Damaris E. Serrano G.

 

Panamá: Desde el centro al mundo, en sintonía (post)moderna

 

Wright State University (EE.UU.)

Notas* Bibliografía


En la comedia La dama boba, de Lope de Vega, se recoge la imagen que signó al Istmo de Panamá desde los albores de la colonia:

Amor, cansado de ver
tanto interés en las damas,
y que, por desnudo y pobre,
ninguna favor le daba,
pasóse a las Indias,
...
Trató en las Indias Amor,
no en joyas, seda y holandas
sino en ser sutil tercero
de billetes y de cartas.
Volvió de las Indias
Con oro y plata;
...
De dó viene, de dó viene?
Viene de Panamá
...
 (Travesía literaria por el Canal de Panamá, 28, énfasis)

 Tenida como tierra de paso, de comercio y picardías, Panamá, la franja más estrecha del Istmo centroamericano, quedó signada por todos los males y las venturas de una globalización temprana que retardó, a lo largo de cinco siglos, el proceso real de descolonización (Walter Mignolo). El arte, la historia, la geografía, la literatura y, en fin, las manifestaciones culturales, fueron catalogadas bajo el prisma de una Modernidad europeizante, la cual creó esquemas inamovibles y posiciones estereotípicas. Con este marco panorámico –y a pesar de él— los diferentes tipos de discurso –vistos en contrapunto y en el continuun histórico–, responden a vivencias multiculturales, profundas y diversas, que se desprenden de lugares comunes en torno a Panamá, tales como: “Panamá, Puente del Mundo, Corazón del Universo”, y los matizan, revelando “las (per)versiones de la Modernidad”.

Los implantes exógenos: una Modernidad dislocada
Los procesos culturales de la segunda mitad del siglo XX y los albores del tercer milenio comenzaron a gestarse ya en el período colonial. La imposición de una economía feudal y del sistema de encomiendas degeneró en un sistema transitista y de servicio que privilegió, primero, el tráfago de mulas y canoas por Nombre de Dios (“nombre bueno, tierra mala”) y el río Chagres, y luego, a partir de 1855, por el ferrocarril transístmico, y ya en 1914 por el Canal de Panamá. La ciudad letrada (Rama) y amurallada de la colonia se convirtió en el siglo XX en la ciudad estallada (Martín Barbero) de la globalización, debido a los procesos migratorios ocasionados por la expansión económica de la II postguerra. En los años 40 del siglo XX, hubo un movimiento creciente de la masa campesina hacia los centros urbanos, la cual trajo consigo sus rituales, su folclore y su música, e inscribió un proceso paralelo de ruralización de los suburbios. Géneros tradicionales como la décima y eventos culturales como las cantaderas1 (que además cuentan con el apoyo de los medios de  comunicación  –televisión y radio–) se fueron transformando en manifestaciones de masa en este siglo XXI.

En contrapunto, en la muy “noble ciudad de Panamá”, la novela “canalera” —que acusó la pugna de la Guerra Fría—, el cuento de resortes freudianos y la poesía en plena vanguardia, fueron la vertiente de la ‘alta cultura’ privilegiada hasta los años 70 del siglo XX. Sin embargo, –y en forma paralela– fue la negociación de espacios generada por la poesía surgida en el año de 1958, 2 la que develó la conexión entre la “alta” y la “baja” cultura: entre los intelectuales de formación “europeizante” y los cantautores, escritores y artistas imbuidos en los principios del materialismo dialéctico. Estos últimos, inspirados por ‘héroes’ reales —del Che a Allende, de Malcom X a Sandino, de Mao a Fanon—, se posicionaron al lado del pueblo. Algunos de ellos, salidos de las mismas filas populares, empezaron a tejer la resistencia histórica frente a al Imperio del Norte y su directrices económicas, políticas y culturales.

En este camino, uno de los puntos culminantes fue la década de los 80, cuando la solidaridad de la región centroamericana se evidenció en la participación de los escritores en los procesos revolucionarios: ya fuera en apoyo del Movimiento Sandinista o de la Guerrilla Salvadoreña. En Reflexiones junto a tu piel: (Poemas del exilio) (1982), Diana Morán se solidariza desde el exilio con las otras luchas, porque “los dolores pequeños / solitarios / nada significan / en esta suma cotidiana / de los guerrilleros dolores inmensos / que en El Salvador y Guatemala / construyen barricadas con los huesos” (“¡Nada rechazamos!”, Poesía, 163). En Panamá se organizaron expediciones y recitales de poesía para apoyar las causas de Nicaragua y El Salvador. “Comandante 2” de Bertalicia Peralta y Los muertos dolerán de otra manera (1979), de Manuel Orestes Nieto, o Hacer la guerra es ir con todo (1979), de Moravia Ochoa, son testimonios de este momento.

