Recuerdo de Franz


Hace calor, un calor húmedo, pegajoso. Y es natural porque estamos en Managua. Llegamos hace dos días, desde León. Es mi primera visita a esa ciudad en la que hasta ahora, como explica el narrador de Managua, salsa city (¡Devórame otra vez!), siempre ha ganado el Diablo. Primera visita física porque en realidad ya he estado en Managua muchas veces, pero siempre por una noche, la misma noche –aquélla de la Managua infernal que (re)crea la pluma de Franz Galich– en la que una y otra vez me sumerjo alucinada.

A Franz lo conocí personalmente en el 2001, durante la Semana Mesoamericana, en San José de Costa Rica, y desde ese primer encuentro nos hemos ido viendo en ocasión de congresos, talleres y simposios de literatura. Siempre me sentí como en casa en compañía de Franz, por esa forma tan suya de tratar a la gente sin aspavientos, con confianza y camaradería. Abierto, ocurrente, dicharachero, Franz siempre ha sido para mí lo que en Argentina llamamos un tipo gaucho.

Si alguien me preguntara qué fue lo mejor de las congresos de literatura todos estos años, yo le respondería sin titubear que las charlas y ruedas de amigos en las que desembocan las conferencias formales y de las que Franz era uno de los protagonistas, contador fascinante que cautivaba a la audiencia por horas, en el Chelles, el Omar Kayán, o donde fuera que nos reuniésemos.

Desde que leí Managua, salsa city (¡Devórame otra vez!) por primera vez, he querido ir a Managua, y ahora finalmente estoy aquí, con una amiga. Mientras recorremos a pie lo que fuera el centro de Managua perseguidas por taxistas que no entienden que andemos caminando –si ni siquiera veredas hay– bajo ese calor abrasador en el descampado que se extiende entre los pocos edificios, rememoro las palabras del narrador de la novela explicando que lo peor de todo es que después del terremoto se creyó que Dios podía ganar y finalmente volvió a perder y así seguirá pasando hasta el fin de los siglos, donde Dios tal vez logre vencer al Diablo, pero para mientras aquí en el infierno, digo Managua, todo sigue igual (2).

Por la noche vamos a encontrarnos con Franz, Werner y Gabi para tomar unas cervezas y comer unas boquitas. Por supuesto, Franz propuso el lugar: El Panal, un bar situado cerca de la UCA. En mi fantasía me pregunto si ése será alguno de los bares frecuentados por la Guajira, y no me sorprendo cuando al taxista, a quien le indico cómo llegar, no le parece del todo bien dejar a dos muchachas en ese lugar. La música es alegre, el lugar está repleto, pero de todos modos encontramos una mesa donde sentarnos. Al rato llegan los amigos y la rueda se anima al calor de unos traguitos y de los cuentos de Franz. Para entendermos tenemos que gritar porque un dúo canta a vos en cuello Nicaragua, Nicaragüita, y yo me acerco a Franz y le pregunto que dónde está la Managua salsa city. Franz se ríe y haciendo un gesto con la mano, me indica vagamente por ahí. Como yo insisto, pidiéndole que nos lleve, con su mirada pícara (que no perdía ni cuando estaba serio), me dice que esos no son lugares para andar de paseo. Y acto seguido me lleva a conocer otra parte de Managua, el Mercado Orientral. Es tan vívida su manera de describirlo que ya me siento en pleno mercado, aunque sigamos sentados en El Panal. Magia de la palabra. Ya cuando la noche es vieja nos despedimos con el hasta la próxima de rigor.

No hubo una próxima vez. De esto ya han pasado otros tres años, me entero por amigos en común de su fallecimiento y sé que ninguna rueda de amigos volverá a ser igual. No puedo dejar de pensar que, otra vez, el Diablo ganó la partida.

 

Valeria Grinberg Pla


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