Ana Lorena Carrillo

 

Otras palabras de fuego.
Notas sobre ensayo y compromiso político en Centroamérica
1

 

Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México

lorencarr@yahoo.com

Notas


Roque Dalton, el poeta y narrador salvadoreño, tituló sin rubores Viejoemierda al breve escrito sobre su conocido compatriota, el reverenciado escritor Alberto Masferrer (1868-1932) incluido en sus Historias prohibidas del pulgarcito2 y al hacerlo no solamente situaba en perspectiva histórica las propuestas y críticas sociales del autor del Mínimum Vital, sino también realizaba un cuestionamiento ideológico al canon oficial y marcaba el punto de quiebre entre las expectativas liberales y las revolucionarias y populares del cambio social. Decía entonces, ironizando, que aquel maestro y periodista estaba convencido de que la denuncia verbal de la injusticia era el primer paso para el alzamiento en su contra, a tal punto –dice– que en él “la palabra de fuego” (que así llamaba a su propia escritura), llegó a ser la única realidad” (107). Hoy, la ironía histórica es que las palabras de Roque Dalton y de otros como él que hablaron desde la turbulenta Centroamérica del último tercio del siglo veinte, son también la única realidad que queda en pie del tiempo y propósito al que corresponden. No obstante, sus textos están ahí, dispuestos aún para renovadas lecturas, haciendo preguntas y propuestas, dejando abiertas las posibilidades de interpretación y respuesta y dejando memoria de un periodo crucial de la región que aún gravita como historia efectual en nuestro presente.

En los años comprendidos entre las décadas de los sesenta a los noventa del siglo pasado, algunos autores centroamericanos reconocidos, integrantes o coetáneos de la llamada “generación comprometida”, escribieron de modo paralelo a su obra de ficción, testimonial y/o poética, algunos textos que hemos decidido considerar ensayos. El género ha sido objeto de abundantes reflexiones y son de sobra conocidos sus orígenes y algunas de sus caracterizaciones3. También en Hispanoamérica el ensayo ha tenido cultivadores y críticos que han apuntalado la idea de que, pese a su relativa marginalidad como género “menor”, se trata de una forma cuyo desarrollo histórico está ligado estrechamente con el acontecer político, social y cultural así como con el tema de la identidad nacional y regional. En periodo tan reciente como históricamente lo es el de la segunda mitad del siglo XX, el ensayo en América Latina seguía dando continuidad a los temas de la cultura, la sociedad y la historia que tan profusamente se desarrollaron desde el siglo XIX y con renovado ímpetu durante la primera mitad del siglo. Si bien las características formales mostraban transformaciones y daban cuenta del paso del modernismo, las vanguardias, el realismo social y las nuevas polémicas intelectuales y políticas, estos ensayos continuaron cumpliendo con el proyecto de indagación sobre la realidad nacional y/o continental, así como de reflexión e interpretación sobre la sociedad desde el individuo, con la clara pretensión de provocar en los lectores una reflexiva y argumentada indignación frente al estado de las cosas y una imperativa convicción acerca de la necesidad del cambio. Las características de las sociedades latinoamericanas intervienen no solamente en términos de periodización en la historia del ensayo, sino también en la caracterización del género mismo4, que incorpora y asimila fuentes provenientes de otros géneros, muchos de ellos asociados también al tratamiento de los problemas de la región como el periodístico, los didácticos, algunos géneros orales, etc.5 Todo ello es posible advertirlo en los textos de Roque Dalton, Sergio Ramírez, Carmen Naranjo y Mario Payeras que se comentan a continuación. Se trata de textos poco conocidos de estos autores que en cambio gozan de reconocimiento en Centroamérica y a veces más allá de ella. Textos que con la tradicional categorización como “género menor”o“sub-género”6 con que se ha nombrado al ensayo, han acreditado su doble condición marginal respecto al corpus de obras más difundidas de los mismos autores y/o de los géneros “mayores” a que éstas corresponden: novela y poesía. A esto habrá que agregar otras dos condiciones de marginalidad: la propiamente histórica, es decir, la dada por el hecho irrefutable de la alteridad que resulta de la distancia temporal de las obras como hechos histórico-literarios que solamente cobran vida con la lectura actual y finalmente, por la no menos compleja que resulta de la perspectiva crítica de los autores. Se trata entonces, en un sentido cabal, de otras palabras de fuego. Palabras que se propusieron la tarea de reelaborar la conciencia histórica de su presente, es decir, la relación con el pasado y el futuro, a la luz de un proyecto político y de nación que se sintetizaba en el tiempo de la revolución y del compromiso político. Se trata de la monografía El Salvador7 de Roque Dalton, especie de contracara de sus Historias prohibidas del pulgarcito; retomándose parcialmente su intervención en el coloquio de La Habana que salió publicado con el nombre de El intelectual y la sociedad8; los textos histórico-políticos de Sergio Ramírez de Nicaragua, escritos y publicados inmediatamente antes y durante la revolución sandinista en el volumen con el título El alba de oro9; una serie de textos cortos feministas de Carmen Naranjo de Costa Rica, publicados a finales de la década de los ochenta: Mujer y Cultura10, y finalmente los ensayos políticos de Mario Payeras de Guatemala, que bajo el título de Asedio a la utopía11 se publicaron en 1995.