Macrohistoria / microhistoria y voces ‘marginales’
Hoy, cuando la novela histórica ha recuperado terreno, la literatura panameña presenta textos en los que la historia personal, las microhistorias de los grupos marginales, subalternos y sin voz, se constituyen en la pieza faltante del rompecabezas de la macrohistoria. En este paso de la Modernidad monolítica a la Postmodernidad rasgada, se recupera un concepto de nación que resuelve los destiempos de la historia y encuentra un sitio de enunciación móvil, excéntrico al canon. Se desarrolla una literatura sobre los grupos indígenas (Machí, un kuna en la ciudad, de Raúl Leis) así como una escrita por ellos (Arysteides Turpana: Kualuleketi y Lalorkko: poema y cuento kunas); 3 se describen los rituales y se relata la participación histórica de los negros congos (Mundunción –teatro, 1988—, de Raúl Leis o Crónica de caracoles —novela, 2005— de Mireya Hernández). La investigación histórica y el rescate de las lenguas indígenas encuentra el puente de convivencia con los centros de poder, pero también marca la diversidad: Stories, Myths, chants and songs of the Kuna Indians, libro de Joel Sherzer (U of Texas Press, 2004), recupera las tradiciones orales y costumbres de este grupo. Ilustrado por el pintor kuna Armando Díaz Ologuagdi —el mismo que hiciera un cómic sobre Pedro Prestán4 o que asesorara un proyecto de molas que recrean las pinturas de Picasso—es un ejemplo de la difusión de las culturales populares dentro de la globalización.

La desestabilización del concepto de macrohistoria, privilegiando a la elite como parte protagónica se da, por ejemplo, desde los cuentos de Allen Patiño (“Las cartas del general”, La niña de mis ojos, Premio Miró en cuento, 2003). Allí se recrea la figura del general hondureño Francisco Morazán, último presidente de la República Federal de las Provincias Unidas del Centro de América, en ocasión de su visita a la Provincia de Chiriquí. Con una posición contestataria, la descripción ocurre desde los ojos de la hija de una sirvienta del señor De Obaldía.5 La estrategia muestra una problematización de las versiones oficiales de la historia y del comportamiento de las clases dominantes, desde el subalterno.

Las narrativas de la memoria
Los discursos panameños de distinta índole están marcados por simbolismos de lucha y resistencia. Por ejemplo, la sangre aparece como la imagen móvil de la amapola que va tiñendo lentamente la camisa del mártir, casi niño, mientras que las lágrimas cubren el rostro de las madres, tanto como el suelo de la patria-niña. Los hechos del 9 de enero de 1964 6 aglutinan este dolor que se resiste al olvido.

Este de 1964, y el otro trauma histórico, el de la Invasión de los Estados Unidos a Panamá el 20 de diciembre de 1989, han producido una cadena –aún actuante— de textos de todo tipo: desde poemas donde las luces siegan la vida (Invasión USA 1989, de Bertalicia Peralta), hasta el relato angustioso del habitante del barrio más pobre de la ciudad, El Chorrillo, cuando ve derretirse —literalmente— a su vecino en los balcones bombardeados por sofisticadas armas (Héctor Collado, Entre mártires y poetas, 2000). Otros textos dan cuenta de las repercusiones en las áreas del “Interior” de la República, en el homicidio del maestro interiorano (“Vagabundo de la muerte” El cazador de alforja, Eustorgio Chong Ruiz, 2001) o de la estupefacción del capitalino que decide hacer “jogging” por la Calzada de Amador (área revertida) y lo sorprenden las tanquetas y las bombas (“Llegar a la meta”, Piel adentro, 1995, Griselda López).

En este amplio espectro de situaciones vivenciales y sociales, las escrituras testimoniales (El largo día después de la Invasión, Pedro Rivera, Panamá: Formato Dieciséis, 2000) y las narrativas de la memoria revelan la secuela de las bombas en la intimidad de los individuos.

El olvido –y su contraparte la memoria personal y colectiva—así como el duelo, socavan el sistema logocéntrico de la Modernidad. Ahora, los discursos acuden a la cotidianidad, a los hechos comunes, para decantar la significación de la figura del padre, en la muerte. El dolor ante la muerte es como un nervio tenso (Leit motiv, Bertalicia Peralta, 1999) donde las lágrimas se vuelven alas. Pero esa muerte real, a traición, inesperada y secreta, lleva al sujeto a un recorrido por la historia personal, la cual responde a la historia colectiva: la historia de todos en un país (“un Reino”) “donde los muertos no descansan / un país sin flor ni cielo” (José Carr, Reino Adentro (Más allá de la Rosa), Premio Miró 2006).
Con textos así, la historiografía se construye, cada vez más, con las verdades contingentes del hombre. La historia deja de ser unidireccional.

De la lucha política al movimiento cultural
La cultura panameña, frente de resistencia e identidad para América Latina –por las especiales condiciones de haber albergado una quinta frontera— se rige por la égida gramsciana de encontrar un lugar y una voz gracias a la lucha política y cultural librada entre las clases hegemónicas y el subalterno.

