Beatriz Cortez

 

El narrador como informante ladino:
Una lectura de
El informante nativo por Ronald Flores

 

 

Universidad Estatal de California, Northridge

beatriz.cortez@csun.edu

Obras citadas


Uno de los epígrafes de la novela cita a Roland Barthes, y lee: “El lector, inevitablemente, se lee a sí mismo” (161). De manera similar, leer El informante nativo (2007) nos hace pensar que el narrador, quien es ladino, aunque diga hablar de otros, siempre habla de sí mismo; pero incluso también, que la literatura, tal como oficialmente se la ha definido en Centroamérica, aunque diga hablar de otros, en gran medida sigue fomentando la idea de que la cultura nacional se encuentra delimitada por una noción de cultura que opera a partir de los parámetros de Occidente, se sigue escribiendo y se sigue pensando la literatura en Centroamérica en gran medida en relación a Occidente, y desde allí se sigue contribuyendo a la construcción de una subjetividad nacional dentro del ámbito de la modernidad, de tal forma que aunque diga hablar de otros, sigue hablando de la cultura ladina. Podemos pensar en varios ejemplos, la novela Insensatez (2004) de Horacio Castellanos Moya muestra, por ejemplo, el proceso a través del cual el narrador transforma los textos de testimonios indígenas en versos vanguardistas para luego convertirlos en comentarios sobre sí mismo. En este caso, la novela El informante nativo de Ronald Flores nos invita buscar el pasado indígena pero nos lleva a encontrar el presente ladino.

Homi Bhabha, al hablar de diversidad cultural, nos invita a buscar en la construcción de la identidad nacional o regional los espacios de ambigüedad y tensión que se formulan entre una y otra representación de la identidad antes de que la cultura nacional de manera repetida se redefina como una representación nominal de la diversidad (The Location of Culture), es decir, una representación que facilite el oscurecimiento de la diversidad cultural y étnica. Estos intersticios entre una y otra representación de la subjetividad generan un espacio de ambivalencia cultural en el que las diferentes culturas y grupos étnicos que ocupan el espacio de la nación (territorial, temporal, espacial y conceptual) tienen la posibilidad de coexistir y de convivir fuera de la normatividad establecida por la identidad nacional, tal como ha sido definida por los parámetros de la modernidad y por la política estatal. Sin embargo, Bhabha también nos invita a visibilizar la forma en que la diversidad se ha incorporado en el discurso actual de la nación solamente de manera nominal, visible en la representación de la subjetividad, pero visible de tal forma que invisibiliza la diversidad y que contribuye a la reinstitucionalización de la identidad moderna de la nación como la única versión posible, una versión todavía más peligrosa que la anterior porque se representa a sí misma como un espacio inclusivo que si bien requiere de la aculturación del otro para incorporarlo, invita a su incorporación (“Postcolonial Authority and Postmodern Guilt”).

En la novela El informante nativo la descripción que hace el narrador del personaje principal opera como una estrategia para la invisibilización de la diversidad étnica y cultural a partir de la mención nominal de la diversidad, pues desde su título queda claro que es un texto que trata sobre la colonización cultural y que presenta el tráfico cultural como un acto “para el bien de la humanidad” (209). En primera instancia, tenemos la colonización internalizada del narrador, quien al estrechar por vez primera la mano de Viernes, el protagonista, indica: “Ignoro si pudo o no percibir la emoción que sentía por encontrarme con un nativo noble e ilustrado.” (187-188) Evidentemente, para este narrador, Viernes no es su igual.

De hecho el narrador le presenta al lector una visión tan colonizada del personaje principal, que lo llama Viernes por no poder pronunciar su verdadero nombre apropiadamente, en el que es quizá el momento con mayor fuerza en el texto, pues es el momento en el que surge la posibilidad de vislumbrar, aunque sea al final de la novela, ese intersticio del que hablaba Homi Bhabha, ese momento fugaz en que la narrativa del sujeto nacional se viene abajo, en que surge la posibilidad de leer la novela completa como una oda a la ironía. Es entonces cuando se presenta la posibilidad de que el personaje de Viernes no sea el personaje absolutamente colonizado que parece ser. Es el momento en el que el narrador indica que Viernes no se llama Viernes, pero que

esa palabra de tres sílabas y siete letras del alfabeto grecolatino con la que se denomina el sexto día de la semana, el dedicado a la diosa de la belleza y el amor en la mitología romana, no era su nombre sino que tan sólo funcionaba en el precario entendimiento que entablamos con él como un apelativo, como la designación pasajera de nuestra relación, como una suerte de apodo colocado por nosotros mismos ante la imposibilidad de pronunciar aquellos vocablos guturales con que lo llamaron los suyos desde el día de su nacimiento” (189; el énfasis es mío, B.C.).

