden a las interrogantes de ellas. Aunque uno podría cuestionar hasta qué punto las académicas influyeron en lo que cuenta Colóm, la fuerza de su voz personal tiene el efecto de persuadir al lector y controlar la narración. De allí sale la calidad oral de la larga narración escrita como si estuviera conversando con los lectores así como por la reproducción de partes de conversaciones que ella presenció o que otros le contaron a ella.

Aunque integrante de la clase media privilegiada, Colóm como educadora no pudo mantenerse indiferente a la injusticia social y la fuerte represión por parte de los militares guatemaltecos en contra de los sectores progresistas y, como Eugenia, decide integrarse a la guerrilla, dejando también a su hijo pequeño al cuidado de sus padres. La mayoría de su testimonio se concentra en las experiencias en la selva como por ejemplo, sus esfuerzos para sobreponerse a su propia herencia y experiencia de clase y etnia, de entrenarse a dormir poco, vivir constantemente con hambre, de estar siempre alerta para indicaciones de la presencia del ejército y la lucha, generalmente en maniobras limitadas y locales, contra los militares. También hay secciones en que describe líricamente las montañas y selvas donde la guerrilla se esfuerza para vivir en armonía con la naturaleza, aún con los elementos más peligrosos, como culebras venenosas. Con frecuencia Colóm describe aspectos de la vida guerrillera que los humanizan, como cuando se encariñan con un mono huérfano y lo adoptan; o en forma negativa con los resentimientos y envidias personales entre los luchadores. Aunque a veces incluye comentarios personales sobre la vida amorosa o sus dificultades individuales como mujer en un mundo masculino, no ofrece muchos detalles sobre, por ejemplo, las necesidades biológicas particulares diarias de las mujeres viviendo en la selva rodeadas de hombres y en constante movimiento, de interés para la lectora pero tal vez consideradas triviales y privadas en comparación con las experiencias colectivas y los ideales revolucionarios por los cuales estaba luchando. Parte integral de su testimonio enfatiza la importancia de la alfabetización, aún en los momentos más peligrosos para los diversos guerrilleros, mayormente indígenas mayas y ladinos analfabetas, para que adquirieran conciencia que estaban luchando no sólo para mejorar sus condiciones oprimidas individuales sino también por una causa colectiva mayor. Después de trabajar y participar en la rutina diaria extenuante de la guerrilla, Colóm fue la encargada de instruir a su destacamento, tarea que dice aceptar con cansancio pero con gusto.

Destaca la importancia de educar a los que se integran a la lucha armada para aumentar su sensibilidad al abuso y violencia contra los más vulnerables de la sociedad pauperrísima, los mayas, y aún más, las mujeres mayas. A la vez insiste en el valor de educar a la población rural maya porque ellos son los que lucharán por sus derechos cuando parta la guerrilla. Se trata de concienciarlos sobre cuáles son sus derechos y que merecen mejor tratamiento de lo que están acostumbrados a tolerar por parte de los terratenientes que no los consideran más que animales. Por su parte, los hombres campesinos sacan su frustración maltratando a sus mujeres y a las mujeres en general. Uno de los aspectos que más horroriza a Colóm es la tradición aceptada en los lugares apartados del altiplano de comprar y vender a las mujeres por, por ejemplo, un gallo. Incluye un capítulo titulado “Mujer nueva como gallina nueva” donde describe el profundo arraigo de la creencia en la inferioridad de la mujer, equiparada a los animales más que a un ser humano. Es difícil convencer no sólo a los mayas sino a varios sectores de la sociedad, incluso diversos miembros de la guerrilla, de rechazar una costumbre que beneficia al hombre, aunque las mujeres también la aceptan porque es la única realidad que han conocido. Más que cualquier otro aspecto lo que resalta en el testimonio de Colóm es su conciencia feminista humanitaria y sus esfuerzos por sensibilizar a sus compañeros que la igualdad de género, es tan importante como la igualdad de clase. Es un proceso delicado y controversial de intentar resocializar a sus compañeros en la selva para que comiencen a cuestionar los papeles tradicionales que han aprendido desde la niñez en cuanto a la mujer. Colóm expresa muchas veces su frustración ante la actitud machista predominante entre los hombres, a pesar de que las mujeres del destacamento comparten y están dispuestas a aceptar todas las tareas que cumplen los hombres. Frecuentemente existe resentimiento, especialmente cuando Colóm asume parte de la responsabilidad del mando porque para muchos de los compañeros es difícil aceptar órdenes de una mujer. El hecho que sea ladina, capitalina y de la clase burguesa multiplica las dificultades de ser aceptada por los guerrilleros mayoritariamente campesinos, indígenas, hombres de las clases más oprimidas.