A partir del año 1958 —en contrapunto con las luchas sociales y el subsiguiente enfrentamiento de las clases nacionalistas (estudiantes, obreros, intelectuales) con las fuerzas del imperio que ocupaba la Zona del Canal— se inicia un movimiento cultural totalizador que generará los más firmes proyectos editoriales, literarios o cinematográficos que cubrirán la segunda mitad del siglo XX: los periódicos culturales Columna, El pez original (años 60); la creación de GECU —Grupo Experimental de Cine Universitario— (desde 1972) y del plegable Temas de Nuestra América, (desde 1981), dirigidos ambos por Pedro Rivera; la publicación de la revista de cine y medios de comunicación Formato 16 (1976 a 1984), la promoción de ideas y de literatura ‘joven’ a través de La otra columna (1980-1988, GECU-Universidad de Panamá); la Editorial Formato 16 (GECU, Universidad de Panamá) han sido, en conjunto, el medio donde se aglutinaron músicos, artistas, poetas y promotores de la cultura que luego trazarían las nuevas formas de difusión cultural de hoy; por ejemplo, Consuelo Tomás en la Asociación Cultural Alter Arte o José Carr, como editor de la revista cultural Tragaluz (<tragaluzpanama.com>). Tragaluz fue suplemento del periódico El Universal (1998-2002) y ahora se erige como una red virtual de difusión y crítica con más de 30,000 lectores y con catalogación en el Worldcat.

El circuito de producción-distribución y consumo de la cultura, en el medio “oficial” está a cargo del Instituto Nacional de Cultura (INAC). La Editorial Mariano Arosemena es la encargada de la publicación del Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró (fundado en 1942) y de otros concursos anuales que son un incentivo para la producción del libro nacional: Concurso de Poesía Gustavo Batista Cedeño, Concurso de Cuento Infantil Medio Pollito, entre otros. Por su parte, la Universidad Tecnológica de Panamá promueve el Premio Centroamericano Rogelio Sinán, el Premio Nacional de Cuento José María Sánchez y el Premio Signos Rodrigo Miró Grimaldo en ensayo, entre otros premios de menor alcance. Esta universidad ampara la Editorial Signos y la publicación de la Revista Maga. Con la colección “Cuadernos marginales” (cuyo editor es Enrique Jaramillo Levy) se publican obras en pequeño formato. En el año 2006 inició publicaciones bajo el sello “9 Signos”.

Existen redes y alianzas editoriales, literarias e intelectuales entre los pintores (Mario Calvit, Armando Díaz Ologuagdi, Ricaurte Martínez, Carlos Alberto González Palomino) y los escritores y músicos. Muchos de los textos panameños están ilustrados por la mano de estos pintores. A través de la Asociación de Artistas Plásticos de Centroamérica, los artesanos panameños han realizado intercambios con Costa Rica (un poco en la tónica de lo que consigna Néstor García Canclini en Culturas Híbridas). Así mismo, al despuntar el Centenario de la República de Panamá (2003), muchos de los lugares de memoria se conmemoraron en esculturas de Palomino y Martínez que recrean el duelo o la memoria histórica y que están basados en escenas dolorosas del devenir panameño. Un ejemplo icónico es el momento en que los estudiantes del Instituto Nacional intentaron izar la bandera en un asta de la cerca limítrofe en el año de 1964. La misma escena está en soporte fílmico, fotográfico, en poemas, en cuentos.

Textos poéticos de Pedro Rivera han sido musicalizados por Rubén Blades (en La rosa de los vientos, 1996) y la canción de Consuelo Tomás “Hay un supermercado en el semáforo” aparece en este mismo CD y también en Herencia, 2000 (de Rómulo Castro). La leyenda hispánica de La Tulivieja (La Tepesa, La Llorona) se recrea en el un video (Consurso de video Maxell, 1986) con música de Luis Franco.

Los poetas panameños están conectados a la región centroamericana a través de la poesía con publicaciones como Ixok amar-go: poesía de mujeres centroamericanas por la paz (Zöe Anglesey, Ed.), donde aparecen Moravia Ochoa, Consuelo Tomás, Bertalicia Peralta y Bessy Reyna, así como en la colección de Alfonso Chase Las Armas de la luz: antología de la poesía contemporánea de la América Central (1985). Escritores panameños aparecen en la Antología Poética Centroamericana (1974); o Cuentos centroamericanos (Poli Délano y Arturo Arias, Comps., 2000); o bien, en proyectos de literatura infantil (Pitty y Collado): Antología de poesía infantil iberoamericana (1999). Los autores y artistas panameños están conscientes de que sólo por la solidaridad en el movimiento cultural se puede impedir la homogenización causada por las nuevas formas de colonización. 7