El contexto histórico y de producción y primera recepción de los textos abarca desde el año del primer bombardeo de Estados Unidos a Vietnam y la invasión a República Dominicana, hasta la caída del Muro de Berlín. En términos de la historia centroamericana que aquí se comenta esto significa desde 1965, año de publicación de la monografía de Roque Dalton, hasta la muerte de Mario Payeras y la víspera de los acuerdos de paz en Guatemala en 1995, con los intermedios de las guerras internas, el triunfo y la derrota del Frente Sandinista de Liberación Nacional, el surgimiento y auge del feminismo y los feminismos en el contexto de los conflictos armados y la recomposición del panorama de la izquierda en la región. Imposible leer hoy los ensayos elegidos del modo en que quizá fueron leídos en su momento. La lectura actual no puede prescindir de la distancia hermenéutica que separa al lector actual del pasado, pero su riqueza radica en la posibilidad de crear una expectativa nueva respecto de los textos que resulta de la fusión de horizontes entre aquellas que son propuestas en ellos y las que son propuestas por el presente desde el cual se los lee hoy.

En 1963, Ezequiel Martínez Estrada, inspirado en sus experiencias en Cuba escribió un texto en el que abjura de su condición de intelectual y señala un nuevo papel para el artista y el escritor en la revolución. Ahí dice:

“ […] los intelectuales debemos resignarnos con buen sentido práctico a construir primero, en unión de los demás ciudadanos, los cimientos y las paredes de ese templo del mañana […] y no pensar por ahora en colocarle una cúpula y embellecerlo con pinturas y estatuas, con música y representaciones coreográficas.”12

La metáfora del escritor-albañil (más que constructor), aparece sorprendentemente seis años después en las palabras de Roque Dalton señalando en La Habana, en una conversación con intelectuales, los falsos problemas del debate sobre el papel del intelectual en la revolución, sin duda el tema más polémico en el ámbito de la literatura y el compromiso político. Dalton no estaba de acuerdo con el poeta-albañil ni con soluciones simples, carentes de la amplia perspectiva que el problema demandaba y lo expresó en un lenguaje de enumeración proliferante e imágenes paródicas:

“ […] la claridad o el hermetismo de la literatura moderna; por qué no se entiende a Lezama Lima en Caibarién; el poeta para escribir poesía debe ingresar como obrero en la fábrica de cemento más cercana; la solución es escribir décimas; la solución es el recital en el Parque Central con la orquesta de Pello el Afrocán (en el fondo), introduciendo casi maquiavélicamente en el oído de las masas inmersas en el verano, los Conciertos de Brandenburgo sutilmente arreglados para el ritmo del Cha cha chá y el Mozambique etc. […] .”  (Dalton, 1969: 18)