Nótese no solamente la ignorancia del narrador respecto a la gramática de su propio idioma, la cual no le permite ver que la palabra viernes contiene un diptongo, razón por la cual tiene dos sílabas en vez de tres. Sin embargo este narrador a pesar de su ignorancia se adjudica la autoridad de juzgar y a definir desde una perspectiva eurocéntrica y en base a su afiliación con la cultura grecolatina al idioma de Viernes como lo que él denomina “vocablos guturales”.

Sin embargo, como esta confesión no llega al lector sino hasta el final de la novela, nuestro único acceso a Viernes es por medio de este narrador, quien nos da acceso no sólo a sus actos sino también a sus pensamientos y sus deseos, y allí está uno de los problemas que nos presenta la novela: para poder leerla no tenemos otra opción que aceptar la narración que este narrador que no sabe ni siquiera decir su nombre, nos hace de Viernes. Por esta razón, aunque el narrador prometa presentarnos la historia de un personaje indígena, y aunque se trate de un personaje de origen Lacandon, si quitamos las perspectivas ideológicas de Occidente, empezando por una visión de la sociedad a partir de una perspectiva de la economía política, por un trasfondo filosófico y un programa educativo eurocéntricos, por la disciplina colonial de la arqueología, y por los preceptos del capitalismo neoliberal, la verdad es que no nos queda nada, que la novela no presenta en ningún momento un trasfondo cultural afiliado con las identidades culturales indígenas, las cuales el narrador jamás entiende. Me parece por lo tanto que uno de los personajes más interesantes del texto es este narrador, a quien Viernes conoce alguna vez en la universidad y con quien vuelve a encontrarse en medio de la selva durante sus investigaciones arqueológicas al final de la novela.

Es importante tener la mediación del narrador presente, pues la identidad indígena del personaje principal, Viernes, se construye únicamente a partir de una visión darwiniana de la identidad, con una absoluta ausencia de una construcción cultural de la identidad indígena tal como podríamos encontrar a partir de diversidad de perspectivas en el movimiento indígena contemporáneo. Por el contrario, Viernes en total ausencia de una afiliación identitaria de tipo cultural con lo indígena, se construye a sí mismo como indígena basándose en la genética. Su visión darwiniana se reitera, por ejemplo, cuando da por sentado los conceptos de civilización y barbarie, o cuando acepta las teorías evolutivas de Ellman Service, sin cuestionar si la nación será realmente una forma organizativa superior solamente por ser más compleja, al grupo, banda, tribu, etc.

Desde mi perspectiva, lo más significativo de la novela es la colonización del personaje de Viernes y de su familia que el texto nos presenta. Empecemos con su padre, quien siembra en cada uno de sus hijos una visión económicamente reduccionista, colonizadora, eurocéntrica y basada en una visión particularmente maquiavélica del estado, y con una perspectiva económica neoliberal, con absoluta ausencia de una identidad cultural, de lo que él, Viernes padre, presenta como la filosofía de sus ancestros:

“Para los aborígenes, librarse de la sujeción económica es lo fundamental; todo lo demás, los compensadores sociales, las reivindicaciones culturalistas, el renacimiento de la religiosidad ancestral, vendrá por añadidura. Que nadie venga a tratar de engañarte sobre la existencia de una ruta alterna. Quien te diga lo contrario, sólo quiere distraerte del único objetivo estratégico por el cual arriesgarlo todo. Fajarse trabajando para ascender, a cualquier costo, hacia lo alto de la pirámide. Imponerse, si es necesario. Abrirse paso a la fuerza, derramar sangre, si no queda otra opción. Al llegar, quienes logren hacerlo, deberán consumar el sacrificio, extraer el corazón palpitante del enemigo y entregarlo como ofrenda. El dinero es poder. El dinero se consigue por medio de la fuerza, del ingenio, del conocimiento. El poder es dinero.” (72)

