Roberto Aguilar Leal
Los inicios literarios de un gran cuentista centroamericano
(A propósito de El ratero y otros relatos, 2003, de Franz Galich)
Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, Managua
menelao1@hotmail.com
Al abrir El ratero y otros relatos (escrito entre 1976-1978, pero publicado hasta en el año 2003) y Ficcionario inédito (publicado en 1979 y reeditado en 2004), el lector tiene la oportunidad de asomarse a los inicios literarios de un gran narrador centroamericano. Consciente de su dominio del oficio narrativo, que lo hizo acreedor del Premio Centroamericano de Literatura "Rogelio Sinán" 1999-2000 por su novela Managua, Salsa City (¡Devórame otra vez!), Franz Galich, autor de obras tan sólidas como La princesa de Onix y otros relatos (1989) y Huracán, corazón del cielo (novela, 1995), publicó sin retoques, tal como los concibió en los finales de los setentas, al calor de los vientos revolucionarios que conmovían a la región centroamericana y el entusiasmo experimental típico del aprendiz de brujo, estos dos libros primigenios que, a mi criterio, constituyen la mejor partida de nacimiento de su quehacer narrativo.
Franz pertenece a la generación de narradores surgidos en la segunda mitad de la década de los setentas y su producción de esos años está doblemente marcada por el compromiso político y el afán experimental, heredados de la tradición de ruptura iniciada en la narrativa hispanoamericana hacia 1940 y llevada a su fase culminante en los sesentas por la generación del boom. El cuento experimental surgido en ese contexto se caracterizará por el cuestionamiento de los principios establecidos para el cuento tradicional y por una profundización de los hallazgos del cuento moderno (multiperspectivismo, simultaneísmo, monólogo interior, etc.). Entre sus rasgos más visibles, cabe destacar su fuerte tendencia a la ironía y la parodia, su tendencia a la brevedad extrema y su carácter fronterizo, que combina la ficción con la crónica periodística, el testimonio y otros géneros extra-literarios. Igualmente característico es la presencia en esta cuentística de las perspectivas femenina, indígena y de otros grupos marginales anteriormente ausentes en la literatura.
Los maestros indiscutibles del género, y por lo mismo las presencias más visibles en esta etapa creativa de Franz, serán Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Juan Rulfo. Detrás de ellos, también serán reconocibles otras preferencias del autor, tales como Gabriel García Márquez, José Juan Arreola y Augusto Monterroso.
En El ratero y otros relatos, libro militante, comprometido con los sectores marginados de la sociedad guatemalteca, es visible el sello de Rulfo, modelo de refinamiento, sobriedad y economía verbal, que trascendió por primera vez el pintoresquismo y el documentalismo en que había degenerado la narrativa criollista. Por su contenido predominantemente telúrico, este libro está emparentado con la estética del realismo mágico en la línea de Rulfo y García Márquez. Ello es palmario en nueve de los diez relatos incluidos en él, no así en "El ratero", que da título a la obra. Este último se aparta de lo telúrico y se enrumba en el terreno más movedizo del absurdo, en el que se desplegarán los personajes y acontecimientos de su siguiente libro, Ficcionario inédito, más cercano a la línea del relato fantástico y lúdico inaugurado por Borges y llevado a su máxima expresión por autores como Cortázar, Arreola y Monterroso.
Básicamente, El ratero y otros relatos es una galería de seres marginales cuyos nombres de pila, apodos y otros apelativos dan título a la mayoría de los cuentos: "Juan Malogra", "María Ángela", "Los compadres", "La pasión de Juan", "Santíos Pérez", "El ratero". Quizás hubiera sido más adecuado titularlo El ratero y otros retratos. Por tal razón, me parece acertadísimo que Franz haya iniciado el libro con ese magnífico cuento titulado "El fotógrafo más viejo del mundo". En él se cuenta la aparición periódica en un pueblo pobre de un misterioso fotógrafo de edad y origen inciertos, que tiene la virtud de estar presente en todos los acontecimientos importantes y retrata sin diferencias de precio y calidad tanto a ricos como a pobres, siendo indulgente sólo con los niños, a quienes fotografía y entretiene "de regalado". Por el orden, retrata primero a los ricos, con sus "caras satisfechas de comida y de dinero"; siguen los pobres, con "caras de estómago pegado", y termina con los niños. Sólo estos últimos salen contentos con sus fotos. Los adultos, en cambio, rechazan de diversas maneras el reflejo que de sus rostros les devuelve el fotógrafo: ni los ricos aceptan sus mezquindades, ni los pobres sus miserias, achacándoselas al artista de la cámara, a quien maldicen mientras ocultan, rompen o queman sus retratos. El fotógrafo, mientras tanto, filosofa al respecto frente a dos gallinas enchiladas y una caja de cervezas: nada ni nadie cambia en ese pueblo suspendido en el tiempo. "Por donde la vida me lleva –se lamenta–: a las grandes ciudades, a los pueblos tristes de la montaña, a cualquier lado, todo es lo mismo, igual: la alegría de los pocos alimenta el odio de los muchos ..."
