Para Franz – escritor, amigo y compañero


Recuerdo muy bien el día –más bien la noche– en la que conocí a Franz. Fue en 1995. Llegué a Managua un ocho de marzo en pleno calor de verano. Barbara Dröscher, quien en ese entonces trabajaba como profesora invitada en la UCA (a la que iba a sustituir en esa función) me recibió en el aeropuerto Augusto César Sandino. Cuando bajé del avión el calor me envolvió como una segunda piel y hubiera preferido ir directamente a la casa de Barbara en la Carretera Sur, tomar una ducha fría y tal vez la primera Victoria bien helada. Sin embargo, ella me llevó a la Galería de los Tres Mundos, sede del Centro Nicaragüense de Escritores, donde se realizó un recital de poesía con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer. Barbara me quiso presentar a un amigo y compañero, además de ser uno de los escritores centroamericanos contemporáneos más destacados. No me acuerdo ya de los poemas que se leyeron –por el desvelo de los trámites en Alemania los días antes de mi salida y el jet lag por haber cruzado el gran charco otra vez (en esta ocasión ni siquiera me habían dado tiempo para abrir mis maletas, que me esperaron en el carro estacionado frente a la casa en el barrio Los Robles). Pero sí me acuerdo que por primera vez conocí a Franz. Estaba sentado en una de las últimas filas del patio que estaba lleno de personas (muchas a las que más adelante conocería). Apenas intercambiamos algunas oraciones esa noche, pero sentí que nos unía una simpatía desde el primer momento. Lo que no sabía era que ese encuentro fue el inicio de una relación de empatía, amistad y compañerismo que influenciaría sustancialmente mi vida, no solamente en términos académicos y profesionales.

De hecho, sólo pocos días después iniciamos nuestra colaboración profesional y académica: dimos un curso sobre la cuentística centroamericana contemporánea a los estudiantes de la carrera de Artes y Letras en la Universidad Centroamericana y coordinamos el Seminario Permanente de Investigaciones de Literatura Centroamericana en esta misma institución, que reunió a un grupo de estudiantes y profesores comprometidos con el estudio de las producciones literarias del istmo y que contó con el apoyo decidido de la entonces Decana de la Facultad de Humanidades de la UCA, nuestra amiga la escritora Vidaluz Meneses. Para mi vida intelectual y profesional esta experiencia fue decisiva. De hecho, no fue la primera vez que pasé unos períodos de trabajo académico en Nicaragua. Ya había estado en el país en 1991 y en 1993 para realizar estudios en el marco de mi tesis doctoral (sobre el pensamiento político de Carlos Fonseca). Sin embargo, fue en los años de esta, mi tercera y hasta ahora más larga estadía en Nicaragua, de 1995 a 1998, período en que trabajé como profesor de lengua y literatura alemanas y después también de literatura hsipanoamericana en la Universidad Centroamericana y en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua-León (en el marco de un programa del Servicio Alemán de Intercambio Académico, DAAD), que decidí comprometerme científicamente con las literaturas nicaragüenses y centroamericanas y dedicar una parte de mi vida académica al estudio de ellas. De hecho, a partir de ese momento –es decir, hace más de una década– este compromiso se ha convertido en mi razón de ser académica y mucho más: en una pasión personal. En todo esto, Franz cumplía un papel inestimable.