Por otro lado se encuentra la colonización de Viernes, la cual va más allá que la de su padre, pues Viernes llega a encarnar al sujeto colonizado por excelencia, particularmente cuando después de años de estudiar y leer muchísimo y de buscar comprender la civilización de sus ancestros y el por qué de su destrucción, no llega a otra conclusión sino a reproducir una visión occidental y maquiavélica del estado, es decir, a aceptar sin cuestionamientos la visión maquiavélica de que “el Príncipe” se define en contraposición o a diferencia del “Pueblo”. Viernes no solamente acepta esta idea, a partir de la cual el Príncipe, naturalmente no sería indígena, y en la que los indígenas naturalmente serían parte de esa población que el príncipe deberá controlar; sino también, Viernes justifica ante sí mismo su propia posición como informante nativo, que reinstituye la distribución de poderes en el estado como la norma, y que confiesa su fe en las instituciones estatales, como lo indica tras su lectura de Discursos sobre la primera década de Tito Livio de Maquiavelo. Viernes apoya la distribución de poderes existente, el Príncipe no indígena, la población compuesta por una mayoría indígena y controlada por un Príncipe no indígena, y a su propio papel como informante del príncipe, como herramienta de colonización:

“A Viernes [...] más que nada, le fascinaba la figura de Maquiavelo, porque consideraba que nadie lo había logrado interpretar a cabalidad. Le fascinaba esa tercera posición implícita que Maquiavelo tomaba, desde el inicio de El Príncipe, cuando afirmaba que nadie conocía al pueblo mejor que el príncipe, porque lo observa desde las alturas, y que nadie conocía mejor al príncipe que el pueblo, porque lo observaban desde la llanura. Al decir esto, Maquiavelo se colocaba en una posición intermedia, mediadora, ambigua, como uno de los pocos individuos de su época capaz de cumplir la doble función interpretativa del esquema completo del poder: conocía al pueblo porque de éste surgía y conocía al príncipe puesto que laboraba a su lado. La posición exacta del informante nativo. Para comprender a cabalidad a Maquiavelo, se debía analizar en la complejidad de su función como informante nativo.” (166-167)

Pero Viernes no solamente se ha vendido como informante nativo para poder participar en esa dinámica del poder, sino también es víctima de un proceso de colonización interna incluso de sus deseos:

“Viernes reflexionó sobre la sexualidad del subalterno [...] Viernes se preguntó a sí mismo sobre las razones que lo llevaron a desear con tanto afán a la mujer blanca, extranjera, en vez de desear a las hembras aborígenes. Deseaba saber las razones que motivaban su alucinación por los pezones palo rosa, por el leve rubor que se esparcía por los glúteos mientras le hacía el amor, la nívea tonalidad de la entrepierna cuando se aproximaba para besársela o el placer indescriptible que sentía por recorrer la casi transparente vellosidad del vientre rubio.” (169)

En su búsqueda por comprender el origen de la colonización de su deseo, deja en claro también que no está interesado en comprender ninguna perspectiva indígena, pues sorprendentemente, él, como sujeto colonizado, busca la explicación del deseo indígena en las crónicas de la conquista:

“Indagó las crónicas de la conquista del siglo XVI en las que una y otra vez se leía cómo el conquistador blandía la espada para luego blandir su miembro. Conquistaban para luego copular con las aborígenes. Mientras que el aborigen, vencido, se tenía que resignar no sólo a cohabitar con una mujer que estuvo con el conquistador, que quizás secretamente lo anhelaba por su capacidad para brindarle protección y cobijo. Además, también se resignaba a desear a la mujer del conquistador, puesto que todo el andamiaje ideológico hacia eso lo empujaba: esa mujer que se dedicaba al cuidado de su cuerpo, de su apariencia, quien tenía la oportunidad de lucir las mejores vestimentas y sobre quien, además de todo, recaía una suerte de prohibición sagrada.” (169-170)

En otras palabras, la estrategia de Viernes sería como si un tipo violara a una persona, pero luego le preguntaran a él si a esa persona le gustó que le violara, y después de esa conversación se llegara a la conclusión de que a esa persona le gustó que le violara, que desde el momento en que dejó de ser violada deseó en secreto al autor de su violación. Es una estrategia por medio de la cual la víctima no solamente quedaría silenciada, sino que su deseo sería definido a través de una perspectiva colonizadora a partir de la cual su agresor se define a sí mismo como su objeto del deseo.