No es difícil entender el sentido alegórico de este relato en el que su protagonista, el fotógrafo, viene a ser una encarnación del artista preocupado por captar los diversos aspectos de la realidad y reflejarlos con la mayor fidelidad posible. Este reflejo de la realidad, sin embargo, no siempre será del agrado de la sociedad retratada. Es más cómodo cerrar los ojos frente a la imagen de miseria humana que les devuelve ese espejo y rechazar a esa "rara especie de hombre", como diría Darío, a ese ser problemático que atenta contra los cómodos esquemas.
Como retratados por la vieja cámara de este fotógrafo, aparecerá frente a nuestros ojos una extraña galería de personajes que, como decíamos, tienen en común su carácter de seres marginados y marginales: Juan Malogra, un hijo del pecado abandonado por su madre prostituta, degradado por el vicio, despreciado por las beatas del pueblo y muerto en combate "defendiendo a la patria"; María Ángela, una empleada doméstica de origen campesino que busca la felicidad en la ciudad, pero lo que encuentra es una cadena de desengaños; Los compadres, involucrados en un triángulo amoroso que termina en crimen pasional; Juan, un campesino condenado por su piedad y sus dones curativos a padecer en carne propia la pasión de Cristo; Santíos Pérez, un asesino y traficante de armas que justifica sus hechos por el resentimiento hacia los poderosos y las autoridades que los protegen, y por su convicción religiosa de que Dios está de su lado; y, en fin, El ratero, un maniático que se alimenta de ratas y por lo mismo cultiva con virtuosismo el arte de cazarlas y saborearlas. En cada una de esas historias, encontramos un testimonio de la pobreza material y espiritual de seres marginados que, como animales acorralados, no tienen otra salida que rumiar su resentimiento o exiliarse de esa sociedad que les niega la posibilidad de ser humanos "normales". Se cumple así la profecía de "El fotógrafo más viejo del mundo": "la alegría de los pocos alimenta el odio de los muchos …"
Estas estampas individuales están complementadas por tres relatos de asunto más abarcador, que nos ubican más explícitamente en el contexto social del que surge la rara fauna arriba descrita. Mientras "El infierno blanco" narra la dura vida de los obreros agrícolas en los algodonales, "Su última muerte" recrea la agonía de dos compadres tras un devastador terremoto en el que han perdido lo último y lo más querido que les quedaba tras una larga vida de privaciones y sufrimientos, y "El empedrado del cielo" parodia el discurso demagógico de un funcionario de gobierno corrupto que disfraza de beneficios las medidas de sobreexplotación con que sistemáticamente recargan al pueblo campesino. En todos aparecerá, como contrapunto, un creciente descontento popular y las señales inequívocas del levantamiento guerrillero frente al sistema social injusto.
La tentación documentalista y panfletaria intenta colarse a veces, aunque levemente, en algunos de estos relatos. Tal es el caso de algunos pasajes de "El infierno blanco" y "María Ángela", pero Franz supo conjurarla con un amplio arsenal de recursos. Uno de sus preferidos es la hipérbole, junto con el humor en sus diversas modalidades, que van de la ironía a la parodia y son la clave que le dará el tono adecuado para lograr el ambiente feérico de algunos de los relatos mejor logrados del libro, como "El fotógrafo más viejo del mundo" y "La pasión de Juan". El aprovechamiento de la religiosidad popular y de las expresiones léxicas populares (dichos, refranes, lenguaje escatológico) serán otro recurso efectivo en este proceso de carnavalización de la realidad que recorre el libro de principio a fin, por cuanto desenmascaran, en fino contrapunto, la falsa moral de las clases dominantes y la jerarquía eclesiástica. Ambos recursos resultarán efectivos en el cuestionamiento de una realidad deshumanizada e insensible frente al sufrimiento de los desposeídos.
En su segundo libro, Ficcionario inédito, más en la línea, como decíamos, de Kafka, Borges, Arreola, Cortázar y Monterroso, Franz se desviará momentáneamente de la tónica inaugurada en el primero, pues además de incursionar en el relato ultracorto, se alejará de la ficción telúrica y probará suerte con el mito, lo sobrenatural y el absurdo. Los resultados eran prometedores, pero por alguna razón el autor no se sintió a gusto en esa modalidad y retomó, sin traicionar sus hallazgos formales, la ficción telúrica.
En fin, se puede decir, sin temor de equivocarnos, que visto en perspectiva, a la luz de su narrativa posterior, El ratero y otros relatos es el lógico punto de partida del universo narrativo de Franz Galich. Un universo que apenas empezaba, estamos seguros, un largo proceso de expansión.
© Roberto Aguilar Leal
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