Pero a pesar de la inequívoca distancia que adopta el discurso en relación al discurso oficial o semi oficial al que llama propio de “instancias municipales”, Dalton propone en lugar del poeta-albañil, al poeta-guerrillero que no se le diferencia mucho:

“ […] pero creemos que un buen escritor en una guerrilla está más cerca de todo lo que significa la lucha por el futuro, el advenimiento de la esperanza, es decir, del rudo y positivo contenido que todos los rizos retóricos han ocultado por tanto tiempo, que quien se autolimita proponiéndose ser, a lo más el crítico de su sociedad que come tres veces al día.”

Un poeta guerrillero cercano al “rudo y positivo contenido” ocultado largamente por los “rizos retóricos”. Un poeta-guerrillero que, no muy lejano del sacrificio de aquel poeta obrero de la fábrica de cemento porque ambos se niegan a sí mismos, mantiene en cambio a diferencia de aquel, la ética del insurrecto, la del que no se autolimita dentro de las estrecheces y las comodidades de la institucionalidad (“el crítico de su sociedad que come tres veces al día”).

En ese dilema ético, estético e ideológico se centra una importante clave para la lectura actual de su monografía El Salvador, un texto que pretende dar un “cuadro esencial” destinado a llenar los vacíos de las versiones oficiales de la historia de El Salvador. Se trata de un ensayo abarcador que reinterpreta la historia del país desde la época prehispánica hasta el presente de la escritura, además de capítulos que analizan la sociedad actual, la cultura y el proceso revolucionario con apéndices de datos geográficos y poblacionales. Una historiografía más bien tradicional, anclada en la perspectiva de “los diversos momentos y grandes acontecimientos”13 se entrelaza con una propuesta temática que realiza una reelaboración de gran significado historiográfico, político e ideológico. La lectura de la Monografía es imposible sin la evocación de su heterodoxa versión histórica e historiográfica en Las historias prohibidas del pulgarcito escrita años después, en que lejos de los constreñimientos y contenciones que se perciben en la Monografía, se da rienda suelta al lenguaje popular de la risa, la ironía y la parodia como métodos críticos, en un espíritu filosóficamente más apegado al ensayo, aunque formalmente más lejano. La Monografía en cambio, aborda el objeto con una forma conservadora, rígida, ajena a la subjetividad del autor que queda oculta tras las frecuentes y muy largas citas de otros autores y las más de las veces, de documentos partidarios.

Sólo a veces, con dificultad, asoma el corrosivo pero sutil sarcasmo que brota de una “inocente” argumentación que parodia la retórica política de la izquierda:

“Los revolucionarios salvadoreños […] también señalan como sumamente dañino para los intereses de toda la humanidad progresista, el hecho de que las valiosas experiencias –de triunfos y derrotas– de pueblo salvadoreño […] sigan siendo desconocidas […] .”

Los gérmenes, en fin, de lo que años después sería la versión libre, iconoclasta y revolucionaria de Las historias prohibidas del pulgarcito: el chiste, la risa, la ridiculización de “los próceres”, “los notables” o hasta la “Revolución” de 1948

“ […] que pronto se conoció popularmente como ‘el gobierno de la robo-lución’.” (110)

En el intento previo de El Salvador. Monografía, hasta la parquedad del título habla de la abolición de la subjetividad del propio autor, tan cara al género ensayístico. ¿Por qué Roque Dalton escribió dos veces la historia de El Salvador? Quizá porque en la primera ocasión en el texto quedó plasmado un lenguaje aprisionado en una especie de autocensura, un sacrificio voluntario, una expiación culposa que, de cualquier manera, esconde una recóndita protesta que pone en evidencia a un discurso político que sólo quiere decirse y escucharse a sí mismo.