Naturaleza y urbe: espacios transferibles y en contrapunto
La negociación de los espacios urbanos se cumple en la cultura panameña a través de desplazamientos nacionales e internacionales. Los autores cumplen un viaje emocional desde el paisaje del terruño, desde la vida campesina o desde la sensual diversidad étnica de las zonas costeras a la ciudad de los balcones: a la ciudad de mar y lluvia, Panamá. De ese espacio del barrio señorial de San Felipe o de las barracas construidas para los inmigrantes antillanos –o de otras latitudes– venidos a construir el Canal, se pasa a la expansión de las zonas periféricas (Río Abajo). Obras icónicas lo atestiguan, porque sus mismos autores son identidades en desplazamiento o producto de ellas: Estación de navegantes, 1974, de Dimas Lidio Pitty; Cuentos rotos, 1991, de Consuelo Tomás; Las huellas de mis pasos, 1993, de Pedro Rivera. En algunos casos, las identidades en desplazamiento no tuvieron esperanza de retorno: el suicidio de chinos (en el siglo XIX) a lo largo de la primera vía férrea transcontinental (1850-55) fue un ejemplo de identidad en conflicto. Esta ‘clásica’ escena está recreada en un sinfín de obras panameñas que llegan a nuestros días (Crónica de caracoles, 2005, de Mireya Hernández).
Los nichos territoriales de los trabajadores antillanos (o de otras etnias) están recreados constantemente. La novela Los pueblos perdidos (Gil Blas Tejeira, 1962) se refiere a las poblaciones que fueron quedando sumergidas a lo largo de la línea, desde la construcción del Canal Francés y, sobre todo, cuando las aguas del Lago Gatún inundaron, finalmente, la zanja del Canal de Panamá. Carta a Edmond Bertrand (de Pablo Menacho, 2004) explora las conexiones de los ciudadanos franceses que pusieron sus esperanzas en el proyecto del Canal –el crac de Panamá— y que luego quedarían sumergidas. Al partir de la alusión de Blaise Cendrars (Panamá o las aventuras de mis siete tíos), el poemario conecta épocas y continentes en un solo destino. En la novela Recuerdo Panamá (Luis Pulido Ritter, 1998) se describe un lugar de memoria: La Casa Miller, edificación de madera cuya arquitectura imitaba los barcos del río Mississippi.

La migración extranjera 8 al Istmo crea una situación de desplazamiento. Con el correr el tiempo, los antillanos pasan a vivir a la Zona del Canal y se aclimatan a la segregación del Siver Roll 9 (que de todas maneras era un sistema de privilegios económicos comparado con el modus vivendi de los habitantes de la República de Panamá). Por su parte, los estadounidenses nacidos en la Zona del Canal —zonians— se convertirán en otra identidad conflictiva ya que su doble ciudadanía (panameña y estadounidense) los incapacitó para vivir o en Panamá o en los Estados Unidos, una vez cerrado el enclave colonial. 10 Incluso para los ciudadanos en los Estados Unidos, La Zona era un paraíso artificial, una burbuja económica de privilegios (“unas calles que nadie habita” Manuel Orestes Nieto), donde todo era perfecto, gratis y controlado, pero al mismo diferente al territorio estadounidense. Para los panameños, y para América Latina, fue la larga lucha por la soberanía nacional.

Otra forma de identidad negativa “in between” es la de los hijos de panameña y estadounidense (Enemigo común, Manuel Orestes Nieto) o la de las panameñas que, al haberse casado con un soldado, pasaron a ser viudas de veteranos de Vietnam. Despojadas del terruño, pero subordinadas al comfort prestado, estas mujeres languidecían, poco a poco, en apartamentos refrigerados11 en la Zona del Canal (Cuentos rotos, Consuelo Tomás).

Con el correr del tiempo, sin embargo, las comunidades de panameños enclavados en ciertas áreas de los Estados Unidos, tratan de mantener vínculos con ‘la patria’ y de conservar las costumbres. Cuando se instaura la nostalgia es el momento de rescatar las costumbres en la comida y en la música –del calypso a la música típica—. La literatura crea el puente: “La duda”, Inauguración de la Fe, Consuelo Tomás (1995).

Otras formas de identidades en desplazamiento se produjeron por la diáspora de la postguerra española. El proceso del escape, la aclimatación en la Isla de Cuba y la búsqueda de fortuna en nuevos rumbos, va a producir un tipo de panameño que se adapta a este suelo y asume su identidad. En la novela El olor de la tierra o la increíble historia de Lidio Gutiérrez Rodríguez (2000), de Álvaro López Blanco, se revisa la historia desde el momento de la diáspora ante el peligro franquista hasta el bombardeo de la Ciudad de Panamá durante la Invasión, en 1989.