Entonces, para poder funcionar eficazmente como grupo revolucionario, los hombres y mujeres militantes tienen que aprender a sobreponerse a las barreras de clase, cultura o etnia, y de género. Colóm, como educadora, tiene un papel central en ese proceso que involucra largas horas de diálogo donde todos deben tener la oportunidad de expresarse. La guerrillera se da cuenta que el proceso va a ser largo y ella también va aprendiendo con el grupo guerrillero, mientras que medita sobre sus experiencias diarias. En ese sentido hay paralelos con el testimonio de su compañero Mario Payeras, Los días de la selva, que enfatiza la importancia de educar para alcanzar la liberación no sólo física sino espiritual para educadores como alumnos, al estilo del predicador brasileño Paolo Freire. Mujeres en la alborada es en sí es un instrumento pedagógico que demuestra una fuerte conciencia feminista a la vez que enseña la tolerancia, el sacrificio individual para el beneficio colectivo, las limitaciones de cada persona, además de manifestar la capacidad del grupo para sobrevivir, adaptarse y transformarse según los ideales revolucionarios.

A lo largo de todo el libro Colóm enfatiza la participación de las mujeres guerrilleras y la fuerza de las mujeres mayas que se enfrentan valientemente al ejército, aunque las consecuencias muchas veces son la violación, la tortura, la mutilación y la muerte. Cree firmemente que sólo con la abolición del capitalismo existirá la posibilidad de una nueva sociedad socialista donde la justicia social, el tratamiento humanitario y la dignidad sean para todos posibles. Como en el caso de Eugenia, Colóm cree que la mujer sólo encontrará igualdad en una sociedad socialista. Por eso se alegra cuando las mujeres mayas se rebelan contra sus papeles tradicionales y comienzan a luchar por los derechos no sólo de ellas, sino de sus pueblos. Colóm se enorgullece de ese “trabajo pionero ... que pro[pició] esta irrupción de la mujer campesina en la lucha social y política guatemalteca. Parte de nuestros sueños de entonces se han hecho realidad” (289). Pero también, en los últimos capítulos, describe la fragmentación de su propio estado psíquico cuando un guerrillero compañero la ataca por resentimiento personal y casi nadie la apoya, impactándola tanto que brevemente tiene un impulso de suicidarse. Este incidente vendrá a representar la desintegración de la solidaridad guerrillera que tendrá repercusiones fatales para las organizaciones clandestinas tanto como para los pueblos vulnerables a los ataques del ejército. Escribe con dolor sobre los pueblos masacrados donde habían conocido y educado a muchos de los indígenas:

“Las aldeas de Chacalté, Juuil, Joncab, Xemal, Tziajá, Pal, Chel, Juá, Xeputul, Cabá, Amacchel, Xejueu, Saxboc, Bisich, Xolchichén, como todas las que han sido víctimas de la brutalidad del ejército, son para nosotros seres humanos y conciudadanos a los cuales nos debemos para siempre, y crímenes de lesa humanidad que no deben olvidarse jamás. En unas localidades teníamos compañeros organizados, en otras no. Pero todas fueron castigadas. En ellas, centenares de seres humanos fueron quemados vivos; decenas de niños fueron destrozados contra los árboles y las rocas; muchísimas mujeres fueron violadas, obligadas a abortar y asesinadas con saña; centenares de personas fueron torturadas y ametralladas. Ello ha sido parte del precio que cobra el sistema capitalista por el despertar de la conciencia de un pueblo explotado y oprimido por él como los más del mundo.” (180-81)

Además, Colóm hace un recorrido de los que había conocido y que no sobrevivieron, presentando pequeños retratos de quiénes eran y cómo murieron o cuándo fueron capturados y desaparecidos. En este sentido, el libro representa un memorial a los muertos y desaparecidos, enterrados en las páginas del testimonio.