Con Sergio Ramírez se aborda una etapa de la historia centroamericana marcada por el triunfo de la revolución sandinista. Las condiciones históricas y culturales en que surgen los ensayos que se comentan son radicalmente distintas y la situación de la voz enunciativa también. El alba de oro es una compilación que hace el propio Ramírez de diversos escritos y discursos propios ordenados cronológicamente a lo largo de un periodo que abarca desde la víspera inmediata al triunfo hasta el momento de la crisis económica y política del régimen. El subtítulo, “Historia viva de Nicaragua”, responde al ordenamiento temático de los textos que se refieren cada uno a una situación o acontecimiento de particular significación dentro del proceso de la revolución aunque no necesariamente relatan el acontecimiento, sino que más bien marcan el contexto que origina al texto: discurso con motivo de un homenaje a los héroes patrios, una intervención en un congreso de intelectuales y trabajadores de la cultura, un prólogo a un libro publicado por otro autor o por él mismo, etc. Esto supone que la obra plantea dos horizontes históricos a la vez: el de la historia del pasado que se relata o se evoca constantemente y el de la historia del presente o “viva”, que es la circunstancia en que aquella es relatada o evocada.

El peso de la figura del narrador/autor se establece desde la misma Introducción que inicia con el párrafo citado antes y que incluye una larga referencia al propio “yo” en tercera persona:

“Este libro, sin embargo, es el libro de un escritor pero concebido de una manera diferente: como las reflexiones e impresiones de un dirigente político sobre un proceso histórico crucial para la América Latina, como es la revolución popular sandinista […] es el testimonio diario, sin pretensiones, de un intelectual en su aprendizaje constante con la revolución […] .” (9; cursivas mías)

Para terminar con el reconocimiento abierto del “yo”, de la propia condición de creador y de una ambigua no aceptación del conflicto entre actividad creadora y militancia política:

 “Para alguien que, como yo, añora su oficio de creador y añora el misterio de la página en blanco, aceptar que la revolución le quita su tiempo de escribir, sería lo más injusto.” (10)

Desde esta perspectiva, no debe verse con ligereza el hecho de que “El muchacho de Niquinohomo”, que re-crea y destaca la imagen de Sandino como referente histórico fundamental del pueblo de Nicaragua y de su vanguardia política, sea el elegido para dar inicio al ordenamiento que organiza la trama de la “historia viva”, es decir el horizonte histórico segundo, el de la historia reciente o inmediata. Su elección alude obviamente a la importancia histórica del personaje, pero también –y eso nos parece un detalle importante– alude a una obra anterior del propio autor en tanto que dicho texto fue prólogo de una compilación de escritos de Sandino realizada por el propio Ramírez, es una autorreferencia. De hecho hay también autoreferencialidad en todos los textos, en tanto que la voz que habla de los protagonistas de la “historia viva” o en su nombre, es la del narrador, escritor, orador. Los protagonistas son los escuchas de esa voz a quienes el lector debe imaginar: el pueblo reunido en la plaza, los escritores reunidos en un congreso; los académicos norteamericanos que oyen su participación en otro. Pero estos textos del “escritor”, “creador” y “dirigente político” deben leerse como “historia viva” de todo un país, aceptando una especie de contrato o pacto que consiste en que el lector acepta como verdadero que el hablante ha escuchado previamente a aquellos protagonistas anónimos y colectivos y que de algún modo los representa.

En El alba de oro el ordenamiento de los textos sigue la estructura que también muestran algunas antologías que son compiladas por el autor14; es decir, la reproducción mimética en la forma del libro no solamente del orden cronológico en que ocurrieron los hechos que motivan los textos, sino del clima social imperante en el transcurso de los mismos y en su progresión y secuencia. Ocurre entonces que los hechos históricos se presentan en su evolución y progresión temporal en una especie de movimiento creciente que se proyecta a la obra misma y a veces, cuando el compilador es el propio autor, a la figura de este que, literalmente, se coloca a la altura de los acontecimientos. Es así que en El alba de oro esta voz única que relata los dos planos de la historia a los que ya se ha hecho referencia, crece conforme los acontecimientos relatados avanzan. Inicia como voz autorial, como narrador omnisciente; sigue como voz oral en discursos ante variadas audiencias relativamente anónimas y termina como voz en diálogo con un interlocutor individual e identificado en una entrevista de prensa. Es decir, la voz deviene progresivamente persona y al final de la obra, la persona coincide plenamente con el autor, o quizá sea mejor decir con el personaje. La “historia viva de Nicaragua” queda entonces con toda propiedad “intermediada” por dicha voz/persona/personaje con autoridad que es quien la hace accesible, convirtiéndose así en su traductor y multiplicador imprescindible.