En otra vertiente del mismo fenómeno del conflicto español, el libro de testimonios Travesías (2002-3), recoge la experiencia de la literatura transnacional en conjunción con la música (“world music”). El proyecto de narraciones de hijos de inmigrantes españoles exiliados a causa de la guerra, registra las experiencias de ida y vuelta y ese desplazamiento de identidades ‘híbridas’, siempre móviles, que sólo se completan con los rasgos de cada continente, sin excluir una u otra identidad. La editora del libro de testimonios, María Ángeles Sallé (panameña) y el responsable del CD, Rómulo Castro (nacido en México, criado en Cuba y panameño por decisión), recogen experiencias y ritmos de todo el continente americano. En el corpus panameño, la música popular es el único género en donde la hibridación es un recurso identitario que impide la homogenización impuesta por los fenómenos globales.

La literatura del exilio y de la cárcel acomete una revisión de la memoria histórica y del fortalecimiento de la identidad. Como en otras partes del Continente, la represión militar ocasionará el destierro de la “inteligentsia” panameña a finales de la década del 60 y durante los años 70. Pero a diferencia de los exilios ocasionados hoy por el empobrecimiento de las masas de población debido a la políticas del mercado —cuando se produce un desarraigo muchas veces sin retorno— la literatura del exilio panameño fortaleció los vínculos con la patria y promovió, desde afuera, una revisión de la cultura, como una forma de reescribir la nación y de conectarse con los otros espacios en desarraigo del continente: Reflexiones junto a tu piel (1972-1979): (Poemas del exilio), de Diana Morán, Crónica Prohibida (1979) de Dimas Lidio Pitty y Cuerpo en exilio (1972), de Ramón Oviero, rezuman esa fuerza que, desde el destierro, fortalece la identidad.

Ontológicamente hablando, el espacio de la cárcel con sus torturas revela el estoicismo del ser-en-situación-límite. Pero existencialmente hablando, la figura del prisionero, de los ejecutados en sus horas previas, descubre las características de heroicidad y los móviles de nobleza. La presión sicológica del preso se recrea siempre en contrapunto con la variada problemática socioeconómica e histórica que lo trajo al encierro. La escena del cadalso se constituye en espacio de memoria y resistencia (Prestán, Victoriano Lorenzo).

Globalización y neocolonialismo del consumo
El empuje de las políticas de la globalización, de la entidades financieras, de los amos sin rostro no alineados en ejércitos, sino en compañías transnacionales que malogran los recursos naturales de los territorios de Nuestra América, son la nueva amenaza del milenio. Panamá, ciudad de balcones, que moría en la cerca limítrofe, es ahora la ciudad de edificios monolíticos construidos para ser habitados por millonarios de otras latitudes. En este milenio, los rascacielos que tapan la Bahía de Panamá (El barrio de la Fe, Consuelo Tomás) dan sombra a todos los “piedreros”12 –llámense Pichi (“Un día como otro día”, En nombre del siglo, 2004, de Ariel Barría Alvarado)— o sean simples ‘locos’ como Sebastián (“Sebastián”, Mundo, 2002, Rubén Blades).

La desterritorialización económica que propicia el desempleo –también transnacional— congrega en los semáforos las nacionalidades de toda América. De celulares a frutas, todo se vende en esas intersecciones, donde sólo los inmigrantes logran –dice García Canclini— conciliar por los segundos en que la luz cambia, la separación entre los imaginarios urbanos. De la canción popular (“En el semáforo”, 1996, Blades), hasta bordear el tercer milenio, la novela y el cuento acusan el miedo, la indefensión y la total desesperanza de esos desarraigados que cruzan la selva del Darién, por la amenaza de la FARC. Nada pueden hacer los sin-hogar –y pareciera que tampoco el gobierno— ante la sofisticación satelital de los recursos desplegados por los carteles (La loma de cristal, novela, 2001, Ariel Barría Alvarado); si acaso, asumir la desolación y bregar por la supervivencia en “El Nuevo Milenio” (27) (En nombre del siglo, Ariel Barría A.). El dramatismo de esta ‘perversión’ transnacional se cumple cuando los consorcios destruyen la faz de las ciudades, acabando con las tradiciones (y borrando, de paso, a “la tercera edad”), para construir centros comerciales y condominios. Es lo que denuncia el cuento “El suicidio de las rosas”, 1999, de Rogelio Guerra Ávila.

Por otro lado, la ciudad es escenario múltiple cuyos imaginarios superpuestos y sus territorios vividos interactúan y se rozan por la acción de los individuos. Estos espacios son el contexto de resistencia ante la invisibilidad, la homogenización y a la anomia. Los buhoneros del mercado (En la trampa y otras versiones inéditas (1997, de Moravia Ochoa López); las campesinas guatemaltecas (Zona de silencio, 1986, Bertalicia Peralta) o los indígenas Ngobe (“El olor de la montaña”, de Dimas Lidio Pitty) ahora tienen voz.

