Encuentros con Franz Galich


En plena revolución comencé a ver su nombre en los diarios, siempre con una visión amplia y profunda en torno a los temas que trataba en sus escritos, tanto así que desde entonces quise también ser escritor y compartir mis utopías a las cuales aún creo seguir aferrado. En pos de esa idea me fui a matricular a la Universidad Centroamericana (UCA) en la carrera de Artes y Letras y nos encontramos; él ahí daba clase y eso me animó a seguir adelante, a desafiar a las autoridades que querían cobrarme un arancel más alto que el normal sólo porque poco antes había terminado la carrera de economía en la UNAN y eso supuestamente me hacía diferente al resto de estudiantes.

De los cuatro años en dicha universidad dos o tres fue mi profesor de literatura, le acompañaba por los pasillos para prolongar la clase que acababa de darnos en el aula, yo opinaba o preguntaba y él me dejaba en plena libertad, no me ponía diques para que me sintiera mal cuando caía en algún error, al contrario, me hacía preguntas que me hacían hablar más, pero que con acierto me conducían a ver yo mismo el error y a rectificarlo. No era un profesor sólo en el aula y de esos para quienes vale nada más lo que ellos dicen, en cualquier lugar donde nos encontráramos cuando las tinieblas nos llevaban a la confusión del entendimiento se imponían sus ideas esclarecedoras y se aprendía participando.

Muchas cosas aprendí mientras lo escuchaba y él con su atención a mis palabras me hacía creer que no era el alumno sino el colega. Poco antes de salir de la carrera le perdí de vista, el pensum académico dio paso a otras materias, pero ya para entonces éramos amigos, me regaló su primera novela, Huracán Corazón del Cielo, con la siguiente dedicatoria: Para el amigo y colega Víctor Chavarría, quien sabe de los “clavos” de la literatura. Con un abrazo centroamericano. Franz Galich, Nicaragua, 15/11/95. La última vez que lo ví fue en un bus de las rutas de Managua, nos encontramos por casualidad y aproveché para despedirme, ya que mi destino era volver a Granada, y al bajarme me dijo: No perdamos el contacto.

Tiempo después entré de nuevo a la UCA a sacar maestría en literatura hispanoamericana y de Centroamérica que la universidad iba a ofrecer por primera vez, conocí entonces a uno de sus mejores amigos, el escritor Erick Aguirre, compartimos juntos algunos momentos, uno de ellos creo que fue cuando ganó el premio Rogelio Sinán con su novela Managua salsa city (¡Devórame otra vez!), en tal ocasión salió en El Nuevo Diario una entrevista que le hizo Erick y yo garrapatee para este mismo diario unas líneas sobre la novela, la cual también me regaló con otra dedicatoria: Para Víctor Chavarría, mi hermano en la literatura y la vida. Franz Galich, Nic. 14. 10. 00.

Terminada la maestría no sé cuanto tiempo pasamos sin volvernos a ver, supuse que el trabajo académico y su escritura le estaba absorbiendo, lo mismo que a mí, porque, a decir verdad, como docente que ya era yo y como aspirante a escritor, seguí dando clase y seguí emborronando cuartillas, ahora cimentado cada vez más con su ejemplo. Este distanciamiento, sin embargo, fue transitorio, de repente, estando sumergido en la atmósfera granadina llegó a mi casa el poeta Alvaro Rivas a darme la nueva de que él quería que yo fuera uno de los presentadores de Cicatrices, la antología del cuento centroamericano que acababa de publicar con Werner Mackenbach, y yo acepté gustoso y de nuevo volvimos a encontrarnos y a reestablecer nuestros contactos.

Comenzamos a reunirnos frente a la UCA, nos comunicábamos por correo o nos hablábamos por teléfono, salí entonces del aislamiento en que me encontraba en Granada, porque comencé a actualizar mis conocimientos al compartirlos con él y a disfrutar, pues de por medio, conforme sus palabras, “nos platicábamos un buen trago” o nos íbamos a recorrer Managua salsa city por la ruta donde nos apuntara la nariz sin medir tiempo ni espacio. Pero al mismo tiempo me propuse estudiar los libros que me regalaba (siempre con dedicatoria) cada vez que le publicaban (siempre he creído que la obra de un buen escritor hay que disfrutarla, pero también estudiarla), así que, después de aquella pinceladita sobre Managua salsa city escribí sobre El ratero y otros cuentos, sobre Ficcionario inédito, sobre En este mundo matraca y sobre Y te diré quien eres (Mariposa traicionera).