Mientras la revolución sandinista se debatía entre complejas disyuntivas en la vecina Nicaragua, en Costa Rica, Carmen Naranjo publicaba un libro de ensayos breves cuyo origen posible podría ser periodístico. En 1989, Mujer y Cultura era el volumen de esta consolidada escritora que para entonces había ya publicado cuento y novela: en este género, Diario de una multitud, un experimento propio de los años setenta en que se plantea la posibilidad de la desaparición de personajes individuales, ejercicio que la autora intentó, además, desde una óptica no marxista.15 El título merece una breve consideración, pues no pasa desapercibido el hecho de que mientras proliferaban los discursos en torno al tema centroamericano, Naranjo elige no situar geográfica ni temporalmente su objeto. A esa intencionalidad transhistórica se suma la que puede inferirse del hecho de nombrar “mujer” y no “mujeres” al grupo social en torno al cual se desarrolla toda la obra. Tras el nombre se revela en los textos una opción feminista, pero el nombre mismo orienta sobre una situación histórica y un debate de importantes implicaciones en la teoría y práctica del feminismo en Centroamérica. El tema remite sin duda a la gran dificultad con que las ideas del feminismo se abrieron camino en sociedades patriarcales en las que las huellas de instituciones económicas y sociales con ese contenido y estructura marcan la totalidad de la cultura. De hecho, desde los setentas y los ochentas la teoría feminista en Europa y Estados Unidos arribó a nuevas propuestas en torno a la consideración de la categoría patriarcado tal como se había venido planteando; precisamente porque implicaba su aceptación como una invariante cultural que no permitía la incorporación de la vasta heterogeneidad social en el análisis al esencializar tanto a la propia categoría patriarcado, como la noción de “la mujer” que lo padecía. Con los aportes provenientes de los estudios culturales y el llamado relativismo cultural, las nociones transhistóricas quedaron desacreditadas y con ellas la idea esencialista de “la mujer”, introduciéndose la perspectiva de las diferencias de clase y étnicas como dos entre otras variables analíticas indispensables. No había pues “la mujer”, había “las mujeres”. En Centroamérica el feminismo incipiente se desarrollaba en aquellos años en medio de tensas relaciones en tres frentes simultáneos: el feminismo liberal que en el fondo resultaba ser conservador y a veces elitista por un lado, el feminismo subordinado a las organizaciones y partidos revolucionarios en cuyos programas el tema de las mujeres y el feminismo no eran suficiente ni adecuadamente abordados y finalmente, el propio contexto de violencia y guerra que imponía prioridades que lo desplazaban. El desgastante conflicto teórico y político que esto significó postergaba la participación de las feministas en los sofisticados debates teóricos que tenían lugar en otras latitudes, lo que se muestra en el tardío uso de la anacrónica nominación “la mujer” hasta tan avanzada la década de los ochenta, aún en contextos académicos. Es importante mencionar de pasada, que este debate no se considera cerrado aún y que todavía se discute la pertinencia de una y otra alternativa.