Y también la tienen los seres marginales, considerados invisibles porque no se ajustan a la imagen massmediática hollywoodense: el enano, la puta, el homosexual, el gordo… La diatriba de la literatura cubre desde la crítica a los concursos de belleza y la falta de educación y justicia social (Libro de las fábulas, 1976, Bertalicia Peralta), hasta la hipocresía moral (Las preguntas indeseables, 1985, Consuelo Tomás), tratando de crear espacios de convivencia.
Como una consecuencia directa de la tecnología, las narrativas que se insertan en el tercer milenio exploran los intersticios de una subjetividad paradójica: por un lado, el protagonista es el / la cibernauta que tiene acceso al conocimiento ilimitado del mundo al alcance de Internet (Miel de luna, 1993, Félix Armando Quirós Tejeira), pero por el otro, la persona se constriñe en el aislamiento social que demanda la pantalla y hasta termina siendo controlada por dicha tecnología —los cuentos en torno a teléfonos celulares, como “Nokia 5125i” (2003, de Humberto Urroz), o relacionados con las veleidades de las computadoras, son cada vez más frecuentes en la literatura panameña—.13

Cuerpo y palabra
En la literatura panameña se da un retorno de la mirada, una exploración de género y de la sexualidad que abarca tanto al hombre como a la mujer. El abuso del cuerpo, la marginación a la que ha sido sometida la mujer, encuentra en los textos una nueva interpretación del amor erótico, de la intimidad, de la convivencia entre hombre y mujer o de la manifestación del amor en pareja. La literatura de género presenta una amplia gama: desde la denuncia al maltrato familiar (“Sepultado en helado”14 2000, Francisco Berguido) hasta la nueva forma de “familia” (“Las dos Marías”, El suicidio de las rosas, 1998, Rogelio Guerra Ávila).15

En una parte del corpus de la literatura panameña que evoluciona hacia el milenio, se da una desesperanza y una incertidumbre ante los problemas que el gobierno no resuelve, que la religión no palia, que la convivencia social sólo agrava: es la literatura con espíritu milenarista, finisecular. Las obras buscan salidas a lo que parece irremediable a través de lo sobrenatural: magos, brujas, adivinos, charlatanes. La interventora de sueños, 2000, Francisco J. Berguido muestra esa angustia. En un ángulo opuesto, La gracia del arcángel, poesía, 2005 (de Moravia Ochoa López), vuelve a una espiritualidad esencial, de visos místicos.  En medio, como una respuesta a una lógica del poder de la acción humana positiva, se yergue, siempre, la poesía de amor: desde la que cuestiona la unidad biogenética hombre / mujer (La mirada de Ícaro, 2001, Pedro Rivera), hasta la que rescata una esperanza para el macroambiente donde cohabitan esos mismos seres vivos (Aguaspiedras, poesía 2004, Katia Chiari). También aparece la que retoma un existencialismo de la cotidianidad (Traganíquel, poesía, 2004, Moisés Pascual) o lucubra sobre los temas trascendentes, desde un ludismo desintegrador de mitos (Artefactos, poesía, 2004, Héctor Collado).

Un caso especial de literatura que trasciende géneros y fronteras es la obra de Bessy Reyna, cubano-panameña que reside en Estados Unidos y que ha fungido como editora e ilustradora de poemarios de Bertalicia Peralta: Ragul, Zona de silencio. Sus poemas y cuentos han sido incluidos en varias antologías y en revistas literarias en los Estados Unidos y América Latina: El Coro: A Chorus of Latino and Latina Poetry (M. Espada, Ed. UMass Press, 1997); también en In Other Words: Latina writers in the US (Roberta Fernández, Ed. Arte Público Press, 1994). Ha publicado el poemario bilingüe She remembers (1997) y aparece en Four Central American Women Poets (Blanco, Yolanda; Reyna, Bessy y otras. Cambridge, Mass.: Woodberry Poetry Room, 1986. Grabación).

Otro ejemplo de este desborde de lo nacional hacia lo multinacional es la obra de Edgar Soberón Torchía, escritor, dramaturgo, cineasta y director de CIMAS (Centro de Imagen y Sonido, Universidad de Panamá). Desde Pepita de marañón: (Es más, el día de la lata, teatro, 1979) hasta Hijo de Ochún (cuentos, Puerto Rico, 1999) muestra la conjunción entre lo culto y lo popular, los viajes intemporales entre la tradición y la postmodernidad global; la conexión con el misterio. Fue el guionista de la teleserie de investigación documental El abuelo de mi abuela, realizada con motivo del Centenario de la República de Panamá, en 2003, y donde se recupera la tradición oral en la figura del cuentacuentos, ambientado en los contextos geográficos de las distintas etnias de la nación panameña.

Hay un grupo de obras que son el corolario de la liberación del cuerpo en el texto. El cuerpo –ahora más que nunca espacio del placer– es descrito con sus nombres, en giros estéticos enervantes, mediante el uso de un lenguaje que invierte los estereotipos, sin caer en prosaísmos, pero tampoco en eufemismos. Es el caso de El Cuarto Edén y Agonía de la reina (ambos de 1995), de Consuelo Tomás.  Otro texto, casi contestatario, es En tu cuerpo cubierto de flores, 1985, de Bertalicia Peralta. La voz considera el cuerpo como medio de liberación y resistencia y, tanto el título (un verso del himno nacional de Panamá) como los dibujos –casi andróginos—, así como la inversión del lenguaje, son un retorno de la mirada.