Me siento orgulloso de que mis escritos hayan sido publicados por El Nuevo Diario, gracias a Erick Aguirre y a Luis Rocha Urtecho, de igual forma que a él le hayan parecido aceptables e incluso que uno de ellos, según me dijo, le sugiriera que el nombre de El ratero y otros cuentos debió haberse llamado El ratero y otros retratos.

Su autocritica era tremenda. Lo supe también cuando aceptó de buen modo el no haber ganado el premio “Mario Monteforte Toledo” en el que participó con su novela Y te diré quien eres (Mariposa traicionera), novela que me había dado a leer el manuscrito antes de mandarla al concurso y que yo aposté que sería la ganadora.

“Te escribo –me dice en un correo– para saber de tus huesos y a la vez contarte que he releído la novela y llegado a la conclusión que estuvo bueno que no la premiaran. Tenía muchas fallas, las que he ido corrigiendo y espero tenerla lista para la primer semana de mayo. Sustancialmente es la misma, pero tiene correcciones importantes”. Poco después la Editorial anamá la publicó con sus respectivas correcciones y ya circulando en el mercado de libros y con su salud quebrantada estaba escribiendo la tercera parte, la cual iba a tener como escenario la costa caribe nicaragüense adonde teníamos planeado viajar.

Jamás dejé de prestarle importancia a sus puntos de vista, una opinión suya para mí valía mucho, y por eso cuando me dijo acerca de mis cuentos, los que leyó a costa de su tiempo precioso, que eran publicables y que podían ser parte de mi libro Terrabona, me alegré mucho; Terrabona le interesaba, y ya antes, sorprendido de la claridad con que digo las cosas al analizar su novela En este mundo matraca, en la que está su Amatitlán del alma con su lago que era para él lo que el Cocibolca para Pablo Antonio Cuadra (PAC), me escribió: “ Esto demuestra que hay más vasos comunicantes en Centroamérica entre Terrabona, Granada y Amatitlán de lo que la gente sospecha”, y en otra ocasión en que el poeta Juan Carlos Vilchez lo llevó a pasear a Granada, estando con los amigos Jimmy Avilés y Pedro Martínez Duarte, metió en la cuenta a Estelí y San Miguelito.

Como crítico y teórico de la literatura su obra parece estar dispersa, lo mismo que la dramaturgia, lo que parece conocerse más son sus obras narrativas, campo en el que deja la novela Tikal Futura sin terminar, así como la tercera y cuarta parte de lo que conformaría el Cuarteto de Centroamérica que se había propuesto escribir, obra que hubiera sido nada común en el istmo y que, junto a otros proyectos previstos como la revista Códices centroamericanos o Ismania (en alusión al nombre que hubiera tenido Centroamérica de haberse dado la unidad centroamericana) y al interés de popularizar la lectura de obras de la talla del Güegüense y del Popol Vuh, ratifican lo emprendedor que era, pues antes ya había hecho realidad otros proyectos, uno de ellos El Ángel Pobre, revista que conocí en la UCA en tiempos del Seminario Permanente de Literatura Centroamericana.

Jamás lo miré, sin embargo, cansado por el trabajo ni de mal humor ante la negativa de las instancias donde se tocaba la puerta para tratar de hacer realidad los proyectos; jamás tampoco que se creyera más que el otro a pesar de saberse uno de los mejores escritores centroamericanos y de su vasta erudición; era fraterno, humano y dispuesto a servirle a su prójimo; conmigo siempre tuvo la disposición de traerme de Costa Rica algunos materiales que ocupan los estudiosos de la literatura centroamericana cada vez que se reunen en éste país, dirigidos por Werner Mackenbach, y en un momento determinado de nuestros encuentros se rió de él mismo al verse pretencioso cuando me dijo que yo sería uno de sus biógrafos; la idea, sin embargo, me gustó y tiempo después le pedí me concediera una entrevista, la cual salió publicada en los medios.