El contexto de recepción de la obra de Naranjo estaba sin duda afectado por la también excesiva producción de discursos sobre el tema de las mujeres y, como era de esperarse, sobre la conjunción de los dos que se han señalado: mujeres y revolución sumados al despertar de un género que ya se perfilaba como el representativo del momento histórico: el testimonio. Entre otros, fue importante punto de referencia el libro de Margaret Randall: Las hijas de Sandino: Testimonios de mujeres nicaragüenses en la lucha, de 1981. Pero Carmen Naranjo en 1989 no elige “las mujeres”, ni el testimonio, ni la revolución, sino “la mujer” y “la cultura”. La economía de temas centroamericanos e incluso costarricenses en los textos tiene una explicación que no se agota en la mera discrepancia política y/o ideológica con una de las más potentes agencias de producción discursiva en el periodo. En estricto sentido, desde su perspectiva ética, los ensayos de Naranjo ejercen la reflexión y la crítica con transparencia y en ese sentido son heterodoxos y contestatarios, pero la explicación va más allá. La economía en el texto sobre estos temas obedece a una postura política; postura que en última instancia se remite a una ética sobre la condición humana y sobre los problemas del mundo, de las sociedades latinoamericanas y centroamericanas, una ética no compatible con los discursos políticos tradicionales de uno y otro signo. Sin embargo, en primera instancia remite a un gesto propio del imaginario nacional costarricense. El silencio, o mejor dicho la mesura que adopta el texto en respuesta a de lo que podría llamarse –utilizando la expresión de Rancière–, el “exceso de palabras”16 que acompaña al ciclo histórico de las revoluciones es una forma de elocución que se posiciona desde fuera de la lógica de la política de violencia y guerra, imperante entonces en la región. Una mesura o acallamiento que es denuncia de lo que sucede con las palabras y su significado en un mundo en crisis:

“Ahora hay abuso en el uso de los nombres. Los dictadores hablan de las democracias que han logrado con sus tiranías, de las libertades de pensamiento que propician, de la paz que favorecen con la cárcel, las muertes y las desapariciones, de la seguridad y del orden que garantizan. […] La noble y humana palabra paz se usa en algunos discursos para justificar la guerra, para amparar los ejércitos y el armamento excesivo, injustificado e injusto, contra todo interés de la vida y del mundo. Es natural, entonces que el feminismo se haya hecho objeto de malos entendidos, de confabulaciones, de calificativos que tratan de disminuirlo y falsearlo.” (194)

Un horror al exceso de palabras y de voces que ya expresaba en el nivel de la ficción en Diario de una multitud:

“Las voces, las voces furibundas, las que tienen algo que reclamar, algo que desahogar. Las voces sin pararse, con emoción, cargadas de energía, sin dar alternativa, dispuestas a todo para que se las oiga, se las oiga con devoción, reclamando la atención, completa, ni un ojo perdido, ni una oportunidad para abrir la boca. ¡Oh, las voces disparadas, acribillándonos, fusilándonos, consumiéndonos en cárceles de opiniones, comentarios, criterios, ideas, pensamientos, sucesos! ¡Oh, el martirio de los relatos! ... ¿Oh, la soledad comiéndose la soledad mientras sirve palabras, grita palabras, dispara palabras!” (Citado en Arias, 1998: 108)

Colocada la voz enunciativa a esa distancia de los otros discursos, los pone en evidencia, los desenmascara y cuestiona a la vez que reafirma, no sin conflicto, el imaginario nacional costarricense y sus mitos aislacionistas y de convicción en la paz, democracia y neutralidad.17

En el año de publicación de esta obra de Carmen Naranjo, un acontecimiento crucial para Centroamérica y el mundo tenía lugar en Europa del Este: la caída del muro de Berlín. En su exilio mexicano, Mario Payeras, poeta, narrador, filósofo y dirigente político guatemalteco, escribía con urgencia para los militantes y “luchadores sociales” una serie de textos que fueron recogidos posteriormente en la compilación Asedio a la utopía, en los que, como indica el título, se plantea nuevamente la “estrategia militar”, aunque ahora ya no dirigida al enemigo, sino enfocada al propio proyecto que se desvanecía en el aire frente a los ojos. Asediar la utopía para rendirla de nuevo y no dejarla ir, asediar el “futuro”, la “esperanza”, la “primavera”, en fin, la temporalidad apocalíptica de la revolución y el socialismo en retirada. Se trata de la hora de desplomes y recomposiciones, confusión y pesimismo. La voz se sitúa en el ámbito de la responsabilidad y la autoridad y desde ahí enuncia para los compañeros, los amigos solidarios a los que está obligado a explicar, a intentar dar balances, a responder:

