Emiliano Coello Gutiérrez

 

Una cuestión de identidad y renovación permanente. Sobre un libro de José Juan Colín acerca de la cuentística de Sergio Ramírez

Universidad Autónoma de Madrid / CRLA-Archivos

emilianocoello@yahoo.es

 


La narrativa corta del autor nicaragüense Sergio Ramírez ha suscitado un menor interés por parte de la crítica que el conjunto de sus novelas. A colmar esta carencia se dedica el investigador mexicano José Juan Colín, cuyo texto ha sido publicado en Lima, en 2004, por Alberto Sandro Chiri, editor.

La obra de Colín se propone analizar el tema eje de la identidad del pueblo nicaragüense en los cuentos de Ramírez. Del mismo modo, se sigue muy de cerca la evolución formal y estilística de los relatos en el lapso que va desde la publicación del primer volumen, Cuentos, en 1963, hasta la publicación en 2001 del tomo titulado Catalina y Catalina.

El crítico mexicano reconoce su deuda con los aportes teóricos que acerca de la narrativa breve han hecho estudiosos como Enrique Anderson Imbert, José Miguel Oviedo o Lauro Zavala, entre otros. Igualmente, para insertar dentro de un marco más amplio la continua reflexión política que dimana de los textos de Ramírez, ha sido necesario conocer la ensayística, de tema latinoamericano, de importantes intelectuales del continente como Ángel Rama, José Carlos Mariátegui, Roberto Fernández Retamar, Carlos Fuentes o Carlos Monsiváis, entre otros. Tanto Nicaragua como Centroamérica y Latinoamérica toda han experimentado, en esta era de globalización, un nuevo tipo de coloniaje económico y cultural. Una de las preocupaciones fundamentales que transmite la literatura de Sergio Ramírez es el problema de la difícil conservación de unas señas de identidad propias en un territorio (el “nica”) casi totalmente dependiente del influjo externo.

El libro de Colín está estructurado en cinco grandes capítulos que hablan de otros tantos libros de cuentos del autor. Se sigue un orden cronológico, pero hay que advertir que Charles Atlas también muere (1976) aparece tratado antes que De tropeles y tropelías (1972). Ello es porque la mayoría de los textos de la primera obra habían sido ya publicados en el volumen Nuevos cuentos, en 1969.

El primer capítulo se ocupa del tomo titulado Cuentos, que sale a la luz en 1963. El conjunto de las historias puede dividirse en dos partes, una de asunto sociopolítico, y otra en la que se denuncia la aquiescencia popular en la época del gobierno somocista. Por ejemplo, en “El cobarde” la policía prende arbitrariamente a un viejo como culpable de un asesinato (y esto alude a uno de tantos encarcelamientos injustos) para no reconocer la propia incompetencia en el desarrollo de las pesquisas. “Al rescate” nos describe minuciosamente un sangriento sacrificio y solo al final del relato se descubre que la víctima es una res. El texto es claramente simbólico: hace referencia al sadismo con que actuaba el servicio de seguridad en tiempos de la dictadura. A partir de “El tumulto” el potencial crítico de los cuentos deja de mirar hacia arriba, hacia los poderes instituidos, y se concentra más bien en un pueblo que se ha acostumbrado a vivir con la anomia, incapaz de reaccionar contra ella. “La banda del presidente” habla del desinterés general por cuestiones políticas y “Los graneros del rey” fustiga a una ciudadanía que, enferma de una especie de síndrome de Estocolmo, termina por amar entrañablemente a su carcelero. En definitiva, los relatos de este primer libro se caracterizan por su estilo realista y su tono polémico, de clara incitación a la rebeldía.

El segundo capítulo trata del volumen Charles Atlas también muere (1976). La obra alude a la progresiva disolución de las tradiciones y esencias nicaragüenses, desplazadas casi por completo por la refulgencia de lo foráneo. Según Colín, no es casualidad que esta colección de textos se haya (re)publicado en 1976. Cincuenta años después del inicio de la gesta de Sandino, se entabla nuevamente en el país una lucha contra el mismo enemigo, la potencia del norte, esta vez asistida por la dinastía Somoza. Como ocurre en el libro anterior, en este también puede advertirse una clara segmentación en dos bloques. Tres de las historias (“Charles Atlas también muere”, “Nicaragua es blanca” y “A Jackie con nuestro corazón”) orquestan una alegoría de la enajenación cultural, mientras que las tres restantes (“El centerfielder”, “El asedio” y “Un lecho de bauxita en Weipa”) se centran en la intrahistoria, en la existencia, digámoslo así, de puertas adentro, de los ciudadanos. “A Jackie con nuestro corazón” ridiculiza los procederes de la oligarquía nacional. Resulta que un paria virginiano hace correr la voz de que Jackie Kennedy va a visitar Nicaragua. Todo el mundo lo cree, no tanto por la verosimilitud del rumor cuanto por el instantáneo crédito que merece la palabra de un estadounidense. La burguesía “nica” pone en marcha los costosísimos preparativos para el recibimiento, pero la gran dama, símbolo de la clase con mayúsculas, nunca llega. Dos de los cuentos de esta colección dan la medida del gran trecho que separa los sueños de los poderosos de la realidad del resto. “El centerfielder” narra la historia de un jugador de béisbol ajusticiado por la policía política del país, que lo acusa de revoltoso. Y “El asedio” trata del calvario que viven dos homosexuales, Septimio y Avelino, por la intolerancia de sus vecinos. La técnica de estos relatos ha de hacerse por fuerza más compleja (con la utilización del monólogo interior, la narración retrospectiva y el uso de la simultaneidad de planos temporales) para mostrar la brecha que existe entre el mundo interior de los personajes y el acoso que los rodea.