En cada encuentro los momentos de humor y esparcimiento nos hacían hablar de todo un poco, inevitablemente de la música en la que se destaca su hijo Franz Manuel Galich Martínez, de la génesis de sus novelas y cuentos y de libros que estaba leyendo y me recomendaba, entre otras cosas. Una vez me dio una lección sin decírmelo, agarró todo lo que un día le conté sobre cómo estaban las noticias del turismo sexual en Granada y con ello escribió un lindo cuento que se llama Minotauro dedicado a mi persona. Comprendí después que uno sabe cosas que desaprovecha como escritor, pero como bien me dijo otro día, ya con sólo desear serlo, se ha avanzado la mitad del camino. Tal cosa no la olvidaré como tampoco la impresión que tengo de que escribía con ira; ¿con ira?, le pregunté. “Con sangre”, me contestó. Y esta impresión es la que sigo teniendo cada vez vuelvo a leer sus obras, las cuales si no son muchas no nos debe extrañar, pues las de Juan Rulfo también son pocas y, sin embargo, son obras de la literatura moderna capaces de fecundar o fertilizar el terreno para que nazcan otras de su misma estirpe.

Alegres y fructíferos encuentros eran los de nosotros, aún en medio de las penurias que en estos países se padece, más aún los creadores, y Franz Galich no fue la excepción; hubo un tiempo en que nos dedicamos a querer vender propiedades, a querer vender cuadros de pintura de los pintores Silvio Bonilla y Julio Martínez, libros del poeta Juan Carlos Vilchez, Marisela Quintana y de su propia autoría, y a querer dar charlas. Tal vez así llegaban los reales. Sin embargo, no vendimos ninguna propiedad, ninguna pintura (la gente prefiere el arte kitch), alguno que otro libro (sobre todo a los estudiantes) y aparte de las charlas que él concertó en las universidades y otras entidades de Managua sólo se logró concertar y realizar una en Granada en Casa de los Tres Mundos, sobre El Quijote de Cervantes, sin embargo en la víspera me escribió: “Le escribí a Fernando y le propuse este viernes, tal y como lo conversamos. No me ha respondido nada (…) La urgencia es que estoy totalmente palmado y esos billetes me caerían de perlas para terminar el mes”.

Presumo que a Franz Galich, como a todo mundo nos pasa, el agobio económico pudo haberle acelerado los problemas de salud, aunque no se quejaba, no era de esos, y consecuentemente nuestros encuentros se fueron haciendo cada vez menos. Nunca me imaginé que al amigo robusto y saludable más adelante lo iba a ver atado a una cama y con múltiples guías y agujas clavadas en su cuerpo, que iba a ver en él imágenes de sus propias obras como la de Prometeo encadenado con el buitre destrozándolo poco a poco, que yo iba a desear ya viéndolo inerte como Pancho Rana al final de Y te diré quién eres que resucitara como resucita al final de Managua salsa city. El médico le iba restringiendo que “platicáramos un buen trago”, que ya no saliera por su Managua, que su salud estaba siendo amenazada.

Todo ocurrió después de haber celebrado su cumpleaños en el 2006, el 8 de enero, frente a la UCA, en el que estuvimos Erick Aguirre, el escritor Manuel Martínez y su esposa, el poeta Juan Carlos Vilchez, yo y otros más. Lo iban a operar en el hospital Alejandro Dávila Bolaños, me llamó desde éste centro para darme la noticia, y yo sinceramente me asusté, nunca me han gustado los hospitales, pero al mismo tiempo pensé que si así tenía que ser yo no podía cambiar las cosas. El día de su operación, poco antes de entrar a cirugía, me volvió a llamar y yo sólo le pude dar ánimo, lo que al parecer no necesitaba, porque me dijo que ante eso estaba impávido. Me alegré que así se sintiera, y se me fue quitando el nerviosismo.