Como ex dirigente de OR (nota) considero un deber ahondar en la explicación de nuestro proceso político e intentar un balance de la experiencia de la organización, respondiendo así a la voluntad expresa de diversos militantes y a las expectativas de compañeros de izquierda y amigos de la solidaridad que simpatizaron con nuestro proyecto y continúan otorgándonos su confianza política.” (29; énfasis mío)

Las condiciones históricas de producción y recepción de estos ensayos condicionan fuertemente el establecimiento en ellos de una temporalidad que no es la de otros protagonistas o testigos en la narrativa de estos años en Centroamérica. No se trata aquí de testimonios que hablan de hechos concretos y tiempos humanos, sino de las reflexiones de un testigo privilegiado por su condición de dirigente que además de haber sido un combatiente es un intelectual.18 Desde esta perspectiva, el tiempo de la esperanza y la utopía de Payeras en el momento del derrumbe del socialismo en Europa del Este y el fin del proyecto revolucionario sandinista, es un tiempo cuya representación abstracta, como fuga de lo cotidiano, queda ligada a esa doble condición privilegiada del autor como letrado y como dirigente que tiene el “deber” de crear y creer discursivamente en un futuro y un “territorio” ideológico común que mantenga unidos a los “luchadores sociales” en un momento de crisis y posible dispersión, por eso el valor de “legado”que ofrecen los textos por sí mismos y en la forma en que han sido organizados. Como señala José Domingo Carrillo citando a Florencia Mallón: las victorias en las guerras no solamente se alcanzan en el campo de batalla, sino también en el plano discursivo (43). A lo que puede agregarse que cuando las guerras de hecho se han perdido en el campo de batalla, la “victoria” en el plano discursivo es doblemente importante:

Creo en el valor de la utopía como instrumento heurístico y como referencia teorética en esta hora de desplomes y recomposiciones, confusión y pesimismo en la posibilidad de alcanzar una sociedad con rostro y alma humanos. Entiendo la crítica de pensadores serios al abuso de este concepto, pero pienso que después del derrumbe del llamado socialismo real, los hechos no autorizan ortodoxias. Por lo tanto creo en el deber de los luchadores sociales de asediar la utopía, pensándola, discutiéndola, construyéndola como proyecto a partir de los hechos nuevos y las necesidades de hoy.” (45)

El tono y el discurso apocalíptico son rasgos dominantes, si por ello se entiende la estructura y la propuesta explícita que subraya la dialéctica entre destrucción y renacimiento, entre ruinas y debacles de las que surge una nueva historia. Un planteamiento apocalíptico que anunciaba ya el siglo XXI si no en el puntual cumplimiento de las predicciones, si en el irrenunciable propósito de renovación de la esperanza.

© Ana Lorena Carrillo


Notas

Arriba

vuelve 1. Esta es una versión reducida de un trabajo que forma parte del Proyecto Hacia una historia de las literaturas centroamericanas.

vuelve 2. Dalton, Roque, 1974: Historias prohibidas del pulgarcito, Siglo XXI, México.

vuelve 3. Nos referimos a los escritos de y acerca de Montaigne y su obra, así como a la vasta producción ensayística acerca del ensayo que en Europa abarca desde la filosofía a Bacon, Hegel, Nietzsche, Ortega, Unamuno, Adorno, Lukács, por mencionar solamente a unos cuantos.

vuelve 4. Véase por ejemplo Vitier, Medardo, 1945: El ensayo americano. México: Fondo de Cultura Económica; Martínez, José Luis, 1971: El ensayo mexicano moderno. México: Fondo de Cultura Económica; Gómez Martínez, José Luis, 1992: Teoría del ensayo. México: UNAM.