El tercer capítulo analiza el libro De tropeles y tropelías, que fue publicado en dos fechas distintas: 1972, época en que aún el FSLN no había accedido al poder, y 1983, año en que Sergio Ramírez era ya parte integrante de la estructura de mando del gobierno de Nicaragua. Esta última edición aparece decorada con las viñetas del artista alemán Dieter Masuhr, dibujos que caricaturizan la figura del dictador caído. El registro que utiliza el autor para escribir acerca de esta larga era de oprobio que supuso la época somocista, es el esperpento. Valgan dos relatos para demostrarlo: “De la afición a las bestias de silla” y “Del hedor de los cadáveres”. En el primero Su Excelencia, satánico quijote, cobra tanto amor a su caballo que, llegado un momento, no vuelve a descabalgarse y come encima del equino, atiende sus obligaciones a horcajadas, incluso obliga a sus amantes a que copulen con él en ancas. Cuando muere, sus comilitones, para hacerle la estatua conmemorativa, solo tienen que disecarlo a él con todo y caballo. “Del hedor de los cadáveres” expone otro antojo estrafalario del presidente, como es hacerse acompañar a todas partes de su difunta madre. En un alarde de despotismo, Su Excelencia obliga a sus ministros y diputados a compartir mantel en los banquetes con un fétido comensal que, para más inri, preside la mesa. Y en los besamanos las distinguidas damas quedan con restos de piel verdosa en los labios al saludar a la momia. Como dice José Juan Colín, el escritor propone a los lectores y a su pueblo que, a través de la sátira, la hipérbole y la ironía, se burlen del largo periodo de opresión, pero que no la olviden.

Dos años después de que el Partido Sandinista perdiera las elecciones contra la Unión Nacional Opositora, al mando de Violeta Chamorro, Sergio Ramírez publica su cuarto volumen de narrativa corta, titulado Clave de sol (1992). Se trata de un conjunto de nueve cuentos en que, aparentemente, no existe hilazón temática. La mayoría de ellos tienen como telón de fondo el suelo patrio del autor, pero una de las historias, “Heiliger Nikolaus”, transcurre en Alemania, país donde Ramírez residiera por varios años. Es visible el gusto del prosista por el deporte nacional, el béisbol, porque a él le dedica dos relatos, “Juego perfecto” y “Tarde de sol”. La infidelidad es, asimismo, el trasfondo de un par de narraciones breves, “La múcura que está en el suelo” y “Kalimán el magnífico y la pérfida Mesalina”. Uno de los cuentos, que posee tintes autobiográficos, se titula “Ilusión perdida”. En él se citan los nombres de sus abuelos así como los de sus tíos y tías, todos músicos y miembros de la banda de los Ramírez, famosa en Masatepe, su tierra natal. José Juan Colín ha visto un denominador común en estas narraciones, que es la resignación con que los personajes aceptan el fracaso de sus vidas. Hay un crecido número de hombres y mujeres, de los que Ramírez se hace eco aquí, cuyo destino parece ser un permanente aborto de sus ilusiones. Impresiona la frialdad con la que, en “Juego perfecto”, el muchacho asume una más de las derrotas, porque esa circunstancia se ha convertido para él en hábito. Tanto en “Kalimán el magnífico y la pérfida Mesalina” como en “La múcura que está en el suelo” los maridos se resignan (incluso con humor, que no falta sin embargo en casi todas las narraciones) a la pérdida de sus esposas que, bien por la ruina económica de la familia, bien por un conato de arribismo social, salen de ellos. “Volver” puede leerse como una alegoría del fracaso individual y colectivo: un cantante de tangos deja a su familia y abandona el terruño para vivir una vida de éxitos. Cuando, mucho después, regresa con las manos vacías, se encuentra con que la casa paterna, muertos o dispersos sus parientes, ha sido transformada en un lupanar. Si bien se mira, es lógico que la técnica narrativa recurrente en el libro sea el “flash back”, ya que los personajes, con el fin de huir de un presente aciago, se refugian en los recuerdos.