El fue el spiritus rector de este compromiso. Nos «contaminó» con su afán incansable de dar un nuevo rumbo a los estudios literarios en Centroamérica, más allá de los nacionalismos y hacia un enfoque regional, abriéndolos para las teorías literario-culturales más recientes y al mismo tiempo rescatando las «olvidadas» raíces literarias en las tradiciones prehispánicas. Su ilimitada curiosidad de estudioso fue un estímulo permanente para nosotros. Pero era mucho más que un investigador y profesor de literatura dedicado a su trabajo. Quería y sabía entusiasmar a los jóvenes por la literatura, fuera para su estudio, fuera como acto creativo. Se ocupó de una labor de hormiga promocionando la actividad académica y creativa de muchos jóvenes, dando consejos y aliento a numerosos escritores emergentes, brindando ayuda a grupos teatrales, promoviendo y fundando revistas (como El Ángel Pobre o más adelante Istmo), etc. Esta capacidad de incidir en la actividad creativa se nutría de su don excepcional en el manejo de la palabra hablada. Franz era un narrador nato. Sabía y le gustaba contar. A lo mejor eso tenía que ver con las profundas raíces que le conectaban con su pueblo y sus tradiciones orales de una Guatemala que existía y sigue existiendo, a pesar de toda la labor de tierra y cultura arrasadas que los gobiernos militares han realizado. Son incontables los momentos en que Franz nos apasionó e inspiró con sus cuentos, en las aulas, en congresos, en los bares (inolvidables los ratos compartidos en los locales en la Avenida Universitaria frente a la UCA), en fiestas privadas o en algún lugar durante alguno de los viajes en que nos acompañó.

Estos dotes extraordinarios como narrador también son muy característicos de la obra literaria de Franz. Hoy en día para la crítica literaria centroamericana e internacional ya es un hecho indiscutible que Franz Galich es uno de los escritores centroamericanos contemporáneos más importantes. En las palabras de nuestro compañero nicaragüense Roberto Aguilar Leal –que son muy paradigmáticas para el juicio generalizado entre los estudiosos de las literaturas centroamericanas en la actualidad– Franz pertenció «a la generación de narradores surgidos en la segunda mitad de la década de los setentas y su producción de esos años está doblemente marcada por el compromiso político y el afán experimental, heredados de la tradición de ruptura iniciada en la narrativa hispanoamericana hacia 1940 y llevada a su fase culminante en los sesentas por la generación del Boom. [...] Entre sus rasgos más visibles, cabe destacar su fuerte tendencia a la ironía y la parodia, [...] y su carácter fronterizo, que combina la ficción con la crónica periodística, el testimonio y otros géneros extra literarios.» A mediados de los noventa –cuando nos conocimos en esa Managua posrevolucionaria todavía tan agitada– no era así. Franz era algo como un autor secreto, misterioso, sólo conocido entre algunos «iniciados» guatemaltecos y nicaragüenses. Sus primeros dos libros de cuentos publicados en Guatemala (Ficcionario inédito, 1979, y La princesa de Onix y otros relatos, 1989) eran casi desconocidos. Su primera novela, Huracán corazón del cielo, fue publicada en agosto de ese mismo año 1995 en Managua (todavía me siento muy honrado y agradecido por el hecho de que Franz me encargara junto con su esposa Orietta el cuidado de edición). De una manera única en el contexto de la literatura centroamericana contemporánea, Franz logró representar y presentar el lenguaje de las capas bajas y bajísimas en el andamiaje social de los países del istmo –sea de los pueblos indígena-ladinos de su país natal (como en las novelas Huracán corazón del cielo y En este mundo matraca, 2004, así como en El ratero y otros relatos, 2003), sea de los suburbios y mercados urbanos como en la Managua posrevolucionaria (como en las novelas Managua, Salsa City ¡Devórame otra vez!, 2000, e Y te diré quién eres. Mariposa traicionera, 2006) –otorgándole un alto valor literario-artístico. En su obra literaria las voces subalternas toman la palabra, se vuelven el pilar de la narración. Este lenguaje es portador de concepciones del mundo que si bien están ocultas son muy conocidas y populares, de un mundo «donde la noche y el lenguaje borran el paisaje conocido de la ciudad, para hacer surgir esos hombres y mujeres forzados por las circunstancias y la pobreza a devorarse entre sí», como comentó Gioconda Belli en una reseña de la novela Managua, Salsa City.