vuelve 5. Miro, Rodrigo, 1981: “Estudio Introductorio”, en: El ensayo en Panamá. Estudio introductoria y antología. Panamá: Biblioteca de la Cultura Panameña, Tomo 7, Presidencia de la República. Miro reconoce la impronta de los oficios del periodista, el orador, el pedagogo, el político en el ensayo panameño, pero la observación puede generalizarse para el conjunto del istmo centroamericano e incluso más allá de él, al ensayo hispanoamericano, como puede concluirse del cotejo con lo que afirman Vitier y Ramírez, por ejemplo.

vuelve 6. Mackenbach, Werner, 2006: “El ensayo en Centroamérica: ¿(sub)género literario y/o contribución al estudio de las culturas y literaturas centroamericanas?”, en: Istmo. Revista virtual de studios literarios y culturales centroamericanos, no. 12, enero-junio < http://collaborations.denison.edu/istmo > .

vuelve 7. Hay contradicción entre datos distintos sobre este texto. En el prólogo de la edición consultada para este trabajo, Dalton la habría escrito en 1965 y habría sido publicada en La Habana ese mismo año, mientras que en otro trabajo se señala que fue publicada en Cuba en 1963.

vuelve 8. Dalton, Roque/Desnoes, Edmundo, et al., 1969: El intelectual y la sociedad. México: Siglo XXI.

vuelve 9. Ramírez, Sergio, 1983: El alba de oro. Historia viva de Nicaragua. México: Siglo XXI.

vuelve 10. Naranjo, Carmen, 1989: Mujer y Cultura. San José: EDUCA.

vuelve 11. Payeras, Mario, 1995: Asedio a la utopía. Ensayos políticos 1989-1994. Guatemala: Luna y Sol.

vuelve 12. Citado en Monsiváis, Carlos, 2000: Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina. Barcelona: Anagrama, pág.146.

vuelve 13. “Acerca de Roque Dalton y su monografía sobre El Salvador”, introducción a la edición de la obra de Dalton publicada por la Universidad Autónoma de Puebla, 1984, págs. 7-17.

vuelve 14. Un ejemplo pertinente, aunque hay muchos, es el de Escritos Políticos de Juan José Arévalo, publicado por la Tipografía Nacional de Guatemala en 1945, cuando era presidente de la república; en el que la forma reproduce el desarrollo ascendente de los acontecimientos, al igual que sucede con sus obras definidamente autobiográficas. Véase Carrillo, Ana Lorena: “La representación social de las mujeres en las ideas de Juan José Arévalo” y Méndez de Penedo, Lucrecia: “Juan José Arévalo desde y en la memoria”, en: Actas del Encuentro “Juan José Arévalo, presencia viva: 1904-2004”, Guatemala: Abrapalabra No. 37, Universidad Rafael Landívar, septiembre 2004.

vuelve 15. Arias, Arturo, 1998: Gestos ceremoniales. Narrativa Centroamericana 1960-1990. Guatemala: Artemis Edinter, pág. 107.

vuelve 16. Nos referimos a la idea desarrollada por el filósofo francés de que en el espacio de la ilegitimidad (los que no tienen voz) surgen voceros o representantes que se convierten en modelos a imitar por aquellos que han sido o son silenciados, creándose así la tradición (escriturística) de los derechos del hombre, de las revoluciones sociales y del “exceso de palabras”. Véase Rancière, Jaques, 1993: Los nombres de la historia. Una poética del saber. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.

vuelve 17. Véase la interesante nota crítica de Roberto Castillo “Desinvenciones” en que reseña el libro de Carlos Cortés, La invención de Costa Rica, en www.editorialcostarica.com/carloscortescomentarios.htm.

vuelve 18. El enfoque temático, ideológico y axiológico del testimonio es distinto según se trate de un ladino, un indígena o si pertenece o no a la elite letrada. Véase Carrillo, José Domingo: “Testimonio y guerra en Guatemala”, en Carrillo, José Domingo/Méndez de Penedo, Lucrecia (comp.), 2006: Voces del silencio. Testimonio y literatura en Centroamérica. Universidad Autónoma de Aguascalientes, pags. 123-188.


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