Especialmente al final de su testimonio se nota una creciente desilusión con la manera en que comienza a cambiar el proceso de la lucha revolucionaria. En el epílogo del libro admite que “fracasamos por factores múltiples”: en parte por la ofensiva terrorista del ejército de tierra arrasada en 1982-1983 -que consistía en masacrar y borrar pueblos enteros sin consideración alguna de la población civil-, y en parte porque la guerrilla no “logró desarrollar con el rigor debido el arte militar” (309) y así sostener el avance del proceso revolucionario. También porque la dirigencia se negó a desarrollar un partido político que debería tener precedencia sobre el esfuerzo guerrillero que se hizo más y más autoritario, perdiendo el apoyo de mucha de la población civil que no había sido diezmada. Se nota que Colóm escribe desde una distancia de quince años en que ha podido ser testigo también desde la época de la posguerra y ha sido testigo de cómo las grandes compañías extranjeras -con el apoyo del gobierno nacional y dominados por la política neoliberal- invaden en busca de petróleo los bosques y selvas primigenios donde habían existido comunidades mayas y que la opresión del indígena y las mujeres sigue presente. Sin embargo, no se arrepiente ni de la lucha ni de su propia participación. Escribe que tal vez no lograron sus objetivos políticos pero sí lograron sensibilizar al pueblo:

“Ni el horror ni sus traumas han logrado silenciar a estos compatriotas que hoy, en múltiples organizaciones, formas de lucha y lugares, reclaman digna y firmemente sus derechos humanos, ciudadanos, laborales y étnicos. No logramos llevar al pueblo a la conquista del poder político que era nuestro objetivo fundamental. Pero se acabaron los tiempos en que estos guatemaltecos soportaban callada y pasivamente lo que gobernantes, explotadores y opresores hace con ellos desde tiempos inmemoriales.” (181)

Rigoberta Menchú tal vez es el ejemplo más visible de esas voces que no pueden ser silenciadas.

El cinismo del mundo de la posguerra dominado por el neoliberalismo que se vislumbra al final del testimonio de Colóm es el elemento dominante en otras obras escritas propiamente durante la posguerra centroamericana. Un ejemplo destacable es el cuento largo y estructuralmente bastante complejo de la salvadoreña Jacinta Escudos “La noche de los escritores asesinos”. Este cuento revela la actitud que Beatriz Cortez ha denominado la “estética del cinismo” en la literatura de la posguerra, la que evidencia la desilusión colectiva de la izquierda. En este contexto, el desengaño se centra en los que lucharon para un país más justo y que ahora viven en un ambiente violento y criminal, en un El Salvador dominado por la economía neoliberal que beneficia a los más ricos y deja a la mayoría de la población en la miseria. Se enfatiza especialmente la situación de la mujer que sigue ocupando un lugar subordinado en una sociedad machista y corrupta a pesar de sus sacrificios y participación en las luchas revolucionarias. El cuento enmarcado relata las relaciones entre Rossana y Boris, dos ex-guerrilleros del FMLN que fueron amantes, y el proceso de la escritura que involucra a los dos. A primera vista parece que Boris controla el cuento, en que narra lo que pasó entre él y Rossana, también valiéndose del diario de Rossana, para describir las relaciones entre ellos cuando eran ex-guerrilleros y después en la sociedad de posguerra. Aunque Boris se manifiesta como hombre asqueroso sin ninguno de los ideales revolucionarios que, por ejemplo, describe Colóm en su testimonio, el diario de Rossana a veces también la revela como una mujer trivial y resentida, de mal juicio, obsesionada con su odio a Boris. Boris cuenta que cuando supo que Rossana había vuelto del exilio como escritora con dos novelas publicadas, él decide volver para también hacerse famoso como escritor y destruirla.

El cinismo absoluto en que logra conectarse con el mundo editorial masculino a pesar de ser una mal escritor, a la vez que con otros hombres políticamente importantes, como los ex-militares ahora miembros de los escuadrones de la muerte, desmitifica cualquier ilusión restante de los valores revolucionarios por los cuales él supuestamente luchó. Según su narración, Boris no sólo logra destruir a Rossana en el mundo editorial sino también emocionalmente, y finalmente la asesina en un intento de violarla. Al final de su narración él sale de la cárcel donde ha estado conversando con otro preso durante los siete meses en que esperaba el juicio que lo declaró inocente debido a un sistema jurídico corrupto y machista. Pero este aparente triunfo de Boris es desmentido por otra narradora en tercera persona que comienza y termina el cuento; la narración de este otro nivel contradice lo que narra Boris y revela que el diario, supuestamente de Rossana, es una invención de Boris. La manera en que Boris se apropia de la voz de Rosanna, entonces, refleja cómo la sociedad salvadoreña de posguerra dominada en todos los niveles por hombres corruptos, desde el mundo editorial hasta el judicial, no deja espacio para la voz de la mujer, convirtiendo en farsa los esfuerzos de tantas mujeres guerrilleras que soñaron con una sociedad más igualitaria después de las guerras revolucionarias. La mujer continúa sufriendo la violación y el abuso del patriarcado. La violencia de la sociedad salvadoreña repleta de ex-militares y ex-guerrilleros desempleados se revela en la manera en que Boris relata lo fácil y barato que es contratar a un asesino, y por la representación de los dos asesinatos cometidos por los dos ex-guerrilleros. En la conclusión del cuento Escudos, a su vez, se apropia de la voz de Boris, para terminar el cuento con el asesinato de Boris por Rosanna, demostrando las opciones limitadas de la mujer para afirmarse como sujeto de la historia. Dice Rosanna cuando dispara contra él: “La única manera de terminar con todo este ridículo cuento es ésta” (123). Como Misha Kokotovic ha señalado en su excelente estudio, la única alternativa de Rosanna para reclamar su propia voz es asesinar a Boris y terminar no sólo con su existencia mezquina y asquerosa, sino también con la realidad fabricada por tantos hombres corruptos como él. De esa manera Escudos enfatiza el rechazo a la misma estructura patriarcal e injusta que sigue vigente después de las luchas revolucionarias, ahora en una sociedad machista de posguerra dominada por el neoliberalismo que se había apropiado de las voces de las mujeres. Sugiere que, para terminar con la corrupción e hipocresía de una sociedad controlada por un capitalismo desenfrenado sin conciencia social, hay que recurrir a más violencia.