La música popular y la poesía como elementos de apropiación del espacio nacional
Dentro de las propuestas de la cultura, la de la música popular es una de las que ofrece una acertada visión crítica, objetiva y de tonos esperanzadores. Con los ritmos del mundo, y no sólo los de América Latina, enfrenta el avasallamiento y la invisibilización. En un proceso autorreferencial, los poetas le hacen un guiño de connivencia al lector-escucha a través de los títulos, los coros, los pregones o las estrofas que todos conocemos. Siendo el bagaje cultural común, el circuito de la comunicación lectora se completa en la memoria colectiva y, al cantar la canción o leer el poema, el latinoamericano promedio ‘entiende’ las inversiones el significado, las sutilezas escondidas, los mensajes subliminales. Sólo así puede crear redes de apoyo y solidaridad, autorreconocerse identitariamente en su receptor.

De este modo, la ciudad de los “Sicarios” (Tiempos, 1999, Rubén Blades) que en este milenio enfrentamos, se va transformando en una ciudad de la esperanza (“Aguaceros”, Tiempos, Blades). La música y la poesía encuentran sendas de recuperación ante los ajusticiamientos y las violencias, ante los niños sin casa, frente a los recuerdos de los desaparecidos (Buscando América, 1984) y por los exiliados. “Este amarte, padre”, poema de Diana Morán, usa los famosos versos de Sombras, bolero de Rosario Sonsores. Los poetas denuncian las guerras de napalm (bajo el recuerdo de Pacho Alonso), los prejuicios sexuales y la discriminación (al ritmo de “El caballo pelotero”, de El Gran Combo), y giran la vista allende el mar, cuando los hijos de los inmigrantes retornan buscando la fantasía amada de sus padres. Cuando la nostalgia (de ambas patrias) se instaura, se escapa al ritmo del reggae, del hip hop, del bandoneón o de un paso doble (Travesías, 2002-3, Castro y Sallé). La saloma panameña se conecta con “the world music” (Mundo, 2002, Rubén Blades).

La solidaridad y la esperanza implícita en las canciones y en los poemas, llegan hasta los temas de la política mundial, donde la intolerancia y, más que nada, el ansia de poder diezman a inocentes civiles (como en el cuento “El redoble y el sable”, de Ariel Barría, basado en la violencia en la franja de Gaza y las relaciones de amor “interraciales”). La literatura se solidariza con las víctimas del terrorismo de Estado, el cual retorna como un bumerang y le estalla a los inocentes habitantes del Imperio que lo promueve: Cartas en tiempos de guerra, 2004, de Salvador Medina Barahona; o “Danny Boy” (Mundo, 2002, Blades); y también se estremece por la barbarie desatada sin control: “Los hijos de todos”, poema, 2004, Dimas Lidio Pitty (sobre la masacre de los niños de Beslán).

La nación panameña, en sintonía
El estribillo en la comedia de Lope de Vega –La dama boba– dejaba sentado que “venir de Panamá” implicaba un regreso de la tierra donde las picardías se premiaban con renombre y prestigio. Panamá era la puerta, el rito de paso para la (a)ventura.

Las prácticas económicas que se insertaron en el Istmo impusieron un destiempo en la vida de los habitantes de la nación. Hijos de una patria (madre-mujer-territorio) adoptada en el corazón, quedaban siempre a merced de las políticas de un Estado (aceptado, impuesto o mediatizado) que no coincidía con los límites de esa comunidad multicultural, diversa y heterogénea.

El concepto de nación heredado de la Modernidad, cuyos límites imitan la tensión superficial de la gota de agua, vino en las carabelas, pero no es el concepto aplicable al Istmo. Panamá, conglomerado espiritual y diverso, fue a la vez zona de choque y convivencia de etnias. En su papel de Estado, accedió a participar en la coalición del Istmo centroamericano o a anexarse a la Nueva Granada para cumplir el sueño bolivariano de la Gran Colombia. Sin embargo, muy poco después de 1821, 16 quedó claro que los modos de discontinuidad y destiempo de la nación eran producto de las economías trazadas por los imperios sucesivos y su injerencia, no sólo en Panamá, sino en todo Centroamérica.

Al final, sólo por la cultura y la negociación de los espacios de representación de las artes, la música y la literatura la nación se sintoniza y se conecta con sus miembros.

Y esa es la distinción y especificidad de la nación panameña: no rendirse, optar por la denuncia y la acción comunitaria. Ante la invisibilización promovida por el neocolonialismo del consumo global, no se deja borrar ni hibridar. Ante la manipulación de las conciencias, abre sus fronteras hacia la diversidad.