Para concluir, quisiera decir que la lectura de esta novela, sin duda trae a la mesa de discusión muchos asuntos importantes en la actualidad, como el papel de occidente en la construcción de la identidad nacional, o como la narrativa neoliberal y colonial que busca asignar responsabilidad del estado de violencia actual en el otro del sujeto ladino nacional, es decir en el indígena, lo cual es una tradición que también entra en vigencia a nivel global, por ejemplo en Francia se culpa a los inmigrantes del norte de Africa por la violencia, en Estados Unidos se culpa a los inmigrantes de El Salvador y Guatemala, a las poblaciones negras, a los inmigrantes mexicanos por la violencia. Me parece que es una novela a la que vale la pena darle una lectura seria y atenta y a la que vale la pena aceptar la invitación para conversar sobre estos temas. Pero al leer con seriedad esta novela y al sentarme a conversar con el personaje de Viernes, quien tal como nos lo presenta el narrador no está interesado en la filosofía indígena ni en la visión de mundo indígena, yo lo invitaría a leer el Tratado Politico de Spinoza, es decir, el último libro de mi filósofo favorito de Occidente, el cual nos recuerda que nuestra capacidad de actuar es nuestro poder, nuestro cuerpo es nuestra herramienta para actuar, nuestro deseo es lo que mueve a nuestro cuerpo a actuar, pero que hay deseos y hay deseos. El deseo de ser deseado o reconocido por el otro (especialmente si se trata de otro que interactúa conmigo percibiéndome como a un ser subordinado) es un deseo que me subyuga ante el otro, que me paraliza, es un deseo que pone todo mi poder en manos del otro, es un deseo que limita mi poder. Solamente cuando mi deseo se basa en lo que es mío, en lo que no depende del otro, en lo que está dentro de mi control lograr, cuando mi deseo, en vez de esclavizarme es lo que Spinoza llamaba un deseo positivo o lo que podríamos llamar un deseo constructivo, solamente entonces podremos multiplicar nuestro poder de actuar y nuestra posibilidad de ser. Pero me parece que parte del poder de esta narrativa es la confesión que conlleva respecto a que a Viernes no le interesaría tener esta conversación conmigo, porque para aceptar la perspectiva spinoziana sobre el deseo y el poder, Viernes tendría no solamente que dejar de desear a la mujer blanca que simboliza la colonización de sus deseos, sino también tendría que dejar de desear ser el asistente de “el Príncipe”, el informante nativo de “el Príncipe” que por afiliación se separa del “pueblo”, pero no tanto, porque si su identidad cultural no lo define, aquello en lo que él sí cree, ese material genético alrededor del cual gira su perspectiva darwiniana, sigue latente dentro de su cuerpo.

© Beatriz Cortez


Obras citadas

Arriba

Bhabha, Homi K., 1992: “Postcolonial Authority and Postmodern Guilt”, en: Grossberg, Lawrence/Nelson, Cary/ Triechler, Paula (eds.), 1992: Cultural Studies. New York: Routledge, 56-68.

Bhabha, Homi K., 1994: The Location of Culture. New York: Routledge.

Flores, Ronald, 2007: El informante nativo. Guatemala: Editorial F&G.

Maquiavelo, Nicolás, 1987: Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Trad. Ana Martínez Arancón. Madrid: Alianza.

Maquiavelo, Nicolás, 1998: El príncipe. Trad. Ana Martínez Arancón y Helen Puigdomènech Forcada. Madrid: Tecnos.

Spinoza, Benedictus de, 1951: A Theologico-Political Treatise / A Political Treatise. Trad. R. H. M. Elwes, New York: Dover.


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