Las protagonistas, las narradoras y las autoras de estos tres textos representan voces de mujeres luchadoras que insisten en su presencia y que se rehúsan a ser borradas como sujetos del discurso político, cultural, social y nacional, demostrando que la escritura es una manera de afirmar la resistencia a la apropiación de sus voces individuales y colectivas. Hay un pleno rechazo de los valores capitalistas en los testimonios de Alegría/Flakoll y Colóm que revelan el sueño del mundo igualitario socialista; y Escudos dispara con su pluma para revelar la farsa de la promesa neoliberal que, después de las luchas revolucionarias, entregó a los países centroamericanos a las grandes compañías multinacionales, intentando aniquilar las voces individuales, especialmente de la mujer, a favor de ganancias económicas para una minoría dominante. Que los dos testimonios concluyen en un tono sombrío sin ofrecer posibilidades para el futuro y el cuento ficticio da una vuelta para terminar con una nota triunfal, sugiere que hay que recurrir a la ficción porque la representación de la realidad testimonial ya no puede ofrecer alternativas aceptables en el mundo cínico de la posguerra. Supone la imposibilidad de la utopía socialista y un futuro con pocas opciones para cambiar las condiciones de extrema pobreza, represión e injusticia que impulsaron los movimientos progresistas y la lucha armada. De todas formas, en este presente dominado por los medios de comunicación masivos controlados por la política y economía neoliberales, hay que valorar la escritura de las mujeres que desmiente las distorsiones oficiales y ofrece el lado humano, individual y colectivo de las luchas revolucionarias para dejar un impacto en las generaciones del futuro. Se puede aplicar la conclusión del testimonio de Yolanda Colóm no sólo a las luchas revolucionarias sino también al género testimonial:

“Si la forma de lucha que domina estas páginas ha perdido vigencia, no ha ocurrido lo mismo con los propósitos que nos guiaron. No son los éxitos o los reveses que contienen estos relatos lo que cuentan en definitiva, sino la verdad que encierran y nuestra fidelidad de hoy al ideal que los hizo posible ayer” (311).

© Maureen E. Shea


Obras citadas

Arriba

Alegría, Claribel y Darwin Flakoll, 1984: No me agarran viva, San Salvador: UCA Editores.

Beverley, John y Marc Zimmerman, 1990: Literature and Politics in the Central American Republics, Austin: University of Texas Press.

Colóm, Yolanda, 1998: Mujeres en la alborada: Guerrilla y participación femenina en Guatemala 1973-1978, Guatemala: Editorial Artemis-Edinter.

Cortez, Beatriz, 2001: “Estética del cinismo: la ficción centroamericana de posguerra”, en: Áncora. Suplemento Cultural de La Nación, 01 de marzo. San José, Costa Rica.

Escudos, Jacinta, 1997: “La noche de los escritores asesinos”, en: Cuentos sucios, San Salvador: Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, 83-123.

Kokotovic, Misha, 2003: “After the Revolution: Central American Literature in the Age of Neolliberalism”, en: A Contracorriente, Vol. 1, No. 1, Fall, 19-51. <www.ncsu.edu/project/acontracorriente>

Payeras, Mario, 1981: Los días de la selva, Guatemala: Editorial Piedra Santa. 

Rama, Ángel, 1966: “Prólogo”, en: Aquí la mitad del amor, Montevideo: ARCA, 7-10.


 

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