Las distintas manifestaciones de la cultura vinculan los elementos de esta comunidad espiritual alentada por los integrantes de la nación, una nación que al vivir en disyuntiva, siempre ha estado consciente de que “/ O somos familia rota, o somos Nación salvada” (“Encrucijada, Tiempos, Blades). Por eso, con una energía endógena que surge de las auténticas vertientes de nuestra cultura, el Istmo, todo, enfrenta diverso, pero unido, las (per)versiones que una vez impuso la Modernidad.

© Damaris E. Serrano


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Notas

Arriba

vuelve 1. Certámenes donde los cantadores de décimas cantan ante el público –previo a los bailes populares– en una justa de ingenio y conocimiento. El instrumento típico panameño es la mejoranera. Actualmente, incluso el Ministerio de Educación promueve concursos de décima en los colegios secundarios. Estos certámenes son transmitidos por televisión.

vuelve 2. El 19 de mayo de 1958 se empapeló la ciudad de Panamá con las 30,000 volantes del poema “Canto a un Día Cualquiera, a Una Mañana Inmensa”, firmado por Marco Pueblo (seudónimo de Pedro Rivera). Se abre la Postmodernidad panameña con una literatura que se une el texto y la acción política, con la mediación de la cultura.

vuelve 3. 2a. ed. Panamá: Ediciones del Ministerio de Educación, 1966.

vuelve 4. Héroe negro panameño del siglo XIX, nacido en Cartagena y ahorcado por la Compañía del Ferrocarril en agosto de 1885. Pedro Prestán: bajo el furor de las tormentas…

vuelve 5. Don José Domingo De Obaldía, chiricano, gobernador de la Provincia de Panamá en los tiempos de anexión a Colombia y luego presidente de Panamá.

vuelve 6. Ese día el ejército estadounidense repelió con armas de fuego y mató a 21 civiles panameños, cuando los estudiantes del Instituto Nacional quisieron izar la bandera frente a Balboa High School, en la Zona del Canal, para hacer cumplir el acuerdo de que ambas benaderas debían ondear en la Zona del Canal. El saldo de heridos superó los 400.

vuelve 7. En el actual movimiento cultural, se llevan a cabo montajes de danza moderna con poemas panameños (Diguar Sapi y Milvia Martínez). Canal 11 (SerTV), la televisión educativa de Panamá, tiene un programa llamado Letra Viva, a cargo de Emma Gómez de Blanco, en el cual se presenta la trayectoria de los escritores de Panamá y sus conexiones con un mundo literario que traspasa las fronteras. También en este canal se ha organizado para el mes de noviembre una propuesta palabra-imagen sobre figuras claves de la poesía panameña (a cargo de Consuelo Tomás y Anselmo Mantovani).

vuelve 8. Este término es de cuidado en el contexto de la diversidad de la nación panameña, porque el Istmo –como espacio liminal de enunciación— albergó desde la colonia a personas de distintas latitudes, quienes hicieron suyo este espacio imaginado y multicultural: “pedazos de corazón formaron tu suelo” (“Puente del mundo”, Rubén Blades).

vuelve 9. Los ciudadanos estadounidenses eran pagados bajo el “Gold Roll”, lo que implicaba privilegios salariales y también un uso segregado de los espacios de vida y de convivencia social (barrios, almacenes, comisariatos, cines, etc.).

vuelve 10. Existen sitios de internet donde los zonians aún mantienen un debate sobre la transferencia del Canal de Panamá. Se advierte el vacío identitario que esto les creó.

vuelve 11. En el clima tropical húmedo donde la malaria y la fiebre amarilla habían sido un obstáculo tan grande como la cordillera, los habitantes de La Zona escapaban de los mosquitos (sombreros móviles en las cabezas de los gringos –Mireya Hernández–) en casas con aire acondicionado.

vuelve 12. Se llama así a los drogadictos y –por tanto– locos que pululan por la urbe, víctimas de los carteles de la droga, el más organizado negocio transnacional.

vuelve 13. Cabe acotar que dentro del mercado del libro, algunos autores ya se han adscrito al soporte técnico de difusión de los e-libros: Manuel Orestes Nieto y Giovanna Benedetti (Premio Miró en poesía 2005), son sólo dos de esos casos.

vuelve 14. Un niño sufre las burlas por su gordura, pero su único refugio son las cinco horas de televisión y el galón de helado que ingiere, para paliar el abuso sexual de un padre borracho, quien además golpea a la madre. La complicidad de la madre, presa del terror y la culpa, ahonda el desamparo social.

vuelve 15. Dos guapas mujeres deciden tener un hijo por inseminación artificial (y conformar así su propia familia) y para ello intenta hacer partícipe de su proyecto al enamorado admirador de una de las dos. El texto reta la estructura familiar tradicional y aborda el problema de género, así como el velo de discriminación que lo cubre.

vuelve 16. Independencia de Panamá de España: 28 de noviembre de 1821.


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