Lectores (y críticos) superficiales podrían verse tentados a interpretar estos elementos como ingredientes de una literatura que busca un efecto fácil: la burla, la mofa, la ridiculización, la arrogancia del hombre letrado para con los desposeídos, los pobres, los marginados y oprimidos –una especie de exotismo literario a costa de los subalternos. Nada menos que esto. Franz sufría con los vencidos, los de abajo, los y las sin voz. De hecho, gran parte de su obra puede ser leída como un esfuerzo para darles a ellos una voz literaria, una dignidad artística. Tal vez, el ejemplo más emblemático de este humanismo creativo (y vivido) sea su libro todavía no publicado Perrozompopo y otros cuentos latinoamericanos. En muchos de estos cuentos Franz reelabora artísticamente la vida, el sufrimiento y la alegría de los outcasts de los barrios, las calles y los mercados de Managua, especialmente del Mercado Oriental y el gran basurero La Chureca, esos microcosmos e inframundos sociales en medio de la capital nicaragüense, desde una posición de «observador participativo» (durante años Orietta y él tuvieron una venta en ese mercado para lograr completar sus limitados ingresos universitarios –de ahí nuestra palabra del humanismo vivido).

Con base en esta experiencia Franz acuñó el metafórico término del «subalterno letrado», que nos sorprendió cuando por primera vez lo publicó y explicó en el 2004 en dos textos en nuestra revista electrónica Istmo, pero el que poco a poco entendimos y del que nos apropiamos. Con ello, Franz quería denunciar la «condición centroamericana» del escritor y del intelectual/estudioso literario y cultural más en general en los tiempos del exorcismo neoliberal de las Humanidades y de la globalización comercializadora de la producción literaria y artística. Su compromiso –un verdadero ejemplo de resistencia cultural– estaba orientado (también en su función como Presidente del Capítulo Nicaragua del Pen Club International) a hacer visible la gran riqueza y variedad de esa producción literaria/artística y el valor del artista y estudioso de las artes para el desarrollo de las sociedades centroamericanas y a luchar por su merecido reconocimiento (también en términos financieros).

Indudablemente, nuestro gran amigo y compañero contribuyó –como escritor, como profesor, como estudioso, como ser humano– de manera extraordinaria a aumentar esta riqueza y variedad. Me llena de gran orgullo y alegría haber podido compartir este compromiso y esta dedicación por más de una década. Recuerdo muchas experiencias, muchos momentos compartidos, en Nicaragua, en Centroamérica, en Alemania –que sólo vos, Franz, sabrías contar.

Recuerdo también muy bien la última tarde en que te vi. Fue en el 2006. Estuve –junto con Gabi, mi esposa– en Managua para la preselección de candidatos a becas para estudiar en Alemania. El domingo 29 de octubre Orietta nos buscó en el hotel (muy cerca de la Galería de los Tres Mundos, en Los Robles) y nos llevó primero a la casa en Ticuantepe donde nos esperaba Franz. Nos sorprendió y nos alegró verlo tan bien como siempre –lleno de energía, optimismo, planes y chistes (después de las noticias de su operación y la lucha contra el cáncer que nos habían llegado a Costa Rica temíamos esta visita). De allí los cuatro (Orietta, Franz, Gabi y yo) fuimos a Granada, donde pasamos (junto con Víctor Chavarría, entre otros) toda la tarde a orillas del Gran Lago almorzando, hablando de proyectos literarios y académicos, de la situación política, disfrutando de nuestra amistad. Regresamos tarde a Managua, cuando ya había oscurecido. Nos despedimos de Orietta y Franz muy aliviados porque aparantemente ya había superado lo peor de su enfermedad y de los tratamientos. Lo que no sabíamos era que lo más duro todavía lo esperaba –y que fue la última vez que nos veríamos. Pero sabemos: Así –como te encontramos esa tarde en Granada– te queremos y te vamos a recordar. Adiós Franz. Gracias por todo.

 

Werner Mackenbach


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