La última de las obras que analiza Colín es Catalina y Catalina (2001). Pese a que es notorio el afán universalista de los relatos, hay que decir que el escritor nunca se olvida de su patria y que la mayoría de las historias están ambientadas en Nicaragua, aunque dos de ellas transcurran en el país alemán, como son “La partida de caza” y “Vallejo”. Los deportes siguen siendo materia artística y, aunque hay un tributo al béisbol con “Aparición en la fábrica de ladrillos”, esta vez es el mundo del fútbol el escenario de dos cuentos, “El pibe Cabriola” y “La partida de caza”. Hay que decir que este libro se diferencia de los anteriores en la adopción de rasgos de escritura, diríamos, postmodernos. Como ocurría ya en Clave de sol (1992), los relatos se alejan de la plaza pública, del asunto sociopolítico, para centrarse en el individuo particular, al que se presta mayor atención y que, por ende, se torna más complejo que en obras anteriores. En Catalina y Catalina los textos dejan de atender a un referente doctrinal y es la propia artesanía artística la que se celebra a sí misma. Así surgen cuentos como “Perdón y olvido” en que confluyen la literatura y el cine, y además la narración se torna metaficcional. Un guionista de la televisión, que visiona una película mexicana, la que da título al relato, junto a su esposa, queda sorprendido al observar que sus padres actúan como extras en la misma. La curiosidad provoca que averigüe qué dicen sus progenitores al conversar con otra gente que no conoce, y al fin el narrador se ve envuelto en una historia de pasión, celos e infidelidad, propia de un melodrama mexicano, que le afecta personalmente. Como en “Continuidad de los parques” de Julio Cortázar, hay un fino hilo que separa la realidad de la ficción. Un cuento interesante es, asimismo, “Ya todo está en calma”. Un padre de familia, absorto por el boato de los funerales de Lady Diana, que sigue por televisión, falta repetidas veces a la oficina y acaba perdiendo su empleo. Hay aquí una velada censura a la manipulación de la realidad que llevan a cabo los medios de comunicación de masas al desplazar, con fines ideológicos, las necesidades reales de las personas para que se conviertan en meros consumidores. En esta colección de relatos también se diluye una de las grandes esperanzas del pasado siglo: la realización del socialismo. Como ha dicho el propio Ramírez, cuyas palabras cita el crítico mexicano, no son tanto las ideas las que yerran, son los hombres los que establecen la distancia entre lo utópico y lo posible. En dos cuentos (“Aparición en la fábrica de ladrillos” y “La partida de caza”) advertimos la mirada censoria hacia dos gobiernos, el sandinista y el régimen de la RDA, que cayeron, entre otras cosas, por sus propios fallos.

Para terminar habría que sintetizar aquí algunas de las conclusiones del libro de José Juan Colín. Hay una palpable evolución entre el primer volumen de relatos del autor, Cuentos (1963) y Catalina y Catalina (2001), habida cuenta de que los separa un gran trecho cronológico, casi cuarenta años. No solo hay profundas diferencias de contenido, sino también formales. Se ha de afirmar que, a grandes rasgos, existen dos bloques en los que puede alinearse, separadamente, toda la cuentística de Ramírez. Los tres primeros libros (Cuentos, de 1963, Charles Atlas también muere, de 1976, y De tropeles y tropelías, publicado en 1972 y 1983), no obstante las diferencias entre ellos, tienen en común el impulso utópico, el dominante sociopolítico y una escritura más próxima al realismo que a la experimentación. Por su parte los volúmenes más recientes (Clave de sol, de 1992, y Catalina y Catalina, de 2001) se caracterizan por ser un eco de su tiempo, el de la globalización y el derrumbe de las ilusiones colectivas, tanto la neoliberal como la socialista. Hay un interés prioritario en el individuo, que aparece más solo, más desamparado, a la vez que el arte, separado ya de cualquier cometido extraliterario, se vuelca sobre sí mismo, en un mayor afán experimental. La voz de Sergio Ramírez, a través del manejo maestro, bien del absurdo, bien de la ironía, siempre del humor, deviene una escritura lúcida, escrutadora de los problemas de Nicaragua, de Latinoamérica, del mundo. De ahí la constante de su altísima calidad, que la hace, diríase, imprescindible.

José Juan Colín: Los cuentos de Sergio Ramírez. Una cuestión de identidad y renovación permanente, Lima: Alberto Sandro Chiri Jaime, Editor 2004

© Frauke Gewecke


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