El poeta Emilio Zambrana pasó por mi casa, sin embargo, y me dijo que el Teniente Coronel Pedro Martínez Duarte, funcionario del hospital, le había dicho que le hallaron cáncer. Madre santa, el alma se me vino a los pies, le comuniqué a mi familia y la fe religiosa que tiene ésta hizo que se encendiera una vela permanentemente para que Dios le ayudara. Por mi parte yo me impuse la tarea de vender con rapidez los libros y los cuadros que sus autores, según me dijo, ya le habían obsequiado para que se ayudara; las propiedades era más difícil vender. No obstante, la tristeza se volvió inmensa cuando Salvadora Navas de la Editorial ANAMA me dijo que su cáncer era cuestión de tiempo.

Lo llegué a ver al hospital, su esposa Orieta estaba a su lado, no se le despegó nunca durante los meses de su enfermedad y por mi trabajo no pude quedarme a relevarla; llegué a verlo también a su casa varias veces, quise haber estado en sus zapatos para que no sufriera y me dijo que no tenía ni iba a tener nunca como pagarles la solidaridad que estaba recibiendo de sus amigos de dentro y fuera del país. Para entonces a mí me regaló la obra completa sobre el teatro de Miguel Angel Asturias y sobre el pensamiento de José Martí, una novela de Salman Rusdie, varias novelas latinoamericanas, y, entre éstas El vuelo de la reina de Tomás Eloy Martínez y El desbarrancadero de Fernando Vallejos, y de ésta y de su deseo de leer Antes del fin de Ernesto Sábato (que acababan de anunciarla en los medios escritos) me hablaba siempre, quizás como presintiendo su propio desbarrancadero y muerte.

Todo libro que me regalaba ya había sido leído por él, porque era, además de gran escritor, uno de los más grandes lectores que he visto en mi vida, sin embargo, era vital, no sólo libresco, los amigos que siempre lo rodearon son testigos de eso, la cantidad misma de amigos es un signo de eso, cantidad que me llevó a preguntarme siempre: ¿Qué une a tantas personas con él, cuál es su secreto para que así sea? Unamuno dice que un secreto es un sentimiento padre, eterno, fecundo, y yo no dudo que en él ese sentimiento era en grado sumo el de la amistad, herencia que nos deja y que seguirá encarnándose en más personas.

Creo que como escritor veía más lejos que muchos de nosotros y que los ojos de sus amigos eran una de las tantas especies de lentes que usaba para leer el futuro. De lo contrario no hubiera escrito obras como las dos primeras partes de un cuarteto que queda inconcluso (Managua salsa city/Y te diré quien eres), pero que lo revela como uno de los pocos escritores centroamericanos cuyo pensamiento y sensibilidad artística siempre avizoró lo que iba a pasar en los últimos años que hemos vivido con el neoliberalismo, en los tiempos de la postguerra, ya que nada de ello es ajeno a los hechos narrados en sus obras. “A éstas –le dije cuando aún ni sospechaba de su enfermedad–, el tiempo se encargará de juzagarlas mejor que nadie y ellas de que su autor comparta y escupa en rueda con las estrellas de la literatura del mundo”. Èl sólo se puso a reír, una risa irónica, tal vez porque poco antes quizás recordó que había dicho: “Yo ya tengo mi testamento hecho por si un día de tantos me muero”.

Ese día de tantos cayó en sábado 3 de febrero del 2007, ahora ha de estar con esas estrellas de la literatura del mundo que le dije, en medio de Miguel Angel Asturias y de Rubén Darío, desde ahí viendo defenderse sola su obra, viendo su nombre en la literatura y el arte y oyéndolo en boca de todos los que lo conocimos, sintiéndose vivo en nuestros corazones y mentes, en el ejemplo que nos dio y que vamos a seguir. Muero, porque no muero, dijo la Santa, y por eso yo no fui más que un instante a su vela, por eso no fui a dejarlo al cementerio; desde mi lugar en esta tierra siempre lo quiero imaginar como éramos antes; yo dispuesto a llevarle mis cuentos que se quedó esperando; y él dispuesto a seguir encontrándose conmigo; escribir es mi compromiso supremo con él, porque así tal vez le responda a sus palabras que me dijo estando casi en agonía: yo quiero que escribás, Víctor, y, porque su última dedicatoria en el último libro que me regaló, uno de los primeros de su cosecha (La princesa de Onix y otros cuentos), fue: Para mi querido amigo y colega, el escritor nica Víctor Chavarría. Franz Galich, Nicaragua 16.09.05.

 

Víctor Chavarría


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